INTERLOCUTORES
CALLICLES.
SÓCRATES. CHAIREFON. GORGIAS. POLOS.
CALLICLES.- Dícese,
Sócrates, que en la guerra y en el combate es donde hay que
encontrarse a
tiempo.
SÓCRATES.-
¿Venimos entonces, según se dice, a la fiesta y retrasados?
CALLICLES.- Sí,
y a una fiesta deliciosa, porque Gorgias nos ha dicho hace un
momento una
infinidad de cosas a cuál más bella.
SÓCRATES.-
Chairefon, a quien aquí ves, es el causante de este retraso,
Callicles; nos
obligó a detenernos en la plaza.
CHAIREFON.- Nada
malo hay en ello, Sócrates; en todo caso remediaré mi culpa.
Gorgias es amigo
mío, y nos repetirá las mismas cosas que acaba de decir, si
quieres, y si lo
prefieres lo dejará
para otra vez.
CALLICLES.- ¿Qué
dices, Chairefon? ¿No tiene Sócrates deseos de escuchar a Gorgias?
CHAIREFON.- A esto
expresamente hemos venido. CALLICLES.- Si queréis ir conmigo a mi
casa, donde
se aloja Gorgias, os expondrá su doctrina.
SÓCRATES.- Te
quedo muy reconocido, Callicles, pero ¿tendrá ganas de conversar
con nosotros?
Quisiera oír de sus labios qué virtud
tiene el arte
que profesa, qué es lo que promete y qué enseña. Lo demás lo
expondrá, como
dices, otro día.
CALLICLES.- Lo
mejor será interrogarle, porque este tema es uno de los que acaba
de tratar con
nosotros. Decía hace un momento a todos los allí presentes que le
interrogaran
acerca de la materia que les placiera, alardeando de poder
contestar a todas.
SÓCRATES.- Eso
me agrada. Interrógale, Chairefon. CHAIREFON.- ¿Qué le
preguntaré?
SÓCRATES.- Lo
que es. CHAIREFON.- ¿Qué quieres
decir?
SÓCRATES.- Si su
oficio fuera hacer zapatos te contestaría que zapatero. ¿Comprendes
lo que
pienso?
CHAIREFON.- Lo
comprendo y voy a interrogarle. Dime: ¿es cierto lo que asegura
Callicles, de
que eres capaz de contestar a todas las preguntas que te puedan
hacer?
GORGIAS.- Sí, Chairefon; así lo he declarado
hace un momento, y
añado que desde
hace muchos años nadie me ha hecho una pregunta que me fuera
desconocida.
CHAIREFON.-
Siendo así, contestarás con mucha facilidad. GORGIAS.- De ti
depende el hacer
la prueba.
POLOS.- Es cierto, pero hazla conmigo, si te
parece
bien, Chairefon, porque me parece que Gorgias está cansado, pues
acaba de
hablarnos de muchas
cosas.
CHAIREFON.- ¿Qué
es esto, Polos? ¿Te haces ilusiones de contestar mejor que Gorgias?
POLOS.- ¿Qué
importa con tal de que conteste bastante bien para ti?
CHAIREFON.- Nada importa. Contéstame, pues,
ya que así lo quieres.
POLOS.-
Pregunta.
CHAIREFON.- Es lo que voy a hacer. Si Gorgias
fuera hábil en el arte
que ejerce su hermano Herodico, ¿qué nombre le daríamos con razón?
El mismo que
a Herodico, ¿verdad?
POLOS.- Sin duda.
CHAIREFON.- Entonces, con razón, le podríamos
llamar médico. POLOS.-
Sí.
CHAIREFON.- Y
si estuviera versado en el mismo arte que Aristofon, hijo de
Agaofon, o que su
hermano63, ¿qué nombre habría que darle? POLOS.- El de pintor,
evidentemente.
CHAIREFON.-
Puesto que es muy hábil en cierto arte, ¿qué nombre será el más a
propósito
para
designarle?
POLOS.- Hay,
Chairefon, entre los hombres una porción de artes cuyo
descubrimiento ha sido
debido a una serie de experiencias, porque la experiencia hace que
nuestra vida
marche según las reglas del Arte, mientras que la inexperiencia la
obliga a
marchar al azar. Unos están versados en un arte, otros en otro,
cada uno a su
manera; las artes mejores son patrimonio de los mejores. Gorgias es
uno de
éstos y el arte que posee la más bella de todas.
SÓCRATES Me parece,
Gorgias, que Polos está muy acostumbrado a discurrir, pero no
cumple la palabra
que ha dado a Chairefon.
GORGIAS.- ¿Por
qué, Sócrates?
SÓCRATES.- No
contesta, me parece, a lo que se le pregunta. GORGIAS.- Si te
parece bien,
interrógale tú mismo.
SÓCRATES.- No;
pero si le pluguiera responderme, le interrogaría de buena gana,
tanto más
cuanto que por lo que he podido oír a Polos es evidente que se ha
dedicado más
a lo que se llama la retórica que al arte de conversar.
POLOS.- ¿Por qué razón, Sócrates?
SÓCRATES.- Por
la razón, Polos, de que habiéndote preguntado Chairefon en qué arte
es Gorgias
hábil, haces el elogio de su arte, como si alguien lo
menospreciara, pero no
dices cuál es.
POLOS.- ¿No te
he dicho que es la más bella de todas las artes? SÓCRATES.-
Convengo en ello;
pero nadie te interroga acerca de las cualidades del arte de
Gorgias. Se te
pregunta solamente qué arte es
y qué debe decirse de Gorgias. Chairefon te ha
puesto en camino por
medio de ejemplos, y tú al principio le respondiste bien y
concisamente. Dime
ahora de igual modo qué arte profesa Gorgias y qué nombre es el que
a éste
tenemos que darle. O mejor aún: dinos tú mismo, Gorgias, qué
calificativo hay
que darte y qué arte profesas.
GORGIAS.- La retórica, Sócrates.
SÓCRATES.- Entonces ¿hay que llamarte
retórico?
GORGIAS.- Y buen
retórico, Sócrates, si quieres llamar me lo que me glorifico de
ser64, para
servirme de la expresión de Homero.
SÓCRATES.-
Consiento en ello. GORGIAS.- Pues bien; llámame así.
SÓCRATES.-
¿Podremos decir que eres capaz de enseñar este arte a los otros?
GORGIAS.- Ésta es mi profesión, no sólo
aquí, sino en todas partes.
SÓCRATES.-
¿Quisieras, Gorgias, que continuáramos en parte interrogando y en
parte
contestando, como estamos haciendo ahora, y que dejemos para otra
ocasión los
largos discursos, como el que
Polos había
empezado? Pero, por favor, mantén lo que has prometido y redúcete a
dar breves
respuestas a cada pregunta.
GORGIAS.- Hay
algunas respuestas, Sócrates, que por necesidad no pueden ser
breves. No obstante,
haré de manera que sean lo más cortas posibles. Porque una de las
cosas de que
me lisonjeo es de
que nadie dirá
las mismas cosas que yo con menos palabras. SÓCRATES.- Es lo que
debe ser,
Gorgias. Hazme ver hoy tu conclusión y otra vez nos desplegarás tu
abundancia.
GORGIAS.- Te
contestaré y convendrás conmigo en que no has oído nunca hablar más
concisamente.
SÓCRATES.-
Puesto que presumes de ser tan hábil en el arte de la retórica y
capaz de
enseñarlo a otro, dime cuál es su objeto, como el objeto del arte
del tejedor
es el de hacer trajes, ¿no es
así?
GORGIAS.-
Sí.
SÓCRATES.- ¿Y
la música la composición de cantos? GORGIAS.-
Sí.
SÓCRATES.- ¡Por
Juno, Gorgias!, admiro tus respuestas, que más breves no pueden
ser.
GORGIAS.-
También presumo, Sócrates, de mi habilidad en este género.
SÓCRATES.-
Dices bien. Contéstame, te lo ruego, del mismo modo en lo referente
a la
retórica, y dime cuál es su objeto.
GORGIAS.-
Discursos.
SÓCRATES.- ¿Qué discursos, Gorgias? ¿Los que
explican a los enfermos el
régimen que tienen que observar para restablecerse? GORGIAS.-
No.
SÓCRATES.- ¿La
retórica no tiene entonces por objeto toda clase de discursos?
GORGIAS.- No, sin
duda.
SÓCRATES.- Sin
embargo, ¿enseña a hablar? GORGIAS.-
Sí.
SÓCRATES.- Pero
la medicina, que he citado como ejemplo, ¿no pone a los enfermos en
disposición
de pensar y de hablar?
GORGIAS.-
Necesariamente.
SÓCRATES.- La
medicina, según las apariencias, ¿tiene también por objeto los
discursos?
GORGIAS.-
Sí.
SÓCRATES.-
¿Los que conciernen a las enfermedades? GORGIAS.-
Sí.
SÓCRATES.- ¿No
tiene igualmente por objeto la gimnasia los discursos referentes a
la buena y
mala disposición del cuerpo? GORGIAS.- Es cierto.
SÓCRATES.- Lo
mismo puede decirse de las demás artes: cada una de ellas tiene por
objeto los
discursos relativos al asunto que se
ejerce.
GORGIAS.- Parece qué sí.
SÓCRATES.-
Entonces ¿por qué no llamas retórica a las otras artes que también
tienen por
objeto los discursos, puesto que das este nombre a un arte cuyo
objeto son los
discursos?
GORGIAS.- Es
porque todas las otras artes, Sócrates, no se ocupan más que de
obras manuales
y de otras producciones semejantes, mientras que la retórica no
produce ninguna
obra manual y todo su efecto y su virtud están en los discursos. He
aquí por
qué digo que la retórica tiene por objeto los discursos y pretendo
que con esto
digo la
verdad.
SÓCRATES.- Creo
comprender lo que quieres designar por este arte, pero lo veré más
claro dentro
de un instante. Contéstame: ¿hay
artes, verdad?
GORGIAS.-
Sí.
SÓCRATES.- Entre
todas las artes, unas consisten, principalmente, me figuro, en la
acción, y
necesitan de muy pocos discursos; algunas ni siquiera uno, pero su
obra puede
terminarse en el silencio, como la pintura, la escultura y muchas
otras. Tales
son, a mi modo
de
ver, las artes que
dices no tienen ninguna relación con la retórica.
GORGIAS.- Has comprendido perfectamente mi
pensamiento, Sócrates.
SÓCRATES.- Hay,
por el contrario, otras artes que ejecutan todo lo que es de su
resorte por el
discurso y no tienen necesidad de ninguna o casi ninguna acción.
Por ejemplo:
la aritmética, el
arte
de calcular, la geometría, el juego de dados
y muchas otras
artes,
de las que
algunas requieren tantas palabras como acción y la mayor parte más,
tanto que
toda su fuerza y todo su efecto están en los discursos. A este
número me parece
que dices pertenece la retórica. GORGIAS.- Es cierto.
SÓCRATES.- Tu
intención, me figuro, no será, sin embargo, la de dar el nombre de
retórica a
ninguna de estas artes; como no sea que,
como has dicho
expresamente que la retórica es un arte cuya virtud consiste toda
en el
discurso, pretendieras que alguno quisiera tomar a broma tus
palabras para
hacerte esta pregunta: Gorgias, ¿das el nombre de retórica a la
aritmética?
Pero a mí no se me ocurre que llamas así a la aritmética ni a la
geometría.
GORGIAS.- Y no
te engañas, Sócrates, si aceptas mi pensamiento como debe ser
aceptado.
SÓCRATES.- Entonces acaba de contestar a mi
pregunta. Puesto que la
retórica es una de
estas artes que tanto empleo hacen del discurso y que muchas otras
están en el
mismo caso, procura decirme por relación en qué consiste toda la
virtud de la
retórica en el
discurso. Si
refiriéndose a una de las artes que acabo de nombrar me preguntara
alguien:
Sócrates, ¿qué es la numeración?, le
contestaría,
como tú has hecho hace un momento, que es un arte cuya virtud está
en el
discurso. Y si me preguntara de nuevo: ¿Con relación a qué?, le
respondería que
con relación al conocimiento de lo par y de lo impar, para saber
cuántas
unidades hay en lo uno y en lo otro. Y de igual manera si me
preguntara: ¿Qué
entiendes por el arte de calcular?, porque le diría también es una
de las artes
cuya fuerza toda consiste en el discurso. Y si continuara
preguntándome:
¿Con relación a qué?, le contestaría que el
arte de calcular
tiene
casi todo común
con la numeración, puesto que tiene el mismo objeto, saber lo par y
lo impar,
pero que hay la diferencia de que el
arte
de calcular
considera cuál es la relación de lo par y de lo impar entre sí,
relativamente a
la cantidad. Si me preguntaran por la
Astronomía, y
después de haber contestado que es un arte que ejecuta por el
discurso todo lo
que le incumbe, añadieran: ¿A qué se
refieren los
discursos de la astronomía?, les respondería que al movimiento de
los astros,
del Sol y de la Luna y que explican en qué proporción está la
velocidad de su
carrera.
GORGIAS.- Y responderías muy bien, Sócrates.
SÓCRATES.-
Contéstame de igual manera, Gorgias. La retórica es una de esas
artes que
ejecutan y acaban todo por el discurso, ¿no es
cierto?
GORGIAS.- Es verdad.
SÓCRATES.- Dime,
pues, cuál es el objeto con el cual se relacionan los discursos que
emplea la
retórica.
GORGIAS.- Los más
grandes e importantes asuntos humanos, Sócrates. SÓCRATES.- Lo que
dices,
Gorgias, es una cosa que está en controversia y acerca de la cual
todavía nada
hay decidido. Porque habrás oído cantar en los banquetes la canción
cuando los
convidados enumeran los bienes de la vida diciendo que el primero
es disfrutar
de buena salud,
el segundo ser hermoso y el tercero ser rico sin injusticia, como
dice el autor
de la canción65.
GORGIAS.- Lo he
oído, pero ¿a propósito de qué me lo dices? SÓCRATES.- Porque los
artesanos de
estos bienes cantados por el poeta, a saber, el médico, el maestro
de gimnasia
y el economista se apresurarán a alinearse en filas contigo, y el
médico me
dirá el primero: Sócrates, Gorgias te engaña. Su arte no tiene por
objetivo el
mayor de los bienes del hombre; es el mío. Si yo le preguntara:
¿Quién eres tú
para hablar de esta manera? Soy médico, me respondería. ¿Y qué
pretendes? ¿Que
el mayor de los bienes es el fruto de tu arte? ¿Puede alguien
discutirlo,
Sócrates, me
respondería,
puesto que produce la salud? ¿Hay algo que los hombres prefieren a
la salud?
Después de éste vendría el maestro de
gimnasia, que me
diría Sócrates, mucho me sorprendería que Gorgias pudiera mostrarte
algún bien
derivado de su arte que resulte mayor que el que resulta del mío. Y
tú, amigo
mío, replicaría yo, ¿quién
eres y cuál es tu
profesión? Soy el maestro de gimnasia, replicaría, y mi profesión
la de hacer
robusto y hermoso el cuerpo humano. El economista llegaría después
que el
maestro de gimnasia y menospreciando todas las otras profesiones,
me figuro que
me diría: Juzga por ti mismo, Sócrates, si Gorgias o cualquier otro
puede
proporcionar bienes mayores que la riqueza. Qué, le diríamos, ¿eres
el artesano
de la riqueza? Sin duda, nos respondería: soy el economista. Y qué,
le
diríamos, ¿crees acaso que la riqueza es
el
mayor de los
bienes? Seguramente, replicaría. Sin embargo, diría yo, Gorgias,
aquí presente,
pretende que su arte produce un bien mayor que el tuyo. Es evidente
que me
preguntaría ¿Qué gran bien es ése? Que Gorgias se explique.
Imagínate, Gorgias,
que ellos y yo te hacemos la misma pregunta, y dime en qué consiste
lo que
llamas el mayor bien del hombre que te vanaglorias de producir.
GORGIAS.- Es,
en efecto, el mayor de todos los bienes aquel a quien los hombres
deben su
libertad y hasta en cada ciudad la autoridad sobre los otros
ciudadanos.
SÓCRATES.- Pero vuelvo a decirte: ¿cuál es?
GORGIAS.- A mi
modo ver, el de estar apto para persuadir con sus discursos a los
jueces en los
tribunales, a los senadores en el Senado, al pueblo en las
asambleas; en una
palabra, a todos los que componen toda clase de reuniones
políticas. Este
talento pondrá a tus pies al médico y al maestro de gimnasia y se
verá que el
economista se habrá enriquecido no para él, sino para otro, para
ti, que posees
el arte de hablar y ganar el espíritu de las
multitudes.
SÓCRATES.- Por
fin, Gorgias, me parece que me has mostrado tan de cerca como es
posible qué
arte piensas es la retórica, y si te he comprendido bien, dices que
es la
obrera de la persuasión, ya que
tal es el
objetivo de todas sus operaciones y que en suma no va más allá.
¿Podrías
probarme, en efecto, que el poder de la retórica va más allá que de
hacer nacer
la persuasión en el alma de los oyentes?