Haz lo que viniste a hacer - Patricio Gonzalo Rivas Urrutia - E-Book

Haz lo que viniste a hacer E-Book

Patricio Gonzalo Rivas Urrutia

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Beschreibung

Este libro plantea que nacemos con un propósito y que solo el descubrirlo y alcanzarlo nos puede llevar a una felicidad verdadera y permanente. Desde el punto de vista de su trascendencia para el resto de la humanidad, dicho propósito puede parecer relevante o no, pero para cada uno de nosotros considerados individualmente es siempre muy significativo. Afirma, además, que dicho descubrimiento puede producirse a cualquier edad y que nunca es tarde para intentarlo. Se muestra cómo descubrirlo y cómo enfrentar los obstáculos que encontraremos. También se grafica con muchos ejemplos de personajes -desde santos a verdaderos monstruos y desde genios a redomados imbéciles- que han trascendido para bien o para mal hasta nuestros tiempos. En síntesis, para cualquiera de nosotros, este libro plantea la posibilidad de lograr la felicidad dedicando nuestra vida a lo que hemos sido llamados desde que nacemos.

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HAZ LO QUE VINISTE A HACER Autor: Patricio G. Rivas U. Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: diciembre, 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N°2021-A-1301 ISBN: Nº 978-956-338-559-5 eISBN: Nº 978-956-338-560-1

Dedicado a Greta Thunberg por su decidida defensa del medioambiente; a Malala por su arriesgada lucha por la igualdad de la mujer; y a Marsha P. Johnson (q.e.p.d), mujer transgénero, actualmente considerada la madre de la liberación homosexual; todas iconos de lo que propone este libro.

Hay muchas personas a las que tengo que agradecer esta publicación, entre todas ellas quiero destacar a José María Álvarez, ingeniero y diácono, que, aunque no suscribe buena parte de lo que aquí se plantea, fue capaz de pasar por sobre eso, leerlo con mucha dedicación y darme muy buenos consejos y sugerencias que me permitieron darle una base mucho más robusta a lo escrito.

Con todo mi amor para mis nietos Lía, Ariadne, Salvador, Santiago y Damián, semillas del futuro y arquitectos de sus propias vidas.

Aférrate a los sueños antes que te dejen atrás. Porque si no la vida es un ave de alas rotas que no puede volar.Langston Hughes

Introducción

Este libro plantea la hipótesis de que todos los seres humanos nacemos con un propósito principal y que la verdadera felicidad se encuentra en el descubrirlo y llevarlo a cabo, sea este humilde o grandioso. En ese afán cito a muchos personajes históricos, desde santos a grandes malvados, y desde genios hasta grandes estúpidos, cuyas acciones han tenido impacto hasta nuestros días; y también a personas comunes y corrientes, como yo, con propósitos sencillos que abarcan un lugar y un momento restringido, con un alcance insignificante comparado con el de estos personajes; y he ahí lo interesante: el libro pretende motivar a que cada uno de nosotros se haga la pregunta: “¿Qué es lo que vine a hacer?”.

Respecto de los citados, cabe señalar que independientemente de lo que hayan hecho y de la perspectiva desde la que actuaron, mi mirada trata de ser lo más objetiva y neutra posible, sin casarme con ninguno ni con lo que profesan, pues lo que me interesa mostrar es cómo descubrieron su propósito, cómo lo alcanzaron y qué significó su logro para ellos y para el mundo.

Así, por ejemplo, el libro parte con la vida de San Ignacio de Loyola, en la que se ve claramente el momento de su vida en la que encontró lo que vino a hacer, lo que tuvo que pasar para lograrlo, y qué le significó a él y al mundo el haberlo alcanzado. Pero esto no quiere decir en modo alguno que yo sea o no sea católico o que esté promoviendo o criticando a esta importante religión.

1. ¿Has sentido que algo pulsa en lo más profundo de tu ser por dedicar tu vida a algo distinto?

Lo que se presenta a continuación es una excelente descripción del descubrimiento que hace San Ignacio de Loyola (1491-1556) —hombre de armas en la primera parte de su vida y religioso fundador de los Jesuitas posteriormente—, de su verdadero propósito y de las luchas y contradicciones que sufrió para dejar de ser el que era y llegar a ser el gran hombre que fue. Lo escrito es la transcripción del texto de un video publicado por la Provincia Jesuita de Países Bajos (ELC) cuyo link pueden encontrar al final de este capítulo.

Encontrar a Dios en todas las cosas:

Me gustaría decirte algo al respecto ahora que estoy al final de una vida llena de aventuras, y puedo decirte que encuentro a Dios siempre que quiero encontrarlo. ¿Cómo sucedió? Mira a este joven, un caballero de verdad, ese soy yo, mi historia comienza cuando casi pierdo las piernas. ¡Qué sorpresa! Allí en el campo de batallas comenzó mi aventura con Jesús. Estuve postrado durante un año, al principio, con una sola cosa en la mente: reiniciar mi vida como caballero lo antes posible, hasta que lentamente descubrí que Dios tenía otros planes para mí. Soñé mucho esos días. ¿Qué otra cosa podía hacer? Soñé con una mujer importante, en cómo ganaría su afecto con mis actos heroicos. Lo que yo quería era leer novelas de caballeros, pero lo que conseguí fue un libro sobre la vida de Jesús y una colección de historias de santos, gente que seguía a Jesús de manera especial. Me sorprendió que yo también empezara a soñar con esas historias, luego me imaginé cómo realizaría las mismas hazañas que los santos y que haría incluso más por Dios que todos esos hombres y mujeres juntos. En toda esta fantasía hice un descubrimiento importante: cada vez que pensaba en mi vida heroica como caballero me sentía con energía al principio y luego me sentía dormido y cansado, sin embargo, cuando pensaba en las grandes hazañas que realizaría para Dios, me sentía igual de emocionado pero me mantenía lleno de energía y después venía una profunda alegría; una diferencia sorprendente, que resultó ser la clave para encontrar a Dios en la vida diaria. Mi deseo de dedicarle mi vida radicalmente a Dios se hizo cada vez más fuerte, para mí eso fue dejar atrás mi vida de caballero. Decidí ir a Jerusalén como caballero, porque quería estar en los lugares en que mi nuevo amigo Jesús había estado. Este pensamiento me llenó de alegría, porque para mí era una señal más de que estaba en el camino correcto. Cuando todavía estaba en el comienzo de mi viaje, me metí en una discusión con un hombre musulmán. Encontré ofensivo lo que dijo de María, la madre de Jesús; realmente me dolió dentro. Seguí adelante y empecé a cuestionarme. Creía que había insultado a María, ¿no debería matarlo con mi daga? Ciertamente lo habría hecho antes, pero tal vez no encajaba esto con mi nueva vida; no lo sabía. Decidí darle rienda suelta a mi mula para que pudiera decidir; de esta manera y para mi sorpresa, descubrí que podía confiar en la voluntad de alguien fuera de mí; no estoy solo en esto. Más tarde, cuando supe mejor quién es Dios y cómo encontrarlo, no deje que una mula decidiera sino Dios mismo. Viajé a la ciudad de Manresa con muchas nuevas ideas; en mi corazón todavía era un seductor que quería cortejar a Dios de la misma manera que había conseguido el afecto de las mujeres y si un santo se había arrodillado durante cinco horas, yo tenía que rezar siete. En otra ocasión decidí no comer ni beber durante una semana. Seguí ciegamente el ejemplo de todos los santos al mismo tiempo, y eso me hizo muy infeliz; me volvió tan desesperado que incluso consideré terminar con mi vida. Esto no era lo que tenía que pasar, claramente vivir así no era lo que Dios me pedía que hiciera. Desde esta crisis me di cuenta de que Dios me estaba invitando a buscarlo a mi manera, era como si mis ojos se abrieran lentamente. Poco a poco descubrí cómo podía encontrar a Dios: escuchando mis sentimientos más profundos. En esto, mi amistad con Jesús fue de gran ayuda. Trabajé en ello todos los días rezando con las historias de la vida de Jesús, presté mucha atención a lo que pasaba en mi corazón. ¿Qué me estaba invitando a hacer? De esta manera aprendí a discernir, a ver cómo podría dirigir mejor mi vida y encontrar a Dios más fácilmente. Un año después al fin hice la travesía de Jerusalén en barco, una y otra vez visité los lugares donde Jesús había estado. ¿Qué más podía pedir? Pisando la misma tierra donde mi amigo Jesús había estado, respirando el aire que él respiraba. Antes de volver a casa, fui al monte de los olivos una vez más y busqué el lugar donde Jesús ascendió al cielo. Como estaba prohibido ir ahí sin un guía, tuve que sobornar al guardia; quería rezar en el lugar donde Jesús había puesto sus pies por última vez. Cuando me di cuenta de que no sabía en qué dirección estaba Jesús en su ascensión, volví, quería saber hasta los más pequeños detalles de Jesús en su ascensión; ahora estaba claro para mí que todo, absolutamente todo, está centrado en él. Mientras me llevaban detenido por la ciudad, como un criminal, yo estaba feliz porque sentía a Jesús cerca. De vuelta en Europa, comencé a estudiar y me di cuenta de que no solo hay que usar el corazón para encontrar a Dios sino también la cabeza. En París me hice amigo de seis estudiantes con los que más tarde fundaría la orden de Los Jesuitas. Con ellos hice otro descubrimiento: puedes encontrar a Dios dedicándote a los demás; más que eso, puedes encontrarlo en todas las cosas, así nos ocupamos de los pobres y ayudamos a otros a encontrar a Dios en su vida. Es difícil creer lo que esa bala de cañón puso en marcha: un soldado fundó una orden religiosa. Eso es una conversión y, sin embargo, esto no es algo excepcional en absoluto. Tú también puedes aprender a discernir la voz de Dios en los sentimientos y deseos de tu vida, de esta manera Dios te invita a vivir con alegría y amor para ti y para los que te rodean. Depende de ti elegir y tomar tus decisiones. Hay muchas maneras de encontrar a Dios: encuéntralo entre los jóvenes que buscan con esperanza el futuro, escucha la tierra que gime y reclama su curación, descúbrelo en los pobres, los refugiados y los excluidos que piden justicia. Dios te invita también a buscarlo y encontrarlo en todas las cosas.

¿A qué conversión? ¿A qué cambio de dirección te está llamando?

El caso de San Ignacio de Loyola es un extraordinario ejemplo de nuestra pregunta inicial: ¿Has sentido que algo pulsa en lo más profundo de tu ser por dedicar tu vida a algo distinto? Era un hombre común y corriente, pero después de ser herido en batalla se transformó en el gigante que es hoy para el mundo católico, gracias a su decisión de abandonar las vanidades del mundo y el deleite del ejercicio de las armas y su gran y vano deseo de ganar honra. En otras palabras, de haber sido un profesional de la muerte, pasó a ser un apóstol dedicado a difundir su fe y salvar almas, una misión que para él tenía un significado trascendente y superior.

Por mi parte, después de haber vivido sesenta y cinco años, tenido unos pocos aciertos y muchos desaciertos, he llegado a comprender que una de las mayores causas de la infelicidad es no hacer en la vida lo que nuestra voz interior nos dice que debemos hacer. Para esta tragedia humana no es un remedio, ni la resuelve, haber tenido éxito económico o haber alcanzado una posición de poder, que son las medidas del triunfo por excelencia. Tanto es así, que existen en el mundo muchas personas adineradas y poderosas, pero muy infelices, que no pueden acallar la añoranza de aquello que sienten en lo más profundo de su ser que podrían haber hecho con su vida.

El caso de San Ignacio es similar al de muchas mujeres y hombres célebres en otros ámbitos de la vida: el arte, la ciencia, la tecnología, el deporte, las luchas sociales, la buena política, etcétera. Gran parte de ellos escucharon “el llamado a lo que vinieron a hacer” ya adultos, y a veces muy mayores, como fue el caso de Winston Churchill (1874-1965). Hombre de grandes dotes, mucho ingenio y humor, poseía una visión de futuro fuera de lo común, al punto que predijo el estallido de la Primera Guerra Mundial y también las verdaderas intenciones de Hitler, desde que este apareció en la escena política europea. A los cincuenta y cinco años ya había sido militar, periodista y político, con muchos altibajos en esas actividades. Eso lo indujo en 1929 a retirarse de la política activa —aunque siguió teniendo un escaño en el parlamento— y dedicarse a escribir y pintar, hasta que, en 1940, estando Gran Bretaña ya en guerra con Alemania y contando con sesenta y seis años, fue nombrado primer ministro. En ese momento encontró lo que realmente había venido a hacer: salvar al mundo del nazismo, lo que consiguió a costa de muchos sacrificios del pueblo británico. En una de sus primeras alocuciones públicas dirigió una conmovedora arenga en la que afirmó no poder ofrecer más que “sangre, sudor y lágrimas” a sus conciudadanos, los que transformaron dicha frase en un verdadero lema popular durante toda la guerra. Su contribución a la victoria fue decisiva, pues consiguió mantener la moral de sus compatriotas mediante sus discursos y acciones, ejerciendo en todos ellos una influencia casi hipnótica. Cuando Francia cayó bajo el dominio de Hitler, y mientras los Estados Unidos seguían proclamando su neutralidad, Churchill convocó una reunión de su gabinete, y con el típico humor inglés, dijo: “Bien, señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo estimulante”.

Paradójicamente, a pesar de haber salvado a su país, en cuanto terminó la guerra fue derrotado en las elecciones por Clement Attlee, candidato del partido laborista. Según algunos historiadores, los británicos pensaban que, aunque Churchill los había guiado con éxito en la lucha contra el Tercer Reich, no era idóneo para gobernar en tiempos de paz. Para mí, en cambio, su derrota fue una prueba de que ya había hecho lo que tenía que hacer y era el momento de ceder el lugar a otro. Pero él no lo advirtió y, en 1951, logró ser reelegido como primer ministro. Entonces quedó claro que su tiempo había pasado, y una señal de eso fue su obstinación en mantener a toda costa el Imperio Británico, que se estaba cayendo a pedazos (Una vez declaró: “No presidiré un desmembramiento”) y, además, su rechazo a la inmigración, especialmente desde la India (“Mantener Gran Bretaña blanca sería un buen eslogan”, dijo al gabinete en enero de 1955). Así, el hombre que en su juventud había entrevisto el futuro, en la vejez no percibió que el mundo de posguerra era completamente distinto al que había conocido y que otras fuerzas lo regían. En consecuencia, no pudo completar su período y se vio obligado a dimitir.

Pero la pulsión interior por hacer lo que tenemos que hacer no es solo privilegio de algunos escogidos, sino de todas las personas que habitaron y habitan este planeta y, asimismo, de las que vendrán. Y está siempre latente en nosotros, esperando su oportunidad. Pero lo que realmente interesa es que lo descubramos y lo hagamos realidad en nuestra vida, aunque no nos haga conocidos ni célebres. En todo caso, nos permitirá alcanzar una auténtica plenitud interior.

En mi caso, desde niño oía en mí una voz que me decía: Tú debes enseñar. Ante ese llamado, me veía como profesor en un colegio (que era hasta donde alcanzaba mi infantil mirada), algo que a esa edad me parecía aburrido y poco estimulante (pero como descubrí después, es la profesión más atractiva y desafiante que alguien puede tener). Aun así, en mi adolescencia tuve varias experiencias enseñando matemáticas a mis amigos y amigas del barrio, con buenos resultados. Ellos me decían que yo era capaz de explicar lo difícil de manera fácil. Eso no lo entendía muy bien porque, como era obvio, no encontraba difícil lo que enseñaba. Sin valorar eso todavía, entré a estudiar ingeniería, como tantos jóvenes buenos para las matemáticas, y en la universidad tuve la ocasión de hacer clases desde muy temprano. Había cumplido veintiún años cuando me ofrecieron que dictara un par de ramos, lo que en principio me asustó. Acepté y, a medida que me transformaba en profesor, empecé a darme cuenta de que me gustaba mucho.

Los alumnos repetían lo que ya había escuchado: que explicaba lo difícil de manera fácil. Esa experiencia, que duró cuatro años hasta que entré como ingeniero a IBM, dejó en mí un sentimiento interior de valía y trascendencia; menguó con mi nuevo trabajo, pero no se apagó nunca. Luego de haber tenido siete extraordinarios años en IBM, me retiré para armar con un socio una empresa también dedicada a la tecnología, en la que nos fue muy bien. Pero cuando tenía treinta y siete años, en medio del éxito económico y empresarial, empezó a reaparecer lentamente en mí el deseo de hacer clases, y más que eso, dedicarme por completo a la enseñanza, dejando atrás lo que había hecho hasta ese momento. Ese lento, pero inexorable proceso duró tres años y, cuando cumplí cuarenta, dejé para siempre el negocio de la tecnología y entré de lleno en el de la formación. Mi cargo anterior, para el que como ingeniero estaba preparado, era claro, seguro, predecible y rentable. En cambio, en esa nueva actividad, para la que no tenía ninguna preparación, todo me era ambiguo, subjetivo, inseguro y muy poco rentable, comparado con la venta de computadores. Sin embargo, aunque en mi primera experiencia relevante de formación (en la que trabajé durante dos días con un grupo de cincuenta personas de una gran empresa) sentía mucha inseguridad, nunca había sido tan feliz haciendo lo que hacía. En cambio, en mi trabajo anterior, se había apoderado de mí la convicción de estar desperdiciando mi vida en algo intrascendente, por mucho que me asegurara tranquilidad económica. Cada vez me resultaba más pesado hacerlo: las jornadas de trabajo se me hacían eternas, poco a poco fui dejando de fluir y mirar el reloj se transformó en una compulsión de mi día a día laboral, pues el tiempo siempre me parecía detenido. En cambio, en el ámbito de la formación experimento lo contrario. Me encanta preparar nuevos cursos, ejercicios y métodos de enseñanza; y lo que más me gusta es estar frente a los alumnos, en una sala de clases o por Internet. Cuando eso ocurre, toda mi atención, motivación y energía se concentran en cómo hacer fácil lo difícil y entretenido lo aburrido. No existe para mí el resto del mundo, y siento una felicidad que no puedo describir. Es tan fuerte esa experiencia, que cuando la sesión termina, quedo sin energía, ya que he entregado todo lo que soy y todo lo que tengo. Y lo más importante es que ahora estoy seguro de estar dedicando mi vida a un propósito pleno de sentido y trascendencia. Este libro es una invitación a que cada uno descubra lo que vino a hacer y a que actúe en consecuencia, dándose así la oportunidad de llegar a ser realmente feliz. Cuando eso sucede, dejamos de concebir el trabajo como un sacrificio y lo percibimos como un placer.

Por otra parte, en cuanto a su retribución económica, dejamos de pensar que es muy aburrido, pero me pagan, y lo reemplazamos por es muy entretenido, y además me pagan.

Cierro este capítulo con un artículo que reafirma lo expuesto, del periodista y escritor Héctor Abad, autor de la novela El olvido que seremos, publicado en el 2017 por el periódico colombiano El Espectador.

Recuerdo que mi padre, en los asilos de ancianos, les hacía siempre a los viejos dos preguntas. La primera era si ya querían morirse; la segunda, si valía la pena nacer y haber vivido. Llevaba sobre las respuestas una rudimentaria estadística que anotaba en una libreta. Decía que casi el 80 % estaban cansados y querían morirse, pero que más del 90 % estaban también contentos de haber tenido la experiencia de la vida.

Una enfermera australiana, Bronnie Ware, que trabajaba en cuidados paliativos para enfermos terminales, empezó en 2009 a publicar un blog en el que registraba los remordimientos que tenían sus pacientes moribundos. Ella los había estado acompañando y cuidando en las últimas semanas de vida. Años más tarde su blog se convirtió en un libro que ha sido muy leído y traducido: Los cinco mayores remordimientos de los moribundos. Susie Steiner, en el Guardian, hizo hace cinco años una reseña del libro, y fue uno de los artículos más leídos del periódico.

¿De qué se arrepienten los moribundos? Aquello de lo que se arrepienten los enfermos, con esa lucidez que da la certeza de la muerte inminente, según Ware, se repite una y otra vez. Aunque el artículo en inglés lo han leído millones de personas, creo que vale la pena traducirlo y resumirlo también en español. Los cinco remordimientos más frecuentes son estos:

Me hubiera gustado tener la valentía de vivir la vida que yo quería tener auténticamente y no la que los otros se esperaban de mí. Sueños que no solo no se realizan, sino que ni siquiera se intentan cumplir. Cuando había salud era posible intentarlo, pero ya es demasiado tarde con la enfermedad.

Quisiera no haber trabajado tan duro. Esta es la queja de casi todos los hombres. No vieron crecer a sus hijos y no estuvieron el tiempo suficiente con su pareja. Las mujeres de generaciones anteriores no tenían este remordimiento, pero las más jóvenes sí. Los varones se quejaban de haber dedicado casi todo el tiempo disponible a trabajar.

Me hubiera gustado tener el valor de manifestar mis sentimientos. Para estar en paz con los demás, muchos reprimen la expresión de lo que están sintiendo. Esto crea un fondo de resentimiento que podría estar en el origen de algunas dolencias y enfermedades, según los enfermos.

Me hubiera gustado seguir en contacto con mis amigos. Los viejos amigos son irreemplazables, pero volver a estar con ellos es ya casi imposible en las últimas semanas de la vida. Es difícil incluso poder encontrarlos, saber dónde están. Muchos se arrepienten de no haberse esforzado más por mantener viva la amistad. No hay quien no extrañe a los amigos cuando está muriendo.

Me hubiera gustado permitirme ser más feliz. Aquí Ware habla de la “zona de confort” y del miedo al cambio. Los moribundos se quejan de no haber tenido la valentía de intentar algo distinto en busca de la felicidad, y de haberse dejado envolver por una aparente estabilidad y seguridad.

Nadie sabe exactamente cómo se debe vivir. Hay mucha basura de autoayuda, pero también hay libros que contienen cierta sabiduría elemental. Como todos estamos sometidos al envejecimiento y a la enfermedad, a la irremediable entropía de la vida, a largo o mediano plazo, todos somos moribundos. Cuando uno tiene la fortuna de no estar obligado solamente a buscar los medios para subsistir —como es el caso de la mitad de los colombianos—, podemos darnos el lujo de pensar y de escoger una vida mejor, más plena, más satisfactoria. La lucidez de los moribundos nos ayuda a pensar en las cosas que quisiéramos cambiar de nuestra vida. También el final del año y el comienzo de otro nos sitúa en un nuevo ciclo que nos impulsa a meditar en posibles cambios positivos. Por eso les dejo este muy sencillo, pero muy serio tema de reflexión. Tener el valor de intentar algo nuevo vale la pena. Incluso si fracasamos, al menos cuando la muerte esté cerca no tendremos el remordimiento de no haberlo intentado.

https://jesuitas.lat/noticias/16-nivel-3/6376-corto-animado-de-la-vida-de-ignacio-en-espanol

2. ¿Existe en cada uno de nosotros una potencia infinita, como la que existe en un átomo de hidrógeno, esperando ser despertada para llevarnos a una vida con sentido?

Qué difícil es para la mayoría de nosotros imaginar, y más aún comprender, la gigantesca potencia que existe en algo tan infinitamente pequeño como un átomo de hidrógeno que, puesto en condiciones especiales, puede transformarse en la mayor fuente de energía que conoce la humanidad, tanto para usarla en beneficio de los demás en radiología y generación de energía, como de forma destructiva en la fabricación de armas atómicas, que han convertido nuestro planeta en un campo minado manejado por unas pocas personas, muchas veces de dudosas intenciones y de incierto equilibrio mental.

De manera análoga, cuando miramos a un niño pequeño, cuesta imaginar que, independientemente del contexto en que haya nacido, estamos ante alguien que, puesto también en las condiciones y circunstancias adecuadas, podría generar grandes cambios en el mundo, para bien o para mal, como ocurrió en el primer caso con Gandhi (1869-1948) y la madre Teresa de Calcuta (1910-1997), y en el segundo con Adolf Hitler (1889-1945).

Gandhi era un típico representante de las clases acomodadas de la India. Titulado de abogado nada menos que en Londres, y llevando una vida anónima y casi totalmente predecible, era uno más entre los suyos. Pero en él, como en todo ser humano, existía un gigante esperando ser despertado. Esto empezó a suceder cuando a los veinticuatro años aceptó un contrato de trabajo en una compañía que operaba en Sudáfrica. El incidente que despertaría la colosal potencia que existía en él ocurrió dos meses después de su llegada a ese país cuando, viajando a Pretoria, fue sacado con violencia del tren en la estación de Piettermaritzburg porque se negó a abandonar el carro en el que iba, que era solo para blancos. Aunque sus logros fueron escasos durante los veintiún años que vivió en Sudáfrica, siendo quizás el más relevante la denuncia ante el resto del mundo de la perversidad del Apartheid, de vuelta en su patria logró algo imposible: la independencia de la India del colonialismo británico (1947), que condenó a varios países al retraso más severo y cuyas secuelas llegan hasta nuestros días. Una vez despertada esa fuerza interna, fue tal la transformación de Gandhi, que abandonó por completo su modo de vida, reemplazando sus cuidados trajes ingleses por un simple taparrabos y su profesión de abogado por el sencillo oficio de hilador de rueca. De igual modo, vivió con la casta de los intocables o parias, provocando con eso un tremendo rechazo entre las castas consideradas superiores a las que pertenecía.

La madre Teresa de Calcuta era albanesa. A los dieciocho años (1928) ingresó en Irlanda a la congregación Instituto de la Bienaventurada Virgen María. Meses después fue enviada a Calcuta y luego a Darjeeling, en las estribaciones del Himalaya. Allí inició su noviciado, aprendió bengalí y enseñó en la Escuela Santa Teresa, cercana a su convento. Tras hacer sus votos, fue trasladada en 1931 al Colegio Santa María, situado en Entally, al este de Calcuta, donde hasta 1948 ejerció como profesora de historia y geografía y además como directora.

Aunque disfrutaba enseñando, cada vez la perturbaba más la terrible pobreza existente en la India. La hambruna que en 1943 sobrevino en Bengala trajo consigo miseria y muerte a la ciudad. A lo anterior se sumó la ola de violencia hindú-musulmana desatada en agosto de 1946 por la gesta de la independencia que hundió a sus habitantes en el terror y la desesperación.

El 11 de septiembre de 1946, a los treinta y seis años, experimentó lo que más tarde describió como la llamada dentro de la llamada, para indicar que había escuchado a Dios pidiéndole que dedicara su vida a los más necesitados de la sociedad. Ocurrió mientras viajaba en tren desde Calcuta al Convento de Loreto en Darjeeling, para efectuar su retiro anual. En sus propias palabras: “Ayudar a los pobres viviendo entre ellos fue una orden. Fallar habría significado quebrantar mi fe”. Obedeciendo esa segunda llamada, dejó el convento y su trabajo como directora del colegio. Posteriormente fundó la orden de Las Misioneras de la Caridad y el resto de la historia es conocida por todos.

En su juventud, Hitler sentía que su vocación era ser pintor, y trató sin éxito de ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena. En la Primera Guerra Mundial, con veintiséis años, tenía el rango de cabo y se desempeñaba como mensajero entre las trincheras. Poco antes de terminar la guerra, inhaló gas venenoso durante un ataque británico y quedó temporalmente ciego. Mientras se recuperaba en el hospital, supo que la monarquía había sido depuesta y se había proclamado la que, más adelante,