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"Temblando de deseo, ahueco mis manos alrededor de sus pechos, son pequeños, pero también lo son mis manos, como si nuestros cuerpos estuvieran destinados a encajar. Algo se pone en su lugar interiormente. Entro en calor, un calor casi insoportable" - La poeta Todo va tomando temperatura en estos relatos. Como la primavera, donde la vida despierta, la sensualidad desenfrenada se abre paso en las y los protagonistas de estas historias eróticas. La joven recién llegada a una ciudad que escucha a la pareja que tiene sexo en el departamento de arriba, las nuevas fantasías que encienden relaciones, la mujer en un bar que tiene un flechazo con un leñador maravilloso… Esta compilación contiene los relatos: -El despertar de Alice -Bajo el sol de Nevada -El masaje -Bajo la camisa de cuadros -Aprovecha el momento -Cumpleaños en Noruega -La poeta - una novela corta erótica -Secretos eróticos de una cartera -Los deseos secretos de Julie -¿Te atreves? - una novela erótica Estos relatos cortos se publican en colaboración con la productora fílmica sueca, Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.
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Seitenzahl: 249
Veröffentlichungsjahr: 2025
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B. J. Hermansson, Malin Edholm, Alicia Luz, Camille Bech, Andrea Hansen, Britta Bocker, Nicolas Lemarin, Saga Stigsdotter
Translated by Raquel Luque Benítez, Adrian Vico, Javier Orozco, Ana Maria Navalón Valera, Olga Vizán Gagamro
Lust
Hasta derretirnos: Un compilado erótico para la primavera
Translated by Raquel Luque Benítez, Adrian Vico, Javier Orozco, Ana Maria Navalón Valera, Olga Vizán Gagamro
Original title: Melt: A Collection of Erotica For A Spring Awakening
Original language: Swedish
Cover image: Shutterstock
Copyright ©2024, 2025 B. J. Hermansson, Malin Edholm, Alicia Luz, Camille Bech, Andrea Hansen, Britta Bocker, Nicolas Lemarin, Saga Stigsdotter and LUST
All rights reserved
ISBN: 9788727164823
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Habitación 503, como la primera vez; la misma puerta frente a mí. Extiendo mi mano para llamar, pero dudo durante un instante; sé que él está al otro lado. Siento miedo, él me da miedo, especialmente hoy. Hace solo dos meses habría entrado sin problema, casi en confianza.
La primera vez que nos vimos supo exactamente cómo hacerme sentir cómoda. Poco a poco, me sedujo con sus enormes ojos marrones y su voz dulce y tranquilizadora. Me miraba de manera tan evidente que, lejos de tener miedo, me entregué a él con total libertad: me hacía confiar en mí misma. Era capaz de comprenderlo todo; me escuchaba, me observaba. Cuando le hablaba, contemplaba sus fuertes y delicadas manos mientras que sentía su mirada penetrante sobre mí.
Cuando, al final de nuestra primera tarde juntos, me pidió que volviéramos a vernos al día siguiente en este mismo hotel, evidentemente acepté de inmediato.
Recuerdo entrar tranquilamente a su habitación la tarde siguiente y saludarle. Constaté la elegancia con la que se vistió. La combinación de pantalón negro y camisa blanca con mangas arremangadas siempre me ha encantado. Por segunda vez, contemplé la agradable e iluminada habitación, su espaciosa cama, la mesa y ese impresionante ramo de flores rosas y púrpuras. Me estaba esperando, y me ofreció una copa. Quería preguntarle tantas cosas; quería saber a qué se dedicaba, qué le gustaba hacer… pero no dije nada, ni siquiera le pregunté si estaba de paso o si invitaba a muchas mujeres a esa habitación de hotel. Simplemente disfruté de su presencia; su perfume ligeramente especiado, su mirada seductora y su voz reconfortante invadían la habitación.
—Quítate la ropa, —dijo de repente.
Aunque su petición podía parecer extraña, de alguna manera la estaba esperando. Su sola presencia me hacía querer obedecerle y no engañarle. Sin saber por qué, comencé a desnudarme lentamente. Hubiera preferido que fuera él quien me quitara ese ceñido y escotado vestido rojo elegido especialmente para la ocasión, pero si era esto lo que quería… Torpemente, bajé el tirante del vestido, intentando no pensar en lo incómodo de la situación, pero su alegre sonrisa me calmó. Tomando un sorbo de su bebida, seguía mis movimientos y observaba mi cuerpo mientras se lo mostraba con mi habilidad inexperta. En realidad, no me sentía sexi, pero ya era demasiado tarde para volver atrás. Mi vestido se deslizó, dejando al descubierto el sujetador, mi cintura, mis bragas, mis pies, su mirada envolvente y alentadora. Ahí estaba yo, de pie frente a él, prácticamente desnuda, y él no decía nada. No sé cuánto duró, pero mi respiración se volvió temblorosa, casi asfixiante. Le ofrecí una sonrisa seductora.
—Acércate.
Sentí la fuerza de sus palabras cuando rompieron el silencio. Sentí que algo se removía dentro de mí y empecé a acercarme a él instintivamente. No estaba orgullosa de lo que hacía, en absoluto, especialmente cuando me tumbé sobre sus rodillas. Me azotó y no pude evitar gritar. Quería gritar, quejarme, pero solo pude gemir mientras me azotaba por segunda vez, y por tercera, haciéndome daño y sacudiéndome. El sonido de sus manos en mi piel era más y más fuerte, resonaba dentro de mí, y me hacía sentir avergonzada. Cuando lo miraba, suplicante, continuaba aún más fuerte. Me quedé mirando fijamente la moqueta, intentando distraerme de la humillación. Él seguía alternando golpes y caricias, dolor y dulzura. Excitada por sus firmes golpes, un intenso calor se extendió por todo mi cuerpo y me dominó. ¿Qué me pasó? En medio de esa tormenta de sensaciones, sentí un intenso calor entre mis muslos; estaba empapada. Cada golpe parecía penetrarme mientras me hacía suya. Sin aliento, me puse a temblar, a gemir, y me sentía cada vez más mojada… hasta que, de repente, quise gritar “¡Dame más! ¡Te deseo!”. Con su mano en mi trasero, le supliqué por su ardiente pasión. Esperaba que estuviera excitado, que fuera capaz de ponerle a cien; solo quería que me agarrase y me sometiera a su placer. Estaba preparada, le quería dentro de mí, pero mi agitación y deseo no parecían tener un efecto sobre él. Todo lo contrario, pues dejó de golpearme y, mientras me quitaba de encima de sus rodillas, me dijo bruscamente:
—Vístete, Alice, tengo mucho que hacer hoy.
Jamás me sentí tan humillada, sobre todo cuando se dio la vuelta mientras me vestía. Me dolía todo el cuerpo, pero, como una idiota, esperaba su explicación o, al menos, esperaba que me dijese algo.
—Te llamaré. Que tengas un buen día.
Me sentía estúpida, furiosa y dolorida, y me fui. “¡Cabrón!” me reproché a mí misma. “Es culpa tuya, eres una idiota…” Especialmente porque le contesté cuando me llamó esa noche. Le escuché con atención y me alegré de que me sugiriera un segundo encuentro. Y así es como empezó todo este extraño asunto, hace dos meses. Dos meses en los que su voz, sus ojos, sus manos y sus deseos han estado guiando mi camino. Como ya he dicho, soy una idiota…
La segunda vez que quedamos todo fue igual de intenso. Aunque ya conocía sus deseos, me volvió a sorprender. Para convencerme de que fuera a su habitación de hotel, me aseguró que no me pondría un dedo encima, y mantuvo su palabra. Cuando llegué, se lanzó con un discurso sobre el deseo. Cautivada por su encanto, le escuché, mientras me preguntaba si me golpearía, me insultaría, o si había planeado algo completamente diferente, pero al final admitió, con una extraña fragilidad, que le resultaba guapa, y que lo único que quería era observarme mientras me tocaba. Aunque no era lo que esperaba oír, debo admitir que me gustó bastante la idea. Quiero que me desee tanto que incluso a menudo sueño con él, fantaseando con su viril arrogancia y sometimiento.
Menos torpe que la primera vez, deslicé mis manos sobre mi ropa, moviéndome con suavidad. Elegí una blusa negra que resaltaba mi pecho. Me encantan mis pechos, a todos les encantan. Se los mostré lentamente, saboreando el momento. Me tomé mi tiempo, y sentía cómo su mirada me estudiaba, me analizaba, me envolvía. Sentía el calor de mi piel mientras mis manos se deslizaban sobre mis hombros, mi garganta y continuaban hacia abajo. Quería excitarle, pero era yo quien se estremecía con antelación. Mientras desabrochaba la blusa, poniendo al descubierto mi sujetador blanco de encaje, su rostro permanecía indescifrable. Me quité el sujetador y le ofrecí mis atrevidos senos. Cuando no reaccionaba, me mordía los labios y me pellizcaba los pezones, jugando con ellos hasta que se volvían duros y sensibles. Una ola de placer se apoderó de mí, arrastrándome y desatando mi deseo.
Tendida en la cama, ya solo llevaba puestas las bragas. Mis manos, las cuales imaginaba suyas, exploraban mi cuerpo con ansia y seguían excitándome hasta que comencé a palpitar con deseo. Le sonreí mientras mis manos se deslizaban hacia mi delicado vello púbico. Sostuve su mirada y entendí lo que quería. Empecé a tocarme, más y más fuerte, haciendo círculos sobre mi clítoris, hinchado y palpitante. Mientras pensaba en él, metí un dedo en mi vagina. Sentí que explotaba de deseo, y grité, mojada y temblorosa; no me reconocía. Jamás había sentido tal placer, ni siquiera sola en casa. Metí un segundo dedo. El deseo era casi insoportable a medida que metía y sacaba mis dedos cada vez más rápido y fuerte. Aún sentía su mirada penetrante, y su rostro empezó a desdibujarse cuando imágenes de su pene comenzaron a aparecer en mi cabeza. Gemí, ebria de placer. Mi vagina se abrió y metí otro dedo mientras que mi cabeza daba vueltas deleitándose. Puse los ojos en blanco y me sacudí sin control mientras me masturbaba violentamente, ahora con ambas manos. Delirante de placer, grité su nombre. Atrapada en el vicio de mis ágiles dedos, sucumbí a un orgasmo que incluso hizo temblar la tierra. Mi cuerpo explotó y sacudí mi cabeza hacia atrás, chillando en éxtasis. Durante el silencio que surgió a continuación, aún temblando en la cama, me miraba. Cuando se levantó, dijo:
—Muy bien. No te olvides de cerrar la puerta cuando salgas.
Sin más, se fue. Oí el portazo de la puerta y me quedé sola de nuevo. Me costaba calmar los espasmos que aún recorrían mi cuerpo y la frustración de saber que no parecía desearme. Finalmente, me levanté, me vestí y me fui, cerrando la puerta tras de mí. Quería gritar, pero también quería volver a verle desesperadamente.
No pasó mucho tiempo antes de que me llamara. ¡Cualquiera pensaría que le gustaba! Hubiera preferido verle de nuevo en la habitación del hotel, pero en lugar de eso, propuso quedar en un café.
—Un vestido ligero será perfecto para este sol de primavera, —sugirió.
Cuando me dijo que llegaría tarde, un supuesto imprevisto en el trabajo, me instalé en una mesa exterior de uno de mis cafés favoritos. Me encanta su atmósfera íntima, sus cómodos sillones y la vista sobre el puerto. Mirando las velas de los barcos me dieron ganas de viajar a algún lugar exótico junto al mar. Abrumada por la ligera brisa y el sol en mi cabello y mi vestido, me sentía magnífica. Aunque estaba contenta allí sentada, me sentía inquieta, impaciente por verle.
Por suerte, mi teléfono empezó a vibrar. Llegaré tarde, lo siento. Dime qué ves a tu alrededor y así sentiré que estoy contigo. Satisfecha conmigo misma, sonreí y miré a mi alrededor. Le dije que el camarero era algo lento, pero amable, y que había tres mesas ocupadas junto a mí. En una de las mesas había una pareja que probablemente acababa de empezar a salir, a juzgar por cómo se agarraban las manos. En la otra mesa había un hombre, solo, jugando con su teléfono. Tres caballeros con traje, quizá banqueros, estaban sentados en la última mesa. Me felicitó por mi descripción. Debo admitir que observar a la gente en un café es uno de mis placeres inconfesables, mi pequeño vicio. Me gusta imaginarme sus vidas, inventarme sus escandalosas aventuras. Cuando veo a una mujer sonriendo al teléfono me imagino lo que estará escuchando, el mensaje apasionado de un amante, o el jugoso chisme de una amiga. Cuando dos hombres giran la cabeza para mirar a una mujer alejarse, sus caderas meciéndose de manera tentadora, imagino que por sus cabezas corren sucios pensamientos.
Mi teléfono empezó a sonar, haciendo que me despertara de mi sueño; era mi amante. Me sentí confusa cuando me preguntó si el hombre solitario me estaba mirando. Discretamente, eché un vistazo hacia donde estaba sentado.
—Creo que sí, —respondí.
—¡Mírale! Estoy seguro de que le gustas.
No me atrevía a mirarle.
—No sé. —Le dije indecisa.
—Estoy seguro de que le gustas. Acaríciate el cuello mientras le miras y desabrocha el botón de arriba de tu vestido.
¡Por eso me pidió fotos de mi ropa! Así podía elegir por mí lo que me pondría. Hice lo que me pidió; discretamente, desabroché el botón superior de mi vestido mientras miraba al hombre que estaba sentado solo. Me dio vergüenza, pero por suerte me sonrió. No parecía tener malas intenciones, lo cual me tranquilizó un poco, y empecé a divertirme, sintiendo cómo su mirada seguía mis dedos mientras me acariciaba el cuello. Me imaginé que era un fotógrafo y que tenía que capturar su atención. No sé posar, así que lo intenté todo; me moví con suavidad para mostrar mi escote, jugué con mis manos, mi pelo, reflejé en mi rostro una expresión de inocencia. Me gustó ese juego, hacer cualquier cosa absurda que su voz sensual me ordenara.
—Sé sexi y seductora.
Busqué el mejor ángulo al sol para que el extraño me contemplara y desabroché otros dos botones. Sintiendo el excitante calor del sol sobre mi piel desnuda, cerré los ojos un instante para olvidar mi incomodidad y sentir la luz deslizándose sobre mí, como la mirada del extraño.
—¡Sorpréndele! ¡Sedúcele!
Respiré hondo y mostré mi canalillo intentando que pareciera un accidente, como si los tres botones del vestido pudieran estar rotos. Dado que el vestido también era de escote bajo, uno de mis senos podía verse cada vez que levantaba mi copa, y se volvía a esconder cuando la bajaba. El extraño bebía con cada uno de mis movimientos, y era evidente que disfrutaba de mi coqueteo, especialmente cuando repetía el movimiento, mostrando mis senos una y otra vez. Yo también estaba disfrutando.
—¡Haz que te desee! ¡Excítale!
Él seguía mirando fijamente el enorme escote del vestido. Mis dedos trazaban círculos en mi piel descubierta, recorriendo mis senos y subiendo por el cuello. De repente sentí el deseo de lamerlos, de chuparlos. Sosteniendo la mirada del extraño, abrí la boca y toqué los labios con mi dedo pulgar; primero suavemente, y luego más y más fuerte. Temblando de placer, inspiré profundamente y un ruido de succión se escapó de mi boca abierta.
—¡No pares! ¡Pónsela dura!
Me chupé el dedo y volví a acariciar de nuevo mi piel. Con los senos al descubierto, mis manos exploraban cada curva de mi cuerpo, buscando el camino hacia uno de mis pechos. Me acaricié el pezón, excitándolo y pellizcándolo mientras me mordía los labios. En ese estado de excitación, parecía estar en un columpio, balanceándome entre dos hombres, entre dos deseos. Entre la mirada que ansiosamente exploraba mi cuerpo y la voz persuasiva que me liberaba de todas mis inhibiciones.
—¡Te desea! Mira la forma en la que te observa. Ahora está imaginando cómo son tus tetas. Quiere tocarlas, chuparlas, deslizar su polla dura entre ellas. ¡Mira lo excitado que está!
Empecé a sudar de excitación. Mirando fijamente al extraño, me incliné hacia él de forma provocativa; lo estaba volviendo loco. Mi pecho se elevaba y caía sobre la mesa de hierro fundido.
Sentía que su mirada me quemaba mientras tomaba un sorbo de su copa con cada uno de mis movimientos y observaba mi vestido abierto. Sentía su cuerpo latir de placer mientras anhelaba tocarme, acariciar mis senos. Estaba totalmente expuesta, absolutamente inhibida, y sentía arder mi piel a medida que me iba excitando. Advertía que su erección crecía cuando me miraba, y empecé a temblar cuando le confesé a mi amante cómo me imaginaba sus caricias en mi pecho. Cómo me las agarraría con sus manos, haciéndome gemir. Cómo me pellizcaría los pezones duros y me los lamería con deseo. Anhelaba que me los chupara, que me los mordiera, y quería sentir el latido de su pene en mi mano mientras deslizaba su dedo entre mis muslos, empapados…
—¡Para! Creo que ya está lo suficiente excitada. No podré ir y verte, pero te llamaré pronto.
Colgó; la fantasía se acabó y, de nuevo, volví a la tierra de golpe. Mis tetas estaban al descubierto, el rostro del extraño comenzó a ponerse rojo, y los cuatro hombres con traje que olvidé por completo me sonreían descaradamente mientras susurraban chistes sucios entre ellos. Me miraban lascivamente como suelen hacer los hombres que se creen irresistibles cuando en realidad son repulsivos. Quería insultarles, darles un bofetón y mandarlos a casa con sus madres, pero supongo que todo era culpa mía…
Me abroché el vestido con la elegancia con la que fui capaz, le lancé una sonrisa fugaz al extraño, desconcertado, y abandoné el café.
Mediante sus jueguecitos, fue invadiendo poco a poco mi pensamiento y mis deseos. Estaba en mi mente incluso cuando hacía las cosas más insignificantes, desde el momento en el que me despertaba cada día hasta que me iba a dormir. Pensaba en él mientras disfrutaba del café de la mañana en mi soleada terraza, saboreando el primer trago, caliente y amargo.
Un sábado, cansada, intentaba resistirme a la enésima taza de café, mientras mi lengua llamaba a gritos un sabor dulce. Mis labios anhelaban sentir su boca, su piel, su cuerpo. Mis manos empezaron a temblar al ritmo de una música imaginaria, y entonces soñé que mi amante tocaba arpegios en mi cabello y en mi cuello. Improvisó una espléndida melodía sobre mis caderas, mi pecho y mi vientre, y golpeteaba con ritmo mi trasero y entre mis piernas. Mi cuerpo tarareaba y mi deseo crecía a su compás. Me tenía hechizada y era incapaz de resistirme. Bebí a sorbos el café, hasta la última gota, atrapada en medio de ese concierto imaginario junto a él. En ese momento mi teléfono sonó; mi sueño musical y rebosante de cafeína terminó.
Durante un momento hablamos sobre todo y sobre nada, y entonces me confesó que quería explorar mi erotismo.
Me hizo algunas preguntas, pero yo era incapaz de expresar con palabras mis ideas. Entonces sugirió quedar aquella tarde, prometiéndome una noche que liberaría mi lengua.
Curiosa y cansada, conseguí pasar el día hasta que, de nuevo, me encontré en esa habitación de hotel. Estaba sentada junto a él en el sofá, sosteniendo una copa de vino. Frente a nosotros, en la cama, había una pareja, supuestamente amigos suyos, besándose con pasión.
—Te gustó que te miraran —me dijo. —Ahora te toca a ti disfrutar de las vistas.
Sus palabras quedaron claras cuando la pareja empezó a desvestirse. La mujer era hermosa; su pelo largo y moreno, su delicado cuerpo y sus movimientos elegantes me recordaron a una bailarina. La manera con la que se movía junto a su amante era una coreografía; era fascinante observarlos. La miraba fijamente con gran admiración.
—Es hermosa, ¿verdad?
Simplemente asentí; era tan sensual, ¡tan atractiva! Su firme y delicado amante la envolvía en besos. Los observé maravillada.
—¿Te gusta mirarlos? —me preguntó mi compañero de vistas.
—Me encanta —respondí.
Mi mirada contemplaba a ambos amantes pero, aunque resulte extraño, era a la mujer a quien no podía dejar de mirar. Su reluciente piel y sus senos juguetones me cautivaron, y al ver la lengua de su compañero lamiendo con deseo sus piernas, me estremecí de placer. Mi cabeza daba vueltas; no estaba segura en qué lugar me gustaría estar. La escuchaba suspirar, gemir y pedirle a su compañero lo que deseaba.
—¡Sí, así! Sí, con tu lengua. ¡Justo ahí!
Sin aliento y gimiendo, movía su pelvis para guiarle, y entonces gritó:
—¡Fóllame! Te quiero dentro de mí. —Le suplicó.
El hombre la abrazó y empezó a penetrarla lentamente.
—¡Joder, eres duro!
Le hablaba mucho, le exaltaba y le incitaba con palabras cada vez más atrevidas. Le pidió que la follara con fuerza, que la hiciera gritar. Fue tosca, pero para nada vulgar, simplemente expresaba sus deseos más intensos. Cuanto más excesivas se volvían sus palabras, más radiante parecía estar. Brillaba con un apasionado y ardiente erotismo, nada que ver con las mujeres dominadas de las películas porno. Más bien lo contrario; su sexualidad la fortalecía, la delataba.
Sus gritos de éxtasis eran como oraciones y hechizos; se transformó en predicadora del deseo mientras gritaba de divino placer.
—Más fuerte. ¡Voy a correrme!
Y así, explotó en interminables espasmos que nos inundaron al oírla chillar de alegría. Su compañero la giró y comenzó a besarla por detrás. Su rostro se perdió en su trasero mientras su lengua le provocaba y excitaba, haciéndola gemir de nuevo. Le hizo correrse una y otra vez, con la punta de su lengua, con su boca y cuando la penetró con todo su cuerpo. Ella parecía resplandecer como un rayo en una tormenta. Su amante, aun sabiendo que su luz nos deslumbraba, continuaba con fuerza, haciéndola brillar incluso con más intensidad.
Finalmente, la mujer, sintiendo que su pareja estaba al borde del orgasmo, se tumbó, le sonrió y le incitó a que se corriera sobre su vientre y sus tetas. Observé con asombro cómo los chorros de líquido brotaban de su enorme pene, decorando la piel bronceada de la radiante reina.
—¿Entonces? —me preguntó mi mentor. —¿Qué piensas?
Estaba muda, aunque conseguí finalmente responder:
—Increíble.
Sin embargo, tan pronto como llegué a casa, empecé a pensar en todas las palabras que
podría usar para describir esa experiencia. En mi mente se amontonaba todo un
diccionario sobre erotismo. De repente, tuve la necesidad urgente de explorar todo ese
nuevo vocabulario y pedir a gritos mis deseos.
Después de aquel encuentros, nos empezamos a ver con más frecuencia. Al siguiente día quedamos en su habitación de hotel, esta vez solos él y yo. Me sentía tranquila con su presencia, su cálida sonrisa y su tentadora voz me hacían sentir en calma. Con su habitual elegancia y control, supo excitarme más que nunca.
—Tengo un regalo para ti.
Sorprendida, abrí la caja que estaba sobre la cama y encontré una fantástica lencería. No podía esperar a probármela y mostrársela, así que le pregunté si podía ir al baño a cambiarme.
—No, hazlo delante de mí.
Puso algo de música mientras me desnudaba y me ponía mis nuevos regalos. El sujetador me quedaba perfecto, sostenía mis senos y resaltaba las curvas. La tela negra, sublime, era ligeramente transparente, y podían apreciarse pequeños puntos negros que descendían desde los tirantes y se unían entre mis dos senos formando un hermoso nudo. Parada frente al espejo, no podía parar de mirarme, y recorría mis manos por todo el cuerpo. Mis pechos parecían frutas, cerezas, melocotones, manzanas…; los notaba crecer bajo mis manos, y mis pezones se endurecían al tocarlos.
—Mírate… ¿No crees que eres hermosa?
Estimulada por sus palabras, me pellizqué los pezones y me sorprendió lo duros que
estaban. La luz parecía emanar de ellos, penetrando profundamente dentro de mí. Me contemplé fijamente, observando mi propia excitación.
—¡Eres magnífica! Mira lo atractiva que eres.
Sentí que su mirada ardía dentro de mí, y sus palabras me incitaban a explorar mi cuerpo. Mis curvas se elevaban al acariciarme mientras me sonreía a mí misma y veía mis dedos bailar sobre esa radiante mujer frente al espejo. Era Venus, una estrella de la mañana que ilumina el cielo nocturno.
La persona del espejo se sentía diferente a Alice, aunque tuviéramos la misma piel pálida y la misma boca sugiriendo una sonrisa seductora. Ya no eran mis manos las que me acariciaban, sino las de ella, esa hermosa diosa. Sus pechos se tensaron bajo la lencería de encaje cuando reveló su deseo.
—Acércate. —Me dijo.
Me dejé caer en la fantasía al cruzar el cristal al que miraba. Mi visión se nubló con lujuria; mi cuerpo automáticamente le respondió.
—¡Sigue!
Sentí que su fuerte mano golpeó mi espalda y perdí el equilibrio, perdida en un sueño placentero. Era suya, estaba lista para que me disfrutara. Mientras su mirada recorría mi cuerpo, sentí sus ojos como si de apasionados besos se tratase, o como si fueran los primeros cachetes de mi amante. Mis dedos recorrían mis muslos y mi placer aumentaba; estaba ardiendo de deseo mientras él me miraba con admiración. Temblé anticipadamente y, justo cuando estaba a punto de salir de mi fantasía y rogarle que me hiciera suya, me detuvo en seco.
—Para.
—¡Fóllame! —Le supliqué. Estaba desesperada por sentirle dentro de mí.
Me agarró de la mano y me llevó hacia la cama. Me esposó al cabecero de la cama y sentí una oleada de emoción sobre mí. Después, sacando un pañuelo de su bolsillo, me dijo:
—Voy a follarte, pero antes...
Me vendó los ojos con el pañuelo y me sentí completamente a su merced.
—Sé paciente. Volveré pronto.
Le oí alejarse y abrir una puerta, supuestamente la del baño. Esperé. Unos minutos después, escuché sus pasos acercándose, y empecé a temblar. Por fin, ¡por fin lo va a hacer! Su mano rozó mi trasero y gemí. Estaba lista, esperando a que me azotara, pero, por el contrario, seguía acariciándome suavemente, haciendo que mi piel ardiera de deseo. ¿A qué espera? ¡Estoy lista, le deseo! Se tomó su tiempo, haciéndome esperar. Me gustaba, pero quería más, le quería dentro de mí. Estaba excitada y molesta a la vez, pero sabía que tenía que ser paciente. De repente, oí una oleada de actividad detrás de mí y un sonido de papel de aluminio y plástico; no se ha olvidado de la protección. ¡Por fin me va a follar! Por fin su erecto pene me penetró, lentamente y con suavidad. Con los ojos vendados, me sentía indefensa y solamente podía concentrarme en las sensaciones, mientras que le sentía dentro y fuera; mi placer dependía de él. Comenzó a moverse más rápido, mientras que yo también movía mi pelvis para incitarlo a llegar más adentro, pero no lo hizo. Me sorprendió: pensaba que sería más duro. Sentía que no le reconocía, incluso su perfume olía diferente. Me lo estaba pasando bien, pero faltaba algo; pasión, imaginación, excitación. Exageré mis movimientos y mis gemidos para estimularle mientras le gritaba:
—¡Fóllame más fuerte! ¡Domíname!
Pero no respondía a mis súplicas. Ese hombre no era el que yo conocía; ¡mi hombre me estaría azotando, destrozando!
La tristeza y amargura me invadieron. Sacó su pene duro y lo sentí sobre mi trasero. Ah, ahí era donde quería correrse. No es mi estilo, pero quería sentirlo enloquecer de deseo y pasión. Me estremecí de dolor cuando me penetró, y mi espalda temblaba y se agitaba mientras empujaba. Cuando de nuevo sacó su pene, mis ojos derramaban lágrimas tan calientes como el líquido que se derramó sobre mi espalda. Gimió de placer cuando acabó patéticamente sobre mi piel.
Desde aquel momento no he sabido nada más de él, solamente unos pocos mensajes para organizar nuestro siguiente reencuentro. Me siento frustrada y engañada, y me pregunto cómo pudo haberme follado de una manera tan torpe y lamentable. No fue en absoluto lo que esperaba de él, ni siquiera sentí que fuera él mismo. ¿Y si no había sido él? ¿Y si envió a otro hombre a hacer ese sucio trabajo? ¿Y si yo solo soy un juego para él, una especia de muñeca inútil? Me pierdo en un laberinto de pensamientos deprimentes y dudas, sintiéndome realmente miserable e impotente.
Además, ¿por qué no me dejó que se la chupara? Incluso le molestó que se lo pidiera. Era como si dudara de que yo quisiera darle placer… Hubiese sido increíble sentir su pene erecto en mi boca, oírle retorcerse y gemir. Su sabor, dulce y caliente, me hubiera vuelto loca. De rodillas frente a él, hubiese sido sumisa, pero fuerte, y le hubiera llevado hasta el fondo de mi garganta. Imagino mi boca llena, mis labios tensos alrededor de su glorioso pene, mi lengua explorando su polla, su glande, sus pelotas. Le hubiera mirado a los ojos para ver el placer que le estaba dando reflejado en mí.
Le habría hecho temblar de gozo, totalmente concentrada en sus reacciones y en su placer. Habría gritado mi nombre con alegría, me hubiera dicho lo bien que se sentía, mientras yo me alzaba como guía de nuestra pasión y comunicación. Mi boca triunfante le hubiera dejado sin palabras y mi lengua ágil le habría hecho olvidar sus problemas. Después, si él hubiese querido, habría sostenido mi cabeza y empujado más hacia mi garganta. Mi boca le habría absorbido, chupado e incluso llevado hasta el final de su deseo. Él habría pensado que estaba al mando de la situación, pero en realidad era yo la que hubiera sido la dueña del juego; hubiera sido Venus chupando a su Zeus.
Y eso es todo, esa es la verdad. No soporta dejarse llevar; quiere poder controlarlo todo y no dar nada, atraparlo todo, pero no ofrecer nada a cambio. Me lo ha quitado todo, mi placer, mi personalidad, mi humanidad. Debería haberme dado cuenta la semana pasada, cuando llegué tarde a nuestra cita porque me detuve a ayudar a un tipo que tuvo un accidente con su moto. Se enfadó tanto conmigo que ni siquiera quería escuchar la razón por la que llegué tarde. Simplemente decidió que, si habíamos acordado una hora, debería asegurarme de llegar a tiempo, pasara lo que pasara. ¡Cabrón! No sabe amar, posee. Y ahí estaba yo, esperando como una estúpida a que me llamase de nuevo, pero ¿por qué?.
Entonces mi teléfono sonó con un mensaje críptico, alejándome de mis pensamientos:
4 p.m. Habitación 503. Lencería roja.
¿Qué esperaba, que apareciera como si no hubiese pasado nada? Como quieras… Quizá tenía razón. ¡Voy a ir! me dije. Sí, iré a esa cita, pero no con sus condiciones. Llegaré tarde a propósito y no me vestiré de rojo. Me pondré mi ropa interior favorita, de color verde grisáceo, y seré una mujer guapa, sexi y fortalecida. Seré, simplemente, yo misma, Alice.
Así que, aquí estoy, frente a su puerta, tarde y “vestida de manera inapropiada”. Suspiro profundamente y, en lugar de llamar a la puerta, entro directamente. No sé lo que me espera dentro, pero sí sé lo que quiero.