Freud: breve historia de su pensamiento - Ricardo Avenburg - E-Book

Freud: breve historia de su pensamiento E-Book

Ricardo Avenburg

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"En el momento en que fue escrito este libro significó una vuelta a Freud, ya que, como Ricardo Avenburg cuenta en escritos ulteriores, Freud era considerado 'antiguo'. El libro, en esta vuelta, no solamente revela al lector el pensamiento del maestro Freud, sino también el de su discípulo Ricardo Avenburg, devenido, también él maestro, luego de haber sido psicoanalista y agregando el fruto de la reflexión filosófica. ¿Se justifica volver a publicar esta obra que data de 1989?, ¿sigue teniendo vigencia lo que aquí se expone? Creo que retornar al examen del pensamiento de Freud es una tarea que va más allá de cualquier época y que lo mismo vale para el pensamiento de Ricardo. Las cuestiones que aquí se plantean, tanto las técnicas como las teóricas, merecen seguir siendo examinadas, incluso muchas de esas cuestiones merecen que se las comience a examinar pues pareciera que fueron pasadas por alto muy rápidamente, tal vez porque nuestra cultura justamente está en una etapa que valoriza la premura en atender a los resultados y olvidó que el conocimiento implica conocer inicio, desarrollo y también el resultado que integrándose al inicio genera un nuevo desarrollo que contiene todos los desarrollos anteriores. Freud y Ricardo Avenburg deben leerse sin atender a consideraciones de índole temporal" (Jorge Garbarino).

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Ricardo Avenburg

Freud: Breve historia de su pensamiento

 

 

PRIMERA EDICIÓN

Agradecimientos

Queremos agradecer a Karen y Alejandro, los hijos de Ricardo Avenburg por autorizarnos la publicación de este libro y apoyarla con entusiasmo.

 

Agradecemos también a Sebastián Pardo, un amigo de la familia Avenburg, por brindarnos generosamente las imágenes para las tapas.

 

Y un agradecimiento muy especial a Jorge Garbarino, discípulo y fiel amigo de Ricardo, estudioso y conocedor de la obra de Ricardo Avenburg –tanto la publicada como la inédita–, con quien revisó detenidamente las pruebas de galera de este libro y continuó cuidando con dedicación y esmero tras la partida de Ricardo, de las últimas revisiones del texto que acá publicamos,

 

A todos, muchas gracias.

 

Los editores

Entre los difusos límites de la luz

Dejé de ver a Ricardo unas horas antes de que lo llevaran a la clínica donde finalmente falleció el 4 de setiembre de 2020. Durante su internación, a causa de las restricciones impuestas por la pandemia de Covid, sólo se permitió la compañía de sus queridos hijos. Antes del último abrazo de despedida que, ambos sabíamos, sin decírnoslo, sería el último que nos diéramos, Ricardo me dijo: “yo ya no soy yo”. En ese entonces yo ya había escrito la Nota introductoria que sigue a continuación en la que cito, en el comienzo, este texto suyo: …El momento en que el psicoanálisis como tal deje de tener (su potencialidad creadora), si este momento se llega a dar en el curso de mi vida y yo logro reconocerlo, será el momento en que yo dejaré de ser psicoanalista; o, mejor dicho, seré psicoanalista y algo más, un algo más que estará constituido por mi haber sido psicoanalista…

Estas palabras me resuenan, al volver a leerlas, de un modo conmovedor y me evocan nuevos significados. Ricardo trabajó como terapeuta hasta uno o dos meses antes de su muerte y durante ese tiempo seguíamos dialogando sobre temas de psicoanálisis y de filosofía, hasta que la enfermedad y el dolor se fueron adueñando de su vida. Pero cuando pronunció esas palabras “yo ya no soy yo”, sentí que mi, nuestro, querido Ricardo, brotaba desde el hueso como la autoafirmación de la libido ante la inexorable disociación definitiva de los instintos, en el momento final del devenir de su yo y su no yo, se superaba como psicoanalista asumiendo la realidad total de su vida-muerte. Después, fueron las sombras.

Ahora Ricardo es en mí un nosotros, en el que está presente su haber sido un psicoanalista que después de recorrer en plenitud la experiencia de la clínica y de las relaciones humanas en general, emprendió el camino de intentar integrarla en la luz diáfana del más alto pensamiento especulativo. Su nosotros es el tango, el amor y la amistad y el diálogo fecundo, el humor, Hegel y Freud, Debussy y Troilo y Aristóteles… El jardín de los senderos que se bifurcan… la plenitud del mundo creado por el manantial de su libido desde el sentimiento del océano que es el mundo y que es la vida que es también la de todos… la carne y el espíritu vibrando que me evocan el cantar de García Lorca:

 

Pero yo ya no soy yo

Ni mi casa es ya mi casa

………………………..

Verde que te quiero verde

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar

Y el caballo en la montaña.

Nota introductoria

Por Jorge Garbarino

 

 

Escribió Ricardo al final del capítulo V de este libro:

 

Como un exponente de esta vuelta a Freud, puedo sí afirmar que este, mi retorno, no es a un Freud de 1900 ni a un Freud 1939, sino que es un retorno a Freud 1989; es decir, es un Freud que integra en sí todos los momentos de mi formación y desarrollo como psicoanalista, un Freud que sigue diciendo cosas que tal vez él mismo no sospechaba en su época, un Freud que a veces ya no sé si es Freud o soy yo mismo, y a veces es un Freud que no es más Freud y ya soy yo. Con esto estoy diciendo que, de alguna manera, el psicoanálisis ha ido cambiando también dentro de mí, lo que me hace suponer que, desde mi perspectiva, sigue manteniendo su potencialidad creadora. El momento en que el psicoanálisis como tal deje de tenerla, si este momento se llega a dar en el curso de mi vida y yo logro reconocerlo, será el momento en que yo dejaré de ser psicoanalista; o, mejor dicho, seré psicoanalista y algo más, un algo más que estará constituido por mi haber sido psicoanalista.

 

Efectivamente en el momento en que fue escrito este libro significó una vuelta a Freud, ya que, como Ricardo cuenta en escritos ulteriores, Freud era considerado “antiguo”. El libro, en esta vuelta, no solamente revela al lector el pensamiento del maestro Freud, sino también el de su discípulo Ricardo Avenburg, devenido, también él, luego de haber sido psicoanalista (y seguir siéndolo, pero agregando el fruto de la reflexión filosófica): maestro.

¿Se justifica volver a publicar esta obra que data de 1989?, hoy en 2019 ¿sigue teniendo vigencia lo que aquí se expone? Creo que retornar al examen del pensamiento de Freud es una tarea que va más allá de cualquier época y que lo mismo vale para el pensamiento de Ricardo. Las cuestiones que aquí se plantean, tanto las técnicas como las teóricas, merecen seguir siendo examinadas, incluso muchas de esas cuestiones merecen que se las comience a examinar pues pareciera que fueron pasadas por alto muy rápidamente, tal vez porque nuestra cultura justamente está en una etapa que valoriza la premura en atender a los resultados y olvidó que el conocimiento implica conocer inicio, desarrollo y también el resultado que, integrándose al inicio, genera un nuevo desarrollo que contiene todos los desarrollos anteriores. Freud y Ricardo Avenburg deben leerse sin atender a consideraciones de índole temporal.

Entre las tantas cuestiones tratadas, a mí me llamó especialmente la atención la pregunta que aparece al final del libro –seguramente el lector encontrará otras– donde Ricardo examina una de las obras pre-analíticas de Freud retornando a los inicios, girando en el torbellino de pensamiento que se va expandiendo:

 

Queda para discutir el tema de si lo que ha sido construido para dar cuenta del aparato del lenguaje puede servir para representar el aparato psíquico en general; en otras palabras, ¿el aparato del lenguaje es el aparato psíquico? O ¿el aparato psíquico no es más que un aparato diseñado para ejercer las funciones del lenguaje?

 

Durante un diálogo que mantuvimos sobre el tema Ricardo me dijo que hoy agregaría que el aparato psíquico apunta a lo que llamaríamos “acción específica”, cuyo objetivo es satisfacer las necesidades biológicas o sea: satisfacer las necesidades de los instintos.

Freud, breve historia de su pensamiento

Toda historia es no solo sucesión de acontecimientos sino que es una historia dinámica en la que se revive y se reactualizan todos los acontecimientos de la historia. Lo mismo vale para la historia de los conceptos.

I

Introducción al estudio de la obra de Freud: desarrollo de los conceptos fundamentales que culminan en “La interpretación de los sueños” (1900)

Visión panorámica de la obra de Freud en su totalidad

En general, tiendo a señalar dos hitos fundamentales en la obra de Freud que corresponden a dos fechas: 1900 y 1920. Las obras que marcan estos mojones son La interpretación de los sueños (1900) y Más allá del principio del placer (1920). Hasta 1900 se produce el desarrollo de las diferentes líneas de pensamiento que, convergiendo en La interpretación de los sueños, fundan el psicoanálisis. El período entre 1900 y 1920 se caracteriza por la aplicación, ante todo a la clínica, de dichos conceptos: es el período de los grandes historiales clínicos: el caso Dora (1905), para la histeria; el caso Juanito (1909), para la fobia; el Hombre de las ratas (1909), para la neurosis obsesiva; el caso Schreber (1911), para la psicosis, y El hombre de los lobos (1918), en la historia de una neurosis infantil (fobia y posteriormente neurosis obsesiva). Hay otra obra que, junto con La interpretación de los sueños y algo posterior a ésta, constituye el otro pilar fundamental del psicoanálisis: Una teoría sexual (1905).

La interpretación de los sueños y Una teoría sexual son las dos únicas obras que Freud fue actualizando en el transcurso de su vida. El sueño aparece como la vía privilegiada para el acceso al inconsciente. La sexualidad, con su extensión a la sexualidad infantil, es el contenido esencial de nuestros procesos inconscientes, motor de todo nuestro desarrollo cultural ulterior así como factor al cual esa misma cultura se opone, oposición que determina tanto la constitución de nuestro carácter como de nuestras neurosis.

El análisis de la cultura, desde esta perspectiva, es otro desarrollo, habitualmente bastante dejado de lado, que constituye el fundamento de la organización del psiquismo como fenómeno específicamente humano. Un desarrollo que se inicia junto con el inicio del psicoanálisis, que tiene su primer gran foco de cristalización en Tótem y Tabú (1912-1913), pero que logra su máximo despliegue luego de 1920, después de Más allá del principio del placer.

El principio del placer es la forma particular de funcionamiento de nuestro inconsciente; nuestro modo de funcionar consciente sigue las leyes de otro principio, el principio de realidad, que no es sino una modificación del principio del placer.

El principio del placer rige, ya sea directamente, ya mediado por el principio de realidad, el funcionamiento de nuestro aparato psíquico. Así, a partir de 1920 y con Más allá del principio del placer pasa Freud a un nuevo nivel de análisis, nivel que trasciende el área del principio del placer, que está más allá de éste; por lo tanto trasciende a la psicología misma para internarse en terrenos que, siendo inmediatamente exteriores a ella, la determinan al establecer sus límites; estos territorios son:

1º) el campo de la biología, campo en el que incursiona justamente en este trabajo al profundizar el estudio de los instintos a partir del momento mismo del surgimiento de la materia orgánica;

2º) el campo de la cultura, campo, al igual que el biológico, que es límite, a la vez que determinante y constituyente de nuestra organización psicológica [Psicología de las masas y análisis del yo (1921); El porvenir de una ilusión (1927); El malestar en la cultura (1930); Moisés y el monoteísmo (1939)].

Así, entre 1900 y 1920 fue el período de expansión, tanto a nivel clínico como en términos de sus múltiples aplicaciones, de la psicología psicoanalítica; a partir de 1920 hasta 1939, año de la muerte de Freud, es el período en el que se establecen sus límites, tanto a nivel clínico como especulativo, límites que, como dije antes, permiten su más clara delimitación, categorización y profundización a nuevos niveles conceptuales: El yo y el ello (1923), Inhibición síntoma y angustia (1925), Nuevas aportaciones al psicoanálisis (1933), etcétera.

Resumiendo: al primer período, antes de 1900, podríamos llamarlo período de constitución del psicoanálisis; al segundo período, entre 1900 y 1920, de expansión; al tercer período, de 1920 a 1939, de delimitación del campo específico, determinación a partir de su más allá, diferenciación de niveles de organización dentro del aparato psíquico. En este primer esbozo no es posible superar un primer nivel de generalidad, por lo que tendré que pasar a considerar la evolución de conceptos determinados.

Desarrollo de los conceptos hasta 1900

El punto de partida son los estudios de Freud sobre histeria y en particular el análisis del síntoma histérico, que resultó ser producto de un conflicto que determina que un afecto no pueda ser expresado (descargado) en el momento correspondiente: el afecto queda retenido para luego descargarse (expresarse) bajo la forma de una conversión histérica. Develado el motivo desencadenante de ese conflicto, desaparece la represión o defensa, se expresa el afecto en forma directa y queda resuelto el síntoma [Estudios sobre la histeria, (1895)].

De la defensa, de los motivos desencadenantes, a la sexualidad infantil, pasando por los traumas infantiles, yendo cada vez más atrás en un análisis retrospectivo, Freud se encuentra, invariablemente, con traumas infantiles de índole sexual: para la histeria, una seducción sexual pasiva; para lo que Freud designó como neurosis obsesiva, una experiencia activa de seducción sexual. El paso siguiente fue la comprobación de que muchos de esos recuerdos son fantasías infantiles construidas a partir de los cuidados corporales y caricias de los primeros objetos de amor. No constituían, como pensaba Freud antes, episodios infantiles que sólo eran comprendidos por el niño al llegar a la pubertad, momento en que recién habrían adquirido un carácter patógeno. El niño ya de entrada experimenta los primeros cuidados maternos como experiencias sexuales o, mejor dicho, como experiencias que, desde nuestra conceptualización adulta, podemos llamar sexuales, experiencias y recuerdos que son luego olvidados y que sólo el análisis psíquico podrá hacer resurgir.

Y son olvidados, ¿por qué? No sólo el propio sujeto olvida esas primeras experiencias infantiles; los adultos en general parecen ignorar esas manifestaciones de sexualidad que, observando a un niño, son imposibles de desconocer. Hay por lo tanto un interés especial en desconocer dichas expresiones; ese desconocimiento es tendencioso. Tal vez sea una imposición cultural lo que determina el olvido de tales experiencias sexuales. El descubrimiento de éstas en el transcurso de un análisis psíquico impone el vencimiento de un sinnúmero de obstáculos, que son expresión de defensas que en el proceso terapéutico se manifiestan como resistencias contra éste.

Con respecto a estas experiencias de seducción, que Freud fue reconstruyendo, encontró que, en un gran número de casos, las personas, sujeto u objeto de la seducción eran los padres, hermanos o familiares cercanos al paciente; muchos de estos recuerdos se demostraron reales, pero muchos de ellos eran una construcción fantástica por parte del paciente, que tomaba como objeto sexual a las personas mencionadas, a partir de las primeras experiencias corporales con ellas. No es, por supuesto, casual que justamente los objetos y prácticas de la sexualidad infantil sean aquellos más intensamente prohibidos por la cultura. Aquello que los hijos expresan directamente encuentra su equivalente en el inconsciente de los padres. La sexualidad infantil es el contenido esencial de nuestro psiquismo inconsciente. El conflicto entre la sexualidad infantil y las tendencias culturales que se oponen a ella es lo que constituye la disposición a las neurosis, disposición que en cuanto encuentra circunstancias favorables (motivos desencadenantes) desembocará en la neurosis propiamente dicha. Tal conflicto (entre la sexualidad infantil y las tendencias culturales) es ante todo un conflicto exterior, conflicto entre los impulsos del niño y las prohibiciones de los padres, representantes de la cultura. El objetivo de la educación es que este conflicto exterior se interiorice, que lo que fue una prohibición exterior devenga prohibición interior que coarte los impulsos del niño en su origen mismo.

El mejor modo de coartar el impulso es a través de la amenaza de cortar la parte del cuerpo que es expresión e instrumento privilegiado para la obtención del placer sexual; en el caso del niño, el pene; en la mujer la evolución es más compleja y sólo queda reconstruida para Freud alrededor del año 1925; acá estoy describiendo la evolución previa y que desemboca en La interpretación de los sueños (1900). Estamos en pleno terreno del complejo de Edipo: luego de un desarrollo (desarrollo sexual o libidinal) en el que distintas partes del cuerpo van adquiriendo un lugar privilegiado como fuentes de placer sexual: primero el orificio bucal en el lactante, posteriormente el ano, en la época previa al control esfinteriano, así como todo el sistema muscular durante el desarrollo de la locomoción1, se establece al llegar a los 3 ó 4 años de edad la primacía de los órganos genitales; hay una búsqueda de placer referida a dicha zona, placer que primero es autoerótico (masturbación infantil) para luego, y con las mayores posibilidades de acción, dirigirse activamente, en la búsqueda de satisfacción, hacia objetos exteriores, ante todos los padres y particularmente, aunque no exclusivamente, al progenitor del sexo opuesto. La interferencia real del padre del mismo sexo, el deseo de que éste desaparezca, y a su vez el amor sexual por el padre del sexo opuesto, constituye el complejo de Edipo, llamado así por ser éste el tema del drama de Sófocles Edipo rey.

El amor por el padre, que también existe (en el caso del hijo varón), sus amenazas, que son vividas por el niño como amenazas de castración, junto con la imposibilidad biológica de llevar adelante sus deseos, determinan la renuncia al complejo de Edipo y la instalación, dentro ya del niño, de la prohibición, censura o defensa frente a toda manifestación de la sexualidad infantil. A partir de allí el niño ya es considerado un ser cultural.

De este modo, con la descripción del complejo de Edipo, en el que confluye toda la sexualidad infantil, su olvido, producto de la represión, la oposición, a partir de ese momento, de dos sistemas: uno que constituye la conciencia que responde a las tendencias culturales dominantes; otro, el inconsciente, reprimido, que responde a las tendencias impuestas por la sexualidad infantil, está armado el aparato conceptual del psicoanálisis, expuesto, ante todo, en el famoso capítulo VII, último de su obra La interpretación de los sueños.

Más tarde, en Una teoría sexual (1905) desarrolla el tema de la sexualidad: perversiones, evolución sexual infantil y modificaciones de la pubertad, expuestos aún sin desarrollar en La interpretación de los sueños. El caso Dora [Análisis fragmentario de una histeria, (1905)] es la aplicación de dichos conocimientos a un historial clínico de histeria.

¿Cómo acceder, en la práctica clínica, a ese inconsciente, constituido por la sexualidad infantil, subestructura reprimida sobre la que se asienta el síntoma neurótico? Freud fue desarrollando un método que tiene como punto de partida el hipnotismo; en este estado trataba de llegar a aquellos sucesos, no conocidos por el paciente en su personalidad consciente o despierta, que fueron los desencadenantes de la enfermedad. El paso siguiente consiste en el descubrimiento que esa ampliación de la conciencia, dada en el proceso hipnótico, podía ser conseguida sin recurrir a dicho artificio (no todos los pacientes son hipnotizables). Esto se lograba pidiéndole al paciente que permaneciera acostado y al principio, como en la hipnosis, con los ojos cerrados; que comunicase al médico todas las ocurrencias que tuviese a partir de un componente determinado del cuadro patógeno, aunque dichas ocurrencias fuesen aparentemente intrascendentes, o irrelevantes, o bien desagradables de comunicar. Este método tenía y tiene por objeto suprimir al máximo toda actitud crítica por parte del paciente con respecto a dichas ocurrencias. El acceso a tales motivaciones de los síntomas no es posible sin el vencimiento de ciertas resistencias, de las que dicha actitud crítica no es más que una manifestación, resistencias que no son otras que las que determinaron, en su momento, el olvido de los factores que intervinieron en la génesis de la enfermedad, olvido que a su vez fue uno de los factores de dicha génesis. Así fue desarrollando el método de la asociación libre, método que tiene por objeto crear las condiciones para lograr el acceso a tales contenidos reprimidos. Pero la asociación libre no es suficiente; se requiere, por parte del profesional, una búsqueda activa de dichos contenidos: esto se realiza a través de la interpretación.

¿Qué es la interpretación? Es la tentativa de buscar un significado a algo que, como un síntoma neurótico, se nos aparece como un sinsentido. Y se nos aparece como un sinsentido en tanto surge en un contexto, en una situación, en la que aparentemente no tiene nada que ver: interpretar un síntoma y a través de la interpretación –que no es, en principio, sino una hipótesis–, dilucidarlo, es ubicarlo en el contexto témporo-espacial en el que dicho síntoma –que no representa sino una acción, acción motora y o descarga o expresión de afecto–, sí tenía sentido.

La hipótesis de la cual parte Freud es que el paciente conoce, sin saberlo, el sentido de sus síntomas, por lo tanto el primer paso es preguntarle: ¿qué significa este síntoma? Pero como el paciente no sabe que lo sabe, no puede dar una respuesta directa, ya que en él actúan las resistencias que determinaron el olvido de dicho sentido (y muchas veces del acontecimiento portador de tal sentido). De este modo, la pregunta adecuada no es tampoco aquella que busca directamente la significación, sino que ésta debe ser buscada en forma mediata, a través de las asociaciones libres que nos permitirán formular, progresivamente, aquellas hipótesis que llamamos interpretaciones: de ahí que la pregunta “¿Qué significa esto?” equivale a “¿En qué contexto asociativo se inscribe para Ud. dicho fenómeno?” y este contexto asociativo irá progresivamente otorgando, para nosotros, el sentido que tiene dicho fenómeno, el lugar que ocupa en una totalidad determinada.

En esta búsqueda, no directa, sino mediada por las asociaciones libres, del sentido del síntoma, Freud fue encontrándose con algunos mediadores privilegiados cuyo sentido dio nuevas perspectivas no sólo al tema de las neurosis, sino también, y muy especialmente, al conocimiento de la constitución psíquica normal.