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¡De tener una aventura… a ser una novia ficticia! Con el corazón destrozado, Becky Shaw se retiró a los Cotswolds para pasar la Navidad. Allí esperaba calentarse delante de la chimenea y no entre los brazos de Theo Rushing, un atractivo italiano millonario. Mientras la tormenta de nieve tomaba fuerza en el exterior, la temperatura comenzó a subir en el interior... Se suponía que iba a ser un romance de vacaciones, hasta que Theo confesó que necesitaba aparentar que tenía novia y se llevó a Becky a Italia, a conocer su vida de lujo. Para proteger su corazón ella accedió a fingir una relación sin más, pero, cuando estalló la química entre ellos, pronto llegaron a un punto de no retorno.
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Cathy Williams
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Fuego en la tormenta, n.º 2570 - septiembre 2017
Título original: Snowbound with His Innocent Temptation
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-036-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
EN SERIO, Ali, ¡Estoy bien!
Era mentira. Becky Shaw no estaba nada bien.
Su trabajo estaba en juego. La consulta de veterinaria donde había trabajado durante los últimos tres años estaba en venta y a punto de convertirse en otro café para atraer a los turistas que llegaban a los Cotswolds durante la temporada de primavera y verano, tratando de capturar su belleza con sus cámaras y comprar artesanía local para intentar llevarse con ellos un poco de su encanto.
Sus amigas Sarah y Delilah acertaron cuando decidieron convertir su casa en taller y galería. Y no era que tuvieran que hacerlo por necesidad, teniendo en cuenta que ambas se habían casado con hombres millonarios.
Además tenía el problema del tejado, y estaba segura de que si escuchaba con atención podría oír el sonido de las gotas que caían dentro de los cubos que había colocado estratégicamente en el pasillo del piso superior.
–¡Siempre te he dicho que eres demasiado joven para vivir atrapada en la mitad de la nada! ¿Por qué no te vienes a Francia? Ven a visitarnos un par de semanas. Seguro que en la consulta pueden prescindir de ti quince días…
«Dentro de tres meses la consulta podrá prescindir de mí para siempre», pensó Becky.
Aunque no pensaba contárselo a su hermana. Tampoco tenía intención de irse al sur de Francia a visitar a Alice y a Freddy, su marido. El corazón se le encogió, tal y como le pasaba cuando pensaba en Freddy, y se esforzó para que al contestar a su hermana no le traicionara la voz.
–No estoy atrapada aquí, Alice.
–He visto los partes del tiempo, Becks. Siempre los miro en mi teléfono y en los Cotswolds dan mucha nieve para el fin de semana. Estarás aquí atrapada a mediados de marzo, mientras el resto del país espera la primavera. ¡Por favor! Me preocupo por ti.
–No deberías –miró por la ventana y se preguntó cómo era posible que todavía estuviera allí, en la casa familiar, cuando se suponía que había regresado de forma temporal para lamerse las heridas antes de continuar con su vida. Habían pasado tres años. Desde entonces, dejándose llevar, había aceptado un trabajo en la consulta de veterinaria y había convencido a sus padres para que retrasaran la venta de la casa durante un tiempo. Solo hasta que ella se recuperara. Su plan era pagarles una cantidad mensual hasta que hubiese avanzado en su carrera. Entonces, se marcharía de los Cotswolds y se dirigiría a Londres.
Sin embargo, allí estaba. A punto de quedarse sin trabajo y en una casa que había que vender porque cada día que pasaba estaba más deteriorada. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que la gotera se extendiera? ¿De veras quería despertarse por la noche con la cama flotando por la habitación?
Hasta el momento no había mencionado los problemas de la casa a sus padres. Ellos se habían marchado a Francia cinco años antes y, al poco tiempo, Alice y su marido también. Ella sabía que, si lo contaba, toda su familia aparecería en la casa con planes para rescatarla.
No necesitaba que la rescataran.
Era una excelente veterinaria. Norman, el hombre mayor que era propietario de la consulta, le haría buenos informes para recomendarla antes de vender y marcharse al otro lado del mundo. Ella no tendría problema para encontrar trabajo en otro lugar.
Además, las mujeres de veintisiete años no necesitaban que las rescataran. Y mucho menos por una hermana pequeña y unos padres preocupados.
–¿No debería ser yo la que me preocupara por ti?
–¿Porque eres tres años mayor?
Becky oyó su maravillosa risa e imaginó a su hermana sentada en el sofá con las piernas cruzadas y la melena rubia sobre uno de los hombros.
Freddy estaría haciendo algo práctico en la cocina. A pesar de que, igual que ella, era un veterinario muy trabajador, le encantaba regresar de la consulta, quitarse los zapatos y relajarse con Alice en la cocina. Allí solía preparar deliciosas comidas, puesto que era un magnífico cocinero.
Y adoraba a Alice. Se había vuelto loco por ella desde el primer momento en que la conoció. En esa época ella era una modelo camino de la fama y, aunque Becky nunca había imaginado que Freddy pudiera sentirse atraído por su hermana, una chica orgullosa de no haber tenido éxito académico y que no había leído un libro desde hacía años, se había equivocado.
Era la pareja mas feliz que se podía imaginar.
–Estaré bien –Becky decidió que otro día les contaría sus problemas–. No saldré en pijama en mitad de la tormenta de nieve, y si alguien es lo bastante estúpido como para salir con ese tiempo a ver qué puede pillar, no creo que se acerque a Lavender Cottage –miró la vieja cortina de la cocina y sonrió–. En el pueblo todos saben que guardo todas mis pertenencias en la caja fuerte del banco.
Lo único que tenía en la casa era ropa vieja, botas llenas de barro y herramientas para arreglar todo lo que se rompía… El tipo de cosas que nadie querría robar.
–Se me ocurrió que podías venir aquí y divertirte un poco antes de que llegue el verano y toda la gente. Sé que viniste para Navidad, pero estábamos tan ocupados con todos los invitados de mamá y papá que tengo la sensación de que hace años que no te veo. Quiero decir, a solas, como cuando éramos más jóvenes y… Bueno, y Freddy y yo…
–Estoy muy ocupada de momento, Ali. Ya sabes que dentro de poco empiezan a nacer los corderos y hay ovejas que necesitan atención por todos lados… Saldré de aquí lo más pronto que pueda. Lo prometo.
No quería hablar de Freddy, el chico que había conocido en la universidad y del que se había enamorado locamente. Se habían convertido en buenos amigos, hasta que él conoció a Alice y le propuso matrimonio.
El chico que le había partido el corazón.
–Cariño, Freddy y yo tenemos algo que contarte y preferiríamos hacerlo en persona…
–¿Qué? ¿Qué es? –preguntó Becky preocupada, imaginándose lo peor.
–¡Vamos a tener un bebé! ¿No es emocionante?
Lo era. Emocionante. Algo de lo que su hermana había estado hablando desde el momento que pronunció sí quiero, y avanzó por el pasillo con una alianza de oro en el dedo.
Becky se alegraba mucho por ella. Sin embargo, mientras se acomodaba para pasar la noche de uno de los pocos sábados en los que no estaba de guardia, sintió que el peso de las elecciones que había tomado durante los años recaía sobre ella.
¿Dónde estaban las discotecas de las que debería estar disfrutando? ¿Y las relaciones de amor? ¿Los pretendientes? ¿Y los mensajes de texto? Cuando Freddy se decidió por su hermana, Becky le dio la espalda al amor. A diferencia de Alice, ella se había pasado la adolescencia con la cabeza metida entre los libros. Siempre había sabido qué quería ser de mayor y sus padres siempre la habían animado con los estudios. Ambos eran profesores , su padre de universidad y su madre de un colegio de secundaria. Ella siempre había sido una niña buena que trabajaba duro. Alice, una chica guapa y esbelta, había decidido desde muy pronto que estudiar no era lo suyo y, sus padres, liberales y de izquierdas, no habían puesto ninguna objeción.
Así que, mientras Becky estudiaba, Alice salía de fiesta.
–¡Todo el mundo ha de ser libre para ser como quiere ser, sin tener que ceñirse a vivir según las expectativas de otras personas!
A los dieciocho años Becky se había incorporado a la vida de la universidad y se había percatado de que los estudios no eran compatibles con las noches de alcohol y fiesta.
Había decidido no disfrutar de tanta libertad y, enseguida, se había enamorado de Freddy, que estudiaba el mismo curso de veterinaria que ella.
Él también había pasado la adolescencia estudiando mucho. Era como su alma gemela y ella había disfrutado de su compañía, pero había sido demasiado tímida como para dar un paso más, así que sucedió lo inevitable.
Siempre había observado a su hermana desde la distancia, divirtiéndose de ver cómo Alice entraba y salía de las relaciones de amor, sin embargo, ella nunca se había sentido segura de dar el primer paso.
Y menos mal, porque si lo hubiera hecho la habrían rechazado. El chico al que consideraba su alma gemela, el chico con el que deseaba pasar el resto de su vida, solo estaba interesado en ella como amiga. Becky lo consideraba perfecto para ella. Estable, estudioso, respetuoso, con los pies en la tierra…
No obstante, él no estaba buscando a una mujer que tuviera esas cualidades.
Él quería una mujer vivaracha y superficial. Alguien capaz de retirar sus libros a un lado y sentarse en su regazo.
Él buscaba a una mujer alta, rubia y bella, no a una mujer menuda y pelirroja.
Cuando al anochecer comenzaron a caer los primeros copos de nieve, Becky se preguntó si retirarse a vivir a los Cotswolds había sido una buena idea. Podía imaginarse dentro de diez años haciendo las mismas cosas, en el mismo lugar. Su hermana pequeña sentía lástima por ella y sin darse cuenta se estaba convirtiendo en una caso de beneficencia, en el tipo de persona por la que la sociedad sentía lástima.
La casa se estaba cayendo a pedazos.
En pocos meses dejaría de tener trabajo y estaría obligada a hacer algo con su vida. Tendría que dejar la seguridad que le proporcionaba el mundo rural y sumarse a la vida de la juventud de la ciudad.
Tendría que empezar a salir con chicos otra vez.
Al pensar en ello, se sentía mareada.
No obstante, siguió pensando en ello, y solo dejó de hacerlo cuando sonó el timbre. Por una vez no le importó que la interrumpiera alguien que necesitaba ayuda con un animal. De hecho habría agradecido cualquier cosa que prometiera distraerla del camino oscuro que había tomado su pensamiento.
De camino a la puerta agarró su bolsa de veterinaria y su chaqueta impermeable y abrigada, algo imprescindible en aquella parte del mundo.
Abrió la puerta mientras se ponía una bota, con el gorro de lana en la cabeza y las llaves del coche en el bolsillo.
Lo primero en lo que se fijó fue en los zapatos. No pertenecían a un granjero. Estaban hechos de ante y empezaban a cambiar de color a causa de la nieve.
Después se fijó en los pantalones.
Caros. De color gris pálido y de lana. Muy poco prácticos. Ella apenas se percató de que estaba mirándolo atentamente, como si estuviera haciendo un inventario de su visitante inesperado, y se fijó en su abrigo de lana negro y en el jersey que llevaba debajo y que resaltaba un cuerpo tan masculino que provocó que se le cortara la respiración durante unos segundos.
–¿Piensa terminar pronto la inspección ocular? Más que nada porque me estoy empapando aquí fuera.
Becky levantó la vista y experimentó una mezcla de vergüenza y asombro.
Durante unos segundos se quedó sin habla, contemplando al hombre más atractivo que había visto en su vida.
Tenía el cabello negro y ligeramente largo. Las facciones del rostro perfectas. Los ojos grises y rodeados de largas pestañas.
Al ver que la miraba fijamente, Becky comentó:
–Deme dos segundos –se puso la otra bota y se preguntó si necesitaría su bolso. Probablemente no. No reconocía a aquel hombre y, por su manera de vestir, era evidente que no era ganadero así que no tendría que ayudar a parir a ninguna oveja.
Seguramente eso significaba que sería uno de los ricos de ciudad que tenían una segunda vivienda en alguno de los pueblos pintorescos de los alrededores. Era probable que hubiera ido a pasar el fin de semana con un grupo de amigos y que alguna de sus mascotas se hubiera hecho daño.
Solía ocurrir. Esas personas no se daban cuenta de que los perros y los gatos acostumbrados a camas de plumas y peluquerías caninas se volvían locos cuando llegaban al campo.
Entonces, cuando sus queridos animalitos regresaban cojeando o sangrando, los dueños no tenían ni idea de qué hacer. Becky no recordaba el número de veces que la habían llamado para atender y consolar al dueño de un perro o un gato que había sufrido un corte en la pata.
–¡Está bien! –dijo ella, poniendo un poco de distancia entre ambos–. Si no nos marchamos en cinco segundos, ¡será un infierno regresar hasta aquí! ¿Dónde tiene el coche? Lo seguiré.
–¿Seguirme? ¿Y por qué quiere seguirme?
Su voz era tan seductora como su cara.
–¿Quién es usted? –lo miró y se le aceleró el corazón.
–Ah. Quiere que me presente. Ahora vamos avanzando. Solo tiene que invitarme a pasar y todo regresará a la normalidad.
Aquello desde luego no era normal.
Theo Rushing había pasado las últimas cuatro horas y media conduciendo en segunda para transitar, en unas pésimas condiciones climatológicas, por aquellas carreteras estrechas y regañándose por pensar que sería una buena idea encargarse de aquel asunto en persona, en lugar de pedirle a uno de los empleados que lo hiciera.
Aquel viaje era un asunto personal y no quería delegar en nadie.
De hecho, lo que quería era muy sencillo. La casa a la que todavía tenían que invitarlo a pasar.
Suponía que sería capaz de conseguirla sin mucho esfuerzo. Después de todo, tenía dinero y, según le habían informado, la casa todavía pertenecía a la pareja que la compró originalmente. Para Theo, eso era un milagro. ¿Cuánto tiempo podía vivir una familia en un lugar donde solo había campo y nada que hacer? Sin duda aquella pareja pensaba en retirarse en algún lugar menos remoto…
El único asunto a debatir sería el precio.
Él quería comprar la casa y la compraría, porque era la única manera que se le ocurría para conseguir que la vida de su madre recuperara algo de vitalidad.
Por supuesto, en la lista de prioridades, la casa iba muy por debajo de su deseo de verlo casado, un deseo que se había intensificado mucho a partir del derrame cerebral que había sufrido unos meses antes.
No obstante, eso no iba a suceder. Él había visto lo que el amor podía destruir. Había observado a su madre retirarse de la vida cuando su esposo, y padre de Theo, se había matado de repente, impidiendo que la pareja pudiera disfrutar de su futuro y de estar con su hijo. Entonces, Theo solo tenía siete años, pero era lo bastante listo para saber que si su madre no hubiera entregado toda su esencia a eso que llamaban amor, no se habría pasado el resto de la vida viviendo la vida a medias.
La magia y el poder del amor eran cosas de las que él prefería prescindir. Su madre se negaba a aceptar tanto realismo y Theo había dejado de intentar convencerla para que lo comprendiera. Si ella quería seguir alimentando la fantasía de que algún día él se encontraría con la mujer perfecta, pues bien. Theo había decidido que ya no le presentaría a ninguna de las mujeres imperfectas con las que salía, ya que nunca conseguiría que su madre les diera el visto bueno.
Así que solo quedaba la casa.
Lavender Cottage… la primera casa de sus padres… el lugar donde lo habían concebido a él… y la casa de la que su madre se había marchado cuando su padre había sufrido aquel terrible accidente. Niebla… Un camión circulando a velocidad excesiva… Su padre iba en bicicleta y no tuvo oportunidad…
Marita Rushing se había quedado viuda muy joven y nunca se había recuperado. Nadie había tenido la oportunidad de ayudarla a superar el fantasma del esposo perfecto. Ella seguía siendo una mujer muy bella, pero cuando uno la miraba no veía sus grandes ojos negros ni su melena oscura… Solo la tristeza de una vida dedicada a los recuerdos.
Y desde hacía poco tiempo, ella quería regresar al lugar donde residían los recuerdos.
La nostalgia había sido una fiel compañera y ella deseaba enfrentarse al pasado para poder superarlo. Regresar a la casa, era parte esencial de la terapia.
En aquellos momentos, ella estaba en Italia. Llevaba allí seis semanas, visitando a su hermana. Los recuerdos acerca de la casa y su deseo de regresar a esa zona para pasar los últimos años de su vida, se habían sustituido por insinuaciones acerca de que quizá se mudara a Italia y se olvidara de Inglaterra.
–Apenas estás en el país –le había dicho ella un par de semanas antes. Era algo que Theo no podía discutir–. Y cuando estás, bueno, ¿qué soy yo para ti aparte de una madre mayor a la que estás obligado a visitar? No es como si tuviera una nuera, o nietos, o alguna de esas cosas que espera tener una mujer de mi edad. ¿Qué sentido tiene que yo esté en Londres, Theo? Te vería lo mismo que si viviera en Tombuctú.
Theo quería a su madre, pero no podía prometerle que tendría una esposa, ni que le daría nietos. Era algo que no contemplaba para su futuro.
Si de verdad hubiera pensado que ella iba a ser feliz en Italia, él la habría animado a quedarse en la villa que le había comprado seis años antes, pero quedaba demasiado lejos de la ciudad donde se había criado y donde vivía su hermana.
Después de dos semanas ella regresaría a Londres, aliviada de estar de regreso y con montones de historias acerca de Flora, su hermana mandona.
Puesto que de momento se estaba recuperando del derrame, Flora se comportaba de manera cariñosa y amable con ella. Sin embargo, si su madre decidiera quedarse allí de forma permanente, Flora se convertiría pronto en la hermana mayor que la volvía loca.
–¿Para qué se viste? –preguntó Theo sorprendido. La chica que vivía en la casa era una mujer menuda y rellenita, pero él se quedó atrapado por la mirada de sus ojos color turquesa y su cutis perfecto–. Y todavía no me ha contado quién es.
–Creo que no es momento de charlar –Becky pestañeó y se esforzó para pensar con claridad. Cada vez hacía más frío y nevaba con más fuerza–. Lo acompañaré, pero tendrá que traerme de nuevo –pasó a su lado y salió a la parte delantera de la casa. Se fijó en el Ferrari de color rojo que estaba mal aparcado y dijo–: ¡No me diga que ha venido en eso!
Theo se volvió hacia ella. Becky había pasado a su lado como una flecha y contemplaba su coche con las manos en las caderas.
Él no tenía ni idea de qué era lo que estaba pasando.
–¿Traerla de nuevo? –consiguió decir.
–¿Está completamente loco? –Becky suspiró–. ¡No pienso subirme a ese coche con usted! Y no puedo creer que pensara que venir a buscarme conduciendo ese coche fuera buena idea. ¿Es que no se entera de nada? No hay que ser un genio para saber que esas carreteras son mortales para esos coches ridículos?
–¿Coches ridículos?
–¡Yo que voy con el coche adecuado considero que las carreteras son difíciles!
–Resulta que ese coche ridículo es un Ferrari que cuesta más de lo que, probablemente, gana usted en un año –Theo se pasó la mano por el cabello–. ¡Y no tengo ni idea de por qué estamos aquí fuera hablando de coches en medio de la tormenta!
–¿Cómo diablos se supone que vamos a llegar hasta donde está su mascota si no conducimos hasta allí? A menos que tenga un helicóptero esperando en algún sitio…
–¿Mascota? ¿Qué mascota?
–¡Su gato!
–¡Yo no tengo gato! ¿Por qué iba a tenerlo? ¿Por qué iba a tener una mascota y que la ha llevado a pensar eso?
–¿Quiere decir que no ha venido a buscarme para que ayude a un animal?
–Es veterinaria –de pronto, la bolsa, la ropa de abrigo y las botas de agua llenas de barro cobraron sentido.
Theo había ido a la casa para echar un vistazo y decidir cuánto estaba dispuesto a ofrecer. Lo mínimo posible. Su madre había aceptado la primera oferta que le habían hecho, porque estaba desesperada por salir de allí. Él tenía intención de aprovechar que la casa estaba en mal estado para hacer una oferta muy baja.
–Así es… Y si no tiene una mascota y no necesita mi ayuda, ¿para qué diablos está aquí?
–Esto es ridículo. Hace mucho frío. Me niego a mantener una conversación a temperatura bajo cero.
–Me temo que no me siento cómoda dejándolo pasar a mi casa –Becky lo miró. Era un hombre alto y había aparecido en su casa de repente. Ella estaba sola y nadie la oiría si gritaba pidiendo ayuda. Si es que la necesitaba.
Theo estaba indignado. Nunca, nadie se había atrevido a decirle algo así en su vida. Y mucho menos una mujer.
–¿Qué es lo que sugiere? –preguntó mirándola con frialdad.
Becky se sonrojó, pero no cedió.
–No lo conozco –lo miró de forma retadora. Todo su cuerpo estaba activado por su presencia. Era como si, por primera vez en su vida, ella fuera consciente de su cuerpo, de su feminidad, de sus senos hinchados y sus pezones turgentes. Se sentía incómoda y desconcertada.
–Podría ser cualquiera. Pensé que había venido a buscarme porque necesitaba ayuda con un animal, pero no es así. Entonces, ¿quién diablos es y por qué cree que voy a permitir que entre en mi casa?
–¿Su casa? –recorrió con sus ojos grises el edificio y sus alrededores–. Es demasiado joven para ser la dueña de este lugar, ¿no cree?
–Soy mayor de lo que piensa –Becky se puso a la defensiva–. Y, aunque no sea asunto suyo, sí, esta casa es mía. O al menos, me ocupo de ella mientras mis padres están de viaje. Así que, no permitiré que entre. Ni siquiera sé su nombre.