Historia de Delio contada por su papagayo - Jesús Ballaz - E-Book

Historia de Delio contada por su papagayo E-Book

Jesús Ballaz

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Historia de Delio, cuyo origen era un secreto bien guardado. Un agudo papagayo, que convivió con el chico durante un año, va desvelando las claves de su vida, relacionada con tristes acontecimientos ocurridos en Argentina. El ave fue grabando en una cinta lo que iba descubriendo. El sorprendente aparato acabado de inventar, que descodifica el lenguaje de esas aves, ha permitido transcribir este inquietante relato que es, al mismo tiempo, un alegato contra la barbarie y el olvido.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Jesús Ballaz, 2002jesusballaz.blogspot.com.es

ISBN: 9788416862337

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!

CONTRA LA BARBARIE

Historia de Delio contada por su papagayo

Mi papagayo ya habría cumplido cuarenta y cinco años, y la cola, que era su único orgullo, habría empezado a pesarle. ¡Cómo me acuerdo de él, de sus exuberantes colores, de su mirada inteligente! Nuestras vidas se cruzaron por caminos insospechados. ¡Un ave enjaulada de tortuosa lengua y un músico de vida nómada por los escenarios del mundo!

Le rogué que grabara esta historia hace doce años, cuando aún no sabía si algún día podría descifrarla. Por entonces nadie era capaz de comprender el habla de los papagayos. Lo hizo para mí como un gesto amistoso, y yo he guardado hasta hoy la grabación como recuerdo de familia, sin intención de mostrarla. Y la verdad es que no habría cambiado de opinión si no hubieran tenido lugar acontecimientos que han sacudido mi ánimo.Si, por fin, he tomado la decisión de hacerla pública, ello es producto de la indignación que sentí al ver que un tenebroso general, ya viejo pero con la arrogancia intacta, lograba escabullirse de los tribunales de justicia. Nunca habría dado el paso de poner en manos del lector esta historia, que es muy mía y de los míos, si no me hubiera afectado el dolor de quienes no quieren sepultar la dignidad en el ignominioso olvido.

¡No penséis que un papagayo es una especie de vanidoso aguilucho de adorno que sólo piensa en lucir el magnífico plumaje de que lo ha dotado la naturaleza! No, es un pájaro discreto y listo, tenaz y ponderado, capaz de calibrar y contar una historia con eficacia.

Así pues, aquí no hay nada del violoncelista Miguel Soria, a no ser la tenacidad necesaria para descifrar lo que el papagayo había contado a una cinta magnetofónica. Me he limitado a transcribir su narración, ayudado por un complejo aparato acabado de inventar, capaz de descodificar las voces de los papagayos. Sólo me he permitido ligeras correcciones de estilo, pero no he introducido nada de mi versión de los hechos, que conocía por otros conductos. He preferido respetar su manera fragmentada de contar lo que ocurrió el año que vivió con Delio, el hijo de mi hermana Aurora.

Ahora que me he retirado de los escenarios, más que de mis éxitos con el violoncelo estoy orgulloso de haber convertido en palabra escrita la voz de este digno y modesto pájaro de pico curvado por el silencio que se cruzó casualmente en mi vida. Frente a este manuscrito, fruto de la transcripción de su voz, me siento como frente a las viejas partituras medievales o renacentistas que he logrado despertar de siglos de silencio.

¡Ojalá que en el próximo milenio esta historia, de tan increíble, se tenga por un inverosímil sueño de la imaginación de un ave locuaz!

1. Cuando llegué a casa de Delio, hace un año, yo tenía treinta y dos años, veinte más que el chico. Así pues, no he vivido mucho con él; sin embargo, lo he calado bien y, antes de que Mimú, esa maldita gata que comparte la casa con nosotros, me desplume y acabe con mi memoria, voy a desplegar el pico curvado de puro callar para que Miguel sepa quién es Delio y quién soy yo. Ya sé que muchos van a desconfiar de lo que dice un papagayo, pero conozco muy bien esta historia; una buena parte la he vivido o se la he oído contar a la abuela, que siempre hablaba claro.

2. Me cazaron junto a mi madre y algunos de mis hermanos, cuando apenas había aprendido a volar. Hasta hace poco no supe cómo se llamaba el gran río cuyo brillo plateado o verdoso aún perdura entre brumas en mi memoria. Desde que Delio pronunció su mágico nombre, Amazonas, a menudo me sorprendo, pensando en él y embargado por la nostalgia.

Mi madre murió muy pronto. Mis hermanos y yo seguimos en un triste zoo bonaerense hasta que nos fueron dispersando.

3. A mí me compró un capitán de barco y entonces empecé a viajar en su camarote sin lograr acostumbrarme a sus gritos: “¡Que se aparten las ballenas…!”. Tras recorrer los mares y recalar en muchos puertos, no sé cuáles porque entonces no sabía leer, regresé a Buenos Aires, a la vitrina de una tienda de zapatos de niños que pertenecía a la hija del viejo marino. Me tenían allí para embellecer la zapatería y atraer la atención de posibles compradores.

El negocio le fue mal y un día me subastaron para sacar dinero del esplendor de mis plumas y de mi desgracia. Por fortuna, no vi quién pagó para sacarme de allí. Lo he odiado durante muchos años. Me hicieron cruzar al Atlántico y llegué a una casa llena de sables donde me recibieron con honores militares. El brusco general Biescas se cuadraba ante mí, me llenó el papo durante diez años pero me trató sin afecto. Fueron años tristes.

Más adelante contaré cómo pasé a casa de Delio, que ésa es otra historia.

4. En el intervalo de los doce meses que he vivido con Delio, él ha hecho el gran descubrimiento de su vida. La mía, en cambio, ha ido transcurriendo sin sobresaltos, fuera de los ataques de la maldita gata. El peligro de morir en sus garras me ha hecho valorar la amistad, los barrotes de mi jaula, el silencio de la noche, los pequeños gestos de cariño…, y me ha mantenido alerta.

El chico no me hacía caso, incluso me trataba con cierto desprecio, pero la única que me odiaba era Mimú, que no quería compartir conmigo el calor del hogar, a pesar de que éste acaricia a todos sin quitar placidez a nadie. En cambio, se mostraba mimosa con Delio y con sus padres, como diciendo: “Yo al menos hago algo, no como ese loro parlanchín que sólo tiene cola para molestar y para hacer sombra”. Sólo la comprendí mejor cuando supe que no había conocido a su padre y que había perdido a su madre bajo las ruedas de un coche.

5. Me instalé en aquella casa en los días que precedían al comienzo del curso. Aurora, la madre de Delio, se iba muy temprano a la oficina de Seguros Bienestar, apenada por dejarlo solo. Andrés, su marido, solía salir más tarde, a no ser que se declarara un incendio.

Delio era el que más convivía conmigo, pero a menudo se olvidaba de que los papagayos también tienen hambre. Para él no era más que un abanico que se desplegaba para fardar ante sus amigos Clara, Alfredo y el Flaco. Menos mal que la abuela venía a menudo. A sus setenta y seis años, era de piel amarga pero de corazón dulce. Su recelo inicial hacia mí procedía de las opiniones de su difunto marido sobre su consuegro, el general. A veces le decía a su amiga Trini que, si ayudaba a su hija, lo hacía por Delio, a quien veía desvalido, y al que no quería dejar sin más compañía que un triste papagayo.

6. La mejor agarradera que tuvo Delio fue también su abuela, una mujer corpulenta, de voz firme y transparente, que detestaba los silencios. Muchas de las cosas que sé sobre Delio se las debo a ella, ya que ningún papagayo es capaz de descubrir por sí mismo tantos secretos.

Enseguida tomé cariño a aquella mujer vital y espontánea. Basta lo que he aprendido de ella para que nunca me arrepienta de haber pasado un año con esta familia. Lástima que nunca se lo haya podido agradecer con esta torpe lengua y con este acento, mezcla de portuñol, jíbaro y chillido de mono. Dudo que la grabadora vaya a captar lo que nadie entiende, excepto otros papagayos, pero continuaré grabando esta historia por Miguel, que siempre me anima a hacerlo. Tal vez él, con su increíble oído de músico, logre interpretar algo.

7. Llevaba allí menos de un mes, cuando Mimú se lanzó desde la nevera hasta el brazo del sillón donde yo estaba y se me llevó en sus garras una pluma de la cola. Ese día aprendí dos cosas: que el sillón no era mi sitio y que, mientras ella estuviera, debía mantener cierta distancia defensiva. Delio pareció alegrarse de mi retirada, como si estuviera receloso de quien creía que había venido a invadir el espacio que le correspondía junto a su padre y su madre, aunque él no lo ocupara.

8. La madre de Delio, Aurora, era afable y apocada. El cupo de dotes que correspondía a toda la familia lo habían acaparado su madre y su hermano Miguel, un notable músico. Eclipsada desde joven por la personalidad de la madre y la fama del hermano, Aurora no había encontrado novio hasta que ocurrió un incendio en el bloque donde vivían entonces. Al oír las sirenas, salió al balcón en pijama y con el corazón libre, y llegó abajo enamorada de Andrés, el bombero que la llevaba en brazos. También él, por ciertos avatares de la vida que más tarde contaré, estaba abierto a la llegada del amor desde que había dejado de seguir la estela de su padre en el ejército y en las tabernas, cuando una dura experiencia le llevó a romper con la tradición militar de la familia.

9. Delio pasaba un mal momento. “Le ha salido una sombra bajo las cejas”, decía doña Olvido. A medida que se iba cerrando sobre sí mismo, fue creciendo la distancia que le separaba de los suyos. No le reñían, pero tampoco se atrevían a exigirle para no enfrentarse con él ni desairarle. A punto de cumplir doce años, estaba cerca de hacer el gran descubrimiento de su vida. Pero sus padres, ocupados en apagar fuegos y en vender seguros, no se daban cuenta. La abuela, que transmitía tranquilidad y sosiego, era la única que lo escuchaba sin hacerle reproches ni siquiera con la mirada. Aunque en ocasiones fueran duras, sus palabras protegían a Delio de sí mismo y de sus fantasmas.

10. Trini llamó por teléfono para felicitar a la abuela.

—¿Cómo que no está ahí? Tampoco en su casa contesta. No puedo creerme que aún esté en la policía, si todo pasó ayer…

—Hoy no ha venido —cortó secamente Delio.

—¿No habéis leído la prensa? ¡Hay una sorpresa! ¡Qué grande es Olvido! —Y cortó.

Andrés, que acababa de regresar con el pan y el periódico, lo dejó abierto en la página 23. El chico leyó en voz alta los titulares: “Intrépida superabuela hace frente a una banda de atracadores. Una anciana, que hacía cola ante la ventanilla del Banco del Sur, se enfrenta a los ladrones que pretendían atracar la entidad de ahorro”.

Yo volví a leerlo más tarde, poquito a poco, porque entonces aún estaba aprendiendo. A Delio le habría gustado que la abuela hubiera salido por televisión, aunque sólo hubiera sido por darle en las narices al chulo de Alfredo, pero ella se negó a ir a contar batallitas.