Herida fecunda - Sandra Lorenzano - E-Book

Herida fecunda E-Book

Sandra Lorenzano

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Beschreibung

Exilios, migraciones, violencias, pero también abrazos y solidaridades, se cruzan en estos fragmentos en que el dolor que provoca el abandono del propio hogar busca transformarse en «una Herida fecunda», como lo quería Clarice Lispector. La Historia con mayúsculas, la historia colectiva, atraviesa nuestra historia íntima, dejándonos marcas sobre la piel y los recuerdos. Y ahí están acompañándonos nuestros ausentes, nuestros desaparecidos, aquellos que no pudieron traspasar el umbral. Su huella está en nuestros huesos, sus voces en la nuestra. Tal vez por ello el dis-locamiento que provoca el exilio puede ser en-loquecimiento, quiebre del cuerpo y la lengua. Estas páginas hablan de la propia historia de exilio de la autora, Sandra Lorenzano, desde la Argentina de la dictadura hacia México, pero también de las historias de otros miles y miles de migrantes. Del Mediterráneo a las fronteras de Centroamérica, de los Andes a la selva colombiana, deambulamos por el fracturado sur del mundo. La geografía es una y múltiple.

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Sandra Lorenzano

Herida fecunda

XV PREMIO

MÁLAGA

DE ENSAYO

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ

Sandra Lorenzano, Herida fecunda

Primera edición digital: marzo de 2024

ISBN epub: 978-84-8393-706-8

Colección Voces / Literatura 357

La obra Herida fecunda fue galardonada con el xv Premio Málaga de Ensayo, que fue concedido por unanimidad el 18 de diciembre de 2023 en Málaga. Formaron parte del jurado Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Alfredo Taján, Juan Casamayor (editor de Páginas de Espuma) y, como presidenta del jurado, Susana Martín Fernández (Directora del Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga).

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

© Sandra Lorenzano, 2024© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2024

© De la fotografía de cubierta: Crisina Malanca/Nicolás Cabral, 2024

Cristina Malanca se dispone a abordar el vuelo que la llevará al exilio en México, acompañada de su hijo Nicolás Cabral, en el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, Ezeiza, 28 de agosto de 1976. La fotografía fue tomada por una mujer de la Policía Federal Argentina

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: [email protected]

Para Mariana

Para Agustín

Herederos de historias, creadores de sueños

Para Ángeles

«El destierro y la muerte / para mí están adonde / no estés tú»

No me gusta ver la trashumancia o el exilio o como quieras llamarlo, no me gusta verlo solo como un hecho negativo. Me parece que también es, como Clarice Lispector decía, una herida fecunda.

Clara Obligado, Itinerancias, 24 de marzo de 2023

Fui alguien que se quedó para siempre fuera y en vilo. Alguien que se quedó en un lugar donde nadie le pide ni le llama. Ser exiliado es ser devorado por la historia. Y su lugar es el desierto.

María Zambrano, Los bienaventurados

El exilio ha sido la experiencia más dolorosa de mi vida y también la más enriquecedora. Con el dolor podemos hacer dos cosas: convertirlo en odio, en rencor, o elaborarlo, sublimarlo y convertirlo en crecimiento, poesía, literatura, fraternidad, solidaridad con las víctimas. Este fue mi camino.

Cristina Peri Rossi, Conversaciones americanas

Vergüenza

Si digo que me quedé tartamuda, ¿me entienden? Cuando me piden que hable del exilio, la primera palabra en que pienso es pudor. Podría ser vergüenza. «Pena» se diría en México. Una marca. Huella. Herida. ¿Vale acaso lo que pueda contar? ¿Para qué? ¿Para quién? Tenía dieciséis años cuando llegamos y quería ser como todos los demás. Me esforcé para conseguirlo. Me forcé. «Aprendimos no a hablar sino a balbucear», escribió Ósip Mandelshtam. Balbuceo. Tartamudeo. Perdí la lengua en algún lugar de estos diez mil kilómetros que me separan del pasado.

En la llaga

Una palabra me da vueltas desde hace días. Hablo, leo, camino, y ahí está: misteriosa, sugerente. «Dislocamiento». Dice el diccionario de la Real Academia Española: De dis– y el lat. locāre «colocar». 1. tr. «Sacar algo de su lugar. Referido a huesos y articulaciones».

La querida María Moliner, uno de mis personajes favoritos en la vida, prefiere partir del sentido figurado y dice «Forzar, violentar, sacar de quicio». Y sigo escarbando: «Quicio» es una parte de puertas y ventanas, y puede ser entendido como «Fuera del orden o estado regular» (otra vez el drae).

Cruzar el umbral de casa puede ser, entonces, una manera de salirnos de quicio. Movernos, desplazarnos, dis–locarnos: salir de nuestro lugar, como se salen los huesos y las articulaciones. Como se sale la razón, como se desacomoda. Enloquecer. Perder el lugar propio, perder la cordura.

Poéticas de los (dis) locamientos 1, llama Gisela Heffes a una colección de textos de escritores latinoamericanos que viven en Estados Unidos y que reflexionan sobre la experiencia migrante. Tradujo de esa manera la palabra «displacement». ¿Por qué no «desplazamiento»? Quizás porque esta escritora y académica argentina, desplazada hace años hacia una universidad estadounidense, sabe que no hay desplazamiento sin dislocamiento: los huesos fuera de lugar, la razón fuera de lugar, la propia identidad fuera de lugar.

«Desplazar» parece un término tan inocente, tan suave, tan sin aristas que lastimen. Y hablamos de «desplazados», de los millones de desplazados en el mundo, como si habláramos de turistas. Los turistas del horror. Qué tranquilizadoras pueden ser las palabras cuando no queremos ver la realidad. Qué lástima que llegue la literatura y ponga el dedo en la llaga.

1. Gisela Heffes (editora), Poéticas de los (dis) locamientos.Literal Publishing, 2012.

Deseo

Enraizarse en el cuerpo amado. Entretejer las lenguas distintas. Hacer del vacío, encuentro. De la soledad, piernas entrelazadas. Fiesta de las pieles. Yo te digo al oído lo que Cernuda le escribió a su amante mexicano: «El destierro y la muerte / para mí están adonde / no estés tú».

Planes

«No pongas ningún clavo en la pared / y tira tu abrigo en el diván. / No hagas planes para más de cuatro días, / mañana mismo estarás de regreso»,escribió Bertolt Brecht en su poema «Reflexiones sobre la duración del exilio». Pero yo clavé fotos y pósters y mapas y poemas copiados a máquina, muy prolijitos. Brecht y Gelman, Pizarnik y León Felipe. Clavé memorias porque me aterraba la intemperie. Me aterraba no tener patria bajo los pies.

Tropiezo

Busco marcas, vestigios de otras lenguas rotas para no cargar sola con la vergüenza del tropiezo. Ralentizo el habla. De todos modos, trastabillo, aunque no se note. El esfuerzo de que no se note. El esfuerzo de ser como todos. ¿Quién quiere ser diferente a los dieciséis años?

Tiempo después encontré a Juan Gelman que encontró a Paul Celan –que había encontrado a su vez a Mandelshtam– y que escribió en el discurso de Bremen, «Accesible, próxima y no perdida permaneció, en medio de todas las pérdidas, solo una cosa: la lengua. Sí, la lengua no se perdió a pesar de todo. Pero tuvo que pasar entonces a través de la propia falta de respuesta, a través de un terrible enmudecimiento, pasar a través de las múltiples tinieblas del discurso mortífero» 2.

Solo la memoria del cuerpo y la palabra adolescente rota llegaron conmigo al país del exilio.

2. Paul Celan, «Discurso de Bremen» en Obras completas. Trotta, 2022, pp. 497-498.

Abrazo

… ningún país nos quería a los refugiados españoles, solo México, solo México, no me cansaría de decirlo, como una oración. Solo México nos abrazó…

María Zambrano, «Entre violetas y volcanes», Diario 16

María Zambrano cruzó la frontera entre España y Francia el 28 de enero de 1939, huyendo, como tantos otros republicanos, de la violencia de la Guerra Civil. Iba con su madre y su hermana Araceli.

En el camino encontraron a Antonio Machado. Cuando lo invitaron a subir al coche en que viajaban, él respondió que prefería cruzar la frontera a pie, junto a los vencidos. Entonces María decidió caminar al lado de su amigo. Machado tenía sesenta y cuatro años. Ella treinta y cinco. Los unía el amor a la poesía. Y ahora el exilio.

A partir de ese momento la vida de la filósofa se transformó en un largo peregrinar por distintas ciudades y países, pero sobre todo en un profundo viaje por el pensamiento; un pensamiento que –alimentado por sus maestros y guías contemporáneos y antiguos, de Platón a Ortega y Gasset, de Plinio a Zubiri– enraizó en sus propias entrañas y búsqueda vital.

María Zambrano y Antonio Machado llegaron juntos a la frontera de Portbou. Esa misma frontera en la que apenas un año y medio después se quitaría la vida Walter Benjamin. El horror recorría Europa y los caminos estaban sembrados de muerte.

¿Qué llevaban en sus maletas? ¿Qué llevan los emigrados, los exiliados, los desarraigados? ¿Qué guardaba el filósofo alemán nacido bajo el signo de Saturno (Susan Sontag dixit) en esa maleta con la que buscaba llegar a Estados Unidos?

En 2017, la exposición La maleta de Walter Benjamin. Dispositivos migratorios convocó a treinta y ocho artistas jóvenes a imaginar esa valija. Hay una con juguetes (una de las pasiones de Benjamin), otra llena de piedras, tan pesada, dicen, como el camino hacia la libertad, una más con arena y un reloj 3.

Hay una brutal hecha con alambre de púas: «cosida con el miedo, llena del vacío desolador de aquel que deja atrás todo lo que quiere, todo lo que es. Benjamin abandonaba Berlín, ahora abandonaría Mosul, Alepo o Kunduz», dice su creadora, Agnès Wo 4. Yo agregaría hoy: o Tegucigalpa, o El Salvador, o Apatzingán, Michoacán.

«El vacío desolador», como dice Agnès Wo. Nada diferente debe haber llevado María al abandonar su vida, su casa, sus amigos y el proyecto político de la Segunda República Española.

Tampoco sabemos qué llevaba Antonio Machado en sus maletas, pero sí que cuando murió –en Collioure, un mes después de haber dejado España–, se encontró, en un «bolsillo de su gabán, un trozo de papel en el que había garabateado su último verso, un canto al pasado, una rememoración de la niñez perdida: “Estos días azules y este sol de la infancia”» 5. Se fue como siempre había deseado: ligero de equipaje.

Y ese verso guardado en un bolsillo me recuerda otras historias como la de Viktor Frankl, con su libro El hombre en busca de sentido cosido al forro del abrigo con el que llegó a Auschwitz. O la del padre del colombiano Héctor Abad Faciolince, en cuyo bolsillo tenía, en el momento de ser asesinado en Medellín, un papel en el que había escrito unos versos de Borges: «Ya somos el olvido que seremos». Y ese es el título de la hermosa novela en la que el hijo cuenta la historia del padre al que tanto amara: El olvido que seremos.

La poesía entonces como equipaje, como talismán frente a la muerte. Como los versos de Robert Desnos, escritos en el campo de concentración en que murió:

«Tanto soñé contigo que pierdes tu realidad. ¿Habrá tiempo para alcanzar ese cuerpo vivo y besar sobre esa boca el nacimiento de la voz que quiero? Tanto soñé contigo que mis brazos habituados a cruzarse sobre mi pecho abrazan tu sombra, quizá ya no podrían adaptarse al contorno de tu cuerpo».

En esos versos no se refiere a la violencia, ni al dolor ni al hambre, sino que creó en esas circunstancias de muerte uno de sus más delicados poemas de amor.

María Zambrano llevó consigo el recuerdo de su amigo poeta que caminó junto a aquellos que nada tenían. Eso guardaba en su maleta; esa imagen, ese sentido ético de la creación y de la vida misma, ella que vivió la mayor parte de su existencia fuera de España e hizo de la condición de exiliada uno de los núcleos de su pensamiento.

«Fui alguien que se quedó para siempre fuera y en vilo. Alguien que se quedó en un lugar donde nadie le pide ni le llama. Ser exiliado es ser devorado por la historia. Y su lugar es el desierto. Para no perderse, enajenarse, en el desierto hay que encerrar dentro de sí el desierto. Hay que adentrar, interiorizar el desierto en el alma, en la mente, en los sentidos mismos, aguzando el oído en detrimento de la vista para evitar los espejismos y escuchar las voces» 6.

El equipaje del destierro es aquello que logramos salvar del naufragio de la vida; aquello que nos da identidad y pertenencia en su esencia más pura.

La «nodriza del pensamiento», llama María Zambrano a la memoria. Perderíamos nuestro ser y nuestro rostro, nuestra historia y nuestros pasos si no tuviéramos memoria. Perderíamos el sentir y la razón, la luz y la poesía. Pero ¿cómo guardarla en unos cuantos bultos? La memoria es nuestro hogar, como lo era para ese pequeño hijo de españoles que, de noche, en el campo de concentración francés, dormía en la maleta de sus padres vuelta cuna, protegido orgullosa y entrañablemente por la bandera de la República.

3. Las imágenes están tomadas de varios de los sitios web donde se realizó la exposición:

https://artssantamonica.gencat.cat/es/detall/Les-maletes-de-Walter-Benjamin.-Dispositius-migratoris

4. Roberta Bosco, «Maletas llenas de historias para Walter Benjamin», en El País, 24 de julio de 2017.

https://elpais.com/ccaa/2017/07/24/catalunya/1500925577_513573.html

5. «Antonio Machado, la poesía murió en el exilio», en La Vanguardia, 22-02-2014 https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20140222/54399680729/antonio-machado-poesia-literatura-poeta-republicano-muerte-generacion-del-98.html

6. María Zambrano, Los bienaventurados.Siruela, 1990, p. 37.

Mamboretá

Aquello fue un naufragio. El antes del exilio. Aún no sé si nos salvamos. Las amenazas, el miedo, los nombres que no había que decir, los libros que había que quemar. Cerrar la puerta de casa dejando dentro el roble que plantó mamá y los jazmines, los libros, las fotos, las amigas, los perros amados que enterramos en el fondo, las bicicletas, los abuelos, un verano de mis doce años. Qué sé yo. Una vida. Cada uno hizo su valija y guardó lo que pudo. No importaba, íbamos a volver pronto. Vamos a volver pronto, ¿no?

«¿Quién puede saber al oír la palabra “despedida” / qué separación nos aguarda», escribió Mandelshtam 7.

En el hermoso libro llamado Vivir entre lenguas, Sylvia Molloy 8, quien vivió fuera de la Argentina desde muy joven, y que habló de la experiencia de habitar otros idiomas en espacios distintos a aquel en el que pasamos la infancia, escribió: «Pienso en mí misma, en las veces que me encuentro musitando, sino disparates, insignificantes restos de patria…». Esas cuatro palabritas me enganchan, son un anzuelo que no me suelta: «insignificantes restos de patria». Sus ejemplos podrían ser míos: «Mamboretá o Mejor mejora Mejoral».

Me quedo aquí, entre estos restos, entre estos vestigios. «Porque el idioma de infancia es un secreto entre las dos», cantaba María Elena Walsh en la «Serenata para la tierra de uno».

«Insignificantes restos de patria». ¿Será ahí que me tropiezo?, pienso, ¿en el idioma de infancia?

«A pesar de que tiene dos lenguas, el bilingüe habla como si siempre le faltara algo, en permanente estado de necesidad», dice Sylvia. Pero ¿qué clase de bilingüismo es el de quienes nos hemos exiliado dentro de la misma lengua? No, ni siquiera somos bilingües, solo tartamudos en permanente estado de necesidad, aferrándonos disimuladamente a esos insignificantes restos de patria.

7. Ósip Mandelshtam,«Tristia» en Antología poética. Alianza, 2020, p. 113.

8. Sylvia Molloy, Vivir entre lenguas.Eterna Cadencia, 2016, p. 27.

Umbrales

¿Un umbral hacia qué, hacia dónde? ¿Hacia qué mundos? ¿Hacia qué transformaciones? ¿Cuál es exactamente el umbral que marca un cambio? ¿Cuál fue para mí? ¿La madrugada del 9 de julio de 1976 cuando aterrizamos en otra tierra? ¿El momento en que nuestros padres nos anunciaron que nos íbamos a México, pero que no podíamos contárselo a nadie? ¿Cuándo supimos los nombres de los primeros desaparecidos amados? ¿De los primeros muertos? ¿Cuando tuvimos que dejar la casa y escondernos con la abuela? ¿Cuando en el 68 mi papá estuvo preso «a disposición del poder ejecutivo nacional», como se decía entonces? ¿Cuando en el 66 entró corriendo la vecina a decirle a mi madre que no nos mandara a la escuela porque había golpe de estado?

Cruzamos umbrales de manera permanente casi sin darnos cuenta. Estamos siempre en un «entre». El exilio lo recalca. Hace casi cincuenta años que vivo ahí, en ese «in-between». A veces envidio a la gente que se siente bien plantada en un solo lugar. Otras veces agradezco las ausencias que me habitan. Añoro lo que no tuve. Saudades.

Cello

Un día llegó la noticia: mi abuelo, el «abuelo mágico», como lo llamaban mis primos porque aparecía y desaparecía, el abuelo que llevaba a mi madre niña al Colón a escuchar los ensayos de la orquesta, el abuelo que tocaba el cello y que se ha vuelto una obsesión en mi escritura, había muerto. Mamá lloraba. Yo tenía diecisiete años y no sabía qué hacer con ese llanto (¿volver a los diecisiete, Violeta?). Mi hermana me miraba desde su infancia pidiéndome ayuda. ¿Qué clase de hermana mayor era yo si no podía salvarla de la muerte? Inventé almas y corazones que volaban y que los militares no podían secuestrar ni asesinar. El abuelo y su cello morían allá, al sur de todos los sures. Mamá lloraba acá, en este norte que no siempre amamos. Cualquier exiliado sabe que el tablón que inventó Cortázar en Rayuela para conectar ambos lados es inútil: estamos parados siempre sobre arenas movedizas, sobre deseos hechos humo.

Humo

«… cavamos una tumba en los aires», dice uno de los versos del «Todesfuge». Está en mi historia ese humo sagrado, humo de cuerpos iguales al mío. Aunque hayamos escapado de los pogromos, estuvimos también allí. Llevo el miedo y la furia tatuados en los huesos. Soy entonces lengua calcinada. El orgullo y la vergüenza tiñen el silencio. Pudor. Nuevamente. Lo que no se dice. Lo que se esconde. Lo que callamos.

«Leche negra del alba te bebemos de tarde

te bebemos al mediodía y en la mañana

te bebemos de noche

bebemos y bebemos

cavamos una tumba en el aire

donde no estamos encogidos» 9.