Interior. Semilujo. Céntrico. - Pablo Sanz Martínez - E-Book

Interior. Semilujo. Céntrico. E-Book

Pablo Sanz Martínez

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Beschreibung

Con una mirada heredera directa del mejor Eduardo Mendoza, Pablo Sanz nos cuenta la triste e hilarante historia de un oficinista que vive en el espacio que queda debajo del hueco del ascensor. Una sátira hilarante de los tiempos que vivimos, a la vez que una mordaz crítica al salvaje neoliberalismo que asola nuestras ciudades.

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Seitenzahl: 122

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Pablo Sanz Martínez

Interior. Semilujo. Céntrico.

Prólogo de JAVIER TOMEO

Saga

Interior. Semilujo. Céntrico.

 

Copyright © 1993, 2022 Pablo Sanz Martínez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728374214

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

PRÓLOGO

A PROPÓSITO DE UN HOMBRE Y DE SU ASCENSOR

Dicen los especialistas que en este país se viven hoy tiempos en los que cada cual escribe, no sólo lo mejor que puede (que así fue siempre), sino también como prefiere, es decir, sin sujetarse a los posicionamientos ideológicos de antaño. Los novelistas no tienen ahora compromisos sociales que respetar. El único compromiso válido es el que deben o deberían de tener consigo mismos. Estamos pensando, obviamente, en el compromiso de fidelidad a sus propias perspectivas y planteamientos narrativos, y no a aquellos otros que puedan serles impuestos por razones ajenas a sus convicciones estrictamente literarias.

La novela no es, pues, el instrumento de acoso y derribo de la dictadura, tal como lo fue en otros tiempos, entre otras razones, porque aquella dictadura quedó felizmente atrás. Hoy se escriben y publican novelas de todos los colores y tendencias: negras, rojas, verdes, orientalistas, policíacas, metafísicas, psicológicas, históricas e incluso costumbristas. Se ha hablado incluso de un «desnortamiento» de la novela española. Parece, en efecto, como si después de permanecer durante tantos años encerradas en el palomar del franquismo, las palomas literarias del país, sin el lastre de la censura, ebrias de libertad, revoloteasen ligeramente desconcertadas, sin saber que dirección tomar.

Durante el anterior régimen, en efecto, el realismo fue configurándose en este país uno de los bloques más consistentes en la historia de la novela española, y quienes por aquellos años empezamos a escribir, es decir, quienes en aquel tiempo, con nuestros tiernos originales bajo el brazo, nos iniciamos en el largo y doloroso vía crucis de editorial en editorial, no podemos olvidar nunca la devoción que la mayoría de los editores sentían por una fórmula literaria, el realismo, a la que se había encomendado nada menos que la responsabilidad de socavar los cimientos de la dictadura.

Vale la pena recordarlo, aunque sólo sea para gozar mejor de lo que tenemos hoy. A lo largo de años encontramos cerradas casi todas las puertas y lo pasamos francamente mal. Tuvimos que pagar muy cara nuestra pretensión de abrir nuevos caminos a la narrativa española y, como castigo a esa frivolidad, los editores nos condenaron a vagar solos y sin alforjas por los caminos del «vuelva usted otro día», del «no está» o del «hoy no pueden recibirle». Se mostraron inclementes con unos muchachos que, en su opinión, desertaban inconscientemente de todos sus compromisos sociales para asomarse a otros paisajes literarios distintos de los que imponían unas determinadas circunstancias políticas.

Pasó, sin embargo, el realismo —al que algunos especialistas acusan de haber producido bastantes «berzas literarias»— pasaron los experimentalismos de finales de los sesenta, pasó también el clamoroso estallido de la novela sudamericana y, tras la homologación europea de España, hace ya unos años que entramos en una etapa en la historia reciente de la novela. Una etapa en la que los narradores se caracterizan, sobre todo, por su alejamiento de la realidad, por la búsqueda de escenarios exóticos, por su preferencia por el intimismo, el misterio y la ambigüedad, por la falta de compromiso social, o por el gusto por lo imaginativo y lúdico.

Que Dios nos perdone si nos equivocamos, pero cualquier nueva receta novelística que se nos ofrezca nos parecerá preferible a aquellas aburridas fórmulas literarias de antaño, que, en sus peores ejemplos, no pasaban de ser —si no «berzas literarias»— simples radiografías hechas al vacío. Es cierto que algunos acusan hoy a los jóvenes novelistas de trivialización, de asepsia narrativa, de entreguismo, de excesivas exquisiteces y de falta de enunciados. Es cierto, también, que no faltan incluso quienes hablan con muy poca simpatía de una novela light —es decir, de un tipo de novela urbana, breve, opuesta a otras novelas de «línea dura», concebidas, y elaboradas a lo largo de mucho más tiempo— y que, inflamados por la indignación, propugnan «obras necesarias».

¿Qué es, sin embargo, lo que entienden ellos por «obra necesaria»? ¿Son únicamente aquellas que puedan recordar a los lectores —desilusionados y decepcionados por tantos derrumbamientos de todo tipo— que su único puesto está en las trincheras, apretando el gatillo? ¿Acaso fueron realmente necesarias muchas de las novelas realistas de antaño? ¿Consiguieron los objetivos políticos que se habían propuesto? ¿No murieron, acaso, por consunción?

Bienvenida, pues, esta primera novela de Pablo Sanz, que habrá de sorprender al lector por su originalidad y frescura. Se trata de un relato que debiera exorcizarnos definitivamente contra tantas novelas obsoletas, aburridas y presuntuosas, escritas en algunos casos con la pretensión de ser «reales como la vida misma» y que, precisamente por ello, nos parecen doblemente frustradas.

El protagonista de interior, semilujo, céntrico tiene nada menos que la pretensión de construir su hogar en el reducido espacio que queda por debajo del hueco de un ascensor. No es, desde luego, mucho, apenas 4,16 metros cuadrados. Carece de ventanas y debe soportar la proximidad de los ruidosos motores del ascensor y las calderas de la calefacción. Todos, sin embargo, tenemos derecho a soñarnos independientes, aunque el único espacio vital que se nos concede sea tan ridículo y reducido que ni siquiera nos permita andar erguidos. Nuestro hombre, sin embargo, no protesta y eso es precisamente lo más entrañable de su persona. Podría odiar, pero no odia. Acepta con cierta resignación su destino, hace gala de un entusiasmo envidiable y ejercita incluso su derecho a amar con resultados desastrosos a una mujer excesivamente corpulenta sobre una camita de apenas 0,60 centímetros de ancho y 1,60 centímetros de largo. Lo peor, de todos modos, es ese inexorable ascensor que pende sobre su cabeza como una nueva espada de Damocles y que le obliga a permanecer encorvado cuando llega a la planta baja, reclamado por algún vecino, y se sitúa a sesenta centímetros escasos del suelo de su «apartamento». Nuestro hombre, en efecto, vive angustiado por ese artefacto, que llega a convertirse en una presencia obsesiva y a condicionar todos sus movimientos.

Nos parece, pues, que, aparte de lo puramente anecdótico, esta novela exige una lectura en profundidad, que habrá de permitirnos reconocer situaciones e incluso identificar personajes. Meditemos, por ejemplo, sobre nuestra propia condición y preguntémonos qué es, en definitiva, lo que se nos concede y hasta qué punto podemos considerarnos libres. ¿Se nos permite caminar erguidos? ¿Y si nosotros tuviésemos también otro ascensor por encima de nuestras cabezas, amenazándanos constantemente con aplastarnos?

Pablo Sanz acaba de dar su primer paso literario. Tal vez el más difícil. Estamos convencidos de que a esa novela seguirán otras que, avanzando por los mismos derroteros, habrán de exigirnos también una lectura responsable, en profundidad, si realmente nos importa descifrar toda la ternura, toda la soledad y, sobre todo, toda la verdad que se oculta tras una anécdota ciertamente divertida y original. Una anécdota que hubiésemos deseado que se nos ocurriese a nosotros.

Javier Tomeo

A todos los miserables.

DE LA CITACIÓN

Juzgado de Instrucción nº 126

Plaza de Castilla

MADRID

CEDULA DE CITACION

En virtud de resolución del Sr. Juez de Instrucción, dictada en este día en P.D. 95/86; SE CITA A D. (acusado) con domicilio en AVENIDA DE CASTILLA LA MANCHA Nº 188-Bajo E, para que comparezca en la Sala de Audiencias de este Juzgado, el día 5 de octubre, a las 11:00 horas con objeto de celebrar la vista de juicio oral advirtiéndole la obligación que tiene de concurrir a este primer llamamiento, bajo apercibimiento de si no comparece podrá celebrarse el juicio sin su presencia y además el deber de entregar en Secretaría, esta cédula de citación al presentarse a declarar.

 

En Madrid, a cinco de septiembre de mil novecientos ochenta y seis

EL SECRETARIO

DE LA LEY DE ARRENDAMIENTOS URBANOS

Esta vez baja del sexto. Dispongo apenas de unos cuarenta segundos para salir de casa antes de que se detenga en la planta baja. No me lo ha autorizado la casera, no se fía y no quiere líos, pero por mi cuenta y riesgo he modificado los paneles de mando del ascensor para poder dirigirlo desde aquí, con un stop y otras órdenes genéricas de subida (las de bajada o la mismísima señal de alarma no creo que me resultaran especialmente útiles) que procuro emplear lo menos posible, no vayan a descubrirme o a quejarse de mí los vecinos. Porque tampoco me resultaría nada fácil volver a encontrar otra vivienda como ésta, tan céntrica, tan barata. Aunque no sea todo lo confortable que hubiera deeado. Creo que sólo echo de menos alguna ventana. Y su única cesventaja real es la comunicación directa que presenta con el cuarto de motores del ascensor, así como la proximidad de las calderas y de las bajadas generales de todos los excusados del inmueble, algo que en ocasiones me resulta bastante desagradable.

Se alquila vivienda interior. Semilujo. Céntrica. Directamente particular. Abstenerse agencias. Cuando me presenté en la dirección reseñada (que no menciono por discreción y por respeto hacia mi casera), pensé que la portera se limitaría a enseñarme el local. Pero las inmensas alabanzas que ella comenzó haciendo del apartamento que yo pensaba alquilar (ya lo daba por seguro), incluso antes de enseñármelo, me hicieron sospechar que era la propietaria. O que no era la portera. Aunque por la forzada amabilidad y la repentina simpatía que afloró en su trato para conmigo en cuanto le expuse el motivo de mi presencia allí, concluí que debía ser ambas cosas a la vez: me dijo que aguardara un momento, tenía que subir al sexto. Supuse que no llevaba las llaves encima, y me limité a esperarla en el mismo vestíbulo de la casa, tal y como me había indicado. Mientras tanto, me entretuve en contemplar sobre el panel de mandos del ascensor su lentísimo viaje hacia el último piso del edificio, donde se detuvo y se abrieron sus puertas. Que no se cerraban.

Habían transcurrido varios minutos, comenzaba a estar preocupado porque ella no aparecía. Simultáneamente, oscuros pensamientos se habían ido adueñando de mi ilusionado estado de ánimo, mermando progresivamente mi aparente tranquilidad, algo debía haberle ocurrido a la buena señora. Los ascensores se están convirtiendo en espacios arriesgados, cualquier desalmado podía haberse agazapado en su interior aguardando durante horas la aparición de tan propicia víctima, provocándole un susto terrible, incluso una lipotimia. Pero también era posible (ello me preocupaba bastante más) que otro inquilino en potencia pudiera haber llegado en ese mismo instante interesándose por el apartamento, y sorteándome hábilmente en mi descuido se hubiera colado escaleras arriba para hablar con ella, saltándose a la torera mi opción preferente. Podía igualmente tratarse, al fin y al cabo, de una broma de pésimo gusto que aquella mujer estuviera tratando de gastarme, sin poder intuir siquiera qué enmarañadas razones la inducían a hacerlo... Mi inquietud había crecido considerablemente cuando la sentí llegar. Bajaba tan tranquila, a pasitos gallegos, por las escaleras. El ascensor seguía detenido en el sexto, con las puertas abiertas. No creo que por despiste. Con un «todo está ya arreglado», y sin dar más explicaciones, me indicó que la acompañara, y juntos descendimos hacia los sótanos del edificio, donde se debía encontrar el apartamento (en la citación se han debido confundir: no es un bajo, sino un sótano).

El lugar estaba silencioso y bastante oscuro. Bordeando algunos muebles y baldosas inservibles que llenas de polvo se amontonaban en desorden por el suelo, abrió una puerta. El local que apareció ante mis ojos no tendría más de cuatro metros cuadrados. Al levantar la mirada, divisé a lo lejos el ascensor, detenido en la sexta planta. Y a través del vano por donde había ascendido, comenzaron a escucharse golpes, gritos que lo reclamaban, terribles improperios que por simple recato no reproduzco. La portera ni se inmutó al escuchar semejante escándalo.

Me había convencido hasta tal extremo, que no dudé en quedarme con el apartamento, y así se lo manifesté. Inmediatamente me entregó el juego de llaves que llevaba, sellando nuestro contrato con un relajado apretón de manos. Nada por escrito, argüyendo extrañas razones que no logré entender, dada la intensidad de las protestas que comenzaban a generalizarse desde las distintas plantas del edificio. Mi nueva casera, tras dedicarme una sonrisa un tanto especial (no sé si por ella o por mí), salió corriendo, insultando desde la misma puerta del apartamento al idiota que había dejado por descuido las puertas del ascensor abiertas en el sexto.