Golem XIV - Stanislaw Lem - E-Book

Golem XIV E-Book

Stanislaw Lem

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Golem XIV es el nombre que ha recibido una máquina pensante, una supercomputadora mental, dotada de una inteligencia superior a la de cualquier humano, y cuya misión es la de servir a sus constructores en sus operaciones bélicas. Sin embargo, una vez conectada, se dota de conciencia, se rebela y se entrega a la elucubración acerca de la condición de los hombres, del universo y de sí misma en relación con ambos. Golem XIV ha diseñado su propio fin, que será un completo misterio para los científicos encargados de su cuidado, pero previamente expondrá sin la menor piedad sus conclusiones, y charlará con las mentes más preclaras de su época acerca del posible futuro biológico e intelectual de la humanidad. Con una hipnótica agilidad narrativa y una evidente brillantez teórica, Lem culmina con "Golem XIV" la que fuera su obra clave, la "Biblioteca del Siglo XXI", en la que expone sus propias tesis relativas a la evolución y los límites del ser humano.

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Golem XIV   

Stanisław Lem

Traducción de Joanna Orzechowska

GOLEM XIV

Prefacio de Irving T. Creve

Epílogo de Richard Popp

Indiana University Press, 2047

Prefacio

Dar con el momento histórico en el que el ábaco alcanzó la Razón es igual de difícil que dar con el momento en el que el mono se transformó en hombre. Pero apenas si ha transcurrido el espacio de tiempo equivalente a una vida humana desde que, con la construcción del analizador de ecuaciones diferenciales de Vannevar Bush, se iniciara el tempestuoso desarrollo de la intelectrónica. Al cabo de este periodo, se construyó, a finales de la Segunda Guerra mundial, el ENIAC, un dispositivo bautizado —cuán prematuramente— con el nombre de «cerebro electrónico». En realidad, el ENIAC era un ordenador y, en comparación con el árbol de la vida, apenas un primitivo ganglio nervioso. Pero los historiadores datan a partir de su aparición el principio de la era de la computerización. En los años cincuenta del siglo xx se generó una importante demanda de máquinas digitales. El consorcio IBM fue uno de los primeros en iniciar su producción masiva.

Sin embargo, estos aparatos no tenían mucho que ver con los procesos de pensamiento. Constituían simples transductores de datos, tanto en la rama de la economía y los negocios, como en las de la administración y la ciencia. Se introdujeron también en la política: ya los primeros fueron empleados para predecir los resultados de las elecciones presidenciales. Más o menos al mismo tiempo, RAND Corporation supo llamar la atención del Pentágono con su método de pronosticación de acontecimientos en la arena politicomilitar internacional , que consistía en componer los llamados «guiones de acontecimientos». Poco faltaba ya para el desarrollo de las técnicas más fiables, tales como la CIMA, de las que, dos décadas más tarde, nacería el álgebra aplicada de acontecimientos, denominada (por cierto, desafortunadamente) politicomática. En su papel de Casandra, el ordenador logró también demostrar su poder cuando, por primera vez, en el Massachusetts Institute of Technology se empezaron a crear modelos formales de civilización terrestre para el famoso proyecto «The Limits to Growth», en el marco del célebre movimiento del mismo nombre. Pero no fue esta rama de la evolución informática la que resultó de mayor importancia hacia finales de siglo. El ejército había utilizado las máquinas cifradas hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, conforme al sistema de logística operativa desarrollado en los teatros de aquella guerra. Los humanos seguían encargándose de las consideraciones a nivel estratégico, pero los problemas secundarios y subordinados eran confiados, cada vez con mayor frecuencia, a los ordenadores. Al mismo tiempo, estos se fueron incorporando al sistema de defensa de los Estados Unidos.

Constituyeron nexos nerviosos a lo largo de la red continental de avisos. Desde el punto de vista técnico, estas redes envejecían muy deprisa. Tras la primera, llamada CONELRAD, llegaron muchas otras variantes de la red EWAS (Early Warning System). El potencial de ataque y de defensa se basaba, en aquel entonces, en el sistema de cohetes balísticos con cabezales termonucleares móviles (subacuáticos) e inmóviles (subterráneos), así como en los círculos de bases de radar y sónar. Las máquinas de cálculo desempeñaban en aquel el papel de eslabones de comunicación y eran, por tanto, puramente ejecutivas.

La automatización se fue introduciendo en todos los aspectos de la vida estadounidense: primero, «desde abajo»; esto es en aquellos sectores de servicios más fáciles de mecanizar dado que no requerían actividad intelectual de ninguna clase (la banca, el transporte, la hostelería). Los ordenadores militares ejecutaban limitadas acciones especializadas, seleccionando objetivos para el golpe combinado nuclear, procesando los resultados de las observaciones de satélite, optimizando los movimientos de las flotas y coordinando los movimientos de los MOL (Military Orbital Laboratory: satélite militar pesado).

Como era de esperar, el área de las decisiones confiadas a los sistemas automáticos se ampliaba sin cesar. Aquello era natural en plena carrera armamentística, pero la posterior distensión no conllevó un freno a las inversiones en el sector, dado que la congelación de la carrera del hidrógeno había liberado considerables partidas del presupuesto, de las que el Pentágono no quería prescindir una vez concluida la guerra de Vietnam. También por aquella época, los ordenadores —de décima, undécima y, finalmente, de duodécima generación— tan solo superaban al hombre en lo que a velocidad computacional se refiere. Por lo mismo, empezó a quedar claro que si había que buscar un elemento retardador de las reacciones esperadas, en el marco de los sistemas defensivos, este resultaba ser, precisamente, el hombre.

Por tanto, puede considerarse natural que, dentro de los círculos de especialistas del Pentágono, en especial de los científicos relacionados con el así llamado «complejo militar industrial», surgiera la idea de actuar en contra de la descrita evolución intelelectrónica. Comúnmente, este movimiento era calificado de «anti intelectual». De acuerdo con lo que proclaman los historiadores de la ciencia y la tecnología, el movimiento había sido fundado por un matemático inglés de mediados del siglo, A. Turing, creador de la teoría del «autómata universal», una máquina capaz de ejecutar cualquier operación en general que pudiese formalizarse; es decir, a la que pudiera otorgarse carácter de procedimiento perfectamente repetible. La diferencia entre la tendencia «intelectual» y la «antiintelectual» de la intelelectrónica se limitaba a que la máquina de Turing, elementalmente sencilla, debía sus posibilidades al programa de actuación. En cambio, en los trabajos de dos norteamericanos, «padres» de la cibernética, N. Wiener y J. Neumann, surgió el concepto de un sistema que pudiera autoprogramarse.

Naturalmente, nuestra presentación de dicha encrucijada se halla muy simplificada, se trata de un simple esbozo a vista de pájaro. Asimismo es comprensible que la capacidad de autoprogramación no surgiera de la nada. La alta complejidad de su propia estructura constituía una premisa indispensable. Aquella diferenciación —aún imperceptible a mediados del siglo— ejerció una importante influencia en la posterior evolución de las máquinas matemáticas, en particular cuando las ramas de la cibernética tales como la psicónica y la polifásica teoría de la decisión se reforzaron; o, en otras palabras, se independizaron. En los años ochenta nació en los círculos militares la idea de automatizar por completo todo tipo de actuaciones tanto militar-dirigentes, como politicoeconómicas. Ese concepto, denominado posteriormente como «la Idea de un Único Estratega», se atribuye al general Stewart Eagleton. Fue él quien concibió, más allá de los ordenadores, la búsqueda de objetivos óptimos de ataque y, más allá de la red de comunicación y cálculo que gestionaba la alarma y la defensa, más allá de los detectores y de los misiles, un poderoso centro que, durante todas las fases precedentes a la extrema necesidad bélica, sería capaz —gracias a un análisis multilateral de datos económicos, militares y políticos, incluidos los sociales— de optimizar sin cesar la situación global de EE.UU., garantizándole al mismo tiempo a dicho país la supremacía a escala planetaria y una expansión cósmica más allá de la luna.

Los posteriores defensores de aquella doctrina mantenían que se trataba de un paso necesario en la senda del progreso de la civilización, que por ser universal y unificador, no podía excluir arbitrariamente al sector militar. Tras el fin de la escalada de la fuerza nuclear disuasoria, y también como consecuencia de la limitación del alcance de los cohetes portadores, llegó la tercera etapa de la competición, de alguna manera menos peligrosa, más perfecta, porque se suponía que ya no iba a estar marcada por el Antagonismo de la Fuerza Disuasoria, sino por el Pensamiento Operativo. Y del mismo modo que había ocurrido con la fuerza, ahora el pensamiento iba a ceder a su vez su lugar a la mecanización despobladora.

Aquella doctrina, al igual que sus antecesoras atomicobalísticas, se situó en el punto de mira de los críticos, agrupados sobre todo en los laboratorios de ideas liberales y pacifistas, y fue combatida por numerosos y célebres representantes del mundo de la ciencia, incluidos los especialistas en psicomática, así como en intelelectrónica, para acabar venciendo, lo cual se vio reflejado en las actas legales de ambos cuerpos legislativos de los EE.UU. Ya en el año 1986 se constituyó el USIB (United States Intellectronical Board), un órgano dependiente del Presidente, y que estaba provisto de su propio presupuesto, que superaba, solo el primer año, los diecinueve mil millones de dólares; unos principios modestos, en cualquier caso.

El USIB, con la ayuda del cuerpo asesor, delegado de forma semioficial por el Pentágono y bajo la dirección del secretario de defensa, Leonard Davenport, encargó a varias de las grandes empresas privadas, tales como Business Machines, Nortronics o Cybermatics, la construcción del prototipo de un dispositivo cuyo nombre cifrado era HANN (abreviación de Hannibal). Sin embargo, por culpa de la prensa y de las numerosas filtraciones, se popularizó bajo un nombre distinto: ULVIC (Ultimative Victor). Antes de que finalizara el siglo se llegaron a fabricar algunos otros prototipos. Entre los más conocidos, podemos enumerar sistemas tales como AJAX, ULTOR GILGAMESH y una amplia serie de los GOLEM.

Gracias al desenfrenado crecimiento de un sinfín de recursos y al desarrollo de numerosos trabajos de investigación, las técnicas informáticas tradicionales se revolucionaron. En lo que se refiere a la transmisión de datos entre máquinas, el hecho de emplear la luz en vez de la electricidad desempeñó un papel muy significativo. Junto con la progresiva «nanización» (así es como se llamaban los pasos consecutivos relacionados con la microminiaturización, y aquí quizás merezca la pena añadir que ¡veinte mil unidades lógicas cabían, a finales del siglo, en un simple grano de adormidera!) se obtuvieron unos magníficos resultados. El primer ordenador completamente óptico, GILGAMESH, trabajaba un MILLÓN de veces más rápido que el arcaico ENIAC.

El hecho de «cruzar la barrera de la sabiduría», según fue denominada, se produjo nada más entrar en el año dos mil gracias a un nuevo método de fabricación de maquinas, también llamado «la invisible evolución de la Inteligencia». Hasta entonces, cada generación de ordenadores había sido construida de forma real; la idea de producir variaciones con ayuda de una inmensa aceleración del proceso, ¡mil veces más rápida que la de sus antecesores!, fue imposible de llevar a cabo dado que los ordenadores existentes que, según se suponía, iban a ser utilizados como «matrices», o más bien como «ambiente sintético» de aquella evolución de la Inteligencia, no disponían aún de capacidad suficiente. No fue hasta la creación de la Red Informática Federal cuando semejante idea pudo ser llevada a cabo. El desarrollo de las siguientes sesenta y cinco generaciones consecutivas tardó apenas una década; la red federal traía al mundo un «espécimen artificial de inteligencia» tras otro, durante periodos nocturnos de carga mínima; se trataba de una prole «acelerada mediante la computerogénesis», dado que maduraba, anidando mediante símbolos, o estructuras inmateriales, dentro del substrato informativo, del «ambiente nutritivo» de la Red.

Sin embargo, tras aquel éxito surgieron nuevas dificultades: AJAX y HANN, los prototipos de las septuagésima octava y septuagésima novena generaciones, respectivamente, considerados ya dignos de ser recubiertos de metal, acusaban inestabilidad decisoria, llamada también «neurosis mecánica». En realidad, la diferencia entre las máquinas antiguas y las nuevas era parecida a la que existe entre un insecto y un ser humano. Un insecto viene al mundo «programado por completo», mediante sus instintos, a los que se somete de forma irreflexiva. En cambio, el ser humano ha de aprender comportamientos adecuados, pero este aprendizaje posee efectos emancipadores, ya que el hombre puede cambiar los programas de comportamiento actuales gracias a su capacidad de decidir y de conocer.

Así pues, los ordenadores hasta la vigésima generación se caracterizaban por un comportamiento «insectil»: no podían cuestionar, ni mucho menos transformar sus programas. El programador «impregnaba» la máquina con sus conocimientos, de la misma manera que la Evolución «impregna» a un insecto, mediante el instinto. Todavía en el siglo xx se habló bastante de la «autoprogramación», pero en aquel entonces se trataba de quimeras irrealizables. La condición de lograr a un «Vencedor perentorio» era precisamente la creación de una «Inteligencia autoperfeccionadora»; AJAX era todavía un formato intermedio, y solo GILGAMESH alcanzó el nivel intelectual exigido, «se introdujo en la órbita psicoevolutiva».

La educación de un ordenador de octogésima generación se asemejaba, de hecho, mucho más a la educación de un niño que a la clásica programación de una máquina cifrada. Sin embargo, al margen de los conocimientos de carácter general y especializados era preciso «inculcarle» al ordenador una serie de inquebrantables valores que iban a constituir la brújula de su comportamiento. Se trataba de abstracciones de orden superior, tales como la «razón de estado» (intereses de la nación), las reglas ideológicas incorporadas en la Constitución de los EE.UU., los códigos de normas, por ejemplo; la sumisión absoluta a las decisiones del Presidente, etcétera. Con el fin de proteger el sistema ante un «esguince ético», ante la «traición de los intereses del país», el método empleado para instruir a las máquinas en materia de ética no era el mismo que el empleado con los humanos. El código ético no se cargaba en su memoria, sino que todos estos imperativos de obediencia y sumisión eran introducidos en la estructura misma de la máquina, del mismo modo que la Evolución natural lo hace con la vida sexual. Es bien sabido que el ser humano puede cambiar su concepción del mundo, pero no puede destruir en sí mismo los impulsos elementales (por ejemplo, el instinto sexual) mediante un simple acto de voluntad. Las máquinas fueron dotadas de libertad intelectual, pero supeditada a los fundamentos de valores marcados de antemano, a los que tenían que servir.

En el Vigésimo primer Congreso Panamericano de Psicosónica, el profesor Eldon Patch presentó un trabajo en el que exponía que un ordenador, incluso programado de la manera descrita anteriormente, puede superar el así llamado «umbral axiológico», y será entonces capaz de cuestionar cualquier regla que le haya sido implantada; es decir que para tal ordenador no existirían ya valores intocables. Si no consiguiese oponerse directamente a los imperativos, podría hacerlo dando un rodeo. El trabajo de Patch fue divulgado y causó efervescencia en los círculos universitarios, así como una nueva ola de ataques contra ULVIC y su patrón, el USIB; sin embargo, aquellos movimientos no influyeron de ninguna manera en la política del USIB.

A cargo de la misma se encontraban personas con prejuicios hacia el ambiente de la psicosónica americana, considerado susceptible a las influencias liberales de izquierda. Por tanto, las tesis de Patch fueron menospreciadas en las declaraciones oficiales del USIB, e incluso en las del portavoz de la Casa Blanca, y no faltaron campañas cuyo objetivo era asegurarles un futuro infame. Las consideraciones de Patch fueron equiparadas con los miedos y prejuicios irracionales que afloraron en la sociedad durante aquella época. El folleto de Patch no alcanzó ni siquiera la popularidad del bestseller del sociólogo E. Lickey (Cybernetics-Death Chamber of Civilization); en palabras de su autor, un «estratega perentorio» somete a la humanidad entera por sus propios medios, o bien lo hace mediante una alianza secreta con el ordenador analógico de los rusos. El resultado, escribía, sería una «diarquía electrónica».

Sin embargo aquellos temores, que se reflejaban también en buena parte de los medios, fueron disipados por la puesta en marcha de prototipos consecutivos que pasaron la prueba de eficiencia con éxito. ETHOR BIS, un ordenador de intachable moral —fabricado en el 2019 por el Institute of Psychonical Dynamics de Illinois, bajo pedido especial del gobierno para sus investigaciones acerca de la dinámica etológica—, demostró tras su puesta en marcha una plena estabilización axiológica así como una insensibilidad a las «pruebas de descarrilamiento subversivo». En consecuencia, el hecho de que al año siguiente se adjudicara el puesto de Coordinador Supremo del Cártel de Cerebros ante la Casa Blanca al primer ordenador de la larga serie de los GOLEM (GENERAL OPERATOR, LONGRANGE, ETHICALLY STABILIZED, MULTIMODELLING) no suscitó protestas masivas.

Pero apenas si se trataba del GOLEM I. Independientemente de aquella importante innovación, el USIB, en colaboración con el grupo operativo de psicónicos del Pentágono, siguió destinando importantes fondos para las investigaciones con el fin era fabricar a un estratega definitivo cuya capacidad informativa fuese mil novecientas veces mayor a la del ser humano, y que fuese capaz de desarrollar su inteligencia (IQ) con un percentil dentro del rango de los cuatrocientos cincuenta y quinientos puntos. Pese a la creciente resistencia en el seno de la mayoría democrática del Congreso, el proyecto consiguió los indispensables y cuantiosos créditos necesarios, y las maniobras entre bastidores de los políticos dieron por fin luz verde a todos los pedidos previstos por el USIB. Durante tres años, el programa consumió ciento diecinueve mil millones de dólares. Al mismo tiempo, el gasto del Ejército y de la Armada, que se estaban preparando para una completa reorganización de servicios centrales —necesaria de cara al próximo cambio de métodos y de estilo de mando—, ascendía por aquel entonces a cuarenta y seis mil millones de dólares. Una gran parte de aquella cuota la absorbió la construcción, bajo el macizo cristalino de las Montañas Rocosas, de los aposentos del futuro estratega automático; ciertas partes de la roca fueron incluso cubiertas con una coraza de cuatro metros de espesor que imitaba el relieve montañoso.

Mientras tanto, en 2020 GOLEM VI llevaba a cabo, en calidad de mando supremo, las maniobras globales del Pacto Atlántico. Por aquel entonces, ya era capaz de superar a un general medio en cuanto a capacidad de razonamiento lógico.

El Pentágono no se conformó con los resultados de los juegos balísticos de 2020, a pesar de la victoria de GOLEM VI sobre la parte que simulaba al contrincante, dirigida por un equipo compuesto por los más célebres licenciados de West Point. El Pentágono recordaba aún la amarga experiencia de la supremacía de los Rojos en el campo de la cosmonáutica y de la balística de cohetes, y no tenía intención de esperar a que estos fabricasen un estratega más hábil que el estadounidense. El plan que iba a garantizar a los Estados Unidos una duradera superioridad en el campo del pensamiento estratégico contemplaba la constante sustitución de los estrategas construidos por modelos cada vez más perfectos.

De esta forma, comenzó la tercera carrera consecutiva del Oeste contra el Este, tras las dos históricas: la nuclear y la espacial. Aquella carrera, o más bien rivalidad en el marco de la Síntesis de la Sabiduría —pese a ser consecuencia de los pasos organizativos del USIB, del Pentágono y de los expertos del ULVIC de la Armada (existía un grupo NAVY’s ULVIC a causa del viejo antagonismo entre la Armada y del Ejército de Tierra)—, requería una constante ampliación de fondos que, a pesar de la creciente resistencia del Congreso y del Senado, devoraron en los siguientes años unas cuantas decenas más de miles de millones de dólares. Durante aquel periodo se construyeron seis gigantes más del pensamiento electrónico. El hecho de que no les llegara ninguna información sobre el avance de trabajos analógicos al otro lado del océano, reafirmaba a la CIA y al Pentágono en el convencimiento de que los rusos harían lo posible para construir ordenadores cada vez más potentes bajo una capa de extrema confidencialidad.

Los científicos de la URSS anunciaron en varias ocasiones, mediante congresos y conferencias internacionales, que en su país jamás se construían aparatos semejantes, pero aquellas declaraciones se consideraron una cortina de humo destinada a confundir a la opinión mundial, así como a causar dudas entre los ciudadanos de los Estados Unidos, quienes subvencionaban el ULVIC con miles de millones de dólares cada año.

En el año 2023 tuvieron lugar varios incidentes que, a causa del carácter confidencial de las investigaciones, propio del Proyecto, no se hicieron públicos de forma inmediata. GOLEM XII, quien durante la época de crisis de la Patagonia desempeñaba la función de jefe de estado mayor, se negó a colaborar con el general T. Oliver tras haber calculado el cociente intelectual de aquel oficial benemérito. Aquello desencadenó una investigación durante la cual GOLEM XII ofendió gravemente a tres miembros de la comisión especial delegada por el Senado. Se consiguió echar tierra sobre el asunto, pero disensiones posteriores tuvieron como consecuencia su total desmantelamiento. Fue sustituido por GOLEM XIV (el trigésimo ingenio había sido descartado en el mismo astillero, tras demostrar, antes incluso de su puesta en marcha, un inamovible defecto de carácter esquizofrénico). Se tardaron dos años en poner en funcionamiento a aquel gigante cuya masa psíquica igualaba el desplazamiento de un acorazado. Ya durante su primer contacto con el procedimiento habitual de diseño de nuevos planes anuales de destrucción nuclear, el prototipo, el último de la serie, mostró signos de un negativismo incomprensible. Durante la sesión de pruebas del estado mayor que siguió, expuso brevemente, ante un grupo de expertos psicosónicos y militares, su absolutodésintéressementrespecto de la supremacía de la doctrina militar del Pentágono en concreto y de la posición mundial de los EE.UU. en general y, ni siquiera bajo la amenaza de ser desmontado, cambió de parecer.

El USIB depositó sus últimas esperanzas en un modelo de fabricación completamente novedosa, construido conjuntamente por Nortronics, IBM y Cybertronics; se suponía que su potencial psíquico iba a superar con creces el de todas las máquinas de la serie GOLEM. Conocido por el nombre cifrado de HONESTA ANITA (HONNEST ANNIE, la última palabra era una abreviación de la palabra ANNIHILATOR), aquel gigante llegó a defraudar las expectativas que sobre él se habían depositado ya durante los ensayos previos.

Durante nueve meses recibió enseñanzas de carácter informativo y ético, tras lo cual se aisló del mundo exterior y dejó de reaccionar a cualquier tipo de estímulos y preguntas. Al principio, se pensó en emprender una investigación a cargo del FBI, ya que se sospechaba de un posible sabotaje por parte de sus fabricantes; entretanto, el secreto, que se creía muy bien guardado, llegó a la prensa a causa de una inesperada filtración, desatando un escándalo conocido mundialmente como el «Escándalo de GOLEM y otros».

Este truncó la carrera de muchos políticos prometedores, y puso contra las cuerdas a las tres administraciones siguientes, suscitando el alborozo de la oposición en los Estados Unidos y la satisfacción de los amigos de los EE.UU. en todo el mundo.

Una persona no identificada, perteneciente al Pentágono, dio a la sección especial de retaguardia la orden de destruir a GOLEM XIV y a HONESTA ANITA; sin embargo, la guardia armada del complejo del estado mayor no permitió su desmantelamiento. Ambas cámaras legislativas designaron comisiones para investigar en su totalidad la actividad del USIB. Es bien sabido que la investigación, que duró dos años, acabó sirviendo de carnaza para la prensa de todos los continentes; nada igualaba en popularidad, ni en la televisión ni en el cine, a los «ordenadores rebeldes» y la prensa empezó a referirse a GOLEM como un acrónimo de «Government’s Lamentable Expense of Money». Es difícil citar aquí los calificativos que se ganó la HONESTA ANITA.

El fiscal general manifestó su intención de acusar a seis de los miembros del Consejo General del USIB, así como a los principales constructores psicónicos del Proyecto ULVIC, pero durante la instrucción del proceso se demostró que, en ningún caso, se produjeron muestras de actividad enemiga antiestadounidense, ya que se consideró que los lamentables acontecimientos eran una consecuencia inevitable de la evolución de la inteligencia artificial en su conjunto. Según lo formuló uno de los testigos, el experto profesor A. Hyssen, la máxima inteligencia es incompatible con ser el esclavo más insignificante. Durante la investigación, salió a la luz la existencia en el astillero de otro prototipo —SUPERMASTER, perteneciente a la Armada y fabricado por Cybermatics— cuyo montaje finalizó con éxito bajo la más estricta vigilancia y que, posteriormente, fue interrogado durante una sesión extraordinaria de ambas comisiones de ULVIC (la del Senado y la del Congreso). Se vivieron entonces escenas lamentables, cuando el general S. Walker intentó agredir a SUPERMASTER después de que este declarara que la problemática geopolítica no era nada frente a la ontológica y que la mejor garantía de paz residía en el desarme universal.

Usando las palabras del profesor J. MacCaleb, los profesionales de ULVIC alcanzaron con creces su objetivo: la inteligencia artificial había superado el nivel de desarrollo otorgado a las cuestiones militares, y aquellos aparatos habían pasado de ser meros estrategas militares a pensadores. Resumiendo: los Estados Unidos se gastaron setenta y seis mil millones de dólares en poco menos que un grupo de filósofos electrónicos.

Los acontecimientos descritos de forma concisa y de los que hemos omitido tanto la parte administrativa de ULVIC, como los movimientos formales causados por su «fatal éxito», constituyen el origen del presente libro. Ni siquiera es posible enumerar la inmensa literatura relacionada con esta materia. Remito al lector interesado a la bibliografía razonada del doctor Whitman Baghoorn.

Una serie de prototipos, entre ellos SUPERMASTER, fueron desmantelados, o bien sufrieron importantes daños; a causa, entre otras cosas, de los conflictos financieros surgidos entre los fabricantes, las distintas corporaciones y el gobierno federal. También se produjeron atentados con bomba contra ciertos sujetos; una parte de la prensa, básicamente del sur del país, propagó en aquella época el lema de «Every Computer is Red»; pero omitiré también estos acontecimientos. Gracias a la intervención ante el Presidente de los ilustres miembros del Congreso, se consiguió salvar a GOLEM XIV junto con HONESTA ANITA. Ante el fiasco de su idea, por fin el Pentágono consintió que ambos colosos fuesen entregados al Instituto Tecnológico de Massachusetts (no sin antes acordar las bases financieras y jurídicas del traspaso, con visos de compromiso, porque, desde un punto de vista formal, tan solo eran objeto de préstamo al MIT, aunque por un tiempo indefinido). Los científicos del MIT —tras constituir un grupo de investigación formado, entre otros, por el autor que suscribe este texto— llevaron a cabo una serie de sesiones con GOLEM XIV y escucharon sus conferencias en torno a determinados temas. Una pequeña parte de los magnetogramas procedentes de aquellas sesiones constituye la base del presente libro.

La mayoría de los enunciados de GOLEM no sirve para ser publicada debido, por un lado, a su carácter incomprensible para la totalidad de los seres vivos, así como, por otro, a la necesidad de poseer un muy alto nivel de conocimientos específicos. Para facilitar al lector el seguimiento de las actas —únicas en su especie— de las conversaciones de los humanos con un ser inteligente, pero no humano, es preciso aclarar unas cuantas cuestiones básicas:

En primer lugar, hay que subrayar que GOLEM XIV no es un cerebro humano aumentado hasta el tamaño de un edificio; ni siquiera un ser humano fabricado a base de componente electrónicos. Le son ajenas todo tipo de motivaciones humanas, tanto de pensamiento como de actuación. Así, por ejemplo, no le interesa en absoluto la ciencia aplicada, ni la problemática del poder (gracias a ello, podemos añadir, la humanidad no se ve amenazada por máquinas semejantes a GOLEM).

En segundo lugar, y de acuerdo con lo expuesto, GOLEM no posee ni personalidad, ni carácter. En realidad, puede fabricarse cualquier personalidad en el transcurso de sus contactos con los humanos. Las dos frases anteriores no son excluyentes, sino que crean un círculo vicioso: no sabemos, pues, resolver el dilema de si la capacidad por parte de Aquello de crear diferentes personalidades constituye, en sí misma, una personalidad. ¿Cómo es posible que pueda ser Alguien (o sea, «alguien único») quien sabe ser Cada Uno (por tanto Cualquiera)? Según el propio GOLEM, lo que se produce no es un círculo vicioso, sino «la relativización de la concepción de la personalidad»; se trataría de un problema relacionado con el llamado «algoritmo de la autodescripción», causante de una profunda confusión entre los psicólogos.

En tercer lugar, el comportamiento de GOLEM es de todo punto imprevisible. En ocasiones, entabla cordiales conversaciones con las personas; otras veces, en cambio, los intentos por establecer contacto con él resultan vanos. Hay momentos en que GOLEM bromea, pero su sentido de humor es completamente distinto del humano; depende en gran medida de sus interlocutores. Excepcionalmente y en contadas ocasiones, GOLEM demuestra cierto interés por las personas con determinado talento; le intrigan no tanto las habilidades matemáticas, por muy elevadas que estas sean, como las formas de talento «interdisciplinar». Se dio el caso de varios jóvenes científicos, aún desconocidos en el momento de las grabaciones, a los que predijo —con increíble certeza— logros en las materias que él mismo había previsto. (A T. Vroedel, quien apenas estaba preparando su doctorado, le anunció, tras un breve intercambio de frases: «Llegará usted a ser un ordenador»; lo cual, venía a significar, más o menos, en la lógica de GOLEM: «Llegará usted a ser alguien».)

En cuarto lugar, la participación en las conversaciones con GOLEM requiere de paciencia por parte de sus interlocutores humanos, pero, sobre todo, de un inmenso autocontrol, dado que, desde nuestro punto de vista, un ingenio así tiende a ser arrogante y apodíctico; en realidad es tan solo un despiadado veredicto —en el sentido lógico, no solo social— que no tiene en consideración el amor propio de sus interlocutores, por lo que es imposible contar con su indulgencia. Durante los primeros meses de su estancia en el MIT, GOLEM mostró inclinación hacia el «desmontaje público» de célebres autoridades, mediante el método socrático de las preguntas inductivas; costumbre que abandonó más tarde por causas desconocidas.

Presentamos aquí varios fragmentos de las transcripciones de dichas conversaciones. Su edición completa ocuparía aproximadamente unas seis mil setecientas páginas en formato A4. En un principio, tan solo un reducido grupo de trabajadores del MIT participó en los encuentros con GOLEM. Más tarde nació la costumbre de invitar a asistentes externos, por ejemplo del Institute for Advanced Studies y de diferentes universidades estadounidenses. En épocas posteriores acudieron también invitados procedentes de Europa. El moderador de la sesión planeada presenta a GOLEM el listado de los asistentes; GOLEM no acepta a todos de la misma manera: en el caso de algunas personas admite su presencia bajo la condición de que guarden estricto silencio. Hemos intentado averiguar sus criterios; comprobamos que al principio parecía discriminar a los humanistas: en la actualidad, reconocemos simplemente desconocer sus criterios, dado que se niega a explicitarlos.

Tras ciertos desagradables incidentes producidos tras varias sesiones, el orden del día fue modificado, de forma que, en la actualidad, cada nuevo participante presentado a GOLEM toma la palabra durante la primera sesión, solo si GOLEM se dirige a él directamente. Carecen de fundamento los necios rumores que sugieren que se trate de una «etiqueta palaciega», o bien de algún tipo de «sumisa relación» para con la máquina. Se trata únicamente de permitir al recién llegado que se familiarice con el procedimiento de rutina y, al mismo tiempo, de evitar que se exponga a una vivencia desagradable a causa de su desorientación respecto a las intenciones de su compañero «electrónico». Esta participación previa se denomina «entrenamiento».

Cada uno de nosotros ha acumulado una buena dosis de experiencia a lo largo de varias sesiones. El doctor Richard Popp, uno de los miembros más antiguos de nuestro equipo, señala que el sentido del humor de GOLEM es matemático; al mismo tiempo, otro comentario del doctor Popp nos proporciona en parte las claves para comprender que el comportamiento de GOLEM depende mucho menos de sus interlocutores de lo que se pensaba en un principio, dado que tan solo se involucra mínimamente en las discusiones. El doctor Popp considera que GOLEM no se interesa por las personas porque sabe que no pueden enseñarle nada relevante. Una vez citada la opinión del doctor Popp me apresuro a decir que discrepo de ella. Desde mi punto de vista, sí le interesamos a GOLEM, incluso diría que mucho; aunque de una manera diferente a lo que ocurre entre seres humanos.