Fuego y pasión - Lori Foster - E-Book
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Fuego y pasión E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Ella lo necesitaba por una buena causa... él la necesitaba para otras cosas buenas. Amanda Barker tenía que conseguir al bombero Josh Marshall; con ese cuerpo, esa seductora sonrisa y su reputación de conquistador vendería miles de calendarios para recaudar fondos. Pero parecía que Josh no estaba muy dispuesto a cooperar, de hecho, ni siquiera quería jugar limpio... Josh se había negado una y mil veces a posar para aquel calendario benéfico, pero Amanda no aceptaba un no por respuesta. Claro que si ella accedía a hacer algo a cambio, quizá él acabara por aceptar...

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Lori Foster

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Fuego y pasión, n.º 1222 - septiembre 2014

Título original: Mr. November

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4687-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Josh

Amanda Barker se asomó al vestuario con interés. Había estado acosándolo en el parque de bomberos infinidad de veces, pero jamás se había atrevido a pasar a aquella zona privada.

Había una zona de duchas adyacente al vestuario, y Amanda pensó que alguien debía de haberlas utilizado porque el ambiente estaba húmedo y caldeado. Había varias toallas blancas tiradas en el suelo, en los bancos y en las sillas de madera. Amanda arrugó la nariz. La habitación olía a jabón, a hombre, a humo y a sudor.

Aparte del olor a humo, no le resultó desagradable.

Entró y miró a su alrededor.

El vestuario y las duchas adyacentes parecían vacías, pero sabía quién estaba allí. El vigilante se lo había dicho. Muy sonriente, el hombre le había dado permiso para entrar, listo para conspirar con ella y conseguir que el teniente más infame cooperara.

Detrás de ella, en las salas principales, oyó las charlas y risas de los bomberos que se marchaban a casa, charlando con los del nuevo turno. Eran un grupo al que le gustaba coquetear; también eran muy machos y amantes de la diversión, para contrarrestar la gran responsabilidad de su trabajo. Todos contaban además con una excelente forma física, y lucían unos cuerpos esbeltos y musculosos, gracias a un riguroso entrenamiento físico.

Todos eran apuestos y lo sabían. A excepción de uno de ellos, todos estaban dispuestos, incluso deseosos de ayudarla con el calendario, posando para las fotos de cada mes.

El dinero que sacaran de las ventas iría a la asociación de quemados.

Amanda rezó para que ninguno de los demás hombres entrara en el vestuario; ya era hora de que Josh y ella dejaran claras algunas cosas. Desde que había empezado el proyecto, Josh se había negado a tomar parte y la había evitado cada vez que ella había intentado persuadirlo. Ni siquiera había contestado a sus llamadas.

Aquel hombre era un testarudo y un egoísta, y ella tenía la intención de decírselo, pero no quería tener un público delante cuando lo hiciera. Las discusiones no eran lo suyo; en realidad, las evitaba cuando era posible. Lo malo era que él no le quería dejar que evitara aquella.

Por mucho que la disgustara reconocerlo, necesitaba a Josh Marshall. Él tenía que comprender la importancia de lo que ella esperaba poder hacer, y acceder a tomar parte en su nuevo proyecto benefactor. Aunque todos los hombres eran apuestos, Josh Marshall era más que eso. Aparte de ser muy guapo, era sexy y encantador. Sería el perfecto Míster Noviembre y el modelo perfecto para la portada. Utilizarían sus fotos para publicidad en los periódicos locales, en las tiendas de libros y en la Red.

De un modo un otro, Amanda tenía la intención de que él colaborara.

Amanda percibió el ruido de unos pies descalzos pisando sobre el suelo mojado. Se dio la vuelta y allí estaba él, con su metro ochenta de estatura. Con la tranquilidad de costumbre, como si no tuviera ni una preocupación en el mundo, se apoyó sobre el marco de la puerta. Tenía el cabello húmedo y la piel brillante de la ducha, con una toalla pequeña cubriéndole las caderas estrechas. Diminutas gotas de agua se deslizaban lentamente por su pecho y abdomen musculoso hasta perderse en la toalla. Tenía los brazos y las piernas cruzadas.

Amanda lo había visto con su uniforme de teniente, lo había visto sudoroso y acalorado después de intervenir en un incendio, y lo había visto relajado, sentado en la sala, de guardia pero desocupado. Pero nunca lo había visto casi desnudo, y sin duda era... una auténtica sorpresa.

Se puso derecha. Como era mucho más alto que ella, tuvo que echar la cabeza un poco para atrás para mirarlo; claro que eso no le importaba.

–Teniente Marshall.

Sus ojos verde oscuro, que tantas veces la habían ignorado, se fijaron en ella en ese momento. Josh Marshall la miró de arriba abajo; desde los zapatos salón, pasando por el traje rosa pálido, hasta las perlas que adornaban sus orejas. Entonces sonrió antes de volverse hacia uno de los armarios.

–Señorita Barker.

Abrió el armario y sacó un bote de colonia, del cual se echó un poco en las manos para después repartírselo por el cuello y la cara.

Al instante aquel aroma le llegó con fuerza, y Amanda lo aspiró con agrado. Reconoció aquel perfume de otras ocasiones en las que había hablado con él, pero en ese momento todo era distinto. En ese momento Josh Marshall estaba casi desnudo.

Retrocedió un paso involuntariamente y se pegó contra una pared. Josh Marshall se dio cuenta enseguida, se lo notó en su sonrisa y en el brillo de interés de sus ojos verdes. Contuvo la respiración esperando a ver qué le decía él, cómo se burlaría de ella, pero en lugar de eso sacó un peine y empezó a peinarse.

–¿Cómo ha entrado aquí?

Nunca en su vida había visto a un hombre acicalándose. Josh Marshall... bueno, fue algo inesperado. Los músculos potentes de sus brazos se hinchaban y flexionaban mientras se peinaba el pelo húmedo hacia atrás. Se fijó en sus axilas y en el vello castaño que nacía allí. Amanda se sorprendió al notar que se le aceleraba el pulso. De algún modo, esa parte de Josh le pareció más íntima que sus piernas o su abdomen.

–¿Se le ha comido la lengua el gato? –le preguntó mientras se ponía una camiseta.

Amanda tuvo que aclararse la voz antes de hablar.

–El vigilante me dejó pasar para poder hablar con usted.

–Es usted una cosita muy persistente, ¿no?

Amanda ignoró el comentario sexista, aunque sabía que era cierto. Era persistente y desde luego era muy menuda.

–No me ha devuelto mis llamadas.

–No, ¿verdad? –dijo con poco interés–. ¿Se ha preguntado por qué?

Mientras decía eso sacó un par de calzoncillos de algodón, y Amanda miró hacia otro lado momentos antes de que la toalla cayera.

–Es usted muy testarudo –continuó diciéndole mientras le daba la espalda.

–En realidad intentaba ser directo. No quiero participar en el calendario, de modo que no tiene sentido malgastar ni su tiempo ni el mío.

–Pero lo necesito.

Por su silencio, Amanda sintió que él se quedaba pensativo un momento.

–¿Está decente ya?

Él soltó una risotada.

–Eso nunca.

Amanda tuvo ganas de gemir, de preguntarle por qué tenía que provocarla y mostrarse tan intratable. Pero sabía que así no se lo ganaría.

–¿Se ha puesto ya los pantalones?

–Sí.

Se dio la vuelta y vio que no era verdad. Llevaba unos calzoncillos tipo pantalón corto y una camiseta, pero nada más.

Al verlo allí sentado en uno de los bancos, Amanda pensó que Josh Marshall era el hombre más viril que había visto en su vida. Inconscientemente fijó la vista en el bulto de su sexo bajo la ropa interior y se quedó mirándolo unos segundos sin darse mucha cuenta de lo que hacía.

–¿Quiere que vuelva a quitármelos?

Ella lo miró rápidamente a la cara.

–¿Cómo?

–Los calzoncillos –le explicó en tono sensual–. Puedo quitármelos si quiere echar un buen vistazo.

Amanda se echó a reír para disimular la vergüenza, pero él estaba de lo más serio. ¿Sería lo bastante disoluto para hacer lo que acababa de sugerir? Con solo mirarlo a los ojos supo que la respuesta era afirmativa.

En realidad parecía... ansioso por hacerlo.

–Teniente...

–¿Por qué no me llama «Josh»? Después de cómo me ha acariciado con esos bonitos ojos marrones, siento que ahora tenemos un poco más de confianza.

–No –Amanda sacudió la cabeza–. Me disculpo por mirarlo así. Reconozco que ha estado mal por mi parte, y le prometo que no volverá a ocurrir. Preferiría mantener nuestro contacto a un nivel estrictamente profesional.

–Ah, pero eso no me vale –Josh se puso de pie, y su maldita sonrisa le dijo a Amanda que no le iba a gustar lo que iba a ocurrir a continuación.

Se echó a un lado, lista para escapar de él, y al hacerlo se chocó contra la puerta abierta de uno de los armarios. Se tambaleó sobre los zapatos de tacón alto y a punto estuvo de caerse. Josh no le dejó tiempo para avergonzarse. Se acercó a ella y la miró a los ojos. Y tan cerca estaba que a Amanda no le quedó más remedio que respirar el aroma especiado de su cuerpo fuerte y abrumador. Apoyó las manos a ambos lados del armario sobre el cual ella estaba apoyada, inmovilizándola de ese modo. Sus muñecas le rozaban las sienes.

–Teniente...

Amanda ya no sentía miedo. Sus sentimientos se habían calmado tras siete años de distanciamiento. Pero en ese momento el pánico volvió.

–No, no –murmuró–, de eso nada.

Muy despacio, con mucha sensualidad, se inclinó sobre ella como si fuera a besarla, y Amanda pensó en ponerse a gritar. El corazón le latía a toda prisa. Pasaron varios segundos, pero él no la besó. Lo que sintió fue un gran alivio y cierta decepción.

Entonces él le rozó la mejilla con la nariz y aspiró hondo, y Amanda se estremeció.

–¿Qué está haciendo?

–Acabo de decidir cómo voy a manejarte, Amanda.

Su aliento cálido le acarició la oreja, causándole estremecimientos.

¿Manejarla? No podía moverse ni un centímetro sin tocarlo; así que Amanda decidió no moverse.

–¿De qué está hablando?

Él sonrió cuando Amanda lo miró con curiosidad.

–Quiero acostarme contigo.

Amanda abrió la boca involuntariamente. No, no era posible que acabara de decir que... Se echó a reír de lo ridículo de la idea.

–No, no lo creo –consiguió decir.

A Josh pareció confundirlo un poco su reacción. Ladeó la cabeza, entrecerró los ojos y la estudió.

–Ahí es donde te equivocas, cielo. Has estado persiguiéndome...

–¡Para que colabore en un evento benéfico!

–... durante un mes ya. He decidido que ha llegado el momento de ser yo el que persiga –la miró a la cara, fijándose un momento en sus labios, y entonces se inclinó otra vez hacia ella–. Desde luego hueles de maravilla.

De todas las cosas extrañas que podrían haber ocurrido, aquella fue la que Amanda menos se habría esperado. ¿Josh Marshall persiguiéndola? ¿Un hombre que siempre la había mirado con mala cara y que solo se había molestado en negarle su ayuda todo el tiempo?

Su reserva desapareció y fue sustituida por la inquebrantable fachada de desinterés que tantos años atrás había decidido mostrar al mundo. Josh Marshall no le importaba, de modo que no podría hacerle daño. Nadie podría.

Algo más segura de sí misma, le plantó ambas manos en el pecho y lo empujó para que se retirara. Él retrocedió un poco.

–Teniente, hágame caso. No me desea. Yo no le intereso en absoluto.

–Al principio no lo creí así –le dijo mientras le agarraba las manos y las mantenía contra su pecho–. Pero como he dicho, he cambiado de opinión.

Con suavidad, porque tenía la esperanza de cortar de raíz su plan descabellado sin causar ningún resentimiento, le dijo:

–Pues cambie de opinión otra vez, teniente. De verdad.

Él se quedó algo sorprendido por la respuesta a su insinuación. Amanda sonrió para sus adentros. Sin duda la mayoría de las mujeres habrían esbozado una sonrisa tonta, deseosas de conocerlo mejor, emocionadas con la idea de compartir su cama.

Amanda se estremeció. No quería malgastar su tiempo en sueños imposibles, y desde luego no quería malgastarlo en hombres. Así no.

Las razones subyacentes a ese comportamiento no importaban. Lo que importaba era que Josh Marshall no la persiguiera. Eso solo acabaría fastidiándolos a los dos.

Él levantó una mano y le acarició la mejilla con las puntas de los dedos. En su mirada Amanda vio comprensión y preocupación.

–¿De qué tienes tanto miedo? –le preguntó en voz muy baja.

Amanda estuvo a punto de perder el equilibrio. Sintió que se ahogaba y empezaron a temblarle las piernas. ¡No! No era posible que hubiera detectado su miedo. Lo tenía muy bien escondido y tan enterrado que nadie, ni siquiera ningún familiar, lo había percibido. Los hombres la acusaban de ser frígida, homosexual, una mujer malvada... Pero nadie había notado el miedo con el que vivía.

–Calla. No pasa nada. Es que no lo sabía –Josh continuó acariciándola, y entonces se apartó y la miró a los ojos–. Sea lo que sea, Amanda, iremos despacio. Te lo prometo.

–¡No iremos a ningún sitio! –el corazón le latía tan deprisa que sintió náuseas, y se apretó el estómago con el puño para intentar calmarse–. No tengo ningún interés, Josh.... Teniente Marshall.

–Oh, sí que tienes interés. Creo que incluso has pensado en nosotros dos juntos en un par de ocasiones. ¿Tal vez en forma de fantasía erótica cuando te metes en la cama?

–Se está equivocando de una manera muy ridícula.

A Josh lo sorprendió su vehemencia.

–¿Un ex violento? ¿Una vida infeliz?

–No y no.

–Será mejor que me lo cuentes –dijo Josh con expresión pensativa–. O bien te lo sacaré tarde o temprano.

¡Qué hombre tan imposible!

–¿Pero por qué iba a querer saber nada?

Él se encogió de hombros.

–Está claro que hay un problema, y no podemos hacer el amor hasta que quede resuelto.

Ella se quedó boquiabierta de nuevo.

–Dios mío, su presunción es increíble.

–Confianza, no presunción –se encogió de hombros–. Conozco bien a las mujeres. Estás ocultando algo, algo que te aterroriza, y ahora estoy doblemente intrigado –Josh la miró con interés–. Estoy empezando a pensar que esto va a ser divertido. Nada que ver con la tarea que imaginaba al principio.

Sus palabras la asombraron. Entonces soltó una risotada irónica.

–¿Tarea? ¿Espera congraciarse conmigo haciendo ese tipo de comentarios?

Josh le guiñó un ojo mientras se ponía los vaqueros y se sentaba de nuevo en el banco para ponerse los calcetines y abrocharse las botas.

–No quiero ganarte, cariño. Solo quiero acostarme contigo.

Amanda se puso tensa inmediatamente y sintió el latido silencioso de la jaqueca. Se frotó las sienes, intentando pensar.

–Creo que nos estamos yendo por las ramas –tomó aire y sonrió levemente–. Lo único que quiero es que acceda a que le tomemos unas fotos. Una hora de su tiempo...

Josh se puso de pie y empezó a ponerse un cinturón de cuero negro.

–Cena conmigo.

Amanda apretó los dientes.

–No. Gracias.

Él se abrochó el cinturón y sacó una cazadora de cuero negro del armario, que se echó al hombro. La miró. Josh era la personificación de la arrogancia masculina.

–Se me ocurrió que podríamos hablar del calendario.

La indecisión batalló con la esperanza. ¿Le permitiría al fin tomar las fotos que necesitaba? ¿O solo querría engatusarla para salirse con la suya?

La gran duda era si podría manejarlo o no, aunque sospechaba que no iba a poder. Por infinidad de cosas sabía que Josh Marshall no se parecía en nada a ningún hombre que había conocido. Era persuasivo, un seductor en pleno sentido de la palabra; un hombre extremadamente viril y no menos seguro de sí mismo, aunque encantador al mismo tiempo. Y para colmo, tenía un cuerpo que quitaba el hipo, y todas la mujeres se volvían para mirarlo.

No acabarían en la cama, por supuesto, de modo que Amanda no estaba preocupada por eso. Su confianza y su éxito con las mujeres era irrelevante. Lo que la preocupaba era cuánto iba a hacerla sufrir antes de rendirse. Y sin saber por qué, le pareció que no era de los que se rendían con gusto.

Pero si accedía a posar para el calendario, ¿importaría mucho si tenía que aguantar sus tácticas de seducción? Resistiría porque era lo que tenía que hacer, y al final conseguiría lo que de verdad buscaba.

–De acuerdo.

La expresión de Josh se suavizó.

–Te prometo que no se acercará a la degradación que imaginas.

–Claro que no –contestó, sabiendo que necesitaba tenerlo de su lado–. La cena irá bien, por supuesto.

Sin su permiso, Josh se acercó a ella y le echó un brazo musculoso por los hombros. Sintió el calor de su mano al descansar sobre su cintura. Antes de que pudiera reaccionar, la empujó hacia delante.

–Tengo unas cuantas reglas que me gustaría discutir mientras salimos.

–¿Reglas?

Con la proximidad de Josh, Amanda se sentía insegura.

–Eso es. Y la regla número uno es que tienes que tutearme y llamarme «Josh». Nada de teniente Marshall.

Eso podría soportarlo.

–Si insisto...

–Regla número dos. Nada de hablar de ningún fuego. Me gusta olvidarme de mi trabajo cuando no estoy de servicio.

–De acuerdo.

Cuando salieron del parque de bomberos, los hombres los miraron. Unos cuantos se echaron a reír, otros les hicieron algunas sugerencias al pasar y Josh, sin aminorar el paso, hizo un gesto brusco en dirección a los hombres y continuó caminando. Pero cuando Amanda lo miró, vio su expresión de satisfacción, y tal vez de suficiencia.

Que creyera lo que quisiera; a ella le daba igual. Lo único que le importaba era su proyecto.

Y eso significaba que debía ocuparse de él. Pero solo durante un tiempo limitado.

Josh observó a Amanda mientras salían a esa fría noche del mes de octubre. Acababa de terminar un turno de doce horas y, después de dos salidas de emergencia, debería haber estado cansado. En realidad, había estado cansado. Su único pensamiento había sido llegar a casa y tirarse a dormir. Sin embargo, en ese momento estaba expectante y ardiente. Y todo por Amanda Barker.

A través de la mano que lo agarraba de la cintura, sintió el desasosiego que ella intentaba ocultar por todos los medios. No era una reacción a la que estuviera acostumbrado por parte de las mujeres. Pero Amanda Barker era muy distinta a lo que él estaba acostumbrado.

Tampoco era ni por asomo lo que él quería en una mujer.

Claro que eso no parecía importar esa noche. Nada más decidir darle la vuelta a la tortilla, Josh se había sorprendido a sí mismo pensando en ella en muchas ocasiones. Llevaba unos días en los que solo podía pensar que le quitaba aquellos trajes tan femeninos y le despeinaba el cabello cuidadosamente atusado.

Quería ver si Amanda Barker podía dejar de ser tan dulce, refinada y elegante. Quería verla salvaje y sin reservas.

Quería oírla gritar cuando alcanzara el clímax, sentir sus uñas perfectamente pintadas de color rosa clavándose en su espalda mientras se meneaba debajo de él.

Josh se detuvo y aspiró hondo. Puso los brazos en jarras, bajó la cabeza y se echó a reír. Maldita fuera, se estaba descontrolado.

No había esperado que ella apareciera allí esa noche; aunque en realidad las dos salidas de emergencia lo habían dejado demasiado agotado para pensar. De modo que lo había sorprendido esperándolo en los vestuarios.

Una sorpresa agradable, la verdad.

Había tomado la decisión hacía una semana y desde entonces no había dejado de pensar en ello. Al menos una docena de veces había imaginado su encuentro, cómo se acercaría a ella y lo que le diría, y cómo reaccionaría ella a su insinuación.

Pero ni una sola vez había imaginado ver el miedo en su expresión.

–¿Teniente Marshall?

Josh subió la cabeza y la miró.

–¿Josh, recuerdas?

–Lo siento –se pasó la lengua por los labios–. ¿Josh, pasa algo? Porque quiero saber que si has cambiado de opinión, en cuanto a la cena, claro está, me parece bien. Podemos quedar para la sesión fotográfica y despedirnos aquí mismo.

La verdad era que no quería tener nada que ver con él.

Josh detestaba verse obligado a enfrentarse a su amor propio, pero... esa vez se quedó sorprendido. Había conocido a mujeres que no habían querido tener nada que ver con él. A sus veintisiete años lo habían rechazado también bastantes veces por mujeres que ya tenían alguna relación, o a las que no les gustaban los riesgos que conllevaba su profesión.

Recientemente había sido rechazado por dos mujeres increíbles que habían elegido a sus mejores amigos. Sonrió al pensar en lo felices que eran Mick y Zack.

Sí, Wynn y Delilah lo querían, pero solo como amigo.

Exceptuando a Amanda, jamás había sufrido un desinterés total. Y el porqué de tal desinterés era algo que pensaba averiguar.

–No he cambiado de opinión –Josh notó que ella se ponía tensa y decidió decir algo perverso–. Me estaba imaginando cómo podías ser en la cama. Si serás tan repipi y delicada, o si te dejarás llevar.

Una rápida sucesión de distintas expresiones asomaron a su rostro: vergüenza, incredulidad y finalmente rabia. Le dio la espalda y se cruzó de brazos.

Las primeras palabras que dijo lo pillaron de sorpresa.

–No soy repipi.

Josh sonrió de oreja a oreja. ¿Habría conseguido azuzar su vanidad?

–¿Ah, no? –arrastró las palabras solo para fastidiarla más–. A mí me lo pareces. No lo sé, pero estoy seguro de que llevas las uñas de los pies pintadas, ¿verdad?

–¿Y?

Le encantaría verle los pies. Los tenía pequeños, delgados e interminablemente arqueados sobre los tacones altos y sexys. Tenía unas piernas estupendas, pero siempre llevaba faldas demasiado largas que le impedían verle los muslos.

–Hace frío –miró la luna y se frotó los brazos con fuerza–. ¿Tienes intención de quedarte ahí toda la noche insultándome?

Amanda se había puesto un abrigo de cachemir color crema y unos guantes de piel del mismo color. El abrigo era muy bonito, pero no tenía pinta de abrigar mucho. Josh pensó en calentarla, pero ella no parecía muy receptiva en ese momento.

–No me lo tomé como un insulto. Más bien como una observación.

–Entonces no me gustaría saber lo que tú consideras un insulto.

Aquella mujer lo frustraba. Pero a él le gustaban los desafíos.

–Mi coche está por aquí.

Ella lo miró con sospecha.

–Dime adónde vamos y nos encontraremos allí.

Ni hablar. Una vez que la tenía no quería arriesgarse a que cambiara de opinión. Por alguna razón, el estar con ella esa noche cobraba cada vez más importacia.

–No. Vamos juntos.