Corazones que se encuentran - Claire Contreras - E-Book

Corazones que se encuentran E-Book

Claire Contreras

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Beschreibung

Aunque se conocían de toda la vida, Jenson y Mia se enamoraron cuando estaban en la universidad; luego él tuvo que marcharse a Nueva York para terminar sus estudios, por lo que Mia decidió que era mejor que se tomaran un tiempo y que volvieran a estar juntos cuando pasaran esa etapa. Fue entonces cuando todo se torció: él acabó casándose con otra chica, y ella terminó con el corazón roto. Cinco años después, cuando Jenson se ha divorciado y parece que Mia ha superado la ruptura, ambos se ven obligados a trabajar juntos en un artículo para un periódico. Jenson no está dispuesto a dejar pasar esta segunda oportunidad de ser feliz con la mujer que siempre ha amado, pero antes tiene que conseguir que ella le perdone… Aunque el amor de verdad nunca se acaba, ¿serán capaces de aprovechar la ocasión que se presenta ante ellos para volver a estar juntos?

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Traducido por María José Losada

Título original: Paper Hearts

Primera edición: julio de 2018

Copyright © 2015 by Claire Contreras

Published by arrangement with Bookcase Literary Agency

© de la traducción: Mª José Losada Rey, 2018

© de esta edición: 2018, Ediciones Pàmies, S. L.

C/ Mesena, 18

28033 Madrid

[email protected]

ISBN: 978-84-16970-69-8

BIC: FRD

Diseño de cubierta: CalderónSTUDIO

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Para Cam, que nunca ha tratado de cambiar mi lenguaje,

sino que ha aprendido a traducir el significado de mis silencios.

Y para ti, que necesitas una de esas historias de segundas oportunidades en tu vida.

Índice

Precuela. Corazones rotos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

La boda de mi mejor amiga

Corazones que se encuentran

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Epílogo 1

Epílogo 2

Agradecimientos

Contenido extra

PrecuelaCorazones rotos

1

—¿Has quedado con alguien, Mia? —me preguntó mi madre cuando entré en la cocina.

—Sí, he quedado. —Me recogí el largo pelo húmedo en lo alto de la cabeza mientras me acercaba a la fuente donde estaba la fruta.

—Mmm… —dijo ella, atrayendo mi atención con aquella interjección tan ambigua. Estaba reclinada en una de las sillas de madera del office del desayuno, con un periódico en la mano, observando mi bikini, mis vaqueros no demasiado ceñidos y el top de flores que llevaba.

—¿Qué pasa?

—Nada. Estás muy guapa —repuso antes de volver a concentrarse en el periódico.

Mi madre tenía aspecto de profesora sexy. Eso era lo que decían de ella mis amigos, que era una madre a la que no les importaría tirarse, una especie de sustituta buenorra, con el pelo rubio, largo y rizado y gafas de bibliotecaria follable.

—Suéltalo ya, Bettina, sabes que lo estás deseando —le dije, inclinándome para coger una botella de agua. Sonreí cuando oí que se quejaba. Odiaba que la llamara por su nombre de pila. Me di la vuelta al oír el crujido del periódico y me senté frente a ella. De todas formas, me sobraban quince minutos.

—No has salido con nadie; de hecho, ni siquiera has mencionado a ningún otro chico desde que Jenson se marchó —soltó, yendo directa al grano. Mi madre no era de las que se andaban con rodeos.

Mi mirada cayó sobre el periódico que había dejado encima de la mesa para evitar sus interrogadores ojos azules. El titular iba sobre la propiedad Clark… Otra vez.

—Quizá no haya conocido a nadie digno de mención hasta ahora —respondí finalmente, volviendo a mirarla.

—¿En serio? —preguntó mientras arqueaba las cejas—. Entonces, dime, ¿quién es este tipo que sí vale la pena mencionar?

Me irrité, porque me había pillado mintiendo. Había salido con algunos chicos desde que Jenson se fue. Con el anterior había tenido algo más serio que con este, aunque no era un tema que la incumbiera a ella, ni a ninguna otra persona.

—¿Qué más te da? No querías que anduviera con Jenson.

—Nunca dije que no me gustara que salierais —se defendió.

—No era necesario, siempre lo has dejado bastante claro. A papá no le gusta porque es pobre, y a ti porque sabes que jamás será médico o abogado o lo que quieras que sea el hombre con el que me case.

—¡Mia, eso no es cierto!

—¿De verdad? Porque recuerdo claramente haberte oído decir: «No es bueno para ti, Mia. Puedes aspirar a algo mejor» —repliqué.

Ella me miró durante un buen rato antes de soltar un largo suspiro.

—Te venía a recoger en moto, parecía salido directamente de Sin City, ciudad sin ley. ¿Qué querías que te dijera? Además, conozco su reputación: los he oído hablar, a Victor y a él, en casa de Hannah.

Arrugué la nariz. Miré hacia otro lado, sin querer saber en qué consistían esas conversaciones. Conocía de sobra la reputación de Jenson, y lo hacía desde que lo había visto por primera vez. No lo culpaba por el hombre en que se había convertido ni por su pasado. Era una buena persona, con un corazón de oro, a pesar de que pareciera un chico malo y a pesar de su falta de clase.

—Es un buen tipo —afirmé, dejándome llevar finalmente por la necesidad de defenderlo, como de costumbre.

—Estoy de acuerdo. Lo es, y debo admitir que antes estaba equivocada. Pero si es tan buen tipo, ¿por qué has roto con él? —preguntó. Sentí que me ruborizaba bajo la intensidad de su mirada.

—Mamá, porque se fue a la universidad en Nueva York, y no me gustan las relaciones a distancia.

—¿Odias las relaciones a distancia o te disgusta la idea de que esté rodeado de mujeres y no tener control sobre lo que hace? —me preguntó mientras yo me levantaba para coger el bolso.

—Bueno… —Me detuve en seco. Mi madre acababa de poner el dedo en la llaga, y eso me molestaba—. No necesito que me psicoanalices, gracias. Si te aburre ser un ama de casa, quizá deberías volver a trabajar —añadí antes de alejarme—. Gracias por la charla, muy instructiva. —Me colgué el bolso al hombro y salí.

No fue hasta que me alejé en el coche un par de manzanas que sus palabras hicieron mella en mí, y sentí la necesidad de golpear el volante con la mano y soltar un grito. En el momento en el que llegué al cine, ya me había calmado. Le había enviado un mensaje de texto a Adam para que nos reuniéramos allí y evitar así la incómoda situación que se produciría si me recogía en casa de mis padres. En serio, necesitaba hablar con Rob y convencerlo de que me dejara mudarme con él. No creía que pudiera hacer frente a más palabras de apoyo de mi madre, aunque no era algo que ocurriera con frecuencia. Si fuera por ella, en cuanto obtuviera el título universitario, me casaría con un hombre rico y me convertiría en un ama de casa, para dedicar mi vida a tener bebés que ella vestiría a su gusto.

Era cierto que todo se había complicado con Jenson. Habíamos hablado mucho de una forma u otra: mensajes de texto, correos electrónicos o llamadas telefónicas. Estábamos de acuerdo en que podríamos salir con otras personas durante su ausencia, pero no me sentía con ganas de tener citas. Aunque él nunca me mencionaba a otras personas, yo no era idiota. Sabía que estaba viéndose con alguien. Quizá con varias chicas, en plural. De vez en cuando le soltaba un «¿Has conocido a alguien interesante últimamente?», para disminuir el impacto que supondría que me lo dijera, si es que alguna vez lo hacía, algo que estaba segura de que no ocurriría. Porque no lo quería saber.

Estaba sentada en una oscura sala de cine, a punto de ver Origen, cuando me envió un mensaje de texto diciéndome que acababa de regresar y que necesitaba verme. Me dio un vuelco el corazón. Traté de concentrarme en la cinta, pero tenía la cabeza en otro lugar, lo que era una pena, porque me encantaba Leonardo DiCaprio. Cuando salieron los títulos de crédito, no tenía ni idea del argumento de la película que acababa de ver. Adam, por su parte, estaba entusiasmado con ella, porque no hacía más que decir: «¡Oh, Dios mío, qué pasada!».

—¿Quieres que vayamos a cenar algo? —me preguntó cuando salimos. Automáticamente apreté el móvil con más fuerza. No lo había soltado desde que había recibido el mensaje de texto de Jenson, por si acaso.

—Quizá en otro momento. Tengo que hacer un par de cosas —me disculpé.

—Mia, sabes que me gustas, ¿verdad? —preguntó Adam en voz baja.

—Tú también me gustas —admití mientras miraba sus brillantes ojos azules.

—Pero… —añadió, riéndose entre dientes mientras se pasaba la mano por el pelo rubio y ondulado.

—Es que…

—Todavía estás colada por Jenson. —Adam también frecuentaba el mismo mundillo artístico que Jenson y yo misma.

—Lo estoy… —Tomé aire y sonreí—. ¿Podemos seguir siendo amigos?

Asintió con una sonrisa, y luego sacudió la cabeza.

—No me puedo creer que me hayas dicho que solo vamos a ser amigos en la tercera cita.

—Lo siento.

—No lo hagas. Siempre he sabido que sería muy difícil que dejaras de pensar en él. Me refiero a que, ¿no te has fijado?, solo hablamos de Jenson cuando estamos juntos —añadió mientras se encogía de hombros.

Fruncí el ceño.

—Eso no es cierto.

—Eh…, que no me parece mal. Lo entiendo. Jenson tiene una moto, fuma y usa gafas de aviador.

Pero Jenson no me había gustado por ninguna de esas cosas, aunque tampoco era que no me hubiera dado cuenta. Sin embargo, no era lo que había hecho que me enamorara de él. Di a Adam un abrazo e hice que me prometiera que seguiríamos quedando de vez en cuando para pasar el rato, porque realmente disfrutaba en su compañía. Luego me metí en el coche y fui al encuentro de Jenson.

Mientras conducía a casa de Patty, donde sabía que estaría Jenson, pensé en todo lo que amaba de él: la forma en la que me miraba; cómo me hablaba; cómo me escuchaba; la forma en la que me hacía reír; que sus manos siempre tuvieran manchas del carboncillo que utilizaba para dibujar… Cuantas más cosas se me ocurrían, más grande se hacía mi sonrisa. Nuestra historia no siempre era una balsa de aceite. Algunos podrían argumentar que era todo lo contrario, pero a mí me gustaba.

Internarme por ese camino me hizo recordar la primera vez que lo vi, cuando era un adolescente por el que suspiraban todas las chicas, yo incluida. Al crecer, coincidí con él muchas más veces, y siempre me había provocado mucha curiosidad, pero Jenson no era un ligón, y yo todavía no sabía coquetear. Aparqué el coche delante de la casa y cerré los ojos durante un momento, recordando aquel estúpido juego, la primavera de mi primer año en la universidad, cuando todo cambió.

2

2 años antes

—¿Has traído el bañador? —preguntó Estelle desde el cubículo de al lado en el cuarto de baño.

—Sí, ¿y tú? —respondí. Gemí al mirar al dispensador—. ¿Hay papel higiénico en tu box?

Me pasó el papel por debajo de la mampara mientras me ruborizaba.

—Yo sí. Solo quería asegurarme de que no era la única idiota que pensaba que de verdad vamos a usar el jacuzzi.

Me reía cuando abrí la puerta, y me acerqué para lavarme las manos.

—Lo dudo. Corinne me ha dicho que ha recibido confirmación de diez personas, cuatro chicos y seis chicas, y esos solo somos los que vamos a dormir allí.

Estelle abrió mucho los ojos y luego sonrió.

—Va a ser una pasada.

—Son las vacaciones de primavera, nena —le recordé.

Al principio, habíamos pensado ir a Cancún, pero el padre de Estelle había tenido un susto y había estado ingresado unos días en el hospital, por lo que ella no quería estar demasiado lejos, por si acaso. Aunque todo había salido bien y lo habían enviado a casa con una advertencia para que vigilara su colesterol, ya era demasiado tarde para conseguir una buena reserva a México, así que decidimos ir a Malibú para pasar el fin de semana. La familia de nuestra amiga Corinne poseía allí una casa enorme, y estaba vacía. Como quedaba a tiro de piedra, resultaba perfecta.

Esa noche, después de que llegáramos a la casa y ayudáramos a preparar las habitaciones, de que tomáramos algunas copas en un bar deportivo y suficientes nachos con salsa para abastecer a un restaurante mexicano, decidí echarme una pequeña siesta.

—¿Quién va a venir? —le pregunté a Corinne mientras me estiraba después de despertarme, al ver que estaba maquillándose en el cuarto de baño de Jack y Jill.

—Bueno, Fern, evidentemente… —dijo con una enorme sonrisa.

—Evidentemente —convine, sonriendo yo también al oírle mencionar a su nuevo novio, por el que llevaba colgada toda la secundaria, a pesar de que él siempre tenía otra novia.

—Creo que también vienen Carlos, Logan y Jenson, además, por supuesto, de Elle, Pamela, Danica, tú y yo.

Parpadeé un par de veces.

—¿Jenson Reynolds?

Corinne dejó de aplicarse el eye liner y buscó mis ojos en el espejo.

—Sí, ¿por qué? ¡Oh, Dios mío! No te caerá mal o algo así, ¿verdad?

—¿Caerme mal? ¡No! —Fruncí el ceño—. Solo me has sorprendido. Es decir, lo he visto con Carlos algunas veces, pero no me había dado cuenta de que eran tan amigos. Normalmente suele andar con el hermano de Estelle y toda su pandilla —expliqué—. Por eso me extraña.

—Oh… —dijo ella mientras se concentraba de nuevo en el maquillaje—. Estelle mencionó que su hermano vendría más tarde, imagino que eso lo explica todo.

Asentí moviendo la cabeza y esperé a que se fuera antes de levantarme. Había visto a Jenson con frecuencia por el campus, y cada vez que me miraba y me sonreía, me daba un vuelco el corazón. No podía entender por qué tenía esa reacción ante él, pero así era, me gustara o no.

Había tomado ya tres vasos de cerveza cuando Jenson hizo por fin su aparición, y, en ese momento, Estelle me dio una patada con muy poco disimulo por debajo de la mesa de cristal.

Cuando la miré, estaba riéndose (resultaba evidente que ya estaba algo borracha).

—¿Qué pasa? —me dijo al tiempo que se encogía de hombros, ocultando la risa detrás de las manos, que, aunque eran pequeñas, lucían un anillo en cada dedo, por lo que logró esconder su expresión.

—Mira que eres idiota… —murmuré—. Oh, qué casualidad, también ha venido Oliver —solté con repentina inspiración, y me reí cuando su rostro se transformó, recobrando la compostura en menos de dos segundos. Se dio la vuelta lentamente, con tanta indiferencia como fue capaz, y me lanzó una mirada asesina al darse cuenta de que estaba bromeando.

—¿Qué pasa? —repetí las mismas palabras que me había dicho ella.

—No tiene gracia—repuso mientras trataba de contener una sonrisa.

Miré por encima de su hombro al oír que se abría la puerta trasera, y no pude reprimir la risa al ver que quien entraba era el mismísimo Oliver.

—Bueno, me parece algo irónico tener que decir esto, pero acaba de entrar Oliver —advertí.

Ella puso los ojos en blanco.

—Claro, claro…

—Lo digo en serio —añadí, sin dejar de reírme.

—Estoy segura, Meep. Estoy segura…

—Un chico con el pelo recogido, con una camiseta blanca de Nirvana. Joder, hasta consigue que los pantalones chinos cortos parezcan chulos… —añadí. Me di cuenta de que ni siquiera así miraba hacia atrás, por lo que añadí—: Vaya, y lleva unas chanclas… Creo que nunca lo había visto con chanclas…

—Para que conste, jódete —murmuró Estelle antes de rendirse y mirar finalmente por encima del hombro.

—¡Te lo he dicho!

Sonrió mientras miraba hacia atrás.

—Cierto. ¿Quieres seguir por ese camino?

Me reí.

—No. Me voy a quedar aquí sentada cómodamente bebiendo otra cerveza.

—Se te va a poner barriga cervecera —me advirtió mientras miraba mi vaso de plástico rojo con una mueca.

—Bueno, ¿y qué demonios estás bebiendo tú? —pregunté.

—Vodka, por supuesto —explicó, levantando el vaso después de ponerse de pie—. ¿Quieres un poco?

—Claro —accedí mientras me encogía de hombros y miré a los chicos una vez más. Oliver estaba hablando con Victor, que también acababa de entrar, y con una chica que parecía dispuesta a quedarse por él. La miré con intensidad, con la esperanza de que se largara. A Estelle no le preocupaba que todas las chicas coquetearan con ellos, y seguramente era mejor así, ya sentía yo suficiente rabia por las dos. Cuando por fin vi que aparecía Jenson, me levanté, le quité a Estelle la copa de la mano y me la llevé conmigo.

—Pensaba que ya nos habíamos acomodado en un sitio —dijo ella. Noté su tono burlón, pero preferí ignorarlo.

Saludamos a los chicos y nos quedamos cerca de ellos, escuchando la charla de Victor, que siempre tenía tema de conversación. Por fin, me dirigí hacia la puerta de atrás antes de pensármelo dos veces.

—Hola, Jangles —saludé a Jenson cuando salí, haciendo referencia a su mote de siempre, «Jangles, el payaso».

Él sonrió, levantando la vista de la pantalla del móvil. Lo miré mientras encendía un cigarrillo.

—¿Qué tal va todo, Correcaminos?

Quizá la sonrisa que esbocé fue demasiado grande.

—Es curioso que me hayas puesto ese apodo y no seas capaz de seguirme el ritmo.

Se encogió de hombros.

—Siempre voy contracorriente.

—¿Es el título de uno de tus poemas? —pregunté.

—No —repuso—. Pero… —Dejó que la palabra se alargara mientras apagaba el pitillo, luego sacó el pequeño bloc de notas negro que siempre llevaba en el bolsillo trasero y escribió algo en él.

—¿Los compras en ese estado? —me interesé.

—¿A qué te refieres?

—A lo gastados que están. Te he visto con miles de blocs diferentes, y siempre parecen a punto de desintegrarse —expliqué mientras señalaba con la cabeza el que llevaba en la mano.

Se rio entre dientes.

—Les pasa lo mismo que a los guantes de béisbol. Cuanto más viejos, mejor se adaptan.

Asentí mientras lo miraba de arriba abajo una vez más. Llevaba unos vaqueros oscuros, botas y una camiseta blanca con la leyenda: «soy». Aunque no quedaba a la vista, sabía que tenía el brazo tatuado debajo de la manga corta, y me moría de ganas de subírsela para ver si se había grabado algún otro dibujo en la piel. Estaba perfectamente afeitado, aunque despeinado, ya fuera por el viento o por el casco de motorista, era imposible adivinarlo. Lo importante era que tenía un aspecto estupendo, para chuparse los dedos, y que estaba comiéndomelo con los ojos. Algo que tenía que dejar de hacer de inmediato.

—Hola, Jenson —lo saludó un grupo de chicas acercándose a él. Jenson dejó de mirarme para hacerles un gesto con la cabeza, aunque volvió a clavar los ojos en mí al instante.

—¿Te apetece venir a tomar algo con nosotras? —dijo una de ellas—. Vamos a jugar a algo.

Él seguía mirándome, y yo tuve la impresión de que mi corazón estaba a punto de convulsionar.

—Prefiero quedarme aquí —respondió finalmente, sin apartar de mí sus iris entre gris y verde claro.

—Puedes irte con ellas si quieres —solté en voz baja cuando las chicas ya no podían escucharnos—. No me importa.

—¿Y perder de vista a mi musa? Ni hablar, Correcaminos —repuso sonriendo, mientras movía el cuaderno en el aire.

—¿Te da miedo no poder seguirme el ritmo? —pregunté.

Su risa me calentó de pies a cabeza, y cuando se puso serio y me miró fijamente a la cara, sentí que me recorría un escalofrío.

—En realidad, sí.

3

Presente

Un fuerte golpe en la ventanilla del coche me arrancó de mi ensimismamiento. Solté un grito ahogado y me senté, enderezando la espalda. Cuando eché un vistazo al exterior, me encontré allí a Jenson, con una expresión de confusión en la cara. En cuanto lo miré a los ojos, supe que algo andaba mal. Salí del vehículo y cerré la puerta.

—¿Qué te ha pasado? —pregunté. Él no me respondió, solo me cogió entre sus brazos y me estrechó con fuerza—. No pensaba escaparme, ¿sabes? —bromeé contra su pecho. Respiraba con intensidad contra mi cabeza y me abrazó con más fuerza antes de soltarme.

—Sí, lo harás. —Sus palabras sonaron amortiguadas, pero hicieron que notara una fuerte inquietud en el estómago.

—¿Qué te ha pasado? —repetí de nuevo, esta vez separándome de su pecho.

Parpadeó un par de veces mientras me miraba, como si se hubiera olvidado de mi aspecto. Se me ocurrió que quizá fuera así, pues los cinco meses que llevaba fuera habían hecho que yo tampoco lo recordara con claridad. Levanté la mano y la paseé por su barba incipiente mientras le recorría el rostro con la mirada, que detuve un instante en la cicatriz antigua que tenía en la mejilla izquierda y continué hasta sus labios.

—No voy a quedarme mucho tiempo —soltó, rompiendo el silencio finalmente.

Busqué sus ojos.

—¿Cuándo te marchas?

—El domingo por la noche.

Asentí moviendo la cabeza y aparté la vista para mirar la puerta entreabierta de la casa por encima de su hombro. Odiaba que solo viniera un par de días de visita, pero lo entendía. Su vida estaba ahora en Nueva York. Si no fuera por su madre adoptiva, Patty, ni siquiera estaría aquí, o vendría con menos frecuencia.

—¿Está Patty? —pregunté mientras señalaba la casa con la barbilla.

Jenson negó con la cabeza y soltó el aliento con aspereza, haciéndome cosquillas en la mejilla.

—Se ha ido hace unos minutos. —Me puso la mano en la cintura. Sentir sus dedos sobre la piel encendió un fuego en lo más profundo de mi vientre. Ansiaba empujarlo hacia la casa y arrancarle la ropa, y algo me dijo que él quería que lo hiciera. Que prefería que me abalanzara sobre él en lugar de hablar sobre lo que fuera que le preocupaba. Así que decidí que me contendría. No podía obligarlo a contarme nada, y lo sabía por experiencia, pero también era consciente de que tratar de usar el sexo para aliviar el dolor era algo que Jenson acostumbraba a hacer cuando era más joven, y me gustaba pensar que ahora podía hacer algo más que eso por él. Me ilusionaba imaginar que al final dominaría al chico malo que era. Ya lo hacía en cierta manera. A fin de cuentas, la nuestra era la relación más larga que había mantenido hasta el momento.

—¿Quieres acompañarme a algún sitio? —me preguntó. Parpadeé sorprendida.

—¿A qué sitio…? — pregunté, llena de confusión.

—Lejos. Vámonos a un hotel en alguna parte, solo esta noche. Necesito… —Soltó de nuevo el aire—. Necesito estar contigo —confesó mientras me ponía la otra mano en la cadera antes de subir ambas por mis costados para llegar a mi cara—. Quiero estar a solas contigo. Solos tú y yo.

En ese momento me podría haber pedido que matara al Papa y yo hubiera accedido. Cuando Jenson me miraba de esa manera, con aquellos ojos grises que suplicaban que lo entendiera, no podía negarle nada. Le cubrí las manos con las mías y luego me las acerqué a la boca. Cerró los ojos mientras le besaba los dedos callosos.

—Claro que quiero ir a cualquier parte contigo —susurré en respuesta. Mis palabras parecieron estimular algo en su interior, porque cuando abrió los ojos su aspecto era desgarrado y roto. Así era Jenson; sin embargo, con la carga emocional que llevaba a la espalda, no podía culparlo.

No dijo ni una palabra, solo asintió y me condujo a la casa. Me paseé por la habitación mientras preparaba una bolsa de viaje, y recogí diversas cosas al azar que había esparcidas por la mesilla de noche, el suelo, el escritorio. Su dormitorio estaba como siempre, como si todavía viviera allí y no a miles de kilómetros de distancia.

—¿Qué tal ha sido el vuelo? —pregunté, rompiendo el silencio mientras él abría y cerraba los cajones.

—Bastante bueno.

Lo miré y vi que estaba revolviendo el interior de la bolsa de lona con el ceño fruncido.

—¿Has perdido algo? —pregunté.

Dejó de mover las manos antes de curvar la comisura de los labios.

—Ya lo he encontrado.

Le devolví la sonrisa mientras buscaba en su rostro alguna señal de lo que le pasaba. Quería preguntarle si había hablado con su madre, si lo habían despedido del trabajo, o si el libro infantil que estaba enviando a los agentes se movía bien, pero no quería presionarlo, no quería que volviera a encerrarse en sí mismo, así que permanecí en silencio.

Al mirarme, su sonrisa vaciló; y cuanto más me estudiaba él, más difícil me parecía permanecer quieta.

—Ven aquí —pidió, y la necesidad que percibí en su voz me hizo volar a sus brazos—. Sabes que lo significas todo para mí, ¿verdad?

Normalmente esas palabras habrían hecho que me derritiera, pero la forma en la que me observaba mientras las pronunció hizo que me doliera el corazón.

—¿Por qué no me cuentas qué te ha pasado? —pregunté—. Estás empezando a asustarme.

Respiró hondo al tiempo que me aplastaba contra su cuerpo de nuevo.

—Dios, Mia, ni siquiera sé por dónde empezar. ¿Te parece que retomemos esta conversación más adelante?

Me eché hacia atrás para mirarlo y asentí con la cabeza.

—Pero me lo vas a contar todo —le advertí. No quería que esta fuera una de esas situaciones en las que prácticamente tenía que sacarle toda la información con sacacorchos. Quería pensar que nuestra relación se encontraba en un punto en el que nos podíamos contar todo el uno al otro, sin preocuparnos de qué podíamos pensar.

—Te lo explicaré todo, nena. Todo —susurró mientras me pasaba el pulgar por el labio inferior—. ¡Dios, cómo te he echado de menos! —confesó al tiempo que unía nuestros labios. Sin duda teníamos que hablar, pero estaba dispuesta a esperar un par de horas si esa era la forma de conseguir que se abriera a mí finalmente.

4

Pasado

—El camarero nos está mirando —informó Jenson mientras contemplaba al hombre que se había parado a unos metros de distancia.

—No es cierto —dije, negando con la cabeza sonriente. El camarero estaba mirándome a mí, pero siempre lo hacía cuando comíamos allí. Lo había pillado estudiándome las tetas más de una vez mientras me rellenaba el vaso de agua, lo que era muy divertido porque, en realidad, no tenía mucho en lo que recrearse. Sin embargo, no quería que Jenson se cabreara, y menos cuando estábamos celebrando que llevábamos dos años juntos. De hecho, ya se había irritado ese mismo día, cuando mi amigo Nathan me envió un mensaje de texto para desearme feliz cumpleaños.

—Nos está mirando, y no me gusta.

—Oye… —le dije mientras ponía la mano sobre la de él para reclamar su atención—. ¿Qué te pasa esta noche?

Me miró a los ojos.

—No…, nada.

Arqueé una ceja al tiempo que abría la boca para seguir presionándolo, pero entonces nos trajeron la comida.

—Salvado por la campana…

Jenson sonrió. Hablamos de las clases mientras comíamos, discutiendo sobre cuál era mejor y qué profesor era el que mejor enseñaba. Él se iba a graduar muy pronto, y lo habían aceptado en el curso de filología inglesa de la universidad de Nueva York; no era algo que tuviera planeado desde el principio, pero yo lo había animado. Su argumento era que para ser escritor no lo necesitaba. Al final, después de que dejáramos el colegio, decidió que quería hacerlo. En ese momento no me di cuenta de que iba a marcharse muy pronto y que yo me quedaría atrás. Estaríamos en mundos separados, pero lo amaba lo suficiente para dejarlo marchar y apoyarlo mientras estuviera allí. Quería tomarme nuestra relación paso a paso, aunque fuera algo que me revolvía el estómago.

Nos cogimos de la mano al levantarnos para marcharnos, pero antes se acercó al camarero y le dijo algo. No pude oír lo que le dijo, pero la expresión de la cara del chico me indicó que no había sido algo agradable.

—¿Qué le has dicho? —pregunté mientras me abría la puerta del coche.

—Le he advertido de que si lo pillo mirándote las tetas la próxima vez que vengamos, le arrancaré los ojos y los pisaré. —Cerró la puerta, y lo miré boquiabierta mientras rodeaba el vehículo para ocupar el lugar detrás del volante.

—Dime que no es cierto —le solté en cuanto se sentó.

Volvió la cabeza hacia mí.

—¿Es que no has visto la expresión de su cara?

Asentí lentamente.

—Sí, pero es más grande que tú. —Jenson estaba en forma, pero no era carne de gimnasio. Y aquel tipo parecía poder noquear él solo a dos defensas de fútbol americano.

—En los momentos importantes soy el más grande —repuso encogiéndose de hombros.

Se me escapó una risita antes de poder reprimirla.

—Estás… Estás loco.

Me cogió la mano y me besó los nudillos.

—¿Te estás divirtiendo?

—Siempre me divierto cuando estoy contigo.

—Bien, porque tengo planeado pasármelo muy bien este fin de semana.

—¿Tiene algo que ver contigo y conmigo desnudos en una cama?

Sus fosas nasales se dilataron mientras salía del aparcamiento. Se llevó mi mano a la boca y me rozó la punta de los dedos con los dientes.

—Y en la mesa de la cocina. Y en el suelo. Y en la ducha. Y en la playa… En realidad, las posibilidades son infinitas.

Noté un fuerte calor en las entrañas.

—¿Tú también quieres todo eso? —preguntó en voz baja.

—Sí —repuse con un susurro.

—También quiero arrancarte el vestido y besar cada centímetro de tu piel desnuda mientras va resbalando la tela. —Sonrió al tiempo que me miraba a la cara—. Luego te voy a tumbar sobre la encimera de la cocina y a lamer tu cuerpo hasta que te tiemblen las piernas de deseo. —Se detuvo para pasarme la lengua por la muñeca—. Más tarde… —continuó después de aparcar el coche delante de su casa, y su voz fue un ronco susurro en mi oído— te voy a devorar el coño, y te va a gustar tanto que te morderás los labios hasta hacerte sangre.

—Jenson… —dije, alejándome de él. Ardía de deseo—. Vamos para dentro.

Me puso la mano en el muslo y la movió muy despacio hasta que llegó al tanga, ya húmedo.

—Me voy a tomar mi tiempo contigo, nena —susurró antes de cubrirme la boca con la suya mientras deslizaba un dedo dentro de mi ropa interior, lo que hizo que se me quedara la mente en blanco—. Voy a conseguir que me supliques que te folle.

—Estoy dispuesta a hacerlo ya —dije contra sus labios—. A rogártelo en este mismo momento.

Sentí cómo sonreía.

—Estoy loco por ti, Mia Bennett.

—Y yo por ti, Jenson Reynolds. —Me besó en los labios con suavidad—. Ahora, por favor, ¿podemos entrar para que puedas cumplir tu promesa de una vez?

Se rio entre dientes.

—Qué impaciente…

Una vez dentro, Jenson me pidió que lo esperara en la cocina para poder ir a por un regalo. Habíamos quedado en que no nos regalaríamos nada. Compartíamos fecha de cumpleaños, así que pensábamos intercambiar los regalos otro día, pero no había podido evitar comprarle algo para esta ocasión y, evidentemente, a él le había pasado lo mismo. Pasé los dedos por la pulsera que me había entregado y sonreí mientras examinaba cada dije: el número 31, por la fecha de nacimiento; la cámara; la pluma; el ancla; el barco de vela; el corazón que decía: «Soy tuyo».

Dejé caer la mano sobre el regazo cuando regresó de la habitación con una caja entre las manos. Sonrió y la dejó sobre la encimera antes de ponerse detrás de mí para rodearme con los brazos.

—Ábrela —dijo.

Quité la tapa, dejando a la vista otra caja más pequeña. Fruncí el ceño mientras la cogí. Estaba envuelta en un papel marrón lleno de palabras. Por regla general, habría arrancado el envoltorio, pero algo hizo que me detuviera. Se me aceleró la respiración cuando me di cuenta de que era su letra. Me volví un poco para mirarlo por encima del hombro.

—Es solo el papel, Mia —dijo con una tierna sonrisa.

Miré de nuevo la caja y lo examiné, tratando de leer lo que ponía.

—¿Son palabras tuyas?

Jenson se frotó la nuca y sonrió mientras miraba al suelo. Se mostraba tan seguro de sí mismo la mayor parte del tiempo que me resultaba adorable en las raras ocasiones en las que parecía tímido. Me miró.

—Solo son palabras —repuso.

Me di la vuelta, pero era demasiado alto para que pudiera besarlo sin más, así que me puse de puntillas. Todavía me quedaba demasiado arriba. Jenson se rio entre dientes al comprender lo que trataba de hacer, así que me sentó en la encimera para situarse entre mis piernas.

—Son tus palabras —murmuré contra sus labios.

—Abre la caja, por favor —me pidió, apretando la boca contra la mía y luego retirándose para dejarme espacio.

Volví a mirar el paquete. No lograba entender lo que era, así que traté de pensar en todo lo que le había dicho que quería, sin poder decidirme.

—Deja de intentar adivinar lo que es y ábrelo de una vez.

—El envoltorio mismo es un regalo —expliqué en voz baja, tomándome mi tiempo para despegarlo de forma que no se rompiera—. ¡Oh, Dios mío! —jadeé cuando quedó ante mi vista la lente de la cámara para la que había estado ahorrando—. ¡Oh, Dios mío!

Jenson estaba sonriéndome cuando lo miré.

—Esto es… Esto es demasiado —logré decir finalmente, dejando la caja encima del mueble, a mi lado. Había una razón por la que no me la había comprado yo misma todavía. Aunque esto explicaba por qué él había hecho tantas horas extra en la cafetería donde trabajaba.

—Nada es demasiado para ti —repuso él, al tiempo que levantaba la mano para acariciarme la cara.

—Jens…

Me cubrió la boca antes de que pudiera terminar de decir su nombre. Cerré los ojos cuando comenzó a jugar con mis labios hasta conseguir que se separaran, y hundió la lengua entre ellos para acariciar la mía mientras me rodeaba la cara con las manos. Hundí los dedos en su pelo, inclinándome hacia delante para mecerme contra él. Cuando el beso terminó, ambos jadeábamos.

—Te lo mereces todo, Mia —murmuró mientras me miraba. Aquellos ojos grises serían mi perdición, no me cabía ninguna duda.

—Solo te quiero a ti —susurré al tiempo que le desabrochaba la camisa y deslizaba las manos dentro para sentir su cálido y duro torso contra mis manos pequeñas y frías.

—A mí ya me tienes, nena. Y siempre me tendrás. —Se quitó la camisa antes de rodearme con los brazos para deshacerse de mi vestido.

—Y yo soy tuya. —Me bajé de la encimera y dejé que el vestido se convirtiera en un charco a mis pies. Luego observé la forma en que se le oscurecían los ojos cuando los deslizó lentamente por mi cuerpo, tan despacio que dejaba rastros de calor a su paso. Soltó un gruñido animal mientras me cogía, me volvía a poner en la encimera y me separaba las piernas.

—¿Sabes cuál es mi mayor temor? —preguntó, pegando la boca a mi oído para besarme allí. Me estremecí al sentir su respiración camino de mi pecho.

—¿Qué? —pregunté con un hilo de voz cuando llegó a mis senos.

—Perderte —musitó al tiempo que me miraba a la cara—. Perder esto. —Cerró los labios sobre mi pecho para frotar la lengua contra mi pezón. Sus manos se abrieron paso entre mis piernas al tiempo que centraba su atención en el otro seno—. Eres todo lo que siempre he querido —susurró contra mi estómago—. Todo lo que necesito. —Me golpeé la cabeza en la encimera cuando sentí su lengua en mi sexo.

—¡Oh, Dios mío! —gemí.

—Me moriría si me dejaras, lo sabes, ¿verdad? —dijo contra mi núcleo.

—Jamás te dejaría.

—Podrías. Quizá encuentres a alguien mejor que yo cuando esté lejos —sugirió, moviendo la lengua contra mí.

—¡Joder!

—Un triunfador…

—Solo te quiero a ti —respondí, tirándole del pelo al tiempo que me retorcía con fuerza contra la encimera.

—Quizá a alguien menos marcado.

—Me encantan tus marcas —le dije.

Eso se ganó una risita por su parte. Y me castigó soplando y jugando con sus dedos.

—Jenson, por favor…

—¿Quieres que siga? —preguntó.

—Sí —rogué—. Por favor.

Y lo hizo. No se detuvo hasta que vi fuegos artificiales con los ojos cerrados. Cuando los abrí de nuevo, me estaba levantando. Le rodeé el cuello con los brazos y suspiré contra su pecho.

—¿Por qué siempre haces eso? —pregunté en voz baja.

—¿El qué?

—Hablar de ese tipo de cosas cuando estás…, ya sabes. —Lo miré a la cara. Sus pasos vacilaron. Se detuvo justo al llegar al umbral de su habitación para mirarme. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró, moviendo la cabeza.

—Dime. —Me pasé la mano por el pelo.

—Desde que estamos juntos, he tenido la terrible sensación de que el tiempo que paso contigo es tiempo prestado —susurró con tristeza—. En mi vida, nada dura. Nada bueno. —Se encogió de hombros y se acercó a la cama. Me dejó sobre ella mientras se quitaba las botas. Me quedé apoyada en los codos para poder mirarlo cuando clavara los ojos en mí, y le sujeté las muñecas al ver que empezaba a quitarse el cinturón para atraerlo hacia mí.

—Llevas dos años diciendo eso; sin embargo, aquí estamos —susurré.

Asintió lentamente, como si todavía no estuviera convencido.

—Eres un ser humano increíble. Lo sabes, ¿verdad? —pregunté, buscando sus ojos—. Eres divertido, un poco al menos, tienes muchísimo talento y eres tan guapo que a veces me duele mirarte —desgrané, haciéndolo reír y poner los ojos en blanco. Sonreí.

—Tú eres mucho más, Mia. Mucho más —aseguró mientras entrelazaba los dedos con los míos.

—Sí, cuando estoy contigo. Solo cuando estoy contigo.

—Me iré muy pronto —me recordó mientras miraba nuestras manos unidas.

—Solo será algo temporal —dije.

—Pasaremos mucho tiempo separados.

—¿Me amas, Jenson? —pregunté.

Buscó de nuevo mis ojos.

—Más que a nada.

—Entonces, vamos a tomarnos un descanso y volveremos a reunirnos al final de la carrera.

Antes de que pudiera profundizar en aquellos miedos persistentes, lo empujé, me puse de rodillas en la cama y empecé a desabrocharle el cinturón.

Ese fin de semana seguía siendo uno de mis recuerdos favoritos con él.

5

Presente

Cuando detuvo la moto y me tendió las manos para que le pasara el casco, regresé bruscamente al presente.

—Estaba pensando en el día en que me regalaste esto —dije, sonriendo mientras cogía la cámara.

Curvó los labios.

—¿Antes o después de que mi polla te hiciera llorar?

Le di una palmada en el pecho.

—Nunca me has hecho llorar así —murmuré—. Fue una noche maravillosa.

Noté un cambio en su mirada, pero sin que pudiera fijarme más, me cogió de la mano para que cruzara la calle en dirección a la recepción del hotel. Tan pronto como se cerró la puerta de la habitación a nuestra espalda, me quité la camiseta y el sujetador para ponerme el bikini. Estaba atándomelo cuando sentí las enormes manos de Jenson a mi espalda y me estremecí sin poder contenerme. Terminó haciendo él la lazada y me besó el hombro desnudo antes de girarse para entrar en el cuarto de baño sin que pudiera agradecérselo de forma adecuada.

En la playa, permanecimos en silencio. Hice fotos del agua, del sol, de algunos surfistas lejanos mientras Jenson esbozaba algo a carboncillo a mi lado. Me giré para enfocarlo, y examiné la imagen en la pantalla de la cámara. Aunque jamás lo reconocería, era mi tema favorito. Llevaba la gorra de los Dodgers al revés, para mantener el pelo retirado de los ojos, que entrecerraba mientras se mordía el labio con expresión de concentración. Se me aceleraba el corazón con solo contemplar su imagen. Pegué un brinco de sorpresa cuando me puso un brazo sobre los hombros, y bajé la cámara para mirarlo. Había un océano de confusión en sus ojos. Estaba segura de que no importaba todo lo que me pasara, aquella mirada tenía el poder de ponerme triste siempre.

—¿Vas a contarme qué te pasa o no? —pregunté en voz baja, cerrando los ojos al sentir su aliento en la cara. Le olía al chicle de menta que estaba mascando.

—¿Te acuerdas cómo acabé viviendo con Patty? —me preguntó en voz baja.

Abrí los ojos al tiempo que asentía moviendo la cabeza. Jamás olvidaría a Jenson borracho, cabreado con su padre porque le había pagado a su madre para que guardara en secreto que estaba embarazada, y con su madre porque lo abandonó cuando empezó una relación con un tipo que odiaba a los niños. Miró a lo lejos mientras se mordisqueaba el labio, preocupado. Seguí la dirección de sus ojos, que tenía clavados en el sol que se hundía en el horizonte. Me acurruqué contra él, que me apretó con fuerza, apoyando la barbilla en la parte superior de mi cabeza mientras veíamos atardecer.

—¿Te pasa algo con ella? —pregunté cuando ya no se veía el sol.

—No quiero ser como mi madre. Ni como él. No me gustaría ser tan egoísta, ni tampoco basar mi vida en la mentira y los engaños —explicó.

Me alejé con él con el ceño fruncido.

—¿Y eso?

Jenson soltó el aliento.

—Esto es jodido —dijo con los ojos clavados en la arena, entre nuestros cuerpos. La expresión de su cara cuando volvió a buscar mi mirada casi me desgarró en dos—. Es que… —Respiró hondo—. Mientras estaba en Nueva York he estado saliendo con alguien —soltó. Sus palabras me dolieron—. No era nada importante, por eso jamás te lo he comentado.

—¡Vale! —grité, alejándome—. Pues no lo hagas. No quiero oírte hablar de ella.

—Mia… —vi que la nuez bajaba y subía en su garganta mientras tragaba saliva—, esa chica está embarazada.

6

Jenson

Presente

Nunca conocí a mi padre. Sabía cosas sobre él, pero no lo conocía, ni siquiera sabía cómo se llamaba. Hasta el día antes de mi decimotercer cumpleaños no descubrí su nombre de pila. Esa noche, cuando cualquiera de las demás madres le hubieran entregado a su hijo una bolsa con un regalo, la mía hacía la maleta. Entré en su habitación, porque oí un ruido y pensé que quizá se hubiera caído. Bebía mucho, y aunque la mayoría de los niños de mi clase tenían ojeras, por quedarse hasta altas horas de la noche con la Play, yo las lucía por apartarle el pelo castaño rojizo de la cara a mi madre mientras vomitaba. Los profesores me reñían casi todos los días por haberme olvidado de hacer los deberes, pero yo no tenía valor para contarles que era porque los hacía sentado en el suelo del cuarto de baño y el vómito de mi madre acababa manchándomelos a menudo.

No era un crío brillante como Oliver, ni me empeñaba en hacer bien las cosas como Victor. Tampoco sobresalía en los deportes como Junior, pero tenía corazón, y con eso se puede recorrer un largo camino. Muchas veces me despertaba después de haber dormido dos horas para demostrarle a mi madre que también yo podía sacar buenas notas. Me apunté al equipo de béisbol y cortaba el césped de nuestros vecinos, pensando que con eso me ganaría su respeto. Pero esa noche, cuando la pillé con las maletas hechas y se volvió para mirarme, abriendo mucho los ojos al verme de pie junto a la puerta, supe que nada de eso importaba. Y que nunca lo haría.

—¿Por qué no estás durmiendo, Jens? —preguntó, pronunciando algo mal las palabras.

—¿Qué estás haciendo? —le dije en voz baja mientras le miraba las manos, en las que sostenía el bolso.

—¡No puedo seguir así! —repuso ella a gritos—. No me puedo quedar aquí y pretender que sé ser una buena madre cuando los dos sabemos que no es así. No puedo… Eres tan parecido a él… Cuanto más mayor te haces, más os parecéis… Y no quiero… —Hizo una pausa y sorbió por la nariz—. No quiero odiarte.

—¿Te vas a marchar? —Se me quebró la voz. Solo me sostenía el pomo de la puerta, que apretaba con fuerza.

—Solo un tiempo. Solo necesito aclararme la cabeza un poco —dijo—. Archer nos pasa dinero. Voy a repartirlo entre los dos, de esa manera también tendrás tu parte.

—¿Archer? —susurré mientras trataba de reprimir las lágrimas.

—Tu padre.

—¿Te refieres al donante de semen? —dije—. Así es como lo llamas siempre: el donante.

—Bueno, es que no está aquí, ¿verdad? —escupió ella con los ojos entrecerrados—. Me prometió el mundo, me dejó preñada y me paga para tener la conciencia tranquila. Bueno… Pues no puedo seguir así. No puedo. —Empezó a gemir antes de enterrar la cara entre las manos mientras el pelo se la cubría como una cortina. La miré fijamente. Observé las bolsas que había sobre la cama, las maletas en el suelo de la habitación.

—¿Por qué te vas? —pregunté—. ¿Por qué?

Ella sorbió por la nariz.

—Volveré cuando esté mejor.

—Por favor, mamá, no me dejes… Intentaré ser bueno —supliqué.

—Patty llegará dentro de nada —concluyó, cerrando la cremallera de la bolsa y secándose la cara. Se acercó a mí y me cogió la barbilla con la mano. Ya éramos de la misma altura. Siempre me gastaba bromas al respecto cuando tenía que ayudarla a llegar a la cama—. Te quiero, Jenson. De verdad que te quiero, pero no soy buena. Y lo sabes.

Me dio un beso en la mejilla y salió. Me quedé clavado en el sitio hasta que oí que la puerta se cerraba a su espalda mientras sus palabras resonaban en mi mente: «Te quiero, Jenson. De verdad que te quiero, pero no soy buena. Y lo sabes».

Volvía a pensar en esa escena a menudo. Seguramente más a menudo de lo que debería, y siempre había llegado a la misma conclusión, que me quería, pero no lo suficiente como para quedarse.

Solo le he contado esa historia a tres personas: a Oliver, a Mia y ahora a ti. No lo he hecho para que me tengas lástima. He elegido mi propio destino, y fuera bueno o malo, tengo que aceptar las consecuencias de mis acciones. Te lo cuento porque creo que la historia es algo que debemos aprender. Tenemos que estudiarla para no repetir los errores del pasado.

No diría que mi infancia fue difícil. Sabía que algunas personas la tenían mucho peor. Nunca me molestaron ni me golpearon. Nunca me dijeron que era un pedazo de mierda ni me denigraron. Tampoco me cuidaron ni me alimentaron, ni sentí el amor de mis padres biológicos, pero lo encontré en otros lugares. El amor me lo dieron los amigos, que se convirtieron en hermanos. En sus padres, y en Patty, mi madre adoptiva, la mujer que me enseñó cómo debe comportarse una madre. Y también lo encontré en una descarada niña rubia de tamaño de bolsillo llamada Mia.

Mia era amor. Lo era todo. Me quería, me impulsaba y me inspiraba. Dejarla atrás para irme a Nueva York fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar en mi vida. Estar en esa gran ciudad solo no era emocionante, pero sí lo fue la gente que conocí en la universidad. Me gustaba volver a casa. Me encantaban mi ciudad y mi novia, pero era consciente de la forma en la que ella estaba conmigo. Sabía que sus padres no aprobaban nuestra relación, así que puse fin a todo antes de irme. Me imaginé que un descanso sería bueno para los dos. No tenía intención de salir con otra chica, ni siquiera de acostarme con otras personas, de verdad, pero acabó ocurriendo. No puedo echarle la culpa a esa chica del error que cometimos. Fue algo irresponsable, imperdonable, pero sucedió. Así era la vida. No esperaba que Mia lo entendiera, pero mientras la veía hacer su equipaje, mientras observaba cómo la mujer que amaba recogía sus cosas, no pude evitar preguntarme qué podría haber hecho de otra manera.

Para empezar, no haber mantenido relaciones sexuales con aquella chica de clase de poesía. Estaba claro. Pero incluso antes de que ocurriera eso, hubiera debido aferrarme a lo nuestro un poco más. Me hubiera gustado hablar más con ella. Tendría que haberle pedido que viniera conmigo. Deseé poder enjugarle las lágrimas que le corrían por la cara, pero no me dejó acercarme a ella.

—¡Dios, mira que eres idiota! —escupió, sollozando—. Confié en ti…

Y eso me dolió más que nada, porque tenía razón. Me podría haber quedado allí y recordarle la semántica de todo eso: estábamos tomándonos un descanso, y sabía a ciencia cierta que estaba saliendo con un tipo llamado Seth, hasta que conoció a ese tal Adam. Sabía que salían todos los fines de semana, que a veces la llevaba a casa y que se quedaba a dormir. Lo sabía. Podría habérselo echado en cara, pero no lo hice, porque estábamos tomándonos un descanso y los dos podíamos hacer lo que nos diera la gana. Sin embargo, se suponía que, al final, acabaríamos juntos, y yo lo había jodido todo.

—Lo siento —argumenté, dando un paso hacia ella.

Levantó la cabeza.

—Ni se te ocurra. Ni siquiera intentes tocarme en este momento —advirtió con el pecho agitado por los sollozos. La había visto llorar, pero nunca de esa manera. Ni siquiera había llorado así cuando murió el perro de la familia, y eso me destrozó. Sus ojos azules supuraban el dolor que yo le había provocado. Levantó el dedo y me señaló—. Debería haber sido yo. Es lo único que puedo pensar en este momento.

Cerré los ojos para tratar de contener el dolor, pero no sirvió de nada. Me mordí la lengua para no gritar, que era lo único que quería hacer, pero ya lo haría más adelante. Así que me hice sangre.

—Mia, eres mi mejor amiga —le dije, abriendo de nuevo los ojos. Ya tenía la bolsa colgada del hombro—. Por favor, no te vayas.

Ella negó con la cabeza, furiosa, haciendo que el pelo rizado se le pegara al rostro húmedo.

—Que no se te ocurra pedirme que me quede —me pidió con la voz ronca.

—Por favor —susurré de todas formas.

—¡Jenson, no puedo! —soltó con un fuerte sollozo—. En este momento ni siquiera puedo mirarte.

—Pues mira para otro lado, pero no te vayas. Quédate esta noche.

Cerró los ojos y respiró hondo mientras se secaba las lágrimas.

—De verdad, en este momento te odio —soltó cuando volvió a abrirlos—. ¡Te odio!

—Lo sé, nena —dije, dando un paso hacia ella y estrechándola contra mi pecho. Sabía que me iba a empujar, y que quizá me golpeara, pero necesitaba sentirla. Abrazarla.

—No me llames así —advirtió contra mi camisa—. ¡Oh, Dios mío! Siento que no puedo respirar.

La abracé con más fuerza. No quería soltarla. Nunca. Cuando se alejó me miró fijamente.

—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Mudarte para siempre a Nueva York?

Me mordí la lengua otra vez antes de asentir.

—¿Y luego? —insistió.

—Mia —dije después de coger aire—. Me tengo que casar con ella.

Si pudiera borrar una cosa de mi memoria para el resto de mi vida, no sería ver a mi madre tirada en el suelo ni su imagen cuando se marchó, tampoco cómo me miraba Patty cuando me dijo que mi madre no pensaba volver. Sería la expresión de la cara de Mia en el momento en el que solté aquella bomba.

—¿Q-qué?