¡Hora de ir a la cama! Relatos eróticos breves para leer con tu pareja - Camille Bech - E-Book

¡Hora de ir a la cama! Relatos eróticos breves para leer con tu pareja E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
Beschreibung

Este audiolibro está narrado en Español Neutro y Castellano. "Incluso después de llevar juntos tantos años, todavía es capaz de sorprenderme con sus habilidades. No sé cómo puede llegar a convertir una historia de amor en un video pornográfico y volver a enamorarme de nuevo. Es increíble cómo convirtió un momento romántico en un polvo salvaje con un solo toque." – Átame Fantásticas historias calientes alrededor del mundo para compartir: las distintas aventuras de Jim, el masajista en una isla tropical que sabe llevar al éxtasis a las que pasan por sus manos; parejas que siempre logran sorprenderse; sesiones de sexo fuerte entre compañeros de trabajo en el extranjero y mucho más. Esta compilación contiene los relatos: ¡A sus órdenes! Jim 1: El masajista tántrico – una novela corta erótica Jim 2: Los encantos de Diane – una novela corta erótica Jim 3: Lujuria en Nueva York – una novela corta erótica Viola Átame Un preciado tesoro El despertar de Alice Un vals a tres tiempos Ruégame – una novela corta erótica Estos relatos cortos se publican en colaboración con la productora fílmica sueca, Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Chrystelle LeRoy, Alicia Luz, Camille Bech, Julie Jones, Ashley B. Stone, Nicolas Lemarin, Saga Stigsdotter

¡Hora de ir a la cama! Relatos eróticos breves para leer con tu pareja

Translated by Marta Cisa Muñoz, Raquel Luque Benítez, Adrian Vico, Olga Vizán Gagamro

Lust

¡Hora de ir a la cama! Relatos eróticos breves para leer con tu pareja

 

Translated by Marta Cisa Muñoz, Raquel Luque Benítez, Adrian Vico, Olga Vizán Gagamro

 

Original title: Time for Bed: Exciting Erotic Short Stories to Read to Your Partner (SPA)

 

Original language: French

Cover image: Shutterstock

Copyright ©2024, 2025 Chrystelle LeRoy, Alicia Luz, Camille Bech, Julie Jones, Ashley B. Stone, Nicolas Lemarin, Saga Stigsdotter and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788727168746

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

¡A sus órdenes!

Operación Khaïma 2

Mali, en algún lugar al este de Mopti

Encerrados en el vehículo blindado, Jules hace algunos chistes. Es su forma de lidiar con el estrés. Jules es mi compañero y amigo desde hace varios años. Hemos ido a clase juntos, lo conozco mejor que nadie, y él a mí. Ya llevamos diez años viajando juntos por el mundo. El rigor y la disciplina son necesarios para mí. Son mi estructura y me mantienen vivo. Hoy estamos planeando una ruta. Estamos asegurando una trayectoria para la población local.

Al salir del vehículo blindado ya tengo calor. Mi chaleco de combate y mi casco pesan demasiado, el vapor caliente nubla mi visera de vidrio y el sudor comienza a gotear por mis sienes. Es solo el comienzo. Pronto goteará hasta el borde de mi trasero a medida que los latidos de mi corazón se aceleren antes de volver a un ritmo regular cuando el peligro haya pasado.

El barrido de minas es apasionante, pero a veces es realmente estresante. Descubrieron una mina terrestre y debemos proceder con precaución. Aunque la precisión de nuestros movimientos no es visible, todo está extremadamente calculado. El más mínimo error podría acabar con nosotros. Todo está orquestado hasta el último milímetro. Nada más existe excepto esta mina terrestre, mi amigo y yo. El tiempo se detiene. No se escucha nada aparte de mi propia respiración. Tenemos que evaluar la situación para que el otro equipo pueda desactivar la mina. Agarro la sonda con destreza, la hundimos suavemente para no golpear nada y la colocamos debajo de la mina. A partir de ahí medimos el tamaño y el peso con la mayor precisión posible, aunque siempre suele ser un momento crítico. Luego, al igual que hacen los arqueólogos, excavamos todo el camino. El sudor cae por mi cuerpo hacia mi espalda. ¿Hemos sido lo suficientemente precisos? ¿Han sido correctas nuestras predicciones? Una mirada rápida a Jules, un movimiento de cabeza, enderezamos y nos alejamos.

Ahí es cuando mi corazón se acelera, el estrés se evapora y deja lugar al éxtasis. Por eso amo tanto mi trabajo, me hace sentir vivo. Repetimos la operación varias veces a lo largo del día. Nos unimos al resto del regimiento y corremos hacia las duchas. El agua está fría, lo que hace que se enfríen mis apretados músculos. El agua salpica sobre mi torso a chorros sin lograr calmar mi erección. Siempre me ocurre lo mismo. Después de un día así estoy ansioso por follar. Ahora mismo no tengo tiempo ni para masturbarme. Tengo que escribir el informe, pero esta noche iré de caza. No hay otra.

 

Siempre es igual después del barrido de minas. Es lo que provoca la adrenalina. Ese momento de éxtasis en el que lo único que importa es salir vivo de ahí. Luego viene la tentación. Es cuando quiero tomar el control y dejar de tener miedo. Siento la necesidad de seducir a alguien. Me da igual quién, siempre y cuando su mirada sea insinuante. Luego viene el poder. Un deseo de venganza se apodera de mí. Anhelo dirigir operaciones. Necesito ser frío y preciso. Me transformo en un verdugo seductor. Anhelo la violencia y el placer. Siento la necesidad de dominar y disfrutar al mismo tiempo. Después de todo esto es cuando me tranquilizo. Es cuando me siento mejor. Siento que puedo volver a amar y a saborear el placer de la vida apaciguado y sereno.

LA ADRENALINA

Son las diez de la noche en Francia. Como todas las tardes a esta hora, me siento fuera para contemplar por un momento el cielo estrellado. Debajo de esta bóveda celestial, mi anillo brilla y me recuerda la promesa que nos hicimos hace tantos años: cada noche, antes de que se duerma, pasamos estos minutos juntos mirando las estrellas, cada uno en un lado opuesto del mundo. El cielo no le pertenece a nadie, nadie puede poseerlo. Allí arriba no hay guerra, hay sensación de seguridad. Aunque estemos tan lejos el uno del otro, este infinito ilimitado nos une. No importa la situación. Estos pocos minutos, estos momentos tan preciosos, son nuestros. Nunca se me olvida y a Melissa tampoco. Puedo sentirlo. Estoy seguro.

LA SEDUCCIÓN

El día ha sido largo. Toca relajarse. Mañana es mi día libre, así que esta noche nos vamos de fiesta. El alcohol fluye, las mujeres se sueltan y yo también. La música suena y una mujer me mira durante un instante. Sus curvas son perfectas y su mirada es devastadora. Su piel morena y su cabello de ébano brillan en un paisaje lleno de humo. Me acerco a ella para bailar, olerla y, si es posible, tocarla. Su cuerpo se acerca al mío y siento una erección subiendo poco a poco. La emoción es tan intensa que casi duele. Ella me besa primero. Sus deliciosos labios son tan calientes como brasas. Saborea mi lengua. Mis manos caen en cascada sobre sus caderas pasando por la curva de su espalda.

En nuestra unidad tenemos un dicho: evita los culos desconocidos, lo cual significa que no debes acercarte a chicas que no hayas conocido previamente. Sin embargo, quiero tocar ese trasero, quiero golpearlo y penetrarlo. Parece que le gusta. Se acerca a mí y me susurra al oído:

—Quiero que me folles. Fóllame.

—¿Quieres que te folle duro? —le pregunto.

—Quiero que me folles muy duro —me confirma.

La agarro de la mano para llevarla a la base y por el camino le arranco el tanga pensando en lo que voy a hacer en cuanto lleguemos. Apenas la estoy tocando y ya está haciendo ruido. Si sigue así, nos van a pillar. ¡Será mejor que se calle!

EL PODER

Cierro la puerta al entrar y le arranco la ropa.

—Si es demasiado… —empiezo la frase.

—Yo te aviso —acaba ella.

—No, no podrás —la interrumpo—. Solo sacude la cabeza, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—¡Ahora cierra la boca y ponte de rodillas! —le ordeno.

Le ato las muñecas a la espalda con una corbata. Sus ojos me suplican. Me encanta. Quiero metérsela en la boca. Sumerjo mi polla profundamente en su boca abierta. La estiro en el suelo y aprovecho su posición separando las piernas para lamer enérgicamente su clítoris, el cual se hincha bajo mi lengua. Está muy mojada. Eso es bueno. Muevo mi pelvis para ir más y más profundo.

Le doy la vuelta y le doy una palmada tan fuerte en el culo que acaba enrojeciéndolo. Comienza a soltar pequeños gritos de excitación, pero no debe gritar alto, sino los demás se despertarán. Le meto el tanga en la boca y la amordazo. Ato sus tobillos y acerco sus rodillas a su pecho. Después, rodeo su cuerpo con una soga para que se quede en posición.

Mi pene cada vez está más duro. Me muero por penetrarla y expulsarlo todo. Mi tensión interna está al límite. Me pongo el condón y la penetro. Está tan mojada que tengo que limpiarme para poder sentirla con más fuerza e intensifico mis movimientos. Su cuerpo se acerca una y otra vez. Yo empujo más y más fuerte. Mi sudor gotea sobre su rostro.

ENFRIAMIENTO

Empujo un par de veces más y me corro. Todo mi cuerpo se siente liberado. Su cuerpo tiembla. Finalmente, la ira, el odio y la fuerza se apagan.

Le quito la mordaza rápidamente y le doy una camiseta para que pueda regresar a casa. Ya no le sirvo.

Pido un taxi y le doy las gracias. Ahora puedo dormir tranquilo. Me siento mejor.

 

Los próximos días pasan sin mucha emoción. Estamos estancados en una rutina. Mi única interacción con mujeres es mi encuentro diario con Melissa, a la que le he entregado mi alma, mi apoyo y mi lealtad. «Juro que te seré fiel». Siempre me he sentido leal tanto en el amor que le doy como leal a nuestros valores compartidos. Lo único que necesito a veces es escapar de mi tormento a través del placer de transmitir angustia y deseo, pero nunca he amado a otra. Nunca podré amar a otra persona.

Son las diez menos cinco. Salgo. Las ráfagas de viento me detienen y, lo que es peor, me impiden ver una sola estrella. Regreso a mi habitación a regañadientes y me acurruco debajo de las sábanas. No importa la temperatura que haga. Me gusta sentir la colcha cuando duermo. Me gusta sentir su peso sobre mí.

Cierro los ojos y me imagino a mi preciosa mujer. Imagino su piel blanca como la seda, su suavidad y, por supuesto, su mantón sobre los hombros mientras mira las estrellas. Su espíritu se mueve a través del infinito celestial. Cuando entra en casa deja que su ropa de abrigo caiga sobre la alfombra para revelar su cuerpo delgado y suave. Su mirada me atraviesa y me acerco a ella poco a poco. Su perfume floral me atrapa. Empiezo a mordisquearle la oreja y le beso el cuello. Bajo suavemente agarrando sus manos con las mías y acaricio sus senos puntiagudos con precisión. La punta de mi lengua palpa sus pequeños y sensibles pezones. Todo lo que tenga que ver con ella me encanta: su piel, su aroma, su sabor, su voz, etc. Es mía de por vida.

Sus manos se deslizan por mi cabello y hace que este se ponga de punta. Mantiene su mirada en mí. Beso su estómago y ella separa sus piernas mientras yo me arrodillo y lamo el espacio entre sus muslos. Me encanta el sabor salado de su flujo. Ella tiembla de placer. Empiezo a tocarla con un dedo y después utilizo dos. Observar su orgasmo me transmite el mismo placer. Su cuerpo no para de moverse y se le escapa un grito, lo cual hace que me ponga más caliente y quiera penetrarla cuanto antes. Me levanto de nuevo, la coloco sobre la mesa, coloco sus pies contra mi clavícula y comienzo a empujar repetidamente. Su vagina empieza a contraerse y aprieta mi pene. Cada vez empujo más, pero al escuchar sus gemidos de placer no puedo aguantar más y me corro dentro de ella. Mis músculos se relajan uno por uno y cuando ella se sienta para tomarme en sus brazos, las lágrimas comienzan a caer por mi rostro. La amo con todas mis fuerzas.

Me quedo dormido así, cerca de la cara de mi esposa. Tan lejos de su cuerpo, pero a la vez tan cerca y conectado a ella.

 

Mi alarma suena un poco antes que la de mis camaradas. El cuartel está en silencio. Ayer hubo día libre, pero nada más de lo normal: televisión y deportes. A veces me gusta pasar tiempo solo. Son las cinco de la mañana y tengo una hora para salir a correr. Cuando salgo, escucho algunos chasquidos lejanos, como petardos. A veces olvido que estamos en un país precario. Un lugar en el que el ser humano saca su lado más egocéntrico y hace lo que mejor se le da: matarse los unos a los otros.

Un día fui a visitar un orfanato lleno de niños que habían sufrido el efecto de las minas terrestres. Tenían partes del cuerpo amputadas, pero en sus rostros aún brillaba el amor por la vida. Necesito encontrar esa sensación interna de bienestar. No sé por qué, pero en estos días así de agitados solo tengo una manera de hacerlo. Tengo que convertirme en un depredador, en un león que ronda su presa. Quiero llegar a ese punto de satisfacción en el que ya no necesito nada más.

Me pongo los auriculares y salgo a correr por la base centrándome en cada sensación: mi respiración amplia y regular, el calor que ya comienza a extenderse por mi cuerpo o cada uno de mis movimientos automáticos. Supongo que Lana, una de las enfermeras del regimiento, tuvo la misma idea que yo y, sin decir una palabra, comenzamos a correr juntos. A las seis menos cuarto reducimos la velocidad, continuamos andando y me quito los auriculares. Nunca me había fijado en su belleza cuando se quita el uniforme. Su cuerpo es firme y musculoso, su cabello es largo y su sonrisa dulce.

—Gracias por esta pequeña carrera improvisada —me dice.

—Ha sido un placer.

Antes de irse me da un pequeño beso y me susurra al oído:

—Esta noche a las once en punto en tu habitación.

Es surrealista. Los días suelen pasar rápido y hoy, sin embargo, el tiempo va muy lento. Tengo un nudo en el estómago. Hago todo lo posible por concentrarme, mi vida depende de ello. Afortunadamente es un día tranquilo, ya que no podría haber sido tan preciso como otros días. Me preocupa que en lugar de pensar con la cabeza lo haga con la polla. Me besa una mujer hermosa y pierdo todos mis sentidos. Solo pienso con la cabeza de abajo.

 

Son las once menos cinco y me encuentro en mi habitación esperando pacientemente. No sé qué va a pasar, pero aun así espero. La puerta se abre y entra rápidamente en la habitación. Sin hacer ruido pone su dedo sobre mis labios para calmarme mientras se quita la camisa. Me llega el olor de su perfume, un olor masculino que le sienta bien. Me besa el cuello y desciende lentamente a lo largo de mi cuerpo. Me indica que no me mueva y yo obedezco. Muerde mis pezones, lo cual acelera mi erección. Se arrodilla y me baja los pantalones hasta los tobillos mientras mi erección sigue aumentando dentro los calzoncillos. Me baja ligeramente la ropa interior para desnudarme por completo y levanta mis testículos, que cada vez están más sensibles. No puedo evitar mirarla. Ella no levanta la cabeza. Sabe lo que está haciendo. Lame la parte superior de mi pene y la mordisquea suavemente antes de metérsela entera en la boca. Me produce tanto placer que la golpeo involuntariamente. Quiero acariciar su cabello, pero ella me aparta las manos. Soy un mero espectador de mi propio orgasmo. La presión aumenta, su boca caliente sube y baja. No sé si puedo contenerme mucho más tiempo, pero luego se retira con una gran sonrisa.

No sé de dónde saca el condón, pero me lo coloca con tanta que destreza que me da la sensación de que no es la primera vez que lo hace. Me ordena que me siente en la silla y yo mantengo mis ojos fijos en ella y obedezco. Tiene algo que me da placer. Estoy dejando que me dominen y, por una vez, me gusta. Se sube su pequeño vestido rojo de flores y se monta sobre mí. Tengo muchas ganas de tocarla y penetrarla, pero es ella quien manda, lo cual me excita. Es ella la que marca el ritmo y elige la posición.

Pongo mis manos sobre su cadera, pero me las vuelve a quitar de inmediato.

—Esta noche te follo yo, mañana te toca a ti. Lo único que puedes hacer ahora mismo es disfrutar el momento —me dice fríamente.

Acelera el ritmo y me dejo llevar. Balancea sus caderas de un lado a otro, gira en todas direcciones y se mueve de tal forma sobre mi pene que hace que llegue el momento de éxtasis final. Eyaculo y cierro los ojos. Se me pasan todo tipo de imágenes por la cabeza: los dos unidos, yo eyaculando sobre su piel desnuda, etc. Su orgasmo es silencioso. No habla, ni llora, pero puedo sentir cómo su vagina se contrae, su cuerpo se llena de espasmos y sus ojos se cierran.

Se levanta rápidamente y se inclina hacia mí:

—Nos vemos mañana en el hotel Sweet Dreams a las siete en punto. Habitación 301. A las nueve en punto habremos terminado, antes del toque de queda. Soy toda tuya. Sé duro y fuerte —me ordena.

—Hazte la dormida. Te follaré y me iré en cuanto haya terminado. Si en algún momento crees que estoy siendo demasiado violento, sacude la cabeza —le digo recuperando cierta apariencia de control.

—Me gusta que me den duro —dice guiñándome un ojo—. Nos vemos mañana.

Se va sin un beso de despedida. No entiendo nada de lo que acaba de suceder. No hemos hablado prácticamente nada, pero tampoco lo hemos necesitado para pasar un buen rato.

 

Al día siguiente lleno mi mochila de cuerdas, whisky, vibradores y bolas anales. Justo cuando estoy a punto de irme recibo un mensaje de texto: «Cuando entres, gira a la derecha justo antes del patio interior con la fuente. Tienes que entrar por el tercer arco. Sé discreto. Me voy a dormir;-)». Voy caminando pegado a las paredes para que los demás no sospechen nada. Si me descubren, podría perder mi trabajo. El hotel está a cinco minutos de la base, un lugar rápido y práctico. Echo un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que nadie me vea, excepto el jardinero, que asiente con la cabeza. El hotel es magnífico. Parece un riad marroquí con su patio abierto y sus pasillos dando acceso a las habitaciones. Voy echando un vistazo a las paredes hasta llegar a la habitación 301. Verifico el número dos veces antes de entrar en silencio y cerrar la puerta detrás de mí. Reconozco su ropa sobre la silla. No hago ningún ruido mientras miro a mi alrededor. Está tendida en la cama con ropa interior de encaje negro. Dejo mi mochila con delicadeza junto a la cama y comienzo a desvestirme. Mientras la veo dormir empiezo a masturbarme y me acerco sin hacer ruido. Le quito las bragas y las uso para taparle la boca cuando abre los ojos. No se resiste, quiere más. Una vez en silencio, utilizo la soga para atarle las manos, los brazos y el resto de su cuerpo. Ato sus tobillos a las esquinas de la cama y ya puedo hacer todo lo que no pude anoche. Le doy una palmada en el culo con tanta fuerza que le dejo la marca de mi mano. Muerdo sus pantorrillas y me muevo hacia arriba para morder el interior de su muslo como si quisiera marcarlo con una plancha caliente. Si alguien ve la marca en los próximos días, se sorprenderá. Meto la lengua en su vagina húmeda antes de aventurarme en su empapado clítoris. Siento cómo se hincha debajo de mi lengua mientras mis dedos agarran con fuerza mi pene erecto. La miro de vez en cuando y ella me hace saber que quiere más. Entonces, agarro las bolas anales, las paso por su vagina para lubricarlas y las introduzco en su ano, lo cual produce un efecto de sorpresa por lo que muestra el arqueo de su espalda. Las saco y las introduzco de nuevo mientras sigo lamiendo su clítoris. Al mismo tiempo introduzco mis dedos en su ano para que nos excitemos aún más. Cuando veo que sus ojos se mueven hacia arriba por el efecto del orgasmo, me pongo un condón para penetrarla violentamente. Empujo una y otra vez mientras las bolas se hunden en lo más profundo de su ano. Le doy la vuelta para que me mire y así poder ver la emoción en su rostro. Empiezo a penetrarla, pero esta vez por el ano mientras introduzco cuatro dedos en su vagina.

Se lo está pasando de miedo, es obvio. Está muy mojada, así que acelero el paso, pellizco su clítoris y saco mi pene para eyacular sobre su estómago desnudo.

Me tomo unos segundos para saborear la sensación del orgasmo y luego la libero. Le doy un último golpe en el trasero mientras le desabrocho las manos. Le quito la cuerda, pero le dejo la boca tapada. No quiero escucharla. Antes de irme, le susurro al oído:

—Vuelve a dormir. Si no te duele mucho el culo, mañana voy a salir a correr a las cinco y a las seis menos cuarto estaré en la ducha, como todas las mañanas.

 

A las ocho y media ya estoy metido en la cama. Me siento bien, recargado y vaciado al mismo tiempo. Lo único que quiero es dormir. Pongo la alarma a las diez de la noche para no perderme el encuentro con el amor de mi vida. Solo nos permiten llamar a los familiares una vez por semana a través de una línea segura y a mí me toca mañana. Miro su foto al lado de la cama y me quedo dormido sonriendo.

 

A la mañana siguiente me siento en buena forma y con las pilas cargadas. ¿Vendrá a ducharse conmigo? Salgo a correr. Hace calor afuera, pero no me detengo. Acelero y espero que venga corriendo desde uno de los edificios, pero nada. El agua de la ducha corre sobre mi piel. El jabón se desliza dejando en mí un suave aroma, pero solo en mí. No hay nadie más.

 

Ya han pasado quince días desde aquel encuentro en el hotel. No la he vuelto a ver. Espero que le gustara. Espero haber entendido sus miradas, sus deseos.

Queda poco más de un mes para volver a casa. Los días son duros. El calor es aplastante. Incluso el agua de los grifos sale caliente. Los ventiladores están encendidos todo el tiempo, las cortinas de mi pequeña ventana le dan a mi habitación una atmósfera sombría, a pesar de estar pintada con un tono muy claro y austero. Empiezo a extrañar mucho mi hogar y, sobre todo, a Melissa. Echo de menos sus sonrisas, nuestras conversaciones, sus ideas, su voz… Extraño todo sobre ella. Me siento muy solo. Necesito contacto, seducción y sexo. Especialmente sexo.

 

Me pongo las mallas y los calcetines y me ato los zapatos antes de irme. Esa mañana el aire es un poco más fresco. Está lloviznando. Se acerca la temporada de lluvias, lo que hará que nuestro trabajo sea más complicado. Aumenta el estrés y la adrenalina. La lluvia me refresca y me ayuda a soportar el calor sofocante. Mi respiración es más fluida, sudo menos, mis zancadas son más largas y las mañanas son más dinámicas. Al llegar al pasillo hago estiramientos contra la pared cuando me doy cuenta de que la puerta de mi habitación está entreabierta. No tengo ninguna razón para entrar en pánico, ya que este lugar es una verdadera fortaleza. Abro la puerta y oigo correr el agua de la ducha. Mi corazón comienza a latir. ¿Será ella?

Lana está allí, en mi ducha, desnuda. Se masturba con el cabezal de la ducha. Inmediatamente me provoca una erección, me desvisto rápidamente, me pongo un condón y me meto en la ducha con ella. Me da la espalda y me mira por el rabillo del ojo. Agarro su cabello para atraerla hacia mí y comienzo a besarla. Agarro sus senos y, sin más preliminares, la penetro con fuerza. Levanto sus manos sobre su cabeza y la penetro una y otra vez mientras ella gime. Pongo mi mano sobre su boca y ella me muerde.

—Parece que quieres jugar, ¿no?

Ella asiente, así que agarro su mandíbula con mis manos, abro su boca y aprieto su lengua con mis dedos. Esto hace que me excite tanto que no pasan ni cinco minutos cuando ya me he corrido encima de ella y llego al clímax.

Ella se da la vuelta para besarme y me dice:

—Me voy mañana. Solo quería despedirme antes de irme. Puede que nos volvamos a encontrar en otra misión. En ese caso, dejaré que vengas a verme por la noche sin previo aviso.

Y se va. Yo me quedo en la ducha con el condón en el suelo y mi mente en otro lado. Es como si la soledad y el dolor hubieran desaparecido. Es como si estuviera lleno de energía de nuevo.

 

Al día siguiente todo el mundo está inquieto. Hay días en los que sin saber por qué, sabemos que el peligro está cerca, al acecho. Lo sentimos antes de verlo. Las noches son tensas, las tardes son frenéticas y todos respetamos los toques de queda. Es un miedo irracional del que nadie habla, pero deprime y captura sutilmente nuestro ánimo.