Fuenteovejuna - Félix Félix - E-Book

Fuenteovejuna E-Book

Félix Félix

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Beschreibung

Fuenteovejuna es una obra de contenido social y reivindicativo. Presenta la rebelión del pueblo, unido ante la tiranía y la injusticia expuestas crudamente a finales del siglo XVI principios del XVII; la obra está escrita en 1612 y se puede considerar de una gran valentía y de carácter pedagógico.

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Fuenteovejuna

Félix Lope de Vega

Booklassic 2015 ISBN 978-963-523-894-1

Personajes

La reina ISABEL de Castilla El REY Fernando de Aragón Rodrigo Téllez Girón, MAESTRE de la Orden de Calatrava Fernán Gómez de Guzmán, COMENDADOR Mayor de la Orden de Calatrava Don Gómez MANRIQUE Un JUEZ Dos REGIDORES de Ciudad Real ORTUÑO, criado del Comendador FLORES, criado del Comendador ESTEBAN, Alcaide de Fuenteovejuna ALONSO, un regidor de Fuenteovejuna Otro REGIDOR de Fuenteovejuna LAURENCIA, labradora de Fuenteovejuna, hija de Esteban JACINTA, labradora de Fuenteovejuna PASCUALA, labradora de Fuenteovejuna JUAN ROJO, labrador FRONDOSO, labrador MENGO, labrador gracioso BARRILDO, labrador LEONELO, Licenciado en derecho CIMBRANO, soldado Un MUCHACHO LABRADORES y LABRADORAS MÚSICOS

Parte 1

Salen el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO, criados

COMENDADOR: ¿Sabe el maestre que estoy

en la villa? FLORES: Ya lo sabe. ORTUÑO: Está, con la edad, más grave. COMENDADOR: Y ¿sabe también que soy Fernán Gómez de Guzmán? FLORES: Es muchacho, no te asombre. COMENDADOR: Cuando no sepa mi nombre, ¿no le sobra el que me dan de comendador mayor? ORTUÑO: No falta quien le aconseje que de ser cortés se aleje. COMENDADOR: Conquistará poco amor. Es llave la cortesía para abrir la voluntad; y para la enemistad la necia descortesía. ORTUÑO: Si supiese un descortés cómo le aborrecen todos y querrían de mil modos poner la boca a sus pies-, antes que serlo ninguno, se dejaría morir. FLORES: ¡Qué cansado es de sufrir! ¡Qué áspero y qué importuno! Llaman la descortesía necedad en los iguales, porque es entre desiguales linaje de tiranía. Aquí no te toca nada; que un muchacho aún no ha llegado a saber qué es ser amado. COMENDADOR: La obligación de la espada que se ciñó, el mismo día que la cruz de Calatrava le cubrió el pecho, bastaba para aprender cortesía. FLORES: Si te han puesto mal con él, presto lo conocerás. ORTUÑO: Vuélvete, si en duda estás. COMENDADOR: Quiero ver lo que hay en él.Sale el MAESTRE de Calatrava y acompañamiento MAESTRE: Perdonad, por vida mía, Fernán Gómez de Guzmán; que agora nueva me dan que en la villa estáis. COMENDADOR: Tenía muy justa queja de vos; que el amor y la crianza me daban más confianza, por ser, cual somos los dos, vos maestre en Calatrava, yo vuestro comendador y muy vuestro servidor. MAESTRE: Seguro, Fernando, estaba de vuestra buena venida. Quiero volveros a dar los brazos. COMENDADOR: Debéisme honrar; que he puesto por vos la vida entre diferencias tantas, hasta suplir vuestra edad el pontífice. MAESTRE: Es verdad. Y por las señales santas que a los dos cruzan el pecho, que os lo pago en estimaros y como a mi padre honraros. COMENDADOR: De vos estoy satisfecho. MAESTRE: ¿Qué hay de guerra por allá? COMENDADOR: Estad atento, y sabréis la obligación que tenéis. MAESTRE: Decid que ya lo estoy, ya. COMENDADOR: Gran maestre, don Rodrigo Téllez Girón, que a tan alto lugar os trajo el valor de aquel vuestro padre claro, que, de ocho años, en vos renunció su maestrazgo, que después por más seguro juraron y confirmaron reyes y comendadores, dando el pontífice santo Pío segunda sus bulas y después las suyas Paulo para que don Juan Pacheco, gran maestre de Santiago, fuese vuestro coadjutor: ya que es muerto, y que os han dado el gobierno sólo a vos, aunque de tan pocos años, advertid que es honra vuestra seguir en aqueste caso la parte de vuestros deudos; porque, muerto Enrique cuarto, quieren que al rey don Alonso de Portugal, que ha heredado, por su mujer, a Castilla, obedezcan sus vasallos; que aunque pretende lo mismo por Isabel don Fernando, gran príncipe de Aragón, no con derecho tan claro a vuestros deudos, que, en fin, no presumen que hay engaño en la sucesión de Juana, a quien vuestro primo hermano tiene agora en su poder. Y así, vengo a aconsejaros que juntéis los caballeros de Calatrava en Almagro, y a Ciudad Real toméis, que divide como paso a Andalucía y Castilla, para mirarlos a entrambos. Poca gente es menester, porque tienen por soldados solamente sus vecinos y algunos pocos hidalgos, que defienden a Isabel y llaman rey a Fernando. Será bien que deis asombro, Rodrigo, aunque niño, a cuantos dicen que es grande esa cruz para vuestros hombros flacos. Mirad los condes de Urueña, de quien venís, que mostrando os están desde la fama los laureles que ganaros; los marqueses de Villena, y otros capitanes, tantos, que las alas de la fama apenas pueden llevarlos. Sacad esa blanca espada; que habéis de hacer, peleando, tan roja como la cruz; porque no podré llamaros maestre de la cruz roja que tenéis al pecho, en tanto que tenéis la blanca espada; que una al pecho y otra al lado, entrambas han de ser rojas; y vos, Girón soberano, capa del templo inmortal de vuestros claros pasados. MAESTRE: Fernán Gómez, estad cierto, que en esta parcialidad, porque veo que es verdad, con mis deudos me concierto. Y si importa, como paso a Ciudad Real mi intento, veréis que como violento rayo sus muros abraso. No porque es muerto mi tío piensen de mis pocos años los propios y los extraños que murió con él mi brío. Sacaré la blanca espada para que quede su luz de la color de la cruz, de roja sangre bañada. Vos, ¿adónde residís tenéis algunos soldados? COMENDADOR: Pocos, pero mis criados; que si de ellos os servís, pelearán como leones. Ya veis que en Fuenteovejuna hay gente humilde, y alguna no enseñada en escuadrones, sino en campos y labranzas. MAESTRE: ¿Allí residís? COMENDADOR: Allí de mi encomienda escogí casa entre aquestas mudanzas. Vuestra gente se registre; que no quedará vasallo. MAESTRE: Hoy me veréis a caballo, poner la lanza en el ristre.Vanse. Salen PASCUALA y LAURENCIA LAURENCIA: ¡Mas que nunca acá volviera! PASCUALA: Pues a la hé que pensé que cuando te lo conté más pesadumbre te diera. LAURENCIA: ¡Plega al cielo que jamás le vea en Fuenteovejuna! PASCUALA: Yo, Laurencia, he visto alguna tan brava, y pienso que más; y tenía el corazón brando como una manteca. LAURENCIA: Pues ¿hay encina tan seca como ésta mi condición? PASCUALA: Anda ya; que nadie diga: "de esta agua no beberé." LAURENCIA: ¡Voto al sol que lo diré, aunque el mundo me desdiga! ¿A qué efecto fuera bueno querer a Fernando yo? ¿Casaráme con él? PASCUALA: No. LAURENCIA: Luego la infamia condeno. ¡Cuántas mozas en la villa, del comendador fïadas, andan ya descalabradas! PASCUALA: Tendré yo por maravilla que te escapes de su mano. LAURENCIA: Pues en vano es lo que ves, porque ha que me sigue un mes, y todo, Pascuala, en vano. Aquel Flores, su alcahuete, y Ortuño, aquel socarrón, me mostraron un jubón, una sarta y un copete. Dijéronme tantas cosas de Fernando, su señor, que me pusieron temor; mas no serán poderosas para contrastar mi pecho. PASCUALA: ¿Dónde te hablaron? LAURENCIA: Allá en el arroyo, y habrá seis días. PASCUALA: Y yo sospecho que te han de engañar, Laurencia. LAURENCIA: ¿A mí? PASCUALA: Que no, sino al cura. LAURENCIA: Soy, aunque polla, muy dura yo para su reverencia. Pardiez, más precio poner, Pascuala, de madrugada, un pedazo de lunada al huego para comer, con tanto zalacotón de una rosca que yo amaso, y hurtar a mi madre un vaso del pegado cangilón, y más precio al mediodía ver la vaca entre las coles haciendo mil caracoles con espumosa armonía; y concertar, si el camino me ha llegado a causar pena, casar un berenjena con otro tanto tocino; y después un pasatarde, mientras la cena se aliña, de una cuerda de mi viña, que Dios de pedrisco guarde; y cenar un salpicón con su aceite y su pimienta, e irme a la cama contenta, y al "inducas tentación" rezalle mis devociones, que cuantas raposerías, con su amor y sus porfías, tienen estos bellacones; porque todo su cuidado, después de darnos disgusto, es anochecer con gusto y amanecer con enfado. PASCUALA: Tienes, Laurencia, razón; que en dejando de querer, más ingratos suelen ser que al villano el gorrión. En el invierno, que el frío tiene los campos helados, descienden de los tejados, diciéndole: "tío, tío," hasta llegar a comer las migajas de la mesa; mas luego que el frío cesa, y el campo ven florecer, no bajan diciendo "tío," del beneficio olvidados, mas saltando en los tejados