Hijos de Asgard - Laura Morales - E-Book

Hijos de Asgard E-Book

Laura Morales

0,0

Beschreibung

¿Cómo imaginas a Thor y a Loki de jóvenes? ¿A qué se dedicaban? Sumérgete en esta divertida historia en la que los Nueve Mundos del Yggdrasil se ven envueltos en grandes batallas, gigantes, tiendas de cómics, serpientes y mucho más. Una aventura apasionante plagada de mitología nórdica y magia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 414

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Laura Morales

Hijos de Asgard

 

Saga

Hijos de Asgard

 

Copyright © 2015, 2021 Laura Morales and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726890310

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

1

Hoy, he burlado a la Muerte, al igual que tantas otras veces. Hoy, he sentido de cerca su frío aliento, como cada día. He sentido como el aire se escapaba de mi cuerpo, vaciando mis pulmones con extrema lentitud. He luchado por mi vida, notando un lacerante dolor por todo mi cuerpo. Miles de agujas se han clavado en mi piel, asfixiándome. En un simple segundo he deseado que todo acabara; el dolor era insoportable. Pero no hoy. Hoy no es mi día. He visto cómo actúa y estoy listo. Estoy preparado para enfrentarme de nuevo a ella. Veneno mortal, no podrás conmigo hoy. ¿Mañana? Quizá.

Otra vez aquella pesadilla invadía sus sueños. Recordar los terribles años le resultaba más doloroso que estar encerrado en esa mágica celda. Despertó entre sudores, tal y como ocurría cada noche desde hacía bastante tiempo.

Miró alrededor, se sentía desorientado, pero entonces recordó dónde se encontraba. Cinco meses, veinte semanas, más de ciento cincuenta días sin una visita, excepto la de algunos sirvientes que le llevaban algo de comer. ¿Y para qué…? Había perdido el apetito hacía mucho. Sentía como su cuerpo se debilitaba al no alimentarse, pero todo eso ya le daba igual. No le importó; estaba condenado a muerte, ¿qué más daba morir de hambre, de aburrimiento o de rabia? Su padre lo había condenado por toda la eternidad. Además, ya no estaba ella. Ya no le importaba absolutamente nada.

Echaba de menos las visitas, a las que siempre acababa por enfadar. Sí, eso le gustaba. Miró hacia el escritorio repleto de libros que había leído cientos de veces, tantas que ya se los conocía de memoria.

Su mirada se desvió hacia el suelo, donde un tablero con fichas le incitaba a una nueva partida, pero estaba cansado, jugar consigo mismo era puro aburrimiento, nunca ganaba ninguno de los contrincantes.

La habitación que ahora era su hogar, se encontraba hecha un desastre: sillas rotas, la estantería tirada en el suelo y los libros esparcidos por todas partes... Lo único en pie era el escritorio y la cómoda y mullida cama.

Sus nudillos se hallaban amoratados de golpearlos contra las paredes y su poder casi había desaparecido. Aquellos invisibles muros anulaban cualquier tipo de magia, estaban pensados para bloquear toda clase de poder, especialmente el suyo.

De pronto, su corazón comenzó a latir tan deprisa que le dolía y tuvo que llevarse la mano al pecho para intentar calmarlo, pero no lo consiguió. Se incorporó en la cama y respiró profundamente. Entonces oyó como las puertas de los calabozos se abrían y escuchó una fuerte discusión; no pudo reconocer las voces, pues estaban lejos de donde él se encontraba.

Unos tacones golpeaban con rapidez el suelo de mármol negro, dirigiéndose hacia su celda.

—¡Te he dado una orden, soldado! ¡Cúmplela! —gritó con furia una mujer.

—¡Pero, mi señora, Odín prohibió toda clase de acercamiento hacia el prisionero! —El soldado intentó sacarla de allí.

—¡Yo no soy Odín! ¡Fuera, he dicho!

El guerrero no discutió más, cumplió sus órdenes y se apartó de ella, no sin quedarse cerca de la mujer por si necesitaba ayuda.

Ella portaba una bandeja con comida, y el maravilloso olor penetró por las fosas nasales del prisionero.

Frigg usó su magia para entrar en la celda, donde un demacrado y ojeroso Loki la admiraba con cautela.

—Te he traído algo de comer —sonrió.

—Mi señora Frigg. —Hizo una exagerada reverencia.

—No me llames así: soy tu madre.

—No eres...

La mujer rozó su mejilla y él no pudo seguir hablando. Al mirar sus celestes ojos, aquellos preciados momentos en que ella lo abrazaba, besaba o sonreía aparecieron en su mente. A pesar de no ser su auténtica madre, se había comportado como tal, incluso ella había sido quien le enseñó a usar el poder que nacía en su interior.

—Sé lo que estás sufriendo, hijo. No te imaginas hasta qué punto me duele verte aquí encerrado —había tristeza en esas palabras.

—Yo… —La belleza de su madre lo abrumaba, lo dejaba sin habla. Sin duda, era la mujer más hermosa que había visto nunca.

—Sé que estás arrepentido de lo que has hecho, puedo verlo en tus ojos.

—¡No es cierto! —Apartó con rapidez la mano de su madre—. ¡Jamás me arrepentiré de lo ocurrido! —Se alejó de ella mientras sentía un extraño calor en el pecho.

—No tienes por qué avergonzarte, Loki.

—¡No me avergüenzo! ¡El arrepentimiento es signo de cobardía! —Dio un golpe a la mesa.

—Cada segundo que pasa, me doy más cuenta de que ya no eres el niño al que amo. Ya eres adulto, eres mi hijo y, digas lo que digas, siempre lo serás. Me siento decepcionada.

Loki notó amargura en sus palabras. Escuchó los pasos que se alejaban de él, tras su espalda. No podía dejar que se marchara, la echaba de menos, tanto que no se había dado cuenta hasta ese preciso instante.

—¡No te vayas!

El dios del engaño corrió hasta su madre y ella lo recibió con los brazos abiertos. Él la rodeó, sintiendo el calor que la mujer desprendía. Hundió la cabeza en el cuello de la diosa y aspiró el aroma del rubio cabello. Aquella peculiar fragancia era puro hipnotismo, le tranquilizaba. Notó como sus músculos se relajaban con rapidez, sintiendo una paz interior que hacía mucho tiempo dejó de experimentar. Se le formó un nudo en la garganta y sus ojos se humedecieron.

Frigg notó como se tensaban de nuevo los músculos de su hijo y lo apretó con más fuerza contra ella.

—Hazlo, no te reprimas. Te sentirás mejor, te lo prometo. —Le acarició su oscuro y desaliñado cabello.

Y entonces ocurrió. Loki lloró como un niño, como un crío que descubre que su mascota ha perecido, como un pequeño que ha perdido a su familia. El dios se sintió débil y descargó su ira con lágrimas. Dejó caer el peso de su cuerpo sobre su madre y ambos quedaron de rodillas en el suelo, uno frente al otro.

—Loki, hijo mío, mírame —pidió ella.

El hombre levantó la cabeza, pero apartó la mirada: se sentía avergonzado por haberse mostrado débil ante la diosa.

La mujer tomó su rostro entre sus pequeñas manos y lo obligó a mirarla a los ojos.

—El hombre que llora es un ser valiente. —Sonrió mientras le secaba las húmedas mejillas con la manga de su vestido dorado—. Sé que en tu corazón no hay maldad.

—Sí la hay, madre. No soy Aesir como vosotros: soy hijo del gigante de hielo.

—Eso no es importante, te criamos igual que a Thor, con los mismos privilegios. En ningún momento te tratamos distinto. Para mí, sois iguales.

—Y aun así, él es el favorito. —Se puso en pie y se dejó caer en la cama con brusquedad.

—Te confesaré algo —Se sentó a su lado y lo cogió de la mano—. Tú eres mi preferido. —Sonrió al ver el rostro desconcertado de su hijo.

—¿Por qué? —Sintió un extraño calor en su frío corazón.

—Tú siempre querías aprender y lo hacías rápido. ¿Recuerdas cuando tu hermano destrozó medio palacio con su fuerza?

—Siempre ha sido un fanfarrón, le gusta mucho alardear de su poder. —Rio sarcástico.

—Eras cuidadoso y meticuloso, incluso perfeccionista. Ten. —Sacó del corsé de su vestido un pequeño libro con las tapas marrones y muy desgastadas—. Recuerda quién eres, hijo mío.

Loki tomó el libro entre sus temblorosos dedos. No podía creer que ella le hubiera entregado aquel tesoro. Miró a su madre con recelo y ella acurrucó sus manos en el demacrado rostro del dios.

—Nadie debe enterarse de que tú tienes este libro, y mucho menos Odín —pidió.

Loki escondió el regalo bajo su almohada. Nadie iba a visitarle, por lo tanto, nadie lo sabría. Frigg se puso en pie y él la imitó.

—Tienes mal aspecto. Déjame que lo solucione.

Con un suave gesto de su mano, la magia de la diosa transformó el demacrado aspecto de su hijo en una imagen más agradable. Loki lucía ondulado su sedoso y largo cabello negro hasta los hombros, las heridas de sus nudillos habían desaparecido, así como sus ojeras, y vestía una casaca verde con ribetes dorados y pantalones negros, con unas botas altas a juego.

—Mucho mejor. —Ella sonrió al ver el nuevo y mejorado aspecto.

Acicaló el pelo de Loki, pero él le agarró con brusquedad la muñeca, asustando a la mujer.

—Te he echado mucho de menos —confesarlo había sido muy doloroso para él—. ¿Volverás a visitarme? —dijo casi suplicando.

Frigg sintió lástima y un profundo arrepentimiento. Amaba tanto a su hijo que le dolía en el corazón verlo encerrado.

—Pronto, mi pequeño. —Loki dejó de hacer fuerza con su mano y ella se soltó. Lo besó en la mejilla y se marchó de la celda—. Hasta pronto, mi travieso dios. —Se volvió y le guiñó un ojo.

El soldado que había discutido con ella la vio salir de la prisión y la escoltó hasta la salida.

Loki miró la celda: era un auténtico desastre. Puso en pie la estantería y recogió todos los libros que había tirados por el suelo, colocándolos uno a uno en la librería. Después, hizo lo mismo con los que tenía en el escritorio y, sobre este, puso el tablero del juego que estaba en el suelo, deseoso de que su madre regresara pronto y entablar una nueva partida, esta vez con un contrincante de verdad, pues hacerlo con su doble mágico era demasiado aburrido.

De pronto, escuchó nuevos pasos que se dirigían con rapidez hacia la celda. Sabía perfectamente de quién se trataba, distinguiría su forma de andar a más de cincuenta kilómetros.

—Sif…, ¡qué agradable sorpresa! —dijo con sarcasmo y sin dejar de ordenar sus lecturas.

—Loki…

—Hacía mucho que no te veía —agregó con rabia. —¿Verme? ¡Pero si ni siquiera eres capaz de mirarme a los ojos!

Entonces soltó los libros y se dirigió hacia ella con furia. —¡¿Cómo quieres que te mire después de lo que me hiciste?! —Estaba fuera de sí. La traición de Sif le había hecho daño, mucho daño.

—Yo no quería, Loki. No tuve elección.

—¡Siempre se tiene elección, maldita sea! —Golpeó con fuerza el cristal mágico, que le propinó una fuerte descarga—. Siempre la hay —en su voz había tristeza—. Dime, ¿a qué has venido? ¿A burlarte de mí? ¿A ver mi deprimente aspecto? Pues, como observarás, estoy perfectamente.

—Quería… —Loki levantó una ceja—. Quería que me perdonaras…

—¿Suplicas que olvide todo lo que has hecho? —Sif apartó la mirada, avergonzada—. ¿Y de qué me servirá perdonarte? Estoy condenado por toda la eternidad en esta celda ¡por tu culpa!

—Serviría para que el dolor que siento aquí —se llevó la mano al pecho— desaparezca para siempre, Loki…

—Márchate por donde has venido, Sif. —Le dio la espalda.

—Está bien…

La guerrera, con los ojos anegados de lágrimas, se alejó de él. El dios de la mentira la miró de reojo y sintió una punzada de dolor en el pecho. Había tenido el valor de ir a verle después de su traición, y coraje para disculparse.

—Sif… —la llamó.

Ella se volvió y lo observó mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Quizá he sido un poco brusco contigo… Lo siento, acepto tus disculpas. —Le dedicó una bonita sonrisa.

—Gracias, Loki, me haces muy feliz.

—Ahora, es mi turno de pedirte algo.

La mujer asintió mientras se limpiaba la humedad de sus ojos con el dorso de la mano.

—Cuida de Thor, es muy testarudo y necesita que le paren los pies de vez en cuando.

Sif rio.

—Lo haré. —Le devolvió la sonrisa y se marchó.

Loki sintió de nuevo ese extraño calor en su corazón. No sabía de qué podía tratarse, pero era una sensación que hacía mucho que no experimentaba. Meneó la cabeza intentando borrar ese sentimiento y continuó con sus libros. Tenía tiempo suficiente para pensar en lo que acababa de hacer.

2

Algo bueno sí podía sacar tras la visita de Frigg y Sif: a pesar de la exclusión a la que se estaba viendo sometido, no había perdido dotes interpretativas. La que otrora fuera una compañera más, parte del grupo formado por su hermano, dos guerreros con menos inteligencia que un cubo de frutas, y él mismo, había abandonado los calabozos convencida de que tenía su perdón. Loki celebró en silenciosa quietud la pequeña victoria que suponía aquel logro. Si todavía, separados por meses de total incomunicación con cualquier otro ser medianamente inteligente, había logrado confundir a la que un día tuvo por grandísima guerrera, era debido a que la soledad y el silencio no germinaron locura en su cuerpo. Quizá tuviera que agradecer parte de aquella victoria a los libros que cuidadosamente colocaba en su estante. Pese a lo absurdo del orden y del esmero en posicionar cada lomo correlativo a uno de su misma medida, y a estar haciendo un trabajo de sirvientes, y pese a ser él, Loki, el poderosísimo dios de las travesuras, sintió que la paz regresaba al habitáculo en tanto el orden lo hacía.

Miró los libros, colocándose ante el mueble con los brazos cruzados. Podría haberlos quemado, podría rasgar sus hojas y destruirlos sin más, los conocía todos de memoria, pero, si lo hacía, estaría completamente perdido. Loki no temía la soledad: le aterraba estar solo. Agarró uno de los lomos al azar y se lo llevó al camastro, donde se sentó apoyando la espalda contra la pared.

El libro hablaba de leyendas, de grandes hombres y dioses asgardianos de todos los tiempos. Cualquiera de los cuentos que leyera al abrirlo serían los mismos que su madre —sintió un escalofrío al referirse así a ella, consciente de lo que decía— le relatara siendo niño. En algunos, el inevitable protagonista era el mismísimo Odín, ilustrado con su parche cubriendo el agujero del ojo cuyo sacrificio supuso conocer la verdad absoluta; con su barba sombría, que ocultaba el color de la sangre vertida a ríos en cacerías salvajes, descendiendo de los cielos para llevarse a cabo en la tierra… No era un buen padre, pensaba Loki, nunca lo fue, ni siquiera para el hijo de su sangre. Odín era egoísta, como todos los dioses. Cuando lo acabara por reconocer, quizá él, su bastardo, no le tuviera tan poco aprecio; así, al menos, algo los uniría, además de Frigg.

—Frigg… —susurró; la última sílaba alargada pareció estirarse para golpear con suavidad cada rincón de la celda.

También había sitio para ella en el libro de cuentos. Dama amada por todos, bondad personificada, hilandera de nubes, silenciosa y paciente observadora de los Nueve Mundos. Solo ella tenía permiso para hacerlo, Odín hubiera matado a quienquiera que osara asomarse a la gran ventana mística, pero a ella no… Ella lo hacía. Frigg podía incluso solventar la más ardua disputa dirigiendo una discreta sonrisa a los combatientes. Si Loki tuviera que elegir una palabra para describirla, sería arte. A ella no dejó de amarla en ningún momento.

Aparcó el libro junto a su muslo, en el lecho. Con los dedos enlazados sobre su ombligo, respiró profundo un par de veces. Cerró los ojos, intentando evocar otros tiempos, cuando era joven y se perdía en el aroma del cabello materno recién limpio. Era una mezcla dulce, en ella destacaba el olor al árbol de tthetrarry, que desde siempre acarició con suavidad primaveral el balcón de su dormitorio…

______________

—Hola, hijo. —Frigg se cepillaba el cabello frente al espejo de un tocador ornado. Decían que si pronunciabas el nombre de un caído tres veces seguidas frente a él, podías ver su muerte. Ni Loki ni Thor sentían demasiado aprecio por aquel mueble, por eso se mantuvo unos respetuosos metros atrás.

—Buenos días, madre.

—Es muy pronto, incluso para ti —observó ella, dejando con suavidad el cepillo de cristal sobre la mesa. Su hijo continuaba quieto. No hacía falta que dijera más para que se diera cuenta de que sucedía algo—. ¿Qué ocurre, Loki?

—Bueno, nada en realidad. —Con un gesto que delataba su nerviosismo, colocó un mechón de cabello por detrás de la oreja.

—Pero…

—Pero —suspiró abatido él— Thor no aparece por ningún lado. Temo que padre se moleste si no estamos en la sala del trono a la hora que nos ordenó.

—¡Qué muchacho! —Pinchó un broche en su vestido, sobre el pecho, y acto seguido se dirigió a la balconada del dormitorio para tomar un par de hojas de tthetrarry—. Imagino que tú no sabrás dónde se ha metido, ¿verdad? —quiso saber Frigg, restregando las hojas por las puntas de su cabello.

—En realidad, no —mintió, intentando hacer su mejor interpretación, pero a sus dieciséis años el dios de las travesuras todavía no controlaba demasiado aquel rasgo que, tiempo después, definiría su carácter.

La noche anterior Thor había abandonado el palacio con tres de los jóvenes invitados al torneo: tenía la firme intención de cazar aighems, unas bestias feroces de cornamenta letal, grandes como dos hombres.

—Entonces, supongo que no podrás localizarle si entretengo a Odín durante una hora más o menos, ¿verdad?

—No lo sé, madre. —Y en esta ocasión decía la verdad. Sabía que los cuatro fueron de cacería porque Thor insistió en que lo acompañaran, pero no tenía la menor idea de dónde fueron en busca de los animales—. Puedo intentarlo si quieres…

—¡Buenos días, madre! —una voz poderosa, potente para pertenecer al cuerpo de un adolescente, se hizo eco en el dormitorio—. ¡Hoy estás realmente bella!

—Buenos días, hijo, de ti hablábamos precisamente —dijo Frigg. Volvió a sentarse, liberando la tensión instalada en su estómago cuando supo que Thor había desaparecido. Conociéndole, y ante la reticencia que Loki presentaba a hablar, dedujo que habría escapado con los recién llegados en busca de aventuras. Para una mente tan alocada como la de su hijo, seguro que escalar la cumbre más alta de Asgard era un modo perfecto de pasar el rato. Giró el taburete, quedando frente a ellos.

—¿De qué hablabais? —preguntó Thor, buscando en Loki algún signo que delatara la traición.

—De qué vestiréis esta mañana para vuestra presentación ante todos los mandatarios de vuestro padre y los invitados al torneo.

—¡Madre, yo odio estas fiestas! —protestó Thor, pensando en el ridículo traje de gala que le obligaban a vestir mientras sus coetáneos llevaban armaduras, asían hachas y se batían ante el público en pos de la gloria.

—Se hacen en vuestro honor, hijos, no podéis odiarlas. Aquel plural inmerecido empleado por su madre casi le hizo girar sobre sus zapatos y abandonar la estancia. Thor era el idiota dispuesto a pelear contra quien fuera, en cualquier ocasión, solo para probar su hombría. Era el que escapaba y pasaba la noche despierto cuando todos esperaban que fueran buenos anfitriones; siempre era culpa suya que los hijos de Odín merecieran una reprobación cuando algo salía mal ante un invitado importante. Siempre Thor… El plural en aquellas condiciones dolía. Al contrario que su hermano, Loki nunca hacía nada para disgustarlos.

—Madre tiene razón —dijo, tragándose el orgullo—. Tu deber hoy es estar sentado y premiar a los vencedores, no revolcarte por el cieno.

—¿Habrá comida al menos? —Thor se volvió hacia su madre, casi desesperado.

—Sí, en el banquete que seguirá los primeros juegos. — Caminó hacia los chicos—. Ahora, debéis regresar a vuestros aposentos, príncipes. Hoy es vuestro gran día y estaré muy orgullosa de vosotros cuando brilléis en Asgard y los Nueve Reinos, sentados en vuestro trono. —Contempló los rostros de sus dos hijos, jóvenes, imberbes todavía, de mirada inocente. Los dos, orgullo de su existencia, estaban lejos de sospechar que el destino esperaba grandes cosas de ellos—. Venga, marchaos ya, las criadas os esperan —animó Frigg al abatido Thor y al emocionado Loki—. ¡Vamos! —dijo desde la puerta.

—Sí, madre.

—Hasta ahora, madre.

Mientras recorrían el camino de vuelta a sus dormitorios en el ala opuesta de palacio, Loki siguió el ritual que repetía cada mañana, maravillándose con la luz que acariciaba su piel, el suelo, las abiertas balconadas, los árboles frutales, las nubes… A aquellas horas todo era cálido y sutil, podía sentirse la brisa salada que empujaba el mar jugueteando con sus cabellos sueltos; tenía que cerrar los párpados, deslumbrado por la claridad del día que siempre amanecía bello… Decían que Odín se mostraba magnánimo entonces y por eso disfrutaban de mañanas tan hermosas; en realidad, Loki nunca preguntó a su padre si los amaneceres eran cosa suya, tampoco le importaba, porque, divinos o no, para él siempre serían el mejor momento de la jornada.

—¿No me escuchas o qué? —Thor le golpeó el hombro.

—¿Qué? No, perdona, ¿qué decías?

—Que no sé cómo voy a poder aguantar todo el día ahí sentado.

—Igual que lo has hecho otras veces, Thor: con paciencia.

—Prométeme que, cuando tú o yo seamos reyes, pondremos fin a esta absurda costumbre de los torneos, ¿de acuerdo?

—A mí me es indiferente —dijo Loki, levantando los hombros.

—Entonces, lo harás por mí —sentenció el otro antes de entrar a su dormitorio, dando un portazo.

______________

También en la cámara de Loki aguardaban ansiosas cinco mujeres, criadas o esclavas —nunca se interesó por ellas, solo sabía que trabajaban para su madre—, dispuestas a arrancarle la ropa si se resistía un ápice. Todas eran viejas, excepto una chica que se encontraba alejada del resto, menor que él — posiblemente le sacara dos o tres años—. El encuentro entre sus miradas produjo una reacción similar en ambos bandos: la chica se alejó un poco más del grupo mientras las prendas volaban. Él no estaba acostumbrado a sentir más vergüenza que cuando estaba con Thor, de modo que intentó ocultar su desnudez y que el proceso del cambio de ropa finalizara lo antes posible.

Al acabar, llegó el turno del peinado. La larga melena negra de Loki fue lustrada con esmero, labor que las cuatro grandes concedieron a la más joven. Había algo mágico en aquello, cautivador, pensaba mientras la chica, en pie a su espalda, pasaba el cepillo una y otra vez. El príncipe asgardiano se fijó en los hombros descubiertos y sus pequeñas manos moviéndose con efectividad y esmero. Sintió un escalofrío al tocar la chica su cuello para recoger el cabello que le colgaba sobre los hombros. También sintió una leve excitación cuando, tras aquel silencioso contacto, sus miradas se encontraron en el espejo.

—Nura, es suficiente, ayúdanos con esto. —Las cuatro criadas batallaban con la ropa de cama y el dormitorio de Loki. La chica dejó el cepillo, yendo hacia ellas sin rechistar.

—No, espera, todavía no has terminado —dijo Loki, que estaba disfrutando del intercambio de sensaciones con la muchacha. Ella miró a uno y otras sin saber qué hacer.

—Vamos, obedece —ordenó una de las mujeres.

Y regresó a su puesto tras tomar el cepillo de la mesa.

El cabello de Loki era fino, ligero, casi parecía que no pesara. Nunca había tocado nada como aquello, ni siquiera los tejidos más finos podían comparársele. Estaría encantada si le hubieran dejado acercárselo a la mejilla y los labios para comprobar que sus manos no la engañaban y realmente podía existir algo tan suave. Nura miró el espejo, ligeramente ruborizada, encontrando los ojos de Loki fijos en los suyos. En seguida, devolvió la vista al cabello y continuó peinándolo sin decir, como hasta el momento, ni una sola palabra.

_____________

—Hermano, ¿ya estás? —Dio nuevos toquecillos en la puerta—. Loki, ¿estás listo?

—Sí. —Cuando la puerta se abrió, Thor pudo verlo vestido con ropas elegantes, las requeridas para una ocasión como aquella. Si hubiera sido más observador, habría admirado el traje verde y negro, único, con finas filigranas casi imperceptibles y bordadas en el oro más puro que adornaban el tejido. En oposición, el traje de Thor consistía en una pechera oscura con dos grandes óvalos metálicos situados a derecha e izquierda del tórax. Lo acompañaba una capa color sangre—. Bonito atuendo.

—Solo me gusta esta cosa. —Señaló la capa—. Es roja, la veo muy simbólica.

—¿Y qué representa?

—La sangre, el poder, el combate…

—¿Todo eso que te vas a perder esta tarde, cuando comience el torneo sin ti? —Sonrió malicioso.

—¡Hermano, ¿por qué me lo recuerdas?! ¡Soy un desgraciado! —Lanzó un puñetazo contra la pared del pasillo que recorrían en dirección a la sala del trono.

—No lo creo.

—¡Ojalá madre pudiera hacer que Odín entrara en razón! —¿Por qué llamas Odín a padre? —preguntó Loki. —Porque a veces me da la sensación de que soy adoptado.

Ese dios y yo no nos parecemos en nada —dijo, mirando a los ojos a su hermano antes de empujar la puerta y entrar a la sala del trono.

______________

—¡Y aquí llegan mis dos hijos! —anunció Odín a los mandatarios de los Nueve Reinos que, aquel día especial, habían viajado eones para asistir al evento asgardiano. En su voz podía adivinarse una mezcla de reproche y alegría.

—Padre —saludaron respetuosos.

Thor hincó la rodilla en el suelo. Como sincronizados, su hermano repitió el gesto.

—Venid y tomad asiento. —Señaló los dos tronos habilitados para aquel día, junto al de Odín y el de Frigg, vacío entonces—. Deseo que conozcáis a muchos de mis buenos amigos repartidos a lo largo y ancho de los mundos.

Al escuchar aquellas palabras, el semblante serio, casi aburrido, que mostraba Thor, aun cuando el evento no acababa de empezar, cambió súbitamente. Los Nueve Reinos le obsesionaban desde que tenía memoria. Cuando descubrió que el mundo no acababa en Asgard, sino que, más allá, atravesando el Bifrost, había otros ocho por descubrir, llenos de aventuras, animales que cazar, aliados que conocer y maravillas que llevarse como trofeo, deseó verlos más pronto que tarde. La férrea oposición que mostraba Odín respecto a una expedición fuera de Asgard solo sirvió para incrementar el ansia aventurera de Thor, que tiempo atrás se ganó un castigo ejemplar a causa de la insistencia mostrada en el asunto. Cuando, frustrado, recurría a su madre intentando hacer que Odín cediera, encontraba que la opinión paterna y materna eran idénticas: «Los Nueve Mundos seguirán ahí cuando estés preparado para verlos, hijo. Todavía no es el momento», le decían.

En definitiva, aquellos hombres y seres —porque alguno no tenía una apariencia demasiado común— que se encontraban en la sala habían atravesado el Bifrost para llegar a Asgard y tendrían, seguro, cientos de historias que contarle sobre los guerreros de algunos mundos, la caza y las batallas. Lamentablemente, no le hablarían de todos porque había mundos donde Odín no envió invitación alguna a la fiesta. Claro, que eso a Thor no le importaba; a partir de aquel instante, estuvo más atento a lo que se hablaba que en toda su vida. Por el contrario, Loki tuvo que disimular un bostezo. La obsesión de su hermano no era compartida: a él no le atraían los demás mundos, él solo estaba interesado en Asgard, su hogar, el sitio al que siempre pertenecería, viajara a los mundos que viajase.

—Son muy jóvenes, pero parecen fuertes —dijo uno de los invitados de su padre.

—No lo dudes, Valdemar. Tanto Thor como Loki son dos muchachos robustos y fieros —se vanaglorió Odín ante los admirados oyentes. Pensaba en el primero más que en el segundo, pero eso nunca nadie lo sabría—. Uno domina el arte de la espada y el hacha, el otro domina el bastón y practica encantamientos.

—Jóvenes promesas, es indiscutible.

—Sí, y ahora que estamos todos —se levantó del trono con agilidad—, permitidme llevaros a ver las maravillas de Asgard.

—¿Todavía sigue la muralla derruida? —preguntó, con todo el respeto que encierra una crítica, el invitado de Vanaheim.

—Sí, pero no temáis —dijo Odín con orgullo—, hoy no esperamos la visita de ningún gigante.

____________

Durante las horas que siguieron a la reunión, y tras un desayuno ideado por Frigg para saciar el hambre de los invitados, el grupo comenzó a recorrer los lugares más emblemáticos e importantes del mundo.

Entre las paradas obligatorias estaba el mirador desde donde podía apreciarse la inmensidad del Iðavöllr, lugar de creación del mundo y de encuentro entre los dioses Ases. También pudieron ver el árbol Yggdrasil, del que, obviamente, solo se apreciaba una parte. Se trataba del fresno de la vida, cuyas raíces y ramas mantenían unido Asgard con el resto de los mundos. Abajo, en lo más profundo de la tierra, se encontraba aquello que le valió un ojo a Odín: Mímir, la fuente del conocimiento, custodiada durante muchísimo tiempo por su tío materno.

Sorprendentemente, no fue eso lo que más llamó la atención de aquellos que nunca visitaron Asgard, pensaba Loki extrañado; los amigos de su padre se dejaron impresionar por la tierra fértil de aquel mundo, diciendo que estaba bendecida. También confesaron que la abundancia de oro podía verse claramente en el uso que los asgardianos le daban para erigir edificios, como si se tratara de un material poco noble, y también en las joyas, pues gracias a ellas quedaba clara la riqueza de su tierra. También parecieron complacidos con la belleza y talento de quienes habitaban el lugar.

Ya de vuelta en el palacio, antes de que unos deliciosos manjares llenaran las mesas del gran salón, Odín, rodeado por todos sus ilustres aliados, se levantó del trono con una copa de libación en la mano.

—Amigos, quiero, en este día tan especial, que todos alcéis vuestras copas por mis hijos. —Los invitados se pusieron en pie, obedeciendo la petición del dios—. Thor y Loki, orgullo de Asgard y de vuestros padres: ya sois casi adultos y, como tal, debéis aprender a valeros por vosotros mismos en este u otros mundos. —El corazón de Thor se puso a latir con fuerza, sospechando que Odín, en aquel día del nombre, les regalaría un viaje a los otros ocho lugares que tanto ansiaba conocer—. De modo que yo, Odín, Padre de Todos, voy a haceros un presente que espero que valoréis tal como deseo...

—Déjanos viajar, déjanos viajar… —rogó Thor entre dientes con una sonrisa apretada. Loki, a su lado, le miró de refilón, sin comprender su ansiedad.

—Podréis, hoy, luchar en el torneo, hijos míos —bramó con voz jovial a la par que atronadora—. Sé que lo deseabais, y ahora, tenéis mi permiso.

El Padre de Todos bebió de su copa de oro, poniendo fin al brindis y al regalo. Pese al primer momento de decepción, Thor no tardó en comprender que, pese a no darle cuanto ansiaba, en el fondo, Odín estaba cediendo a una de las cosas que más le había pedido: medir su fuerza contra otros en la arena. Al momento, se mostró muy feliz con la noticia.

Loki no varió el gesto. No le disgustaba pelear, pero tampoco sentía pasión por ello. Mientras su hermano pedía permiso para buscar a los tres con los que escapó la noche anterior para informarlos de la noticia, él siguió sentado en el trono, contemplando a los criados llenar el salón, portar bandejas y demás utensilios. Parecían pequeñas horgguets indefensas, moviéndose frenéticas ante una miga de pan.

3

Tras la agotadora comida con los nobles, Frigg había dado permiso a sus hijos para preparar su participación en el torneo, pero ninguno de los dos lo hizo. Loki descansaba en su cómoda cama cuando, de pronto, escuchó unos golpes en la puerta. Enfadado porque no le dejaban descansar, dio un salto, dispuesto a reprender al que osaba molestarle.

Abrió con rapidez y, antes de que pudiera abrir la boca, dos individuos lo empujaron hacia el interior del dormitorio y cerraron tras de sí.

Dagur, con su porte de guerrero, le sacaba una cabeza. Era rápido con la lanza y tenía muy buena puntería al proyectarla. Arya era diestra con la espada, algo más baja que Loki y delgada, con una larga melena roja como el fuego y de ojos verdes, al igual que la hierba de los jardines de palacio.

Los dos eran los mejores amigos del dios. Dagur peinó su cabello, casi blanco por lo dorado que era, hacia atrás, dejando a la vista sus pupilas azul celeste.

—¿Qué queréis? —preguntó el príncipe.

—Hemos oído que vas a participar en el torneo —se atrevió a decir el guerrero de mirada azul.

—Es cierto, lo haré. —Sonrió sin muchas ganas.

—¿Cómo te ha permitido Odín colaborar en tan importante evento? —quiso saber la muchacha, que se sentó sobre el mullido colchón de su señor.

—Supongo que madre le habrá prometido algo que no logro entender. —Rio con ganas.

—¿Y si te toca luchar contra Thor? —Dagur se sentó en el alféizar de la ventana mientras Loki paseaba por el dormitorio, pensativo, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Lo haré, pelearé contra él.

—Es más fuerte y alto que tú —recalcó la guerrera. —Cierto, pero yo soy más astuto. —Le mostró una hilera de blancos y perfectos dientes, dejando a la muchacha sin habla.

De pronto, las puertas del dormitorio se abrieron con brusquedad. Entre ellas apareció su corpulento hermano con una gran sonrisa, acompañado por dos preciosas mujeres, agarradas una a cada brazo del pequeño gran hombre, el cual las exhibía como quien alardea de un cofre lleno de monedas doradas.

—¡Hermano! No tendrás el valor de presentarte al torneo, ¿no? Estás demasiado delgado, ¡no podrías ni sujetar una espada! —se burló de Loki.

Este levantó una ceja y se lo quedó mirando con cara de pocos amigos. ¿En serio se estaba metiendo con él? En aquellas situaciones, la falta de educación de Thor le exasperaba.

—¡Eres un grosero, Thor! —Arya defendió a su amigo. Se puso en pie y, dirigiéndose hacia él, le increpó—. ¿Acaso te crees más listo?

—Tranquila, Arya. —Loki se colocó delante de ella—. Hermano, ¿apostarías conmigo?

—¿Apostar? ¿Contra ti? ¡Desde luego! Yo digo que no vencerás ninguna prueba y que no serás capaz de enfrentarte a mí —el tono socarrón de sus palabras sacaba de quicio al dios de ojos verdes.

—No te confíes demasiado, Thor. Yo creo que ganaré a todos y que acabaré luchando contigo. Si yo soy el vencedor, serás mi sirviente por dos semanas y harás cuanto te ordene — le ofreció alegremente.

—Y si gano yo, lo serás por un mes y cumplirás mis mandatos. ¿Hecho?

—Hecho.

Los hermanos se estrecharon las manos con fuerza. Thor intentó hacer alarde de su fuerza, pero Loki, sin amedrentarse, le devolvió el gesto con vigor. Las muchachas que acompañaban al hijo de Odín reían por lo bajo: les encantaban esos ataques de hombría. Thor soltó la mano de su futuro contrincante y, tras besar con ganas a las dos jóvenes, las agarró por la cintura y desapareció del dormitorio, no sin antes gritarle que se verían por la mañana en el campo de batalla.

Dagur puso los ojos en blanco: odiaba al dios con todas sus ganas. Era un fanfarrón de mucho cuidado y un galán con las jovencitas, que se peleaban entre ellas con tal de tener al príncipe sobre sus cuerpos desnudos.

—¿Podrás vencerle? —preguntó Arya, volviéndose hacia él.

—No podrás ganarle —respondió el otro gurrero.

—He de intentarlo, tengo que borrar esa expresión de triunfo que siempre porta. Me saca de quicio.

—No le hagas daño, te lo suplico —rogó Arya. —¿También has caído en las redes de mi hermano? —Loki se mostraba molesto.

—¿Yo? ¿Con Thor, hijo de Odín? ¡No me hagas reír! Es testarudo e infantil. A mí me gustan más los inteligentes. —Le guiñó un ojo. Loki apartó la mirada, ruborizado—. Anda, descansa, mañana iremos a animarte en el torneo.

Arya salió del dormitorio seguida por Dagur, que se despidió de su amigo con unos golpecitos en el hombro.

Loki empujó la puerta y la cerró con llave: no quería que nadie lo molestara. Caminó hacia la ventana y se sentó en el alféizar, tal y como Dagur había hecho momentos antes. El sol se escondía lentamente tras los confines del reino, creando un arcoíris de colores en el cielo mientras las lunas comenzaban a hacer acto de presencia en el firmamento. A lo lejos, pudo distinguir la silueta de su hermano y de las chicas que lo acompañaban. Pensó que serían rameras, aunque estas tenían más clase que ese tipo de jovencitas. Thor les mostraba sus fuertes bíceps y su musculoso pecho, ahora desnudo. Por un instante, dudó de si sería capaz de enfrentarse a él y vencerle. Los demás contrincantes no le importaban en absoluto, pero, sobre todo, temía que Thor lo dejara en ridículo delante de los nobles de los Nueve Reinos e incluso de los dioses invitados.

Cerró los ojos y pensó en cómo conseguiría derrotarle, pero no se le ocurrió nada. Ofuscado, bajó del alféizar y se tiró de espaldas sobre el colchón, tapándose los ojos con el brazo.

Entonces sintió como la cama se hundía por un lado. Apartó el brazo y se encontró con Fenrir, su amado lobo. Estiró la mano y le acarició el suave y negro pelaje. El animal abrió los párpados y le miró. Tumbado sobre el lomo, mostró su panza, lista para ser mimada. Loki, sonriente, le rascó con ganas y Fenrir acabó meneando la pata con frenesí.

La criatura se movió y posó la cabeza sobre el pecho de su dueño, observándolo con sus dorados iris. Sentir el calor del cuerpo de su mascota relajaba al dios de una manera que no podía entender. La respiración del lobo lo adormiló, cayendo, finalmente, en un profundo sueño.

_____________

El amanecer llegó antes de lo previsto y Loki vio su dormitorio invadido de sirvientes que lo prepararían para recibir a los invitados al torneo. Para su sorpresa, Nura, la criada de cabellera color miel y ojos castaños, junto con dos mujeres más, portaba su traje de gala, el cual presentaba sus colores preferidos: negro y verde. Thor siempre se burlaba de él por elegir esas tonalidades. Al otro dios le gustaban todas y, por desgracia, cualquiera le sentaba bien; sin embargo, a Loki esos matices le hacían sentirse seguro. Además, así no llamaba la atención.

Nura peinó el cabello con lentos movimientos, relajando el tenso cuerpo del dios, que seguía reprochándose en silencio haber retado a su hermano. Loki se volvió hacia ella y la miró a los ojos. Al joven le llamó la atención su mirada de ojos grandes y dorados; era una muchachita delgada y bonita.

—Nura, ¿cuántos años tienes?

Pero ella no respondió. Era una criada y no tenía ningún derecho a dirigirse a sus amos, y mucho menos a su príncipe. Si alguien se enterara de que hablaba con ellos, podrían imponerle un severo castigo o incluso azotarla.

A Loki le pareció que era demasiado joven para dedicarse al cuidado de un príncipe. Sintió lástima por ella, pues tenía miedo de hablar con alguien que no fueran sus superiores. Estuvo tentado de decirle que se marchara, que viviera su vida como ella deseara, pero no tenía el poder para hacerlo. Quizá se lo comentara a su madre.

Las mujeres lo vistieron con rapidez. Los pantalones verdes se ajustaban a su cuerpo a la perfección y la casaca, del mismo color, con las solapas y puños negros y ribetes dorados, le llegaba casi hasta las rodillas. Las botas, de caña alta, iban a juego con las solapas.

Nura se acercó a él y le colocó sobre el pecho una cadena dorada de la que enganchó la capa, también verde, que caía por su espalda. Odiaba esa prenda, pesaba como mil demonios y, además, era muy incómoda; no era la primera vez que tropezaba con la tela. Pero no tenía más remedio. Por suerte, podría deshacerse de ella cuando llegara su turno para luchar. No fue consciente de cómo la jovencita lo miraba mientras le colocaba la capa sobre los hombros.

En ese momento, alguien llamó a la puerta y dirigieron sus miradas hacia la entrada.

—Mi señora Frigg —saludó la criada con una reverencia.

—Madre. —Loki se postró ante ella mientras sonreía.

La chiquilla, sin levantar la vista del suelo, salió del dormitorio seguida por sus compañeras, que dejaron a sus señores a solas. Frigg observó a su hijo: ya no era el pequeño que antaño la conquistó; ahora, era un joven alto, fuerte y atractivo, además de inteligente. Le devolvió la sonrisa y se sentó en el diván.

—Loki, ¿has visto a tu hermano? Llevamos horas buscándolo y no logramos localizarlo —preguntó la diosa, visiblemente preocupada.

—Supongo que estará preparándose para el torneo, no te preocupes —mintió, ya que sabía perfectamente que había pasado la noche con las dos jóvenes—. Iré a buscarlo. Regresa junto a padre, los invitados estarán a punto de llegar.

Loki le ofreció su mano y ella la tomó, ayudándola a ponerse en pie.

—Ten cuidado con Thor, ya sabes lo bruto que es —dijo la mujer, que lo besó. Después, se marchó.

Una vez a solas, el dios usó uno de sus hechizos de teletransportación hasta el escondite de su hermano, el mismo que ambos habían utilizado siendo niños. Se trataba de una cueva oculta en los jardines de palacio cuya entrada estaba rodeada de espinos, por lo que nadie podría imaginar qué se encontraría tras los arbustos. Cerró los ojos y, con un gesto de su mano, su cuerpo se convirtió en millones de partículas que volaron por la habitación hasta desaparecer por completo, reapareciendo en la caverna. Cada vez que usaba ese tipo de magia sentía un reconfortante cosquilleo por todo su ser. Abrió los ojos, pero el lugar estaba oscuro y podía escuchar perfectamente la fuerte respiración de su hermano.

Entonces sonrió con malicia y se frotó las manos. Una llama naranja apareció en su palma, iluminando el escondite. Cerró los ojos y cogió aire. De pronto, el suelo de la cueva comenzó a temblar únicamente en el lugar donde su hermano dormía, ya sin compañía. Al notar el terremoto bajo su cuerpo, Thor despertó rápidamente, asustado y desconcertado.

—¿Pero qué...?

—¡Llevamos horas buscándote! El torneo está a punto de comenzar.

—Me he quedado dormido... —Se rascó el enmarañado y rubio cabello—. Al menos, lo pasé muy bien anoche... Astrid, por un lado, Yena, por el otro. Desnudas y dispuestas para mí...

—¡Cállate! ¡No quiero saber nada! —Se preparó para salir de la cueva.

—¡Pero qué mojigato eres! Ahora me dirás que no has yacido con ninguna muchacha.

El silencio de su hermano respondió por sí solo. La carcajada de Thor retumbó por todas partes, incluso el eco se burlaba de él.

—¡Por Odín! ¡Tenemos a un tímido en la familia!

—¡Cállate! —gritó con odio.

¿Tan malo era ser virgen a sus dieciséis años? Cierto era que Thor tenía dos más que él, pero eso no significaba que fuera una mosquita muerta.

—Vamos, te están esperando: ansían a su héroe —en sus palabras había rabia.

Thor se puso en pie y sacudió el polvo de su ropa. Loki salió del escondite y su hermano lo siguió.

—Cuando te gane dejarás de ser un niño: te traeré a la mejor y más experta mujer para que pierdas de una vez por todas tu preciada virginidad. Disfrutarás de una gran noche. — Thor continuó burlándose de él todo el camino hasta el palacio.

—Si gano yo, dejarás de tener visitas de tus amiguitas durante un mes.

—¡Ni hablar!

—¿Tienes miedo de perder? —lo retó Loki.

—Nunca. —Estrechó su brazo con fuerza, mostrándole así su conformidad—. Hermanito, no querrás que padre y madre me vean de esta guisa…

Loki miró a su hermano: estaba hecho un adefesio. Con un movimiento de manos, Thor parecía otro. Su cabello largo y rubio era sedoso y lo tenía peinado hacia atrás. Vestía un pantalón azul marino y una casaca plateada de la que, al igual que Loki, caía una larga capa roja. Las botas eran plateadas, como el jubón que llevaba puesto.

—Mucho mejor. Gracias, hermano.

Pero no recibió respuesta por parte de él. Loki hizo desaparecer a su hermano y a sí mismo de allí y aparecieron ambos en el salón del trono, donde Odín esperaba enfadado a sus hijos.

—Buenos días, Padre de Todos. —Loki se inclinó ante el dios.

Thor lo imitó como si fuera un extraño recién llegado y no supiera cómo tratar a la realeza.

—¡Llevo horas esperando! ¿Dónde te habías metido? — reprendió a su hijo.

—Yo...

—Lo encontré socorriendo a uno de nuestros pastores —los interrumpió Loki—. Había perdido varias ovejas y prestó su ayuda para encontrarlas.

Thor se encogió de hombros, fingiendo que no tenía importancia. Odín miró a su hijo con su único ojo, como si no le creyera. Frigg desvió su mirada hacia Loki, que negó imperceptiblemente. Una vez más, estaba protegiendo a su hermano.

Loki se acomodó al lado de su madre, que vestía un elegante vestido dorado con pedrería por toda la tela y su largo cabello rubio caía en ondas sobre su espalda. Thor se sentó a la izquierda de su padre, que portaba orgulloso su armadura de oro, creada por los enanos especialmente para él y que solo se ponía en ocasiones especiales como aquella.

Las puertas de palacio estaban abiertas y los invitados comenzaron a llegar. Los altos mandatarios de los Nueve Reinos se colocaron a la derecha del Padre de Todos, esperando órdenes del gran señor, mientras que los dioses invitados se ubicaron a su izquierda. Los demás se encontraban repartidos por diferentes lugares.

—¡Bienvenidos a Asgard! —agradeció Odín, levantando los brazos—. Disculpad la demora en atenderos. Hermanos, sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos reunimos, y no fue para festejar nada. La batalla contra los gigantes causó mucho daño, pero aquí estamos una vez más, unidos por nuestros hijos y compañeros. Dicho esto, ¡disfrutemos del torneo!

La gran sala del trono se llenó de vítores y aplausos: llevaban tiempo deseando asistir a tan importante acontecimiento. El Padre de Todos levantó su lanza y una luz azulada los transportó hasta el lugar del evento: un enorme círculo de arena rodeado de cómodas gradas desde donde podrían ver los combates sin perder ningún detalle.

Frigg, en pie, esperaba a que Odín presentara a los contrincantes, que estaban deseosos por batirse en duelo contra Thor. Uno a uno, Odín dio la bienvenida a los veinte bravos guerreros que se atreverían a exhibir su fuerza ante todos. Después, les confesó cuál sería el premio para el ganador.

—Aquel que consiga vencer a alguno de mis hijos tendrá un alto cargo en mi escolta —anunció con orgullo.

Los asistentes se sorprendieron, pues el Padre de Todos era bastante desconfiado a la hora de elegir a los miembros de su ejército. Esa recompensa era un aliciente para los combatientes. Todos querían ganar, pues sería un honor formar parte del séquito de Odín. Pertenecer a ese grupo era importante, ya que estarían al tanto de lo que ocurría en Asgard y serían los primeros en tomar la iniciativa en caso de guerra, pues los asgardianos presumían de ser valientes; y qué mejor manera de demostrarlo.

Y el torneo comenzó.

Diez de los intrépidos hombres empezaron a luchar entre ellos. Cada uno portaba el arma que sabía manejar: espadas, lanzas e incluso arcos y flechas. Eran diestros y rápidos, además de inteligentes. Peleaban con esmero y osadía. Tyr, el dios del combate, disfrutaba como un niño con botas nuevas mientras Eir, la diosa de la salud, se encargaba de curar a los heridos. Esta sentía lástima al ver las heridas de cualquier lesionado, absorbiendo el dolor.

Hermod, al que consideraban el dios «mensajero», animaba a los contrincantes para que lucharan y no abandonasen la batalla.

El constante temblor de la pierna del aburrido e histérico Thor estaba poniendo de los nervios a su hermano, que a punto estuvo de utilizar su poder para congelarlo y que dejara de moverse. Frigg miró de soslayo al hijo de su sangre y le dio un disimulado codazo, sobresaltándolo.

Odín se dio cuenta del gesto de su esposa, dirigió la mirada hacia el impaciente joven y sonrió. Estaba orgulloso de lo valiente y decidido que era el muchacho, pero a la vez era imprudente: solía cometer el fallo de actuar sin pensar.

Después miró a Loki, que, de brazos cruzados, observaba el torneo sin ganas. Sabía que no le gustaba pelear: él era estudioso e inteligente, a la par que sensato, pero había en su interior cierta picardía que lo haría convertirse en un buen guerrero, además de en el segundo heredero al trono cuando Thor no estuviera sentado en él.

El combate acabó con cinco ganadores que se enfrentarían al dios del trueno, mientras los cinco siguientes lo harían contra Loki, siempre y cuando este no acabara desapareciendo de allí.

Cuando los últimos guerreros en la arena vencieron, Thor saltó de su asiento.

—¡Al fin! ¡Es mi turno! —gritó eufórico mientras se quitaba la capa. Casi se arrancó la casaca por la impaciencia, dejando su pecho desnudo.

Loki se llevó las manos a la cara, escondiéndola por la vergüenza. Desde luego, a su hermano le encantaba llamar la atención.

El joven dio un salto desde la grada real hasta la arena y un fuerte trueno retumbó sobre sus cabezas. Los contrincantes, embriagados por la idea de enfrentarse al dios, le dieron la opción de escoger un arma, pero este se negó: usaría sus manos desnudas y la fuerza de la que alardeaba. Odín, satisfecho por la elección de su hijo, aplaudió con ganas y le deseó suerte. Los asistentes vitorearon al heredero al trono de Asgard.

Tres de los vencedores se lanzaron hacia él con ímpetu, pero Thor, con un simple empujón, los derribó. «Qué rápido acabará el combate», pensó Loki, preocupado. Si había vencido a tres hombres de un solo golpe, ¿cómo él, que no había luchado nunca, sería capaz de ganarle?