Historia de Roma desde su fundación. Libros XXXI-XXXV - Tito Livio - E-Book

Historia de Roma desde su fundación. Libros XXXI-XXXV E-Book

Tito Livio

0,0

Beschreibung

Livio recibió la admiración de Tácito y Quintiliano, y sirvió de fuente para Plutarco y Lucano. Ya en el Renacimiento, Dante lo alabó con enorme respeto. La cuarta década (libros XXXI-XL) abarca desde el final del año 201 al 179 a.C. En el libro XXXI el autor se congratula de haber logrado llevar a término la historia de la segunda guerra púnica, a fuerza de trabajo y penalidades, y renueva el propósito expresado en el prefacio general de escribir "toda la historia de Roma". Este inicio del libro contiene un pasaje fundamental en el que el autor declara que su obra se divide en partes diferenciadas: los quince primeros libros –dedicados a 488 años de historia, desde la fundación de Roma hasta la primera guerra púnica (292 a.C.)–; los quince que narran los sesenta y tres transcurridos entre esa primera guerra contra Cartago y su final. Los últimos libros conservados (XXXI-XLV) se centran en Macedonia, que tras la derrota cartaginesa desempeñó el papel de principal enemigo de Roma; abarcan desde la paz con Cartagoo hasta el triunfo romano sobre Perseo (201-167 a.C.). Los libros XXXI-XXXV cubren desde el inicio de la guerra contra Filipo V. Este volumen incluye varios episodios célebres: sitio de Abidos, batalla del desfiladero de Aous y conferencia de Nicea, batalla de Cinoscéfalos y proclamación de la libertad de Grecia, entrevista entre Escipión y Aníbal.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 562

Veröffentlichungsjahr: 2016

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 183

Asesores para la sección latina: JAVIER ISO Y JOSÉ LUIS MORALEJO.

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JOSÉ SOLÍS.

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1993.

www.editorialgredos.com

REF. GEBO286

ISBN 9788424932152.

NOTA TEXTUAL

La traducción del presente volumen corresponde al texto latino de la edición de Oxford (1965, reimpresión de 1979) debida a A. H. McDonald. Las disidencias con respecto a dicho texto van siempre indicadas en nota a pie de página.

LIBRO XXXI

SINOPSIS

AÑO 201 a. C.

Preámbulo (1, 1 - 1, 5).

Prolegómenos de la segunda guerra de Macedonia (1, 6 - 4).

AÑO 200 A. C.

Se declara la guerra a Filipo (5 - 9).

Ofensiva en la Galia Cisalpina. Medidas del senado (10 - 13).

Ruptura de hostilidades entre Filipo y los atenienses. Átalo en Atenas y Egina (14 - 15).

Asedio de Abidos, con dramático final (16 - 18).

Occidente: embajada en África. Ovación a Lucio Cornelio Léntulo. Victoria sobre los galos (19 - 22, 3).

Oriente: toma de Calcis. Tentativa de Filipo contra Atenas (22, 4 - 24).

Filipo y la Liga Aquea. Tentativas en Eleusis. Los romanos y los pueblos macedonios (25 - 28).

AÑO 199 a. C.

Asamblea Panetólica (29 - 32).

Escaramuzas iniciales entre Sulpicio y Filipo (33 - 36).

Batalla favorable a los romanos. Críticas a los generales. El cónsul, en Macedonia (37 - 40, 6).

Guerra entre Filipo, y los dárdanos y etolios (40, 7 - 43). Operaciones navales (44 - 45).

Toma de Óreo. Retorno de las flotas a las bases (46 - 47, 3).

AÑO 200 a. C.

Roma y Occidente: discutido triunfo de Lucio Furio Purpurión. Juegos y nombramientos (47, 4 - 50).

Preámbulo

[1] También yo me siento satisfecho de haber llegado al final de la Guerra Púnica, como si personalmente hubiera participado de los esfuerzos y los peligros. [2] Pues si bien es cierto que, después de haber tenido la osadía de manifestar mi propósito de escribir hasta el final toda la historia de Roma, no estaría nada bien que diera muestras de cansancio en cada una de las [3] partes de una obra tan grande, sin embargo, cuando pienso que sesenta y tres años1 —pues tantos son los que van desde la Primera Guerra Púnica hasta el final de la [4] Segunda— me han llenado tantos volúmenes como los cuatrocientos ochenta y ocho que van desde la fundación de Roma hasta el consulado de Apio Claudio2, que inició [5] la primera guerra contra los cartagineses, empiezo a sentir, como el que se ha metido en aguas poco profundas cerca de la orilla y se interna a pie en el mar, que cada paso que doy me lleva hacia mayores profundidades, hacia una especie de abismo; que es como si se acrecentara la tarea, que parecía reducirse a medida que iba poniendo término a cada uno de sus tramos iniciales.

Prolegómenos de la segunda guerra de Macedonia

A la paz con Cartago siguió la guerra [6] de Macedonia, que no tiene punto de comparación con la precedente por la gravedad del peligro, la valía del general o la fuerza de las tropas, pero tal vez más [7] famosa debido a la nombradía de los antiguos reyes y el tradicional renombre de esta nación, y a la extensión de un imperio con el que desde antiguo había ocupado militarmente numerosas zonas de Europa y la mayor parte de Asia. Por otra parte, la guerra contra Filipo iniciada [8] hacía unos diez años llevaba tres interrumpida, habiendo sido los etolios los causantes tanto de la guerra como de la paz. Ahora los romanos, que tenían libertad de acción [9] gracias a la paz con Cartago y sentían hostilidad contra Filipo porque no había respetado la paz con los etolios y otros aliados de la misma zona y por su reciente envío [10] de refuerzos y dinero a Aníbal y a los cartagineses, se vieron impulsados a reemprender la guerra por las súplicas de los atenienses, a los que Filipo había encerrado dentro de su ciudad tras arrasar por completo su territorio.

Más o menos por esta misma época llegaron embajadores [2] del rey Átalo3 y de los rodios con la noticia de que también estaban siendo instigadas las ciudades de Asia. Se respondió a estas embajadas que el senado se ocuparía [2] del asunto, y se remitió a los cónsules4, que entonces se encontraban en sus provincias, la cuestión de la guerra con Macedonia en su totalidad. Entre tanto se enviaron a [3] Tolomeo5, rey de Egipto, tres embajadores, Gayo Claudio Nerón6, Marco Emilio Lépido7 y Publio Sempronio Tuditano8, para informarle de la victoria sobre Aníbal y los cartagineses, para darle las gracias porque cuando la situación era incierta se había mantenido leal mientras abandonaban [4] a los romanos hasta sus aliados vecinos, y para pedirle que conservara la misma disposición de ánimo hacia el pueblo romano si éste emprendía la guerra contra Filipo forzado por sus desafueros.

[5] Aproximadamente por las mismas fechas, en la Galia, el cónsul Publio Elio, enterado de que antes de su llegada los boyos9 habían hecho incursiones en territorios de los aliados, alistó con urgencia dos legiones para hacer frente [6] a la agresión, les añadió cuatro cohortes de su propio ejército y encargó a Gayo Ampio, prefecto de los aliados10, de invadir el territorio de los boyos con estas fuerzas improvisadas, atravesando la Umbría por donde la tribu llamada Sapinia11. Él salió en esa misma dirección por una [7] ruta abierta a través de las montañas. Ampio, una vez en territorio enemigo, comenzó por realizar acciones de saqueo con bastante éxito y sin demasiado riesgo. Después eligió una posición favorable cerca de la población fortificada de Mútilo12 y salió a segar los trigales, pues estaba ya madura la mies. Como no hizo un reconocimiento de los alrededores ni emplazó destacamentos suficientemente [8] fuertes como para garantizar la protección armada de los que estaban entregados a la tarea sin llevar armas, los galos lo rodearon a él y a los segadores en un ataque por sorpresa. Inmediatamente fueron también presa del pánico [9] los hombres armados, que emprendieron la huida. Fueron eliminados alrededor de siete mil hombres, desperdigados entre los trigales, y entre ellos el propio prefecto Gayo Ampio. El miedo empujó a los demás hasta el campamento. [10] Luego, a falta de un jefe reconocido, los soldados se pusieron de acuerdo entre ellos y a la noche siguiente abandonaron gran parte de sus pertenencias y fueron a reunirse con el cónsul por rutas boscosas casi impracticables. Regresó [11] éste a Roma sin haber hecho en su provincia cosa que merezca ser destacada si exceptuamos el saqueo del territorio de los boyos y la conclusión de un acuerdo con los lígures ingaunos13.

La primera vez que reunió al senado, ante la petición [3] unánime de que se tratase con prioridad absoluta la cuestión de Filipo y las quejas de los aliados, inmediatamente se sometió a debate este punto. El senado en masa decidió [2] que el cónsul Publio Elio enviase con plenos poderes a la persona que le pareciera bien, para que se hiciese cargo de la flota que Gneo Octavio14 traía de Sicilia y se trasladase con ella a Macedonia. Fue enviado Marco Valerio [3] Levino15, como propretor, que hizo la travesía a Macedonia con las treinta y ocho naves que recibió de Gneo Octavio cerca de Vibón16. Saliendo a su encuentro el legado [4] Marco Aurelio le informó detalladamente acerca de la importancia de los ejércitos y del gran número de navíos que [5] había reunido el rey, y de la forma en que estaba levantando en armas a la población, en unos casos recorriendo personalmente todas las ciudades tanto del continente como [6] de las islas, y en otros enviando delegados. Los romanos, les decía, tendrían que emplearse más a fondo para emprender aquella guerra, no fuera a ser que Filipo, si se andaban con vacilaciones, se atreviese a repetir el golpe de audacia que había dado Pirro anteriormente desde la base de un reino bastante más pequeño. Se acordó que Aurelio informara por escrito a los cónsules y al senado de estos mismos extremos.

[4] A finales de este año se sometió a debate una proposición referente a la asignación de tierras a los veteranos que habían puesto punto final a la guerra de África bajo el mando y los auspicios de Publio Escipión. El senado [2] acordó que el pretor urbano Marco Junio17, se sirviera nombrar una comisión de diez miembros para medir y distribuir la parte del territorio samnita y apulio que era de [3] dominio público del pueblo romano. Fueron nombrados Publio Servilio, Quinto Cecilio Metelo, Gayo y Marco Servilio —Géminos era el sobrenombre de estos dos—, Lucio y Aulo Hostilio Catón, Publio Vilio Tápulo, Marco Fulvio Flaco, Publio Elio Peto y Tito Quincio Flaminino18.

Por aquellas fechas, en los comicios presididos por el [4] cónsul Publio Elio resultaron elegidos cónsules19 Publio Sulpicio20 Galba y Gayo Aurelio Cota21. A continuación fueron elegidos pretores Quinto Minucio Rufo, Lucio Furio Purpurión22, Quinto Fulvio Gilón y Gayo Sergio Plauto. Aquel año los ediles curules Lucio Valerio Flaco y [5] Lucio Quincio Flaminino23 celebraron los juegos escénicos romanos con magnificencia y suntuosidad, reiniciándolos dos días; distribuyeron entre el pueblo al precio de [6] cuatro ases la medida, ganando gran popularidad, la enorme cantidad de trigo que Publio Escipión había enviado desde África. También los juegos plebeyos fueron reiniciados [7] por tres veces desde un principio por los ediles plebeyos Lucio Apustio Fulón24 y Quinto Minucio Rufo, que había sido elegido pretor al dejar de ser edil; con ocasión de los juegos se celebró también un banquete en honor de Júpiter.

Se declara la guerraa Filipo

En el año quinientos cincuenta y uno [5] de la fundación de Roma25, durante el consulado de Publio Sulpicio Galba y Gayo Aurelio, comenzó la guerra contra el rey Filipo pocos meses después de la concesión de la paz a los cartagineses. El quince de marzo, [2] fecha en que los cónsules entraban en funciones por entonces26, el cónsul Publio Sulpicio sometió esta cuestión [3] antes que ninguna otra a la deliberación del senado. Éste decretó que los cónsules ofrecieran un sacrificio con víctimas adultas a los dioses que ellos eligiesen, con esta súplica: [4] «Que los proyectos del senado y del pueblo romano que afectan al Estado y al inicio de una nueva guerra tengan un final bueno y feliz para el pueblo romano, para sus aliados, para la confederación latina»; después del sacrificio y de la súplica, consultarían al senado acerca de [5] la política general y de la asignación de provincias. Por aquellas fechas, y como a propósito para incitar los ánimos a la guerra, llegó la carta del embajador Marco Aurelio [6] y el propretor Marco Valerio Levino, y además llegó una nueva embajada de los atenienses informando de que el rey se estaba acercando a sus fronteras y que, si no había alguna ayuda por parte de los romanos, sin tardar mucho sería dueño no sólo del campo sino también de la ciudad. [7] Los consules manifestaron que se había celebrado en debida forma el sacrificio; que, según el dictamen de los arúspices, los dioses habían escuchado la súplica, las entrañas habían sido favorables, y se vaticinaba una ampliación de las fronteras, una victoria, y un triunfo. A continuación se dio lectura a la carta de Valerio y Aurelio y [8] se dio audiencia a los embajadores atenienses. La consecuencia inmediata fue la redacción de un senadoconsulto dando las gracias a los aliados porque a pesar de haber sido tentados largo tiempo, ni siquiera el miedo a un asedio [9] los había apartado de su lealtad. En cuanto al envío de ayuda, se acordó que se daría la respuesta una vez que los cónsules hubieran sorteado las provincias y que el cónsul al que correspondiera Macedonia hubiera presentado al pueblo la propuesta de una declaración de guerra a Filipo, rey de Macedonia.

La suerte asignó la provincia de Macedonia a Publio [6] Sulpicio, que preguntó oficialmente al pueblo «si quería, si mandaba que se declarase la guerra al rey Filipo y a sus súbditos los macedonios por los agravios y agresiones armadas contra los aliados del pueblo romano». Al otro cónsul, Aurelio, le tocó en suerte la provincia de Italia. Inmediatamente después se hizo el sorteo entre los pretores, [2] correspondiendo a Gayo Sergio Plauto la jurisdicción urbana, Sicilia a Quinto Fulvio Gilón, a Quinto Minucio Rufo los Abruzos, y a Lucio Furio Purpurión la Galia. La propuesta referente a la guerra con Macedonia fue [3] rechazada por casi todas las centurias en los primeros comicios. Ello se debió en parte a una reacción espontánea de la población, harta de peligros y fatigas, agotada por una guerra tan larga y tan pesada, y en parte a que el [4] tribuno de la plebe Quinto Bebio, recurriendo al viejo método de atacar a los senadores, los había acusado de empalmar una guerra con otra para que la plebe no gozase de un momento de paz. Esto irritó profundamente a los [5] senadores, y el tribuno de la plebe fue cubierto de improperios en el senado; uno tras otro instaban al cónsul a convocar de nuevo los comicios para presentar la propuesta de ley, y a reprender al pueblo por su falta de energía, [6] haciéndole ver la magnitud de los daños y la deshonra que supondría un aplazamiento de aquella guerra.

Convocada la asamblea en el Campo de Marte el día [7] de los comicios, antes de proceder a la votación las centurias, dijo el cónsul: «Me parece que no os dais cuenta, [2] Quirites, de que no se os consulta si queréis la paz o la guerra —Filipo, que prepara por tierra y por mar una guerra de gran alcance, no os dejará esa elección—, sino si preferís llevar las legiones a Macedonia o dar entrada en [3] Italia al enemigo. Sin duda la experiencia de la reciente guerra púnica os ha enseñado, si no lo había hecho ninguna experiencia anterior, qué distinta es una cosa de otra. ¿Quién duda, en efecto, que de haber prestado ayuda inmediata a los saguntinos sitiados que imploraban nuestra protección igual que nuestros padres se la habían prestado a los mamertinos27, hubiéramos hecho gravitar sobre Hispania todo el peso de una guerra a la que nuestras vacilaciones dieron entrada en Italia con tan grave detrimento [4] para nosotros? Está muy claro, además, que cuando este mismo Filipo, a través de embajadores y de cartas, se había comprometido ya con Aníbal a pasar a Italia, lo retuvimos en Macedonia enviando a Levino con una flota para [5] meterle la guerra en casa. Y lo que hicimos entonces, cuando teníamos en Italia a un enemigo como Aníbal, ¿dudamos en hacerlo ahora que Aníbal ha sido expulsado de [6] Italia y los cartagineses aplastados? Dejemos que el rey, con la toma de Atenas, compruebe nuestra renuencia a actuar, como hicimos en el caso de Aníbal con la toma de [7] Sagunto: llegará hasta Italia no cuatro meses más tarde, como Aníbal desde Sagunto, sino cuatro días después de [8] zarpar de Corinto. ¿Que no hay comparación entre Filipo y Aníbal, ni entre macedonios y cartagineses? Sí lo pondréis al menos al mismo nivel que un Pirro. ¡Qué digo al mismo nivel! ¡Pues no es pequeña la diferencia entre [9] un hombre y otro, entre una y otra nación! El Epiro fue siempre, y lo es hoy, un apéndice insignificante del reino de Macedonia. Filipo es dueño de todo el Peloponeso, y la propia Argos, tan célebre por la muerte de Pirro como por su antigua gloria. Estableced ahora la comparación [10] con respecto a nosotros. ¡Cuánto más floreciente estaba Italia, cuánto más intactas nuestras fuerzas, con nuestros generales incólumes, incólumes todos los ejércitos que después se llevó la guerra contra Cartago! Sin embargo Pirro atacó, quebrantó esas fuerzas, y llegó victorioso casi hasta la propia Roma. Y nos abandonaron no sólo los tarentinos [11] y los de toda la costa de Italia que llaman la Magna Grecia —cabría suponer que los atraía la afinidad de lengua y de nombre—, sino los Iucanos, los brucios y los samnitas. ¿Creéis vosotros que si Filipo pasase a Italia todos [12] éstos iban a permanecer leales y no se iban a mover? Claro, así lo hicieron después, durante la guerra púnica. Jamás esos pueblos dejarán de traicionarnos, salvo que no tengan a quién pasarse. Si hubieseis tenido reparos en [13] pasar a África, hoy tendríais como enemigos en Italia a Aníbal y los cartagineses. Que sea Macedonia, y no Italia, el escenario de la guerra; que sean las ciudades y los campos enemigos los que sufran la devastación del hierro y el fuego. Sabemos ya por experiencia que nuestras armas [14] son más afortunadas y poderosas fuera que en casa. Id a emitir el sufragio, con la ayuda propicia de los dioses, y votad lo que estimaron los senadores. No es sólo el [15] cónsul quien os propone votar en este sentido, sino los dioses inmortales, los cuales, cuando ofrecí el sacrificio y dirigí la súplica para que esta guerra acabase bien y felizmente para mí, para el senado y para vosotros, para los aliados y los pueblos latinos, para nuestras flotas y nuestros ejércitos, sólo presagiaron éxitos y prosperidad».

Después de este discurso, el pueblo, llamado a emitir [8] sufragio, votó la guerra, en el sentido de la propuesta de ley. Después los cónsules, en virtud de un senadoconsulto, [2] decretaron un triduo de rogativas; se recorrieron todos los altares pidiendo a los dioses que finalizara bien y felizmente [3] la guerra contra Filipo mandada por el pueblo. El cónsul Sulpicio consultó a los feciales si la declaración de guerra debía ineludiblemente ser notificada al propio Filipo en persona o si bastaba con notificársela a la guarnición más próxima dentro de las fronteras de su reino. Los feciales declararon que era válido cualquiera de los dos procedimientos. [4] Los senadores autorizaron al cónsul a elegir, a su criterio, a alguien que no perteneciera al senado y enviarlo como embajador para declarar la guerra al rey.

[5] Se pasó luego a la asignación de ejércitos a cónsules y pretores. Los cónsules recibieron orden de licenciar los [6] antiguos ejércitos y reclutar dos legiones cada uno. Sulpicio, que había sido encargado de una guerra nueva y de gran trascendencia, fue autorizado a llevarse cuantos soldados voluntarios pudiera del ejército que había traído Publio Escipión de vuelta de África, pero no tendría derecho a llevarse a ningún antiguo soldado en contra de su voluntad. [7] Los cónsules entregarían a los pretores Lucio Furio Purpurión y Quinto Minucio Rufo cinco mil aliados latinos a cada uno de ellos, tropas con las que controlarían uno la [8] provincia de la Galia y el otro la del Brucio. También Quinto Fulvio Gilón recibió instrucciones de elegir entre los soldados que había tenido a sus órdenes el cónsul Publio Elio28 a los que tuvieran menos años de servicios hasta reunir a su vez la cifra de cinco mil aliados y latinos; [9] esta sería la guarnición de la provincia de Sicilia. A Marco Valerio Faltón, que había tenido a su cargo como pretor la provincia de la Campania el año anterior, se le prorrogó el mando por un año; pasaría a Cerdeña como propretor, [10] y también él escogería a los cinco mil aliados y latinos que tuvieran menos años de servicios del ejército que se encontraba allí. Los cónsules, además, recibieron instrucciones [11] de reclutar dos legiones urbanas que serían enviadas a donde la situación lo requiriese, pues muchos pueblos de Italia se habían visto afectados por implicaciones en la guerra púnica y todavía reventaban de rabia. El Estado dispondría aquel año de seis29 legiones romanas.

En plenos preparativos bélicos llegaron embajadores de [9] parte del rey Tolomeo para informar de que los atenienses habían solicitado del rey ayuda contra Filipo, pero que, [2] a pesar de tratarse de aliados comunes, sin el consentimiento del pueblo romano el rey no pensaba enviar a Grecia ni flota ni ejército para atacar ni defender a nadie; él se mantendría en su reino sin intervenir si el pueblo [3] romano quería defender a sus aliados, o bien dejaría que los romanos se abstuvieran de intervenir, si así lo preferían, y él mismo enviaría refuerzos como para poder proteger a Atenas fácilmente contra Filipo. El senado dio [4] las gracias al rey y contestó que el pueblo romano tenía intención de proteger a sus aliados; si había necesidad de alguna ayuda para aquella guerra, se le haría saber al rey, pues era sabido que los recursos de su reino constituían un apoyo sólido y fiel para el Estado. Por decisión del [5] senado se envió luego a cada embajador un presente de cinco mil sestercios.

Mientras los cónsules llevaban a cabo el reclutamiento y hacían los preparativos necesarios para la guerra, la ciudad, animada de escrupulosidad religiosa sobre todo al comienzo de nuevas guerras, tras la realización de rogativas [6] y plegarias en un recorrido por todos los altares no quiso omitir nada de lo que se había hecho en cualquier ocasión anterior y dispuso que el cónsul al que hubiese correspondido la provincia de Macedonia prometiera con voto a Júpiter [7] unos juegos y una ofrenda. El voto público se retrasó porque el pontífice máximo Licinio30 declaró que no se debía hacer un voto sin determinar su valor en dinero, ya que esta suma no podía ser utilizada para la guerra, debía ser apartada en el acto y no mezclarse con otro dinero, [8] pues si esto ocurría, no se podía formalizar el voto. Pese a que causaron su impacto tanto la observación como la personalidad de quien la formulaba, el cónsul recibió instrucciones de consultar al colegio de los pontífices si era válida la formulación de un voto de importe económico indeterminado. Los pontífices dictaminaron que sí se podía, [9] y que incluso era mejor así. El cónsul pronunció el voto repitiendo las palabras que le iba dictando el pontífice máximo y que eran las mismas con las que tradicionalmente [10] se formulaban los votos quinquenales31, con la salvedad de que se comprometió con el voto a financiar los juegos y la ofrenda con la cantidad de dinero que el senado estableciese en el momento de su cumplimiento. Los Grandes Juegos habían sido prometidos con voto anteriormente en ocho ocasiones fijando previamente su coste; éstos fueron los primeros en que no se determinó la cifra.

Ofensiva en laGalia Cisalpina. Medidas del senado

Cuando la guerra de Macedonia era el [10] centro de atención general, de pronto, en el momento en que menos se esperaba, llegó la noticia de una sublevación de los galos. Los ínsubres, cenomanos y boyos, [2] habían sublevado a los celinos y los ilvates32 y demás pueblos ligustinos, y, capitaneados por el cartaginés Amílcar, un superviviente del ejército de Asdrúbal que se había quedado en aquella región, habían atacado Placencia33. Tras [3] entrar a saco en la ciudad y prender fuego a gran parte de la misma en un arrebato de rabia, dejando apenas dos mil hombres entre las llamas y las ruinas, cruzaron el Po y marcharon sobre Cremona para saquearla. La noticia [4] del desastre de la ciudad vecina llegó con tiempo para que los colonos cerraran las puertas y distribuyeran tropas por las murallas; al menos habría un asedio previo al asalto, y podrían enviar mensajeros al pretor romano. Tenía [5] entonces el mando de la provincia Lucio Furio Purpurión, el cual, en conformidad con el senadoconsulto, había licenciado a todo su ejército a excepción de cinco mil aliados y latinos; con estos efectivos se había estacionado en la zona más próxima de la provincia, en los alrededores de Arímino. Entonces informó por escrito al senado acerca de la situación de perturbación en que se encontraba la provincia: de las dos colonias que se habían librado [6] por los pelos de la tremenda borrasca de la guerra púnica, una había sido tomada y saqueada por el enemigo y la [7] otra estaba siendo asediada; su ejército no iba a suponer un apoyo suficiente para los colonos en peligro, a no ser que quisiera exponer a una degollina a los cinco mil aliados enfrentándolos a cuarenta mil enemigos —pues tantos eran los que se habían levantado en armas—, y elevar aún más la moral del enemigo, ya envalentonado por el exterminio de una colonia romana.

[11] Tras la lectura de esta carta, el senado decidió que el cónsul Gayo Aurelio diese orden al ejército de presentarse en Arímino en la misma fecha que le había señalado para [2] concentrarse en Etruria; en cuanto a él, o bien acudiría personalmente a sofocar la sublevación de los galos, si podía [3] hacerlo sin perjuicio para el Estado, o comunicaría por escrito al pretor Quinto Minucio34 que cuando llegasen a donde él estaba las legiones procedentes de Etruria, enviara a ocupar su lugar a los cinco mil aliados, que defenderían Etruria mientras tanto, y él marchara a liberar la colonia del asedio.

[4] También decidió el senado el envío de embajadores a África, primero a Cartago y después a Numidia, a Masinisa. [5] A Cartago, para informar de que su conciudadano Amílcar, al que habían dejado en la Galia —no se sabía a ciencia cierta si procedía de la expedición de Aníbal o de la [6] posterior de Magón—, estaba haciendo la guerra, violando el tratado35, y había levantado en armas contra el pueblo romano ejércitos de galos y lígures; si estimaban la paz, debían hacerle volver y entregarlo al pueblo romano. [7] Al mismo tiempo, los embajadores recibieron instrucciones de comunicar que no habían sido devueltos todos los desertores, y que, según se comentaba, gran parte de ellos andaban abiertamente por Cartago; de acuerdo con el tratado, debían buscarlos, arrestarlos y devolvérselos. Éstas [8] eran las instrucciones en lo referente a Cartago. En cuanto a Masinisa, llevaban órdenes de felicitarlo por haber recuperado el reino paterno y haberlo engrandecido, además, con la anexión de la parte más rica del territorio de Sífax. Debían comunicarle también que se había emprendido la [9] guerra contra el rey Filipo porque había suministrado ayuda a los cartagineses; porque había cometido desafueros [10] contra los aliados del pueblo romano en plena conflagración bélica de Italia, obligando a enviar a Grecia flotas y ejércitos, y había sido una de las causas fundamentales de que se retrasase la expedición a África al forzar a dividir las tropas. Y debían pedirle que enviase un refuerzo de caballería númida para dicha guerra. Se les entregaron [11] magníficos regalos para llevar al rey: vasos de oro y plata, una toga de púrpura y una túnica palmeada, un cetro de marfil, y una toga pretexta con una silla curul. Y se les [12] dieron instrucciones de que, si les hacía saber que necesitaba alguna cosa para consolidar y ampliar su reino, le asegurasen que el pueblo romano se esforzaría en proporcionársela, en reconocimiento por sus servicios.

También se presentaron ante el senado, por las mismas [13] fechas, unos embajadores de Vermina, hijo de Sífax, achacando su equivocación a su juventud y echando toda la culpa a la mala fe de los cartagineses: también Masinisa [14] había sido enemigo de los romanos antes de ser su amigo, y Vermina a su vez se iba a esforzar para que ni Masinisa ni ningún otro le ganase en buenos oficios para con el pueblo romano; pedía que el senado le reconociese el título de rey, aliado y amigo. Se les respondió a los embajadores [15] que su padre Sífax se había transformado de pronto, sin motivo, de aliado y amigo en enemigo del pueblo romano, y que el propio Vermina había hecho sus primeras armas [16] guerreando contra los romanos. Por consiguiente, debía comenzar por pedir la paz al pueblo romano antes de recibir el título de rey, aliado y amigo: el pueblo romano tenía por costumbre conceder el honor de dicho título a los reyes [17] que habían hecho grandes méritos para con él; pronto estaría en África una embajada a la que el senado encargaría de hacer saber a Vermina las condiciones de paz, y éste dejaría en manos del pueblo romano la decisión sobre el asunto: si quería añadir, quitar o cambiar algo en ellas, [18] tendría que dirigir una nueva petición al senado. Los embajadores enviados a África con estas instrucciones fueron Gayo Terencio Varrón, Espurio Lucrecio y Gneo Octavio36, asignándosele una quinquerreme a cada uno de ellos.

[12] Después se dio lectura en el senado a una carta del pretor Quinto Minucio, que tenía a su cargo la provincia de los Abruzos: en Locros37 había sido sustraído furtivamente durante la noche dinero del tesoro de Prosérpina, y no [2] había ninguna pista de los autores de la fechoría. El senado se indignó de que no cesaran los sacrilegios y que ni siquiera el caso de Pleminio, ejemplo tan llamativo y tan reciente [3] de culpa e inmediato castigo, disuadiera a la gente. Se encargó al cónsul Gayo Aurelio la tarea de escribir al pretor a los Abruzos comunicándole la decisión del senado de que se hiciera una investigación acerca del expolio de los tesoros, siguiendo la pauta de la que había llevado a cabo tres años antes el pretor Marco Pomponio38; el dinero que apareciese, sería devuelto; en caso de que no apareciese todo, [4] se pondría lo que faltase y se harían sacrificios expiatorios, si se estimaba oportuno, en la forma establecida por los pontífices en el caso anterior. El cuidado puesto en la [5] expiación de la violación de este templo se hizo más vivo al llegar noticias, precisamente entonces, de fenómenos extraños ocurridos en bastantes sitios. Se hablaba de que en Lucania había aparecido llamas en el cielo; en Priverno39, haciendo buen tiempo, el sol había estado rojo durante un día entero; en Lanuvio se había oído un ruido atronador [6] durante la noche en el templo de Juno Sóspita. Llegaban noticias recientes de nacimientos monstruosos de animales en muchos sitios: en la Sabina había nacido una criatura que no se sabía si era niño o niña, y había aparecido otro chico, de dieciséis años ya, también de sexo incierto; en Frusinón había nacido un cordero con cabeza de cerdo, [7] y en Sinuesa un cerdo con cabeza humana; en Lucania, en terreno del Estado, un potro con cinco patas. Se consideró [8] que todos estos seres eran monstruosos y aberrantes, fruto de una naturaleza que pervertía las especies; fueron rechazados con particular horror los hermafroditas dando orden de echarlos al mar inmediatamente, como se había hecho poco antes, durante el consulado de Gayo Claudio y Marco Livio, con un engendro parecido40. A pesar [9] de todo, se pidió a los decénviros que consultasen los Libros acerca de aquel portento. Ateniéndose a ellos, los decénviros prescribieron las mismas ceremonias que se habían realizado hacía poco a raíz del fenómeno similar. Mandaron, además, que tres coros de nueve doncellas recorrieran la ciudad cantando un himno a Juno Reina y le llevalo ran un presente. El cónsul Gayo Aurelio se ocupó de que se cumpliese todo ello de acuerdo con el dictamen de los decénviros. El himno lo compuso en esta ocasión Publio Licinio Tégula, igual que la otra vez lo había hecho Livio41, según recordaban los senadores.

[13] Una vez cumplidas todas las obligaciones religiosas de expiación —pues también en Locros habían finalizado las investigaciones de Quinto Minucio respecto al sacrilegio y se había restituido al tesoro el dinero procedente de los bienes de los culpables—, los cónsules querían salir para [2] sus provincias; pero entonces se dirigieron al senado numerosos particulares a los que había que devolver aquel año el tercer plazo del dinero que habían prestado al Estado durante el consulado de Marco Valerio y Marco Claudio42. [3] El motivo era que los cónsules les habían asegurado que por el momento no había con que pagarles, ya que los fondos del erario apenas alcanzaban para la nueva guerra, [4] que requería una gran flota y grandes ejércitos. El senado reconoció los motivos de su queja: si el Estado pretendía utilizar para la guerra de Macedonia el dinero que habían prestado para la guerra púnica, como una guerra se sucedía a la otra, en realidad ello equivalía a confiscar el dinero por haber prestado un servicio como si se hubieran [5] hecho culpables de algo. En vista de que la reclamación de los particulares era justa pero el Estado no estaba en condiciones de devolver lo que debía, se tomó una decisión intermedia entre lo justo y lo factible; puesto que, [6] según decía gran parte de ellos, había por todas partes tierras en venta y ellos necesitaban comprar, se pondrían a su disposición las tierras de titularidad pública que había en un radio de cincuenta millas; los cónsules tasarían las [7] tierras y pondrían una renta de un as por yugada como reconocimiento de que se trataba de terrenos de dominio público, y de esta forma, cuando el Estado pudiese pagar, [8] si alguno prefería el dinero a la tierra, devolvería ésta al pueblo. Los particulares aceptaron de buen grado la propuesta, y aquel terreno recibió el nombre de «trientábulo» [9] porque había sido cedido en sustitución de la tercera parte del dinero prestado.

Ruptura de hostilidades entre Filipo y los atenienses. Átalo en Atenas y Egina

Entonces Publio Sulpicio, después de [14] pronunciar sus votos en el Capitolio, salió de Roma con los lictores vestidos de uniforme militar y llegó a Brundisio. Incorporó a las legiones a los veteranos [2] voluntarios del ejército de África, escogió algunas naves de la flota de Gneo Cornelio43, y un día después de zarpar de Brundisio arribó a Macedonia. Allí [3] se le presentaron unos embajadores de los atenienses pidiéndole que los liberara del asedio. Inmediatamente envió a Atenas a Gayo Claudio Centón con veinte navíos de guerra y un millar de hombres, pues el rey no dirigía personalmente [4] el asedio de Atenas; en esos momentos precisamente estaba atacando Abidos44 después de probar fuerzas contra los rodios y contra Átalo en dos combates navales, ninguno de los cuales le había resultado favorable. Pero, [5] aparte de su natural fogoso, le daba alas el tratado suscrito con Antíoco, rey de Siria, con el que ya se había estipulado el reparto de las riquezas de Egipto, que ambos amenazaban desde que se habían enterado de la muerte de Tolomeo.

[6] Pues bien, los atenienses, que de su antigua grandeza no conservaban nada más que el orgullo, habían entrado en guerra con Filipo por un motivo que no lo justificaba [7] en absoluto. Dos jóvenes acarnanes, sin estar iniciados, habían entrado en el templo de Ceres durante los días de la iniciación, con el resto de la gente, sin saber que incurrían [8] en sacrilegio. Sus palabras los traicionaron con facilidad, pues hicieron algunas preguntas fuera de lugar; conducidos ante los sacerdotes del templo, a pesar de que resultaba evidente que habían entrado por equivocación, se les dio muerte como si fueran culpables de un crimen nefando. [9] Los acarnanes pusieron en conocimiento de Filipo esta acción tan reprobable y provocadora y consiguieron de él autorización para hacer la guerra a los atenienses con [10] refuerzos dados por los macedonios. El ejército así formado comenzó por pasar a hierro y fuego el Ática, regresando después a Acarnania con toda clase de botín. Este fue el primer motivo de crispación de los ánimos; luego, se llegó a una guerra en toda regla, tomando Atenas la [11] iniciativa de una declaración formal. El rey Átalo, pues, y los rodios, llegaron hasta Egina persiguiendo a Filipo que se replegaba hacia Macedonia, y entonces el rey se trasladó al Pireo con el objeto de renovar y consolidar su [12] alianza con los atenienses. Todos los ciudadanos salieron en masa a su encuentro con sus mujeres e hijos, y los sacerdotes con sus distintivos, faltando poco para que los propios dioses salieran de sus santuarios a recibirlo a su entrada en la ciudad.

Inmediatamente se convocó al pueblo a asamblea para [15] que el rey expusiese públicamente sus proyectos; pero después pareció más acorde con su dignidad que expusiera por escrito las cuestiones que estimara conveniente para [2] evitarle el embarazo de estar presente en la exposición de sus buenos servicios a la ciudad, o bien que su modestia se viera abrumada por la incontrolada adhesión de la multitud con sus efusiones y aclamaciones. En la carta que [3] envió a la asamblea y que fue leída públicamente, en primer lugar se hacía una reseña de sus méritos para con la ciudad y, a continuación, de las acciones que había llevado a cabo contra Filipo; por último, se hacía una exhortación [4] a emprender la guerra mientras estaban con ellos él mismo, los rodios, y sobre todo los romanos: si entonces no hacían nada, en vano buscarían después la ocasión que habían dejado escapar. Se escuchó luego a los embajadores [5] de los rodios, que recientemente habían prestado un buen servicio al recuperar y devolver cuatro naves de guerra atenienses capturadas hacía poco por los macedonios. Así, pues, se aprobó la guerra contra Filipo por una mayoría abrumadora. Se tributaron honores primero a Átalo, desmedidos, [6] y después a los rodios: entonces por vez primera se hizo la propuesta de añadir a las diez tribus originarias una nueva que se llamaría Atálida; el pueblo rodio fue [7] galardonado por su valor con una corona de oro, y se les concedió a los rodios el derecho de ciudadanía igual que ellos se lo habían concedido ya a los atenienses. Después de esto el rey Átalo regresó con su flota a Egina; los rodios [8] se dirigieron por mar desde Egina a Cea45 y de allí a Rodas, pasando por las islas, que entraron en la alianza todas ellas a excepción de Andros, Paros y Citnos, ocupadas [9] por guarniciones macedonias. Átalo había enviado emisarios a Etolia, de donde esperaba embajadores, y esto [10] lo mantuvo inactivo algún tiempo en Egina. Pero no consiguió levantar en armas a los etolios, contentos con el acuerdo de paz a que, mal que bien, habían llegado con Filipo; con todo, si él y los rodios no le hubieran dado cuartel a Filipo, habrían podido ganarse el honroso título [11] de libertadores de Grecia, pero al permitir que pasara de nuevo al Flelesponto y reagrupara sus fuerzas ocupando puntos estratégicos de Tracia, alimentaron la guerra y dejaron a los romanos la gloria de sostenerla y llevarla a término.

Asedio de Abidos,con dramáticofinal

[16] Filipo dio muestras de un coraje más propio de un rey: Pese a que no había podido hacer frente a Átalo y los rodios, no se asustó ni siquiera ante la perspectiva de una guerra con los romanos. [2] Envió a un tal Filocles, uno de sus prefectos, a devastar los campos atenienses con dos mil soldados de infantería [3] y doscientos de caballería y confió el mando de la flota a Heraclides para que se dirigiera a Maronea, adonde él marchó por tierra con dos mil hombres de a pie con equipo [4] ligero y doscientos de a caballo. Tomó Maronea, al primer asalto por cierto, y a continuación tomó Eno con grandes dificultades, gracias, en última instancia, a la [5] traición de Calímede, prefecto de Tolomeo. Después se apoderó de otras fortalezas, Cipsela, Dorisco y Serreo. Avanzando luego hacia el Quersoneso ocupó Eleunte y Alopeconeso, [6] que se rindieron voluntariamente; también se entregaron Calípolis y Maditos46 y algunas fortalezas poco conocidas. Los habitantes de Abidos le cerraron las puertas al rey sin recibir siquiera a sus embajadores. El asedio de esta ciudad retuvo bastante tiempo a Filipo, y los asediados hubieran podido liberarse si Átalo y los rodios no hubieran andado remisos. Átalo se limitó a enviar trescientos [7] hombres en su ayuda, y los rodios una sola cuatrirreme de su flota, a pesar de que ésta estaba atracada ante Ténedos. El propio Átalo se desplazó hasta allí más tarde, [8] cuando ya apenas podían resistir el asedio, dándoles una fugaz esperanza de ayuda, dada su proximidad, pero sin hacer nada por socorrerlos ni por tierra ni por mar.

Con la artillería que habían emplazado sobre las murallas, [17] al principio los abidenos impedían que el enemigo se acercara por tierra y al mismo tiempo hacían que corriera peligro si fondeaba las naves47. Luego, cuando se [2] derrumbó parte de la muralla y con labores de zapa los enemigos llegaron hasta el muro interior levantado precipitadamente, los asediados enviaron parlamentarios al rey para tratar de las condiciones de rendición de la ciudad. Pedían, en efecto, que se dejara marchar a la cuatrirreme [3] rodia con su tripulación y con las tropas de Átalo, y que se les permitiera a ellos salir de la ciudad con una prenda de vestir cada uno. La respuesta de Filipo fue que sólo [4] se trataría de la paz si se rendían sin condiciones, y cuando los parlamentarios volvieron con ella suscitó tal estallido de rabia, mezcla de indignación y desesperación, que, en [5] un arrebato de furor como el de los saguntinos, hicieron encerrar a todas las matronas en el templo de Diana y a los muchachos y muchachas de condición libre e incluso a los niños pequeños con sus nodrizas en el gimnasio; [6] mandaron llevar al foro el oro y la plata, amontonar las prendas de valor en la nave rodia y en otra cicicena48 que estaban en el puerto, traer a los sacerdotes y las víctimas [7] y levantar un altar en el centro de la plaza. Luego, lo primero que hicieron fue elegir a los que, en cuanto vieran caer a los suyos que combatían delante del muro derrumbado, inmediatamente darían muerte a las mujeres e hijos, [8] tirarían al mar el oro, la plata y las ropas que había en las naves, y prenderían fuego a los edificios públicos y privados en el mayor número de puntos que pudieran. [9] Repitiendo la fórmula de execración que iban pronunciando por delante los sacerdotes, se comprometieron bajo juramento a ejecutar aquellos terribles actos. Después todos los hombres en edad militar juraron que nadie se retiraría [10] vivo del combate si no era como vencedor. Éstos, con el pensamiento puesto en los dioses, se batieron con tal tesón que el rey, asustado de su arrebato, se adelantó a poner fin al combate cuando la noche estaba a punto [11] de interrumpirlo. Los ciudadanos principales, a quienes se había encomendado la parte más horrible del horrible plan, al ver que eran pocos y además extenuados de cansancio o heridos los supervivientes del combate, al despuntar el día enviaron a los sacerdotes con sus cintas sagradas a entregar la ciudad a Filipo.

[18] Antes de la rendición, el más joven de los tres embajadores romanos enviados a Alejandría, Marco Emilio49, de común acuerdo con los otros dos, fue al encuentro de [2] Filipo cuando llegó la noticia del asedio de Abidos. Se quejó de la agresión contra Átalo y los rodios, y sobre todo del asedio de Abidos que se estaba produciendo en esos momentos. Cuando el rey dijo que habían sido Átalo y los rodios quienes habían iniciado las hostilidades contra él, le preguntó: «¿También fueron los abidenos los que te atacaron primero?» Como no estaba acostumbrado a [3] oír las verdades, estas palabras le parecieron más insolentes de lo que cabe cuando se habla con un rey, y dijo: «Tu edad, tu apostura y sobre todo tu nombre de romano te hacen bastante insolente. Por lo que a mí respecta, [4] mi mayor deseo sería que respetarais los tratados y os mantuvierais en paz conmigo; ahora bien, si me hacéis la guerra, os daréis cuenta de que también a mí me hacen sentirme orgulloso el reino y el nombre de macedonio, no menos noble que el romano.»

Después de despedir de esta forma al embajador, Filipo [5] se posesionó del oro, la plata, y todo el montón restante de objetos, pero se quedó sin todo el botín humano. En efecto, considerando de pronto, traicionados a los que [6] habían caído en el combate, acusándose de perjurio unos a otros y sobre todo a los sacerdotes por haber entregado vivos al enemigo a quienes estaban consagrados a la muerte, la población en masa fue presa de tal frenesí que todos [7] se precipitaron repentinamente en distintas direcciones a dar muerte a las mujeres y a los hijos y se suicidaron con todo tipo de muertes. Pasmado ante aquel arrebato el rey refrenó los ímpetus de sus soldados y dijo que les concedía a los abidenos tres días para morir. Durante este plazo [8] de tiempo los vencidos cometieron consigo mismos más atrocidades de las que habrían cometido los vencedores ensañados; salvo aquellos a quienes las cadenas u otra traba física impidió quitarse la vida, no cayó ni uno vivo en poder del enemigo. Filipo dejó una guarnición en Abidos y [9] regresó a su reino. Igual que le había ocurrido a Aníbal con la destrucción de Sagunto, el desastre de Abidos le dio a Filipo la audacia necesaria para hacer la guerra a Roma, y entonces le llegaron noticias de que el cónsul se encontraba ya en el Epiro y había conducido sus fuerzas terrestres a Apolonia y las navales a Corcira para pasar allí el invierno.

Occidente: embajada en África. Ovación a LucioCornelio Léntulo. Victoriasobre los galos

[19] Entre tanto, los embajadores enviados a África recibieron de los cartagineses la respuesta de que, con respecto al Amílcar que se había puesto al frente del ejército galo, lo único que ellos podían hacer era condenarlo al exilio y confiscar sus bienes; [2] en cuanto a los desertores y esclavos fugitivos, habían devuelto a los que habían podido encontrar con sus pesquisas, y enviarían diputados a Roma para dar explicaciones al senado sobre ese particular. Enviaron a Roma doscientos mil modios de trigo, y otros tantos al ejército de Macedonia. [3] De allí marcharon los embajadores a Numidia a ver a los reyes. A Masinisa le entregaron los presentes y le expusieron las instrucciones encomendadas; él les ofreció dos mil [4] jinetes númidas, y aceptaron mil. Supervisó personalmente su embarco y los envió a Macedonia con doscientos mil modios de trigo y otros tantos de cebada. La tercera misión [5] de la embajada era Vermina. Salió éste al encuentro de los embajadores hasta la frontera de su reino y dejó que ellos redactaran las condiciones de paz que quisieran: [6] para él sería buena y justa cualquier forma de paz con el pueblo romano. Se establecieron los términos de la paz, y se le indicó que enviara una delegación a Roma para ratificarla.

Por la misma época regresó de Hispania el procónsul [20] Lucio Cornelio Léntulo. Dio cuenta al senado de las [2] operaciones que había llevado a cabo a lo largo de tantos años con energía y éxito, y pidió que se le autorizara a entrar en triunfo en la ciudad. El senado reconocía que sus [3] empresas merecían el triunfo, pero consideraba que la tradición no recogía ningún precedente de nadie que hubiese triunfado sin haber operado en calidad de dictador, cónsul o pretor, y él había gobernado la provincia de Hispania [4] en calidad de procónsul, no de cónsul o pretor. Se apuntaba, [5] sin embargo, a la solución de concederle la ovación para su entrada en la ciudad, pero el tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Longo50 se oponía diciendo que tampoco esto sería conforme a la tradición o a precedente alguno. Al fin el tribuno, vencido por la unanimidad de [6] los senadores, cedió, y por decreto del senado Lucio Léntulo entró en la ciudad recibiendo la ovación. Aportó al [7] tesoro cuarenta y tres mil libras de plata y dos mil cuatrocientas cincuenta de oro, y repartió a cada uno de sus hombres ciento veinte ases procedentes del botín.

El ejército consular había pasado ya de Arrecio a [21] Arímino, y los cinco mil aliados latinos se habían trasladado de la Galia a Etruria51. En consecuencia, Lucio Furio [2] partió de Arímino a marchas aceleradas para enfrentarse a los galos que entonces estaban sitiando Cremona, y estableció su campamento a mil quinientos pasos de distancia del enemigo. Tuvo la oportunidad de culminar brillantemente [3] la empresa si hubiese atacado el campamento nada más llegar, pues los galos andaban dispersos por los campos [4] sin haber dejado una guarnición lo bastante sólida. Pero tuvo miedo del cansancio de sus hombres, pues la [5] marcha de la columna había sido muy viva. Los gritos de los suyos hicieron volver de los campos a los galos, que abandonaron el botín que tenían en sus manos dirigiéndose de nuevo al campamento. Al día siguiente salieron al [6] campo de batalla. Los romanos, por su parte, aceptaron el combate sin vacilar, pero apenas tuvieron tiempo para formarse, dada la rapidez con que el enemigo corrió al [7] combate. El ala derecha —las tropas aliadas estaban divididas en alas— estaba situada en primera línea, y las dos [8] legiones romanas en la reserva. Marco Furio tomó el mando del ala derecha, Marco Cecilio el de las legiones, y Lucio Valerio Flaco —todos ellos eran legados— el de [9] la caballería. El pretor tenía consigo dos legados, Gayo Letorio y Publio Titinio, para poder observarlo todo y hacer [10] frente a cualquier intento del enemigo. Al principio los galos contaban con que, concentrando todos sus esfuerzos sobre un único punto, podrían hundir y machacar el ala [11] derecha, que era la más avanzada. Como por esa vía no conseguían gran cosa, intentaron rodear la formación enemiga haciendo un movimiento envolvente por los flancos, maniobra que no parecía difícil dada su superioridad numérica. [12] Cuando el pretor se percató de ello situó las dos legiones de reserva a derecha e izquierda del ala que combatían en primera línea, para alargar también él su frente, y prometió con voto a Júpiter un templo si aquel día derrotaba [13] al enemigo. Da orden a Lucio Valerio de lanzar contra las alas enemigas la caballería de las dos legiones por una parte, y la caballería de los aliados por otra, y de impedir que los enemigos rodeen la formación propia; [14] mientras tanto él, al observar que el estiramiento sobre las alas había debilitado el frente de los galos por su centro, ordena a sus hombres cargar cerrando filas y romper la formación enemiga. La caballería rechazó las alas y [15] la infantería el centro, y como muchos de los suyos caían abatidos en todos los sectores en una tremenda matanza, de pronto los galos volvieron la espalda y tomaron de nuevo la dirección del campamento huyendo en desbandada. La caballería salió en persecución de los fugitivos; enseguida [16] salió también detrás la infantería, y se lanzó el ataque contra el campamento. Menos de seis mil hombres escaparon de allí; los muertos y prisioneros fueron más de [17] treinta y cinco mil, y se cogieron setenta enseñas militares y más de doscientos carros galos cargados con abundante botín. En aquella batalla cayó Amílcar, el jefe cartaginés, [18] así como tres famosos generales galos. Los prisioneros de Placencia, unos dos mil de condición libre, fueron devueltos a su colonia.

Fue una gran victoria que causó una gran alegría en [22] Roma. Cuando llegó la carta con la noticia, se decretó un triduo de acción de gracias. En aquella batalla habían [2] caído alrededor de dos mil entre romanos y aliados, sobre todo del ala derecha, contra la cual cargó en masa el enemigo al iniciar el ataque. A pesar de que el pretor prácticamente [3] había puesto fin a la guerra, el cónsul Gayo Aurelio, una vez resuelto lo que había tenido que hacer en Roma, partió también para la Galia, y el pretor le entregó el ejército victorioso.

Oriente: toma de Calcis. Tentativa de Filipocontra Atenas

El otro cónsul, que había llegado a [4] su provincia cuando casi había finalizado el otoño, pasaba el invierno cerca de Apolonia. De la flota sacada a tierra en Coreira [5] se había enviado a Atenas, como queda dicho anteriormente, a Gayo Claudio con unas trirremes romanas; su llegada al Píreo había abierto grandes esperanzas para los aliados, cuya moral estaba muy decaída. [6] En efecto, por una parte se habían interrumpido las incursiones de devastación de los campos que solían hacerse [7] desde Corinto atravesando Mégara, y por otra parte las naves corsarias que tenían su base en Calcis y habían vuelto peligroso para los atenienses tanto el mar como los campos de la costa, no se atrevían ya a doblar el Sunio52, ni siquiera a aventurarse en mar abierto más allá del estrecho [8] de Euripo53. A las naves romanas se sumaron tres cuatrirremes rodias, aparte de las tres naves descubiertas atenienses preparadas para la defensa de las costas. Claudio consideraba que esta flota era suficiente de momento si con ella se podía defender la ciudad y el territorio de Atenas; pero se le presentó la oportunidad de una operación aún más importante.

[23] Unos exiliados, obligados a salir de Calcis por los desafueros de los hombres del rey, informaron de que era [2] posible apoderarse de Calcis sin el menor combate; en efecto, los macedonios, como no tenían en sus cercanías ningún enemigo que temer, andaban vagando aquí y allá, y los habitantes de la ciudad no se preocupaban de la defensa de la misma, confiados en la guarnición macedonia. [3] Con las garantías que éstos le dieron partió Claudio, y aunque llegó al Sunio con tiempo suficiente como para poder adelantarse hasta la entrada del estrecho de Eubea, mantuvo anclada la flota hasta la noche para evitar ser avistado [4] si doblaba el cabo. Al oscurecer se puso en movimiento y navegó con tiempo bonancible llegando a Calcis poco antes del amanecer, y con unos pocos hombres, por la zona menos poblada de la ciudad, tomó con escalas la torre más próxima y la muralla contigua: en unos puntos los centinelas estaban dormidos, y en otros no los había. Avanzando desde allí hacia las zonas más pobladas, dieron [5] muerte a los centinelas y forzaron una puerta, franqueando la entrada al resto del contingente armado. Desde allí [6] se expandieron por toda la ciudad, incrementándose además la confusión al prender fuego a los edificios que rodeaban el foro. Ardieron los graneros reales así como el [7] arsenal, con un enorme contingente de maquinaria de guerra y de artillería. A continuación comenzó una matanza indiscriminada tanto de los que huían como de los que ofrecían resistencia; cuando hubieron caído o huido sin [8] quedar uno todos los que estaban en edad militar, resultando muerto también Sópatro, el acarnán que mandaba la guarnición, se reunió en el foro todo el botín, que después fue cargado en las naves. Los rodios, además, asaltaron [9] la cárcel y liberaron a los prisioneros que Filipo había encerrado allí por considerarlo un lugar muy seguro para su custodia. Tras derribar y mutilar las estatuas del rey [10] se dio la señal de retirada; embarcaron y regresaron al Pireo, de donde habían partido. Si hubiera habido tropas [11] romanas suficientes para poder ocupar Calcis sin abandonar la defensa de Atenas, se le habrían arrebatado al rey tanto Calcis como el Euripo, lo cual hubiera sido una operación importante en el inicio mismo de la guerra, pues [12] tal como el desfiladero de las Termopilas es la llave de Grecia por tierra, así el estrecho de Euripo lo es por mar.

Filipo se encontraba entonces en Demetríade. Cuando [24] llegó allí la noticia del desastre de la ciudad aliada, aunque era tarde para enviar ayuda porque todo estaba perdido, buscando, sin embargo, la venganza, que es el mejor sucedáneo [2] de la ayuda, salió inmediatamente con cinco mil soldados de infantería ligera y trescientos de caballería y se dirigió a Calcis casi a la carrera, plenamente convencido [3] de que podía aplastar a los romanos. Frustrada esta esperanza, pues al llegar se encontró únicamente con el horrible espectáculo de la ciudad aliada medio derruida y aún humeante, dejó unos pocos hombres, los imprescindibles para dar sepultura a los que habían muerto en el combate, y con tanta celeridad como a la ida cruzó el Euripo por el puente y se dirigió a Atenas a través de Beocia, pensando que a la misma maniobra respondería el mismo resultado. [4] Y así hubiera sido de no ser porque un vigía —«hemeródromos» los llaman los griegos, porque en un solo día cubren corriendo una enorme distancia— divisó la columna del rey desde un puesto de observación y adeiantándose [5] a ella llegó a Atenas a media noche. Reinaba allí la misma entrega al sueño y la misma falta de precauciones [6] que había traicionado a Calcis pocos días antes. Despertados por el despavorido mensajero, el pretor54 de los atenienses y Dioxipo, que mandaba la cohorte de los mercenarios, reunieron a los soldados en el foro y ordenaron que se diesen toques de trompeta desde la ciudadela para [7] hacer saber a todos que el enemigo se acercaba. De esta forma, desde todas partes corrieron hacia las puertas y las murallas. Algunas horas más tarde, pero bastante antes del alba, Filipo se acercaba a la ciudad, y al ver los numerosos puntos de luz y oír el barullo de la gente alarmada, lógico [8] en una conmoción semejante, detuvo la marcha y ordenó a sus hombres hacer alto y descansar, decidido a emplear la fuerza abiertamente ya que la sorpresa no había tenido [9] mucho éxito. Se acercó por el lado del Dipilón. Esta puerta, situada por así decir en la embocadura de la ciudad, es bastante más alta y ancha que las demás; las calzadas que parten de ella tanto hacia dentro como hacia fuera son amplias, de suerte que los habitantes podían formar sus tropas en orden de combate desde el foro hasta la puerta, y en el exterior, una avenida de casi una milla que [10] iba hasta el gimnasio de la Academia, ofrecía espacio libre a la infantería y la caballería enemigas. Los atenienses, con la guarnición de Átalo y la cohorte de Dioxipo, se formaron en orden de batalla en el interior de la puerta y salieron tras sus enseñas por esta avenida. Al ver esto [11] Filipo pensó que tenía a los enemigos a merced suya y que iba a saciar su ira con una matanza largo tiempo esperada, pues era la ciudad griega hacia la que sentía mayor hostilidad; exhortó a sus hombres a combatir mirándole a él, [12] y recordar que las enseñas y los combatientes debían estar allí donde estuviera el rey; y lanzó su caballo en dirección al enemigo, impulsado no sólo por la cólera sino por la vanagloria, porque le parecía excepcional que lo viera [13] combatir la enorme multitud que abarrotaba las murallas como ante un espectáculo. Lanzándose en medio de los [14] enemigos con unos pocos jinetes, bastante por delante de sus líneas, infundió gran ardor a los suyos y pánico a los enemigos. Hirió a muchos con sus propias manos tanto [15] cuerpo a cuerpo como a distancia, rechazándolos hasta la puerta y persiguiéndolos; hizo una carnicería aún mayor entre los que se precipitaban al estrecharse el paso, y él pudo retirarse sin riesgo, a pesar de la temeridad de su acción, porque los que estaban en las torres de la puerta [16] se abstenían de disparar sus dardos para no alcanzar a los suyos, confundidos entre los enemigos. Después, como [17] los atenienses mantenían a sus combatientes dentro del recinto de las murallas, Filipo ordenó tocar a retirada y acampó en Cinosarges55, donde había un templo de Hércules [18] y un gimnasio rodeado de un bosque sagrado. Pero Cinosarges y el Liceo56 y todos los centros religiosos o de recreo de los alrededores de la ciudad fueron incendiados, quedando destruidos no sólo los edificios sino incluso las tumbas: nada de lo que ampara el derecho divino o humano se salvó de su rabia incontenible.

Filipoy la Liga Aquea. Tentativas en Eleusis. Los romanos y los pueblos macedonios

[25] Al día siguiente, al principio las puertas estaban cerradas pero después fueron abiertas de repente porque habían entrado en la ciudad tropas de refuerzo enviadas desde Egina por Átalo y desde el Pireo por los romanos; entonces el rey retiró su campamento a unas tres millas [2] de la ciudad. De allí partió para Eleusis con la esperanza de tomar por sorpresa el templo57 y la fortificación que lo domina y rodea; pero cuando advirtió que la vigilancia estaba bien asegurada y que llegaba del Pireo una flota como refuerzo, renunció a su intento dirigiéndose a Mégara y de allí, sin detenerse, a Corinto; enterado de que se celebraba en Argos la asamblea de los aqueos, se presentó [3] en plena reunión, con gran sorpresa de los aqueos. Se estaba discutiendo acerca de la guerra contra Nabis58, tirano de los lacedemonios. Éste, viendo que las tropas de los aqueos se habían disgregado al pasar el mando de Filopemén59 a Ciclíadas60, jefe de mucha menos talla, había reemprendido la guerra devastando los territorios limítrofes, y ya constituía una amenaza incluso para las ciudades. Cuando se discutía acerca de la cantidad de efectivos [4] que cada ciudad debía alistar para hacer frente a este enemigo, Filipo se comprometió a librarlos de toda preocupación en lo que a Nabis y los lacedemonios se refería: no sólo impediría el saqueo de las tierras de sus aliados [5] sino que trasladaría a la propia Laconia los horrores de la guerra conduciendo allí inmediatamente su ejército. Estas palabras tuvieron una acogida entusiástica. «Es justo, [6] sin embargo —añadió— que mientras defiendo con mis armas vuestras posesiones, no queden las mías desprotegidas. Por consiguiente, si estáis de acuerdo, preparad las [7] tropas que hagan falta para defender Óreo, Calcis y Corinto, de forma que yo tenga las espaldas cubiertas y pueda llevar sin riesgo la guerra a Nabis y a los lacedemonios.» Los aqueos no se dejaron engañar acerca del propósito [8] de tan generosa promesa y del ofrecimiento de ayuda frente a los lacedemonios: lo que se pretendía era sacar del Peloponeso a la juventud aquea como rehén para implicar a la nación en la guerra contra Roma. Ciclíadas, [9] el pretor de los aqueos, estimó que no valía la pena insistir sobre ello y se limitó a decir que los estatutos de la confederación aquea no permitían someter a debate cuestiones distintas de aquellas para las que habían sido convocados; una vez aprobado el decreto referente al alistamiento de [10] un ejército contra Nabis disolvió la asamblea que había presidido con energía e independencia, a pesar de que hasta aquella fecha se le había contado entre los partidarios del rey. Filipo, frustrada su gran esperanza, alistó algunos [11] voluntarios y retornó a Corinto y a tierras de Ática.

Durante las mismas fechas en que Filipo estuvo en [26] Acaya, Filocles, el prefecto del rey, salió de Eubea con dos mil soldados tracios y macedonios para saquear el territorio ateniense en la zona de Eleusis y cruzó el paso [2] de Citerón61