Honderos - Fernando Lamata - E-Book

Honderos E-Book

Fernando Lamata

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Beschreibung

Esta novela nos muestra la trastienda de un mundo, el del acceso a las medicinas, que no solemos ver entero. A partir de la pandemia de COVID-19 y de una rica red de personajes, Fernando Lamata muestra los complejos entresijos de un escenario de intereses políticos y económicos del que muchas veces no somos conscientes. Activismo, acuerdos, instituciones y un sentido común a veces ignorado soportan la trama de una historia que es a la vez una herramienta de lucha por un mundo mejor, por muchas dificultades que haya en el camino. Porque, a veces, el chico de la honda, el hondero, es capaz de abatir al gran Goliat; un enemigo, la falta de acceso a medicamentos, que mata a diez millones de personas cada año en todo el mundo.

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Primera edición digital: febrero 2023 Campaña de crowdfunding: Equipo de Libros.com Imagen de la cubierta: Paula Casado Maquetación y revisión: Patricia Á. Casal Corrección: María Luisa Toribio

Versión digital realizada por Libros.com

© 2023 Fernando Lamata Cotanda © 2023 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-19435-13-2

Fernando Lamata Cotanda

Honderos

Dedicado a las honderas y los honderos que han hecho posible este proyecto convertido en libro, y siguen defendiendo el derecho humano a la salud y el acceso justo a los medicamentos en todo el mundo.

Los ingresos que pudieran corresponder por la venta de esta obra serán destinados a la Asociación por un Acceso Justo al Medicamento.

Índice

 

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Relación de personajes, entidades y productos ficticios y reales que aparecen en la novela

Preludio

1. Wuhan

2. La pandemia nos desborda

3. Vicomax

4. Lejos pero cerca

5. Steve Murray

6. La vacuna de la gente

7. ¿No nos cubre el mismo cielo?

8. Una iniciativa legislativa popular

9. La fuente de John Snow

10. El viaje que dura diez mil leguas empieza por un paso

11.

Business, as usual

12. Hemos de cambiar las cosas. Pero también las personas tenemos que cambiar

13. Seguimos controlando el relato

14. Paciencia y equilibrio

15. Cuando un niño nace no se puede poner de pie

16. Paso a paso

17. Hay que seguir sumando

18. Un sistema injusto e ineficiente

19. «El que domina su cólera domina a su peor enemigo

20. Pan para hoy y hambre para mañana

21. Se murió Maradona

22. La batalla de Mandela

23. Navidades con toque de queda

24. Por pura codicia

25. Comienza la vacunación

26. Asalto al Capitolio

27. Vacunación a dos velocidades

28. Ellos tienen el monopolio y somos totalmente dependientes

29. Catástrofe moral de la humanidad

30. Yo les invito a que miren al fondo de su conciencia

31. Al final, la razón se abrirá paso

32. Tenemos que parar esta movilización

33. Como un muñeco de trapo

34. Marga está dispuesta

35. Las dudas de la ministra

36. «Cuando te dejen

tirao

37. El maestro no se apropia de aquello que fabrica

38. ¿Un punto de inflexión?

39. El grupo de los cuatro

40. Dana Saleh

41. Un crimen contra la humanidad

42. Un peón de ajedrez

43. Marga y Dana en Beijing

44. ADTEMB

45. Julio Mendoza resiste la presión

46. El Flaco en Ginebra

47. Consejo Ejecutivo de la OMS

48. Peter Kirilov

49. «The times are a-changing!

50. Golpes bajos

51. Huelga por el derecho humano a la salud

52. —No puedo más, Flaco

53. La Convención

54. Marta Durán

55. «¡Cómo te puede cambiar la vida en un minuto!

56. El dilema de Donovan

57. El comisario Remy

58. Tenéis que aguantar

59. La sanidad pública es un derecho irrenunciable

60. En ese momento, sintió un movimiento a su espalda

61. «Si pienso en ti, mi corazón se ilumina»

62. El Gatopardo

63. Conmoción

64. ¿Un nuevo equilibrio planetario?

Mecenas

Contraportada

Relación de personajes, entidades y productos ficticios y reales que aparecen en la novela

 

Personajes ficticios

Alejandra. Amiga de Javier Megías, el Flaco. Esposa de José María Rodes.

Álvarez, Mayte. Directora de gabinete del presidente del Gobierno.

Álvarez, Rosalía. Asociación Derecho y Salud, Bogotá.

Angela. Organización por la transparencia en servicios públicos.

Andrés. Colaborador de Marta Durán como alcaldesa.

Antonio (PLAFHC). Veterano sindicalista.

Baster, Derek. Economista de la salud.

Bermúdez, Rosa. Secretaria de Estado de Sanidad.

Buchanan, Martin. Representante de la Asociación de Industrias Farmacéuticas de Estados Unidos para Europa.

Campos, Jorge. Director de gabinete de la ministra de Sanidad.

Carmela. Jefa de prensa de la ministra de Sanidad.

Carmela. Nodo valenciano de la Plataforma Mundial de Acceso a los Medicamentos.

Carmen. Médica del hospital Gregorio Marañón.

Correa, Constantino. Economista de salud. Portugal.

Cove, Jonathan. Activista del acceso a los medicamentos.

Dan, Ruan. Ministro de Salud de China.

Daniel. Nodo valenciano de la Plataforma Mundial de Acceso a los Medicamentos.

Donovan, Patrick. Director ejecutivo de la New Relly Foundation.

Durán, Marta. Ministra de salud española.

Estrella. Enfermera, amiga de Marga.

Ferguson, Alan. Investigador de la Universidad de Texas.

Fontana, Carlos (PLAFHC). Electricista.

Gabin, Paul. Inspector que trabaja con el comisario Remy.

Gallo, Susana. Portavoz de la Alianza Europea por el Acceso a los Medicamentos.

García, Pedro (PLAFHC). Profesor de instituto, coordinador de la iniciativa legislativa popular.

Gianotti, Rosa. Investigadora de la Universidad de Texas.

Gómez, Rafael. Médico jubilado, asociación por el acceso a medicamentos.

González, Enrique. Ministro de Salud de Argentina.

Graham, Elisabeth. Directora del Instituto de la Vacuna de la Universidad Pública de Londres.

Grant, Angela. Directora de la Agencia del Medicamento de Estados Unidos.

Gupta, Farham. Activista de acceso justo a los medicamentos, coordinador de la Plataforma Mundial de Acceso a los Medicamentos.

Guterres, Maria. Ministra de Salud de Portugal.

Herzog, Margaret. Presidenta de Bertrand Pharma Co.

Irene. Activista de organizaciones de acceso a medicamentos.

Jartum, Bo. Coordinador de los comités nacionales de la Plataforma en África.

Juan. Amigo de Marga.

Juanjo. Personal de organizaciones de acceso a medicamentos.

Kantor, Elsa. Medicines for All (MFA), Ginebra.

Kirilov, Peter, alias Mr Smith. Asesino a sueldo.

Landero, Josefa. Magistrada del Tribunal de Justicia de la UE.

Lavalle, Marcella. Federation of Consumers Associations (FCA).

Lola. Nodo valenciano de la Plataforma.

Madock, Gloria. Periodista.

Mandal, Jogesh. Embajador de la India en Ginebra, representante en la Organización Mundial del Comercio.

María. Hija de Frank Minz.

Matilde. Madre de Marga.

McKenzie, John. Presidente de British Laboratories.

McKey, George. Millonario.

Megías, Javier, alias el Flaco. Novio de Marga. Ingeniero informático.

Megías, Javier. Padre de Javier el Flaco.

Megías, María Eugenia. Hermana del Flaco.

Megías, Tomás. Tío del Flaco.

Megías, Rafa. Tío del Flaco.

Mendoza, Julio. Director general de la Organización Mundial de la Salud.

Miguel. Funcionario español en la Embajada en Amman.

Miguel. Nodo valenciano de la Plataforma.

Mikel. Experto en derecho penal.

Minz, Frank. Director del Instituto de Salud Pública.

Montes, Andrés. Salud Mental de España.

Morgan, Harry. Presidente de Spincrof.

Morgan, Joseph. Médico de Andrew Relly.

Murray, Steve. Presidente de BaltPharmaCorp.

Nines. Trabajadora social.

Parker, George. Senador demócrata progresista, Estados Unidos.

Pepa. Mujer de Tomás.

Pepe. Maestro. Asociaciones de vecinos. Comunidad Valenciana.

Peterson, Violet. Jefa de análisis de BaltPharmaCorp.

Porta. Investigador. Barcelona.

Prado, Federico. Director general de Farmacia del Gobierno de España.

Quico. Nodo de Baleares de la Plataforma.

Radlife, Thomas. Presidente de Asthy, compañía farmacéutica.

Ramírez, José. Ministro de Salud de Uruguay.

Ravi, Chitra. Presidente y propietario de Biological Institute Lab of India.

Ravi, Kavita. Directora ejecutiva de Biological Institute Lab of India.

Relly, Andrew. Magnate del petróleo y dueño de Investments United, empresa gestora de fondos de inversión.

Remy, Jean. Comisario de policía en Ginebra.

Rocío. Amiga de Matilde.

Rodes, José María. Mejor amigo de Javier el Flaco.

Rodríguez, Carmen. Epidemióloga de la OMS y esposa de Farham.

Rosas, Jaime.Performer del grupo Los Gazpachos.

Roy, James. Ministro de Sanidad de los Estados Unidos.

Saiz, Marga. Médico. Activista de la Plataforma Mundial de Acceso a los Medicamentos.

Saleh, Dana. Directora de la Fundación Jordana para la Promoción de la Salud.

Saleh, Fathi. Tío de Dana, embajador de Jordania en China.

Sanchez, Julián. Comisario de policía.

Sanders, Mathew. Director de TCUS.Sec.Co.

Sardano, Rosa. Directora general de Salud, Comisión Europea.

Segura, Guadalupe. Antigua colaboradora de Marta Durán en la alcaldía.

Shonde, Abiola. Directora general de la Organización Mundial del Comercio.

Stemson, James. Premio nobel de Economía.

Suárez, Guillermo. Residente de anestesia, amigo de Marga.

Suárez, Jesús. Miembro de la Asociación Acceso Justo al Medicamento y padre de Guillermo.

Sullivan, Roberta. Directora ejecutiva de Edgard Pharma Company.

Tere. Enfermera, amiga de Matilde.

Teresa. Colaboradora por el acceso justo a los medicamentos.

Thomson, Sara. Periodista.

Truce, Ronald. Presidente de Kephron Therapeutics.

Wang, Xin. Presidente de Den Pharma.Int.

Wyatt, Carolyne. Esposa de Steve Murray.

Zhao, Yi. Amigo y jefe de gabinete del presidente de la República Popular China y secretario general del Partido Comunista Chino.

Personajes reales

Abad Faciolince, Héctor. Escritor.

Abad Gómez, Héctor. Epidemiólogo.

Angell, Marcia. Exeditora de The New England Journal of Medicine.

Aurelio. Sacerdote y amigo.

Borges, Jorge Luis. Escritor.

Buda. Filósofo y líder espiritual.

Calvino, Juan. Teólogo.

Castellio, Sebastián. Humanista.

Confucio. Filósofo chino.

Cortez, Ocasio. Congresista de Estados Unidos.

Cunnings, Elijah. Congresista de Estados Unidos.

Deng, Xiaoping. Ex líder supremo de la República Popular China.

Einstein, Albert. Científico.

Ferrajoli, Luigi. Jurista y filósofo.

Francisco. Papa de la Iglesia Católica desde 2013.

García, Gumersindo. Fundador del café Gijón.

Gardel, Carlos. Cantante de tangos.

Garibaldi, Giuseppe. Revolucionario, militar y político.

Hammett, Dashiell. Escritor.

Illia, Arturo. Expresidente de Argentina.

Jurkovic, Ivan. Representante del Vaticano en la Organización Mundial del Comercio.

Kefauver, Estes. Senador en Estados Unidos.

King, Martin Luther. Premio nobel de la Paz, activista por los derechos civiles.

Lao Tsé. Filósofo chino.

Lluch, Ernest. Ex ministro de Sanidad en España.

Maloney, Carolyne B. Presidenta del Comité de Vigilancia y Reforma del Congreso de Estados Unidos.

Mandela, Nelson. Presidente de Sudáfrica.

Maradona, Diego Armando. Futbolista.

Mayor Zaragoza, Federico. Profesor y político.

Mukaigawara, Mitsuru. Investigador de la Universidad de Harvard.

Mújica, José. Expresidente de Uruguay.

Murrow, Ed. Periodista.

Neruda, Pablo. Poeta.

Nietzsche, Friedrich. Filósofo.

Oldham Kelsey, Frances Kathleen. Funcionaria responsable de calidad y seguridad de medicamentos en Estados Unidos.

Onganía, Juan Carlos. General argentino que derrocó a Illia.

Parra, Violeta. Poeta y cantante.

Platón. Filósofo.

Porter. Congresista en Estados Unidos.

Presley. Congresista en Estados Unidos.

Rand, Ayn. Escritora.

Reagan, Ronald. Expresidente de Estados Unidos.

Roth, Philip. Escritor.

Salk, Jonas. Descubridor de la vacuna de la polio.

Sarabia, Chelique. Cantante.

Servet, Miguel. Científico.

Snow, John. Epidemiólogo que frenó la epidemia de cólera de Londres en 1854.

Thatcher, Margaret. Ex primera ministra del Reino Unido.

Theilard de Chardin,Pierre. Paleontólogo y filósofo.

Tomasi di Lampedusa, Giuseppe. Escritor.

Viglietti, Daniel. Cantante.

Wenliang, Li. Oftalmólogo de Wuhan que advirtió de una nueva neumonía.

Worsham, Antoinette. Madre de paciente.

Yunus, Muhammed. Premio nobel de la Paz.

Zweig, Stefan. Escritor.

Entidades ficticias

AAIM (Asociación Americana de Industrias del Medicamento).

AEIM (Asociación Española de Industrias del Medicamento).

Agencia del Medicamento de Estados Unidos.

Asthy Pharma. (compañía farmacéutica).

BaltPharmaCorp (compañía farmacéutica).

Bertrand Pharma Co. (compañía farmacéutica).

British Laboratories (compañía farmacéutica).

Center for Health Policy Research.

Den Pharm.Int., compañía farmacéutica.

Dimirov Trust (empresa de operaciones confidenciales).

Edgard Lab (compañía farmacéutica).

FEIF (Federación Europea de Industrias Farmacéuticas).

FIAM (Federación Internacional de Asociaciones de Medicamentos).

Fundación Jordana para la Promoción de la Salud.

Instituto de Salud Pública de Estados Unidos.

Kephron therapeutics (compañía farmacéutica).

New Relly Foundation.

PMAM (Plataforma Mundial para el Acceso a los Medicamentos).

Spincrof (compañía farmacéutica).

TCUS.Sec.Co. (compañía de seguridad).

Zhamison (compañía farmacéutica).

Entidades reales

ABC News, cadena de noticias.

Altroconsumo.

Asamblea General de Naciones Unidas.

Banco Mundial.

BBC (radiotelevisión británica).

Bristol Myers Squibb (compañía farmacéutica).

CBS (cadena de noticias).

Celgene (compañía farmacéutica).

Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación Racial.

Confederación Salud Mental España.

Consejo ADPIC (Consejo del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, en la OMC).

Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno.

FAO.

FMI, Fondo Monetario Internacional.

Global Nurses United.

Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.

Médicos Sin Fronteras.

OC (Oficina de Comercio del presidente de los Estados Unidos).

Oficina Panamericana de Salud.

OIT (Organización Internacional del Trabajo).

OMS (Organización Mundial de la Salud).

OMC (Organización Mundial del Comercio).

ONU (Organización de Naciones Unidas).

ONUSIDA.

Oxfam.

Progressive International.

Reuters (agencia de noticias).

TEVA (compañía farmacéutica).

Tribunal Internacional de Justicia.

Tribunal de Justicia de la UE.

Tribunal Penal Internacional.

Unesco.

Universidad de Baltimore.

Productos ficticios

Aramil.

Lucerna.

Oncovid.

Vacunas frente a la COVID-19 de Spincrof, BaltPharmaCorp, Den Pharm.Int., Bertrand Pharma Co., Asthy Pharma, British Laboratories.

Vicomax.

Productos reales

Copaxone.

Revlimid.

Talidomida.

Tamiflu.

Preludio

 

Madrid, abril de 2014

Acudió por curiosidad, y le cambió la vida. Marga era médica residente de Digestivo en el hospital Gregorio Marañón de Madrid. Un compañero anestesista, Guillermo, natural de Albacete como ella, le había hablado de una tertulia, el Círculo de Conversaciones Sanitarias, que se hacía el último miércoles de cada mes en la cafetería del Radisson Blu. El hotel estaba situado en la plaza de la Platería, al lado del Ministerio de Sanidad. Los participantes, unos treinta, eran profesionales sanitarios, algunos ya jubilados, como el padre de Guillermo. Casi todos se conocían entre sí y hablaban con mucha confianza.

Marga se llevó una agradable sorpresa cuando saludó a Tomás, tío de su novio. Durante la comida, un menú sencillo acordado previamente, charlaban de todo un poco, recordaban historias y contaban anécdotas. Después del café, se hacía la introducción al debate y se presentaba al ponente.

El día que Marga acudió a la tertulia, el doctor Rafael Gómez presentaba el caso de los nuevos antivirales de acción directa para la hepatitis C. Su charla impresionó a Marga. Ella conocía el efecto favorable de estos antivirales en los pacientes, pero no era consciente de los altos precios de estos productos. En concreto, argumentaba el doctor Gómez, el precio que pedían por este antiviral era de más de veinte mil euros por tratamiento, cuando el coste de fabricación era de menos de cien por tratamiento. Además, la mayor parte de la investigación para desarrollar estos medicamentos se había financiado con dinero público. Un precio justo, según él, serían, como máximo, trescientos euros por tratamiento, incluidos los costes de investigación. Sin embargo, los Gobiernos no eran capaces de exigir precios justos. ¿Por qué? Porque la empresa tenía la patente y el monopolio. El hecho cierto es que cada día seguían muriendo de hepatitis C más de mil personas en el mundo por no poder comprar estos medicamentos. Así de duro y así de claro. Casi cuatrocientas mil personas cada año en todo el mundo, personas que podían haberse salvado con un precio justo de estos medicamentos. El propio doctor Gómez había estado a punto de morir de esa dolencia, y su charla, además de rigurosa y precisa, tenía una fuerte carga emotiva. Los afectados por hepatitis C en España habían organizado una plataforma para exigir acceso a los tratamientos, y, meses después, su presión conseguiría acelerar la financiación pública del medicamento. Sin embargo, el Ministerio no lograría fijar un precio justo. Todavía quedaba mucho por hacer.

Al acabar su exposición, Tomás pidió permiso para leer un poema.

—Lo escribí —dijo— a raíz de una charla que di en Mallorca sobre el abuso en los precios de los medicamentos. Al parecer, Baleares significa «honderos», «tiradores de piedras», porque sus habitantes eran muy hábiles en el manejo de la honda. El poema dice así.

Honderos,

porque no hay derecho,

porque no es justo que miles de personas mueran cada día

sin poder tomar las medicinas que necesitan

a causa de los precios que imponen

algunas compañías farmacéuticas,

tenemos que levantar la voz en la denuncia

para intentar frenar este atropello.

Honderos de la idea,

necesitamos honderos de ideas,

maestros lanzadores,

como David,

que, armado con su honda,

derribó al tremendo gigante filisteo

que nadie se atrevía a combatir.

¿Podremos hoy, querremos,

gentes de a pie, jóvenes y viejos,

mujeres y hombres de toda condición,

gentes sin más poder que la palabra,

podremos ser capaces de lograr

que esos gigantes financieros

acepten reducir sus enormes ganancias

para que miles de personas no vean violado

cada día,

en todo el mundo,

el derecho humano a la salud?

Honderos, lanzadores de ideas,

necesitamos vuestra valentía

para cambiar el rumbo de la historia,

para ayudar a construir un equilibrio

en el que nunca, nunca,

nunca pese más la codicia

que la justicia.

Marga no tuvo tiempo de aclarar todas las dudas y las inquietudes que había sentido durante la charla, en la que se mezclaban razones y sentimientos que le habían llegado al corazón. Su amigo Guillermo, que la acompañó hasta su casa cruzando los jardines del Retiro, comentó que su padre y otros colegas, entre ellos Tomás y el doctor Gómez, habían creado una asociación que promovía un acceso justo a los medicamentos, la AJM. Marga guardó el poema Honderos, que le había regalado Tomás al despedirse, y pocos días después decidió incorporarse a la asociación.

Ginebra, abril de 2014

Esa misma tarde, a las siete en punto, Patrick Donovan recoge a Xin Wang, presidente de la empresa farmacéutica Den Pharma.Int., una de las más importantes de China. Wang ha acudido a Ginebra para la reunión anual de la Federación Internacional de Asociaciones de Fabricantes de Medicamentos. Él representa a la asociación de su país, cada vez más influyente en el panorama mundial. Ya sentados en el coche, y antes de arrancar, Donovan le ruega que le permita guardar sus teléfonos móviles en un maletín con aislamiento. Wang acepta sin molestarse. Es un hombre acostumbrado a sentirse vigilado y a tomar precauciones. Y en este caso, todas las precauciones son pocas.

Cuando llegan a la villa que Andrew Relly posee en Ginebra, asomada a la ribera del lago Lemán, Donovan llama a la puerta. Les abre un mayordomo de rostro impasible. Donovan se despide de Wang y queda con él en pasar a recogerle dos horas más tarde. Wang espera unos minutos en un saloncito mientras trata de adivinar por qué le habrá citado uno de los hombres más ricos del mundo, magnate del petróleo y dueño de Investments United, una empresa gestora de fondos de inversión con importantes intereses en el sector farmacéutico. Pronto lo sabrá.

En ese momento entra Relly con aspecto deportivo, en pantalón vaquero y camisa de cuadros. «¿En torno a los sesenta?», se pregunta Wang. Relly le saluda sonriendo y le da las gracias por haber aceptado su invitación. Le ofrece una copa y juntos salen al jardín, a disfrutar de la hermosa vista. Sobre el lago azul, unas enormes nubes blancas surcan, muy despacio, la inmensidad del cielo. El tiempo parece detenerse. Wang está algo cohibido, pero, poco a poco, el trato afable de Relly hace que se sienta a gusto. Andrew Relly rebosa confianza y salud. Sabe bien lo que quiere, y ha estudiado con detalle el historial de Wang.

Después de una cena ligera y exquisita, Relly le explica el motivo de su llamada. El Gobierno de Estados Unidos está interesado en colaborar con el Centro de Investigación de Virología de Wuhan, donde trabajan en el estudio de las distintas familias de coronavirus. Estos virus pueden ser una amenaza para la salud y la seguridad mundial, y ya han dado varios avisos con las epidemias de SARS en 2002 y de MERS este mismo año. Las negociaciones entre dicho centro y el Instituto de Salud Pública, dirigido por el doctor Frank Minz, están avanzadas, prosigue Relly. Su propósito es estudiar la severidad de la enfermedad causada en ratones humanizados, con la finalidad de diseñar prototipos de vacunas para poder hacerles frente.

—¿Conocía el proyecto? —pregunta Relly.

—Había oído algo, pero no tenía información precisa.

Relly sonríe amistosamente y desvela el motivo de su invitación:

—Nos gustaría que estableciera contacto con sus colegas en Wuhan; personas con la capacidad de acceder a los resultados de estos trabajos. Quiero conocer cuanto antes la existencia y características de nuevos virus que combinen capacidad de contagio a seres humanos con una letalidad significativa. Y me gustaría estar al tanto de los prototipos de vacunas y tratamientos que se desarrollen en China. —Miró con atención a su interlocutor y añadió—: Además, en algún momento dado podría ser conveniente que nos ayudara en alguna otra gestión.

Wang asintió en silencio, manteniendo su expresión seria y reflexiva, mientras trataba de entender el interés del señor Relly por esas cuestiones. En fin, él también era ambicioso, pero sabía el riesgo que asumiría si aceptara este encargo. Por el momento diría que sí, que lo intentaría, y fijaría una compensación económica razonable. De vuelta en China, tendría que confirmar en el Ministerio de Sanidad la realidad de este proyecto y establecer sus contactos en Wuhan. Tendría que jugar con dos barajas. Su avaricia no se contentaba con ser un poco más rico. Aspiraba al poder. No tenía prisa, pero quería llegar a lo más alto, como Relly. Por eso tenía que ser cuidadoso y jugar sus cartas con inteligencia.

1. Wuhan

 

Wuhan, noviembre de 2019

Han pasado cinco años. Son las tres de la mañana, hora de Beijing, del 20 de noviembre de 2019. Xin Wang llama a Donovan a través de un teléfono de prepago comprado en Taiwán, distorsionando su voz con un pañuelo. Desde que se conocieron un lustro atrás han mantenido contactos discretos en alguna reunión internacional de empresas o en foros académicos. Hasta ese momento, Wang no había reportado novedades significativas, aunque, en cambio, sí había recibido los incentivos pactados. Ese día la situación había cambiado.

—Parece que se han detectado varios pacientes con una neumonía desconocida en Wuhan, y se ha aislado un nuevo coronavirus.

—¿Es un escape del laboratorio? —pregunta Donovan.

—No está claro. Las autoridades locales apuntan a que el contagio ha surgido del mercado de pescado y animales salvajes. No tengo más información.

Wang está tenso y alerta, pero no lo deja traslucir en su voz. Es una persona fría que sabe controlarse. En todo caso, ya ha dado instrucciones a sus colaboradores para que los laboratorios de su empresa se preparen para diseñar una vacuna.

Entre diciembre y enero las cosas se aceleran. El 8 de diciembre de 2019, el Hospital Central de Wuhan ha detectado ya siete casos graves de una enfermedad respiratoria parecida al SARS. Todas estas personas han consumido productos, o son trabajadores, del mercado mayorista de pescado y animales salvajes de la ciudad. Pero hay otras personas enfermas que no han tenido relación con este mercado, lo que muestra una transmisión comunitaria. El 30 de diciembre, Li Wenliang, un oftalmólogo que trabaja en ese hospital, advierte por WeChat (el WhatApp chino) de este problema. Quiere prevenir a sus familiares y amigos para que tengan cuidado y usen mascarilla, porque este virus parece transmitirse por vía respiratoria y se disemina muy rápidamente.

El 1 de enero de 2020 se cierra el mercado. Pocos días después, las autoridades chinas afirman haber identificado el agente infeccioso: un coronavirus al que llamarán SARS-CoV-2. Los laboratorios chinos analizan la secuencia genética y la envían el 11 de enero a la Organización Mundial de la Salud (OMS); la OMS la hace pública e informa a todos los Gobiernos.

En su despacho del Instituto de Salud Pública, en Washington, Frank Minz lee con atención los comunicados que se van sucediendo. Sus colegas de Wuhan ya le habían advertido hacía días de que el virus estaba en la calle, con transmisión comunitaria, y él lo había puesto en conocimiento del ministro de Sanidad, James Roy. Frank está preocupado. Piensa en su hija y mira el reloj. Hoy ha quedado con ella para ir al cine.

El 15 de enero hay casos en Japón. El 20 de enero en Corea del Sur, y el 21 de enero ya está en Estados Unidos. Al menos desde noviembre y hasta el 13 de enero, en que China suspende los viajes desde Wuhan, cada día han volado en avión desde esta ciudad centenares de personas con destino a todo el mundo. Finalmente, el 23 de enero las autoridades chinas decretan la cuarentena de Wuhan y otras ciudades: cierre de comercios, bares, estaciones de trenes, trabajos no esenciales. Las calles están desiertas. La población cumple con disciplina las indicaciones de las autoridades. Tienen miedo.

Al mismo tiempo, en Ginebra, el Comité de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud, presidido por su director general, el doctor Julio Mendoza, discute si declarar una emergencia internacional. Deciden que no, aunque se verán obligados a hacerlo al cabo de una semana. Así empezó la pandemia.

El 30 de enero de 2020 la OMS declara que se trata de una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional. Mientras tanto, en Wuhan, el doctor Li Wenliang se ha contagiado de un paciente infectado con SARS-CoV-2. Su estado de salud se agrava y la insuficiencia respiratoria se hace insoportable. A pesar de los cuidados de sus compañeros, el 7 de febrero fallece. Para entonces ya nadie dice que había exagerado.

Los científicos de todo el mundo debaten sobre el origen del virus. Unos afirman que es un virus de laboratorio que se ha escapado, a través de una persona contagiada, por un fallo de seguridad en el tratamiento de materiales o algo similar. Otros afirman que es un virus de origen natural, que ha pasado probablemente desde el murciélago a un ser humano o a otro animal. Quizá el reservorio fuera un animal en el mercado de pescado y animales salvajes de Wuhan. En todo caso, el factor humano está presente: bien por la presión sobre el medio natural, que favorece la transmisión desde animales salvajes a seres humanos, bien por la modificación de virus en el laboratorio. O quizá una mezcla de las dos cosas. Lo cierto es que la pandemia está creciendo y está matando, y este es el reto al que la humanidad debe hacer frente.

Londres, febrero de 2020

Después de ser noticia en la prensa en diciembre y enero, la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2, iniciada en Wuhan en noviembre de 2019, se extendía a otros países y comenzaba a afectar a Italia. El virus no parecía tan letal como los del MERS o la gripe aviar, pero se contagiaba más fácilmente entre humanos y provocaba una neumonía severa y otra serie de lesiones que, en un porcentaje de entre el 1 % y el 3 % de afectados, quizá más, causaban la muerte o dejaba secuelas invalidantes. La enfermedad por este coronavirus (COronaVIrus Disease, llamada COVID-19), parecía un problema serio.

La doctora Elisabeth Graham, directora de Inmunología de la Universidad Pública de Londres, se empeñaba en tratar de convencer al jefe de Investigación de la universidad para que invirtiera en su prototipo de vacuna. Sabía que era complicado, porque nunca había fondos para ensayos clínicos. La universidad financiaba los salarios del Instituto y el equipamiento. Con esos medios se llevaban a cabo la investigación básica y los primeros ensayos clínicos en humanos con pocos pacientes, las llamadas fase I y fase II. Pero, cuando se trataba de pasar a la fase III del ensayo clínico, que requería una muestra con mayor número de personas a estudiar, no era tan fácil, porque había que invertir varias decenas de millones de euros.

La doctora Graham, a sus cincuenta y ocho años, era una mujer rigurosa y exigente. Su vocación era la ciencia, pero se había tenido que implicar en tareas de gestión y financiación para poder llevar a cabo sus proyectos.

Ella pensaba que las vacunas para las enfermedades infecciosas, y más aún para posibles pandemias, deberían ser de todos, sin monopolios.

—No me parece razonable —argumentaba— que una vacuna en una pandemia pueda ser propiedad de un laboratorio, tiene que ser de la gente.

Los investigadores que descubrían una técnica o un producto, pensaba Graham, podían patentarlo, pero su comercialización, en estos casos, debería ser abierta, sin hacer uso del monopolio de la patente. Por eso trataba de conseguir financiación pública, de la Universidad o del Gobierno. Así, gracias a su tesón, a primeros de marzo había logrado por fin que el Gobierno del Reino Unido les concediera diez millones de euros para el desarrollo de la vacuna, con posibilidades de ampliar los fondos si los resultados eran positivos. El rector de la Universidad, en tono eufórico, avanzó en una entrevista con la BBC que su vacuna se pondría a disposición de todos los fabricantes del mundo, con una licencia no exclusiva, para que se produjera rápidamente y a precio de coste.

—Le contaré una anécdota —dijo el rector, sonriendo a la periodista—. En los años 50 del pasado siglo, Jonas Salk desarrolló una vacuna contra la polio. Cuando el famoso periodista de la CBS, Ed Murrow, le preguntó de quién era la patente, Salk contestó un tanto sorprendido: «¡De la gente, supongo!». Y luego añadió sonriendo: «¿Podrías patentar el sol?». Pues eso mismo pensamos nosotros.

Nueva York, marzo de 2020

Cuando Andrew Relly leyó las declaraciones del rector de la Universidad de Londres sobre una posible vacuna eficaz contra la COVID-19, respiró hondo y cerró los ojos, unos ojos azul claro, penetrantes. Era muy raro verlo nervioso o enfadado. Había cumplido sesenta y seis años, pero seguía manteniendo su soltería y un aspecto juvenil y elástico gracias a sus horas de ejercicio físico diario. Disfrutaba la compañía de ocasionales amantes, pero no estaba dispuesto a compartir su vida con otra persona. Era como un niño grande, caprichoso y egoísta, tremendamente inteligente. La noticia que había leído no le gustaba nada. Él era un defensor de los llamados derechos de propiedad intelectual, de las patentes y otros mecanismos similares, en todos los sectores. También para los medicamentos. Las patentes suponían la concesión de monopolios a las empresas. Y el poder que daban los monopolios, legales o forzados, era la fuente de buena parte de su fortuna. Por eso, dedicaba mucho dinero a convencer a la opinión pública de que las patentes, y, en este caso, las ganancias de las empresas farmacéuticas, eran una forma justa de retribuir el esfuerzo de investigación y el riesgo de los inversores. Precisamente por eso, la intención de la Universidad de Londres de conceder licencias no exclusivas, renunciando al monopolio, no era una buena noticia.

Con un vaso de zumo de naranja en la mano, Andrew Relly se asomó a la terraza de su exclusiva vivienda de dos plantas, que ocupaba los pisos 15 y 16 del 740 de Park Avenue. Con su suite imperial, sus ocho habitaciones con baño y salita —más cuatro de servicio—, su espacioso despacho dotado con varios ordenadores y pantallas conectadas a televisiones de distintos países y a las cotizaciones internacionales, su gimnasio, su biblioteca, sus tres salones, una amplia cocina y otros servicios, Relly disfrutaba su pequeño y exclusivo palacio, decorado con todo lujo y embellecido con cuadros de Miró, Picasso, Manet, Rothko o Van Gogh. La vista de Central Park le transmitía una sensación de paz, mientras su cabeza, instintivamente, hacía números y diseñaba estrategias de negocio.

Sin embargo, vivía con relativa austeridad. Se levantaba a las cinco de la mañana y salía a correr una hora con su asistente personal, expolicía, que también era responsable de los sistemas de seguridad de su vivienda. Desayunaba y comía frugalmente, si bien siempre comida exquisita, preparada por su cocinera vasca. Casi todos los días trabajaba desde la oficina instalada en su casa, aunque de vez en cuando acudía a la sede de su empresa gestora de fondos de inversión, Investments United, cerca de Wall Street. Al final de la tarde hacía otra hora de gimnasia. Dos o tres veces al mes se desplazaba a su empresa petrolera. Y siempre que podía, se escapaba para disfrutar de una semana relajada en su rancho de Texas.

Relly acumulaba una de las diez mayores fortunas personales del mundo (la revista Fortune la estimaba en más de cien mil millones de dólares, con unos ingresos anuales, en los últimos años, de más de diez mil millones de dólares) y no le gustaba lo que había leído. La pandemia debía ser una gran oportunidad de negocio. Ante la amenaza del nuevo virus, las empresas farmacéuticas, con estrategias de marketing que él mismo reforzaría, sabrían hacer subir la bolsa generando expectativas de beneficio. Y eso se traducía en importantes ganancias para él. En este mundo no había lugar para ocurrencias humanitarias de intelectuales altruistas. El mundo de los negocios seguía siendo la ley de la selva, como lo eran y habían sido todos los mundos reales. El más fuerte se comía al débil, y si no lo hacía, se lo comían a él. No había piedad ni odio. Era la naturaleza de las cosas. Y él pretendía ser el más fuerte. Así que, sin perder tiempo, llamó a su colaborador, Patrick Donovan.

Patrick Donovan se consideraba afortunado. Desde hacía seis años era director ejecutivo de la New Relly Foundation, que Andrew Relly había creado para blanquear su imagen, financiando proyectos sociales y benéficos por todo el mundo. Su sueldo anual era de cinco millones de dólares, además de bonificaciones ocasionales. Simpático, con cuarenta años recién cumplidos, Donovan era una persona eficaz, gran comunicador y encantador de serpientes. Era la cara amable de Andrew Relly, dispuesto a realizar cualquier encargo que le asignara. Cualquiera.

Esa mañana estaba discutiendo con el embajador de un país africano y una ONG un proyecto de escolarización en zonas rurales cuando recibió la llamada de su jefe.

—Disculpen un momento.

Salió de la sala de reuniones y se sentó en su despacho mientras saludaba:

—Buenos días, Andrew.

—He leído —dijo Relly— que la Universidad de Londres está desarrollando una vacuna para la COVID-19, y su rector dice que podrían ofrecerla con licencia no exclusiva, para cualquier empresa que quisiera fabricarla. Sería un mal precedente. Rompería nuestro discurso sobre la necesidad de las patentes para la investigación, y eso no nos conviene.

—Desde luego —asintió Donovan.

—He pensado que deberías hablar con ellos y convencerlos de que es mejor opción que vendan la licencia exclusiva a una gran empresa farmacéutica. Esta realizaría la fabricación y controlaría la distribución en régimen de monopolio. Es más eficiente. Y ellos podrán recuperar su inversión y obtener un beneficio sustancioso.

—Entiendo —contestó Donovan, mientras repasaba mentalmente sus contactos—. Recuerdo que hemos hecho varias donaciones a la Universidad de Londres para diferentes proyectos de investigación, también en el tema de vacunas. Podemos asesorarles y hacerles ver que tanto la Universidad como su empresa pueden obtener retornos muy interesantes si aceptan nuestra sugerencia.

—Asegúrate de que la acepten —zanjó Relly cortante.

Y Donovan entendió que el asunto no era negociable.

Volvió a la sala de juntas con sus invitados. Después de cerrar el diseño del proyecto, tomaron un café amistosamente. Nada más despedirlos, con la mejor de sus sonrisas, volvió a su despacho y pidió que le pusieran con sir John McKenzie, presidente de la empresa farmacéutica British Laboratories. En pocos minutos se pusieron de acuerdo en la oferta que tenían que hacer a la Universidad de Londres. A cambio, exigirían la exclusividad de la explotación de los derechos de propiedad intelectual.

Después, la secretaria de Donovan marcó el número del rector de la Universidad de Londres. Donovan saludó:

—Querido rector, ¿cómo estás? —Y enseguida—: Tenemos que hablar de algo importante.

Explicó brevemente la cuestión y concertó un encuentro en Londres para tratar en persona el asunto.

En las siguientes semanas, la Universidad de Londres y British Laboratories cerraron el acuerdo por el que la Universidad cedía la exclusividad de fabricación y comercialización a la compañía farmacéutica, con el visto bueno del ministro de Comercio británico. De nada valió que en ese momento la doctora Graham hubiera conseguido ya del Gobierno del Reino Unido una inversión de más de cincuenta millones de euros para completar la fase III del ensayo de su vacuna. John McKenzie, con la garantía de Patrick Donovan, aseguró a la institución contratos muy importantes en Estados Unidos y en otros países, lo que supondría suculentos ingresos para ellos y para la Universidad, que ganaría sesenta millones de euros, así como una pequeña proporción de los beneficios por ventas.

A finales de abril se anunció el compromiso. En los días siguientes al anuncio público del acuerdo entre la Universidad de Londres y BL, la cotización de la empresa se disparó, y también lo hicieron las de otras compañías farmacéuticas, animadas por varias noticias aparecidas en la prensa económica, que habían sido oportunamente propiciadas por el gabinete de prensa de Relly. En pocas semanas, John McKenzie embolsó quince millones de dólares en su cuenta personal, y Adrew Relly sumó a la suya otros trescientos millones. La bonificación de Donovan fue más modesta, pero nada despreciable: tres millones de dólares. Business, as usual.

La idea de la doctora Graham y del rector acerca de que la vacuna fuera una vacuna de todos, patrimonio de la humanidad, se había esfumado en el aire.

Esa noche, Donovan degustaba un whisky escocés en la terraza de su lujoso apartamento en el piso 34 del 530 E 76th St mientras repasaba los acontecimientos de los últimos días. Con Relly nunca podías fallar. Y si hacías bien tu trabajo, era generoso. En la oscuridad de la noche se adivinaba el East River por el baile de las luces de los edificios reflejadas en sus aguas. «Nada es permanente», pensaba. «Todo fluye, como el río… ¿Quién dijo esto?». La habilidad de Donovan era saber adaptarse a cada situación, a cada momento, tratando de consolidar al mismo tiempo sus intereses.

2. La pandemia nos desborda

 

Madrid, 31 de marzo de 2020

Parecía un domingo, pero era un martes por la mañana, a las siete y media. Marga iba caminando tranquilamente hacia el hospital y no veía circular ningún coche por la calle. ¿Era esto real? Sus pasos resonaban al caminar. No se cruzaba con casi nadie. Y, en medio del silencio, se escuchaba, nítido y alegre, el canto de los pájaros, ¡en pleno centro de Madrid!, en la calle Ibiza. El aire se respiraba limpio, sin la contaminación de los automóviles, y se podía adivinar la primavera en el aroma de las flores. Marga recibía maravillada esas sensaciones. ¡Qué pena que hubiera sido por esta causa! Habían pasado poco más de dos semanas desde que el Gobierno declaró el estado de alarma como respuesta a la pandemia del coronavirus, y Madrid y toda España parecían otro planeta. Era 31 de marzo de 2020 y todo el país estaba confinado en sus casas. Todos menos, claro está, las personas que trabajaban en servicios esenciales.

Marga era ya médico especialista de Digestivo en el hospital Gregorio Marañón. Después de terminar en Madrid la formación MIR (médico interno residente), había hecho una estancia de dos años en el hospital St Thomas de Londres. Ahora, a sus treinta años, se sentía feliz, disfrutando de su profesión y de la vida…, hasta que llegó la COVID.

Debido a la pandemia, estos días estaba colaborando con sus compañeros de Neumología en el área de Urgencias para atender a los pacientes con síntomas respiratorios y con sospecha de COVID-19. El hospital era un zafarrancho de combate. Por momentos, todo el personal se veía desbordado. Faltaba material. Faltaban respiradores. Sentían la angustia de no saber si iban a poder responder a este desafío. Veían sufrir a los pacientes, que reflejaban en sus ojos el miedo, la sorpresa, y la incomprensión de lo que estaba pasando, con la pena añadida de no poder ser acompañados por sus familiares. Una soledad obligada y triste. Por eso, ella se multiplicaba para atenderlos, para mandar mensajes a sus familiares, para apoyar a sus compañeros, para animar a unos y otros. Y acababa exhausta cada día.

Marga era una persona muy especial. A su amigo Pedro García, de la Plataforma de Afectados por la Hepatitis C, un asturiano de nacimiento y vocación, Marga le había parecido como la sidra, alegre, dulce, delicada, pero al mismo tiempo era una mujer fuerte, que conseguía siempre su propósito. Disfrutaba de cada instante que le ofrecía la vida. Era algo que le decía su padre: «Disfruta del instante, ahí está todo el universo, en un grano de mostaza». Su mirada profunda, verde oscuro, era siempre cálida. Su sonrisa era amable y sincera. Su palabra y su gesto, respetuosos. Nunca tenía pereza para echar una mano. Solo cargaba una pena en el corazón: no ver a Javier, a su amor, el Flaco, que vivía en Buenos Aires. Con la pandemia en plena expansión no sabía cuándo podría volver a estar con él. Además, el Flaco no usaba internet para comunicaciones personales, ni desde el ordenador ni desde ninguna de las aplicaciones del teléfono. Y eso que el Flaco era ingeniero informático, experto en telecomunicaciones. Pero, quizá por eso, no quería estar presente en la red personalmente. Por supuesto, usaba internet en su empresa, con cuentas de la empresa y en temas de la empresa. Era uno de los mejores profesionales en ciberseguridad. Pero era muy discreto y cuidaba su intimidad. En ocasiones, Marga lo podía llamar a un teléfono sin conexión a internet. Pero él prefería una carta postal tradicional. Ella llevaba la última en su cartera. Terminaba así: «Te echo mucho de menos, amor. Me gustaría abrazarte y estar así juntos, en silencio, un instante eterno. Te quiero tanto… Tu Flaco».

Cuando llegó al hospital esa mañana, Marga empezó una nueva jornada contra el puñetero SARS-CoV-2. Durante las últimas tres semanas, los casos de COVID-19 no habían dejado de crecer. Las unidades de cuidados intensivos se vieron saturadas en pocos días. Se empezaron a crear nuevos puestos de cuidados intensivos en otras áreas del hospital, y se transformaron unidades de hospitalización de otros servicios en Unidades COVID. Al mismo tiempo, se tenían que suspender intervenciones quirúrgicas programadas y cancelar citaciones de pacientes con otras enfermedades. Después de varias semanas de luchar contra el virus, estaban sobrepasados, sufriendo la tensión del posible contagio, respondiendo a los problemas como podían.

Lo mismo hacían sus compañeros en los centros de salud de Atención Primaria. Espontáneamente, diseñaron circuitos para que los pacientes con síntomas respiratorios no estuvieran con los demás. Se reforzó el sistema de atención telefónica, para intentar reducir el número de contactos y de contagios entre los demás pacientes y entre el personal. En esos días todavía no había equipos de protección, y se tuvieron que improvisar máscaras y delantales hasta con bolsas de basura. Mientras tanto, los servicios de compra de las comunidades autónomas y del Gobierno de España trataban de hacerse con mascarillas, equipos de protección individual, test de diagnóstico, respiradores y otros materiales necesarios. Compraban productos en cualquier lugar del mundo, principalmente en China, y tenían que pagar de inmediato, ya que había una especie de subasta al mejor postor. La situación que se vivía en muchos momentos era caótica. Pero los profesionales de la sanidad pública, como Marga, demostraron su compromiso y su valor.

3. Vicomax

 

Nueva York—Washington, abril de 2020

Roberta Sullivan, menuda, delgada, elegante, está en la cima del mundo: es directora ejecutiva de Edgard Lab —una de las empresas farmacéuticas puntera de los Estados Unidos—, madre de dos hijos de dieciocho y veinte años y divorciada. Ella tenía sus propios proyectos y no aguantó el carácter dominante de su marido. Segura y orgullosa de sí misma, y despectiva con sus colaboradores, era, al mismo tiempo, seductora y convincente con las personas que tuvieran poder. En veinte años de duro trabajo había subido hasta la cumbre empresarial. Ese mismo martes, a las diez de la mañana en Nueva York, descolgó el teléfono y ordenó a su secretaria:

—Llame al ministro de Sanidad y dígale que necesito hablar con él.

Roberta sabía que para el ministro la respuesta a la pandemia era una prioridad. Esa misma tarde, su secretaria recibió la contestación de Washington y pasó la llamada a Roberta:

—¿Señora Sullivan?

—¿Sí?

—La paso con el ministro.

Después de cinco segundos oyó la voz jovial de James Roy.

—¿Roberta?

—James, es un placer saludarte de nuevo.

—¿Cómo están tus hijos?

—Muy bien, gracias.

—Estupendo —dijo Roy—. Me han dicho que querías hablarme…

—Sí —respondió Roberta—, creo que es importante y por eso te he molestado. Sabes que nuestros laboratorios están llevando a cabo varios ensayos clínicos para desarrollar tratamientos contra la COVID-19.

—Sí, sí, por supuesto, estoy informado de vuestro trabajo. ¡Me parece excelente!

—Gracias, ministro. Hemos recibido apoyo y financiación del Gobierno y tenemos buenas expectativas de lograr un medicamento eficaz: el Vicomax.

—¡Es una gran noticia! —exclamó Roy—. ¡Bien hecho, Roberta!

—Sin embargo, los chinos quieren ser los primeros en anunciar que han descubierto un tratamiento o una vacuna contra la COVID. Es parte de su estrategia geopolítica.

El ministro resopló disgustado:

—¡Estos chinos son peores que la pandemia! No puedo soportarlos. Están amenazando una y otra vez la primacía de los Estados Unidos y eso no es admisible.

—Eso pensamos nosotros, ministro.

—¿Qué necesitas? —preguntó Roy.

Roberta iba siempre al grano:

—Dos cosas. Primero, que el Instituto de Salud Pública, que financia y supervisa nuestro ensayo con Vicomax, acepte que acortemos los plazos del estudio y publiquemos ya los resultados. Y segundo, que la Agencia de Medicamentos apruebe una autorización urgente de comercialización del Vicomax para pacientes con SARS-CoV-2.

—Cuenta con ello. Si hay cualquier problema, me vuelves a llamar. A cualquier hora.

—Muchas gracias, ministro.

James Roy era buen conocedor de la industria farmacéutica, ya que había pertenecido al equipo directivo de varias compañías del sector. Era consciente de que su paso por la Administración era un paréntesis. Él era un hombre de empresa. Además, en el Gobierno el salario era bastante modesto para sus estándares. Había pasado de ganar novecientos mil dólares al año, más incentivos, a un salario de trescientos cincuenta mil. Pero él sabía que esta era una buena inversión. En los meses en los que había sido responsable de salud de los Estados Unidos había accedido a mucha información clave y había hecho amigos. Roy confiaba en que su próximo empleo, cuando dejara la Administración, tendría una remuneración de varios millones de dólares anuales. Pero ahora se trataba de vencer las resistencias de Angela Grant y de Frank Minz respecto al Vicomax.

Angela Grant, directora de la Agencia del Medicamento, diplomada en Farmacia, doctora en farmacología, profesora y funcionaria de la Administración sanitaria, llevaba veinte años trabajando en seguridad de los medicamentos. Minuciosa como una miniaturista, cuidaba todos los detalles. Cuando estudiaba Farmacia, su ejemplo había sido Frances Kathleen Oldham Kelsey. Esta funcionaria evitó la muerte y malformación de miles de bebés en Estados Unidos en los años 60 del pasado siglo. Se empeñó en revisar los datos de un medicamento que la empresa fabricante había promocionado como eficaz sedante y antiemético para mujeres embarazadas con malestares matutinos, la talidomida. Este fármaco lesionó o causó la muerte a más de diez mil niños en cuarenta y seis países. Kelsey se resistió a dar la autorización a pesar de las presiones, y exigió nuevos estudios. Ahora, Angela Grant era la responsable de comprobar la eficacia y la seguridad de los medicamentos en el país más poderoso del planeta, y lo que su Agencia dijera era una garantía y una guía para el resto de los países.

A las nueve de la mañana del miércoles 1 de abril recibió la llamada del ministro de Sanidad. Cuando este le indicó que en unos días Edgard Lab iba a pedir autorización para el uso de Vicomax frente a la COVID-19 y que, debido a la situación de pandemia, esperaban una autorización provisional urgente, la doctora Grant respiró hondo y tardó en responder quince segundos que a Roy se le hicieron mucho más largos.

—Señor ministro… Usted conoce, como yo, que existen unos procedimientos de revisión muy estrictos. Aunque los datos que nos presenten fueran muy buenos, tendremos que revisarlos. Y, hasta el momento, los datos que nos han dado son solo medianamente aceptables. Estamos hablando de un tratamiento que podrían necesitar miles de personas. Si autorizamos un medicamento debe ser seguro y eficaz.

—Querida Angela —contestó Roy armándose de paciencia—, estoy completamente de acuerdo. Pero también hemos de tener en cuenta la situación, el contexto en el que nos movemos. No podemos quedarnos quietos.

—Le aseguro, señor ministro, que no estamos quietos, y que trabajaremos veinticuatro horas sobre veinticuatro para revisar las propuestas. Pero —añadió— no voy a precipitarme.

James Roy era una persona tranquila, que no se despistaba de su objetivo. Sabía que la doctora Grant no era partidaria de aprobar un medicamento sin todas las garantías, pero aquí el factor tiempo era clave: desde el punto de vista político, para el presidente, y desde el punto de vista económico, para Edgard Lab.

—Si necesitas más medios, dímelo.

—Siempre necesitamos más medios —respondió Angela.

—Pásame una nota con los que consideres necesarios para acelerar las autorizaciones de tecnología COVID. —Como la doctora Grant no decía nada, el ministro añadió—: No te pido que autorices nada de forma precipitada. Te pido que hables con Minz y valores qué tienen. Te llamaré más tarde.

Roy miró por la ventana y se paseó por el despacho mientras le ponían la llamada con Minz. En su opinión, Minz era más flexible que Grant.

Su secretaria le dijo que tenía al doctor Minz al teléfono.

—Querido Frank, buenos días.

—Buenos días, ministro.

—Te llamo en relación con el ensayo clínico con Vicomax. Nos gustaría que se acelere la presentación de resultados, que al parecer son muy positivos.

—Relativamente.

—¿Cómo que relativamente? —se sorprendió Roy—. Pensaba que los resultados intermedios eran buenos.

—Vamos a ver, ministro. El estudio está por la mitad. Falta reclutar parte importante de la muestra. Los resultados parciales muestran que el objetivo principal fijado en el protocolo de la investigación no se ha conseguido. Hay algún objetivo secundario que parece que sí se logra, pero eso no es suficiente. A final de mayo podremos tener resultados más fiables.

—¿Dos meses más? Imposible. Necesitamos que lo deis por finalizado en un máximo de dos o tres semanas. ¿No dices que se han observado resultados secundarios favorables?

—Sí. Podría haber una reducción de la gravedad de la enfermedad.

—¡Eso es más que suficiente! La gente está sufriendo. Es preciso que comuniquéis que se han logrado los objetivos planteados y que el medicamento es eficaz para la COVID.

Minz no lo tenía nada claro.

—No es tan fácil, ministro. Es un estudio multicéntrico, participan más hospitales de varios países. Se debe conseguir un acuerdo con todos ellos para finalizar el estudio antes de haberlo completado… Podría haber reacciones negativas. Preguntas incómodas.

—De eso nos ocupamos nosotros y la gente de Prensa del gabinete. No te preocupes —trató de tranquilizarle Roy—. Tú consigue que podamos comunicar que Vicomax funciona en la COVID-19, y, si es posible, que somos los primeros.

Minz trataba de ganar tiempo. No le interesaba oponerse al ministro de Salud. Pero tampoco quería cometer errores en un tema de salud pública tan importante.

—¿Cuándo necesita esa comunicación?

—Como muy tarde, dentro de tres semanas. Podrías anunciar los resultados del estudio en una rueda de prensa con Roberta Sullivan.

—Eso sería raro. Lo habitual es que la comunicación de resultados de un ensayo clínico los haga el director del estudio, no otra persona.

—Querido amigo, convendrás en que no estamos en una situación habitual. Estamos en una pandemia muy seria. Está muriendo gente. Y tu Instituto es el principal financiador del estudio.

—Veré qué puedo hacer, ministro.

Roy respiró satisfecho. Minz ya estaba convencido.

Minz sabía que Roy era un ejecutivo de paso por la Administración y que jugaba sus bazas en función de su futuro en la industria. Pero él era un científico. Su vida eran el Instituto y su hija María. Lo que él quería era investigar más, poder dar respuestas a los problemas de salud del país y del mundo. Y para eso necesitaba apoyo político y económico. Por eso colaboraba con el Gobierno. Pero ¿cuál era el límite? Por otro lado, también le venía bien el complemento de director. Ahora, su hija necesitaba continuar su rehabilitación con un programa de deshabituación de sustancias adictivas en un centro privado, y eso costaba dinero. Él lo daría todo por su hija. Por eso Minz se estrujaba el cerebro buscando una solución al problema que fuera aceptable por sus colegas y por Angela…

Las semanas siguientes siguieron siendo frenéticas. El número de personas afectadas por coronavirus seguían aumentando, también el de fallecidos. La pandemia ocupaba las primeras portadas de los periódicos y las cabeceras de los noticiarios de radio y televisión. La presión sobre los Gobiernos crecía. Era una carrera contrarreloj.

Pocos días después, Frank Minz anunció en rueda de prensa que se había demostrado que Vicomax era un medicamento que podía bloquear el virus. Al mismo tiempo, Edgard Lab hacía un comunicado en el mismo sentido. Ese día, las acciones de Edgard Lab marcaron un máximo. Finalmente, Angela Grant aprobó la comercialización del producto, aunque los datos analizados todavía no eran concluyentes.

4. Lejos pero cerca

 

Madrid, abril de 2020

A Matilde, la madre de Marga, los domingos por la mañana le gustaba leer. Después de ir a misa de nueve en la parroquia del barrio, compraba el pan y dos cruasanes (uno de ellos para Marga), recogía El País en el quiosco y se tomaba un café con leche mientras leía los artículos que le interesaban. Acabada la lectura del periódico y apurado el café, solía dedicar un par de horas a leer algún ensayo o libro de historia. Esa mañana no había ido a misa, por culpa de la pandemia, y ahora releía un poema de Tomás, un tío de Javier. El Flaco se lo había enviado a Marga por carta. Se titulaba Lejos pero cerca:

Cada uno en su casa

y sintiéndonos muy cerca.

Compartiendo una aventura incierta

en este inesperado viaje solitario

por las desconocidas aguas de la pandemia.

Y, al mismo tiempo, un viaje compartido

con millones de personas en sus casas.

Lejos pero cerca.

Un viaje en que también nos acompañan

miles de personas cuidando a los enfermos

en los hospitales y los centros de salud,

miles de policías y soldados ayudando

a que las cosas funcionen,

dependientas de supermercado enmascaradas,

conductores de metro y de autobuses casi vacíos,

limpiadoras, farmacéuticas y camioneros,

periodistas e investigadores trabajando a destajo,

gentes anónimas que nos cuidan en el viaje

para lograr, entre todos, llegar a puerto seguro,

y a los que aplaudimos cada noche

desde nuestras ventanas—camarote

y desde el corazón.

Todo viaje enseña muchas cosas.

En este de seguro aprenderemos

otra forma de vivir, de hablarnos

lejos pero cerca,

de descubrir lo frágiles que somos,

lo mucho que dependemos los unos de los otros,

lo relativo de lo que parecía impostergable

y la necesidad de compartir.

Nada parece hoy seguro.

Las ciudades desiertas,

las risas de los niños ausentes de los jardines,

las universidades sin estudiantes,

en un paisaje como de guerra, desolado.

Y, sin embargo, te siento muy cerca, aunque estés lejos,

y eso me da fuerza, me anima.

Siento que vamos en el mismo barco

y sé que juntos saldremos adelante.

Matilde lo leyó un par de veces. De alguna forma, pensaba, esta era la pandemia de la soledad, de la falta de abrazos. Desde que se jubiló hacía unos años de su puesto de enfermera, Matilde colaboraba con la parroquia de su barrio en la recogida y reparto de alimentos, y también visitando a personas mayores que vivían solas. Ahora mucha gente lo estaba pasando mal, y las necesidades de ayuda de alimentos habían aumentado. Muchas personas se quedaron sin empleo. También había aumentado la soledad forzada de mucha gente, pero con los confinamientos era complicado visitarles. Trataban de suplirlo con el teléfono. Si durante varios días no tenían noticia de una de las personas que vivían solas, avisaban a los servicios sociales o al centro de salud. Pero todos estaban desbordados.

Marga había ido a vivir con ella cuando volvió de Londres. Se hacían compañía, compartían gastos y, por otro lado, Marga tenía cerca el hospital. Otros dos de sus hijos vivían también en Madrid, en el barrio de Chamberí, uno soltero y otro casado. Y su hijo mayor vivía en Santander, con su mujer y sus dos hijos. Todos confinados en sus casas, bajo el estado de alarma.

«El mundo está viviendo una experiencia inédita, desasosegante», pensaba Matilde. Parecía increíble: barrios enteros, ciudades enteras sometidas a cuarentena. «Si nos lo hubieran dicho hace dos meses, hubiéramos pensado que estaban gastando una broma». La gente quería ver ya la luz, pero nada estaba claro todavía. Matilde se preguntaba, como Tomás, si esta experiencia singular haría que las personas, en todo el planeta, se sintieran más familia. Si, a partir de aquí, sería más fácil compartir, dándonos cuenta de que nos convenía a todos. O si los egoísmos y el sálvese quien pueda seguirían imponiendo su voluntad. De momento, la sensación predominante en muchas personas era el miedo, la incertidumbre. No saber qué podría pasar. Sobre todo en los niños. Haber tenido que estar aislados, usar las mascarillas y ver a sus padres y sus abuelos con las caras tapadas porque había un bicho en el aire que podía contagiarlos. Temer que ellos pudiesen contagiar a otros. Ver las imágenes en la tele, siguiendo día a día las informaciones de número de contagios, número de personas ingresadas en las unidades de cuidados intensivos, número de fallecidos… Un día y otro día. Matilde estaba segura de que el impacto psicológico en la sociedad iba a ser profundo y duradero.

A mediodía, mientras madre e hija estaban comiendo, sonó el teléfono de Marga. Una compañera le contó que su amiga común, Estrella, enfermera en un centro de salud de Villaverde, acababa de morir de COVID-19. Las tres habían trabajado juntas en el Gregorio Marañón cuando Marga hacía la residencia, y habían compartido muchos momentos. Estrella era una estupenda persona y una gran profesional. Se había contagiado en los primeros días de la pandemia y desarrolló una neumonía bilateral que acabó llevándosela por delante. Al parecer, también había presentado trombosis cerebral. Aunque Marga se temía este desenlace, la muerte de Estrella fue como un mazazo para su corazón. Entre sollozos acertó a decir:

—¡Pero si no había cumplido los treinta años…! ¿Por qué ella?, ¿por qué…? Era una mujer estupenda… Trataba con mucho cariño a los enfermos… ¡Es una putada, mamá…!

Matilde la abrazó en silencio.

Nueva York, abril de 2020

Ese mismo día, lejos de allí, en Nueva York, la CBS comenzaría a transmitir, pocas horas después, un debate que nos tocaba muy de cerca a todos. Lejos pero cerca. En el contexto de la pandemia se había despertado en la sociedad el interés por las patentes de las vacunas y de los medicamentos en general. Los medios de comunicación trataban ocasionalmente esta cuestión, y esa noche la CBS norteamericana emitía en su programa Cara a cara, dirigido por Gloria Madock, un debate entre James Stemson, premio nobel de Economía, y Thomas Radlife, presidente de ASTHY Pharma —una de las grandes compañías norteamericanas del sector— e hijo de su mayor accionista. Stemson, cercano a los setenta, era una persona afable y didáctica a quien se le notaban sus años de profesor. Radlife, que aún no había cumplido los cincuenta, era un ejecutivo, acostumbrado a mandar pero no tan buen comunicador, aunque él pensara que sí.

Desde el despacho de su residencia frente a Central Park, Andrew Relly seguía el debate mientras despachaba con Donovan los asuntos de la New Relly Foundation.

Gloria Madock era una mujer que inspiraba confianza. Se había ganado el reconocimiento como periodista imparcial. Procuraba llegar al fondo de los temas. Con su afable sonrisa dio la bienvenida a los invitados y subrayó la importancia del tema a tratar. La pandemia se extendía por el mundo. Diferentes laboratorios estaban investigando medicamentos y vacunas, con el apoyo de los Gobiernos.

—Mi primera pregunta es: ¿deben ser las vacunas y los medicamentos frente a la COVID de la gente, o deben ser un bien privado? ¿Señor Stemson?

—¡De la gente, por supuesto! En una situación de pandemia ninguna empresa debería tener el monopolio de una vacuna o un medicamento eficaz frente a la enfermedad. El monopolio derivado de una patente causaría la muerte de millones de personas.

—¿Qué opina usted, señor Radlife? —preguntó Madock.

—Querida Gloria, las empresas farmacéuticas necesitan saber que, si descubren nuevas vacunas, recibirán una recompensa. Si las empresas no tienen el incentivo de la patente, no habrá vacunas COVID.

—Muchas gracias por la claridad de los dos —dijo la periodista—. Sin embargo, los conceptos de patente, exclusividad, monopolio, no son tan fáciles de entender para todos. Me gustaría que, a lo largo de este debate, lográramos aclarar estos conceptos. ¿Lo intentamos?