Imperfecto - Laura Silverman - E-Book

Imperfecto E-Book

Laura Silverman

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Beschreibung

Ariel es perfecto. No. Ariel quiere ser perfecto. Estudiante modelo, deportista aplicado, primer violín, voluntariados, todo lo que sea necesario para ingresar a la universidad de sus sueños. Nada más ni nada menos que Harvard. Hasta que un colapso de estrés, una mala calificación en un examen y un tutor de Cálculo que parece salido de un sueño, entran a la ecuación para recordarle que en su afán de perfección está olvidándose de lo más importante de todo: VIVIR. Porque lo más hermoso de la vida, es que es absolutamente imperfecta. Una historia dulce y cautivante que nos recuerda lo que es realmente importante.

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ARGENTINA

VREditorasYA

vreditorasya

vreditorasya

MÉXICO

vryamexico

vreditorasya

vreditorasya

Para Raya Siddiqi

Alegraste mi vida.

Descansa, dulce niña.

UNO

Mis pies golpean el pavimento y gotas de sudor caen sobre mi rostro. Ya corrí seis kilómetros y todavía me falta uno más así que bajo el ritmo a un trote cómodo y reemplazo mi audiolibro de Crimen y Castigo por The Who. A mi alrededor el vecindario comienza a despertarse, la gente saca a pasear a sus perros y acomoda a los niños en el auto. El sol, que apenas se asomaba en la oscuridad cuando salí a correr, ahora descansa bajo en el cielo.

Finalmente, llego a la entrada de mi casa. Respirando con dificultad, masajeo una puntada en el costado de mi abdomen y reviso mi teléfono, descubro que corrí un minuto más rápido que mi promedio. Bien. Hago sonar mi cuello y luego entro a casa. Esta mañana mamá se fue temprano, es periodista para el Atlanta Standard. Se preparó apresuradamente mientras murmuraba algo sobre un político con dos caras. Mi hermana ya está en la escuela primaria así que solo estamos papá y yo en casa.

Lo encuentro dando vueltas en la cocina, ya está vestido para el trabajo; tiene un pantalón de vestir gris y una camisa lavanda.

–¡Buen día, Ariel! –gira para mirarme de frente. Su cabello, oscuro y rizado como el mío, probablemente debería haber recibido un corte hace semanas–. ¿Huevos? ¿Avena? ¿Batido de frutas?

–Un batido sería genial –respondo–. Me daré una ducha. Vuelvo en un minuto.

–¡Puedes tomarte cinco minutos si quieres! –grita detrás de mí mientras trepo las escaleras de a dos peldaños a la vez. En mi baño me desvisto y el agua helada cae sobre mí antes de tener oportunidad de calentarse y mis músculos protestan por el frío.

–Rayos, tengo que elongar –mascullo.

Apoyo mis palmas contra la pared y relajo las piernas, doblo mi rodilla derecha y estiro mi pantorrilla izquierda. Mientras el agua se calienta y cae sobre mí, bajo la cabeza y respiro profundamente un par de veces. Luego, cambio de pierna y después estiro mis cuádriceps. Me baño rápidamente después de eso.

Unos minutos después, regreso a la cocina un poco incómodo en mis jeans húmedos y con mi camiseta de Fleetwood Mac en una mano para que no se moje.

–¿Nueva imagen para la escuela? –pregunta papá deslizando un batido sobre la mesada; él bebe uno de kale. Asqueroso.

–Seh, todos los chicos cool andan sin camisetas estos días –me subo a la banqueta en la barra de desayuno. Mi libro de Cálculo está sobre la mesa con un cuaderno entre sus páginas. Lo abro con una mano y reviso mi teléfono con la otra. Agua de mi cabello húmedo cae sobre mi cuello mientras leo un mensaje de Sook, mi mejor amiga.

Estoy 5 minutos retrasada

Respondo:

No hay problema.

Y no es un problema. Siempre llega tarde, estaría en un aprieto si mi amiga fuera puntual. Copio un ejercicio en mi cuaderno. Generalmente me va bien en matemáticas, pero hay un largo verano entre Cálculo AB y Cálculo BC, así que es difícil recordar el contenido anterior.

–¿Algún plan para el fin de semana? –pregunta papá.

Registro la pregunta en un plano mental secundario mientras miro fijo a mi cuaderno.

–Mmm, supongo que lo de siempre.

–Mañana tenemos sinagoga. Y el partido de fútbol de tu hermana es el domingo. ¿Deberíamos hacer carteles para el primer juego del año? ¿Avergonzarla un poco?

Mi lápiz sobrevuela la página. Rayos. ¿Cuál era el paso siguiente? Hoy tengo examen. Anoche pensaba que ya dominaba esto. Le echo un vistazo al libro mientras tomo mi calculadora gráfica. Ya hice…

–Ariel, ¿carteles? ¿Qué te parece?

–¿Eh?

Papá me mira como si hubiera venido de otro planeta y no de su propio esperma.

–¿Sabes? –dice–. Leí un artículo que decía que estudiar demasiado es perjudicial para el aprendizaje.

–No estudio demasiado –replico–. Además, anoche el que estaba despierto trabajando a medianoche eras tú.

–Sí, pero soy un adulto y mi cerebro ya está desarrollado. ¿Por lo menos puedo ayudarte con algo?

–Estoy bien, papá.

Los adictos al trabajo no deberían intentar convencer a otras personas de que trabajen menos. Papá es abogado especialista en derechos civiles y es conocido por desaparecer hasta las tres de la mañana por un caso.

Si él puede quedarse hasta tarde, entonces yo también puedo. Además, solo son horas de sueño. No es como si estuviera tomando pastillas como algunos de los chicos en el colegio; esas cosas con peligrosas.

–Bebe tu batido –dice papá.

–Lo estoy haciendo –le echo un vistazo al vaso. Está lleno.

Papá alza una ceja.

Bebo un sorbo al mismo tiempo que suena mi teléfono. Un correo electrónico de una de mis universidades de respaldo, mejor prevenir que lamentar. Lo guardo en mi carpeta de solicitudes de ingreso universitarias, luego entro en mi calendario para mirar la única fecha que importa. Primero de noviembre, falta menos de dos meses, la fecha límite para postularme a Harvard.

Mi teléfono vuelve a sonar.

Sook:

Llegué

Cierro mi libro y guardo todo apresuradamente en mi mochila.

–Nos vemos a la noche –saludo a papá mientras me deslizo de la banqueta.

–Ariel, ¿el batido por favor?

Rayos. Lo olvidé. Mi estómago gruñe. Tomo el vaso, desplazo el sorbete hacia un lado y bebo todo el contenido.

–Agh –cierro los ojos con fuerza–. Se me congeló el cerebro.

Estoy por abrir la puerta de casa cuando escuchó la voz de papá detrás de mí.

–Ariel, ¡tu camiseta!

Echo un vistazo a mi pecho desnudo. Ups.

–¿Café? –pregunta Sook y me ofrece Dunkin’ Donuts.

–Eres… –doy un bostezo gigante– la mejor.

–Es verdad –me sonríe.

Mi mejor amiga es hermosa, tiene ojos cálidos y piel suave. Es regordeta, su camisa blanca lisa abraza su estómago y sus uñas están cubiertas de barniz rosa. Acomoda su cabello sobre su hombro y enciende el motor.

Gruño de comodidad mientras me hundo en su asiento de cuero. El auto de Sook cuesta más que los dos de mis padres juntos y no me quejo. Me lleva al colegio todas las mañanas ya que no hay suficiente espacio en el estacionamiento para todos los estudiantes. Abro CalcU, una aplicación con problemas para practicar y tutoriales. Mis ojos sobrevuelan las fórmulas.

–¿Hoy tienes examen? –pregunta Sook.

–Sí, de Cálculo –respondo–. ¿Tú?

–Creo que no –encoge los hombros–. Dejé mi agenda en el colegio así que me puedo estar olvidando de algo.

Sook y yo hemos sido mejores amigos desde sexto año de primaria cuando nos ubicaron en el mismo programa avanzado de matemáticas. En ese entonces, solía hacerse llamar por su nombre coreano entero: Eun-Sook.

Según mi papá, éramos unos “pequeños precoces”, según Sook, unos “mocosos insoportables”. Nos hicimos cercanos por nuestro deseo mutuo de ser los niños más listos de la clase, pero ahora a Sook le importa más su banda, Dizzy Daisies, que sus calificaciones.

–Oh, por Dios –dice Sook subiendo el volumen–. Tienes que escuchar esta canción.

Una gentil introducción acústica construye un sonido más duro y desafiante cuando entra la batería. Acompaño la música con mi cabeza.

–Bastante buena.

–¿Bastante buena? Querrás decir increíble. La banda se llama Carousels y su cantante principal, Clarissa, es un genio. Además, es básicamente la persona más sexy del planeta. Quiero decir, absurdamente sexy. Quiero ser ella y quiero estar con ella.

–Buena suerte con eso –río–. ¿En dónde vive? ¿Cuántos años tiene?

–Es estudiante de primer año en la Universidad de Georgia, así que vive a tan solo unas horas. Ey, nunca se sabe –sube el volumen un poco más–. Dios, su voz es todo.

–Lo es –concuerdo. La voz de Clarissa es áspera y fluida a la vez. Le echo un vistazo a CalcU y elijo un problema de práctica.

–Tal vez podríamos visitar Athens y ver una de sus presentaciones –dice Sook.

Entrecierro los ojos. Pero, un momento, por qué la ecuación…

–¿Qué te parece? –pregunta Sook.

–Sip –respondo con los ojos en mi teléfono–. Tal vez.

Diez minutos después, entro a clase.

–Buen día, Ariel –dice Pari mientras me acomodo en mi asiento en la última fila. Gira en su silla para hablar conmigo con ojos brillantes. Su cabello oscuro está peinado hacia atrás en una coleta de caballo. Viste leggins y una camiseta de la orquesta.

Pari Shah es mi peor enemiga. Bueno, en realidad, no. De hecho, somos amigos. Pero por años hemos competido por el puesto de primer violín y por tener el mejor promedio.

En la secundaria Etta Fields High School ser el mejor promedio es más complicado que tener calificaciones perfectas. Tenemos promedios ponderados así que podemos sumar puntos extras con clases avanzadas, que otorgan créditos universitarios, llamadas asignaturas AP. Es necesario un 5.0 en vez de un 4.0 para una A. El camino a la cima depende no solo de tus calificaciones, sino también de elegir las clases adecuadas.

El año pasado, saqué ventaja sobre Pari cuando descubrí que podía inscribirme en Ciencias de la Computación AP en línea. Era una clase monstruosa, pero como mi secundaria incluye las calificaciones de los cursos en línea en nuestro promedio, me dio impulso extra para superar a Pari. No le conté sobre la clase hasta después de finalizada la fecha de inscripción. Despiadado. Pero estoy seguro de que ella hubiera hecho lo mismo. Sabíamos que alguno de los dos terminaría ganando en algún momento. No me disculparé por ser el victorioso.

–¿Cómo está todo? –pregunta.

–Bastante bien –asiento–. ¿Y tú?

–¡Bien! Bueno, por la mayor parte. Me acordé recién de la evaluación de hoy –ríe–. Supongo que tengo la fiebre del último año después de todo.

–¡Ja! Seh –replico–, supongo que nos afecta a todos.

Pero la miro de reojo con escepticismo. Hay algo que hacemos los chicos que tomamos clases AP: actuamos como si no nos importara, como si esas calificaciones perfectas aparecieran sin ningún esfuerzo. Pretendemos estudiar en los últimos cinco minutos antes de la clase y encogemos los hombros cuando los profesores nos devuelven nuestros exámenes con una A resaltada.

Pero también nos aseguramos de mantener esas hojas boca arriba en nuestros escritorios para que todos puedan ver cuán inteligente somos y lo sencillo que es para nosotros.

De cierta manera, eso era verdad al principio. Solía obtener buenas calificaciones con un esfuerzo mínimo y caí en el juego, pensaba que era increíble. Pero luego se acumularon las clases AP y cuando la carga de trabajo me sobrepasó, vi más allá de mis propias mentiras. Nadie obtiene calificaciones perfectas en todas sus clases sin trabajar duro. Es una mentira que le decimos a los demás y a nosotros mismos.

Pari suelta un pequeño estornudo. Es casi tierna. Siempre pensé que era atractiva: petite de tez café oscura y rápida para hacer comentarios traviesos. Pero, aunque me atraen los chicos y las chicas, nunca podría salir con Pari. Es demasiado parecida a mí. Demasiado competitiva, calculadora. Y no tengo ningún interés en salir conmigo mismo.

–Gesundheit –digo.

–Gracias –sonríe.

Suena la campana. Nuestro profesor, el señor Eller, entra en la habitación. Amir Naeem avanza detrás de él. Nuestros ojos se conectan por un segundo mientras camina hacia la última fila y se sienta en el escritorio a mi lado. Me sorprendió cuando eligió este lugar el primer día de clases, pero es el que está más cerca de la ventana.

Conozco a Amir desde siempre. Nuestras hermanas pequeñas son mejores amigas, así que he compartido incontables cenas familiares y feriados con él, pero nunca nos entendimos. Cuando nuestras familias están juntas, se sienta en silencio y se entretiene con su teléfono. Lleva su cámara a todos lados; es como si el mundo fuera a terminarse si no captura la toma del buitre en el jardín. Y solo sale con chicos más grandes. De seguro piensa que los de nuestro año no son suficientemente buenos para él.

Es demasiado difícil entender a alguien que trabaja tanto para ser indescifrable.

Mi mirada se detiene en sus jeans ajustados y su camiseta blanca con cuello en V antes de concentrarme en mi escritorio. No se me ha escapado el hecho de que su cuerpo, una vez desgarbado, se ha transformado en músculos esbeltos.

Sacudo la cabeza mientras suena la segunda campana.

–¡Muy bien, chicos! –el señor Eller llama nuestra atención–. Guarden los teléfonos y los cuadernos. ¡Espero que hayan estudiado!

Las hojas circulan fila por fila. Una aterriza en mi escritorio.

–Veinte minutos –dice el profesor.

Escaneo la página. Solo diez problemas. Mis hombros se tensan. Cuando se trata de mantener un promedio perfecto, menos no es más. Diez problemas significa que solo puedo equivocarme en uno si quiero una A.

Quiero una A.

Mi lápiz titubea sobre el papel. Inhalo profundamente y echo un vistazo a mi alrededor. Todas las cabezas están inclinadas hacia adelante y las manos se mueven.

Es solo un examen… ¿Cuánto valen los exámenes en esta clase? Cierro los ojos e intento visualizar el programa. ¿Diez por ciento? ¿Quince? No puedo recordarlo. Alguien tose en las primeras filas.

Ok, estudié. Está bien.

Comienzo el primer problema, vacilo un poco en cada paso, reviso dos veces cada número. Me estoy olvidando de algo. ¿Me estoy olvidando de algo? Froto mis ojos. Debería haber dormido más.

Pari se reclina en su silla. Mi corazón se detiene un segundo. Por un momento, creo que ya terminó, pero solo se está estirando.

Mis latidos suenan en mis oídos. Es un sonido ligero, pero punzante, como la pieza de Mozart que estamos tocando con la orquesta. A mi alrededor, todos garabatean en sus hojas. Pari vuelve a estirarse. En el asiento que está a su lado, su novio Isaac estruja la bola antiestrés que siempre tiene durante las evaluaciones. Amir bosteza y rasca su oscura barba incipiente.

Puedo hacer esto. Tengo que hacerlo.

Hago sonar mis nudillos. Hago sonar mi cuello.

Luego, vuelvo a llevar el lápiz a la hoja y tomo ritmo. Gano confianza con cada respuesta. Eran nervios de inicio de semestre, nada más. Puedo hacer esto. Siempre pude.

Termino con tiempo de sobra, luego me reclino y exhalo. Mi mano derecha tiembla ligeramente. Vuelvo a respirar. Relájate. Falta menos de un año. Casi llegas.

–Se terminó el tiempo –grita el señor Eller. Estiro la mano para pasar mi hoja hacia adelante, pero el profesor enciende un proyector antiguo–. Intercambien el examen con la persona a su lado.

Hay dos chicas a mi derecha que ya están corrigiendo los problemas lo que significa que quedé con Amir. Por supuesto.

–¿Ariel? –mi nombre es suave en sus labios. Lo pronuncia correctamente, no como el de La Sirenita.

Mi pie sube y baja mientras intercambiamos las hojas de papel. Miro su examen, usa pluma en matemáticas. Esa confianza me irrita.

El señor Eller desliza la diapositiva en el proyector, pero las respuestas no lucen familiares. ¿Se equivocó de diapositiva?

Un momento, no. Clavo la mirada en los números de Amir. Cada respuesta coincide con su impecable caligrafía. Sus respuestas son correctas. Pero no reconozco la mayoría de los números. Mi pluma se desliza en mi mano húmeda. Si sus repuestas están bien y las mías no son iguales a las de él…

Amir me mira con una expresión indescifrable. Ah.

–Vuelvan a intercambiar las evaluaciones cuando hayan terminado –indica el señor Eller–. Repasaremos las preguntas que tengan para que estén preparados para el examen de la semana que viene.

Sin mirarlo, empujo la hoja de Amir en su dirección, luego mantengo mi mano extendida esperando la mía. Cuando me la devuelve, no puedo evitar mirar el resultado. Solo cinco de diez respuestas correctas. Esa cuenta la puedo hacer. Cincuenta por ciento.

Reprobé.

Estoy desaprobando Cálculo.

El café de Dunkin’ Donuts se revuelve como ácido en mi estómago.

Puedo sentir que Amir me está mirando, pero si le devuelvo la mirada, esta calificación se vuelve real. Y no puede ser real porque no puedo reprobar Cálculo. Ni siquiera puedo recibir una C porque ya no seré el mejor promedio. Y lo que es peor, si Harvard no acepta mi solicitud de admisión anticipada y decide sobre mi postulación en la admisión general, verán el desaprobado en mi expediente académico. Verán una mala calificación, mi promedio caerá y me rechazarán.

Suena la campana. Todos se ponen de pie y guardan sus cosas.

–¿Cómo te fue? –pregunta Pari girando hacia mí.

Trago fuerte. Si se entera que desaprobé, sabrá que tiene otra oportunidad de ser el mejor promedio. Tomará impulso, robará mi lugar. Tengo que ser discreto.

–Sí, ¿cómo les fue? –pregunta Isaac. Viste su camiseta de fútbol americano para el juego de esta noche. Su tez blanca está bronceada por el entrenamiento de verano. Amir se reclina en su asiento, se entretiene con su teléfono, pero sé que está escuchando.

–Me fue bien –miento–. Solo me confundí en uno. No estaba prestando mucha atención. ¿Ustedes?

–Bien –Isaac encoge los hombros–. Me confundí en dos, pero supongo que estoy conforme.

–Cien por ciento –dice Pari.

–Por supuesto –Isaac pone los ojos en blanco–. Pari la perfecta.

–Cállate –lo golpea suavemente en el hombro e Isaac le guiña un ojo antes de voltearse hacia mí.

–¿Vienes, Ariel?

–Adelántense –respondo.

Ambos se marchan y quedamos Amir y yo.

Amir junta sus cosas y avanza por el pasillo. Me apresuro detrás de él, mantengo su paso y dejo solo unos pocos metros de distancia. Espero a que salga de la habitación antes de entregar mi examen. Luego, me marcho a paso ligero en caso de que el señor Eller vea mi calificación y me pida que me quede después de clase.

En el pasillo, con el corazón palpitando miro a la izquierda y a la derecha antes de ver un destello de su tez café castaño. Amir dobla por la esquina y lo persigo. Tengo que pedirle que no diga nada, pero no tiene sentido hacerlo en público. Cuando estoy a tan solo unos pasos detrás de él, llamo su nombre en una mezcla de grito y suspiro:

–¡Amir!

Se voltea y señalo a una habitación vacía.

–Aquí –digo. Él levanta una ceja y las palabras “por favor” se escapan de mi boca.

Nadie parece notar que entramos en el aula. Cierro la puerta detrás de nosotros. Por un momento, su aroma me abruma. Menta y albahaca. Inhalo brevemente con el pulso acelerado.

–¿Ariel? –indaga–. ¿Por qué estamos en un aula vacía?

–Esa es una muy buena pregunta.

Agradezco que las luces apagadas y las cortinas cerradas no me permitan ver su expresión. No sé qué dolería más: una mirada de molestia o una de diversión. No que me importe lo que piense de mí.

–¿Ariel?

–Reprobé –suelto.

–Lo sé –se mueve en su lugar–. ¿Eso es todo?

–Por favor no le digas a nadie.

–¿Por qué lo contaría?

–No lo sé –jalo de mis bolsillos–. Entonces, ¿no lo harás? ¿No dirás nada?

–No –suena la campana de advertencia–. Ahora me marcharé… ¿Está bien?

–Seh –aclaro mi garganta–. Está bien. Quiero decir, seguro. Gracias.

¿Desde cuándo se me traba la lengua por alguien? Supongo que desde que repruebo exámenes. Doy un paso al costado, Amir avanza y abre la puerta.

Luego desaparece.

Cierro la puerta otra vez solo para poder golpear mi cabeza contra ella.

DOS

–Ariel, ¿teníamos una cita?

La señorita Hayes, mi consejera escolar, alza la mirada desde su escritorio. Estoy parado en la puerta de su oficina, mi mochila cuelga sobre uno de mis hombros. Está bastante ocupada porque recién inicia el semestre, pero no tengo el lujo de programar una cita durante la hora del almuerzo porque no tengo hora de almuerzo; necesitaba tiempo para una clase AP extra. Con un poco de suerte, la señorita Hayes pueda tomarse un minuto para ayudarme antes de que empiece mi próxima clase.

–Mmm, no –respondo–. ¿Tiene unos minutos?

Su escritorio es un desorden de papeles. Y no hay una, ni dos, sino tres tazas de café delante de ella.

–Tiempo, tiempo… –murmura, cliquea su ratón y escanea la pantalla de su computadora–. Tengo exactamente cinco minutos hasta mi próxima cita. ¿Qué sucede?

Genial. Cinco minutos. Tiempo suficiente para discutir mi futuro académico ampliamente. Me cae bien la señorita Hayes, pero siempre tiene como trescientos alumnos asignados así que he intentado robar minutos de su tiempo libre desde primer año.

–Eh –me paro cerca de la silla en frente de su escritorio, mis manos se aferran al respaldo mientras la presión se acumula detrás de mis ojos.

¿Por qué me siento como si estuviera en problemas?

La señorita Hayes toma su teléfono y comienza a tipear. Demonios. Estoy perdiendo su atención. Tengo que hablar ahora.

–Reprobé un examen de matemáticas esta mañana –la señorita Hayes luce sorprendida y se me retuerce el estómago.

–Lamento oír eso. ¿Qué sucedió? –señala con la cabeza las sillas en frente de ella–. Adelante, siéntate.

Una de las sillas está cubierta con una torre de carpetas y panfletos, la otra tiene una caja archivadora. Apoyo la caja en el suelo y me siento.

–Estudié –digo, me mira detenidamente en silencio–. Quiero decir, supongo que podría haber estudiado más. Y mi papá no me dejó concentrarme esta mañana, pero pensé que había aprendido el contenido. Quiero decir, estará bien, ¿no? Solo es una calificación.

–Bueno, solo es un examen –replica la señorita Hayes–. No podemos volvernos locos por cada pequeña calificación.

Exhalo y me relajo un poco.

–Pero –continúa–, asumiendo que todavía quieres tener el mejor promedio, sí significa más para ti que para otros. Y cuando un estudiante toma casi todas clases AP, las universidades quieren asegurarse de que no se sobreexija. Así que definitivamente queremos volver a encaminarte –me sonríe. Una sonrisa. En un momento como este–. ¿Quién enseña Cálculo AB?

–Calculo BC, el señor Eller.

–Cierto, por supuesto. Déjame ver si puedo encontrar su programa –abre una barra de granola y le da un mordisco. Luego, masticando mientras cliquea en su computadora, dice–. Ahora sí. Está bien, los exámenes tienen un valor importante. Veinticinco por ciento de la calificación final. Déjame revisar… –cliquea un par de veces más–. Parece que tienes cinco evaluaciones este semestre, cada una representa un cinco por ciento, así que como puedes ver… ¿Qué porcentaje obtuviste?

–Cincuenta por ciento –mascullo.

Su silencio es un castigo. Calcula algo en su teléfono.

–Cincuenta por ciento en el cinco por ciento de tu calificación significa que perdiste un 2,5 por ciento. Nada catastrófico.

–¿No? –trago saliva.

–Para nada. Todavía tienes un 97,5 por ciento. Aunque esta calificación afecta tu margen de error de ahora en adelante, lo que podría ser desafiante a medida que aumente la dificultad de la clase –apoya su teléfono y me mira–. Las matemáticas son una batalla cuesta arriba.

–Entonces –juego con la tela del asiento–, ¿qué hago?

–Mi próxima cita está demorada –la señorita Hayes le echa un vistazo a su reloj–. Buenas noticias para ti. Dame un segundo, haremos un plan.

No estaría tan cerca de la meta final sin la señorita Hayes. Durante los últimos años, a pesar de nuestro tiempo truncado, me guio por un buen camino. Me anotó en las clases que necesitaba. Me explicó cómo inscribirme de oyente en clases como Orquesta para que no disminuyan mi promedio y cómo saltear la hora del almuerzo. Me inscribió en asignaturas durante el período cero; que se dictan antes del horario tradicional de clases. Y me recomendó hacer Gimnasia en línea para poder cursar créditos extra como Latín AP e Historia Europea AP que sí influyen en el promedio.

Pero se supone que ya había terminado con todo eso. Ya hice todos los planes y todas las maniobras. La única tarea pendiente es sencilla: obtener solamente A.

Y ya arruiné eso.

–Bien –la señorita Hayes se frota las manos–. En primer lugar, ¿ya hablaste con el señor Eller?

–Todavía no.

–Bueno, estoy segura de que ya sabes qué decir. Pregúntale si puedes corregir los errores a cambio de crédito parcial y si puedes hacer algún trabajo para obtener crédito extra. Unos pocos puntos compensarían la calificación.

–Correcto –respondo reclinándome. Un plan. Algo de la tensión abandona mis músculos–. Debería haber pensado en ello. Gracias.

–Segundo, recuerda que esto no es una excusa para concentrar toda tu atención en matemáticas y descuidar tus otras clases. No queremos que esto ocasione un efecto domino.

–Ajá –asiento y comienzo a tipear notas en mi teléfono. Está bien. Puedo recuperarme de esto.

–Tercero, parece que hay otro examen el viernes y como estudiar por tu cuenta no está funcionando, deberías conseguir un tutor.

Pauso y levanto la vista.

–Mmm… ¿Qué?

–¿Qué les pasa a los chicos de esta escuela? –suspira–. A veces, hasta las personas más inteligentes necesitan un tutor. Eso te incluye a ti.

Me muevo en mi asiento. Si estudio con un tutor de la escuela, la gente sabrá que estoy en problemas. Pari ya bajó la guardia. Si todo se mantiene así, tal vez pueda asegurarme el mejor promedio con una B en Cálculo.

–Ariel, ¿qué pasa?

–Nada –respondo.

–Mira, hay muchas opciones. Si prefieres, puedes conseguir un tutor afuera de la escuela.

Alguien golpea la puerta y aparece una niña pequeña con cabello rubio.

–Iré a buscarte a la sala de espera en un minuto, Becca –dice la señorita Hayes, la niña asiente con la cabeza y se marcha–. Esa es mi próxima cita. ¿Estás bien por ahora? Ya sabes los pasos a seguir: hablar con el señor Eller, no descuidar tus otras clases y conseguir un tutor. Todo eso es realizable, ¿no?

–Sip, todo realizable –digo con la garganta tensa.

–Excelente –la señorita Hayes sonríe–. Enorgulléceme.

Una cacofonía familiar entra en erupción a mi alrededor cuando abro las puertas dobles del salón de la orquesta. Sillas en movimiento y atriles que chillan contra el suelo. Se cierran casilleros, suenan los metrónomos y arcos silban sobre cuerdas. Y sobre todo eso, escucho gritos y risas mientras la gente charla sobre sus planes para el fin de semana.

Marco la combinación de mi casillero y saco la funda de mi violín. Lo llevo a casa todos los días para poder practicar; ayer descansó en la puerta de entrada porque estuve demasiado ocupado con otras cosas. Las lecturas para Literatura Inglesa están tornándose ridículas. Resulta que leer en idioma extranjero toma mucho tiempo.

Tendré que ponerme al día con la práctica este fin de semana. Orquesta debería ser mi clase más sencilla. Estoy cursando de oyente así que ni siquiera tengo calificación. Pero ser primer violín significa que todos los oídos se concentran en mí; no hay margen de error.

Desbloqueo mi teléfono y reviso mi correo electrónico. Una notificación de una universidad de respaldo y una de Harvard. Mi corazón se detiene. Abro el correo y lo reviso. Recuerda programar la entrevista con un exalumno antes de…

Ya programé mi entrevista. Dentro de un mes me reuniré con Hannah Shultz, CEO de AquaShroom, una empresa de hidroponía de hongos con una ferviente base de usuarios. No puedo evitar preguntarme si la mayoría de sus clientes cultivan hongos que Hannah no puede publicitar en su sitio web. Ya preparé fichas con información sobre Hannah, su empresa, la historia de Harvard y sobre mi propia biografía porque nunca puedes conocerte lo suficientemente bien para una entrevista con una universidad de la Ivy League.

Guardo el correo de todos modos. Puedo volver a confirmar con Hannah, no está de más ser precavido.

Pari está en nuestros asientos. ¿Hay alguna posibilidad de que se haya enterado de mi calificación? No, estoy siendo paranoico. Es Pari, mi amiga. No es una estudiante espía. Está practicando unas escalas de calentamiento con diligencia. Tiene clase de tenis justo después de la escuela así que ya está vestida con su falda y su musculosa deportiva. Yo solía apresurarme para llegar a fútbol después de la última campana, pero tuve que dejar el equipo el año pasado. El entrenamiento me quitaba mucho tiempo y estar en el equipo de la secundaria no era un logro suficientemente impresionante para mis solicitudes de ingreso a la universidad.

Ahora corro por mi cuenta. Lo disfruto y, de vez en cuando, me anoto en una carrera de diez kilómetros para aparentar ser un estudiante completo.

–Ey –me deslizo en mi asiento.

–¡Ey! –responde Pari–. ¿Ansioso por el fin de semana? ¿Harás algo divertido?

–Creo que será tranquilo –respondo–. Mi hermana tiene un partido de fútbol. Tengo que ir a alentarla.

–Qué lindo –Pari sonríe–. Me das ganas de tener un hermano mayor.

–¿Tú? –pregunto–. ¿Qué planes tienes?

Comienzo a afinar mi violín, desplazo el arco sobre las cuerdas y ajusto los tornillos de metal. Me gusta esta parte de la clase. La mezcla de notas, manos entrando en calor, el violín cómodo en mi agarre.

–Isaac y yo iremos a Nashville mañana temprano. Iremos a un museo, a un concierto y, por supuesto, comeremos una deliciosa barbacoa. No le digas a mi madre.

–No me atrevería –me río.

Pari es musulmana y nuestras madres harían un escándalo si supieran que cada tanto nos damos el gusto de algún alimento de cerdo. Nuestras familias no siguen una dieta estricta kosher o halal, pero el cerdo es un no definitivo para ellos.

–¿Por qué Nashville? –indago.

–Isaac se está postulando a Vanderbilt, así que pensamos en organizar un viaje. Me dije a mí misma que este de año iba a divertirme. Concepto extraño, ¿no es cierto? –demasiado cierto–. No puedo creer que nuestros padres accedieron. Quiero decir, nos quedaremos con la tía de Isaac, pero igual. Supongo que se están preparando para quitarnos las rueditas de entrenamiento, ¿sabes?

–Sí –respondo.

Me alivia escuchar que estará ocupada este fin de semana. Tal vez se está relajando de verdad con la escuela.

Las puertas dobles principales se abren, la doctora Whitmore entra dando zancadas y todos nos enderezamos en nuestros asientos. Luce como una directora de orquesta. Pantalones de vestir negros, camisa blanca. Su cabello está peinado en un rodete elegante. Se aclara la garganta y se coloca detrás del podio. Un tenso silencio cae sobre la habitación.

Estoy bastante seguro de que nos odia y el sentimiento es mutuo. No le importa nada más que asegurarse de que obtengamos el primer puesto en la competencia estatal cada año y la dejan ejercer sus duros métodos porque a la escuela le encanta el prestigio de esos premios.

La semana pasada, un chelista olvidó su partitura. La doctora Whitmore lo regañó durante cinco minutos, irónicamente, retándolo por desperdiciar el tiempo de los demás. No paró hasta hacerlo llorar. Por eso, la mayoría tiene varias copias de su partitura; algunas en nuestros casilleros y autos.

Pero estar preparado no es suficiente. Tenemos que ser perfectos. No le importa si las ampollas en nuestros dedos estallan y sangran; si no está contenta con un movimiento, una métrica o hasta con una nota, nos hará seguir, incluso después de hora, con dos palabras que nos aterrorizan: otra vez.

Muchos estudiantes renuncian. Abandonan en primer año. Ceden ante un padre preocupado en segundo año. Dicen “al diablo, esto no vale la pena” en tercer año. Pero muchos otros se quedan. Porque la verdad es que nosotros también queremos el prestigio. Ser los primeros del estado luce demasiado bien en una solicitud de ingreso a la universidad. Somos masoquistas y la doctora Whitmore lo sabe.

Pari saca la partitura de Mozart, el barniz naranja de sus uñas se descascaró un poco. Pero luego la doctora Whitmore dice:

–He preparado algo nuevo para nosotros.

Recibe silencio como respuesta. Generalmente, nos dan las partituras durante el verano. Las piezas son tan complicadas que necesitamos bastante tiempo para practicar antes de la competencia en otoño.

–He decidido que la pieza de Mozart, si bien es encantadora, no es lo suficientemente difícil para exhibir nuestro talento de verdad, así que aprenderemos Scheherazade de Rimsky-Korsakov. Requiere una orquesta completa así que algunos miembros de la banda se unirán a nuestros ensayos durante el semestre. Violines, son los primeros. Hagan una fila en mi oficina para recibir sus partituras.

Presiono la raíz de mi nariz con dos dedos. ¿Cuándo demonios se supone que ensaye una nueva pieza? Dios, espero que no incluya un solo complicado.

Me paro y sigo a mis compañeros a la oficina de la doctora Whitmore. Masoquistas.

–¿Puedes creer que esté cambiando la partitura? –me susurra Pari–. Nadie tiene tiempo para esto. ¿Por qué todos los profesores piensan que su clase es la más importante? Juro que dejaría la orquesta si no amara tanto tocar el violín. Aunque está logrando cambiar eso.

Sí, debería abandonar la orquesta. Entonces no tendría que preocuparme por tener una mejor violinista a mi lado.

–Sí, es duro –digo.

Doy un paso hacia el escritorio. La doctora Whitmore me mira. Extiende la partitura justo a centímetros de mi mano.

–Ariel, hay un solo bastante complejo –maldición–. Sé que eres capaz de enfrentar el desafío. Y si no lo eres, bueno…

Deja la oración sin terminar y luego me da la partitura.

–Repasa el solo ahora. Tercer movimiento –dice–. Pasaremos el resto de la clase practicando toda la pieza.

Camino de vuelta a mi asiento en un trance mirando fijo las páginas. Las notas nadan delante de mis ojos, pero cuando llego al solo, las veo con una claridad abrumadora. Esto es de otro nivel. ¿No sabe que somos una orquesta de secundario y no la Sinfónica de Atlanta?

Pari me echa un vistazo mientras se sienta.

–¿Escuchaste que nos hará practicar toda la pieza hoy? –pregunto.

–Sí –suspira–. Esto será un infierno. Y no estoy celosa de ese solo. Buena suerte, amigo.