Turno de noche - Jesús Ballaz - E-Book

Turno de noche E-Book

Jesús Ballaz

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Beschreibung

Desde el piso 26 Merce observa cómo crece la ciudad de Samir. Un día descubre que algunos trabajadores hacen en secreto un Turno de noche en el gran edificio-laberinto que se construye enfrente. Y está dispuesta a hacer cualquier cosa para averiguar qué ocurre.

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Jesús Ballaz Zabalza

Turno de noche

© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Jesús Ballazjesusballaz.blogspot.com.es

ISBN: 9788416862399

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

Cuando empieza esta historia, sólo quedaba en casa Pablo Aínsa con su hija veinteañera. Sus dos hermanos, Anselmo y Ramón, habían emigrado al extranjero, y su mujer había muerto de tristeza. En medio de su parcela, sólo crecía un almendro que se recortaba contra los primeros edificios de la ciudad de Samir.

Si los Aínsa se marcharon no fue por gusto, sino por culpa de César Lostau y los suyos, que comenzaron a apoderarse de su tierra y de la de otros pequeños propietarios en cuanto vieron que la ciudad empezaba a crecer. Al menos eso fue lo que se le escapó alguna vez a Pablo, que no quería hablar del pasado por no amargar a su hija. Anita sólo había escuchado retazos de la historia familiar, y por eso lograba recomponerla a duras penas.

César Lostau ya era viejo, pero conservaba la vista y la ambición de siempre. Aquella tarde, mientras contemplaba con sus hijos aquellos arrabales, de visita en la casona donde vivieron sus padres, no podía soportar ver tierra que no fuera suya.

—¿Cuándo va a ser nuestro ese almendro? —le preguntaba a Tomás, su hijo mayor—. ¿Qué esperáis a comprar el árbol y la tierra que lo alimenta?

No había nada que le recomiera más que no poseer aquel árbol que ondeaba como una bandera extranjera entre sus campos y que, cada vez que volvía a los parajes de su infancia, le recordaba que aún había algo que se resistía a su poder.

—No está a la venta. Pablo Aínsa y su hija no quieren vender.

—¿Esos miserables? ¡Muertos de hambre...!

—Ya les hemos propuesto la compra, pero... —le recordó Jaime, el pequeño, mejor negociante.

—¡Les habréis ofrecido poco! Vosotros por no gastar... ¡Para ganar hay que invertir! Y daos prisa porque la ciudad va creciendo y esos terrenos se revalorizarán y podremos ganar mucho dinero.

Pero el almendro seguía en pie, con sus flores rosadas en marzo y su redonda copa verde con aroma a libertad... Cuanto más bello, mayor era la codicia de los Lostau y más se avivaba el odio entre las dos familias. Un odio que no era de ayer, sino que venía de lejos.

Una noche, más de veinte años antes, había corrido el alcohol y brillaron las hojas de las navajas. El primogénito de los Aínsa, Anselmo, experimentó en su propia cara el filo agudísimo del odio.

—Eso es lo que os haré a todos los Aínsa si no marcháis —oyó, mientras caía desmayado en una cuneta, con el rostro chorreando sangre.

Él creyó reconocer la voz de un Lostau, pero la noche estaba tan oscura y le cogieron tan desprevenido, que no logró identificar con certeza a su agresor.

Nadie hubiera dicho hasta entonces que su tío Herminio Caro tuviera la sangre envenenada y que albergara en su interior un fantasma violento. Pero hay duendes que pueden dormir años en el corazón de alguien, haciendo creer que ya no existen, y al final afloran.

Herminio casi no hablaba, sólo gruñía, aunque de joven había sido juerguista y parlanchín, según contaban. Todo cambió un lejano día cuando su novia, una criada de los Lostau, lo abandonó por un charlatán de feria cuando Herminio ya le había comprado el traje blanco. Es decir, que le pagó el vestido de novia sin saber que sería otro quien la llevaría al altar.

Desde aquel día se transformó radicalmente. Se mostró cada vez más huraño y no manifestaba otra pasión que el orgullo por aquellos tres sobrinos que entonces aún eran muy jóvenes. Tal vez si el que afiló su navaja para usarla contra Anselmo hubiera tenido en cuenta el mirar de rayo del tío del agredido, se había tragado su propio odio antes de atacarle. Un nubarrón hinchado de centellas nubló la vista de Herminio cuando vio el tajo en la mejilla de su sobrino.

Una noche oscura alguien esperó a César Lostau, que volvía a su casa, y le propinó tal paliza que lo dejó sin sentido y tuvieron que recomponerle cinco costillas en el hospital. ¡Suerte tuvo de que lo encontraron pronto!

En cuanto salió del quirófano dijo a los suyos:

—¡Pronto sabrá ése quién soy yo!

—¿Quién te pegó? —le preguntaban sus hijos.

—No lo sé con certeza, pero...

No habían transcurrido tres meses, cuando Herminio desapareció una fría madrugada. Aquella noche, como otras noches de niebla, había bebido para matar el lejano recuerdo de su novia vestida de blanco. A los que habían estado con él siempre les quedó la duda de si barruntaba su tragedia. El caso fue que no llegó a casa. Nadie supo dónde quedó, como si se hubiera desvanecido su sombra. Todos los esfuerzos por encontrar su cadáver fueron ineficaces. Al cabo de unos días su bufanda apareció colgada en el almendro de los Aínsa, como si les hubiera querido decir que su fantasma había acudido a aquel lugar que le resultaba familiar.

Pero un hombre así no muere en vano sin liberar alguna maldición. Aquel día olía a tierra recién labrada porque habían acabado de arar los campos.

Pablo siempre lamentó que su tío, a pesar de haber bebido, hubiera encontrado el camino hacia su casa antes de morir. Sin esa fatalidad, ahora su hija y él no se verían aplastados por su trágico pasado. Tanto él como muchos de sus vecinos, que odiaban la prepotencia de los Lostau, estaban convencidos de que éstos habían tenido mucho que ver con esa muerte, aunque nunca llegaron a presentar una denuncia, a pesar de todos los indicios, porque no tenían pruebas.

Pocos meses después de la misteriosa desaparición de su tío, Anselmo y Ramón emigraron al extranjero y nunca más se volvió a tener noticias de ellos.