Heri et hodie - Manuel Hernández Ituarte - E-Book

Heri et hodie E-Book

Manuel Hernández Ituarte

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Beschreibung

La vida y la muerte, la tristeza y la felicidad, la desgracia y la fortuna, se ponen en juego en un tablero donde atribulados personajes deberán medir sus movimientos y luchar contra un destino que se muestra insensible. Relatos que van desde encuentros trágicos ambientados en la península ibérica durante el siglo X hasta la búsqueda de la felicidad y la resistencia al fracaso en la actualidad. Asimismo, la presencia de nexos permite una vinculación entre las historias, entre lo que aconteció y la actualidad. Heri et hodie, ayer y hoy. Cuatro historias en las que hombres y mujeres buscan resquicios por donde poder vislumbrar la esperanza entre los escombros de mundos que se han derrumbado.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Hernández, Manuel

Heri et hodie / Manuel Hernández. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

122 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-841-7

1. Antología de Cuentos. 2. Cuentos. 3. Cuentos de Terror. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Hernández, Manuel

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Heri et hodie

Las heridas del tiempo

La senda de las heridas

Karim

Cuando los guerreros, después de una larga jornada, hicieron un alto para recobrar fuerzas, su jefe se alejó unos pasos y apoyó su tensionada mano contra la corteza de una encina. Una ardilla se escabulló entre la maleza portando su codiciada bellota. Con sus ojos heridos de tantas batallas vistas, contempló desde el altozano los lejanos cultivos que se esparcían prósperos sobre esa tierra del sur. Los soldados seguían disfrutando del corto descanso y los alazanes parecían agradecerlo tras una marcha extenuante. Caminó unos pasos hacia donde comenzaba la pendiente y se internó por un estrecho sendero. Al instante sintió el pesado impacto de las botas de sus guardias sobre el suelo mientras acudían a brindarle protección. Se dio la vuelta y levantó su mano para indicarles que prefería continuar solo.

Así lo hizo hasta que, tras salvar pisando unas piedras un estrecho arroyo, le pareció escuchar un sonido proveniente de los arbustos próximos. Sin dudarlo y con la velocidad de un rayo, desenvainó su arma y con ella descabezó la endeble muralla verde hasta encontrarse con una pareja de asustados jóvenes que, a medio vestir, lo contemplaban como quien observa espantado la figura implacable del verdugo. La pareja de cristianos intentó huir, pero la guardia del jefe les cerró el paso por la retaguardia y a empujones los colocaron, rodilla en tierra, ante sus pies. El muchacho sangraba por la nariz, víctima de un certero golpe, y la joven se había orinado de miedo. Los contempló desde su altiva posición y tras alejarse unos pasos les indicó a sus subordinados que los dejasen marchar.

—¡Dejad que ambos se vayan y seguidme de inmediato! —Su paso acelerado fue acompañado por los guerreros, al tiempo que los campesinos se alejaban despavoridos, no fuese a ser que el militar se arrepintiese de la clemencia mostrada.

La travesía de la aceifa en pos de las tierras del norte prosiguió su camino sin más novedades. Cuando finalmente la noche obligó a montar el campamento y después de saciar su apetito, Karim, continuador de una estirpe de grandes guerreros que había dejado sus posesiones en el norte de África para hacer más grande su nombre y su fama en la tierra que supo ser de los visigodos, intentó vanamente conciliar el sueño.

Como primogénito había cumplido con creces los anhelos de su padre. Tenía su sapiencia y voz de mando en el campo de batalla.También la templanza y el juicio; ambas cualidades habían sido inculcadas tanto en él como en su hermano menor, quien había perdido la vida en combate. Todo lo había realizado para beneplácito de su progenitor. Su nombre se perpetuaría a través de los dos vástagos que su esposa le había dado. Su participación en las decisiones de su padre, el valí de la ciudad, era cada vez más activa y lo que más fortalecía su futuro era el consenso y estima que en general el pueblo había comenzado a tomarle, el mismo que se había ganado con creces ante las huestes a su mando. Solo un cono de sombra se asomaba en su horizonte, pero tenía tanto peso que podría trastocar la luz en tinieblas.

Provenía de la propia entraña de su familia y estaba encarnada en la figura de su tío Malek. Astuto y desprejuiciado, siempre había sabido beneficiarse estando a la sombra de su próspero hermano. No tenía la inclinación hacia la misericordia de aquel; en cambio, sí hacia la crueldad y la avaricia como herramientas para lograr sus fines. En vano había intentado hacerse de una posición considerada en la ciudad, pero lo cierto es que ni siquiera su hermano mayor le concedía muchos méritos para confiarle grandes responsabilidades.

No había sido muy fructífera su labor en el campo de batalla. Carecía de destacadas dotes para la estrategia militar, como si toda la luminaria que su mente pudiese aportar solo pudiera enfocarse en conseguir lo que su hermano y sus descendientes habían logrado, incrementando el ya notorio patrimonio heredado.

A pesar de todas las objeciones que había para que Mustafá, el padre de Karim, le encargase misiones, este le había dado algunas oportunidades, aunque nunca los resultados fueron los que se esperaban. En el manejo con los comerciantes del pueblo, no había logrado concordia, amén de algunas acusaciones de haberse beneficiado inescrupulosamente desde el cargo que ostentaba. Tampoco su desempeño fue el esperado cuando se le encomendó la conducción de una aceifa, que, de no ser por la oportuna intervención de sus sobrinos, hubiese acabado en un desastre militar; aunque derivó en una tragedia familiar, ya que Yusuf, el hermano de Karim, fue herido mortalmente en aquel enfrentamiento y, tras una agonía de cuatro días, en los que no alcanzó a recobrar el conocimiento, murió sembrando de tristeza y dolor a sus seres queridos. Karim nunca perdonó la imprudencia de su tío en aquel campo de batalla que provocó la muerte de su hermano. Era dos años menor que él, en muchas facetas similar, aunque con una inclinación hacia las ciencias y las artes que él no tenía.

A sus treinta y un años, el hijo del gobernador se había convertido en su único heredero. Físicamente era muy parecido a su padre. Entrenaba con ahínco en la práctica del combate y llevaba generalmente una vida ordenada, lo que siempre le había permitido mantenerse en forma. Destacado jinete, profesaba veneración por su noble caballo y en las tardes, cuando sus obligaciones se lo permitían, solía conducir a sus hijos de seis y cinco años a las caballerizas para introducirlos en la apreciación y el manejo de las lides del arte ecuestre.

Llevaba siete años de matrimonio junto a Zoraida. Fue amor a primera vista. Los encantos de su piel aceitunada, sus carnosos labios, el encantador sonido de su boca que era como el canto de las aves y el poder hechizante de sus ojos apenas le habían dejado a su marido un par de oportunidades para compartir placeres con otras mujeres, las cuales, por cierto, se dieron en sendas salidas por encargos de su padre a otras ciudades.

La primera vez fue en una juerga con amigos, mientras celebraban el éxito conseguido en el negocio encomendado; la segunda oportunidad aconteció cuando no pudo resistirse ante los encantos de una bailarina recién llegada de Oriente, en ocasión de una fiesta celebrada en la casa de un amigo y viejo camarada de armas. Era la segunda vez que se embriagaba. Tal como le había sucedido en la primera oportunidad, el vino pronto le había nublado la mente. En aquella ocasión, no estaba la figura de su padre para reprenderlo y echarle en cara que siempre se tenía que mostrar como ejemplo por ser hijo de quien era y por el honor de su nombre si quería ser respetado.

Ahora, en la inmensidad del paisaje, junto a su tropa, en cuclillas frente a una fogata y acercando las manos hacia ella en busca de ahuyentar el frío de la meseta, su mente rememoró aquella noche no tan lejana.

De los cuatro que se habían adentrado en el barrio mozárabe, solo uno, Abdel, se mantenía cuerdo y trataba de lograr que sus amigos pasasen inadvertidos mientras regresaban a la morada del primero, donde se estaban alojando. Hasan y Farid no podían contener la risa y caminaban trastabillantes, al tiempo que Karim, un poco más entero que los anteriores, se apoyaba en el hombro del dueño de la casa adonde se dirigían y sonreía calladamente al observar los esfuerzos de su compañero por que los otros no hiciesen tan notorio su paso zigzagueante. La ciudad dormía y los cuatro estaban a punto de abandonar aquella zona, cuando se toparon con un cristiano que, al doblar rápidamente en la bocacalle, se dio de frente con los dos más ebrios del grupo. Sin querer, se llevaron puestos entre sí y, al separarse los dos amigos, uno de ellos sujetó del brazo al sorprendido transeúnte al tiempo que le hacían bromas, mientras aquel trataba de mostrarse cortés a la espera de que lo dejasen seguir su camino. Pero Farid se puso insistente y, tratando de hacer una gracia, le cogió el rollo de escritos que portaba y, ante los requerimientos de su dueño para que se los entregase, hizo unos pasos hacia atrás, abrió el cilindro, extrajo los documentos y, mientras los flameaba riendo, le pidió que se acercase a él para que se los devolviera. Cuando así lo hizo, Farid los arrojó en dirección a Hasan, quien, al recogerlos, trastabilló y cayó sobre el empedrado. La pertenencia que el joven quería recuperar quedó ocasionalmente esparcida sobre el suelo y entonces él se propuso tomarla. En ese instante, Farid puso el pie sobre los papeles y burlonamente le dijo:

—Si los quieres, solo tienes que intentar sacarme del medio. —Las risas se sucedían mientras sus pies comenzaban a destrozar sin piedad el alma del papel.

Mientras todo ello sucedía, Karim se había apoyado contra una pared sin poder reprimir el vómito y Abdel intentaba lograr que la guasa de sus compañeros diese a su término. Lejos de ello, Farid, para desesperación del cristiano, continuaba restregando su calzado sobre los dañados papeles. Hasan pugnó rápidamente por colaborar en la destrucción y en ese momento su propietario se arrojó desesperadamente sobre una pierna de Farid suplicándole que no prosiguiese con su accionar. Lejos de hacer caso a sus imploraciones, una furibunda patada en pleno rostro lo arrojó contra una pared. Hacia allí corrió Hasan dando risotadas y le pegó un segundo golpe a la altura del pecho. Aquello suscitó la intervención de Abdel y por un momento la mente de Karim pareció recobrar lucidez sumándose en apoyo de aquel para terminar con la agresión. Farid levantó las manos en señal de que todo estaba acabado y entendido de su parte, y Hasan simplemente se alejó en busca de un muro para arrojar lo que su estómago ya no podía contener. Abdel recogió los restos de los destrozados documentos y se dirigió hacia el herido. Tanto hombre como papel eran despojos que se hacían finalmente compañía. Lo contempló con vergüenza y, pidiéndole disculpas por el comportamiento de sus compañeros, le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse. La víctima rechazó el ofrecimiento mientras trataba de contener la sangre que manaba en forma abundante desde su boca. Abdel le indicó a Karim que se alejasen prontamente del lugar. El militar lo observó e hizo una seña como disculpándose, pero cuando se aprestaba a emprender su camino, vio que el muchacho lo contemplaba con rabia y luego apartaba su mirada de él maldiciendo por lo bajo. Entonces se acercó unos pasos y, con su voz alterada por los efectos del alcohol, le inquirió:

—¿A qué viene esa actitud conmigo si nada tengo que ver con lo que te hicieron los otros? —Luego le extendió la mano, mas solo obtuvo indiferencia por respuesta.

Fastidioso por una actitud que juzgaba soberbia y desagradecida, en un rápido movimiento se inclinó y, tomando el cuerpo del herido, lo puso en pie y lo apoyó contra la pared. Su delgada figura al instante se encorvó presa de un dolor intenso sobre uno de sus costados.

—¡Déjalo ya! Debe de tener un par de costillas rotas —expresó su compañero, al tiempo que le indicaba con un ademán que no empeorase las cosas. Luego, poniéndose de cuclillas ante el herido, le preguntó—: ¿Vives lejos? ¿Podrás seguir?

Este le contestó con un movimiento de cabeza en forma afirmativa. Abdel se disculpó por el comportamiento de sus amigos nuevamente y le palmeó el hombro. Luego intentó levantarlo y esta vez, a pesar del dolor, el muchacho pudo ponerse en pie y le agradeció. Abdel le acomodó como pudo sus rotos documentos bajo el brazo del costado sano. También le ofreció unas monedas, pero el muchacho no las aceptó. Tan solo hubo un sentido reconocimiento y se dispuso a proseguir su camino. Farid y Hasan ya no estaban en aquella callejuela y los ojos del cristiano se encontraron con los del militar.

—¡Pues eso mismo quería hacer yo! —dijo molesto con relación a su ayuda rechazada. La furia volvió a instalarse en los ojos de la víctima y su gallarda mirada provocó aún más molestia en Karim. Después se apoyó en la pared y prosiguió su camino tambaleante. Abdel le indicó a su amigo que hiciesen lo mismo rumbo a su casa, y ambos se encaminaron hacia su destino.

Las tareas encomendadas por su padre las había cumplido acabadamente, menos una. Al día siguiente de la juerga en la taberna, Karim, aplicando todo el hermetismo y disimulo que le había solicitado su padre, se dispuso a cumplir con el último de los encargos que le había realizado. Su padre se había empeñado en hacerle saber que era el más importante, aunque sin darle los motivos por los que lo consideraba de esa forma.

Al llegar al local, saludó al viejo propietario del mismo. Los elementos hebraicos relucían como recién lustrados y el orden imperaba en todo el sitio. El judío, para su sorpresa, le dijo que el encargo solicitado por su padre no había podido ser cumplido. Mientras el militar se quejaba, Abraham trató de calmarlo y lo invitó a ingresar a una dependencia interior.

Una vez que estuvieron allí, el anfitrión lo invitó a que tomase asiento. Después abrió la puerta que separaba aquella sala de otra más pequeña y llamó a su empleado. Mientras este acudía al lugar, se sentó frente a su interlocutor. Con gran trabajo, porque le costaba coordinar los movimientos de sus manos debido a lo avanzado del mal que lo aquejaba, abrió el cajón de su escritorio y extrajo algo que colocó sobre el mismo. Cuando el empleado se apersonó en el recinto, el judío dio respuesta a la queja de su cliente:

—Aquí tenéis, mi señor, la razón de mi retraso. No sé quién ha podido causar esto, pero no puedo responder por ello.

La mirada de Karim volvió a encontrarse con la del herido muchacho del callejón, en tanto su patrón esparcía los restos maltrechos del extenso documento. El visitante hizo un esfuerzo por disimular, embriagado de contrariedad. El judío prosiguió:

—Podréis ver que es un documento muy extenso. Gimeno, sin mi autorización, quiero dejar muy en claro eso, lo llevaba anoche a su casa para volver a copiarlo nuevamente. ¿Por qué? Pues porque, casi terminado, se le derramó tinta sobre él, arruinó parte del trabajo realizado, me lo ocultó e intentó reparar su error para evitar mi reprimenda. Pero como lo que mal empieza peor termina, fue asaltado y golpeado. Sí, el remedio fue peor que la enfermedad. Ahora es más lo que hay volver a copiar. Está tan magullado que anoche no pudo reconstruir nada. Dice que ni siquiera pudo ver el rostro de esos malnacidos, pero sostiene que se trataba de una banda de rufianes borrachos.

—Solo intentaba reparar mi error…

—¡Calla, insensato! —bramó con su ronca voz el patrón interrumpiendo al joven—. Cuando doy una orden es porque tengo mis razones. No soy hombre de actuar sin fundamento. Y si te confié que realizaras este trabajo con el mayor hermetismo posible, es porque confío en ti como en nadie. Si no me obedeces cabalmente, no te necesito. Otro error así y no pisas más este lugar.

El joven asintió con la cabeza, pero fue incapaz de pronunciar palabra alguna.

—Si el muchacho no hubiese estado enfermo…, ¡vamos!, esto hubiese estado terminado mucho antes, pero estuvo dos semanas en cama antes de reintegrarse a sus tareas. ¡Ay, si Dios no me hubiese quitado la fuerza de mis manos, aquí estaría yo sin depender de otros para cumplir con lo que se me encarga! —lamentó mientras miraba de arriba abajo la figura delgada del empleado. Luego prosiguió:

»Pero es que todo lo bueno que tiene de esmerado y discreto se ve empañado por su endeble salud. ¿Verdad que sí, muchacho? —interrogó el hebreo, queriendo sacar al empleado del embarazoso momento, y luego una inoportuna tos lo atacó. El joven se mantenía impávido.

—No parece que vuestro discípulo sea de los tuyos —dijo Karim finalmente como queriendo salvar aquella incómoda situación.

—Tú lo has dicho. Es cristiano y os aseguro que no podría encontrar uno mejor que él en toda esta ciudad para hacer este trabajo. Volver a copiar todo el documento llevará días, eso no tiene alternativa.

—Lamento mucho lo que os ha sucedido —dijo el capitán tratando de mostrar empatía.

—¿Demandáis algo más de mí o puedo retirarme a proseguir con mis tareas? —preguntó incómodo el empleado.

—Podéis retiraros. Termino de atender a este señor y me uno a ti —le indicó su jefe, que volvió a padecer los embates de la molesta tos.

»Decidle a vuestro padre que en pocos días los documentos los llevaré yo personalmente. Salvo que vos decidáis permanecer a la espera de que los terminemos de escribir nuevamente.

—No, lamentablemente debo regresar de inmediato. Mi padre entenderá la justificación por el retraso, no os preocupéis —le dijo pausadamente y mostrándose tolerante, pero en su interior un volcán preparaba su erupción.