GuíaBurros: Inteligencia Artificial - Frank Moreno - E-Book

GuíaBurros: Inteligencia Artificial E-Book

Frank Moreno

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Beschreibung

En programación IA se define como "un programa de computación diseñado para realizar determinadas operaciones que se consideran propias de la inteligencia humana". Otra más dice que la inteligencia artificial "es la combinación de algoritmos planteados con el propósito de crear máquinas que presenten las mismas capacidades que el ser humano".  Este libro describe la situación de la investigación actual de los ocho tipos de IA y sus aplicaciones futuras. Pero también la necesidad de establecer unos límites pues es del todo posible que cuando una máquina obtenga un nivel de consciencia igual o superior al hombre, podría verse libre de cualquier atadura. Muchos científicos e investigadores del cerebro humano y de la inteligencia artificial empiezan a ser conscientes de la peligrosidad de llegar o, peor aún, de traspasar esa frontera.

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GUÍABURROS: INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Su lado oscuro y el fin del principio

Frank Moreno

www.inteligencia-artificial.guiaburros.es

© EDITATUM

© FRANK MORENO

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Primera edición: febrero de 2023

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Sobre el autor

Frank Moreno es experto en Intraemprendimiento de la European Commision. Consultor, formador y speaker internacional, con más de 25 años de experiencia en entidades financieras (Caixabank, Banco Santander). También es capacitador para grandes empresas en Innovación y transformación digital y experto en tecnologías de datos (Big data, small data...). Además, es presidente y cofundador del Instituto Internacional de Intraemprendimiento.

Es autor del libro GuíaBurros: Metaverso y coautor, junto a Efrén Miranda y Agustín Ruíz, de GuíaBurros: Intraemprendimiento.

Agradecimientos

Este libro va dedicado a todos aquellos y aquellas que se acuestan tarde y se levantan temprano porque son curiosos, creativos o imaginativos, vaya, lo que viene siendo un “culo inquieto”. Nunca terminamos de aprender y parece que la inteligencia artificial, también curiosa, nos acompañará durante mucho tiempo...

La oscuridad de la inteligencia artificial

Dos acepciones o definiciones diferentes nos podemos encontrar de la palabra oscuridad: la primera la define como “la falta o escasez de luz para percibir las cosas”; la segunda la amplía con “el espacio, en el que hay falta o escasez de luz”. Otros sinónimos de oscuridad se pueden encontrar para ese “espacio vacío de luz” como sombra, tinieblas, tenebrosidad, ofuscación o incluso confusión. Lo oscuro es la antítesis de lo luminoso, de lo claro, de lo transparente. También nos encontramos con una posible tercera definición del término, quizá la más oscura de todas: “falta de información sobre un hecho, sus causas o sus consecuencias”.

El ser humano ha andado en la oscuridad del conocimiento durante muchos cientos de años, quizá miles. Bien conocido tanto por la literatura como por el cine (en este último caso concretado en la reciente serie de Netflix 1899) es el mito o alegoría de la caverna o cueva de Platón.

Platón realizó una descripción filosófico-metafórica en su alegoría de la caverna, una especie de cueva oscura en la que se encuentra un grupo indeterminado de personas prisioneras desde su nacimiento, además con cadenas que les sujetan el cuello y argollas en las piernas, de forma que únicamente pueden dirigir la mirada hacia la pared del fondo sin poder nunca girar la cabeza. Además, y justo detrás de ellos, se encuentra un muro con un estrecho pasillo, y seguidamente, y por orden de cercanía respecto de esas personas (figuradamente masculinas), una hoguera y la entrada de la cueva que da al exterior. Justamente por el pasillo del muro parecen circular hombres portando objetos cuyas sombras —gracias en parte a la iluminación de la hoguera— se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver. Estos hombres encadenados consideran como cierto o verdad (al menos como reales) las sombras de los objetos, y en gran parte debido a las circunstancias de su situación de cárcel o prisión, se hallan irremisiblemente condenados a tomar (juzgar) únicamente por ciertas cada una de las sombras proyectadas, ya que su falta de visión del entorno les impide conocer nada de lo que ocurre a sus espaldas.

Continúa posteriormente la historia narrando lo que podría ocurrir si uno de estos hombres pudiese llegar a ser liberado y obligado a volverse hacia la luz de la hoguera, contemplando (y muy posiblemente entendiendo) de este modo una nueva realidad, más profunda y mucho completa por real, ya que esta podría ser la causa y fundamento de la primera, que teóricamente está compuesta solo de unas apariencias sensibles.

Una vez que ha asumido ese hombre esta nueva situación, es obligado nuevamente a encaminarse hacia fuera de la caverna a través de una áspera y escarpada subida, apreciando una nueva realidad exterior (otros hombres, árboles, lagos, astros, etc. identificados con el mundo inteligible), fundamento posiblemente en parte de las anteriores realidades, para que a continuación vuelva a ser obligado a ver directamente “el sol y lo que le es propio”, metáfora que encarna muy probablemente la idea de bien. La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al prisionero (ya libre) al interior de la caverna para liberar a sus antiguos compañeros de cadenas. Pero, contrariamente a lo previsto o al buen juicio y raciocinio (inteligencia), podría provocar que estos se rieran de él. ¿Cuál podría ser la explicación de la burla? El motivo sería afirmar que sus ojos se han estropeado al verse ahora cegados por el paso de la claridad del sol a la oscuridad de la cueva.

Cuando este prisionero, ya libre, intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, Platón nos indica que estos son capaces incluso de matarlo, y que efectivamente lo harán si surge la oportunidad, con lo que se entrevé una alusión al esfuerzo de Sócrates por intentar ayudar a los hombres a llegar a la Verdad (una verdad con mayúsculas), pero, por otro lado, a su fracaso al ser condenado a muerte por hacer libres a sus excompañeros de cautiverio.

Pero, por otro lado, ¿qué es la inteligencia? Muchas definiciones podrían, en parte, arrojar luz sobre esta impresionante palabra, fruto de la evolución del ser humano. No existe una única acepción, toda vez que el propio concepto incluye a su vez todo un Universo de posibilidades, de estados, de percepciones o incluso de lugares. La definición más conocida es la que señala que la inteligencia “es la capacidad de lógica mental, comprensión, autoconciencia, aprendizaje, conocimiento emocional, habilidad de abstracción, razonamiento eficaz, planificación, creatividad, adaptación, resiliencia, pensamiento crítico, formarse una idea determinada de la realidad y, además, la manifestación de la posibilidad de resolver problemas”.

¡Toma ya! ¡Todo esto es inteligencia!

Pero, claro, ya no estamos solos… Hemos creado máquinas de forma artificial desde hace más de setenta años y las hemos ido dotando de cierto nivel de inteligencia, de la conocida como inteligencia artificial de las máquinas o de las cosas.

¿Y qué es la inteligencia artificial?

Volvamos otra vez al terreno de las definiciones. Podríamos acotar el término en el entorno de la programación como “un programa de computación diseñado para realizar determinadas operaciones que se consideran propias de la inteligencia humana, como el autoaprendizaje”, es decir, aprender uno mismo per se. Pero, por otro lado, tampoco estaríamos mintiendo si la definiésemos como “una disciplina dentro de las ciencias de la computación que intenta replicar y desarrollar la inteligencia y sus procesos implícitos a través de computadoras y sistemas”. Y vamos a una tercera, algo más compleja, que viene a decir que la inteligencia artificial “es la combinación de algoritmos planteados con el propósito de crear máquinas (software) que presenten las mismas capacidades que el ser humano”.

Por tanto, de todas ellas se podría inferir o resumir en que “la inteligencia artificial es la habilidad de una máquina de presentar las mismas capacidades que los seres humanos”. Y en este último caso todos los conceptos que hemos introducido para definir la inteligencia del ser humano serían aplicable a las máquinas, algoritmos o sistemas no humanos…

Y aquí es donde llega la oscuridad…

La oscuridad siempre la hemos entendido en un entorno religioso o místico, como algo no natural, irracional, peligroso o desconocido. Porque, si a las máquinas les damos las atribuciones del ser humano, una inteligencia racional, ¿por qué no podría llegar a tener las mismas sensaciones, sensibilidades o sentimientos de un ser humano? La última frontera de la inteligencia artificial es conocerse a sí misma y, por tanto, presentar un lado oscuro y tenebroso, algo que, como recordamos por las películas de La guerra de las galaxias, era un camino de no retorno.

Pues bien, ya es momento de introducir el concepto que da pie al título de este libro: la inteligencia artificial oscura.

Hoy reconocemos fácilmente hasta ocho tipos de inteligencia artificial:

Artificial narrow intelligence

(ANI)

Inteligencia artificial general (AGI)

Superinteligencia artificial (ASI)

Máquinas reactivas

Memoria limitada

Teoría de la mente

Autoconciencia

Inteligencia artificial oscura

La primera es un modelo de inteligencia artificial automatizada y con un fin preestablecido, con escasa o nula capacidad de adaptación o evolución a los requisitos de un sistema o máquina en cuestión. Su función es centrarse en una función determinada y constante, y dedicar todo su esfuerzo y capacidad a una tarea específica.

Podría perfectamente compararse con la actividad de un profesional capacitado que se dedica a una única función, más o menos compleja o relevante. Entre sus características básicas se encuentran la limitación de su capacidad de memorizar y de reaccionar de forma evolutiva, por lo tanto, una manifestación reactiva, como por ejemplo los conocidos asistentes virtuales Cortana o Siri, algunas funciones básicas del reconocimiento del gesto, sistemas de gestión de vehículos autónomos (Tesla) o determinadas funciones de filtro.

La segunda, la inteligencia artificial general, pretende o consigue igualar o incluso exceder la inteligencia humana promedio, es decir, la inteligencia de una máquina que puede realizar con éxito cualquier tarea intelectual de cualquier ser humano, digamos medio, en cuanto a capacidades generales. Y aunque se habla de capacidad hipotética, se la atribuye a cualquier tipo de agente inteligente que pueda, en un momento dado, comprender y aprender cualquier tarea intelectual o racional que realice un ser humano.

En cuanto a la tercera, parece que el prefijo super- ya dice mucho. Este modelo de inteligencia artificial puede llegar a considerarse, casi sin posibilidad de duda, la más potente y fuerte, sobre todo porque podría llegar a convertirse en una máquina capaz de evolucionar a un nivel similar al ser humano, por tanto, consciente y autónoma o independiente de cualquier atadura emocional. No solo sería una forma cercana a la réplica humana, sino que, en buena lógica y despojada de ciertos atributos humanos, podría superarnos en capacidades, incluidas por supuesto, y sobre todo, de aquella que podría llegar a suponer una mayor o mejor capacidad de pensamiento y de habilidades cognitivas, más incluso que nosotros (cosa posiblemente que no sería muy difícil…). Eso sí, esta tercera categoría no es una evidencia científica, está en un estado todavía de desarrollo temprano; pero, en cuanto avance, podría colocarse en el eslabón más alto de la cadena evolutiva.

La cuarta tipología de inteligencia artificial sería la de las máquinas reactivas. Sus funciones básicas y simples se basan en intentar reproducir, clonar o replicar el comportamiento humano global mediante un proceso de acción-reacción. Las máquinas dotadas de este tipo de modelo reactivo no poseen memoria suficiente como para adquirir métodos de aprendizaje o de administración de los datos e información que obtienen o pasan por sus sistemas. Por tanto, al carecer de capacidad de absorción, solo poseen una única respuesta, y su respuesta es precisamente automática, pero no autónoma. Este tipo de inteligencia está siendo absorbida por otras más avanzadas como una parte automática que daría consistencia a una inteligencia mucho más poderosa. Pero, vaya, eso no quiere decir que no pueda ganar a un ser humano en procesamiento de la información, que no en raciocinio. Las más habituales y conocidas ya tienen algo más de treinta años, todavía se utilizan por su simplicidad y sencillez, como la que venció a Kaspárov hace veinticinco años, creada por IBM, y por nombre Deep Blue.

La quinta clase de inteligencia artificial es la de memoria corta o memoria limitada. Son, en su concepción, reactivas, pero añaden un importante factor de valor, que es disponer de una limitada cantidad de memoria disponible adicional a su programación, lo que las hace algo más avanzadas. Se consideran parte de un modelo básico de aprendizaje de datos. Por decirlo de otra forma, su exposición al acceso a determinados vehículos de información les permite generar modelos de autoaprendizaje, según el estímulo al que se exponen. Adicionalmente, pueden albergar una pequeña (casi podríamos hablar de diminuta) base de datos con todas las interacciones y estímulos generados. A partir de la información que contienen e ingestan (tragan o almacenan), pueden llegar a tomar decisiones de escasa índole pero perfectamente funcionales. Esas decisiones, por regla general, se manifiestan en acciones (encender una luz, provocar un sonido de alarma o alerta, cerrar o abrir un determinado objeto). Son bastante más inteligentes que las anteriores, porque reaccionan, pero lo hacen siempre bajo un paradigma de limitación, como un sistema de reconocimiento de figuras, caras, asistentes digitales o virtuales, RPA (robotic process automation; ojo, no confundir con remotely piloted aircraft, o peor aún, con Radiotelevisión del Principado de Andorra) o chatbots, entre otros.

La sexta o teoría de la mente (mind theory) suena más a serie de televisión que a modelo de inteligencia artificial, esa es la verdad, pero todo lo contrario… Podemos referirnos a ella como un modelo de inteligencia artificial que se expone a diferentes interacciones que la hacen, irremediablemente, procesar y entender la información para obtener conocimiento, con el que tomar una respuesta o acción, digamos, sensata.

Este tipo de sistema inteligente toma significado por incorporar o inducir emociones, sensaciones, posibles necesidades objetivas (o subjetivas) y procesos reflexivos o autorreflexivos propios de nuestra propia mente. Sin embargo, no parece que esté lo suficientemente cerca para preocuparnos o, incluso, ocuparnos. Deberían darse avances concluyentes e irreversibles en todo el ecosistema de inteligencia artificial y en sus paradigmas complementarios (big data, Internet of things, robótica…) para pensar en llegar cerca de sus dominios. Quizá habría que entenderla más como un modelo idealizado y futurible que como una realidad más o menos cercana, con un altísimo potencial, pero todavía no razonablemente plausible con los sistemas actuales.

Por fin llegamos a las dos más interesantes…

La séptima inteligencia artificial sería la que se corresponde con un nivel cercano a la autoconciencia o autocognición. Por ser la número siete, la podríamos relacionar con el número siete, un número muy popular en la mitología y en la religión, relacionado con la perfección, con la naturaleza, e incluso con la deidad como símbolo de conocimiento y poder. Ahí es nada… Pero claro, no solo no es una realidad, sino que podría ser una quimera (sueño o ilusión producido por la imaginación que se anhela, persigue e incluso se idolatra, pese a ser altamente improbable su existencia o manifestación en un momento puntual de la historia del ser humano). La autocognición o cognición artificial es una entelequia, algo así como un concepto o definición, pero está lejos de disponer de atributos reales. Sin embargo, el ser humano siempre necesita dar un paso más en la escalera del conocimiento, aunque le pese. Esa continua —algunos dirán o pensarán que enfermiza— necesidad de conocimiento podría ser el principio del fin del ser humano o el fin del principio de las máquinas como seres inteligentes. Por tanto, sería el máximo exponente de desarrollo que podría alcanzar la inteligencia artificial. Por supuesto, llevaría aparejado costes, recursos, tiempo y, posiblemente, desilusiones. La idea sería que ese máximo nivel de consciencia de una inteligencia artificial pudiese llegar a comprender todas las emociones del ser humano, pero, mejor aún, descubrir las suyas propias, comprender su propia existencia y preguntarse por aspectos más allá de su propia naturaleza no natural, es decir, artificial.

Y por fin llegamos a la última inteligencia artificial (la que haría la número ocho en este ranking): la inteligencia artificial oscura. Y por este motivo ocupa este lugar. El ocho, en numerología, se manifiesta como el símbolo del equilibrio cósmico, el equilibrio central y la justicia; pero también caracteriza a este número el poder, el carácter fuerte, la habilidad ejecutiva e incluso la tendencia al sacrificio, y más aún, se asocia con la falta de escrúpulos. Si las máquinas llegasen a ese reverso oscuro de la inteligencia artificial, no podríamos conocer dónde estaría el límite o la frontera para el conocimiento y el poder.