Historia de las mujeres filósofas - Gilles Ménage - E-Book

Historia de las mujeres filósofas E-Book

Gilles Ménage

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Beschreibung

Escrito por Gilles Ménage en 1690, gran latinista y preceptor de Madame de Sévigné y Madame de La Fayette, Historia de las mujeres filósofas es un libro sin precedentes sobre las pensadoras de la Antigüedad. Similar a una enciclopedia, Ménage da cuenta de quiénes fueron y qué dijeron. Sesenta y cinco mujeres a las que hoy difícilmente encontraríamos en nuestros diccionarios filosóficos. Este libro devuelve la palabra a pensadoras silenciadas por la historia, las rescata del mero papel de hijas, esposas o amantes de notables filósofos y las considera protagonistas de un quehacer intelectual en pie de igualdad con el resto de los pensadores. "No es que no hayan existido mujeres que filosofaran. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas". Umberto Eco

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GILLES MÉNAGE

HISTORIA

DE LAS MUJERES FILÓSOFAS

Traducción de

MERCÈ OTERO VIDAL

Introducción y notas de

ROSA RIUS GATELL

Herder

Título original: Historia mulierum philosopharum

Traducción: Mercè Otero Vidal

Diseño de la cubierta: Michel Tofahrn

Maquetación electrónica:produccioneditorial.com

© 2009, Herder Editorial, S. L., Barcelona

© 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-3029-9

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

www.herdereditorial.com

Índice

CUBIERTA

PORTADA

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

PREFACIO

FILÓSOFAS DE ESCUELA INCIERTA

HIPO

ARISTOCLEA

CLEOBULINA

ASPASIA

DIOTIMA

BERONICE

PÁNFILA

CLEA

EURÍDICE

JULIA DOMNA

MIRO

SOSIPATRA

ANTUSA

AGANICE

EUDOCIA (Atenaida)

SANTA CATALINA

ANA COMNENA

EUDOCIA (esposa de Constantino Paleólogo)

PANIPERSEBASTA

NOVELLA

ELOÍSA

PLATÓNICAS

LASTENIA

AXIOTEA

ARRIA

GEMINA (madre)

GEMINA (hija)

ANFILIA

HIPATIA

ACADÉMICAS

CERELLIA

DIALÉCTICAS

ARGIA

TEOGNIDA

ARTEMISIA

PANTACLEA

CIRENAICAS

ARETE

MEGÁRICAS

NICARETE

CÍNICAS

HIPARQUIA

PERIPATÉTICAS

LA HIJA DE OLIMPIODORO

TEODORA

EPICÚREAS

TEMISTA

LEONCIO

TEÓFILA

ESTOICAS

PORCIA

ARRIA (madre)

ARRIA (hija)

FANIA

TEÓFILA (véase en epicúreas)

PITAGÓRICAS

TEMISTOCLEA

TEANO (esposa de Pitágoras)

MÍA

ARIGNOTA

DAMO

SARA

TIMICA

FILTIS

OCELO

ECELO

QUILÓNIDE

TEANO (esposa de Brontino)

MÍA (véase más arriba)

LASTENIA (véase en platónicas)

HABROTELIA

EQUECRATIA

TIRSENIS

PISÍRRODE

NESTEADUSA

BOIO

BABELIMA

CLEECMA

FINTIS

PERICTIONE

MELISA

RÓDOPE

PTOLEMAIDE

NOTAS

Información adicional

INTRODUCCIÓN

LAS FILÓSOFAS DE GILLES MÉNAGE*

Rosa Rius Gatell

Pues la filosofía hay que

degustarla y no devorarla

Gilles Ménage

A finales del siglo XVII se publicaba por primera vez un libro titulado Historia mulierum philosopharum (Lyon, 1690). La obra se debía a Gilles Ménage (1613-1692), latinista y gramático de fama. Y también poeta, «menor», se apresura a señalar la crítica. Un autor a quien alguien tan poco proclive al elogio como Pierre Bayle definía en su Dictionnaire historique et critique como «un des plus savans hommes de son temps, & le Varron du XVII Siécle». En 1692, apenas dos años después de la primera, aparecía una segunda edición de la Historia. El libro iba dedicado a Anne Lefebvre (o Le Fèvre) Dacier (1647?-1720), «la más sabia de las mujeres actuales y del pasado»,1 intelectual francesa, editora y traductora de numerosos clásicos griegos y latinos. De ella escribió Voltaire: «Madame Dacier es uno de los prodigios del siglo de Luis XIV».

¿Una historia de las filósofas escrita en el siglo XVII? ¿Dónde se han conservado sus nombres, sus obras o fragmentos, su pensamiento? A raíz de la traducción en francés del texto de Ménage, Umberto Eco decía haber hojeado por lo menos tres enciclopedias filosóficas actuales sin encontrar citadas (exceptuando a Hipatia) a ninguna de las pensadoras recogidas en la Histoire des femmes philosophes.2 Concluía el autor italiano: «No es que no hayan existido mujeres que filosofaran. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas».3

¿Quiénes eran las filósofas evocadas por Ménage? ¿De dónde procedían y dónde cabía adscribirlas? «He encontrado sesenta y cinco filósofas en los libros de los antiguos»,4 leemos en el breve prefacio. Sesenta y cinco autoras5 nombradas por escritores e historiadores, no sólo antiguos, en contra de lo que afirma Ménage. ¿Nos hallamos, pues, ante una primerísima historia de las filósofas de la Antigüedad? No exactamente. Ménage compuso la obra como una especie de diccionario de filosofía en el que, con entradas de desi gual extensión, indicaba quiénes eran las allí reunidas, así como las fuentes, sobre todo antiguas, en las que aparecen mencionadas. La poca referencia a su pensamiento —algo que suele reprochársele a nuestro autor— podría hacernos pensar que el resultado de la lectura del texto es en cierto modo decepcionante. Pero la obra debe ser leída atendiendo a su propósito, a su naturaleza. No creo que decepcionara en el momento histórico en el que vio la luz, sobre todo entre un amplio círculo de las personas que la leyeron o comentaron. No pretendo con ello salvar a Gilles Ménage como historiador. Este libro no es, ciertamente, una «historia de la filosofía» desde una óptica moderna.6 Para avanzar en este sentido, sería oportuno preguntarse a quién iba destinada esa Historia y cuál fue el propósito de su redacción. Sobre este punto pueden resultar de ayuda algunos elementos contextualizadores.

¿Quién fue Gilles Ménage? Alguien que se ocupó en profundidad de la lengua francesa; el creador del Dictionnaire étymologique ou Origines de la langue françoise. Es lo que comúnmente se sabe de él, autoridad distinguida por ser «Doctor» en griego y latín, y gran conocedor de la lengua italiana. Se acepta habitualmente que Molière lo caricaturizó e inmortalizó bajo los rasgos del pedante Vadius en Las mujeres sabias (1672, acto III, escena III). Los trabajos en el terreno filológico se consideran sus principales contribuciones. Éstos incluyen, además del Dictionnaire étymologique (París, 1650 y 1694), Le origini della lingua italiana (París, 1669) y Observations sur la langue françoise (París, 1672). Autor polémico y polemista, los estudios sobre su obra nos trasladan los numerosos reconocimientos de que fue objeto, pero también las descalificaciones de sus contemporáneos. Sin medir ahora la fuerza de sus defensores o de sus detractores, no puede negársele el papel que ocupa en la historia de la lingüística. Sin embargo, sin desatenderla, no es ésta la vertiente del autor que deseo subrayar aquí.

¿Quién fue, entonces, el Gilles Ménage capaz de responder algunos de los interrogantes antes planteados? Tal vez pueda hacerlo ese autor que estimó a las autoras de su tiempo y reconoció su saber. Alguien que, al principio del prefacio de su Historia, no ponía en duda el hecho de que: «También ha habido algunas [mujeres] que se han aplicado a […] la filosofía».7 Alguien, en definitiva, poseedor de los suficientes conocimientos de filología clásica que le permitieran recorrer con firmeza los textos griegos y latinos para certificar que siempre había sido así.

Gilles Ménage, cuyo nombre latinizado responde al de Aegidius Menagius, nació en Angers el 15 de agosto de 1613, y falleció en París el 23 de julio de 1692. Su madre, Guyonne Ayrault, era hermana del juez Pierre Ayrault. Su padre, Guillaume Ménage, era abogado del rey. Al parecer, desde su infancia mostró una verdadera pasión por la lectura y destacó por su extraordinaria memoria. En Angers estudió humanidades, filosofía y derecho bajo la guía de su padre. Continuó los estudios en París, ciudad a la que regresó años más tarde tras una estancia en Poitiers y, de nuevo, Angers. De personalidad controvertida, desempeñó primero la abogacía para acoger, después, la carrera eclesiástica, sin ordenarse. Vivió en la casa de Jean- François Paul Gondi, cardenal de Retz, hasta 1652, año en el que se mudó a unas dependencias situadas en el claustro de Notre-Dame.

Sabemos que frecuentó el círculo del palacio de Rambouillet, el célebre salón parisino creado por Catherine de Vivonne (1588-1665), marquesa de Rambouillet, y que acudió asiduamente al salón literario de Madeleine de Scudéry, más conocida como Mademoiselle de Scudéry (1607-1701). De momento dejaré sólo mencionadas aquí a la señora de Rambouillet y a Mademoiselle de Scudéry, pues habrá que volver a ellas. Ménage también fue recibido en el restringido salón de Madeleine de Souvré, marquesa de Sablé (1598?-1678), en el que sobre todo se debatían cuestiones teológicas. Asimismo, entabló amistad con la duquesa de Longueville (1619-1679) y fundó su propio salón literario en las habitaciones de Notre-Dame, donde celebró sus reuniones los miércoles, de ahí el nombre que recibieron, las mercuriales.

Desde muy pronto, la vida de Ménage aparece constelada de mujeres notables. Aunque las escasas informaciones disponibles presentan contornos variables, e incluso contradictorios, sobre los vínculos establecidos, destacaré brevemente a algunas de ellas. Sin atender un orden cronológico, comenzaré por dos grandes escritoras, dos amigas fundamentales en Ménage para lo que pretendo mostrar aquí: Madame de Sévigné (Marie de Rabutin- Chantal, 1626-1696) y Madame de La Fayette (Marie-Madeleine Pioche de la Vergne, 1634-1693). Él fue «preceptor» de ambas, una circunstancia que debió permitirle contemplar desde un lugar privilegiado la evolución y la exposición del saber de aquéllas. Madame de Sévigné y Madame de La Fayette se conocieron en 1651 y su amistad continuó el resto de sus días. Las dos eran ricas herederas y recibieron una educación «no formal», pues la educación «formal» desde el punto de vista académico estaba reservada a los varones. Sin embargo, su formación y pasión por el conocimiento las impulsó hacia un saber superior al de la mayoría de las mujeres de su condición social.

Madame de Sévigné estudió italiano, lo cual le permitió abordar, por ejemplo, la lectura de Tasso en su lengua original. Lectora de Virgilio, san Agustín, Montaigne y Pascal, sentía una debilidad especial por los autores latinos. Tácito y Quintiliano destacan entre sus lecturas. También los moralistas, aquellos que hablan de la vida y preparan para la muerte. Fue, sobre todo, una fecunda escritora epistolar. Sus cartas describen, como pocas veces se ha hecho, el clima moral y espiritual de su época, al tiempo que nos transmiten su intenso gusto por la vida y la pertinaz defensa de la libertad, junto a lo cual es perceptible un extraordinario mosaico afectivo hacia los suyos (cabe recordar, en especial, las cartas a Françoise-Marguerite, en las que expresa una gran pasión: el amor por su hija) y su admiración por la naturaleza. Entre los más señalados destinatarios de sus epístolas destacan La Rochefoucauld y Madame de La Fayette. Acogida en las mejores sociedades de su época, no tenía la costumbre de recibir en su propia casa. Fue admitida en la chambre bleue —a la que me referiré— justo a tiempo para admirar su postrero esplendor. Con Ménage entabló una intensa amistad intelectual. Fruto de este vínculo, el abate le dedicó en 1652 un poema de aproximadamente doscientos versos, Le Pêcheur ou Alexis. Idylle à Madame la marquise de Sévigné, en el que leemos:

De las obras del cielo la obra más perfecta,

adorno de la Corte, maravilla de nuestra época,

amable Sévigné cuyos poderosos encantos

cautivan la razón y dominan los sentidos,

pero cuya virtud, pintada en el rostro,

imprime respeto y temor a los más atrevidos…8

¿Y en cuanto a Madame de La Fayette? Siendo muy joven, y por motivos familiares, ésta se vio obligada a dejar París (entre 1653 y 1659). Se formó entonces en soledad, leyendo y escribiendo; y confiando en los consejos epistolares del abate, con quien había iniciado su amistad antes de abandonar la capital. El matrimonio de Marie-Madeleine con el conde de La Fayette, lejos de interrumpir la relación epistolar, le confirió el carácter canónico de amistad galante. Gracias a ella siguió desde lejos las novedades de la vida parisina en los años posteriores a la Fronda,9 novedades que con frecuencia iban acompañadas del envío de libros. Estudió italiano y latín por sugerencia de su preceptor. Leyó a los autores latinos (Horacio y Virgilio entre ellos) y a Pascal. Y en su escritura siguió un método de trabajo muy influido por su relación con Ménage. Para ella, y pese a lo comentado, la tarea de escribir nunca sería una aventura solitaria; se había acostumbrado a recurrir a los consejos de su tutor y a enfrentarse a su juicio, y así, incluso después del ocaso de su amistad, se mantuvo fiel a este método y sometió sus escritos a un minucioso trabajo de asesoramiento y revisión. Como señala Benedetta Craveri: «todas sus obras, de La Princesse de Montpensier a Zaïde y a La Princesse de Clèves, nacerán de una relación de colaboración e intercambio».10 En momentos en que la relación entre Madame de La Fayette y Ménage atravesaba una crisis aguda, el mentor siguió desempeñando su función. Y Madame de La Fayette le escribió mencionando a «nuestra princesa», en referencia a La Princesse de Montpensier, como muestra de gratitud por la ayuda recibida.11

El hecho de que Ménage dedicara varios poemas a sus amigas ha generado distintas interpretaciones, no siempre amables, acerca de su relación. Desconozco si sus versos amorosos siguen exclusivamente la moda de entonces o si, en algún caso, responden a una inclinación íntima. No creo que el análisis de sus homenajes o suspiros en griego, latín o francés puedan darnos una clave única de la relación entre el autor y sus destinatarias. Sí me parece verdaderamente relevante que, al conocerlas, reconociera, como ya he dicho, su saber, un saber estrechamente vinculado a la «cultura de la conversación», aquella revolución generada a raíz del particular fenómeno cultural de los «salones». En concreto, e inicialmente, a partir del espacio creado por Madame de Rambouillet. No me detendré aquí —como bien lo merecería este asunto— en la tradición de los salones; recordaré, no obstante, el incontestable protagonismo intelectual que las mujeres desempeñaron en dicha tradición, en la que tanto Madame de Sévigné como Madame de La Fayette participaron tan activamente, y en no menor medida en que, por supuesto, lo hizo Gilles Ménage.

Sin embargo, deseo referirme ahora en particular a la paradigmática chambre bleue o habitación azul del hôtel parisino de Rambouillet. No puede establecerse con exactitud la época en que abrió sus puertas el salón de Rambouillet,12 aunque suele aceptarse una fecha, la de 1618, que cobra un carácter inaugural. En dicho año dieron comienzo en el palacete las obras de reestructuración orientadas a construir un espacio bello, luminoso y armonioso; su objetivo era procurar una sensación de confortable intimidad que propiciase la conversación. Para ello, la principal de la casa debió recurrir a su propio diseño. Una tarde, descontenta con todos los proyectos que le fueron presentados, tras reflexionar largamente, gritó: «“¡Rápido, traedme papel! He descubierto la manera de hacer lo que quiero.” Y sin más trazó un plano, porque naturalmente sabía dibujar».13 Y ese plano se siguió punto por punto, relataba Tallemant des Réaux (1619-1690/1692), cuyas Historiettes, deseo recordar, representan un valioso documento para formarse una imagen próxima a la realidad, evitando así un relato absurdamente hagiográfico14 sobre el salón de Rambouillet y su cercle.

Concebido casi como un refugio —y a la vez como un locus amoenus—, la señora de Rambouillet, apasionada de las artes, la literatura y la historia, y conocedora de distintas lenguas, utilizó su imaginación para crear un mundo aparte. Bajo la dirección de Arthénice (anagrama de Catherine de Vivonne) se reunían mujeres y hombres para conversar, leer, disertar, componer versos; también para comentar textos recién publicados o incluso los que estaban a punto de ir a la imprenta, lo cual permitía que pudieran discutirse antes de adquirir su forma definitiva.15 Los temas recurrentes eran la lengua, las costumbres, los sentimientos, la razón y los afectos. Y la amistad en todos sus matices. En aquel lugar: «La actividad principal era la conversación entendida como instrumento de relación social y como la manera más idónea para enseñar y aprender la “cortesía” en su significado moral (como conjunto de virtudes) además de mundano ».16 Eran pocas las personas que podían acceder a aquel universo, y para entrar en él había que someterse, por así decir, a una suerte de iniciación. Madame de Rambouillet defendió siempre su libertad privada, el derecho de vivir en su intimidad según su antojo. Y de compartirla con quien quisiera: en el hôtel se escogía o, mejor dicho, se reconocía. Ménage fue uno de ellos. Según señala Benedetta Craveri: «Corresponde […] a la marquesa de Rambouillet el honor […] de haber presidido, durante más de cuarenta años, el primer centro mundano del siglo XVII. Repetida libro tras libro, esta afirmación se ha convertido en un axioma ».17 El salón de la señora de Rambouillet, mantenido junto con su hija Julie d’Angennes (1605?- 1671), no fue el primero en sentido estricto, pero el suyo fue tomado como ejemplo en toda Francia durante el siglo XVII y asimismo en los salones dieciochescos de las «filósofas».18

Ménage frecuentó asiduamente —como lo había hecho durante las décadas anteriores— los salones que proliferaron después, en el período que siguió a la Fronda, los cuales estuvieron guiados en su mayoría por mujeres. Ése es un mundo que vivió de cerca y que le proporcionó testimonios directos de un espacio de transformación creado, mantenido y desarrollado por mujeres, un espacio en el que, como he indicado, la conversación se manifestó como un principio —un eje civilizador— y se constituyó en «lugar de formación del pensamiento».19

Fue en aquellos años, en el meridiano del siglo XVII, cuando aparecieron numerosas obras dedicadas a elogiar a las mujeres, algo que podría responder a un parcial cambio de actitud por parte de un sector de la cultura masculina, y que ya, en cierto modo, se había producido en distintos momentos de los siglos XV y XVI, en relación con el debate conocido como la querelle des femmes. Así, por ejemplo, en 1645 vio la luz La femme heroique de Jacques du Bosc; en 1646, Le triomphe des dames de François du Soucy, sieur de Gerzan, y en 1663, Le cercle des femmes sçavantes de Jean de La Forge. En 1673, el cartesiano François Poulain de la Barre publicaba el tratado De l’égalitédes deux sexes, libro que, en palabras de su autor, sólo fue recibido con entusiasmo por las preciosas.20 ¿Se insertaría en aquel contexto la Historia de Ménage?

Antes de continuar, me detendré, sin embargo, en el término «preciosa», un concepto que no había introducido todavía. Y eso que, remitiéndonos a lo testimonial de los escritos, las mujeres que he ido destacando o a las que he aludido hasta aquí (y a las que vincularé a las preguntas: «a quién iba destinada [la Historia mulierum philosopharum] » y «cuál fue su propósito [de Ménage] al redactarla») han sido consideradas «preciosas» por un amplio sector de estudios. Pero ¿quiénes eran realmente las preciosas? ¿Eran «ridículas», como transmiten algunos textos del abate de Pure, Boileau o Molière? Para abordar esta cuestión pensé en recurrir de nuevo a una amiga de Ménage, Mademoiselle de Scudéry, presentada a menudo como «la soberana de las preciosas».

Me he preguntado quiénes eran, y temo no poder responder, por lo menos con facilidad. Numerosos estudios se refieren a Mademoiselle de Scudéry como la autora que, hacia 1650, habría lanzado «la moda» de las preciosas: antes, por lo tanto, no habrían existido. Sin embargo, ella nunca se define como tal ni emplea el adjetivo sustantivado de «preciosa» para alabar a otra mujer. Otros estudios afirman que las así llamadas se difundieron por toda Europa desde la primera mitad del siglo XVII. Otros, en cambio, conceden a Madame de Rambouillet el haber iniciado el movimiento en su salón y prácticamente las indentifican con las salonnières. Otros aún, y no son los últimos, se plantean si existieron realmente, o si no responden más que a un mito ambiguo, a una invención literaria. Ante posiciones tan dispares no es difícil concluir que el caso de las preciosas es uno de los más intrincados de la literatura del siglo XVII.21