Humanismos  en el siglo XXI ¿Qué humanismo  para qué sociedad? - Claudia Restrepo Montoya - E-Book

Humanismos en el siglo XXI ¿Qué humanismo para qué sociedad? E-Book

Claudia Restrepo Montoya

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Beschreibung

La universidad, en un sentido amplio, contribuye con su proyecto humanista al cultivo de la sociedad civil y de los ciudadanos que exige la crisis actual. Se trata de propiciar un escenario que nos permita avanzar desde la mera palabrería –a veces cómoda o indolente– hacia el pensamiento crítico comprometido y consecuente, y, de este modo, transitar desde la apatía hacia la solidaridad, desde la desafección hacia la confianza, desde la búsqueda de soluciones individuales hacia la construcción de nosotros incluyentes. Todo ello mediado por el diálogo social, esa actividad fundamental que puede ayudarnos a superar la polarización entre creencias pertinaces y a darles protagonismo a la palabra generosa, a la escucha profunda y a sus actuaciones consecuentes.

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Humanismos en el siglo XXI: ¿Qué humanismo para qué sociedad? / Mauricio Vélez Upegui…[et al] ; Claudia Restrepo Montoya, Adolfo Eslava Gómez, editores académicos. – Medellín: Editorial EAFIT, 2022.

266 p. – (Ediciones Universidad EAFIT)

ISBN 978-958-720-785-9

ISBN 978-958-720-786-6 (versión EPUB)

1. Humanismo. 2. Educación humanística. I. Vélez Upegui, Mauricio. II. Restrepo Montoya, Claudia, 1975-, edit. III. Eslava Gómez, Adolfo, edit. IV. Tít.

001.3 cd 23 ed.

Q311

Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

Humanismos en el siglo XXI: ¿Qué humanismo para qué sociedad?

Primera edición: septiembre de 2022

© Claudia Restrepo Montoya, Adolfo Eslava Gómez –editores académicos–

© Editorial EAFIT

Carrera 49 # 7 Sur - 50, Medellín. Tel. 604 261 95 23

http//www.eafit.edu.co/fondo

Correo electrónico: [email protected]

ISBN: 978-958-720-785-9

ISBN: 978-958-720-786-6 (versión EPUB)

DOI: https://doi.org/10.17230/9789587207859lr0

Coordinación editorial: Carmiña Cadavid Cano

Corrección de textos: Carmiña Cadavid Cano y Juana Manuela Montoya

Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes

Imagen de carátula: 2103859307, ©shutterstock.com

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158 emitida el 13 de febrero de 2018

Editado en Medellín, Colombia

Diseñoepub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Índice

Presentación

Humanismo y técnica: Imaginar la narración de la vida entre el ser y el hacer

Claudia Restrepo Montoya

¿Humanidades en una sociedad tecnologizada?

Jesús Conill

La tarea de comprender: Formación humanística a la luz de Gadamer

Mauricio Vélez Upegui

La argumentación como proyecto humanístico

Julder Gómez

Las humanidades, entre confusión y crisis

Alejandra Ríos Ramírez

Vigencia artística

Cecilia Espinosa

Humanismo para humanos y el lente de un economista

César Tamayo Tobón

Preguntas que no mueran

Valeria Mejía Echeverría

Aceptar nuestra vulnerabilidad para fortalecer nuestra capacidad de cuidarnos

Mariantonia Lemos Hoyos

Riesgo existencial en el siglo XXI. Algoritmos justos y eficaces

Jonathan Echeverri Álvarez

Formar, conformar, transformar: Nociones para un proyecto humanista esencial y situado

Adolfo Eslava Gómez

Sobre la agenda de cultura cívica

Santiago Silva Jaramillo

Un humanismo cohesionador para una sociedad dividida

Amalia Cadavid Moll, Lucía Jaramillo Mesa, Nicolás Molina Arroyave, Ricardo Pérez Restrepo, Santiago Murillo Caballero

Carta a la universidad, de una ingraduable eafitense

María José Bernal Gaviria

El oficio de la administración y el humanismo

Cristina Vélez Valencia

¿Qué puede ser más humanista que una empresa?

Ricardo Sierra Fernández

Indagando por unos mínimos básicos para un humanismo actual

Carlos Raúl Yepes Jiménez

Humanismo y optimismo

Gabriel Mesa Nicholls

Presentación

Tenemos el desafío de revisar, debatir y proponer los componentes de un proyecto humanista a la altura de las circunstancias actuales. Se revitaliza la necesidad de cuestionar, pensar y contribuir desde diferentes perspectivas. De allí surge esta iniciativa de la Universidad EAFIT de aportar algunas reflexiones breves y libres, divulgativas y propositivas alrededor de la pregunta ¿qué humanismo para qué sociedad?

Esta aventura editorial, contrario a lo habitual en textos académicos, no pretende arrojar resultados ni conclusiones definitivas, sino más bien activar una conversación, dentro y fuera de la Universidad, alrededor de la fecundidad de las artes y las humanidades cuando se conectan con las organizaciones privadas, públicas y de la sociedad civil para contribuir a crear valor y generar desarrollo. Nos unimos por tanto al deseo expresado en el capítulo elaborado por los estudiantes de que este sea un texto leído, rayado, conversado, esto es, un pretexto.

Estamos convencidos de que no es necesario acudir a las metáforas belicistas de la defensa de las humanidades o la pugna contra los pregoneros de la utilidad crematística. Por el contrario, hoy es posible advertir en la academia y en las organizaciones la sensibilidad necesaria para cuestionar y abrir caminos de reflexión y de acción. Por esa razón, este libro ofrece propuestas para motivar un debate local, nacional y, ¿por qué no?, allende las fronteras, que permita compartir y construir razones alrededor del devenir humanístico en la educación y en la democracia para comprender, explicar y transformar las actuales demandas humanas y sociales.

Con su prosa conmovedora, María Zambrano nos invita a contemplar la crisis como realidad fecunda y allana el camino a la propuesta formativa humanista asumiendo que la educación, reforma tras reforma, es generadora de esperanza. De hecho, la filósofa española plantea su razón poética como un horizonte de esperanza que permita vincular la razón científica e histórica con los contenidos vitales, estéticos, religiosos o filosóficos propios de cualquier cultura; de este modo, el cometido de la educación es poner la razón a la altura histórica de los tiempos y al hombre en situación de entenderse a sí mismo.

Moisés Wasserman, por su parte, asegura que los estudios del futuro deberán construir capacidades variables en la gente: pensamiento crítico, sensibilidad, capacidad de trabajar en forma cooperativa, capacidad para reeducarse y usar inteligentemente la información disponible, pero, además, con un sustento de conocimientos básicos que son indispensables. La obsolescencia rápida de los conocimientos hará de la formación permanente y continua, a lo largo de toda la vida, una necesidad real. Sobre una buena base general se podrán, después, construir especialidades cambiantes, nuevos conocimientos y habilidades novedosas; será una educación de bases sólidas para sostener estructuras flexibles y dinámicas. En consecuencia, la educación universitaria debe ser fuente de desarrollo individual y social. No solo debe hacerse para formar a la gente, sino para responder a las preguntas que le hace la sociedad, bien sea a través de la investigación científica o por medio de proyectos aplicados sobre problemas reales y de urgente solución.

Con estas ideas en mente acerca de la crisis fecunda y la educación pertinente para un mundo cambiante, este libro tiene el propósito de enriquecer el proyecto humanista de formación y transformación, esencial y situado, ético y político, que se debe promover desde la educación superior para contribuir a la comprensión de nuestras realidades circundantes. En este sentido, propone una serie de insumos desde miradas teóricas, prácticas y normativas con el fin de activar una conversación amplia e influyente en la toma de decisiones personales y colectivas.

Este volumen está compuesto por dieciocho capítulos que reúnen las voces de veintidós autores que, desde su saber y su sentir, abordan la cuestión orientadora ¿qué humanismo para qué sociedad?, así como la pregunta por las exigencias de asumir un proyecto humanista que pretende la formación de personas, la conformación de comunidades y la transformación de realidades. Decidimos agrupar las contribuciones en tres secciones: una teórica, otra práctica y una última de carácter práctico. La primera empieza con la reflexión de Restrepo alrededor de la relación fecunda entre técnica y humanismo, para continuar con las aportaciones de los filósofos Conill, Vélez, Gómez y Ríos. La sección práctica está encabezada por la reflexión de la maestra Espinosa junto con las exigencias prácticas de Tamayo, Mejía, Lemos y Echeverri. La última sección parte del humanismo esencial y situado de Eslava para darles paso a las consideraciones de Silva, los representantes estudiantiles, Bernal, Vélez, Sierra, Yepes y Mesa. A continuación, se presenta una mirada panorámica de cada uno de los capítulos.

La aportación de Claudia Restrepo Montoya se ubica en la línea de construcción del diálogo de saberes para garantizar la convergencia, inspirada en preguntas clave de la educación superior y su misión, que sitúe en el centro a la persona y el desarrollo de sus capacidades. Búsqueda, narración, crisis e imaginación son algunas de las piezas con las que Restrepo configura su aproximación en sintonía con las ideas de Nussbaum y Ortega y Gasset. Por esta vía, con la categoría analítica de la imaginación como capacidad humana, se logra justificar, entender y asumir los elementos esenciales para concluir que la imaginación es una capacidad integradora del humanismo y la técnica.

El profesor Jesús Conill advierte el desplazamiento progresivo de la cultura humanista de todos los órdenes de la vida y, haciendo eco de Ortega y Gasset, declara el peligro que tiene la técnica de fomentar el vaciamiento vital y moral del hombre. Un panorama desesperanzador que hace necesario educar en humanidades para cultivar la mejor forma de vida humana y determinar de modo convincente en qué consiste humanizar y qué significa la “mejora” humana. Ante la hegemonía de las tecnociencias, asegura que un camino para hacer realidad la cooperación entre ciencias, técnicas y humanidades es la educación integral de la persona. En síntesis, el profesor de la Universidad de Valencia propone un humanismo ético, defiende el cultivo de las humanidades y muestra la vigencia de un proyecto humanista en la Universidad.

Mauricio Vélez Upegui presenta cuatro nociones capitales de las humanidades: formación, sentido común, capacidad de juicio y gusto, o bien, el cultivo de sí mismo, el fundamento verosímil, la práctica de juzgar y la disposición sensorial, respectivamente. De este modo, la tarea de los saberes humanísticos no es otra que la comprensión, captar lo que nos tiene prendidos al decir de Gadamer. Afirma el profesor Vélez Upegui que quien comprende, entonces, vive la experiencia de un acontecimiento. Luego concluye que las humanidades comprenden para explicar, interpretar o mediar y así ampliar los horizontes de captación de lo real.

Julder Gómez Posada presenta el proyecto humanístico de la argumentación mediante el cual el desarrollo de competencias argumentativas nos permitiría alcanzar acuerdos procedimentales, confusos y provisionales; y esta clase de acuerdos contribuiría a la construcción de una sociedad deseable. De este modo, se nos capacita para vivir con personas que piensan de maneras distintas a las nuestras y para adaptarnos a las circunstancias cambiantes. Se trata pues de una comunidad que sería más adaptativa a la multiplicidad de las formas de vida y al incesante cambio de las circunstancias sociales, es decir, acorde al mundo en que vivimos, con sus incertidumbres, diferencias y coyunturas.

Alejandra Ríos Ramírez reivindica la crisis como concepto que exige nuestra capacidad de discernir los elementos de una situación, de tal manera que podamos emitir juicios informados sobre el acontecimiento que se nos antoja novedoso. Por ello, invita a observar, tranquilamente, aquello que creemos amenaza a las humanidades. Sabiendo que los estudios humanísticos dan acceso a la comprensión y al conocimiento de las producciones y saberes culturales en sus diversas y cambiantes manifestaciones, en lugar de pregonar el miedo a su desaparición, resulta preciso cultivar el gusto por un mundo sin el cual cualquier producción estética, ética o política es imposible.

Cecilia Espinosa brinda el encuadre de la segunda sección con su conciso y contundente planteamiento según el cual el arte es donde nos manifestamos más profundamente como seres humanos. Nos recuerda la maestra que la música nos toca, nos une, colma nuestros sentidos, nos conmueve e incita a la propia transformación, de allí la necesidad de cultivar el buen gusto, preservar ideales estéticos, valorar el largo y variado camino de la creación musical y cuestionarnos sobre la legitimidad del arte en el espacio, el tiempo y el territorio.

Desde la pregunta por la conexión entre economía y humanismo, César Tamayo Tobón indaga por el lugar que ocupan la creatividad y el debate en la formación y en la experiencia profesional. También destaca la importancia de despertar sentido de civismo e interés por el deber público y luego propone el diálogo entre humanidades y economía haciendo alusión a la génesis de la ciencia económica, alojada en la filosofía moral con su pregunta por la acción humana. En resumen, aboga por una formación humanística que entremezcle habilidades, virtudes y carácter.

El texto de Valeria Mejía Echeverría tiene un comienzo cautivador con la alusión al tejido de contradicciones que nos compone, clara descripción de nuestro ethos, festivo y trágico. Un planteamiento auténtico con argumentos emanados de la interpelación a las vivencias cotidianas de ayer y de hoy. Un relato que nos hace cómplices de la reflexión respecto al lugar de los asuntos culturales en y desde la Universidad, donde la educación ha de ser la piedra angular. Acude Valeria a la formulación permanente de preguntas, pues sabemos que el interrogatorio tiende puentes con el lector. Al final, se presentan el encuentro y la conexión como criterios de respuesta.

Mariantonia Lemos Hoyos comparte su reflexión comportamental alrededor de la vulnerabilidad que, en medio de nuestro desarrollo como sociedad, sigue estando presente cada día y reclamando hábitos para el cuidado de sí y el cuidado del otro. Se llama la atención sobre los sesgos, los marcos cognitivos y los heurísticos que desarrollados para protegernos implican también nuestra vulnerabilidad: no vemos la realidad como es, sino como creemos que es. Ante eso, la propuesta de Mariantonia es un humanismo centrado en la vulnerabilidad, que nos ayude a reconocer que necesitamos de los otros para trabajar, construir y vivir bien.

Jonathan Echeverri Álvarez brinda una aproximación desde los estudios del comportamiento y la ética digital, y asegura que la especie humana enfrenta una serie de desafíos emergentes con alcance de riesgo existencial, razón por la cual necesitamos un humanismo verde y azul, es decir, una concepción amplia de nuestros intereses morales que incluya el planeta y todas sus formas de vida, y que contemple los desafíos éticos y políticos que emergen con la interacción entre humanos y agentes artificiales. En sintonía con Nussbaum y Ordine, el capítulo concluye que el humanismo es refugio de libertad y democracia pero requiere más conversación, por ejemplo con la ciencia y la ingeniería, para considerar adecuadamente los problemas contemporáneos más acuciantes.

La tercera sección inicia con el capítulo en el que Eslava propone un proyecto humanista esencial y situado para la formación, la conformación y la transformación de personas y comunidades. Allí se aborda la conexión entre educación y ciudadanía, así como una aproximación a la educación humanística desde los bienes comunes para su comprensión y gestión. Se concluye con palabras de Martha Nussbaum acerca de la importancia fundamental de las artes y las humanidades para formar un mundo en el que valga la pena vivir.

Santiago Silva Jaramillo propone una agenda de cultura cívica en la que la pedagogía pública, la educación ciudadana y la transformación cultural convergen alrededor de una convivencia compleja pero posible. Para ello, señala implicaciones conceptuales de asociar cultura cívica y convivencia ciudadana, revisa su pertinencia en esta época de crisis acumuladas para luego verlas a la luz de perspectivas como los estudios del comportamiento y finaliza con un espacio sobre discusiones relevantes para el futuro.

El quinteto de estudiantes eafitenses conformado por Amalia Cadavid Moll, Lucía Jaramillo Mesa, Nicolás Molina Arroyave, Ricardo Pérez Restrepo y Santiago Murillo Caballero se pregunta por el humanismo capaz de lograr la cohesión social. Lejos de brindar una reflexión abstracta, se exige un humanismo en relación con el contexto. Por ello, se describe una profunda y nociva división en el país, frente a la cual los estudiantes pueden ser gestores de la transformación basada en la ética, la responsabilidad y la conciencia. Se propone por tanto un humanismo conciliador, cotidiano y movilizador que tenga lugar en donde la vida humana acontece.

María José Bernal Gaviria hace un recuento de los hitos que la definen como una persona ingraduable de EAFIT, condición a partir de la cual le exige a la Universidad tocar corazones, no solo retar mentes. Desde su mirada crítica, plantea el desafío de la conexión que la academia debe asumir desde sus respuestas prácticas, como también desde su posibilidad de construir preguntas. La economista asegura que “hace falta calle, apertura, dejar el ego de lado y entender que la labor académica radica en muchas cosas, pero, sobre todo, en el servicio”. En síntesis, formación, investigación y realidad no deben reñir.

Cristina Vélez Valencia aborda el oficio de la administración desde una mirada histórica rigurosa y fecunda. En primer lugar, señala la crisis y los cuestionamientos actuales a la disciplina administrativa que requieren ser asumidos con urgencia. Para ello, recuerda los inicios de la formación administrativa como fuente de una clase gerencial que busca ganar legitimidad al tiempo que tiene la capacidad de cambiar instituciones sociales. Tareas que hoy son posibles solo si la administración se cuestiona por la inclusión, la sostenibilidad y la responsabilidad.

Ricardo Sierra Fernández se pregunta por el vínculo entre empresa y humanismo. Empieza por señalar que los indicios de esta conexión se remontan al siglo XIV y se manifiestan en su capacidad de transformación social, antecedente desde el que plantea el interrogante respecto a si asistimos a una nueva época de humanismo empresarial fundado en “un nuevo modelo que reconozca y valore la importancia del actuar responsablemente en el ámbito ambiental, social y de gobierno”. Al respecto, sentencia con optimismo que la diversidad dentro de las empresas es el factor que permite conectar intelecto y empatía; entretanto, también se hace patente el reto de humanizar la tecnología. Con estas ideas en mente, concluye con la necesidad de valorar y proteger las empresas humanistas.

Carlos Raúl Yepes está especialmente comprometido con el propósito común de pensar el humanismo como escenario de posibilidad y de incidencia para construir un futuro esperanzador. El texto llama la atención sobre asuntos exigentes del humanismo, como la dignidad, la visibilidad y la resonancia, al tiempo que logra conectarlos con los adjetivos económico y consciente para reivindicar un humanismo de la decencia –siguiendo la idea de Adela Cortina– basado en el cuidado de la palabra.

Para cerrar, Gabriel Mesa Nicholls aborda la relación entre humanismo y optimismo. Empieza su reflexión preguntándose si el optimismo puede cultivarse, y con ese interrogante en mente plantea que existe una crisis de deshumanización –polarización, desconfianza, posverdad, eufemización–, para luego proponer como antídoto el optimismo basado en la evidencia, en el que la compasión ocupa un lugar protagónico. El texto concluye con su frase ya célebre: en tiempos de crisis, la esperanza es una responsabilidad.

Para concluir, o más bien, para provocar la conversación que deseamos suscitar con este proyecto editorial, es posible asegurar que el proyecto humanista es una contribución de la universidad al cultivo de la sociedad civil y de los ciudadanos que exige la crisis humana actual. Se trata de propiciar un escenario que nos permita avanzar desde la mera palabrería –a veces cómoda o indolente– hacia el pensamiento crítico comprometido y consecuente, y, de este modo, transitar desde la apatía hacia la solidaridad, desde la desafección hacia la confianza, desde la búsqueda de soluciones individuales hacia la construcción de nosotros incluyentes. Todo ello mediado por el diálogo social, esa actividad fundamental que puede ayudarnos a superar la polarización entre creencias pertinaces y a darles protagonismo a la palabra generosa, la escucha profunda y sus actuaciones consecuentes.

Adolfo Eslava Gómez, Claudia Restrepo Montoya

Humanismo y técnica

Imaginar la narración de la vida entre el ser y el hacer

Claudia Restrepo Montoya*

https://doi.org/10.17230/9789587207859ch1

 

 

 

La vida, en su contexto más específico y concreto, es la vida de alguien, de un sujeto, de una persona. Es en la vida personal en la que transcurren los hechos sustanciales del mundo. Ortega y Gasset lo expresa así: “La vida humana, el hombre […] es lo que acontece, es el puro acontecimiento” (Ortega y Gasset, 2005, p. 209).

Es por esto que la pregunta por el humanismo debe, antes que referirse a la sociedad, ubicarse en el corazón y la mente de una persona, para así poder pensar en cómo cultivar, es decir, cómo desarrollar en ella capacidades para comprender y transformar su vida en armonía consigo misma, con los otros y con el mundo. Y es que la vida como realidad radical es un convivir, como lo expone Julián Marías al explicar el concepto de persona: “En rigor, yo encuentro las cosas en la vida, y después caigo en la cuenta de que encontrarlas es estar yo con ellas; esto es, me encuentro a mí mismo con ellas. […] Vivir es, por tanto, con-vivir, vida es coexistencia del yo con las cosas, y esta es la situación primaria” (Marías, 1982, p. 191).

En ese estadio de con-vivencia que es la existencia personal y humana es en el que se inserta la preocupación última por cómo educar en humanismo, en un contexto social que parece privilegiar el progreso y el desarrollo técnico y económico, por encima del desarrollo de las capacidades humanas de la persona.

Martha Nussbaum en su libro Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades le otorga espacio a esta preocupación persistente en la historia reciente de la sociedad y del hombre, alrededor de la que denomina como una crisis silenciosa, haciendo referencia a cómo la educación se ha centrado en el desarrollo de capacidades técnicas para promover el desarrollo económico y para la renta, en detrimento del cultivo de las capacidades para la democracia y el humanismo. Esta preocupación es, especialmente, de carácter ético y antropológico: ¿cuál es el efecto en la sociedad –el mundo– y el impacto en la vida concreta de la persona generado por la brecha que se está creando entre la técnica –en su expresión más sofisticada de la mano de la ciencia y la tecnología– y el humanismo?

El agotamiento moral. La búsqueda insaciable

Se trata de un estado de permanente insatisfacción que acompaña a la persona en su interés por el bien estar. Ortega y Gasset (1982) la denomina como la necesidad de las necesidades, una búsqueda que explica el alto nivel de desarrollo técnico al que el hombre logra llegar, provocado por el afán de vivir bien, otorgarle cualidades a su vida personal siempre en perspectiva de futuro. Esto hace a la persona, explica Ortega, sustancialmente a nativate técnico, un sujeto a quien la técnica le es connatural y le permite buscar el buen vivir a partir de la adaptación del medio a su voluntad, siempre en la búsqueda de cualificar su vida.

¿Y qué le da cualidad a la vida personal? La búsqueda. Se ha dicho que la vida humana es acontecer, y ello significa la construcción de una historia que se hace entre el pasado que es memoria y el futuro que invita a la proyección. La vida es así una narración con vocación de proyecto porque finalmente el hombre lucha contra su finitud y por la búsqueda de la verdad. Para el primer efecto ha usado la técnica, en diversas expresiones, para transformar y reformar sus circunstancias, reducir sus esfuerzos y generarse comodidad. La técnica le ofrece subjetividad a esa vida.

¿Cómo? ¿La vida humana sería entonces en su dimensión específica, una obra de imaginación? ¿Sería el hombre una especie de novelista de sí mismo que forja la figura fantástica de un personaje con su tipo irreal de ocupaciones y que para conseguir realizarlo hace todo lo que hace, es decir, es técnico? (Ortega y Gasset, 1982).

La técnica se constituye en un rasgo antropológico en el que las relaciones de la persona con los artefactos incorporan la dimensión subjetiva, interpretativa e intersubjetiva (Parselis, 2018), y es justamente allí donde se vive un extrañamiento, una suerte de agotamiento moral en el hombre ante la técnica, una necesidad insaciable hacia ella y una ausencia de comprensión y reflexión sobre su uso, “puede llegar a perder la conciencia de la técnica y de las condiciones, por ejemplo, morales en que esta se produce, volviendo, como el primitivo, a no ver en ella sino dones naturales que tienen desde luego y no reclaman esforzado sostenimiento” (Ortega y Gasset, 1982). Esto obedece fundamentalmente a ese crecimiento progresivo, a ese entorno propio generado por los sistemas técnicos que producen – como expone el profesor L. Hernández en su libro La técnica moderna. Reflexiones epistemológicas– un entorno artificial pero humano que puede denominarse tecnósfera1 y que le permite cierta autonomía de la biósfera.

Es así como lo problemático no resulta siendo la técnica, en sí misma, que hace parte del estatuto antropológico de la persona, de su capacidad para desarrollar los medios para dar materialidad a sus deseos y necesidades, confrontándose con los límites de la naturaleza, sino más bien el alcance, los fines de sus pretensiones. La pregunta se sitúa, entonces, en cómo la persona desea e imagina el mundo.

Aquí se trata de comprender la brecha generada entre el humanismo y la técnica desde una perspectiva personal, acudiendo a la crisis actual causada por el avance tecnológico y el progreso económico que, aun generando esperanza y anhelo por futuros antes no pensados, a la vez reclama reflexiones por el humanismo ante el temor a la pérdida de lo esencial de la persona en ese camino. Particularmente porque la persona es un estar en el mundo y, claramente, la tecnología, hoy con mayor rapidez, le está cambiando esa manera de estar, así como sus preguntas sobre las posibilidades futuras de su bien-estar en él.

El prodigioso avance de la técnica ha dado lugar a inventos en que el hombre, por vez primera, queda aterrado ante su propia creación. La técnica que fue creando y cultivando para resolver los problemas –sobre todo materiales– de su vida se ha convertido ella misma, de pronto, en un angustioso problema para el hombre (Ortega y Gasset, 1982).

En el libro No-cosas, Byung-Chul Han señala, continuando con las tesis expuestas en toda su obra sobre el agotamiento social,2 esa grieta que se crea en la persona alrededor de la técnica, y toma el ejemplo de la revolución digital, el internet y las redes sociales, especialmente el imperio del smarthphone y de la inteligencia artificial, que constituyen un estado de transición entre la cosa y la no-cosa, propia de un mundo cada vez más intangible, nublado y espectral, como lo califica el autor, donde nada es sólido ni tangible (Han, 2021), una clase de hiperrealidad que no permite la distinción entre lo verdadero y lo falso, que sobreexpone a la persona a la información, a tal nivel que le genera entropía informativa y cansancio ante la saturación y la rapidez.

En nuestra cultura posfactual de la excitación, los afectos y las emociones que dominan la comunicación, en contraste con la racionalidad, son muy variables en el tiempo. Desestabilizan la vida. La confianza, las promesas y la responsabilidad son prácticas que requieren tiempo. Se extienden desde el presente hacia el futuro (Han, 2021).

Ese afán de creación sin límites, de velocidad, omnipresencia y omnitemporalidad por la que se esfuerza el hombre a través de la técnica se encuentra en contradicción con la también necesidad personal de hacer de la vida una historia y una narración, porque desintegra las arquitecturas temporales estabilizadoras, como las denomina Byung-Chul Han, eliminando el ritual, el ritmo y la repetición, en otras palabras, el tiempo para la comprensión.

Esta paradoja, que no es exclusiva de esta época, quizás no sea más que un reflejo constante del estado de insatisfacción de la persona y de la pretensión humana general de dominar su mundo, un tipo de necesidad de control sobre la naturaleza para cuya satisfacción la técnica, en su relación estrecha con la ciencia y la tecnología, construye escenarios cada vez más complejos, pero también, en muchos casos, incomprensibles en la realización de una vida concreta.

Tal vez esto sea parte de la llamada crisis que, en el caso de Nussbaum, se centra en el clamor por el cultivo de la humanidad ante el inminente deseo del hombre por el progreso económico y el crecimiento, o tal vez se trate de la crisis de deseos que Ortega denunciaba como una extenuación de la facultad de desear, “y es que el hombre actual no sabe qué ser, le falta imaginación para inventar el argumento de su propia vida” (Ortega y Gasset, 1982).

En esa tarea constante de la persona por ofrecer cualidad a su vida y, como se ha dicho, de ganar bienestar, es crítico el desarrollo de sus capacidades para inventar el futuro desde una perspectiva que lo conduzca al progreso, pero la pregunta clave es ¿cómo comprende la persona el progreso?

La inteligencia técnica y la imaginación como capacidades

La técnica ha sido privilegiada por el hombre a través de la historia reciente, primero porque le es connatural en esa búsqueda por el bienestar, y segundo porque con el desarrollo de la ciencia como método y aplicación, la técnica pudo encontrar la manera de potencializar el alcance de sus medios a través de la tecnología, que no es sino otra dimensión de los sistemas sociotécnicos complejos (López Devesa, 2001).

Pero ante las preocupaciones por un progreso desmedido y deshumanizante, se hace fundamental pensar si esa capacidad técnica es suficiente para elevar el proyecto de futuro de una persona y servirle de argumento de su propia vida. Quizás la respuesta esté en la crisis que se ha mencionado anteriormente, pues parece que el solo desarrollo tecnológico y su próximo progreso económico crean una grieta antropológica que viene de la mano de una reducida capacidad de la persona para curar sus deseos y aceptar sus precariedades, así como para cultivar su proximidad con los otros y darle sentido a su relación con el mundo y ante el mundo.

Esa grieta deriva de la desconexión entre la capacidad de crear, inventar y proyectar, por un lado, y el estatuto ético y estético de esa creación, por el otro. Es decir, se trata de un desequilibrio entre su hacer y su ser. Sin embargo, esa brecha puede tener algo de ficticio, pues también es un constructo humano; la técnica como capacidad necesita compartir espacio con la imaginación, esa otra capacidad que le permite al hombre proyectar el futuro, proponer preguntas, crear lo imposible. Pero la imaginación es también una capacidad con espíritu humanista pues es la que permite conectar con el mundo, pensar en el otro como posibilidad, situarse en el argumento propio y ponerlo a interactuar con el de los otros. Imaginar es una capacidad interpretativa que alimenta la comprensión. Martha Nussbaum en su libro El cultivo de la humanidad, citando a Marco Aurelio, dice:

Para llegar a ser ciudadanos del mundo, no bastaba con acumular conocimiento; también debíamos cultivar una capacidad de imaginación receptiva que nos permitiera comprender los motivos y opciones de personas diferentes a nosotros, sin verlas como extraños que amenazan, sino como seres que comparten con nosotros muchos problemas y oportunidades (Nussbaum, 2005).

Para comprender mejor esto es necesario, entonces, pensar en la conexión de la técnica y la imaginación como capacidades humanas, pues de ahí puede surgir una oportunidad para encontrar convergencias entre la educación técnica y la humanista, y no seguirlas viendo como caminos diferentes en el proceso de formación de una persona.

Para empezar, es útil usar el enfoque de capacidades de Martha Nussbaum, que plantea que una capacidad es lo que es capaz de hacer y de ser cada persona, concibiendo así a cada persona como un fin en sí mismo, que puede acoger las oportunidades disponibles, si cuenta con las condiciones para ello. Este es un enfoque comprometido con el respeto a las facultades de autodefinición de las personas (Nussbaum, 2012), que es justamente la perspectiva que permite abordar el estatuto antropológico de las capacidades.

Para esta definición, Nussbaum recoge las ideas de Amartya Sen, insistiendo en que la capacidad requiere, además de las habilidades o aptitudes de una persona en sí misma (capacidades básicas), de la libertad sustantiva para alcanzar combinaciones alternativas de funcionamiento. Es decir, la capacidad es una combinación de las facultades personales y las oportunidades que surgen en la relación con el entorno político, social y económico para que pueda ser usada (capacidades combinadas) (Nussbaum, 2012).

En otras palabras, las capacidades se originan en el fuero interior de la persona como rasgos y aptitudes entrenadas y desarrolladas, y se alimentan en su acontecer con el mundo, en su trayectoria a través de la realidad concreta que se vive, de los sistemas organizativos de la sociedad en un tiempo específico.