Historia económica general - Max Weber - E-Book

Historia económica general E-Book

Max Weber

0,0

Beschreibung

Esta obra es una pieza clave para la comprensión del universo weberiano. A través de una clara y concisa exposición histórica, el autor sigue el desarrollo del espíritu del capitalismo, y establece una teoría de los estamentos que asocia los fenómenos de la organización económica con los traumas de la cultura.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 660

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Historia económicageneral

Max Weber

Traducción y prefacio de Manuel Sánchez Sarto

Prólogo a la tercera edición de Graciela Márquez

Primera edición en alemán, 1923 Segunda edición en alemán, 1924 Primera edición en español, 1942 Segunda edición en español, 1956 Tercera edición en español, 2011 Primera edición electrónica, 2012

Título original: Wirtschaftsgeschichte © 1924, S. Hellman y M. Palyi, de Munich

D. R. © 1942, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-0995-3

Hecho en México - Made in Mexico

Prefacio

Van cuatro lustros transcurridos desde que empecé a usar como libro para los escolares la Historia económica de Max Weber, ahora ofrecida de nuevo a los lectores por el Fondo de Cultura Económica. Considero esa obra como una de las más perennes en la literatura académica de la economía y ello se debe a su actualidad perfecta, después de 30 años de su primera publicación en el idioma original.

Figura esa materia del currículumde la licenciatura en el primer año de estudios: justamente cuando llegan a la Universidad los alumnos de preparatoria, necesitados, a un mismo tiempo, de colmar grandes lagunas de información en la historia de la cultura, y de adquirir los primeros y sólidos conceptos fundamentales de la economía.

Numerosos autores pueden ofrecernos tratamientos seccionales más penetrantes y profundos. Schmoller, Sombart, Clapham, Ashton, Henri Sée, Ely Heckscher, Von Below, Veblen, Schumpeter, Hayman, han trazado, sobre sus peculiares temas de investigación, obras definitivas para niveles académicos más avanzados. Pero a todas ellas les falta el toque de universalidad inmanente que sólo podría lograr el sociólogo más calificado de todos los tiempos, como es el Max Weber de Economía y sociedad, gran tratado accesible a los lectores de lengua castellana, esta vez también por los cuidados del Fondo de Cultura Económica.

Para algunos críticos superficiales la presente Historia económica no es sino una diversión estratégica del gran sociólogo alemán. Yo la considero, en cambio, como una pieza coherente con su sistema filosófico general y con su cuadro, siempre ecuménico, de la cultura.

La gran escuela histórica —desde sus comienzos hasta el más cercano presente— se halla limitada a una visión de horizonte “occidental”, referido este último calificativo al ciclo cultural de los grandes países del oeste y el centro de Europa. Pocas páginas han de leerse, en cambio, de la Historia de Weber para salirse de ese marco, bien brillante por cierto, y penetrar por lo pronto en el mir, o mundo, eslavo, elevándose a seguida por las estructuras y formas del mundo oriental, y aun nutriéndose en las jugosas enseñanzas de los pueblos primitivos de antes, de ahora y de siempre.

Para Max Weber la Historia económica no es sino un empeño tendido entre el caos primitivo de las civilizaciones mágicas, fatalistas y negadoras del individuo, y los tiempos modernos, caracterizados por su ansia obsesiva de racionalización e individualismo. Entre esas dos largas etapas de la evolución cultural se ofrece una zona intermedia, la del tradicionalismo servil, ejemplificado, en dos periodos distantes, por el sistema bizantino de las postrimerías del primer milenario y el cameralismo alemán del siglo XVII.

No ignora Max Weber la interpretación histórica del marxismo, con su planteamiento universal de la lucha de clases y el apocalíptico anuncio del desmoronamiento fatal del sistema capitalista. Mas para el historiador alemán la explicación procurada por la lucha de clases no es exhaustiva: otras fuerzas poderosas, la religión sobre todas, se halla en la raíz misma de sus tres grandes etapas evolutivas, e introduce, en el panorama de la investigación, modalidades engendradas en las provincias diversas de la sociología.

En una primera y larga etapa la humanidad —en todas sus manifestaciones, una de ellas la economía— tiene un sentido carismático, miraculoso, irracional. Las civilizaciones primitivas, las orientales, la griega y la romana están centradas, como las posteriores, hasta nuestros días, por el ansia de poder. El imperante descansa en una élitereducida de magos y apóstoles, que hacen caer sobre las grandes masas, aturdidas e ignorantes, fanáticas e irracionales, la gracia luminosa que resulta de la parcial y momentánea explicación de los misterios. Esa magia resulta por igual imperante en los oráculos de los helenos y en el poder verbal liberatorio de las fórmulas procesales romanas, o en el carisma de los sacramentos católicos.

Más tarde la técnica política imperial se despoja de los esoterismos y absorbe en forma absoluta las esencias del poder. Los imperantes se valen, para su ejercicio del dominio, de “servidores” que obedecen sus órdenes y se integran en grandes burocracias político-administrativas. Pero ese ancho estamento que separa los imperantes de los súbditos ha perdido ya su sentido taumatúrgico, y sólo se mantiene unido por una gracia decadente, la de la tradición, toda cuya fuerza y virtud emana de la cabeza imperante del sistema. El mundo, en esa segunda y prolongada época, vive más cerca aún del irracionalismo que de la racionalización.

Surge ese nuevo empeño, el de las fuerzas racionales, cuando, al empuje de la Reforma religiosa, la tradición deja de ser indiscutible, y el afán de lucro y el espíritu de empresa descienden de los tronos reales y estallan en el cerebro de cada ser humano, con un sentido de orgullo y dignidad. El poder queda al alcance de cada individuo, como el bastón de mariscal podía salir —según la concepción napoleónica— de la mochila de cualquier soldado.

Desde el Renacimiento la empresa económica y el empeño lucrativo dejan de ser cosas nefandas para convertirse en otros tantos medios de ganar la gloria eterna en este bajo mundo. La ganancia y la caridad se mueven ya en un mismo plano. “Gana lo que puedas; ahorra lo que puedas; da lo que puedas”, dice una prestigiada sentencia calvinista. Esa interpretación sociorreligiosa de la historia y de la economía es uno de los grandes hallazgos de Weber. Servida tal idea por una asombrosa erudición que cubre el planeta entero, Max Weber nos explica el proceso de “desencanto”, mejor dicho, de “desencantamiento” de la mente humana, hasta entonces entinieblada por la magia y la tradición.

Pero Weber se da cuenta de un hecho peligroso. El nuevo Estado racionalista no pasa de ser una empresa, mayor que todas las empresas, por cierto. Para mantener, ahora con mayor voluntad, el ejercicio del poder, otra burocracia más gigantesca que las anteriores necesita ser creada —en las agencias gubernamentales, en las grandes manufacturas, en los cárteles internacionales, en los ejércitos modernos cifrados por millones—. Y el hombre, los hombres, apenas salidos de su secular “encantamiento” en que los tenían presos el mito y la tradición, se ven envueltos por el velo de otra magia: la de la máquina primitiva y la del automation actual, con su amenaza de hacerlos, gracias al señuelo de un menguado bienestar material, más esclavos que antes. La mecanización, que nos prometía más ocio y holgura para la contemplación de los valores ultramateriales, en realidad nos incorpora a un rush sin descanso, a una homogeneización cronométrica sin salida para el alma libre, a una vida de eterna angustia individual y social.

Tal es el cuadro que resulta de las vivencias weberianas, o del estallido nuclear de los atisbos del gran sociólogo germano. Pero sería injusto imputar a Weber un pesimismo irremediable: antes bien, los criterios que naturalmente se desprenden de su concepción socioeconómica son instrumentos de primera fuerza mental para alumnos y profesores. Ciertamente la Historia aquí prologada no es un libro fácil, como para ser leído por autodidactas, pero sí un texto para que un buen maestro lo haga fructificar en provecho de sus discípulos. Entre sus excelencias figura la de presentarnos las etapas de la historia no como las piezas descuartizadas y exangües de la evolución de una humanidad caída, sino como tramos del fluir de una savia siempre viva, en sus avances y en sus reflujos.

Tuvo, además, Weber la habilidad de ofrecernos su Historia depurada de las desviaciones nacionalistas que, como buen alemán hijo de la era bismarckiana, transpiran en otras obras suyas. Su objetividad intachable se había expresado a maravilla en uno de sus libros de juventud (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Berlín, 1904-1905), mientras que su apasionamiento germánico se vuelca en otra de sus obras maestras (Sobre la situación de la democracia burguesa en Rusia, publicada en el “Archivo [alemán] de las Ciencias Sociales y la Política Social”, en 1906). Esta última publicación fue efectuada al año siguiente de la revolución acaecida en el imperio de los zares, a raíz de la guerra ruso-japonesa y de las tímidas reformas agrarias y constitucionales del conde Witte y Stolypin, a quienes se alude al principio de la presente Historia.

Weber veía claramente la debilidad de la autocracia zarista cuyos grupos políticos liberales se caracterizaban —como en todos países y épocas— por la falta de fe en sus propios ideales, anticuados por otra parte, comunes a las llamadas pequeñas burguesías. A falta de un fuerte partido liberal, centrista, el zarismo sobrevivía por la inercia de un sistema montado sobre la magia y la tradición, aunque Weber fue vidente al presagiar que “sólo una guerra europea infortunada podría dar al traste con el régimen autocrático”. Y así ocurrió cuando, a partir de la citada revolución de 1905, se produjo un poderoso desplazamiento de poder de la corona a la burocracia, una transición que Weber temía como nacionalista germano. En la biografía de Max Weber, escrita por Marianne, su esposa, se contienen acerca del problema alemán estas proféticas palabras: “El respeto a la verdad nos obliga a admitir que la misión política mundial de Alemania no es otra sino la de asegurar el advenimiento del dominio del mundo por los anglosajones: Ah! c’est nous qui l’avons faite, como decía Thiers a Bismarck, refiriéndose a la unidad germánica”.

Manuel Sánchez Sarto

Prólogo a la tercera edición

Con la aparición de la Historia económica general de Max Weber en 1942 el Fondo de Cultura Económica cumplía uno de sus objetivos iniciales. En efecto, en el origen de la casa editorial estuvo una preocupación por hacer accesibles a los estudiantes de economía textos fundamentales sobre esta materia. A principios de los años treinta, un diagnóstico de los estudios de economía señaló que la escasa disponibilidad de textos en español hacía muy difícil la enseñanza y disminuía el interés en la recientemente creada licenciatura en economía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Con esta preocupación, Daniel Cosío Villegas emprendió una de las más formidables empresas de su fructífera carrera: la creación de una casa editorial cuya meta era precisamente la de proporcionar materiales indispensables para que estudiantes y maestros se adentraran en los textos líderes de la ciencia económica a nivel internacional. Con el tiempo, por supuesto, el Fondo de Cultura Económica rebasó, para beneficio de la cultura mexicana del siglo XX, el ámbito de los textos de economía y se abocó a la publicación de libros sobre otras materias, hasta cubrir una amplísima gama que 75 años después de su fundación incluye títulos de historia, sociología, filosofía, política, derecho y psicología, sin olvidar la publicación de obras literarias en diversas colecciones.

Para 1942 la Sección de Obras de Economía, dirigida por Daniel Cosío Villegas, contaba ya con 44 títulos, de los cuales sólo un puñado fueron escritos originalmente en español. El afán por traducir obras de otros idiomas era, como ya dijimos, una necesidad para la enseñanza de la economía. De esta forma qué publicar (y por lo tanto qué traducir) estaba ligado íntimamente con lo que se creía era fundamental en la formación de los economistas. A pesar de que los textos de teoría económica y aspectos especializados como banca, moneda y ciclos fueron cruciales en la producción editorial de los primeros años, la historia económica ocupó un lugar relevante desde 1937 cuando se publicó Orígenes del capitalismo moderno de Henry Sée. Al siguiente año apareció la Historia económica de Europa 1760-1930 de Arthur Birnie y en 1939 se sumaron Comercio y navegación entre España y las Indias de Clarence H. Haring e Historia económica y social de la Edad Media de Henri Pirenne. En 1940 se publicó Historia económica mundial de John Percival Day, mientras que en 1941 se agregaron al acervo de títulos sobre historia económica los de Historia del comercio de Clive Day, Historia económica de los Estados Unidos de Edgard Chase Kirkland y la Historia de las invenciones mecánicas de Abbot P. Usher. La Historia económica general de Weber, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, apareció en 1942 cuando también se publicó la Historia económica de Alemania de Gustav Stolper.[1] En suma, por su número y la relevancia de algunos de los autores listados, podemos afirmar que la historia económica era para Cosío Villegas y sus colaboradores un elemento esencial para entender la economía y otras disciplinas afines.

Pero el interés que llevó a la publicación de variados textos sobre historia económica no explica del todo por qué se publicó la obra de Weber. Aunque desconocemos las razones precisas que llevaron a su publicación, seguramente la naturaleza del texto y la influencia del traductor Manuel Sánchez Sarto definieron en buena medida la incorporación de la Historia económica general al catálogo del Fondo de Cultura Económica. Primero, el hecho de que el texto proviniera de las notas de un curso impartido por Weber en la Universidad de Munich a finales de 1919 y principios de 1920 lo acercaba al interés del Fondo de Cultura Económica por publicar libros para la enseñanza de la economía en México. Originalmente publicada en alemán en sendas ediciones de 1923 y 1924, la Historia económica general es una obra póstuma en la que se reunieron y organizaron las notas de Weber. Los editores de este material, Seigmund Hellmann, Merchior Palyi y la propia esposa de Weber, Marianne, confrontaron y complementaron las notas originales con los apuntes de algunos de los alumnos asistentes a dicho curso.[2] Segundo, en el prefacio a la segunda edición en español Sánchez Sarto reconoció que la Historia económica general era un texto con el que él mismo impartía cursos de licenciatura.[3]

La Historia económica general es una obra que refleja muchos años de reflexión, con un planteamiento conceptual complejo y al mismo tiempo con un esfuerzo de síntesis. Todo ello logrado por la obra madura del autor que abreva en sus investigaciones y propuestas metodológicas expuestas con maestría en sus trabajos previos. Tan sólo unos meses antes de su muerte, en junio de 1920, Weber impartió un curso de historia económica de cuyas notas surgió el libro que comprende una primera sección de “Nociones previas” seguida por cuatro capítulos. En las páginas dedicadas a las “Nociones previas” se delimita el campo de la historia económica en tres grandes temas: el primero estudia la estructura de la sociedad y su división en clases a partir de cómo se organiza el trabajo del hombre, su distribución, especialización y su relación con la propiedad. El segundo tema se refiere al carácter consuntivo o lucrativo de la producción según el cual se busca determinar si el eje de la actividad económica se rige por la rentabilidad. Finalmente, Weber asigna a la historia económica el análisis del proceso de separación de la economía consuntiva y la empresa lucrativa a través de la racionalidad formal implícita en la economía monetaria. Y son precisamente estos temas los que dan el trazo conceptual a los cuatro capítulos que integran el cuerpo del libro.

El primer capítulo desglosa los aspectos esenciales de la organización agraria desde el comunismo primitivo hasta las plantaciones y explotaciones hacendarias del capitalismo. En un análisis donde predomina la diversidad de ejemplos y contrastes de experiencias en latitudes no europeas, el autor cuestiona la existencia inexorable del comunismo agrario en el origen de las comunidades primitivas. De la misma manera, la titularidad de la propiedad depende de la pluralidad de organizaciones. El caso que trabaja más extensamente Weber se refiere a la propiedad señorial agrícola, que le permite explicar la multiplicidad de formas feudales que aparecen dentro y fuera de Europa desde su origen remoto en la Antigüedad hasta su subsistencia en formas de explotación capitalista. Y fue precisamente por la decadencia del sistema señorial que se afianzó la propiedad individual y la función consuntiva quedó relegada a la comunidad doméstica.

En “Industria y minería hasta la eclosión de capitalismo”, correspondiente al capítulo II de la Historia económica general, el recorrido cubre nuevamente desde las formas más antiguas de transformación de materias primas para la satisfacción de necesidades de la economía consuntiva, hasta la aparición del artesanado y la producción de carácter lucrativo, el trabajo a domicilio y el taller de empresa, entre otras. Sin embargo, Weber no plantea una sucesión evolutiva en las formas de organización tal como lo demuestran los repetidos ejemplos provenientes de las cortes de la India, China o la hacienda señorial de la Edad Media. En realidad fue la especialización para el mercado la expresión más clara de una producción regular para la venta lo que dio forma a la economía de cambio. Del lado del trabajo, las organizaciones de los artesanos se formaron desde la Antigüedad, pero lo que distinguió al gremio medieval fue el poder monopólico que garantizaba la igualdad de condiciones entre sus miembros. No obstante, la diferenciación y divergencia al interior de los propios gremios gestó cambios que propiciaron la aparición de sistemas de trabajo a domicilio. Sin embargo, la sustitución de los gremios por sistemas de trabajo a domicilio fue en todo caso un proceso paulatino que incluso operó en forma paralela, tal que no fueron artesanos sino operarios agrícolas los que apuntalaron este proceso en prácticamente todas las latitudes. Lo peculiar a Occidente fue la apropiación individual del capital fijo y la dirección del patrón en los sistemas de trabajo a domicilio, punto a partir del cual se avanza hacia la producción de taller y la fábrica moderna. Ahora bien, una condición indispensable para el predominio de la fábrica fue la existencia de mano de obra libre en abundancia.

En el tercer capítulo Weber analiza otro elemento central para entender el desarrollo de las economías precapitalistas: el comercio. Vale la pena hacer notar que en este capítulo el autor trata de temas conectados con el comercio en distinta medida. Por una parte, aparecen la organización del transporte, las formas de protección jurídica a los comerciantes y sus asociaciones, los instrumentos de crédito y el papel de las ferias en la expansión del crédito. En todos estos temas la conexión con la evolución del comercio es más o menos directa. En su origen más remoto el cambio fue una actividad asociada con un fenómeno exterior a la tribu o a la comunidad doméstica. Pero su continuación en el tiempo requirió de transportes ordenados en cualquiera de sus modalidades, terrestre o marítima. Asimismo, las formas jurídicas que regularon la presencia del comerciante mismo en calidad de forastero y la defensa de los intereses de los comerciantes establecidos en plazas extranjeras a través de la formación de guildas fueron también condiciones indispensables para garantizar la expansión de las actividades comerciales. Más importantes aún fueron los instrumentos de financiamiento de la actividad comercial entre los que destacan la temprana aparición de la commenda y la societa maris. Sin embargo, fue la organización de las ferias, en particular las de Champagne, lo que dio un impulso definitivo al intercambio de largo plazo e introdujo transacciones de mayor volumen y propició actividades como las de los cambistas de monedas. En estos sistemas más complejos de comercio, el crédito se convirtió en pieza fundamental y con ello tuvo lugar una separación de la contabilidad doméstica y la comercial.

Por otra parte, el capítulo III incluye otros tres elementos conectados con el comercio pero, en algún sentido, con una importancia en sí mismos: el dinero, la banca y el interés. Respecto del dinero, Weber afirmó que “considerado desde el punto de vista de la evolución histórica, el dinero aparece como creador de la propiedad individual…”[4] y reconoció sus dos funciones primordiales: como medio general de cambio y como medio legal de pago. Pero para que la segunda función se cumpliera plenamente fue necesario desarrollar patrones metálicos que garantizaran el sistema internacional de pagos, cuyo ejemplo más antiguo fue el florín de oro de Florencia del siglo XIII y que llegó a su expresión más compleja con los patrones oro y bimetálico del siglo XIX. Respecto de los inicios de las operaciones monetarias y bancarias, Weber las sitúa en las actividades de los cambistas, el otorgamiento de créditos a comerciantes y la recaudación de impuestos, aunque reconoce antecedentes en los bancos de Estado de la Antigüedad. Las innovaciones financieras, como la letra de cambio, dotaron de la liquidez necesaria a las operaciones comerciales. La fundación del Banco de Inglaterra en el siglo XVII imprimió una nueva dinámica a las operaciones bancarias, pues facilitó la movilización de capitales a través de las operaciones de descuento. Finalmente, pese a las prohibiciones de la Iglesia católica respecto del cobro de intereses, Weber concluye que más que la regulación religiosa fue el riesgo de las empresas marítimas lo que propició el cobro de un interés fijo. En este mismo sentido, el dominio de los banqueros florentinos y las justificaciones de algunos teólogos calvinistas se impusieron con facilidad a las restricciones impuestas por la Iglesia católica.

“El origen del capitalismo moderno” es el título del cuarto capítulo del libro de Weber. De los cuatro capítulos, éste es el que presenta una mayor complejidad pues expone una ruta de análisis que exige conjuntar el trazo conceptual del inicio del libro con la narrativa histórica expuesta en los tres capítulos previos. A pesar de que en ellos se identificaron estructuras e instituciones económicas y sociales comunes a sociedades geográfica o temporalmente separadas, el cambio cualitativo que implicó la irrupción del capitalismo moderno en Occidente fue único. Las peculiaridades en Occidente aparecieron conectadas en una forma particular a partir del siglo XVIII. De esta manera, Weber encuentra que el capitalismo moderno adquiere su forma con base en la existencia simultánea de la apropiación de los bienes de producción por parte de empresas lucrativas, la libertad comercial, la maximización contable de la producción, un marco jurídico que provee certidumbre a las empresas, la existencia de individuos que libremente venden en el mercado su fuerza de trabajo y la comercialización de títulos de empresas y deuda pública. Así, Weber planteó el capitalismo moderno como un sistema que abarcó todas las posibilidades del mercado pero cuya creación estuvo condicionada por la reforma religiosa y su “ética racional de la economía”, la cual rompió con los obstáculos tradicionales al lucro y a la empresa. Sintetizado en las últimas páginas del libro este argumento, profusamente expuesto en otros escritos del autor, es una expresión madura de una de las contribuciones más importantes del pensador alemán.

Para finalizar, cabe resaltar que la lectura de la Historia económica general rebasa cualquier comparación con un libro de texto, pues la complejidad conceptual y la erudición en los ejemplos la convierten en una obra de múltiples aproximaciones. Proporciona respuestas a un estudiante en búsqueda de síntesis explicativas al tiempo que abre interrogantes y líneas de investigación a los especialistas, con lo que mantiene la vigencia de su análisis. La reedición de esta obra de Weber en 1956 y ahora en 2011, al igual que la primera edición en 1942 y sus múltiples reimpresiones, reiteran la vocación del Fondo de Cultura Económica por el enriquecimiento de las ciencias sociales en México.

Graciela MárquezEl Colegio de México

[Notas]

[1] La lista completa de títulos del catálogo durante los primeros años del Fondo de Cultura Económica puede consultarse en el Libro conmemorativo del primer medio siglo. Fondo de Cultura Económica, México, Fondo de Cultura Económica, 1984.

[2] En 1958 la tercera edición a cargo de Johannes Winckelmann complementó las ediciones de 1923 y 1924 con las notas de otros estudiantes. Ver Dirk Kasler, Max Weber, An Introduction to His Life and Work, Chicago, Chicago University Press, 1988, p. 48. La primera edición del Fondo de Cultura Económica, traducida por Manuel Sánchez Sarto, apareció en 1942, mientras que la segunda edición, a la que se agregó un prefacio escrito por el mismo Sánchez Sarto, se publicó en 1956, cuando la Sección de Obras de Economía estaba a cargo de Eduardo Suárez, Víctor L. Urquidi y Javier Márquez.

[3] Ver Manuel Sánchez Sarto, prefacio, en Max Weber, Historia económica general, 2a ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. VII.

[4] Max Weber, Historia económica general, 1a ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1942, p. 256.

Nociones previas

I. Conceptos fundamentales

A. Decimos que una actividad es económica cuando está orientada a procurar “utilidades” (bienes y servicios) deseables o las probabilidades de disposición sobre las mismas.[1]Toda actividad puede orientarse económicamente, aun la del artista y la del guerrero, esta última en cuanto los fines y medios económicos son de interés para la preparación y realización de la guerra. Sin embargo, en sentido estricto, “economía” implica sólo el ejercicio pacífico de un poder de disposición que, de modo primordial, está económicamente orientado. Una de las características del poder de disposición es la referente a la propia fuerza de trabajo. El esclavo, al cual se hostiga mediante el látigo, es un instrumento, un medio económico del señor, pero no actúa económicamente él mismo, como tampoco el obrero de la fábrica, que en ese recinto no es sino un medio técnico de trabajo y, en cambio, en su propio ambiente doméstico actúa económicamente. La nota pacífica es indispensable, porque si bien cualquier forma de violencia efectiva (rapto, guerra, revolución) puede estar orientada económicamente, se halla sometida a otras normas que las de un suministro por medios pacíficos. Ciertamente, según la experiencia histórica, detrás de cada economía existe y debe existir un elemento coactivo —manejado en la actualidad por el Estado, en épocas pasadas a menudo por los estamentos— e incluso un posible régimen económico socialista o comunista del porvenir necesitaría de la coacción para poner en práctica sus ordenamientos; ahora bien, esta coacción no es precisamente una actuación económica, sino tan sólo un medio para asegurarla. Importa, además, que la acción económica se halle condicionada y orientada por la escasez de medios: para satisfacer el deseo de ciertas utilidades los medios se deben someter a gestión económica cuando sólo se dispone de ellos con limitación.[2] De aquí la tendencia (no siempre lograda por entero) hacia la racionalización de la acción económica. Bajo la denominación de economía comprendemos, así, en definitiva, una acción desarrollada de modo coherente mediante un propio poder de disposición, en cuanto se halla determinada por el deseo de procurarse utilidades o probabilidades de ellas. La “unidad económica” (“asociación económica”) es siempre —en cuanto la acción es llevada a cabo por una “asociación” más o menos cerrada hacia afuera— una asociación autocéfala, es decir, que condiciona también al grupo de personas directivas, está orientada primeramente hacia lo económico y su actividad no se desarrolla con carácter esporádico sino constante. Es esencial, sobre todo, la primordial orientación económica, que caracteriza a la asociación económica como tal. Frente a estas asociaciones tenemos aquellas otras que, ciertamente, “intervienen” en la “vida económica”, pero que no son asociaciones económicas, ya sea porque de modo primordial persiguen otros fines y sólo de modo secundario fines económicos (asociaciones con gestión económica accidental), ya sea porque no actúan económicamente por sí mismas sino que se limitan a fijar normas formales para la actuación económica de otras asociaciones, sometiéndolas así a normas generales (asociaciones ordenadoras), o a “regularlas materialmente” mediante una intervención total en ellas (asociaciones económico-reguladoras). Una y la misma “asociación” puede corresponder, en ciertas circunstancias, a varios de estos tipos.

B. La actividad económica puede proponerse: 1. La distribución planeada de las utilidades disponibles: a) entre el presente y el futuro, b) entre las diversas formas posibles de su empleo en la actualidad; 2.La producción y suministro planeados de cosas y servicios de los que se puede disponer, aunque no son todavía aptos para un aprovechamiento inmediato (“producción”); 3.La adquisición de un poder de disposición o de codisposición sobre utilidades, cuando éstas, aptas o no para la satisfacción inmediata, se encuentran en poder de una economía ajena. En este último caso, los medios —cuando, de acuerdo con nuestra fundamental noción de economía, se actúa pacíficamente— consisten o en la formación de una asociación económico-reguladora (con los titulares del poder de disposición) o en el trueque o cambio.

La asociación económico-reguladora puede ser: 1. Asociación administrativa (“economía planeada”): esta expresión implica una dirección económica unitaria, un grupo de unidades económicas sistemáticamente regido por un cuadro de personas en cuanto a la producción, el empleo o la distribución de las utilidades (ejemplo de ello son las organizaciones “económicas” en la primera Guerra Mundial). Las unidades económicas integrantes de la asociación orientan sus actividades según el plan formulado por el cuadro directivo. 2.Asociación reguladora: la asociación carece, en este caso, de una dirección central de todas las actividades individuales pero, en cambio, elimina toda competencia entre los particulares, regulando las acciones económicas de las entidades que la integran. Los medios importantes para lograr ese objeto son los siguientes: racionamiento del consumo y racionamiento de la producción. Ejemplos de ello son las comunidades de pescadores, las asociaciones para el aprovechamiento en común de pastos y bosques, los gremios, con racionamiento de las materias primas, por una parte, y de las probabilidades de venta, e indirectamente de las de consumo, por otra. Pero no son los únicos ejemplos. Muchas veces pueden incluirse también en este grupo los cárteles modernos.

El cambio puede ser: 1. Cambio ocasional, característico de las épocas primitivas. Eventualmente se hace intercambio de los bienes remanentes, pero el centro de gravedad del abastecimiento descansa en los propios productos de la unidad económica; o 2.Cambio en el mercado, que se orienta por el hecho de que se ofrecen con carácter general bienes para el cambio y se demandan otros bienes, es decir, por la existencia de “probabilidades de mercado”. Cuando el cambio en el mercado es la forma prevalente en la economía hablamos de una economía de cambio.

Todo cambio descansa en la lucha pacífica del hombre contra el hombre, en la lucha de precios, en el “regateo” (con el otro sujeto de la transacción), y eventualmente en la competencia (contra quien está animado por análogos propósitos de cambio), y persigue una transacción que da término a esta lucha en favor de uno o de varios participantes.

El cambio puede estar regulado de un modo jurídico formal, como ocurre en la economía capitalista libre, o de un modo material (cambio regulado, en el sentido propio del vocablo) mediante guildas, gremios, empresarios monopolistas, etc., teniendo en cuenta puntos de vista muy diferentes entre sí (por ejemplo, el mantenimiento de precios altos o bajos, el abastecimiento de la población, etcétera).

El cambio puede ser de dos clases: cambio natural o cambio por dinero. Sólo en este último caso resulta técnicamente posible una plena orientación de la acción económica según las “probabilidades de mercado” en el sentido de la economía de cambio.

C.Medio de cambio es un objeto que, de modo genérico (esto es, reiteradamente y en gran escala), es admitido en cambio por un círculo de personas, sólo por la razón de que se espera poder darlo, también, en cambio. No siempre resultan necesariamente idénticos los medios de cambio y los medios de pago. Medio de pago es, por lo pronto, sólo un elemento genérico que permite realizar determinadas prestaciones, por ejemplo el pago de las “deudas”; pero no todas las deudas responden a operaciones de cambio, como ocurre en los casos de las deudas fiscales, las tributarias y las deudas totales. Por otra parte, tampoco cualquier medio de pago que se presenta en la historia de la economía es, por fuerza, medio de cambio; por ejemplo, en África, las vacas eran medio de pago, pero no medio de cambio. Ni todo medio de cambio es, de modo ilimitado, medio de pago en el área donde tiene validez como tal. Los kanes mongoles hicieron circular entre sus vasallos moneda de papel que no admitían como medio de pago de impuestos. Determinadas monedas de oro sólo se usaban en Austria, en ciertas épocas, para el pago de derechos de aduana. No todo medio de cambio fue utilizable en la historia como tal para todas las modalidades del cambio; por ejemplo, en África las mujeres no podían adquirirse con monedas de concha, sino sólo a cambio de vacas.

El dinero es un medio de pago que, al mismo tiempo, se utiliza como medio de cambio dentro de un determinado círculo de personas, y que, dotado de un “valor nominal”, por medio de la acuñación, está en condiciones de servir también como unidad de cuenta. Ahora bien, esta peculiaridad técnica no está ligada a la circunstancia de que puede dársele una determinada forma externa. El papel del Banco de Hamburgo, a imagen y semejanza de algunas instituciones chinas, tenía, por ejemplo, como garantía depósitos de plata, cuya forma era indiferente; en cambio, los efectos comerciales (letras de cambio), librados contra esos depósitos, eran dinero.

A una economía que no conoce el uso del dinero la denominamos economía natural; a la que conoce y utiliza el dinero, economía monetaria.

La economía natural puede ser una economía cuyas necesidades quedan cubiertas sin recurrir al cambio, como ocurre, por ejemplo, con el señor territorial que hace descansar la satisfacción de sus necesidades sobre las economías de las haciendas agrícolas de los labradores, o como sucede con el oikos, la economía doméstica cerrada;[3] sin embargo, en su forma pura, siempre reviste carácter excepcional. También puede ser economía natural de cambio, en la cual, si bien encontramos el cambio económico, no aparece el dinero. Esta forma económica nunca llega a adquirir pleno desarrollo. En el antiguo Egipto predominó durante algún tiempo la economía que calculaba en dinero y cambiaba en especie, cambiándose cantidades de bienes contra cantidades de bienes, después de hacerse una estimación previa en dinero, de ambas cantidades.

La economía monetaria hace posible una separación personal y temporal de los dos momentos del trueque, y libera de la necesidad de correspondencia entre las cosas cambiadas, con lo cual se crea la posibilidad del ensanchamiento del mercado, es decir, que se aumentan las “probabilidades de mercado”; de este modo las actividades económicas se emancipan de la situación de momento (coyuntura actual) y desde entonces puede ya especularse sobre las futuras posiciones del mercado, lo cual se logra estimando en dinero (mediante el oportuno cálculo) tanto las probabilidades de venta como las de compra. Esta función del dinero que permite llevar una contabilidad, disponer de un denominador común al cual pueden referirse todos los bienes, reviste la mayor importancia; sólo así se nos ofrece una premisa para la racionalidad calculatoria de la actividad económica; sólo así existe una “contabilidad”. Semejante circunstancia permite a la “economía lucrativa” orientarse de modo exclusivo por las probabilidades de mercado, y a la “economía consuntiva” establecer de antemano “un plan económico” para la utilización de las cantidades de dinero disponibles según la “utilidad marginal” de esas cantidades.

D. Los dos tipos fundamentales de toda economía son la consuntiva y la lucrativa, que si bien se hallan entre sí enlazadas por algunas formas de transición, son en sus puras formas conceptualmente antagónicas. La economía consuntiva implica una acción económica orientada a cubrir las propias necesidades, ya sean las de un Estado, un individuo o una cooperativa de consumo. La economía lucrativa, en cambio, implica una orientación en el sentido de las probabilidades de ganancia y, hablando en términos más concretos, de las probabilidades de ganancia mediante el cambio. Las categorías fundamentales de la economía consuntiva son, desde que existe una economía monetaria, el patrimonio y la renta. Ciertamente puede hablarse también de una renta y de una propiedad en especie. Ahora bien, renta y patrimonio sólo reconocen un denominador común cuando pueden estimarse en dinero, y de un patrimonio como unidad sólo puede hablarse a base de una economía de cambio que tiene como fundamento el dinero. En este aspecto la renta implica la probabilidad de disponer durante un determinado periodo de ciertas cantidades de bienes estimables en dinero, y el patrimonio, en cambio, la posesión de bienes que pueden valorarse en dinero, posesión que se encuentra a disposición de la unidad consuntiva para su uso constante o para servir como fuente de renta. Por último, la empresa significa una unidad económica lucrativa que se orienta por las probabilidades de mercado, para obtener ganancias con el cambio. Una empresa en este sentido puede ser esporádica, por ejemplo una expedición marítima —de la cual derivó en los comienzos de la Edad Media una forma capitalista de asociación, la commenda— o una explotación permanente. Toda empresa se propone una rentabilidad, o sea, conseguir un remanente sobre la estimación en dinero de los bienes económicos empleados en la empresa; así trabaja con un cálculo o cuenta de capital, es decir, se apoya en un balance, en consideración al cual todas las medidas particulares adoptadas se convierten en objeto de cálculo, esto es, del cálculo de las probabilidades de ganancia por medio del cambio. El cálculo de capital significa que ciertos bienes se aplican a una empresa teniendo en cuenta su valor de estimación en dinero, y que una vez realizada la empresa o al finalizar un periodo económico, se establece en dinero la pérdida o la ganancia (comparando el valor inicial y el final del capital). Cuando este procedimiento se universaliza, oriéntase conforme a él y, por lo tanto, conforme a las probabilidades de mercado, la producción y el cambio de mercancías.

La economía consuntiva y la economía lucrativa se hallan separadas en la actualidad, y se perfeccionan o realizan mediante actividades diferenciadas y continuas. Todavía en los siglos XIV y XV, por ejemplo en la casa de los Médicis,[4] no se conocía esta distinción. En la actualidad es ya ley común, hasta el punto de que no sólo se separan externamente la economía consuntiva y el negocio lucrativo —como era, por ejemplo, el caso entre los visires del imperio de los árabes—, sino que resulta también decisiva la separación contable. Sólo lo que al efectuar el balance aparece como ganancia afluye a las economías consuntivas particulares, tanto en la empresa individual como en la sociedad anónima. La economía lucrativa desarrolla su actividad económica de modo fundamentalmente distinto que la consuntiva, ya que no se apoya, como ésta, en la utilidad marginal, sino en la rentabilidad (que a su vez depende, en último término, de la constelación de utilidades marginales en los últimos consumidores). Asíel cálculo en dinero depende, lo mismo en la economía consuntiva que en la lucrativa, de las probabilidades de mercado, es decir, de la lucha pacífica entre los seres humanos. En consecuencia, el dinero no es un módulo inocuo o neutral, como cualquier otro instrumento de medición, sino que el precio en dinero que sirve para las estimaciones es una transacción entre las probabilidades de lucha en el mercado, de manera que el módulo de estimación, sin el cual no se concibe la cuenta de capital, sólo puede lograrse en el mercado mediante la lucha del hombre con sus semejantes. De aquí resulta la racionalidad “formal” de la economía monetaria, en comparación con la economía “natural” (ya sea con o sin cambio). Implica la máxima “calculabilidad” posible, el cálculo completo de todas las probabilidades de ganancia y pérdida ya realizadas o esperadas para el futuro. El servicio racional formal que presta la cuenta de capital no puede sustituirse por ningún otro medio de cálculo, ni siquiera por un cálculo natural en especie, muy desarrollado y que se apoye en una estadística universal que sustituya al cálculo en dinero, tal como se ha propuesto por los socialistas. Para que el cálculo de capital llegara a eliminarse, lógicamente sería preciso encontrar un medio técnico que procurase un denominador común tan útil como el dinero o el precio en dinero.

II. Tipos de la articulación económicade las prestaciones

El hecho fundamental de la vida económica presente (lo mismo que de toda etapa “desarrollada”) es la división profesional, la diferenciación de los hombres por profesiones.

Profesión, según la acepción de la ciencia económica, es la prestación continuada de servicios por una persona, para realizar una finalidad consuntiva o un acto de lucro. Puede ejercerse dentro de una asociación (dominio señorial, aldea, ciudad) o bien para realizar el cambio en el mercado (mercado de trabajo o de productos). La división profesional no ha existido siempre o, por lo menos, no ha tenido en todas las etapas históricas la amplitud actual.

Desde el punto de vista económico las prestaciones humanas pueden ser de tipo dispositivo o ejecutivo. Denominamos a las últimas trabajo; a las primeras, disposición del trabajo. La forma de disposición del trabajo es distinta; técnicamente cabe establecer una distinción según el modo de distribuirse las distintas prestaciones (dentro de una economía) entre los distintos obreros, y su relación mutua; económicamente, según el modo de distribución de las prestaciones entre distintas economías, y sus relaciones mutuas.[5]

A. Las posibilidades de distribuir y aunar técnicamente las prestaciones (división del trabajo y unión del trabajo) pueden distinguirse según la clase de prestaciones que un individuo aúna en su persona; según la clase de colaboración de varias personas; según el modo de cooperación del obrero (u obreros) con los medios materiales de producción (medios de producción, de transporte, de consumo).[6]

1. La prestación, en el caso del trabajador individual, puede ser, en orden a la especialización técnica: combinación, cuando el mismo obrero ejecuta servicios cualitativamente distintos (por ejemplo, trabajo agrícola y trabajo accesorio industrial, trabajo agrícola y trabajo trashumante); o diferenciación, en la que diversas personas ejecutan servicios cualitativamente diferentes. Este último tipo, a su vez, puede tener lugar como especificación de prestaciones por el género del resultado final (por ejemplo en el artesanado medieval), o como especialización en prestaciones complementarias, por ejemplo, descomposición de una acción unitaria en diversas operaciones que se complementan entre sí, como ocurre en la fábrica moderna (“descomposición —división— del trabajo”).

2. La unión de diversas prestaciones en un todo puede denominarse acumulación, o bien coordinación de prestaciones, según que prestaciones similares o distintas se aúnen para asegurar un mismo resultado. En ambos casos nos encontramos con una ordenación técnica, ya sea ésta “paralela”, es decir, de prestaciones que se desarrollan independientemente unas de otras, o de aquellas que se agrupan para realizar una prestación conjunta, técnicamente unitaria.[7]

3. Al distinguirse según el modo de cooperación con los medios materiales de producción encontramos, de una parte, puras prestaciones de servicios y, por otra, prestaciones que se traducen en la producción, transporte o suministro de bienes reales. Toda elaboración de bienes materiales presupone, por lo común, ciertas instalaciones (instalaciones de energía natural o mecanizada o, por lo menos, establecimientos de trabajo, por ejemplo, los talleres) e igualmente instrumentos de trabajo: herramientas, aparatos, máquinas. Se denominan herramientas los medios auxiliares del trabajo que perfeccionan las actividades orgánicas del hombre. En contraposición a ello, con la denominación de aparatos designamos aquellos instrumentos de trabajo que son “servidos” por el hombre, el cual debe adaptar a ellos su actividad. Finalmente, las máquinas son aparatos mecanizados, es decir, de carácter autónomo (“autómatas”, en el caso más perfecto). La importancia de los aparatos no sólo consiste en su capacidad de rendimiento específico, independiente de las condiciones del trabajo orgánico, sino, además, en algo que es de extraordinaria importancia para una economía racionalmente orientada en el sentido del cálculo de capital, en la calculabilidad de su rendimiento. La aplicación de los aparatos mecanizados de trabajo tiene como indispensable premisa la existencia de una necesidad de masas económicamente eficaz, es decir, con capacidad adquisitiva; los aparatos sólo pueden ser rentables cuando se da esa premisa.

B. Las posibilidades económicas en cuanto a la disposición del proceso del trabajo son distintas según el modo de distribución de las prestaciones entre economías separadas y según el modo como se apropian las diversas probabilidades económicas, es decir, según la organización de la propiedad.[8] En el aspecto económico de la distribución y coordinación de las prestaciones tenemos algo parecido a lo que ocurre en el aspecto técnico. Puede haber 1. Coordinación de prestaciones dentro de una unidad económica con especialización y combinación técnica. Esta unidad económica puede ser, o bien la unidad familiar, ampliada a veces (por ejemplo, la comunidad doméstica de los yugoslavos, la zádruga, que sólo en ocasiones realiza cambios con elementos exteriores, pero que, por lo demás, se halla técnicamente especializada en su interior), o una unidad económica lucrativa (por ejemplo, una fábrica que como unidad económica conoce la especialización y la coordinación de operaciones; una empresa mixta en la que, por ejemplo, se asocian la extracción de carbones y la elaboración del hierro; o un trust, es decir, una combinación, dirigida más o menos unitariamente por monopolistas financieros, de economías diferentes, enlazadas entre sí tan sólo por intereses lucrativos). También puede dar lugar 2. A una distribución especializada de las prestaciones entre varias economías más o menos autónomas. En este caso puede existir plena autonomía económica de las distintas unidades económicas, esto es, especialización de las prestaciones entre economías plenamente autónomas —en forma típica en la economía de tráfico del siglo XIX— o heteronomía parcial, en la que las distintas economías son ciertamente autónomas en diversas cuestiones, pero su actividad económica se orienta conforme a la regulación establecida por una asociación que la abarca. Para ésta existen, a su vez, diversas posibilidades, según revista un carácter consuntivo o lucrativo, de las necesidades de sus miembros. Su organización puede ser igualitaria como en los pueblos de la India, cuyos artesanos no son autónomos, sino empleados de la comunidad rural, y a los cuales se asignan tierras, estando obligados a realizar gratis sus trabajos a cambio de una indemnización o iguala (economía demiúrgica),o de dominio, como en los señoríos territoriales de la Edad Media, en los cuales el señor dispone de ciertas prestaciones que realizan individuos económicos, autónomos por lo demás, junto a los cuales aparece la hacienda del señor como una economía consuntiva supraordinaria. Si, por el contrario, la asociación superior es de tipo lucrativo, el carácter de la coordinación de actividades puede ser igualitario o de dominio: igualitario, dentro de un cártel (en el sentido más amplio de la palabra); de dominio, cuando la economía lucrativa de un señor, por ejemplo de un empresario de la industria a domicilio, está pesando sobre las economías de los labriegos o artesanos dependientes.

C.Apropiación, es decir, ordenamiento y forma de la propiedad. La propiedad, en el sentido de la ciencia económica, no se identifica con el concepto jurídico. Propiedad en el aspecto económico es también, por ejemplo, el caso de una clientela que es hereditaria, alienable, divisible; tal es como en realidad la considera, por ejemplo, el derecho indio, como objeto de propiedad.

Pueden ser apropiados, es decir, objeto del ordenamiento de la propiedad: las oportunidades del trabajo, esto es, los puestos de trabajo y las probabilidades de obtener un ingreso que a ellos se enlazan; los medios materiales de producción; los puestos directivos, es decir, los cargos de empresarios.

1. En la apropiación de los puestos de trabajo hallamos los siguientes extremos posibles: ausencia de toda apropiación de los puestos de trabajo: el individuo vende su mano de obra libremente, existiendo así un mercado libre de trabajo; puede existir también apropiación de la persona del obrero a través del puesto de trabajo, cuando se convierte en obrero servil o esclavo, propiedad, como objeto, del propietario del puesto de trabajo. En este segundo caso las posibilidades son las siguientes: utilización consuntiva del trabajo servil (tal ocurre en el occidente de Europa hasta el siglo XVI); utilización del trabajo servil como fuente de renta (por ejemplo, en la Antigüedad: el señor da al esclavo libertad de trabajo y de lucro, a cambio de una participación), utilización del trabajo servil como mano de obra (plantaciones cartaginesas y romanas; plantaciones de negros en los Estados Unidos). Entre estos extremos existe una gran variedad de matices intermedios. Finalmente, la apropiación de los puestos de trabajo puede llevarse a cabo por los obreros, bien sea los obreros aislados o (como es más común) por una asociación (asociación reguladora de trabajadores, sindicato). Esta última puede mostrar diversos grados de cohesión. Esta asociación puede determinar que, según la regulación de las prestaciones y las probabilidades, los diversos puestos de trabajo sean apropiados, a su vez, en diversos grados, por los trabajadores en particular, siendo el caso máximo el de la apropiación hereditaria (por ejemplo, los puestos de artesanos entre las castas de la India, los cargos en la Corte, las haciendas rústicas en el señorío territorial), y el caso mínimo la exclusión de cualquier posibilidad de despido (el moderno sistema de consejos de fábrica puede significar el principio de un “derecho” del obrero fabril al puesto de trabajo que ocupa). Aparte de los puestos de trabajo, la asociación puede regular el proceso de trabajo (por ejemplo, prohibición del aprendizaje en el gremio medieval); la calidad del trabajo (por ejemplo, en el arte textil del lino, en Westfalia, hasta muy entrado el siglo XIX); su remuneración (tasas de precio, por ejemplo precios mínimos para eliminar la competencia); el ámbito de actuación (zona dentro de la cual puede trabajar cada deshollinador). También desde este extremo existen numerosas etapas intermedias que alcanzan desde la plena renuncia a la regulación de prestaciones y probabilidades.

2. La apropiación de los medios materiales de producción puede corresponder: a) A los trabajadores, tanto individualmente como en grupo. La apropiación individual produce diferentes efectos, según que la utilización de esos medios de producción sea de tipo consuntivo, para satisfacer la propia necesidad o (caso típico del pequeño capitalismo) con carácter lucrativo, para el mercado. La apropiación por la asociación puede practicarse en forma particional o comunista, según que el producto se distribuya o sea objeto de aprovechamiento común; por lo regular, ambos sistemas coexisten. La utilización puede también ser, en este caso, de carácter consuntivo o lucrativo (consuntivo en forma comunista, en el mir ruso, y con apropiación particional en el régimen agrario alemán primitivo; lucrativo, en la artela rusa, que pretendía atribuir a los obreros los medios de producción).[9]

b) La apropiación puede beneficiar también a un propietario que no se identifica con el obrero mismo; tenemos entonces una separación del obrero y de los medios de producción. También en este caso se advierten diferencias según el género de utilización de dichos medios por parte de su propietario. Puede éste emplearlos α) patrimonialmente en su propia economía (en el Nuevo Imperio egipcio la gran hacienda del faraón, que era propietario de todos los bienes raíces con excepción de los del templo); β) por el contrario, los bienes de producción apropiados se utilizan en forma lucrativa en una empresa propia como bienes de capital (empresa capitalista sobre la base de la apropiación de los medios de producción); γ) finalmente es posible también la utilización de esos medios por el préstamo, que unas veces se hace a las economías consuntivas (por ejemplo, el antiguo señor territorial a sus colonos), o a personas que con ello persiguen fines lucrativos, siendo, a su vez, posible que se cedan determinados medios de trabajo a la persona del prestatario (por ejemplo, aperos de labranza a los pequeños arrendatarios, peculium a los esclavos) o a un empresario para su utilización en forma capitalista; en este caso llegamos a la separación entre propietario y empresario.

3. Además de la apropiación de los puestos de trabajo y de los medios o instrumentos para llevarlo a cabo, puede darse también la apropiación de los cargos directivos. Desarróllase esta forma paralelamente a la separación que ocurre entre el obrero y los medios de producción, cuya posesión, siquiera sea en forma de préstamo, crea, por el contrario, la función del empresario. También puede ocurrir la apropiación de los obreros (esclavitud).

Las posibilidades que se ofrecen en cuanto a la relación existente entre propietarios y directores de empresa son las siguientes: separación e identidad de las personalidades. En el primer caso, los propietarios pueden estar interesados patrimonialmente, procurando emplear su propiedad de modo consuntivo —el tipo de ello es el rentista moderno— o interesados en un aspecto lucrativo, como, por ejemplo, los bancos que invierten en empresas industriales una parte de sus recursos disponibles.

En todo caso, la consecuencia de la apropiación de los puestos directivos por los propietarios es la siguiente: separación de la economía consuntiva y la lucrativa; es ésta una característica de la constitución económica moderna, e incluso resulta impuesta por la ley. Es esencial y decisivo en el negocio su orientación por el principio de la rentabilidad. Ahora bien, la coexistencia de la apropiación de los medios de producción y el funcionamiento del negocio, tiene como consecuencia que en la génesis de éste se hagan sentir junto a los intereses patrimoniales personales, otros de carácter irracional (en relación con los intereses del negocio). Ocurre esto sobre todo cuando tiene lugar la separación entre empresarios y propietarios, porque entonces los medios de producción apropiados pueden ser objeto de especulación privada, o también objeto de una política especulativa bancaria o de trust, de manera que también en este caso se hacen valer influencias de tipo irracional, aunque éstas sean de naturaleza adquisitiva y especulativa.

III. Carácter de la historia económica

De las consideraciones que hasta aquí hemos enunciado resulta una serie de consecuencias que afectan a los temas peculiares de la historia económica. Ésta tiene que investigar, en primer término, el tipo de división y coordinación de las prestaciones. Su primer problema es el siguiente: ¿cómo se hallan distribuidas, especializadas y combinadas las prestaciones económicas en una determinada época, tanto en el aspecto técnico como en el económico y, finalmente, en relación a la ordenación de la propiedad y en combinación con ella? Después de este problema, que a la vez plantea el de las clases y desarrolla, en general, la cuestión de la estructura de la sociedad, debe plantearse otro: ¿trátase del aprovechamiento consuntivo o lucrativo de las prestaciones y probabilidades apropiadas? Inmediatamente se plantea el tercer problema, el de la relación entre racionalidad e irracionalidad en la vida económica. La estructura económica actual se racionalizó en alto grado, especialmente gracias a la generalización de la contabilidad, y en cierto sentido y dentro de determinados límites, toda la historia económica es la historia del racionalismo triunfante, basado en el cálculo.

En los periodos primitivos es distinto el grado de racionalismo económico. En un principio encontramos el tradicionalismo, que se aferra a lo viejo, a las costumbres heredadas, y las transfiere a otras épocas, aun cuando haga tiempo ya que han perdido su primitiva significación. Sólo con lentitud se llega a superar este estado de cosas. Por esta razón la historia económica tiene que contar, también, con elementos de carácter extraeconómico. Entre éstos figuran: factores mágicos y religiosos —la aspiración a conseguir bienes de salvación—, políticos —el afán de poder— y estamentales —el anhelo por lograr honores—.

En la actualidad la economía, en cuanto actividad lucrativa, es, en principio, económicamente autónoma; sólo se orienta según puntos de vista económicos, y es, en alto grado, racional y calculadora. Pero siempre penetran en esta racionalidad formal fenómenos materiales e irracionales, hechos producidos, ante todo, por la forma de distribución de los ingresos que, en circunstancias, provoca una distribución materialmente irracional de los bienes (por ejemplo, conforme a un criterio material del “mejor abastecimiento posible con mercaderías”); además, por intereses de tipo doméstico y especulativo, que desde el punto de vista del negocio son de naturaleza irracional. Sin embargo, la economía no es el único sector cultural sobre el cual se desarrolla esta lucha de la racionalidad formal con la material. También la vida jurídica la conoce, en la pugna existente entre la aplicación formal del derecho y el sentido material de la justicia.[10] Otro tanto ocurre en el arte; el antagonismo entre arte “clásico” y no clásico, descansa, en definitiva, sobre la pugna que se produce entre la necesidad de expresión material y los medios formales de expresión.

Por último conviene advertir que la historia económica (y de modo pleno la historia de la “lucha de clases”) no se identifica, como pretende la concepción materialista de la historia, con la historia total de la cultura. Ésta no es un efluvio, ni una simple función de aquélla; la historia económica representa más bien una subestructura sin cuyo conocimiento no puede imaginarse ciertamente una investigación fecunda de cualquiera de los grandes sectores de la cultura.

Bibliografía

Los capítulos bibliográficos, en “The Cambridge Modern History”, 13 vols., Cambridge, 1907-1912, y “The Cambridge Medieval History”, Cambridge, 1911 y ss.(hasta ahora tres volúmenes, que alcanzan hasta mediados del siglo XI). Datos bibliográficos en el “Handwörterbuch der Staatswissenschaften”, editado por Joh. Conrad, Ludw. Elster, Wilh. Lexis, Edg. Loening, 3ª ed., 8 vols., Jena, 1909-1911; 4ª ed., editada por L. Elster, Ad. Weber, Fr. Wieser, Jena, 1921 y ss., en el “Wörterbuch der Volkswirtschaft”, editado por L. Elster, 2 vols., Jena, 1911. Amplios resúmenes críticos sobre la bibliografía en W. Sombart, Der moderne Kapitalismus, 4ª ed., 2 vols., Munich y Leipzig, 1922. [La última parte de esta obra fue editada en español por el Fondo de Cultura Económica con el título El apogeo del capitalismo, 1946.]

“Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik”, fundado por W. Sombart, M. Weber y E. Jaffé, después editado por Jos. Schumpeter, Alfred Weber y E. Lederer, Tubinga, 1904 ss.,como vols. 19-31 del “Archiv für soziale Gesetzgebung und Statistik”, editado por H. Braun, Tubinga, 1888 y ss.

Ashley, W. J., Englische Wirtschaftsgeschichte, 2 vols. (hasta el siglo XVI), Leipzig, 1896.

Avenel, G., vizconde de, Histoire économique de la propriété, des salaires, des denrées et de tous les prix en général, 1200-1800, 6 vols., París, 1886-1920.

Beloch, K. J., Griechische Geschichte, 3 vols., Estrasburgo, 1893-1904, 2ª ed., 4 vols., 1912-1927.

“Bibliographie der Sozialwissenschaften”, vols. 1-14, Dresden-Berlín, 1905-1918; continuado como “Sozialwissenschaftliches Literaturblatt”, Berlín, 1922 y ss.

Brodnitz, G., Englische Wirtschaftsgeschichte, Jena, 1918.

Cunningham, W., An Essay on Western Civilization in Its Economic Aspects, 2 vols., Cambridge, 1898-1900.

———, The Growth of English Industry and Commerce in Modern Times, 4ª ed., 2 vols., Cambridge, 1907.

Dahlmann-Waitz, Quellenkunde der deutschen Geschichte, 8ª ed., editada por P. Herre, Leipzig, 1912.

Fukuda, T., Die gesellschaftliche und wirtschaftliche Entwicklung in Japan, Stuttgart, 1900.

Gross, Ch., The Sources and Literature of English History from the Earliest Times to about 1485, 2ª ed., Londres, 1915.

Herre, P., Quellenkunde zur Weltgeschichte, Leipzig, 1910.

Inama-Sternegg, K. Th. von, Deutsche Wirtschaftsgeschichte, 3 vols., Leipzig, 1879-1901, 1 vol. en 2ª ed., 1909.

“Jahrbuch für Gesetzgebung, Verwaltung und Volkswirtschaft im deutschen Reich”, editado por F. v. Holtzendorff y L. Brentano, después por G. Schmoller, ahora por H. Schumacher y A. Spiethoff, Munich y Leipzig, 1877 y ss.

“Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik”, fund. por B. Hildebrandt, cont. por J. Conrad, editado por L. Elster, Jena, 1863 y ss.

Koetzschke, R., Grundzüge der deutschen Wirtschaftsgeschichte bis zum 17. Jahrundert, 2ª ed., Leipzig y Berlín, 1921.

Kowalewsky, M., Die ökonomische Entwicklung Europas bis zum Beginn der kapitalistischen Wirtschaftsform, trad. del ruso al alemán por L. Motzkin, A. Scholz, M. B. Kupperberg y A. Stein, 7 vols., Berlín, 1901-1914.

Lamprecht, K., Deutsches Wirtschaftsleben im Mittelalter. Untersuchungen über die Entwicklung der materiellen Kultur des platten Landes auf Grund der Quellen zünachst des Mosellandes, 4 vols., Leipzig, 1886.

Levasseur, E., Histoire des classes ouvrières en France, 2ª ed., 2 vols., París, 1900-1901.

Meyer, Ed., Geschichte des Altertums, vols. 1-5, Stuttgart, 1884-1903, 3ª ed., Stuttgart y Berlín, 1910 y ss.

Monod, G., Bibliographie de l’histoire de France, depuis les origines jusqu’à 1789, París, 1888.

Neurath, O., Antike Wirtschaftgeschichte, 2ª ed., Leipzig, 1918. [Trad. al esp. en Colección Labor.]

Ping-Hua Li, N., The Economic History of China, Nueva York, 1921.

Rogers, Th., Six Centuries of Work and Wages. The History of English Labour, Londres, 1901.

Sieveking, H., Grundzüge der neueren Wirtschaftsgeschichte von 17.Jahrhundert bis zum Gegenwart, 3ª ed., Leipzig, Berlín, 1921.

“Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte”, editado por St. Bauer, G. von Below, L. M. Hartmann y K. Kaser, Leipzig, 1903 y ss.

Weber, M., Wirtschaft und Gesellschaft (“Grundriss der Sozialökonomik”, III sección), Tubinga, 1922. [Economía y sociedad, trad. al esp. del Fondo de Cultura Económica, México, 1944.]

“Zeitschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte”, editado por St. Bauer, C. Grünberg, L. M. Hartmann y E. Szantó, 7 vols., Friburgo y Berlín, 1893-1900.

[Notas]

[1] Lo que importa en todo caso no es un “bien real”, como tal bien, sino su posibilidad de utilización como fuerza de tracción, de choque, de resistencia, etc. Las prestaciones utilitarias son siempre prestaciones singulares: en este sentido no es objeto de la economía el “caballo” como tal, sino simplemente sus peculiares prestaciones utilitarias. En gracia a la brevedad, denominaremos “bienes” a las prestaciones utilitarias de carácter real; a las humanas, simplemente “prestaciones”.

[2] “Actuar económicamente” significa siempre comparar entre sí diversas posibilidades de aplicación, y elegir entre ellas; en cambio, la ideación técnica implica selección de medios para la realización de un fin determinado en cada momento. (Cf. también A. Voigt, Technische Oekonomik,