Hasta el amanecer - Samantha Hunter - E-Book

Hasta el amanecer E-Book

Samantha Hunter

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Beschreibung

Elit 404 Tessa Rose tenía completamente embriagado a su guardaespaldas, Jonas Berringer. Pero no sólo porque conociera íntimamente los aromas afrodisíacos, ni tampoco porque para él fuera fruta prohibida por ser su clienta, la hija del jefe… Jonas no creía tener nada que ofrecer a Tessa desde que se había quedado ciego. Pero entonces Tessa y Jonas se quedaron solos durante un apagón y comenzaron a descubrir los encantos de la oscuridad. Quizá no pudieran ver, pero sus otros sentidos eran ahora mucho más intensos; podían oír, oler, tocar y saborear…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2011 Samantha Hunter

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hasta el amanecer, n.º 404 - enero 2024

Título original: Mine until morning

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411806831

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

1:00 p. m.

Filadelfia, Pensilvania

 

Jonas Berringer puso el cartel de CERRADO en la puerta de la tienda de jabones Au Naturel. Durante las diez horas que abría la tienda, no podía pensar en otra cosa que en estar a solas con su propietaria, Tessa Rose.

Aquella tarde hacía un calor sofocante en Filadelfia, como todos los días últimamente. Al menos en la tienda se estaba bastante fresco gracias al aire acondicionado. Las sencillas estanterías de madera estaban llenas de lociones y jabones de todos los colores y fragancias que se pudieran imaginar. También había pequeñas cestas de muestras y otros caprichos colocados donde los clientes pudieran verlos con facilidad.

Era un lugar elegante y con clase, pero al mismo tiempo cálido y acogedor, como la propia Tessa. Los aromas a jazmín, sándalo, naranja, vainilla y muchos otros que ahora era capaz de identificar embriagaban sus sentidos.

En la trastienda no había aire acondicionado, por lo que al entrar en la habitación donde Tessa hacía los productos, Jonas sintió una bofetada de calor. Era un poco más grande que la tienda y el olor era el doble de intenso, pero Jonas se había acostumbrado y ya no le resultaba asfixiante.

Una de las paredes de la sala la ocupaban casi por completo las distintas cubas y los fuegos, sobre los que había varias estanterías con moldes de madera, frascos de todo tipo y herramientas. En el otro lado de la habitación estaban los jabones en proceso de elaboración y una zona refrigerada en la que se guardaban los ingredientes más perecederos. También había una mesa para cortar y envolver los jabones cerca del escritorio en el que Tessa llevaba la contabilidad.

—Jonas —dijo ella levantando la mirada antes incluso de que él anunciara su presencia.

Sus bonitos ojos grises azulados le dedicaron una cálida mirada. Porque ella también lo estaba esperando. Después de varias semanas, por fin iba a ocurrir.

Jonas cubrió la distancia que los separaba y, sin importarle que tuviera las manos mojadas de loción y aceite, la puso en pie y la tomó en sus brazos.

—¡Jonas! —exclamó ella riéndose justo antes de que él la besara en la boca de un modo que no dejaba lugar a dudas sobre lo mucho que la deseaba.

Jonas dio varios pasos hasta dejarla aprisionada contra el escritorio. Ella gimió con la misma pasión que le transmitía él con su beso.

—Te gusta volverme loco, ¿verdad? —la acusó Jonas en tono juguetón mientras le mordisqueaba el labio.

Tessa siempre había sido terreno prohibido para él. La hija de jefe, una mujer completamente fuera de su alcance. Pero después de estar día y noche con ella durante varias semanas, Jonas había acabado por perder el control.

Ella suspiró con una sexy sonrisa en los labios.

—Me he empeñado en ello. Empezaba a pensar que no te rendirías jamás —añadió sin dejar de sonreír—. Ese maldito autocontrol tuyo.

—Llevas demasiada ropa —gruñó él.

Sin apartar la mirada de sus ojos, ella se limpió las manos con un trapo y se quitó rápidamente el delantal de trabajo. Debajo, se escondía un sencillo vestido de tirantes amarillo. Cuando se estiró para colgar el delantal en la percha que había junto a la mesa de trabajo, Jonas pudo ver el contorno de su figura, que se transparentaba bajo el vestido.

Deseaba besar y acariciar cada milímetro de esa figura.

—Enseguida vuelvo —le dijo con voz provocadora—. Tengo que cerrar la puerta.

—Ya he cerrado yo —respondió él en el mismo tono tentador—. Estamos solos. Ven aquí.

—¡Qué exigente! —murmuró, volviendo a sus brazos.

—Más bien es que estoy impaciente por tenerte —susurró él contra sus labios.

—Yo también.

—No puedo dejar de pensar en ti —le confesó Jonas.

Le temblaban las manos por el esfuerzo que le suponía ir despacio, recordar que Tessa merecía todo eso y mucho más. Y él iba a dárselo.

Pero ella le mordió el labio, dándole a entender que no quería ir despacio.

—No te contengas, Jonas —le pidió.

Él tragó saliva mientras le acariciaba los brazos desnudos, algo que hizo que a ella se le endurecieran los pezones bajo el vestido.

—Haré lo que tú quieras —le prometió con total sinceridad—. Lo que necesites.

—Solo te necesito a ti.

Le bajó los tirantes del vestido y lo dejó caer hasta dejar a la vista unos pechos preciosos que pudo admirar a placer, sin apenas poder creer lo bella que era. Tomó uno de sus pezones rosáceos entre los dedos y lo acarició suavemente, apretándolo con delicadeza y viendo el efecto que causaba en ella, cómo echaba la cabeza hacia atrás, cómo abría los labios y se le aceleraba la respiración.

Hasta que ya no pudo más, le agarró las dos manos y se las puso sobre los pechos. Jonas estaba fascinado con su falta de artificio.

—Quiero más —susurró ella e hizo que su miembro reaccionara de inmediato.

Atrás quedaron de pronto la paciencia y la suavidad, fueron arrolladas por el deseo. Tessa vivía justo encima de la tienda, su cama estaba a pocos metros de distancia, pero aun así era demasiado lejos. Iba a hacerla suya allí mismo, como llevaba días imaginando.

Una vez despojada del vestido, Jonas la estrechó contra sí y la besó hasta que ambos acabaron sin aliento. Tenía muy cerca la estantería con los aceites esenciales, por lo que no le costó ningún trabajo agarrar el frasco de aceite de almendras. Se echó unas gotas en las manos y comenzó a acariciarla por todas partes, cubriéndola de aquel dulce aroma desde los hombros, bajando por la espalda y luego las caderas. Ella se dio la vuelta y apoyó la espalda contra él para que pudiera seguir recorriendo su cuerpo por delante: los pechos, el vientre…

Era como una obra de arte, una mujer perfectamente esculpida que cobraba vida en sus manos.

—Jonas, esto es maravilloso, pero quiero más —le dijo, volviéndose a mirarlo, cubierta tan solo por unas braguitas de seda amarilla—. No te imaginas cuánto te deseo —confesó mientras colaba las manos bajo la cinturilla de la pequeña prenda para bajársela hasta que ya no hubo nada que se interpusiera entre ellos.

—Me hago a la idea —susurró él al tiempo que se despojaba también de la ropa.

En cuanto estuvo desnudo, ella se acercó para dejarse abrazar, piel contra piel por fin. Era una sensación increíble.

Jonas le pasó las manos por los muslos, por las nalgas redondeadas, las caderas. Su erección se apretaba contra ella, ansiosa, impaciente.

—Te deseo, Tessa —le dijo mientras la besaba.

—Entonces hazme tuya —respondió ella con mirada ardiente.

Jonas agarró un bote de miel que Tessa aún no había guardado y puso unas gotas sobre sus pechos para después lamerlas hasta conseguir que ella temblara de excitación y le clavara las uñas en los brazos.

Le levantó una pierna hasta colocársela alrededor de la cintura, de modo que su pene rozara esa humedad en la que tanto deseaba sumergirse.

—Jonas, por favor —le suplicó—. Hazlo ya.

—Todavía no… quiero que dure un poco más —le dijo.

La deseaba con todas sus fuerzas, pero había algo que lo tenía inquieto. La luz de la habitación le resultaba sospechosa. Miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos.

Se quedó bloqueado unos segundos.

¿Qué ocurría?

Nada.

Tessa lo abrazó de nuevo, ajena a cualquier problema o peligro.

Pero su trabajo era protegerla. Por eso estaba allí, para cuidar de ella como guardaespaldas. El senador Rose y su familia habían recibido algunas amenazas y Jonas se había ofrecido a cuidar de Tessa. Desde entonces no había podido apartar su mente de ella.

Volvió a mirar a su alrededor. No parecía haber nada fuera de lugar. Seguramente habían sido imaginaciones suyas, así que volvió a prestar toda su atención a la mujer que tenía entre los brazos.

Ninguno de los dos dijo nada más durante un buen rato. Jonas la levantó del todo al tiempo que movía las caderas para zambullirse en su cuerpo, un cuerpo cálido, húmedo en el que encajó a la perfección. Sabía que sería así.

Ella echó la cara hacia atrás para mirarlo a los ojos un instante antes de morderse el labio y cerrarlos de nuevo. Jonas supo que estaba a punto.

Siguió moviéndose, tratando de concentrarse en las líneas de su rostro, en los sonidos que salían de su boca y en el modo en que abrió los labios cuando empezó a temblar y se deshizo en sus brazos.

Se inclinó a chuparle un pecho, jugueteando con su pezón, un movimiento que la empujó definitivamente hasta el clímax. De su boca salió un grito ahogado.

Jonas deseaba unirse a ella, pero necesitaba algo más, así que comenzó a moverse más aprisa, con más fuerza mientras sus músculos se tensaban al sentir cómo se estremecía ella, disfrutando aún del orgasmo.

La liberación que tanto había deseado estaba ya muy cerca, tan cerca que era casi una tortura, pues no terminaba de alcanzarla. Le ardía el cuerpo entero mientras se zambullía en ella una vez más, tratando de llegar al orgasmo de su vida.

Tessa lo observó con gesto curioso, una expresión serena y feliz en su rostro, aunque quizá algo distante.

—A mi padre no va a gustarle nada todo esto —le dijo, sonriendo.

De pronto todo se volvió borroso y ella se esfumó, desapareció el calor de su cuerpo.

—No, no, espera —gritó Jonas, tratando de agarrarla.

Todo se volvió frío y la agonía de esa satisfacción que no había podido alcanzar le hizo temblar. Estaba solo. A su alrededor solo había oscuridad.

 

 

Jonas se despertó tiritando de frío, abrió los ojos pero no vio nada. Estaba sudando y el chorro del aire acondicionado le daba de lleno. Trató de levantarse, pero se le liaron los pies en la sábana y estuvo a punto de caer al suelo.

Seguía muy excitado por el sueño y ni siquiera el aire frío consiguió mitigar el dolor que sentía entre las piernas. Se estremeció al recordar las caricias soñadas de Tessa, pero el vacío que siempre experimentaba a continuación le dejaba un desagradable dolor en el pecho.

Aliviarse a sí mismo no era una opción que le resultara demasiado atractiva porque lo que ansiaba no era el orgasmo en sí, sino estar con Tessa.

Tenía que quitársela de la cabeza si no quería volverse loco. Seguramente la vida estaba castigándolo por haberse dejado distraer en su trabajo. La habían contratado para protegerla, no para acostarse con ella.

Debería haberse dado media vuelta nada más entrar a la tienda por primera vez. Había estado con muchas mujeres en su vida, pero por ninguna de ellas había sentido deseo a primera vista como le había pasado con Tessa.

El senador Rose había conseguido muchos contratos a la empresa de Jonas, Berringer Security, sobre todo después de que el hermano menor de Jonas hubiese evitado que el senador sufriese un secuestro hacía unos años. James Rose había acabado siendo casi un amigo. Por eso cuando les había pedido que protegiesen a su hija, Jonas y sus hermanos no habían podido negarse. Estaba a punto de aprobarse una ley que parecía no gustarle a todo el mundo, ya que ése era el motivo de que el senador y su familia estuviesen recibiendo amenazas. El caso era que Rose había confiado a Jonas el bienestar se su hija y él no había hecho bien su trabajo. Desde luego no estaba en su mejor momento.

Ya antes de empezar el trabajo, Jonas había hecho algunas averiguaciones sobre Tessa, como hacía siempre con todos sus clientes. Tessa era la hija rebelde del senador, un espíritu libre e inconformista. También era una mujer bellísima que estaba completamente fuera de su alcance.

Padre e hija tenían una relación bastante conflictiva. Aparentemente, Tessa era una de esas niñas ricas y mimadas que alardeaban de sus hazañas ante sus progenitores. Jonas había conocido bastantes a lo largo de los años. Tessa había tomado algunas decisiones poco acertadas en lo que se refería a las relaciones, entre otras cosas, pero todas ellas parecían tener el objetivo de provocar a su padre.

Sin embargo Jonas había descubierto que conociéndola más de cerca era una mujer muy distinta. Para empezar, ya no era ninguna niña, sino una mujer hecha y derecha que dirigía su propio negocio con gran éxito. A medida que iba conociéndola, no había podido evitar verla con otros ojos, aunque sabía que la relación con su padre seguía siendo difícil.

Era muy peligroso meterse entre el senador y su hija. Jonas tenía que elegir un bando y había optado por el de la persona que le pagaba. Además sabía que tener una relación con una clienta era un error que podía tener graves repercusiones.

Pero cuidar de Tessa había sido un trabajo más intenso que la mayoría de sus misiones porque durante varias semanas habían tenido que pasar día y noche juntos, prácticamente sin separarse el uno del otro. Siguiendo las órdenes del senador, no la había perdido de vista ni un momento, lo cual había hecho muy difícil controlar la química que había surgido entre ambos.

Tessa no parecía hacer demasiados esfuerzos y lo tentaba siempre que podía. Una noche, al volver de una tienda, Jonas se había dejado llevar por el deseo en el aparcamiento que había detrás de la tienda.

Había estado observándola toda la noche, bailando con sus amigos, con aquel vestido que se ajustaba deliciosamente a sus curvas. La había visto bailar con algunos hombres y eso había despertado en él la necesidad de hacerla suya de la manera más primitiva.

Ridículo, pero cierto.

Se había vuelto loco de celos y al volver a casa, ya no había podido aguantar más.

Estaba tan distraído que no se había percatado de que alguien los observaba desde un rincón del aparcamiento.

Aquel tipo se le había acercado por la espalda mientras él la abrazaba y le había dado un golpe en la cabeza que lo había dejado inconsciente. Tessa había peleado con uñas y dientes y había conseguido defenderse con un bate de béisbol que llevaba en el coche.

Jonas había despertado en el hospital, completamente ciego.

La primera voz que había oído después de que los médicos le informaran de su estado había sido la de Howie, el ayudante del senador. Por lo visto Rose no había podido ir a verlo.

Por lo que le había dicho Howie, estaba claro que Tessa les había contado que Jonas había metido la pata hasta el fondo. Peor aún, había hecho que pareciera que había sido él el que había intentado seducirla en lugar de concentrarse en protegerla.

Era evidente que lo había utilizado para vengarse de su padre por haberle puesto un guardaespaldas. Jonas había sabido desde el principio que a ella no le había hecho ninguna gracia la idea, el senador le había avisado de ello. Debería haberse dado cuenta de lo que pretendía Tessa y, para más humillación, se había quedado prendado de ella.

A Jonas nunca le había gustado Howie Stanton, pero era alguien importante en Washington y llevaba muchos años con el senador. Más de una vez se había fijado en que no dejaba de mirar a Tessa. Por más que se vistiera con trajes caros y ocupara un puesto de tanta importancia, seguía siendo un granuja.

Había sido precisamente Howie el que le había explicado cuáles eran los deseos del senador. Debía alejarse de Tessa para siempre si no quería sufrir las consecuencias y Jonas había percibido en su tono de voz lo mucho que había disfrutado siendo el portador de tales noticias.

Jonas había hecho lo que había ordenado el senador y no había vuelto a ver a Tessa, ni había hablado con ella, en el mes que había transcurrido desde el ataque. Tampoco tenía intención de hacerlo. Ya había cometido un error y no quería poner en peligro la reputación de Berringer Security. El senador podía hacerles mucho daño si se lo proponía.

Se levantó de la cama apoyándose en la mesilla de noche y fue hasta la máquina del aire acondicionado contando los pasos, pues sabía que eran siete los que la separaban de la cama. Aunque no le resultó fácil, consiguió bajar la intensidad del aire. Después echó mano del reloj, le quitó el cristal para poder tocar las manecillas y así averiguó que era la una de la tarde. Siempre había sido madrugador, pero últimamente dormía cuando podía y se despertaba a horas muy extrañas.

Sus hermanos, Garrett, Ely y Chance, estaban encargándose del negocio sin Jonas hasta que él recuperase la vista. Los médicos aseguraban que la recuperaría, pero por el momento no había ocurrido.

¿Qué pasaría si no recuperaba la vista? ¿Y si los médicos se habían equivocado? Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el aire acondicionado.

El golpe que había recibido en la cabeza le había dañado el nervio óptico, lo que le había causado una ceguera completa, pero temporal. El problema era que nadie sabía decirle cuánto duraría. Había consultado a cuatro especialistas y todos ellos le habían ofrecido las mismas explicaciones confusas sobre los misterios del cerebro.

Todos ellos le habían dicho que tuviera paciencia.

Se pasó la mano por un pelo que había dejado crecer demasiado y que le molestaba bastante con el calor. No se lo cortaba porque no le apetecía escuchar las frases de comprensión y lástima de su peluquero de siempre, ni de ninguna otra persona. Así pues, se había encerrado en su casa a la espera de que su vida volviera a la normalidad.

Echó mano de nuevo a la mesilla de noche en busca del teléfono móvil. Afortunadamente, era un modelo antiguo con un teclado convencional que podía utilizar sin ver, aunque a veces apretaba el botón que no era. Aún tenía el número de la tienda de Tessa en el número dos de la marcación rápida, después del de Berringer Security, pasó el dedo por encima como si quisiese tentarse a sí mismo. Sabía que debía borrarlo, pero todavía no había podido hacerlo.

Se marchó hacia la ducha maldiciendo entre dientes. Tarde o temprano la olvidaría. El problema era que la ceguera hacía que todo fuese más difícil y había disparado la atracción que sentía por ella. Estaba frustrado y aburrido, pero en cuanto recuperara la vista podría seguir con su vida y dejar atrás todo lo sucedido.

Quizá el golpe había impedido que cometiera un error aún mayor cuando todavía no estaban los dos desnudos en plena calle, donde cualquiera podría haberlos visto.

Apenas había abierto el grifo de la ducha cuando oyó que llamaban a la puerta suavemente. Siempre había tenido muy buen oído, antes incluso de quedarse ciego. Sin él, no habría sido capaz de sobrevivir en aquel negocio. Pero lo cierto era que su oído había mejorado ostensiblemente, lástima que fuera a costa de perder la vista.

Se puso una toalla a la cintura y cerró el grifo. Seguramente sería uno de sus hermanos, que querría sacarlo de la cama para acompañarlo a la cita médica que tenía esa tarde. Era tremendamente frustrante no poder ir solo a ninguna parte y necesitar ayuda para todo.

Abrió la puerta y volvió al salón.

—Lo sé, me he quedado dormido, pero aún queda una hora para la consulta. Dame unos minutos para ducharme y podremos irnos —dijo.

—¿Jonas?

Se detuvo en seco al oír aquella voz. Ahora no estaba soñando, o eso creía.

—¿Tessa? —preguntó con una voz ahogada que no parecía la suya. Se dio la vuelta hacia la voz con la certeza de que era de verdad, pues podía sentir su olor a miel y almendras. Se le había acelerado el corazón—. ¿Qué demonios haces aquí?

 

 

—Vaya, ese saludo haría sentirse bienvenida a cualquier chica —respondió Tessa Rose con un sarcasmo con el que pretendía ocultar los nervios que sentía.

Respiró hondo, en parte para reunir valor y en parte porque se había quedado sin respiración al ver a Jonas por primera vez desde la noche de la agresión.

Estaba más delgado y llevaba el pelo más largo, casi rozándole los hombros. Solo llevaba una pequeña toalla blanca alrededor de las caderas. Sin darse cuenta, Tessa se pasó la lengua por los labios, pero enseguida trató de olvidarse del deseo que siempre la invadía en cuanto miraba esos ojos oscuros.

Pero había algo extraño.

La había mirado al abrir la puerta y sin embargo, al darse la vuelta, le había hablado como si se dirigiera a otra persona.

—Estás ciego —murmuró, horrorizada.

—Sí.

Percibió la tensión de sus músculos al apartar su rostro de ella. Se sentía herido y avergonzado. Sin duda le resultaba incómodo que lo viera en esa situación tan vulnerable.

—No lo sabía.

—¿No te lo dijo tu padre? Claro, supongo que se enfadó tanto que ahora no te cuenta muchas cosas.

Había mucha amargura en esas palabras.

Al principio a Tessa no le había hecho ninguna gracia la idea de tener un guardaespaldas. Para ella era casi un reflejo oponerse a su padre. Sabía que era un magnífico político, pero estaba obsesionado con controlarlo todo, incluyendo la vida de su hija. Decir que no se habían llevado habría sido quedarse corto, pero, aunque aún tenían algunos problemas, las cosas habían mejorado mucho entre ellos desde la muerte de su madre dos años antes.

El senador era capaz de manipularlo todo para que su imagen saliera beneficiada y decir después que era necesario para su carrera. Tessa llevaba toda la vida rebelándose contra su control y reconocía que no siempre lo había hecho de la mejor manera. Claro que tampoco su padre había jugado limpio en todo momento.

Con el tiempo habían conseguido alcanzar una tregua, pero principalmente porque Tessa vivía en Filadelfia, donde dirigía su negocio, y su vida, como quería, y él se había quedado en la ciudad de Washington. Se veían cuando estaban de vacaciones y con eso bastaba.

Habían tenido una discusión cuando su padre le había dicho que iba a enviarle un guardaespaldas, pero Tessa había terminado por ceder al ver que realmente estaba preocupado por ella. Parecía convencido de que aquellas amenazas eran realmente serias.

Tessa había esperado un tipo rígido vestido de traje, pero había aparecido Jonas, con su más de metro ochenta de estatura, sus misteriosos ojos y esa sensualidad arrolladora que desprendía su imagen con vaqueros gastados y cazadora de piloto.

Una imagen que había despertado su instinto de chica traviesa.

Cuando estaba con él, sentía la chispa de la química que experimentaba siempre que daba con una nueva fragancia.

El olfato era el sentido más primario. Los aromas podían atraer o repeler, ése era el principio más básico de la química natural, la base de muchas estrategias de supervivencia. Pues bien, Jonas y ella eran una combinación perfecta, Tessa lo había sabido en cuanto se habían mirado el uno al otro por primera vez.

Pero era evidente que Jonas no había sentido lo mismo. Había mantenido las distancias y la había tratado con absoluta frialdad, pero Tessa había visto el deseo en sus ojos cuando él creía que no lo miraba. Eso no había hecho más que provocarla y jamás se detenía cuando deseaba algo. En eso se parecía mucho a su padre. Se había propuesto conseguir que el guapísimo guardaespaldas perdiera el control y, aunque le había resultado más difícil de lo que había imaginado, lo había logrado aquella noche en el aparcamiento.

Habían ido a la fiesta de cumpleaños de un amigo, para lo cual se había puesto el vestido más sexy que tenía. Jonas le había dicho que no creía que debiera ir, ella le había respondido que iba a ir y que, si él quería acompañarla, sería bienvenido. Tessa se había vestido para él. Había bailado para él y lo había provocado de todas las maneras posibles. Y había estado a punto de rendirse… hasta que habían llegado a casa. Él no había dicho ni palabra en todo el camino de vuelta, pero al salir del coche, la había abrazado de pronto y la había besado hasta dejarla sin aliento.

Tessa no se había retirado, ni él tampoco.

Había colado las manos bajo su vestido al tiempo que la apretaba contra su erección y la envolvía en su aroma masculino, que la había embriagado como una droga. Pero entonces se había estropeado todo.

—No deberíamos hacerlo —le había susurrado al oído.

Mientras ella se había permitido tocarlo como llevaba semanas soñando. Todo en él era grande y fuerte, y ella lo deseaba.

—Quizá por eso es tan increíble —le había respondido y jamás olvidaría el deseo que había visto en sus ojos al oír aquello.