Hasta que seas mía - Claire Contreras - E-Book

Hasta que seas mía E-Book

Claire Contreras

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

«El mundo estaría vacío sin ti. Porque no nos habríamos conocido y mi alma habría estado perdida durante el resto de mi vida, buscando la tuya.» Lachlan Duke es un universitario que lo tiene todo: talento, fama y un futuro brillante en el hockey profesional. Pero lo que más desea es conquistar a Lyla James Marichal, la única chica que no cae rendida ante su encanto, una joven misteriosa, distante, diferente. Durante semanas, él la persigue hasta conquistarla. Y cuando por fin la tiene entre sus brazos, cree que nada podrá arrebatarle esa felicidad. Pero Lachlan se equivoca: de un día para otro, Lyla desaparece de su vida, y lo hace sin despedidas, sin respuestas. Durante tres años, Lachlan la busca en cada rincón de su memoria, en cada sombra de sus días… hasta que por fin la encuentra. Ahora, Lachlan ya no es el chico de oro del hockey. Y Lyla no es la misma joven que huyó. Ambos arrastran cicatrices, secretos y decisiones que cambiaron sus destinos para siempre. Pero no es tan fácil dejar atrás el pasado cuando la pasión y la obsesión arden entre ellos. ¿Puede un amor roto sobrevivir al silencio, la culpa y la venganza? ¿Por qué huyó Lyla? ¿Y qué hará Lachlan cuando descubra la verdad?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 746

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Hasta que seas mía

Primera edición: julio de 2025

Título original: Until I Get You

© Claire Contreras, 2023

© de esta traducción, Sonia Tanco Salazar, 2025

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2025

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial de la obra.

Esta edición se ha publicado mediante acuerdo con BookEnds Literary Agency, a través de International Editors & Yáñez Co’ S.L.

Ninguna parte de este libro se podrá utilizar ni reproducir bajo ninguna circunstancia con el propósito de entrenar tecnologías o sistemas de inteligencia artificial. Esta obra queda excluida de la minería de texto y datos (Artículo 4(3) de la Directiva (UE) 2019/790).

Diseño de cubierta: Taller de los libros

Ilustración de cubierta: Freepik - iamhrsumon3

Corrección: Teresa Ponce

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-10425-21-7

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

claire contreras

Hasta que seas mía

Traducción de Sonia Tanco

Índice

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

CAPÍTULO CUARENTA

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

CAPÍTULO CINCUENTA

CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO

CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS

CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES

CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO

CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO

CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS

CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE

CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO

CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE

CAPÍTULO SESENTA

CAPÍTULO SESENTA Y UNO

CAPÍTULO SESENTA Y DOS

CAPÍTULO SESENTA Y TRES

EPÍLOGO

SOBRE LA AUTORA

Lista de páginas

3

4

6

7

9

11

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

27

28

29

30

31

32

33

34

35

36

37

38

39

40

41

42

43

44

45

46

47

48

49

50

51

52

53

54

55

56

57

58

59

60

61

62

63

64

65

66

67

68

69

70

71

72

73

74

75

76

77

78

79

80

81

82

83

84

85

86

87

88

89

90

91

92

93

94

95

96

97

98

99

100

101

102

103

104

105

106

107

108

109

110

111

112

113

114

115

116

117

118

119

120

121

122

123

124

125

126

127

128

129

130

131

132

133

134

135

137

138

139

140

142

143

144

145

146

147

148

149

150

151

152

153

154

155

156

157

158

159

161

162

163

164

165

166

167

168

169

170

171

172

173

174

175

176

177

178

179

180

181

182

183

184

185

186

187

188

189

190

191

192

193

194

195

196

197

198

199

200

201

202

203

204

205

206

207

208

209

210

211

212

213

214

215

216

217

218

219

220

221

222

223

224

225

226

227

228

230

231

232

233

234

235

236

237

238

239

240

241

242

243

244

245

246

247

248

249

250

251

252

253

254

255

256

257

258

259

260

261

262

263

264

265

266

267

268

269

270

271

272

273

274

275

276

277

278

279

280

281

282

283

284

285

286

287

288

289

290

291

292

293

294

295

296

297

298

299

302

303

304

305

306

307

308

309

310

311

312

313

314

315

316

317

318

319

320

321

322

323

324

325

326

327

328

329

330

331

332

333

334

335

336

337

338

339

340

341

342

343

344

345

346

347

348

349

350

351

352

353

354

355

356

357

358

359

360

361

362

363

364

365

366

367

368

369

370

371

372

373

375

376

377

378

379

380

381

382

383

384

385

386

387

388

389

390

391

392

393

394

395

396

397

398

399

400

401

402

403

404

405

406

407

408

409

410

411

412

413

414

415

416

417

418

419

420

421

422

423

424

425

426

427

428

429

430

431

Landmarks

Cover

ADVERTENCIAS DE CONTENIDO

Protagonista posesivo y obsesivo

Acoso

Mención al suicidio

Violencia

Violación (no explícita, pero puede ser un detonante)

Intentaron derribarte,pero te pusiste en pie con la cabeza alta.

Intentaron cortarte las alas, pero te crecieron más fuertes.

Pensaron que sus amenazas te callarían,pero tu valentía es ensordecedora.

Te veo.

Besos y abrazos

PARTE 1

Pasado

Prólogo

Lyla

Muchas veces, las alas nos crecen por pura desesperación. Es lo primero que pensé al ver el coche, mientras trataba de contener el escalofrío que me recorrió la columna vertebral. No parecía más que un simple acto de vandalismo, pero yo sabía la verdad. Respiré hondo, di un paso al frente y el cristal crujió bajo mis zapatos al aproximarme al lado del conductor. Abrí la puerta y limpié el asiento con la camiseta antes de sentarme. En cuanto cerré la puerta, el olor a tabaco me invadió las fosas nasales y me dieron arcadas. Fue una reacción instintiva que intenté controlar cerrando los ojos y aferrándome con más fuerza a la bolsa de viaje que sujetaba sobre el regazo.

Se me entrecortó la respiración cuando me giré para dejar la bolsa en el asiento del copiloto y vi el pedazo de cristal que habían colocado deliberadamente en el lado izquierdo. Me temblaban las manos al encender el motor. Había otra colilla en el salpicadero. La ignoré mientras me alejaba, con cuidado de no mostrar ninguna emoción. Sabía que me observaba. No sabía dónde estaba, pero sí que estaría vigilándome. Le gustaban ese tipo de cosas, pero no merecía tener acceso a mis emociones y no iba a concedérselo. Ambos sabíamos que me había dejado muy claro el mensaje.

Conduje hasta casa con náuseas debido a la ansiedad, pero por lo demás estaba tranquila. En cuanto aparqué, eché a correr hacia el apartamento y cerré la puerta con llave detrás de mí. Me apresuré hasta la habitación e hice lo mismo. Con gran pesar, miré las fotos que tenía delante, un recordatorio silencioso de por qué no debería bajar la guardia. Marissa me había preparado la ropa. Me planteé saltarme el evento. Debería hacerlo, pero había pasado los últimos dos años de universidad viviendo como una ermitaña.

Estaba harta. Harta de que quisiera destruir todo lo que me hacía sentir felicidad. Solo quería ir a una fiesta como una universitaria normal y corriente y no preocuparme por las consecuencias. Aquella fiesta en concreto tenía unas normas muy estrictas: una lista de invitados corta y minuciosamente revisada, nada de móviles y nada de fotos. Sabía que podía ir sin preocuparme. Sabía que no me seguiría hasta allí. No podía. No estaba segura de si ya ni siquiera importaba. Ya sabía lo nuestro. En cinco días, nos iríamos de allí. Cinco días. Me puse en pie y volví a mirar el vestido. El mensaje me había recordado lo que podía hacerme todavía. Ya había intentado cortarme las alas antes. Seguramente se planteaba arrancármelas y quemarlas la próxima vez. No iba a permitírselo. Me levanté y me arreglé para ir a la fiesta.

CAPÍTULO UNO

Lachlan

Nos conocimos por un cúmulo de improbabilidades. En primer lugar, aquella noche estuve a punto de no ir a la fiesta. Unos días antes, había sufrido un accidente de coche por culpa de mi hermano. Se salió de la carretera cuando intentó esquivar a un ciervo. Y lo consiguió, pero mató a dos coyotes, que quedaron atrapados entre el parachoques delantero y un roble. No hace falta que diga que don animalista se quedó hecho polvo. Él se rompió el brazo izquierdo, a mí tuvieron que darme un par de puntos en la mandíbula. Nuestra madre reaccionó como si fuera el fin del mundo y los periódicos y revistas locales publicaron mi cara en todas las portadas: «Estrella del hockey de Fairview sufre un accidente de coche». Todo fue muy dramático.

Dos días después ya había vuelto al hielo y marqué el gol que nos llevó a las semifinales. Es una hazaña que en otras circunstancias habría querido celebrar, pero me dolía mucho la cabeza y tenía que madrugar al día siguiente para trasladar los trastos de mi hermano a casa de su novia. Además, ya había celebrado lo mismo dos veces. Si lo conseguíamos, sería la tercera vez consecutiva. Y no veía por qué no íbamos a conseguirlo siempre y cuando yo jugara de titular. No era un engreído, el equipo de hockey de Fairview era una basura antes de que yo llegara hacía cuatro años. Cuando firmé con ellos, conseguí que otros jugadores firmaran también y, desde entonces, liderábamos el equipo.

Antes de empezar a jugar al hockey, había sido un don nadie toda la vida y cargaba con un resentimiento del tamaño de Alaska. Cuando por fin conseguí el reconocimiento que merecía, pasó a ser del tamaño de Georgia. Se me consideraba uno de los mejores jugadores del país, y de hecho un equipo profesional ya me había ofrecido un contrato muy tentador.

Mis amigos creyeron que estaba loco por rechazarlo. Mi asesor insistió durante meses antes de rendirse. Pero yo tenía un plan. Acabaría los cuatro años aquí, firmaría como agente libre con el equipo de mis sueños y conseguiría más dinero y oportunidades. No lo hacía solo por la pasta, pero ayudaba. Ya no tendría que depender del inútil de mi padre. Para ser justos, mi padre no le parecía un inútil a nadie más. No, HenryDuke, heredero de Duke Tech Enterprises, una empresa de tecnología multimillonaria que le ofrecía información y seguridad al Gobierno y a las élites, era un puto niño de oro. Yo conseguí pagarme los estudios gracias a una beca de hockey completa, pero Liam habría tenido que depender de subvenciones y préstamos de no ser porque HenryDuke le pagó la matrícula en su totalidad. Era lo mínimo que podía hacer, teniendo en cuenta lo bien que le iba a su empresa. Por lo que a mí respecta, lo único que Henry y yo compartíamos era la sangre y un apellido… Y esto último solo era cuestión de tiempo, hasta que pudiera cambiármelo. HenryDuke no era nadie para mí. Y con lo poco que nos veíamos, estaba seguro de que el sentimiento era mutuo.

Suspiré mientras andaba por casa. Había llegado hacía treinta minutos y aún tenía que volver. Cada vez que me daba la vuelta había alguien nuevo que quería hablar conmigo. Siempre era así. Siempre había recibido esa clase de atención y la mayoría de las veces me encantaba, aunque últimamente no tanto, y mucho menos esa noche.

Mi plan era quedarme en casa. Los viernes eran los días de hacer la colada y los deberes, a menos que hubiera partido. Todo el mundo sabía que no me encontraría en una fiesta los viernes por la noche. Ese día hice una excepción porque era el cumpleaños de Aaron y su novia le había organizado una fiesta. Terminé de hablar con la última persona a la que saludaría dentro de la casa, cogí una cerveza junto a la puerta y salí. Dije que iría, no que me relacionaría con los demás. Abrí el botellín y empecé a beberme la cerveza. Nash y Drew estaban ayudando a unas chicas de la sororidad a beber cerveza haciendo el pino sobre el barril y, al parecer, su ayuda iba a verse recompensada.

—¿Has venido a ayudarnos?

Una rubia se acercó a mí y me apretó las tetas contra el brazo. La conocía, pero no recordaba su nombre. Siempre se me han dado fatal. Recuerdo las caras, pero los nombres no tanto.

—No, parece que Nash y Drew ya lo tienen todo bajo control.

Levanté la cerveza y me alejé de allí.

Ve a la pared. Ve a la pared. Ve a la pared. A pesar de la multitud ebria, me las arreglé para no apartar la mirada de mi destino: la pared blanca de la que me había adueñado la primera vez que acudí a una fiesta en aquel lugar. Era lo más parecido a un refugio para mí, lejos del gentío… No tan lejos como para que no disfrutara de la fiesta, pero no lo bastante cerca como para que me arrastraran a alguno de sus juegos. Me dieron escalofríos al recordar la última vez que había participado en uno. Casi había llegado a la pared cuando me fijé en que ya había una chica apoyada en ella. No era raro, a veces me esperaban allí. Era como una competición para ver quién me hablaba primero y a quién me llevaba a casa al terminar la noche. No era una hipérbole: Fairview vivía por y para el hockey. Llevaban una racha perdedora de diez años antes de que yo llegara y le diera la vuelta a la tortilla, así que todo el mundo quería algo de mí, en especial las mujeres.

Aquella destacaba por encima de las demás. No llevaba la ropa adecuada para una fiesta como esa, sino una camiseta ancha que casi le llegaba a las rodillas y unas Converse negras. Aunque lo que llamaba la atención era la expresión de su cara: la mirada opaca, vacía de emoción, observando cómo se divertían los demás. ¿Puede que fuera una novata? Era imposible, el semestre estaba a punto de terminar, pero debía de ser nueva. Tenía esa clase de belleza sutil inolvidable: una piel acaramelada, rasgos perfectos y las piernas tan esculpidas que era imposible que no practicara algún deporte. El pelo castaño oscuro le caía hasta la cintura y fruncía unos labios gruesos, el único indicio de que prestaba atención a los asistentes a la fiesta. Ni siquiera me había dado cuenta de que me había parado en seco para mirarla hasta que alguien chocó conmigo y me sacó del ensimismamiento.

—Mierda, lo siento mucho. —Alguien soltó una risita, me apretó el brazo y sofocó un grito cuando se dio cuenta de quién era—. Oh, a lo mejor no lo siento tanto.

No me molesté ni en mirarla cuando aparté el brazo de un tirón. Aunque hubiera querido, no podía quitar ojo a la chica de ropa holgada. ¿Por qué? Ni puta idea. Crucé la distancia que me separaba de la desconocida. No hizo nada por demostrar que me había visto llegar, pero supe que había notado mi presencia por la forma en que se tensó. Di un paso y le bloqueé el campo de visión. Por fin levantó la cabeza, poco a poco, hasta que me miró a los ojos y lo único que pude pensar fue «hostia puta». Eran marrones. Había visto infinidad de ojos marrones a lo largo de mi vida, pero los suyos eran distintos de una forma que no podría describir. Parecían contener un torbellino, un agujero negro que amenazaba con atraparte y asfixiarte. Su voz irritada me sacó del embrujo fugaz en el que había caído.

—¿Qué haces?

—Estás en mi territorio.

—¿Tu territorio? —Frunció el ceño—. ¿Es que te vas a unir a esta sororidad o qué?

Sabía perfectamente que era una sororidad solo de mujeres y, a pesar de que su respuesta me había parecido graciosa, no iba a darle la satisfacción de reírme. Siguió estudiándome, recorriéndome todos los rasgos faciales con la mirada. Me pregunté si mentiría y diría que no sabía quién era. Es el enfoque que utilizaban muchas, se hacían las coquetas y tímidas y después empleaban el «madre mía, no me creo que seas deportista», como si no fuera evidente por mi cuerpo. Tuve que admitir que, por la forma en que me miraba, o era muy buena actriz o de verdad no sabía quién era.

—Esta pared es mi territorio —repetí.

—¿Eres el dueño de la pared? —Frunció los labios como si intentara no echarse a reír—. Vale, John Smith.

—¿Quién coño es John Smith?

—Una persona horrible, aunque me refería a la versión de Disney. Pocahontas. —Me escudriñó con tanta intensidad que tuve que combatir la necesidad de limpiarme la cara, solo por si acaso—. Ya sabes, el colonizador.

No era lo que esperaba.

—Ya, creo que nunca he visto esa película, y no, no soy el dueño de la pared, pero es el sitio donde normalmente nos ponemos los del equipo.

—¿Qué equipo?

Me miró de arriba abajo.

—Los Blaze —respondí, aunque seguía sin estar convencido de que no fuera una estratagema para llamar mi atención.

—Oh, pues llevo aquí un rato y no ha venido nadie más.

Se apoyó en la pared, se cruzó de brazos y me giró la cara.

Si eso no era un rechazo, no sé qué era. No podía creer el descaro de la chica, me ignoraba y fingía que no era nadie. Me apoyé en la pared, dejando espacio entre nosotros, y me pregunté qué le había llamado la atención. ¿Las chicas que bebían del barril? ¿Las que corrían alrededor de los aspersores que alguien había encendido? Había gente en varios grados de desnudez. Dos chicas se estaban enrollando con Nash al mismo tiempo, una escena sexy y entretenida a partes iguales. A lo mejor eran ellos los que le habían llamado la atención. Seguí recorriendo el césped con la mirada, pasaban muchas cosas aquella noche. Vi a la mujer que se había chocado conmigo antes y me lanzó «la mirada». Aparté la vista rápidamente para que no viniera hacia mí. La mayoría de veces solo se acercaban aquellas a las que miraba durante el tiempo suficiente, así es como sellaba el acuerdo. O, más bien, como lo sellaban ellas, porque yo no siempre era una apuesta segura. Por el momento, no me interesaba que se me acercara nadie. Ni siquiera quería estar en compañía de la que tenía al lado, pero por lo menos ella estaba callada. Esa noche quería silencio. Mejor eso que hablar de tonterías. Así que no entendí por qué fui yo el primero en romper el silencio. Supongo que siempre hay una primera vez para todo.

—¿Eres nueva? —le pregunté.

—No.

—¿En serio? ¿Y no sabes quién soy?

Me di cuenta de que la pregunta me hacía parecer un capullo, pero es que mi cara estaba en todas partes.

—Supongo que me suenas de algo. —Me miró de reojo—. ¿Me vas a decir que te dedicas al porno?

—¿Qué? —La risa me resonó en el pecho y se me escapó antes de que pudiera contenerla—. ¿Es que ves mucho porno?

—Pues la verdad es que no, pero es algo que suele decirse. Si alguien te dice que le suenas de algo, se supone que debes decir que sales en películas porno. Es una estupidez, pero el mundo está repleto de idiotas, así que… —Se encogió de hombros.

No parecía interesarle para nada y tuve que admitir que me resultó extraño. A lo mejor era uno de los motivos por los que seguía allí de pie, al lado de aquella chica con la cara de una diosa y la personalidad de Miércoles Addams. ¿Era una de esas personas a las que les gusta que les vayan detrás? Porque, si era el caso, lo llevaba claro. Ir detrás de alguien era un concepto ajeno a mí, algo que requería más tiempo y energía de lo que estaba dispuesto a dedicar. Volví a observarla. Miraba la fiesta con tal desinterés que me pregunté qué hacía allí.

—No pareces muy impresionada.

Me miró de golpe.

—¿Por ti?

—Por todo.

Pareció considerarlo un momento y se le formó una pequeña arruga entre los ojos.

—No es que no esté impresionada, es que me aburro.

—¿Qué es lo que te aburre?

—Todo. —Resopló y después soltó una carcajada cansada, nada divertida.

—Yo puedo hacer que dejes de aburrirte, si quieres.

Le obsequié con una de mis sonrisas más encantadoras y seductoras. Me miró fijamente durante un momento.

—No, gracias.

«No, gracias». Me llevé el botellín de cerveza a los labios para ocultar mi diversión y le di un sorbo para evitar reírme. Había perdido la cuenta del número de mujeres que se me habían insinuado desde que había entrado por la puerta. Y ahora, la única a la que se lo había pedido de verdad (algo que nunca hacía porque jamás me había hecho ni puñetera falta) me había dicho que no, gracias, como quien se niega a que lo rocíen con una muestra en el pasillo de los perfumes.

—¿Eres de la sororidad?

—Ni de coña —respondió, y añadió enseguida—: Aunque no es que tengan nada de malo, solo que no me interesan.

—Ya, porque te aburren. —Me giré para mirarla mientras hablábamos, apoyé el hombro contra la pared y me crucé de brazos. No me imitó. Qué sorpresa—. Así que tienes amigas en la sororidad.

—Mi compañera de piso.

—¿Y tu compañera de piso no es tu amiga?

Di otro trago a la cerveza.

—Es mi mejor amiga.

Miró a nuestro alrededor con el ceño fruncido, tal vez en busca de su compañera de piso y mejor amiga. Resistí la tentación de estirar el brazo y tratar de plancharle la arruga con el dedo. Tenía aspecto de darme un rodillazo en las pelotas si la tocaba.

—¿Quieres beber algo? —le pregunté.

No sé qué cojones me pasó para hacerle esa pregunta. A lo mejor me aburría tanto como ella.

—No bebo en las fiestas.

Abrí la boca para preguntarle otra cosa cuando un grito hizo que desviara su atención de mí.

—¡Lyles!

Levanté la cabeza al oír la voz de Prescott y me di cuenta de que venía directo a nosotros. Se me cayó el alma a los pies. Por Dios, si «Lyles» era la novia de Prescott, no estaba seguro de qué hacer. Había pasado el tiempo suficiente con Prescott como para saber que no tenía novia, pero a lo mejor era alguien con quien intentaba liarse. En ese caso, me pregunté si iba en serio o si para él solo era un polvo. Teníamos prohibido acercarnos a nadie con quien uno de los chicos fuera en serio. Si alguno quería enrollarse con una chica en concreto y «se la pedía», los demás teníamos que guardar distancia. Era una tradición estúpida que se había implantado antes de que yo empezara a jugar allí y que continuaría mucho después de que me fuera. Cada año, el capitán del equipo de hockey elegía un número aleatorio y esa era la cantidad de mujeres a la que cada jugador del equipo debía follarse esa temporada. Si no participabas o no seguías el código del «me la pido», tenías que añadir cien dólares al bote. Si no llegabas al número de mujeres, también tenías que poner cien dólares en el bote. Ese año Aaron era nuestro capitán y había elegido el número 10. Como yo siempre llegaba al objetivo, nunca había tenido que pagar ni un centavo.

Pres hizo un símbolo de la paz con los dedos mientras corría los últimos pasos hacia nosotros. Los miré mientras él abrazaba a la pequeña Miércoles y la levantaba en el aire dando una vuelta. No se rio, pero sonrió. Bonita sonrisa.

—No me creo que Marissa te haya convencido para venir. —Se apartó de ella y la miró de la cabeza a los pies—. Estás muy guapa, como siempre.

Reí por la nariz y los dos me miraron. Le di un trago a la cerveza y aparté la vista. No es que no fuera guapa, era preciosa de cojones. Pero llevaba una camiseta tan ancha con la cara de Harry Styles que seguramente me quedaría grande hasta a mí. La anchura de su ropa prácticamente gritaba «no te acerques a mí». Me preguntaba si me habría fijado en ella si hubiera sido cualquier otra noche y si no hubiera estado en mi sitio. Mi atención oscilaba entre la mano de Prescott en el hombro de la chica y Aaron, que ya estaba borracho y se disponía a beber del barril haciendo el pino. Mantuve la mirada clavada en él mientras escuchaba la conversación de los otros dos.

—¿Cómo estás? —le preguntó Pres.

—Bien. Banks, ya sabes. —Se encogió de hombros.

—El semestre está a punto de terminar, a lo mejor podrías venir de fiesta el mes que viene antes de que nos vayamos.

—Tal vez.

Mentirosa. Parecía que le interesaban las fiestas lo mismo que a mí el ajedrez: absolutamente nada.

—Sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿verdad? —dijo bajando la voz y la atrajo para darle otro abrazo.

—Gracias. —Se apartó de él y le puso las dos manos en el pecho para establecer distancia—. En realidad ya me iba, pero me alegro de haberte visto, Pres.

—¿Qué? De eso nada, Lyles. Venga, no has venido a ninguno de mis partidos, no has venido a buscarme y cada vez que he ido yo a buscarte no estabas en casa. No puedes largarte ya —le suplicó, y volvió a tocarle el hombro. Por Dios, Pres era un sobón—. De todas maneras, ¿qué haces aquí fuera? —Desvió la mirada hacia mí—. Un segundo, ¿os conocéis?

—No —respondió ella—. Ni siquiera nos han presentado.

Arqueé las cejas. Bueno, técnicamente no mentía. No nos habíamos presentado formalmente, pero hizo que pareciera como si ni siquiera hubiéramos hablado. Y yo ya sabía cuatro cosas de ella: le gustaban Harry Styles y Pocahontas, no bebía en las fiestas y estaba aburrida de la vida. No podría decirte cuatro cosas del resto de mujeres de la fiesta, y eso que me había follado a algunas, así que significaba algo.

—Oh. —Pasó la mirada del uno al otro—. Lachlan, esta es Lyla. Lyla, él es Lachlan.

—Un placer conocerte, Lachlan.

Se volvió hacia mí y me ofreció la mano para que se la estrechara. La forma en que lo hizo me pareció graciosa, pero no dejé que se me notara cuando se la estreché. Era una mano pequeña y delicada y, al tocarla, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Eso hizo que le sostuviera la mano más tiempo del necesario. La acerqué un poquito más a mí, solo para provocar, para ver si cambiaba de expresión. No lo hizo, pero vi que algo se transformaba en su mirada durante un milisegundo antes de apartar la mano. Siguió mirándome y aquellos ojos curiosos me hicieron sentir más vulnerable de lo que me atrevía a admitir. Dio un paso atrás y se volvió hacia Pres.

—Ven al club de campo el domingo —le propuso Prescott—. Unos cuantos hemos quedado para almorzar junto a la piscina. Deirdre siempre me pregunta por ti, se alegraría mucho de verte.

—Hace muchísimo que no la veo —respondió, y bajó la mirada al suelo y la levantó otra vez.

—Pues ven con nosotros —le comentó, y sonrió al darle unos toquecitos en la punta de la nariz.

—A lo mejor sí.

Le devolvió la sonrisa. Le había sonreído, joder. Y había parecido sincera. Me pregunté qué se sentiría cuando alguien que no sonreía a menudo te dirigía un gesto tan magnífico. Quería vivirlo, aunque fuera solo una vez.

Le dio unas palmaditas a Pres en el pecho.

—Bueno, me voy, piltrafas.

Fue tan inesperado que me reí. Se alejó de nosotros e hizo el signo de la paz sobre la cabeza. No me miró para despedirse. Técnicamente, se había despedido de mí, porque había dicho piltrafas, en plural, pero no me había mirado directamente. La miré y esperé a que me devolviera la mirada mientras se abría paso entre el gentío. Sin duda, se volvería a mirarme. Siempre lo hacían. Dejó de avanzar durante un momento cuando un capullo se chocó con ella, y esperé. Era la oportunidad perfecta para que se volviera a mirarme. No lo hizo. ¿Qué cojones…?

—Es… —Pres sacudió la cabeza—… especial.

—Es antisocial.

—Y lo dice el tío que se apoya en la pared y observa la fiesta como si fuéramos sus plebeyos.

Pres arqueó una ceja y yo gruñí.

—¿Quién es?

—LylaJamesMarichal. —Se metió las manos en los bolsillos delanteros de los pantalones y se balanceó sobre los talones—. Era el sueño húmedo de todos los del instituto Olympia.

¿Qué? No lo entendía. Antisocial, llevaba ropa enorme y respondía con monosílabos. Me había llamado la atención, pero un crío de instituto no babearía por algo así. Lancé la botella vacía en el cubo de reciclaje que había a unos pasos y eructé cuando volví a apoyarme en la pared. LylaJamesMarichal. Qué curioso. Teníamos el mismo segundo nombre. Me imaginé diciéndoselo y la mirada inexpresiva que recibiría a cambio.

—Marichal. ¿El antiguo jugador de béisbol que ahora es alcalde?

—Sí, es su padre. Es una leyenda por aquí. —Prescott apoyó la espalda en la pared—. Inmigrante, deportista profesional, empresario por derecho propio y ahora alcalde.

Asentí. Lo conocí una vez y parecía bastante majo. Era un buen patrocinador y estaba muy involucrado en todo lo que tuviera que ver con el deporte y la Universidad de Fairview. Dado que nunca salía de la burbuja de la universidad a menos que volviera a casa, no me codeaba con la élite de Fairview. La mayoría no lo hacíamos, pero había oído muchas historias de locos sobre lo que ocurría en las fiestas que daban. Me habían invitado a casa del alcalde Marichal un par de veces para su gala deportiva anual y había rechazado la invitación todas y cada una de ellas. No era mi ambiente. No consideraba que llevar ropa elegante y sentarme a una mesa con un montón de capullos estirados fuera sinónimo de pasárselo bien.

—¿Por qué Lyla era el sueño húmedo de todos? —le pregunté, volviendo al tema—. No lo entiendo.

Pres arqueó una ceja.

—Está buenísima que te cagas debajo de toda esa ropa ancha.

—¿Cómo lo sabes?

Me erguí y me volví hacia él.

—Porque no siempre ha vestido así.

—¿Te has acostado con ella alguna vez? —le pregunté, y fruncí el ceño al oír mi propia pregunta.

—No.

Se le escapó una carcajada que sonó baja, casi derrotada.

—¿Por qué te hace gracia? —quise saber—. Pensaba que habías dicho que era el sueño húmedo de todo el mundo.

—Lo era.

—¿Y tuyo no?

—No, el mío también, durante una temporada. —Se encogió de hombros—. Pero aunque hubiera intentado algo, no me habría dado ni la hora.

Aquello me hizo pensar. Prescott no conseguía ligarse a tantas chicas como yo, pero se acercaba bastante. Debía de estar perdiéndome algo. Nunca había preguntado tantas cosas sobre nadie, y mucho menos sobre una maldita chica. Y menos todavía sobre una a la que sabía que no le iba el sexo casual. Tenía que callarme. Aunque me aburría. Me aburría y estábamos ahí parados igualmente.

—Siento que me falta información —dije en voz alta—. ¿No eras el más popular del instituto? —inquirí—. Es lo que dicen todas las chicas que estudiaron contigo.

—Sí, supongo que sí.

—¿Y entonces…?

—Lyles es diferente. Es esa clase de chica que no dejas escapar si la consigues, algo que resulta casi imposible. —Volvió a mirarme con expresión seria en el rostro—. Nunca.

—Ah. —Asentí—. Es de las que les va el compromiso.

—¿Ella? —Se echó a reír—. Ni de coña.

Lo miré fijamente. Sin duda, me faltaba información.

Sonrió y sacudió la cabeza, como si la idea de que LylaJamesMarichal se comprometiera con alguien fuera una broma. Si era el caso…

—Es la clase de chica a la que no puedes olvidar —me explicó.

Quise preguntarle por qué, pero me mordí la lengua. No me interesaba la idea de ser felices para siempre o de dejar escapar a alguien. Ya me había abandonado una persona importante en mi vida. No necesitaba que me abandonara otra. Si no los dejas entrar, no pueden hacerte daño. Es así de simple.

Suspiró.

—Mira, la conozco desde la guardería. Siempre la he visto como amiga, como hermana, desde hace mucho tiempo. Pero sí, era la tía más buenorra, más popular y más codiciada del colegio. Seguramente porque no le daba una oportunidad a mucha gente, y eso era antes.

—No lo entiendo —insistí en lugar de hacerle más preguntas—. Eso de que fuera la tía más buena y popular. No lo entiendo.

—Claro que no, ya no. —Se rio y sonó más triste que antes—. Por aquel entonces era… diferente. Más social. Más viva.

«Viva».

—¿Qué le pasó?

Inhaló con fuerza.

—Digamos que está en la lista oficial de chicas no recomendadas.

—¿Qué le pasó?

Pres no me había dicho nada sobre por qué coño le hacía tantas preguntas, pero pestañeó con mi tono incisivo.

—Sé que no es tu tipo, así que no hace falta que te lo diga, pero lo haré igualmente. Nunca va a caer rendida a tus pies, no se va a acostar contigo porque sí y no querrá ser otro tanto que anotarte.

Arqueé una ceja.

—¿Es lesbiana?

—No. —Pres puso los ojos en blanco y me lanzó una mirada adusta—. Lo digo en serio, Lach. Ya ha pasado por mucho. Si la ves, no la molestes. —Se volvió y saludó a alguien con la mano—. Esa es su compañera de piso, es más de tu tipo.

Levanté la cabeza y vi que una morena guapa de tetas grandes le devolvía el saludo. La forma en que me miró me indicó que no tardaría en acercarse a nosotros. Le di vueltas a lo que me había dicho Pres. No me gustó que asumiera que Lyla no era mi tipo. Puede que simplemente se refiriera a que no fuera alguien que estuviera dispuesta a un polvo rápido, dos como máximo. En tal caso, no era mi tipo. Sin embargo, nunca me habían dicho que me mantuviera alejado de alguien y no me gustó.

Parecía irrompible, lo cual tenía sentido. Solo se puede romper de verdad a una persona una vez; después de eso, solo astillas los pedazos. Quería que me contara qué le había pasado a LylaJames, pero ya teníamos a la compañera de piso delante. Le dio un abrazo rápido a Prescott y se volvió hacia mí. En realidad, no tenía un tipo. Durante años, me había follado a las chicas desde atrás. No es que no hiciera otras cosas, pero cuando se trataba de follar, lo hacía así para establecer unos límites.

—Soy Marissa.

—Lachlan.

—Oh, ya sé quién eres.

Sonrió y me recorrió el cuerpo de arriba abajo con los ojos de color marrón oscuro. Al contrario que su compañera de piso, Marissa parecía dispuesta a saltarme encima, aunque aquella noche no me impresionó.

—Mierda, tengo que solucionar eso.

Prescott se despegó de la pared y se acercó a toda prisa a la pelea que se había iniciado entre su ex y otra mujer.

—La cosa se va a poner fea —comentó Marissa.

—Será una pesadilla.

Vi cómo Pres se interponía entre las dos mujeres y me sentí mal por él.

—Bueno… —comenzó Marissa. La miré y se humedeció los labios—. Yo ya me iba y, dado que soy la única que sigue aquí, supongo que debería preguntarte si quieres venir conmigo.

—¿Adónde?

Ella esbozó una sonrisa lenta y seductora.

—A mi casa.

—¿Dónde está tu casa?

—A dos manzanas.

—Mmm.

Me lo planteé muy en serio. La noche se había desarrollado de una forma totalmente nueva para mí. No es que me follara a toda persona que me tirara los trastos, pero, cualquier otra noche, Marissa habría entrado en mi lista.

—En fin, mi compañera de piso está en casa, pero está acostumbrada a que haya gente, así que no será un problema.

Le coloqué la mano en la parte baja de la espalda.

—Te sigo.

En cuanto dijo compañera de piso, me aparté de la pared de un empujón y estaba listo para irme. Me lanzó una mirada que me dio a entender que no era nueva en esto, pero ya lo sabía. Y me daba lo mismo. Mientras nos íbamos, mantuve la distancia con ella. Aún no había decidido qué iba a pasar, pero necesitaba saber dónde vivía. A lo mejor era un capullo por utilizarla así para acercarme más a su compañera de piso, pero fue lo único que se me ocurrió en aquel momento.

CAPÍTULO DOS

Lachlan

Sinceramente, Marissa era la última persona a la que quería ver esa noche. Me fui de la fiesta del día anterior con ella y normalmente no habría vuelto a su casa solo para recogerla, pero Prescott vivía a dos puertas y tenía que pasar por delante de todos modos. Era la excusa que le había dado y lo que me dije a mí mismo mientras estaba sentado en su salón, esperando a que terminara de arreglarse. Había insistido mucho la noche anterior, pero me las había arreglado para no follármela. Debo decir que fue algo nuevo para mí. A lo mejor habría cedido si pensara que Lyla perdonaría una indiscreción como esa, pero no creía que fuera de las que se conformara con las sobras de su amiga. Todavía no había averiguado por qué me importaba, lo cual me fastidiaba. Lo había pensado de camino a casa, después de dejar a Marissa, y seguí pensándolo antes de irme a la cama. Lo único que se me ocurrió era que LylaJames me intrigaba, lo cual resultaba muy desafortunado para ella. Las mujeres no solían intrigarme. Lo único que me intrigaba era el aspecto que tuvieran bajo la ropa y lo húmedo que estuviera su coño cuando les metiera la polla, pero eso era todo. Una vez me había acostado con una mujer una o dos veces, se acabó la ilusión.

Mi límite eran dos veces, las mujeres empezaban a encariñarse a la tercera. Si alguien hiciera un estudio sobre el tema, yo podría ofrecerles información de sobra en la que basar el análisis. El primer polvo normalmente ocurría después de un partido o de una fiesta, era divertido y nuevo. El segundo era para cerciorarse de si había estado bien o te lo habías imaginado. Y el tercero… Bueno, solo había llegado al tercero un par de veces y me había arrepentido siempre. Se encariñaban. Pasaba de ser un ligue divertido a «deberíamos quedar para tomar algo, un café o lo que sea». Vale, daban a entender que íbamos a follar después, pero no me interesaba hablar con ellas y ya podía tomarme un café o algo con mi puñetera madre.

El Fenómeno Lyla era algo distinto. Así había empezado a referirme a aquello (en mi cabeza, por supuesto). Ni siquiera había hablado de ella con mis compañeros de equipo, pero ni me la había pedido ni me la había follado, así que no tenía mucho que decir. Tampoco iba a admitir abiertamente lo que estaba haciendo. Llevaba el tiempo suficiente en el piso de Lyla y Marissa para que el álbum de Taylor Swift que Lyla escuchaba llegara a una canción sobre cómo rebotan las lágrimas de alguien, una canción que parecía ser una de sus favoritas a juzgar por cómo movía los labios con la letra. Era una canción triste de cojones. Se había puesto a fregar los platos. Cuando llegué estaba hecha un ovillo en el sofá leyendo. Le había hecho un par de preguntas sobre el libro que había ignorado, así que se lo había quitado de las manos para que se fijara en mí. No lo había conseguido. Era exasperante.

—Es sábado por la noche —le comenté—. ¿No tienes a nadie más con quien pasar el rato?

Me miró desde el fregadero.

—¿Y tú?

—Sí, pero Marissa y yo vamos a la misma fiesta, así que he pensado que podía pasar a recogerla.

«Y quería volver a verte».

Me ignoró, volvió a bajar la mirada a la taza que estaba fregando y empezó a mover los labios con la siguiente canción.

¿Cuántas putas canciones tenía ese álbum? La música estaba distrayendo a mi distracción y no sabía si lo soportaría más.

—¿Quieres venir con nosotros? —le pregunté.

Hizo una mueca.

—Acabas de decir que vais a una fiesta.

—¿Y qué tiene de malo?

—Nada.

Contuve un gruñido. Esa puñetera chica… ¿Por qué era incapaz de darme el gusto de mantener una simple conversación conmigo? Tendría que ponerme a cantar, joder. Si me hubiera sabido las canciones, seguramente lo habría hecho, así de desesperado estaba porque me hablara. Entre su actitud indiferente y que Prescott me hubiera dicho que antes era completamente distinta, estaba intrigado. Cualquier otro habría sentido solo curiosidad, tal vez habría intentado averiguar algo, y después lo habría dejado pasar. Pero yo me obsesioné. Me pasó con el hockey, los coches, las notas y, en ese momento, con LylaJamesMarichal. La única persona que me intrigaba tanto era mi padre, que solo aparecía cuando era conveniente. En su ausencia, me obsesionaba su vida. ¿Dónde estaba su despacho? ¿Quién era su secretaria? ¿Por qué se follaba a Nancy de contabilidad en lugar de quedarse en casa con mi madre, a quien supuestamente amaba más que a nada (incluidos sus hijos)? La música paró de repente y me sacó de mis pensamientos.

—¿Por qué no quieres ir?

—Porque no me gustan las personas.

Lo dijo tan en serio que, a pesar de lo molesto que estaba con ella, se me escapó una carcajada. Después añadió:

—Pero si lo que te pasa es que piensas acostarte con ella y no te sientes capaz si estoy yo aquí, puedo irme y volver en… —Me miró de arriba abajo— cinco minutos.

Aparté la mirada para que no viera que me reía. ¿Cómo era posible que sus insultos me hicieran gracia y me excitaran?

—¿Por qué no quieres quedarte? ¿Crees que te excitarás y querrás participar?

Al oír aquello se rio con sinceridad y, joder, intenté no reaccionar, pero tenía una risa preciosa. Le brillaron los ojos e inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás. Era contagiosa. Me pregunté si antes de que la rompiera lo que sea que la rompió tenía ese brillo en los ojos de forma permanente. Cerró el grifo, se secó las manos y cogió el bolso. Se iba. ¿Adónde? ¿Con quién? Apreté el libro con más fuerza, deseaba que fuera su mano. Su cintura. Su cuello.

—¿Por qué te hace tanta gracia? No es tan disparatado. Lo habrás visto en alguno de esos vídeos porno que ves.

Puso los ojos en blanco, pero advertí cómo asomaba un amago de sonrisa. Llevaba unos vaqueros anchos y una camiseta holgada. Esa vez, de Biggie Smalls. Incluso con una camiseta así vi cómo movía las caderas al acercarse a mí. Mantuvo la mirada clavada en la mía en todo momento. Se me aceleró el corazón. La gente era muy predecible: normalmente era capaz de calcular lo que iban a hacer antes de que lo hicieran. Era una de las cosas que me diferenciaban de la mayoría de los jugadores sobre el hielo. Si buscabas ciertas señales, podías predecir por lo menos la mitad de lo que iba a hacer una persona a continuación. Pero no con LylaJames. A juzgar por cómo caminaba, parecía que iba a sentarse en mi regazo o darme una bofetada. A lo mejor las dos cosas. Eran las dos únicas opciones. Se detuvo entre mis piernas, tan cerca que podía atraerla a mi regazo. Joder, y quise hacerlo. Estaba tan cerca que si bajaba la mirada vería el contorno de mi rabo de lo duro que me lo estaba poniendo. Ropa ancha, el pelo recogido en un moño despeinado y con un gusto musical muy aleatorio: nunca había visto nada más sexy que esa mujer.

—En primer lugar —empezó, y se inclinó hacia adelante para que nuestras miradas quedaran a la misma altura. Era la primera vez que veía algo más que un vacío en sus ojos. Había fuego y diversión, y la combinación hizo que me costara respirar—, no necesito ninguna trama en el porno. —Me arrancó el libro de la mano y acercó el rostro todavía más. Olí la menta de su aliento y el aroma a gardenia que flotaba a su alrededor. Nuestras narices casi se tocaban. ¿Era una prueba? Durante un instante muy breve, bajó la mirada a los labios y volvió a mirarme a los ojos, pensé que iba a besarme. No sabía cómo sentirme al respecto. No dejaba que me besara nadie—. Y, en segundo lugar, me gusta el sexo casi tanto como las personas.

Pestañeé con rapidez, el corazón me iba a mil por hora.

Se dio la vuelta, se alejó y me miró por encima del hombro con la sonrisa más pecaminosa que había visto en mi vida.

—Que te diviertas en la fiesta.

Yo no me sorprendía con facilidad, pero estaba flipando de cojones. No le gustaba nada, vale, pero ¿a quién coño no le gusta el sexo? Joder. La odiaba por haberme calentado y jugado conmigo de ese modo. Y la odiaba todavía más por haberme soltado esa información y, acto seguido, largarse. Iba a obsesionarme con el tema hasta que me diera una explicación.

CAPÍTULO TRES

Lachlan

Cuando Prescott mencionó que Marissa y Lyla iban al club de campo, me ofrecí a recogerlas. Por suerte, no cuestionó mis motivos. Le extrañaría, ya que nunca me había ofrecido para recoger a nadie, pero seguramente pensó que tenía algo que ver con Marissa. Poco se imaginaba que me hubiera gustado dejarla en casa y llevarme solo a Lyla. Si estuviera encerrada en el coche conmigo durante veinte minutos, no le quedaría otra que hablarme. Por supuesto, cuando llegué al apartamento, Marissa me contó que Lyla ya se había ido. Me senté en el salón y, mientras esperaba a que Marissa acabara de arreglarse, busqué a Lyla en Google por segunda vez. Tenía las redes sociales en privado y ya le había enviado solicitudes de amistad en todas, incluso en las que no me metía. No había aceptado ninguna. Gracias a la fama de su padre, descubrí que su cumpleaños era el 28 de enero. Había jugado al fútbol y, al parecer, se le daba bastante bien. Fue al baile con un capullo llamado Skylar Wyatt Parker, que tenía todas las redes públicas, así que pude espiarla lo que me dio la gana. Fui hasta la primera publicación del chico, lo cual fue un logro, ya que tenía más de cuatro mil. Jugaba al lacrosse en el instituto y en la actualidad jugaba para Yale. Estaba en el curso introductorio de Medicina.

Había dos fotos de ellos juntos, una en el baile y otra en la que él le pasaba el brazo por el hombro. Lyla llevaba una sudadera de Yale que le quedaba tan grande que resultaba evidente que era de él. El pie de foto era un emoticono triste. Noté que se me retorcía la cara en un gesto de disgusto. En la quinta página de la búsqueda encontré un tablón de anuncios en el que hablaban de un accidente en el que estaba involucrada. No daban detalles y habían eliminado la mayoría de los comentarios. Debió de ser cosa de su padre. ¿A lo mejor tuvo un accidente de coche bajo los efectos del alcohol? Uno de los comentarios de la tercera página decía: «Por favor, dejad de hablar de esto. ¡Se perdieron muchas vidas!». Lo había escrito hacía poco más de un año alguien con el usuario PiKaChOo9. Entré en su perfil y comprobé que otras publicaciones había comentado, pero casi todo era acerca de Pokémon.

—Ya estoy lista.

Marissa salió de la habitación. Pulsé el botón lateral del móvil al levantarme. Se había puesto un vestido veraniego por el que sabía que le asomarían los cachetes del culo después, si bien es cierto que era una fiesta en la piscina. Ya estaba casi al límite con Marissa: en la fiesta de la noche anterior por fin había captado que no estaba interesado y había dejado de intentar convencerme para que me enrollara con ella. Había recurrido a medidas extremas y había dejado que una chica de mi clase de Economía se me sentara en el regazo delante de ella. Fue una putada, pero he conocido a personas como Marissa toda mi vida y sabía que no pararía a menos que le diera señales sólidas de que no estaba interesado.

—No me creo que Prescott nos haya invitado al club de campo, de entre todos los lugares. No he estado allí en años —comentó en el coche. Tomaba aire entre las frases mientras se aplicaba la máscara de pestañas, transparente, según dijo, por el agua—. Ha alquilado la zona de la piscina, que no es poca cosa. ¿Y que vaya Lyla? Eso sí que tiene mérito.

No estaba seguro, pero creo que el corazón me latió con un poco más de fuerza cuando mencionó a Lyla. Me hice el sueco.

—¿Por qué?

—Ha pasado por mucho —me explicó Marissa mientras bajaba el parasol—. El primer año y medio de universidad vivía con un grupo de chicas y, aunque éramos mejores amigas, no íbamos a las mismas fiestas. Entonces… —Sacudió la cabeza—. Luego se mudó a la casa de invitados de su padre y, el trimestre pasado, por fin cedió y se vino a vivir conmigo, como se suponía que debía haber hecho hace cuatro años.

—Nunca la había visto por aquí —comenté.

—Solo hace clases online, así que no se la ve por el campus a menos que tenga que ir al laboratorio o algo así. No le interesa nada, así que el hecho de que salga dos veces la misma semana es importante. Le irá bien.

—Todo el mundo es diferente. A lo mejor necesita que la dejen llevar el duelo en paz.

—¿El duelo? —Noté que me clavaba la mirada en el lateral de la cara durante mucho rato antes de volver a hablar—. ¿Sabes lo que pasó?

—Tengo acceso a internet. —Ostras, alguien murió en el accidente.

—¡¡¡¿Has buscado a Lyla en Google?!!!! —me gritó—. ¿Por qué?

«Porque es preciosa y divertida cuando quiere, pero sobre todo porque me hace sentir algo que no he sentido nunca, y me intriga».

—Es rara, así que la he buscado.

—¿Rara? —Marissa arrugó la nariz—. Mira, si te gusta, dímelo.

Volví la cabeza hacia ella de golpe.

—¿Qué?

—Solo digo que, si te gusta, puedo interceder. —Marissa se encogió de hombros—. Tú y yo no nos hemos acostado. No le preocupa compartir, así que, aunque crea que hemos hecho algo, probablemente le dará igual siempre y cuando sepa que no iba en serio. Y no es que yo quiera estar contigo si la deseas a ella. No me va esa porquería de las esposas hermanas.

No sabía en qué parte centrarme, si en lo de compartir o en lo demás. Cómo no, acabé obsesionándome con lo de compartir. Tendría que indagar un poco más. ¿Significaba eso que le iban los tríos? Y, si era así, ¿cómo? ¿Dos chicas y un chico? ¿Dos chicos y una chica? No me parecía alguien a quien fuera a gustarle algo así, pero, si su mejor amiga decía que le gustaba compartir, tenía que creerla. A menos que se refiriera a que le iban las relaciones abiertas. ¿O solo los rollos de una noche? Que le gustaran los rollos de una noche sería lo ideal para mí. O los rollos de dos noches, para ser más exactos. Me deshice de todas esas ideas, porque me estaba adelantando. Por ahora lo dejaría a un lado y lo añadiría a la lista de cosas de Lyla que me daban curiosidad. No le había enviado una solicitud de amistad a Marissa porque no quería que lo malinterpretara, pero quizá debería hacerlo para ver qué fotos tenían juntas.

—¿Por qué me cuentas todo eso?

Maniobré en la plaza de aparcamiento y apagué el motor.

—Porque has tenido unas dos conversaciones con ella y la has buscado en Google.

Salió del coche riéndose.

—¿Y qué? Busco a mucha gente en Google.

—¿Me buscaste a mí?

Dejó de caminar cuando llegamos a la puerta y se puso una mano en la cadera.

—No.

—Te gusta Lyla —dijo, señalándome con el dedo.

No pareció disgustada o confusa, ni celosa. Más bien, parecía divertida.

—No me gusta.

Fruncí el ceño y le abrí la puerta.

—Mira, te voy a contar dos cosas y luego decides si te sigue gustando o no.

Dejé de caminar y me volví hacia ella.

—Te escucho.

—Uno, si le rompes el corazón, nunca, y me refiero a nunca, te dará una segunda oportunidad —me explicó. Me pareció algo obvio—. Dos, ¿sabes esas chicas a las que les va hacerse las difíciles? —Esperó hasta que asentí—. Lyla es difícil de conseguir, pero cuando se abre es… La verdad es que es una de mis personas favoritas del mundo.

—¿Y por qué es tan cerrada?

Arqueó una ceja.

—Creía que no estabas interesado.

—Corta el rollo, Marissa. ¿Por qué? ¿Es por el accidente?

—Siempre fue un poco reservada y selectiva con su círculo de amistades, pero la nombraron Miss Simpatía en el anuario del instituto, si te lo puedes creer.

—La verdad es que no. —Empecé a avanzar otra vez—. ¿Qué me dices del accidente?

—No me gusta hablar de eso, y menos a sus espaldas. A lo mejor Prescott puede contártelo.

Cabrona. Otra tarea que añadir a la maldita lista. La recepcionista nos saludó y dejé que hablara Marissa, ya que yo intentaba averiguar por qué Lyla era difícil de conseguir. ¿Era virgen? A lo mejor se reservaba hasta el matrimonio. Aunque había dicho que no le gustaba el sexo, lo cual quería decir que lo había experimentado. A lo mejor lo había hecho con un eyaculador precoz que no la había hecho correrse. Menudo capullo. Ahora todos los demás tendríamos que pagar por su egoísmo. Cogimos las dos toallas que nos entregó la recepcionista y caminamos en la dirección que nos señaló.

—¿Habías estado aquí antes? —me preguntó Marissa.

—Para almorzar, en la piscina no.

—Madre mía, pues vas a alucinar. Es interior, pero parece que estés en la playa. —Sonrió de oreja a oreja.

Cuando llegamos a la zona de la piscina, tuve que parar para asimilarlo todo. Era enorme y sí que parecía una playa. Cuando nos vieron, los chicos nos llamaron con la mano desde donde estaban sentados. Prescott había invitado a diez personas a almorzar y a la piscina y yo conté ocho, incluyéndonos a nosotros. Los únicos que faltaban eran Prescott y Lyla, y la idea de que estuvieran juntos y a solas me irritó más de lo que debería. No era mía, y aunque lo fuera, podía ser amiga de quien quisiera. Es lo que me dije, pero aun así me cabreó hasta que mi mente vagó a otros rincones. Era una fiesta en la piscina, ¿significaba eso que por fin iba a quitarse la ropa ancha o se la dejaría puesta y se quedaría enfurruñada en una tumbona? Dejé de pensar en ella cuando nos sentamos y empezamos a hablar con todos los demás.

—El entrenador quiere que vayamos esta noche —me comentó Drew desde el otro lado de la mesa—. Nos lo va a hacer pagar por el partido de la semana pasada.

—¿Eso significa que no podéis beber? —preguntó Marissa.

—Bueno, no sería lo ideal —respondió él.

Desconecté de la conversación y empecé a charlar con Nash sobre los patines nuevos. Me habló del campo de entrenamiento al que había asistido en Canadá y de que habían acudido algunos entrenadores de la Liga Canadiense de Hockey y así era como había acabado firmando un contrato con el Montreal cuando cumplió los dieciocho. Le hablé del contrato similar que había firmado a esa edad y de cómo mi agente había conseguido rescindirlo y convertirme en un jugador independiente.

—Tío, yo mataría por ser independiente. Le decía a mi… —Dejó de hablar en mitad de la frase y se quedó boquiabierto un instante antes de recuperarse. Le dio un manotazo a Drew en el brazo—. Hostia. Puta. Me la pido. Me la pido. Me la pido.

Había oído a Nash pedirse chicas más veces de las que podían contarse en estos últimos cuatro años, pero cuando miré a Drew, cuyo gusto por las mujeres era totalmente opuesto al de Nash, y vi que se comía con la mirada a quienquiera que tuviera detrás, sentí un cosquilleo.

—Sí, claro. Pres te mataría —comentó Drew, que seguía con la mirada clavada a mis espaldas.

—Pues valdría la pena, qué coño —dijo Nash en voz baja.

De repente, empezó a arderme la nuca. Tenían que estar hablando de