Fishnets - En El Lejano Oriente - Michele E. Northwood - E-Book

Fishnets - En El Lejano Oriente E-Book

Michele E. Northwood

0,0
3,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Esta es la historia real de una joven bailarina británica, cuyo ingenuo sueño de trabajar en el Lejano Oriente se convierte en una auténtica pesadilla.

Se va encontrando con una plétora de situaciones con las que no está preparada para lidiar. Actuando a través de Corea del Sur como trío de bailarinas, ella y sus dos compañeras, son acosadas por la mafia, rechazada por su propia embajada, atrapada en un motín estudiantil y llevadas a realizar su show en burdeles coreanos.

Impactante y en ocasiones humorística, esta es la historia de una joven y tímida bailarina de que encuentra su propia voz y aprende a defenderse en un mundo de alcohol, sexo y discotecas de mala muerte, en una sociedad claramente orientada a los hombres.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



FISHNETS - EN EL LEJANO ORIENTE

(LA VERDADERA HISTORIA DE UNA BAILARINA EN COREA)

MICHELE E. NORTHWOOD

Traducido porRANDY VÁZQUEZ PÉREZ

ÍNDICE

1. “¿Corea?… ¡Pero Si Esos Siempre Están en Guerra!”

2. Camino A Kyongju

3. Un Picnic, Un Pervertido Y Una Pagoda

4. Mafia, Motos Y Líderes Militares

5. Viajando De Regreso A Seúl

6. Árabes Y Acuarios

7. Una Fiesta, Un Bombardeo Y Una Prueba De Embarazo

8. Torres, Estadios Y Apartamentos

9. Filmación, Modelaje Y Hostessing

10. ¡empastes, Peleas, Hogueras Y Exhibitionistas!

11. Dos Semanas En Taejon

12. Volver A Seúl

13. Dos Semanas En Chuncheon

Bibliography

Post Data

Derechos de autor (C) 2020 Michele E. Northwood

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2020 por Next Chapter

Publicado en 2020 por Next Chapter

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor

Este libro está dedicado a mi madre y a mi padre,

ambos tristemente fallecidos, que siempre me animaron a seguir mis sueños.

Y a mi esposo Randy,

quien tan fácilmente se hizo cargo, donde lo dejaron ellos.

Gracias, te amo.

“Una historia contada es una vida vivida.”

(Willoughby the Chinaman, Outlander, temporada 3, episodio 9.)

1

“¿COREA?… ¡PERO SI ESOS SIEMPRE ESTÁN EN GUERRA!”

Mediados de marzo de 1989.

Las tres prestamos atención como unos soldados durante la inspección, en lugar de las bailarinas que éramos en realidad pues, nuestra agente y coreógrafa Marion, desfilaba ante nuestras camas como un Sargento Mayor, mirando con recelo nuestro equipaje. Los diez días de ensayos se habían terminado y al día siguiente, debíamos emprender nuestro viaje a Corea del Sur.

Tanto Louise como Sharon, las dos chicas con las que pasaría los próximos seis meses de mi vida, recibieron un desdeñoso gesto de aprobación, pero yo tuve menos suerte. Marion se quedó mirando mi equipaje con incredulidad, dos maletas, un estuche de maquillaje y una bolsa de mano, todo ello, lleno hasta reventar.

“¡No puedes llevar todo eso a Corea!”, exclamó teatralmente. “¡Una maleta! ¡Y no la llenes mucho! ¡En Corea todo es `TAN´ barato, que podrás comprar un vestuario nuevo!”

Miré consternada mi equipaje, cargado con todo menos el fregadero de la cocina, intentando imaginar cómo diablos se suponía que debía reducir su contenido. Hasta ahora, había trabajado en centros vacacionales como parte del equipo de entretenimiento, donde lo habitual, era partir en cada temporada de verano, llenando el coche de mi padre hasta los topes, para luego

descargarlo todo al llegar con su ayuda. (Personalmente… ¡pensaba que lo había reducido bastante!).

Papá, mi fiel amigo de carretera, parecía tan irritado como yo. Se puso de pie con las manos en las caderas sacudiendo la cabeza. Se le veía completamente desorientado.

“Fíjate en Sharon, sólo ha traído una maleta pequeña”, continuó Marion aparentemente ajena a nuestro dilema. “¡Sólo el cielo sabe qué te ha poseído para traer tantas cosas! ¡No podrás embarcar todo eso en el avión!”

Sharon se levantó sonriendo ligeramente, con la mirada llena de pura complacencia sin adulterar. En el primer día de ensayos, la habían nombrado jefa de grupo, debido únicamente, al hecho de que ya había trabajado para esa agente en un contrato anterior. A los ojos de Marion y a pesar de que Sharon

era la más joven de las tres, creía conocer los entresijos y, por lo tanto, se consideraba la más idónea para el trabajo, o quizás, en otras palabras, la que fuese menos probable que saliera huyendo.

Inesperadamente, mi padre se arrodilló. Por un fugaz instante, pensé que iba a suplicar a Marion que me dejara llevar mis preciadas posesiones, pero únicamente, inclinó la cabeza y abrió la maleta lentamente con un suspiro.

“¡Venga Michele, vamos a organizarnos!”

Media hora más tarde, mi equipaje recibió la aprobación de Marion y nos dispersamos, para reunirnos al día siguiente en el aeropuerto y comenzar una gira de seis meses por Corea del Sur.

A la mañana siguiente, cuando papá me llevaba al aeropuerto, a cada kilómetro, me ponía más nerviosa. Sentada en el asiento del pasajero, rumiando los sucesos que me habían conducido a la inminente partida al Lejano Oriente…

Estaba cenando felizmente en la mesa del comedor, inconsciente de la perentoria declaración de mi madre:

“Acabo de enterarme, de que hay una agente que busca bailarinas para trabajar en el Lejano Oriente…”, me informó desde su posición autoritaria al frente de la larga mesa. “Y he organizado una audición para ti, este sábado por la mañana”.

“No sé…” murmuré automáticamente, empezando a sentir aprensión.

“Tú iras primero”, dijo mi madre, ignorando totalmente mis reservas. “Y si todo sale bien, dejaré que tu hermana pequeña vaya en un contrato posterior”.

Sin disfrutar la idea de ser el conejillo de indias de la familia, expresé con frecuencia en los días siguientes, mis dudas, mi general falta de entusiasmo y el temor a una muerte inminente, pero todo cayó en saco roto.

El sábado llegó demasiado rápido y me fui a Londres a la audición. A pesar de llevar un mal presentimiento conmigo, la prueba salió bien. Me tranquilicé un poco más al encontrar allí a un grupo de cinco bailarinas en pleno ensayo. Parecía que también se iban a Corea en unos días. Las chicas eran amables, charlatanas y un par de ellas, ya habían trabajado para ese agente con anterioridad, lo que ayudó a calmar mis temores a ser vendida e inconscientemente convertirme en una víctima más del tráfico humano.

Una semana más tarde, me llamaron de Londres para comenzar los ensayos. Con un creciente pavor, llegué a la pensión con las palabras de mi vecino, amigo de mi madre, resonando en los oídos.

“¿Corea? ¿A qué vas allí? ¡Pero si esos siempre están en guerra!”.

“Bueno, no es que vaya a vivir allí de forma permanente”, argumenté. “De todos modos, es sólo por seis meses”, dije, tratando de convencerme más a mí misma que a mi vecino. “¡Además, siempre he querido visitar Asia!”.

“¡Pues he oído decir que la gente va a Corea, ¡pero nunca vuelve!”, dijo.

¡Era difícil encontrar palabras para infundir confianza, cuando me dirigía al otro lado del mundo!

Las dos chicas con las que estaba destinada a pasar los seis meses siguientes, ya estaban instaladas en la pensión cuando llegué, por lo que me quedé con la cama sobrante.

“Hola”, dije tímidamente mientras colocaba mis pertenencias.

“Hola”, respondieron, mientras me miraban con curiosidad, reclinadas en sus camas; una dando cuenta de una bolsa de patatas fritas y la otra, hojeando una revista.

Al principio, la conversación entre las tres, era marcadamente artificial, pero, mientras deshacía el equipaje, las tres continuamos evaluándonos, charlando con cautela, tratando de descubrir puntos en común y qué otros trabajos de baile habíamos hecho.

Me encontré comparándonos con el quinteto que había conocido con anterioridad y, podría decirse que apenas éramos la personificación de un trío de baile perfecto. Sharon medía 1´63 y algo pasada de kilos, con el pelo largo, lacio y rubio. Louise medía metro setenta y tres, exuberante, con una melena negra y rizada que le llegaba a los hombros y el par de pechos más impresionantes que había visto en mi vida. Y estaba yo; ¡metro setenta, pelo largo pelirrojo, el cuerpo con forma de barra de bomberos y el pecho totalmente plano!

A pesar de estas disparidades, nuestra agente, en su máxima sabiduría, consideraba oportuno juntarnos y en los diez días siguientes, trabajó diligentemente para moldearnos en una especie de trío de bailarinas, enseñándonos dos pases de veinte minutos, que, según Marion, harían las

delicias de los coreanos.

Nuestro barroco trío fue bautizado como `The Collier Dancers´, cosa que resultó bastante desafortunada, no sólo porque me hizo pensar en tres mineros acercándose al escenario, sino que también, los coreanos, bueno, en realidad todos los asiáticos, luchan constantemente con la dificultad de pronunciar la `L´ y la `R´. ¡La posibilidad de anunciarnos como el trío Collier, rozaba lo imposible!

Ensayamos con diligencia del amanecer al anochecer. Cada espectáculo de 20 minutos, contenía un promedio de seis rutinas y constaba de un número de apertura con tocados de plumas, dos actuaciones en solitario y una variedad de duetos y tríos para terminar cada show. Dos de estos, eran números de “playback”, que básicamente, involucraba a una de nosotras, emulando en perfecta sincronía con la música, mientras que las otras dos, bailaban detrás.

Me asignaron un playback de Donna Summer “Finger on the trigger” y una de las rutinas de solo. Tenía que vestirme como una chica Bond y, mientras blandía un arma, bailaba con la banda sonora de 007. ¡No tengo ni idea de por qué todo lo que me tocaba en la coreografía, tenía que estar relacionado con las armas!

Una vez que habíamos memorizado todas las rutinas, nos preparamos para el ensayo final. Cosa que no fue tarea fácil. En momentos específicos de cada rutina, una o dos de nosotras, tenía que salir corriendo del escenario en una loca carrera hacia la esquina del estudio, donde toda nuestra ropa estaba dispuesta una encima de otra, preparada para cada cambio de vestuario, que resultaba ridículamente rápido.

Repetimos el ensayo general insistentemente, hasta dominar el arte de arrancar un traje y reemplazarlo por otro en treinta segundos, mientras que el final de la rutina de la música anterior se acercaba cada vez más rápido.

Generalmente, cada cambio consistía en reemplazar una muda completa: bikini y plumas por un vestido, vestido por un leotardo, leotardo por medias de lycra y un top con lentejuelas, además, los obligatorios `accesorios Marion´: guantes y tocado o sombreros, acompañados de diferentes tipos de botas.

Cada vez que una de nosotras fallaba en completar un cambio, ¡nos enfrentábamos a la ira de Marion! Se detenía la música y la agente se volvía hacia nosotras con cara de perro. Era pequeña en comparación con Louise y conmigo, que éramos mucho más altas, sin embargo, lo que le faltaba en estatura, lo compensaba en actitud.

Nadie quería estar en su lista negra, ni enfrentarse al aluvión de abusos que consideraba oportuno gritar en nuestra dirección, cada vez que una lentejuela se enganchaba a las medias de malla y no conseguíamos completar el maratoniano y rápido cambio.

“¡Vamos! ¡Vamos! ¿A qué estás jugando? ¡Cuidado con el traje! ¡Si lo rompes, tendrás que arreglarlo!” ladraba ella, luego se dirigiría hacia el equipo de música sacudiendo la cabeza y murmurando algo inaudible, seguramente, improperios.

Cuando finalmente logramos completar con éxito todos los cambios necesarios para dos shows, Marion nos consideró preparadas para Corea. Su marido Mike, estático en la puerta, asegurándose una vista privilegiada mientras nos arrancábamos la ropa repetidamente y luchábamos en nuestras tangas y mallas de red, para vestirnos de nuevo. Cuando terminamos, carraspeó, supuestamente para llamar nuestra atención, ¡pero ya sabíamos que estaba allí!

“Bien chicas, tenéis que acompañarme a nuestro piso, tenemos contratos que firmar. También podemos ver las fotos que os hice en la sesión de hace unos días. Necesito enviarlas por fax a nuestra agencia en Corea”.

Todo me sonó muy amable, pero en el fondo de mi mente, no pude evitar los persistentes sentimientos de duda que albergaba cuando firmamos el contrato. La vocecilla de la razón dentro de mí, vociferaba a diario, molestándome sigilosamente, a medida que me enredaba más y más profundamente en las complejidades que suponían los procedimientos, hasta que llegó un momento en el que estaba tan involucrada, que sentí que ya no podía echarme atrás.

De vuelta en el apartamento, una vez que se completó la firma de los contratos, Mike, nos informó de que, por algún motivo, las fotos que enviaba por fax a la agencia coreana, estaban llegando borrosas.

“No importa”, dijo, “voy a enviar fotos del grupo de baile original de Sharon en su lugar. No supondrá ninguna diferencia”.

Me pareció un poco raro y bastante engañoso, pero no expresé mi opinión. Lo hecho, hecho está. Había firmado el papeleo, así que todo lo que podía hacer, era dejar que el destino siguiese su curso.

2

CAMINO A KYONGJU

Al día siguiente, 28 de marzo, comenzamos nuestro periplo de 24 horas a Corea del Sur. Salimos resplandecientes, en modo alerta y emocionadas, y llegamos aturdidas, desaliñadas, desorientadas y abriéndonos paso por la marabunta del aeropuerto, con las consecuencias propias del ‘jetlag´. Mientras mirábamos a nuestro alrededor, observando a la multitud de personas que se reencontraban y se saludaban con lágrimas, risas o austeridad, avistamos a dos jóvenes coreanos con firme paso militar, que se dirigían hacia nosotras.

Sin preámbulos, ni de formalidad ni de otro tipo, se detuvieron en seco frente a nosotras.

“¡Bailarinas, vosotras venir!”, dijeron sin el menor indicio de una sonrisa, de manera brusca y autoritaria.

Parecían no hablar más inglés que la frase que acababan de pronunciar, y nosotras, ciertamente, no hablábamos coreano, así que a través de un proceso de exagerados gestos y de agitar bajo nuestra nariz el papeleo que no pudimos leer, los seguimos hasta la salida, luchando por mantener su ritmo y no perder todo nuestro equipaje en el intento.

Cuando se abrieron las puertas, el espesor del aire que nos golpeó, nos obligó a detenernos. Oprimidas como en un horno, tragamos el embriagador aire; era picante, una fusión de aromas, una mezcla agridulce de flora, humo de automóvil, comida y sudor.

Los dos hombres se adelantaron ajenos a nuestro apuro, mientras atravesábamos el aparcamiento en silencio, concentradas en seguir a los dos coreanos dictatoriales, que no hicieron el más mínimo intento en ayudarnos, mientras arrastramos todas nuestras pertenencias personales, además de una maleta enorme y otra más pequeña en la que iban los trajes, hacia una furgoneta que nos estaba esperando.

Bajo la mirada de los hombres, empezamos a meter el equipaje y estábamos a punto de subir, cuando un tercer coreano, llegó con otro grupo de tres chicas australianas. Supusimos su nacionalidad por los pasaportes que aún tenían en las manos. El trío se abstuvo de hablar y simplemente, nos miraron de arriba abajo con expresión de desprecio, mezclado con curiosidad.

Los coreanos intercambiaron palabras agitados y revisaron los papeles y, de inmediato, todo cambió. Arrojaron sin ceremonias nuestro equipaje al suelo del aparcamiento y nos ahuyentaron como a un grupo de perros.

Las tres australianas, que continuaba ignorándonos, suspiraron de un modo extraño ante el inconveniente, mientras nos apartábamos a un lado, permitiéndoles ocupar nuestros sitios dentro de la furgoneta.

“¿Qué pasa?”, preguntamos al unísono.

“¡Tteonana, tteonana!” (¡Iros!) Repetían los hombres incesantemente, mientras nos apartaban con las manos y agitaban los papeles.

“¡Ohhh! Parece que no somos el trío que esperaban”, dijo Louise. “Creo que estábamos a punto de irnos con los coreanos equivocados”.

"¡Maldición!" Fue la única interjección que pude articular. "Me pregunto dónde habríamos terminado, si nos hubiéramos ido con ellos."

“¡Ni lo digas!”, contestó Louise. “¡No quiero ni pensarlo!”

Abatidas, volvimos lentamente sobre nuestros pasos, arrastrando la colección de equipaje hacia la sala del aeropuerto, donde se hizo más que evidente, que no había nadie esperando para recibirnos.

Estuvimos sentadas durante más de una hora, hablando intermitentemente y mordiéndonos las uñas con nerviosismo, hasta que Sharon se acordó de que le habían dado el número de teléfono del agente coreano.

Tras lograr cambiar algo de dinero en moneda coreana (wons), se alejó para buscar un teléfono.

“El agente llega tarde!”, nos dijo al regresar sonriendo, “pero no os preocupéis, está en camino”

"¡Dinos algo que no sepamos!", murmuró Louise en voz baja.

“¡Esto no es muy buena señal!”, dije nerviosamente.

“Sí, no está causando una buena primera impresión, ¿verdad?”, respondió Louise.

Nos sentamos durante casi dos horas, antes de que la pequeña y rechoncha sombra de un hombre, entrase en el aeropuerto. Llevaba un traje marrón oscuro, gafas y sudaba profusamente. Nos vio amontonadas e hizo señas para que nos diésemos prisa.

“¡Llego tarde, llego tarde!”

“A una cita importante”, cantó Louise en voz baja, mientras reuníamos el equipaje, una vez más, y lo arrastrábamos hacia él.

Al llegar a su lado, saltamos de golpe, cuando abruptamente, lanzó su brazo derecho hacia adelante, sosteniéndolo en alto. Por un instante, pensé que nos había confundido con alemanas y nos iba a ofrecer un saludo militar, doblando el brazo al tiempo que acerca su codo hacia la cara, para que la muñeca se detuviese directamente frente a su ojo derecho. Nos percatamos de que estaba mirando el reloj, (más tarde, sabríamos que casi había perdido el ojo en una pelea, cuando un agresor lo había apuñalado con un lápiz).

Dándose palmaditas en las mejillas y frotándose la frente con un pañuelo mugriento, se presentó como el Sr. Lee; apellido que descubriríamos era uno de los tres más comunes en Corea, y que más de la mitad de la población usaba. (Park, Lee y Kim). Nos condujo hacia lo que se conocía localmente como una `Bongo van´: un vehículo similar al del que habíamos sido expulsadas anteriormente.

“Venir, contaré los planes”, dijo, mientras nuevamente luchábamos para subir el equipaje sin ninguna ayuda.

Nos llevaría a un hotel en el centro de Seúl, en la provincia de Chong-y-Chong, donde podríamos quedarnos un par de días para recuperarnos del `jetlag´. Luego iríamos a la provincia de Kyong-ju (también conocida como Gyeongju) para trabajar allí, en un hotel.

Cuando salimos del aeropuerto y nos incorporamos a la autopista, sentí emoción, pero estaba decididamente nerviosa y muy vulnerable, pero traté de eliminar cualquier duda y disfrutar de mis primeras impresiones sobre Corea. Estas, resultaron ser una mezcla de sorpresa y decepción. Ingenuamente, había asumido, que todas las construcciones que vería, serían las tradicionales pagodas asiáticas, y no esa enorme metrópolis cosmopolita con rascacielos de gran altura y serpenteantes mega autopistas que, por otro lado, me parecieron imponentes. Oteé el paisaje en busca de alguna construcción tradicional, pero cuarenta y cinco minutos más tarde, cuando la Bongo Van llegó al Central Hotel, no había visto ninguna.

El Central Hotel, que era un edificio grande, deteriorado y de aspecto decrépito, justo en el corazón de un ajetreado centro urbano. El hotel parecía eclipsado por la gran cantidad de autopistas elevadas, una elaborada mezcla de seis carriles de tráfico que conducían en todas las direcciones a su alrededor. El incesante flujo de vehículos parecía no tener fin. Los conductores impacientes, hacían sonar sus bocinas constantemente, luchando para cambiar de carril, en un vano intento de llegar a sus destinos un poco antes.

Seguimos al Sr. Lee hasta la recepción, arrastrando nuestras pertenencias, otra vez. Esperamos mientras negociaba con el personal de recepción, hasta que nos reservó una habitación. Nos acompañaron al quinto piso, donde nos mostraron una pequeña habitación, en la que, una vez habíamos depositado todas nuestras pertenencias en el interior, nos dejó poco espacio en el suelo para movernos.

Sharon y Louise, fueron las primeras en elegir cama. Yo, me quedé con la que sobraba. No era el Ritz, pero llegado este punto, estábamos tan cansadas, que no nos importaba. El Sr. Lee se despidió, y en menos de media hora, nos habíamos muerto para el mundo.

Al recuperar la consciencia, descubrimos que habíamos dormido durante casi dieciséis horas y, por un momento, no sabíamos si era de noche o de día. Resultó ser a media tarde. Estaba emocionada y ansiosa por explorar la ciudad. Salimos para experimentar la vida en el Lejano Oriente.

Acostumbrada al aire acondicionado del hotel, salir al calor fue, una vez más, abrumador. En unos segundos, ya estábamos cubiertas de un fino brillo de sudor y polvo. Las calles estaban plenas con una frenética cacofonía de sonidos, desde gritos y música, hasta comida en llamas, motores de motocicletas, bocinas y el tintineo de los timbres de las bicicletas.

Todos los sitios donde podía haber gente, había gente, y mucha. Apretujados y empujados, siempre hacia adelante entre la muchedumbre, de la manera habitual, obviamente para todos, menos para nosotras.

A nuestro paso, hombres, mujeres y niños, se detenían para mirarnos fijamente, boquiabiertos. Las mujeres nos señalaban y se reían escondidas detrás de sus manos. Los hombres, se reían abiertamente, sacudiendo la cabeza con total incredulidad.

Nuestro físico y nuestro atuendo de jeans y camiseta, parecían resultar muy divertidos para los coreanos. (Sin embargo, en este punto debo señalar, que Louise llevaba unos vaqueros con las rodillas desgarradas, como era la moda en Reino Unido en ese momento, ¡y fue ella, la más afectada por el ridículo!). Los Levi´s de Louise, causaban un sinfín de felicidad en los coreanos que cacareaban. Tras diez minutos de constante ridículo, perdió la calma.

“¿Cuál es vuestro problema?”, gritó al aire, golpeando el suelo con el zapato y apretando los puños con frustración. Desafortunadamente, este arrebato, instó a los coreanos a reír más fuerte.

Seguimos caminando, tratando de ignorar las risitas y las señales, pero pronto aprendimos que salir a las calles coreanas, no era tan sencillo como cabría imaginar. Las pocas aceras existentes, eran intransitables, ya que los coches estaban aparcados al azar y las personas tendían a rodearlos, recordándome en cierta medida, a una colonia de hormigas. Se movían de una manera incesante, luchando constantemente hacia adelante con un objetivo oculto del que nadie más estaba al tanto.

Las motocicletas también eran conducidas en las aceras, por jinetes que entraban y salían despreocupadamente de las hordas de peatones. Toda la escena resultaba caótica. ¡Casi parecía más seguro caminar en la calzada entre los seis carriles de tráfico! También había bicicletas por todas partes, apoyadas contra los escaparates de las tiendas o contra los árboles, pero, sorprendentemente, ninguna parecía tener candado para evitar robos, a diferencia de en casa.

En casi todas las esquinas de la calle había pequeños carritos, donde mujeres envejecidas por el tiempo, vendían sus productos. Estos iban desde frutas y nueces, hasta patatas al horno y, lo que se convertiría en uno de mis favoritos, "rollitos de pan con huevo". Una rebanada de pan y unos trozos de col y zanahoria finamente picados; los sumergían en un huevo batido y luego, arrojaban todo a una plancha. Una vez cocinado, lo enrollaban como un rollito suizo y lo depositaban en un cucurucho a prueba de grasa. Era simple, sabroso y barato (300 wons coreanos, o aproximadamente 0´30 €). Acabaría viviendo de ellos los meses siguientes.

También había un puesto de algodón de azúcar, ¡pero lo evitamos a propósito, por el viejo vendedor, simplemente por razones de higiene! Las mangas de su chaqueta estaban impregnadas con los restos de, probablemente años de viejos residuos de azúcar tostado, tuvimos que asumir que probablemente aquí, las inspecciones de salud y seguridad no existían.

A lo largo de los lados de la carretera, aparecían varias carpas de obreros. Al principio, pensamos que tenía que haber innumerables obras viales en Seúl, pero en una inspección más cercana, resultaron ser pequeños bares que vendían cerveza y bocadillos.

Aunque me había enamorado del hecho de vivir en el Lejano Oriente y me embebía con entusiasmo en los alrededores, empapándome del idioma y obteniendo mis primeros sorbos de la cultura coreana, un sentimiento de pavor llegó a mí como un tren en marcha, mientras me daba cuenta de mi situación. Miré al frente, a donde podía llegar con la mirada. Sintiendo los codazos en las costillas y siendo zarandeada de izquierda a derecha, inmersa en un mar de pelo negro, empecé a compararme con lo que me rodeaba y me sentí tan ajena a esa gente, que en ningún momento me pude imaginar en lo que me había metido. Era una emoción abrumadora y opresiva.

¿Qué estoy haciendo aquí? ¡¿Qué he hecho?!, grité interiormente.

Después de un par de horas de deambular, en el que ser dianas de las risas, había progresado hasta ser golpeadas y empujadas en varias partes de nuestra anatomía, todas habíamos tenido suficiente y regresamos al santuario del Central Hotel.

A los pocos minutos de llegar, recibimos una llamada telefónica del Sr. Lee.

“Cambio de planes”, informó Sharon. “Mañana vamos a la provincia de Kyonjy”.

Nuestro conductor llegó a la mañana siguiente y amablemente, nos ayudó a subir el equipaje a la Bongo Van, antes de empezar el viaje de cuatro horas. Una vez más, examiné la zona en busca de una pagoda tradicional sin éxito, sintiéndome decepcionada.

Al llegar al hotel Kyongju-Chosun, estábamos más impresionadas y enormemente complacidas, al ver una extensa construcción de ocho alturas con vistas panorámicas al lago Pomunho.

El Sr. Lee nos registró en el hotel y arrastramos nuestras pertenencias sin ayuda al ascensor, y a lo largo de un pasillo, siguiendo a tres hombretones que no hicieron ningún esfuerzo por ayudar. Nos enseñaron la habitación, donde Louise y Sharon se pelearon de nuevo por las camas, y yo, me quedé la restante. Dejé las maletas en el suelo y levanté las cortinas esperando ver el hermoso lago, ¡sólo para descubrir que nuestra vista era del aparcamiento! Sin embargo, había varias montañas verdes y exuberantes al fondo, así que no estaba del todo mal.

Nos dijeron que nos acomodáramos, o al menos eso es lo que supusimos que decían. De hecho, la única parte que entendimos completamente, fue cuando uno de ellos apuntó un dedo índice en nuestra dirección y pronunció una frase en algo parecido al inglés.

“Tonight, work. Show start `ereben´ o´clock”. ("Esta noche, trabajo. Show empezar `ereben´ o´clock”).

Esa noche, después de llegar al lugar, mientras nos mostraban el escenario, se nos reveló la tarea desalentadora de lo que estábamos a punto de hacer. Todo fue bien en el ensayo general en Londres, donde había que correr cuatro pasos hasta los rincones del estudio de baile para cambiar de vestuario. ¡Aquí, se esperaba que abandonáramos el escenario, corriéramos por un pasillo y nos metiéramos en un camerino, antes de que pudiéramos siquiera pensar en cambiarnos!

Media hora más tarde, estábamos al lado del escenario, esperando para realizar nuestro "debut" en el club nocturno del hotel. La música de la discoteca llegó a un abrupto final, las luces se atenuaron y la sala se volvió siniestramente silenciosa. Un disc jockey carraspeó audiblemente por el micrófono y nos anunció:

"…El equipo de baile llegado de In-gal-tela … Cul-on-ass -Tres Show", balbuceó al micrófono y antes de darme cuenta, estábamos caminando hacia el escenario.

Nuestra rutina de apertura era un número de bikini y plumas, por lo que ocupamos nuestras posiciones iniciales de espaldas al público. Siguiendo el ritmo de la música, cada chica se giró y levantó los brazos en 'V' sobre la cabeza. Cuando los primeros acordes de la música sonaron a través de los altavoces, Louise giró primero y los coreanos jadearon y aplaudieron audiblemente en reconocimiento por su impresionante escote, que amenazaba con explotar la parte superior del bikini. Sharon se volvió y recibió una apreciación similar. Luego me di la vuelta … Parecía haber una ligera pausa mientras todos se fijaron, que probablemente, tenía menos pecho que las chicas coreanas, entonces, ¡todos se echaron a reír! ¡Desde ahí, todo pareció ir cuesta abajo!

El único aspecto positivo de esa primera actuación en Corea fue que, a pesar de nuestra aprensión corriendo con adrenalina pura, las tres logramos realizar milagrosamente todos los cambios de vestuario, ¡aunque sinceramente, no sé cómo!

A medida que avanzaba la noche, el público masculino se embriagó y se volvió cada vez más atrevido. Cuando realizamos el segundo show alrededor de la medianoche, el escenario parecía a un campo de batalla. Estábamos bailando bajo el constante temor de ser atacadas.

Varios de los miembros más jóvenes, saltaron en repetidas ocasiones frente al alto escenario con la frenética necesidad de tratar de tocarnos. Cuando nos acercábamos demasiado, agarraban cualquier cosa, en un intento desesperado de llevarnos a su nivel. La idea de ser arrastrada a aquella mafia borracha era, para ser honesta, extremadamente aterradora. Sus cerebros empapados en alcohol, significaban que nada estaba fuera de límites.

Después de que terminaron los shows, cuando asumimos que finalmente podríamos calmarnos y aliviar la tensión acumulada, nos encontramos de pie detrás de la puerta del camerino, empujando con una fuerza oculta que ninguna de nosotras sabía que poseíamos, en un intento de evitar que los miembros de la audiencia masculina entrasen al cuarto.

El pasillo estaba lleno de innumerables contendientes borrachos, cuya única prioridad, parecía ser, entrar en el camerino. ¡Nos angustiaba pensar, qué harían si entrasen!

Mientras el peso combinado de varios hombres empujaba una vez más en un lado de nuestro único medio de salida, más impelíamos con todas nuestras fuerzas en el otro, diciéndoles en términos inequívocos que se fueran, nos dimos cuenta de que, en medio de toda esta confusión, ¡que alguien estaba llamando formalmente a la puerta! Nos miramos sorprendidas.

“¡Chicas, chicas! ¡Por favor, abrid la puerta! Soy Yoyo. El gerente está aquí conmigo.”

No teníamos ni la menor idea de quién era Yoyo, pero dócilmente, nos hicimos a un lado y la puerta se abrió de golpe contra la pared. Un gerente iracundo, se abrió camino a través del grupo de borrachos de su clientela. Mientras los gorilas contenían a nuestros fanáticos merodeadores, entró, agarrando un puñado de cuartillas arrugadas de Sharon con su grupo original. Su expresión de descontento mientras nos miraba a todas de arriba a abajo, no ayudó a calmar nuestros nervios. Cruzó el camerino, marchando de izquierda a derecha, agitando las cuartillas bajo nuestras narices, olfateando y resoplando como un toro atrapado. Disparó un aluvión de coreano de la boca antes de tirar dramáticamente los folletos en el suelo.

"`Eh, solly´. Este es el señol Lee ", explicó Yoyo, que resultó ser el DJ, mientras el gerente continuaba resoplando. "Él es el gelente. No feliz. No son chicas en la foto.”

Las tres nos quedamos de piedra. Allí, como unas novatas bajo su primer foco, sintiéndonos un poco aturdidas. Después de una larga pausa, sin saber qué decir. Sharon se agachó lentamente para recuperar una cuartilla y luciendo su encanto, se señaló a sí misma en la foto.

"Bueno … esta soy yo", dijo, mostrando su sonrisa más seductora. "Y … esas son ellas", añadió, de manera menos convincente, movió la mano a lo largo del papel en nuestra dirección. Louise y yo nos quedamos juntas y sonreímos débilmente. Era obvio que no éramos las mismas chicas que en la foto y que el gerente no se lo creía. Resopló, nos `deleitó´ con otro aluvión de fuego rápido coreano, luego tosió un montón de flema, la escupió en el suelo y se abrió camino entre sus guardias y la multitud de dipsómanos.

"Solly, solly, ¡no te pleocupes!", susurró Yoyo, siguiéndolo. Ofreciéndonos una reverencia de disculpa, se escabulló, mientras mirábamos fijamente el glóbulo de mucosidad depositado a nuestros pies.

"¡Encantador!", comentó Louise.

Después del trabajo de la noche siguiente, donde pasamos los primeros quince minutos después del espectáculo apoyadas en la puerta del vestidor, el Sr. Sun, el propietario del hotel, entró de la misma manera accidentada que el gerente había hecho la noche anterior. Nos dijo que nos cambiáramos, que nos llevaba a comer. (O lo dedujimos de sus gestos mímicos). Poco sabíamos lo que tenía reservado para las tres.

El Sr. Sun había decidido enseñarnos el equivalente coreano de un establecimiento japonés de geishas. Cuando las puertas corredizas se abrieron a una gran sala que parecía un restaurante, nos obligaron a quitarnos los zapatos antes de entrar. Examinamos la escena. Los hombres se sentaban alrededor de mesas bajas, sobre cojines delgados y multicolores, bebían y comían, mientras las geishas vagaban de una mesa a otra o se sentaban con la clientela. La música tradicional se hacía eco a través de los altavoces y la voz aguda de una cantante, resonaba en la habitación.

El Sr. Sun, sonriente, nos condujo a un segundo conjunto de puertas correderas que conducían a una habitación privada. Esta, también albergaba una mesa baja en el centro y una generosa variedad de cojines arrojados a su alrededor.

"No sé vosotras, ¡pero yo, creo que esto es una casa de putas!" - dijo Louise, expresando verbalmente lo que había estado pensando.

"¡Qué alegría!", dijo Sharon - (una expresión que se "atascó" y que usaríamos incesantemente durante los siguientes seis meses).

Cuando tomamos asiento, entraron dos hombres que parecían ser amigos del Sr. Sun. En la parte trasera, se veían tres "geishas" coreanas con las caras pintadas de blanco y trajes tradicionales coreanos. Entraron inclinándose y sonriendo. Después de que se hicieron las presentaciones, las geishas tomaron su lugar entre cada hombre y luego comenzaron a servirnos a todos.

Para el Sr. Sun y sus amigos, el principal requisito era el whisky. Cuando se le entregaron vasos de chupito a todos, me di cuenta de que el whisky parecía ser la única bebida. Arrugué la nariz.

"No me gusta el whisky. ¡No puedo beber eso!”

"Sólo finge beberlo", dijo Louise. "De lo contrario, ¡nos emborracharemos en poco tiempo!" A pesar de su cautela, ella optó por no prestar atención a su propio consejo. Poniendo un vaso del líquido ámbar en sus labios, tomó un trago. "¡En realidad, esto está bastante bueno!"

Una de las geishas, ​​la Srta. Han, hablaba algo de inglés y había entendido nuestra conversación.

“Este whisky más caro que nosotros vender. Una botella 170 € y tiene 100º alcohol".

"¡¿Qué?!", gritamos al unísono.

"No preocupalse", nos aseguró. “Traer poco coca cola y tú meter whisky ahí”.

A medida que pasaban las horas, el whisky seguía fluyendo, el Sr. Sun, sus colegas masculinos y las geishas, se embriagaban cada vez más. La señorita Han, explicó que las geishas coreanas, consideraban el ´sumun’ de los malos modales, rechazar el whisky de un hombre, y que había un proceso, o costumbre, de aceptarlo para no ofender al macho de la especie. Después de que un hombre le pida a una geisha que beba, ella debe:

1. Sostener el vaso en la mano derecha.

2. Su mano izquierda debe extenderse recta, con la palma hacia adentro y con los dedos tocando el lado del vaso.

3. El hombre vierte el whisky.

4. La Geisha lo bebe de un golpe.

5. La geisha le pasa el vaso al hombre.

6. El hombre sostiene el vaso en su mano derecha.

7. La geisha llena el vaso.

8. El hombre lo bebe de un solo trago.

A pesar de ser extranjeras, todavía se esperaba que bebiéramos el whisky cuando nos lo ofrecían, pero pronto nos dimos cuenta, de que si poníamos caras para expresar cuán fuerte era el alcohol, los hombres se reían, perdían el interés y nos dejaban beberlo a nuestro ritmo, dándonos un ligero respiro.

A medida que avanzaba la noche, los hombres se embriagaron totalmente. Logré verter la mayor parte de mi whisky discretamente en un vaso grande y casi vacío de coca cola debajo de la mesa, pero a medida que pasaban las horas, me vi obligada a seguir dándole sorbos, ya que tenía sed y no había nada más disponible.

Alrededor de las tres de la mañana, cuando estábamos todos menos sobrios, se abrieron las puertas corredizas y comenzó a llegar una gran cantidad de comida. Había nueces y frutas, fideos, arroz, un tipo de pescado rebozado servido con guisantes y una pizza al estilo coreano que consistía en huevos, verduras y pescado. Todo se comía con palillos, ¡incluida la pizza! Las geishas alimentaron a los hombres. Comimos, con la esperanza de que las viandas absorbiesen parte del exceso de alcohol que habíamos consumido.

A lo largo de la noche, llegaron más y más víveres y las geishas continuaron alimentando a sus hombres, mientras retiraban intermitentemente las camisas de sus clientes, para masajearles la espalda. Esto parecía una acción tan íntima, que me hizo sentir incómoda y como una intrusa.

En algún momento durante la noche, las puertas corredizas se abrieron de nuevo y entró un guitarrista para tocar. Más tarde, cada geisha ofreció su papel en la actuación. Una cantaba, otra tocaba un instrumento musical coreano llamado kayagum (un instrumento de doce cuerdas similar a una cítara), mientras que la tercera bailaba.

Cuando nos dijeron que tomáramos el relevo, lo hicimos, ¡literalmente! Decidimos probar algunos movimientos de break dance y pronto giramos sobre nuestras espaldas como cangrejos desorientados.

El Sr. Sun, que a estas alturas del procedimiento apenas podía levantarse, decidió que quería bailar conmigo. Para que no se ofendiese, obedecí. Apenas estaba consciente y tratar de sostenerlo, se volvió imposible. En consecuencia, nos derrumbamos en el suelo y terminamos todos, teniendo una pelea de cojines.

Sinceramente, no recuerdo cómo regresamos al hotel esa noche, pero sí recuerdo que, el Sr. Sun nos acompañó por el pasillo con un andar asombroso y nos dijo que practicaba artes marciales. De repente, saltó en el aire y pateó una lámpara en el techo, que se estrelló contra el suelo con un estruendoso choque. Todas nos sorprendimos y expresamos una gran admiración por su comportamiento.

"¡Wow, Sr. Sun! ¡Muy bien!”, exclamamos, estallando en aplausos, lo que aumentó su ego de borracho sin fin. En retrospectiva, nuestro entusiasmo fue probablemente demasiado alentador, ya que luego procedió a romper una segunda lámpara, luego, más abajo en el pasillo, una tercera. ¡Cómo fue capaz de lograr eso, cuando casi no podía levantarse, aún hoy está más allá de mi comprensión!

3

UN PICNIC, UN PERVERTIDO Y UNA PAGODA

Un par de días después, el 4 de abril, el Sr. Sun llamó a nuestra puerta a las diez de la mañana. Prácticamente nos sacó de un sueño inestable y nos dijo que bajáramos a recepción.

Como no habíamos ido a la cama hasta las 4:45 am, no nos entusiasmaba especialmente que nos subiesen en una Bongo Van y nos llevaran a un lugar desconocido. La furgoneta finalmente se detuvo bruscamente en el borde de un bosque, donde el Sr. Sun, nos dijo que saliéramos. Le seguimos a regañadientes. Tres almas contrariadas, siguiendo a un hombre a las profundidades del bosque, sin la menor idea de hacia dónde íbamos, ni por qué.

"¿A dónde diablos nos está llevando?", susurré.

"¡Solo Dios lo sabe!", suspiró Sharon.

"Tiene suerte de ser tan jovial", dijo Louise. “Si no, supongo que lo más normal, sería asumir que nos ha traído al bosque, para dejarnos a nuestra suerte. ¡Nuestro crimen, es que no somos las chicas originales de los folletos!”

Las tres nos echamos a reír, no sólo por el comentario de Louise, sino también, por la ridícula situación en la que estábamos. Aunque Louise había expresado lo que todas pensábamos, nos hizo sentir incómodas y llenas de incertidumbre. Sin embargo, seguimos ciegamente al Sr. Sun, hasta que los árboles se disiparon y nos encontramos en medio de un claro del bosque.

Nos sorprendió gratamente, y nos sentimos aliviadas, al descubrir que todos los miembros de la banda y los porteros del club, también estaban en el claro. Todos descansaban despreocupadamente, tendidos en posiciones reclinadas sobre la hierba, o sentados en las rocas de la orilla de un pequeño arroyo.

Contemplamos el asombroso escenario, reprendiéndonos silenciosamente por no llevar una cámara. Detrás del arroyo, una cadena montañosa se extendía ante nosotros y la majestuosidad de los altos árboles de detrás, creaban un paisaje idílico, en el que la paleta de un pintor probablemente, no podría hacer justicia. Era un hermoso día soleado; el sonido del arroyo y los pájaros cantando en los árboles, fueron una grata sorpresa y nos ayudaron a relajarnos casi de inmediato.

"Bueno, definitivamente, valió la pena levantarse temprano", dije. Las chicas expresaron su acuerdo, asintiendo.

El personal del hotel había encendido pequeñas hogueras con ramitas, utilizando un encendedor, y algunos papeles de color enrollados, como si fuesen piñas gallegas. Sobre esto, habían colocado una malla de alambre, con trozos de papel de aluminio encima. Al lado de cada pequeño fuego, había una bolsa de plástico que contenía finas rebanadas de carne de res, que cocinaban en las barbacoas improvisadas. También había una variedad de verduras (principalmente lechuga, cebolleta y ajo) que lavaban en el arroyo y luego cocinaban. Las bebidas, latas de cerveza y limonada, estaban en cajas enfriándose en el río.

Fue una gran experiencia. Mientras conversábamos con los demás y aprendíamos algunas palabras en coreano, comencé a sentir que nos habían aceptado como parte de su equipo. Finalmente, nos habíamos unido, no sólo con los coreanos, sino también con los demás. Además, era evidente que experiencias como esta, justificaban vivir y trabajar en el país. Me sentí extremadamente privilegiada de formar parte de ello.

A medida que avanzaba el día, y las improvisadas barbacoas se consumían, tuve que reírme, al percatarme de que la fuente de alimentación del fuego, no era otra cosa que, los folletos. Sharon, ¡estaba lejos de estar impresionada! A Louise y a mí, por otro lado, nos pareció muy divertido, ¡y extrañamente liberador!

La tarde llegó demasiado rápido y cuando el sol comenzó a descender tras las montañas, todos empezaron a apagar las hogueras y recoger. Fue en esa coyuntura que instantáneamente tuve una sensación de hundimiento en el estómago. La constatación de que debíamos volver al trabajo fue un pensamiento desalentador, uno que me llenó de temor.