Intervenciones filosóficas en medio del conflicto - Anders Fjeld - E-Book

Intervenciones filosóficas en medio del conflicto E-Book

Anders Fjeld

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ACTUALMENTE, CUANDO ESCRIBIMOS esta introducción, las delegaciones del Gobierno colombiano y las FARC-EP acaban de llegar a un acuerdo final sobre la totalidad de los puntos de la Agenda de los diálogos de paz en La Habana, Cuba. Este histórico acuerdo, que termina la mesa de conversaciones instalada formalmente el 18 de octubre del 2012 en la ciudad de Oslo, Noruega, promete poner fin a más de medio siglo de conflicto armado interno y sentar las bases para lo que se ha dado en llamar "la construcción de una paz estable y duradera" en Colombia. Sin duda, nunca el Gobierno nacional había llegado tan lejos en la búsqueda de la solución política al conflicto con las FARC-EP, y nunca se había elaborado un acuerdo de paz con tanta seriedad y alcance. Sin embargo, pese a este gran logro, no son pocos los retos pendientes relacionados con la implementación de lo acordado.

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Intervenciones filosóficas en medio del conflicto

Para citar este libro: http://dx.doi.org/10.7440/2016.32/

Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964 Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 Minjusticia

Universidad Nacional de Colombia | Vigilada Mineducación Creación de la Universidad Nacional de Colombia: Ley 66 de 1867 Acreditación de Alta Calidad: Resolución Ministeral No. 2513 del 9 de abril de 2010 Régimen orgánico de la Universidad Nacional de Colombia: Decreto 1210 de 1993

Intervenciones filosóficas en medio del conflicto

Debates sobre la construcción de paz en Colombia hoy

Anders Fjeld, Carlos Manrique,

Diego Paredes y Laura Quintana

Compiladores

Universidad de los Andes

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Filosofía

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas

Departamento de Filosofía

Intervenciones filosóficas en medio del conflicto: debates sobre la construcción de paz en Colombia hoy / Anders Fjeld, Carlos Manrique, Diego Paredes y Laura Quintana (compiladores). -- Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Filosofía, Ediciones Uniandes, 2016.

Otros autores: Luis Eduardo Hoyos, Francisco Cortés Rodas, Wilson Herrera, Andrea Mejía, William Duica, Andrés F. Parra, Edwin Cruz Rodríguez, Alfredo Gómez-Müller, Christian Fajardo, Emilse Galvis, Leopoldo Múnera Ruiz, Santiago Castro-Gómez, Xabier Etxeberria Mauleon, Camila de Gamboa, Adolfo Chaparro Amaya, Luis Eduardo Gama, Diana Muñoz González, Carlos Andrés Ramírez.

ISBN 978-958-774-409-5

1. Proceso de paz – Colombia 2. Justicia (Filosofía) 3. Proceso de paz – Opinión pública 4. Movimientos sociales – Colombia I. Fjeld, Anders II. Manrique Ospina, Carlos Andrés III. Paredes Goicochea, Diego Felipe IV. Quintana Porras, Laura V. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Filosofía.

CDD 303.66

SBUA

Primera edición: septiembre del 2016

© Anders Fjeld, Carlos Manrique, Diego Paredes y Laura Quintana (Compiladores)

© Luis Eduardo Hoyos, Francisco Cortés Rodas, Wilson Herrera, Andrea Mejía, William Duica, Andrés F. Parra, Edwin Cruz Rodríguez, Alfredo Gómez-Müller, Christian Fajardo, Emilse Galvis, Leopoldo Múnera Ruiz, Santiago Castro-Gómez, Xabier Etxeberria Mauleon, Camila de Gamboa, Adolfo Chaparro Amaya, Luis Eduardo Gama, Diana Muñoz González, Carlos Andrés Ramírez.

© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Filosofía

© Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Filosofía

Ediciones Uniandes

Calle 19 n.° 3-10, oficina 1401

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 3394949, ext. 2133

http://ediciones.uniandes.edu.co

[email protected]

Departamento de Filosofía

Publicaciones Facultad de Ciencias Sociales 

Carrera 1.ª n.° 18A-12, Bloque G-GB, piso 6

Bogotá, D.C., Colombia

Teléfono: 339 49 49, ext. 4819

http://publicacionesfaciso.uniandes.edu.co

[email protected]

Universidad Nacional de Colombia

Centro Editorial, Facultad de Ciencias Humanas

Ciudad Universitaria, Edificio de Sociología Orlando Fals Borda, oficina 222

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 3165000 Ext. 16208-16259

www.humanas.unal.edu.co/centroeditorial

ISBN: 978-958-774-409-5

ISBNe-book: 978-958-774-410-1

DOI:http://dx.doi.org/10.7440/2016.32

Corrección de estilo: Josefina Marambio

Diagramación interior: Andrea Rincón

Diseño de cubierta: Esteban Zuluaga

Fotografía de cubierta: Hombre puente, por Catalina Cortés Ceverino

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Contenido

Introducción

Intervenir filosóficamente en los debates sobre construcción de paz en Colombia hoy

Agradecimientos

I JUSTICIA, POLÍTICA Y VIOLENCIA

1. Paz política y pragmatismo social Paz

LUIS EDUARDO HOYOS

Comentario. ¿Paz política o paz sin política?

LAURA QUINTANA

2. Sobre democracia y justicia en las negociaciones de paz

FRANCISCO CORTÉS RODAS

Comentario. Las FARC, el castigo y el arrepentimiento

WILSON HERRERA

3. Algunas consideraciones sobre el delito político

ANDREA MEJÍA

Comentario. El delito político: reconsideraciones

WILLIAM DUICA

4. La paz entrecruzada. Reflexiones en torno al sentido del conflicto en el conflicto

ANDRÉS F. PARRA

Comentario. El marxismo y la comprensión del conflicto armado colombiano

EDWIN CRUZ RODRÍGUEZ

5. Los diálogos de paz como potencia política

DIEGO PAREDES GOICOCHA

Comentario. Desinstitucionalizar el conflicto armado

ANDERS FJELD

II ACCIÓN POLÍTICA, MOVIMIENTOS SOCIALES Y TRANSFORMACIÓN CULTURAL

1. Reconstruir la cultura: la paz como utopía

ALFREDO GÓMEZ-MÜLLER

Comentario. La cultura de paz como forma otra de sociabilidad y de temporalidad

CARLOS A. MANRIQUE

2. El papel de la opinión pública en la construcción de paz en Colombia

CHRISTIAN FAJARDO

Comentario. Las posibilidades de reconfigurar un daño: opinión pública y hegemonía

EMILSE GALVIS

3. La guerra y la paz pensadas desde la acción política de los movimientos populares

CARLOS A. MANRIQUE

Comentario. Las ambigüedades de la acción política y las intensidades de las relaciones de fuerza

LEOPOLDO MÚNERA RUIZ

4. Construcción de paz, participación política y movimientos sociales

LAURA QUINTANA

Comentario. Sobre movimientos sociales y política emancipatoria

SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

III ÉTICA, MEMORIA Y PERDÓN

1. Memorar haciendo la paz

XABIER ETXEBERRIA MAULEON

Comentario. Reflexiones sobre los riesgos del uso del perdón interpersonal en la construcción de la memoria social

CAMILA DE GAMBOA

2. Perdonar y olvidar: una reorientación pragmatista

WILLIAM DUICA

Comentario. La ocasión del juicio

ADOLFO CHAPARRO AMAYA

3. Política y lenguaje. Sobre la idea de diálogo y los diálogos de paz

LUIS EDUARDO GAMA

Comentario. El diálogo como acontecimiento

DIANA MUÑOZ GONZÁLEZ

4. Reconciliación como ideología o la verdad del resentimiento

CARLOS ANDRÉS RAMÍREZ

Comentario. ¿Víctimas reconciliadas o mártires resentidos? Sobre la figura genuina de la verdad moral

LUIS EDUARDO GAMA

Introducción

Intervenir filosóficamente en los debates sobre construcción de paz en Colombia hoy

ACTUALMENTE, CUANDO ESCRIBIMOS esta introducción, las delegaciones del Gobierno colombiano y las FARC-EP acaban de llegar a un acuerdo final sobre la totalidad de los puntos de la Agenda de los diálogos de paz en La Habana, Cuba. Este histórico acuerdo, que termina la mesa de conversaciones instalada formalmente el 18 de octubre del 2012 en la ciudad de Oslo, Noruega, promete poner fin a más de medio siglo de conflicto armado interno y sentar las bases para lo que se ha dado en llamar “la construcción de una paz estable y duradera” en Colombia. Sin duda, nunca el Gobierno nacional había llegado tan lejos en la búsqueda de la solución política al conflicto con las FARC-EP, y nunca se había elaborado un acuerdo de paz con tanta seriedad y alcance. Sin embargo, pese a este gran logro, no son pocos los retos pendientes relacionados con la implementación de lo acordado. El lenguaje tentativo se amerita, así, no sólo por la contingencia de la coyuntura, que supone siempre la imprevisibilidad de lo que puede y no puede ser, sino porque esta imprevisibilidad ha sido más que patente en un proceso que, aunque ha avanzado mucho más que otros intentados en el pasado, ha estado atravesado por múltiples dificultades y obstáculos, ires y venires, altos y bajos; un movimiento pendular entre el escepticismo y la esperanza de lo que significa la construcción de paz después de más de cincuenta años de conflicto.

Esta compilación se sitúa en la contingencia de esta coyuntura, pero a la vez va más allá de ella. Va más allá, porque este no es evidentemente un libro de coyuntura sobre el proceso de paz actual y sus peripecias; no sólo porque algo así difícilmente contaría como una intervención filosófica, sino también porque lo que interesa sobre todo aquí es la discusión en torno a lo que supone la paz como un proceso de largo aliento, que tiene que ver con enfrentar y tratar problemas estructurales y sistémicos que alimentaron el conflicto armado con las insurgencias, pero que no pueden ser simplemente resueltos o superados por la firma de un acuerdo de paz. Por esto mismo, los temas que se presentan en el libro siguen teniendo relevancia y actualidad más allá de la negociación de paz en La Habana o de la negociación pública recientemente anunciada, y todavía bastante incierta, entre el Gobierno nacional y el ELN. Sin embargo, con esto no puede desconocerse que este libro también se sitúa en dicha coyuntura, en el sentido de ser interpelado por esta en cada una de las contribuciones que lo componen; y tampoco puede perderse de vista que la discusión actual sobre lo que se ha dado en llamar “construcción de paz” se ha avivado, dinamizado, multiplicado (en foros, espacios públicos, movilizaciones sociales, publicaciones), a partir del proceso de negociación en La Habana.

Sin duda, esta pluralización de los discursos y discusiones en torno a la construcción de paz y a sus problemas está impulsada por los retos con los que se ha enfrentado la mesa de negociación, y tiene que ver con el hecho mismo de que se trate precisamente de una paz negociada y no del simple sometimiento o de la rendición de una de las partes. En efecto, esto implica que las categorías políticas utilizadas para comprender el conflicto armado, pero también para intentar encontrarle una salida, sean todo menos rígidas y unívocas. Por eso, el diálogo entre adversarios, que involucra al conjunto de la sociedad y no sólo a los actores de la mesa en La Habana, los conocidos desacuerdos, pero también el carácter inédito e incierto de la eventual implementación de los acuerdos, nos ponen frente a un reto complejo de dificultades prácticas acompañadas de importantes problemas teóricos.

Ahora bien, este libro participa de una multiplicación de los debates en torno a los retos, preguntas e implicaciones de un proceso de construcción de paz en Colombia1, pero lo hace desde la mirada singular de la filosofía, al buscar propiciar la discusión entre distintas perspectivas y propuestas de análisis crítico y conceptual. También nos interesa destacar que la reflexión filosófica es ya una intervención que, desde su capacidad para crear conceptos, así como para analizar y movilizar aquellos que se han fijado y sedimentado, puede afectar la manera en que nos orientamos en la realidad, bien sea para abrirnos a perspectivas que pueden modificar nuestra interpretación del mundo y quitarle a lo real su presunta evidencia y legitimidad; bien sea también, en algunos casos, para reafirmar lo que se ha consolidado como existente y aceptable. Además, como lo indica el título, nos interesa subrayar que esa intervención se desenvuelve siempre en medio de, en un plexo de interrelaciones que la interpelan y afectan; es decir, nos interesa reconocer y afirmar la situacionalidad del pensar filosófico y su capacidad para responder a las distintas interpelaciones y llamados de la contingencia. De esta forma, apuntamos a destacar no sólo que la situación del pensar en el caso colombiano es la del conflicto, la de diversos y complejos conflictos sociales, políticos, culturales que se han manifestado y escalado de manera violenta; sino que la vida social en general, de la que emerge la reflexión, y que la interpela, es necesariamente conflictiva, en la medida en que está atravesada por múltiples relaciones de fuerza y condicionada por inestables fronteras y configuraciones de sentido, siempre contestables en manifestaciones polémicas que hacen emerger una y otra vez el conflicto. De ahí que varios de los participantes del libro, incluidos los compiladores, insistan en que el reto mismo de la construcción de paz tenga que ver con saber confrontar, desplegar y canalizar esta conflictividad social, por ejemplo en prácticas e instituciones que promuevan el disenso, con todo lo que esto implica, en lugar de pretender neutralizarlo en ordenamientos y codificaciones que generen nuevas formas de violencia. Aunque esta no es una conclusión compartida por todas las contribuciones de esta compilación, sí pensamos que todas ellas pueden considerarse reflexiones filosóficas que intervienen en el conflicto colombiano en la medida en que permiten repensarlo y reinterpretarlo, ya sea para hacer valer argumentos inéditos o que han sido poco considerados en las discusiones más usuales sobre el asunto; ya sea para confrontar razones reiteradas que han hegemonizado lo que tiende a valer por sentido común; ya sea para analizar y mostrar la inestabilidad, ambigüedad o polivalencia de conceptos que se asumen como evidentes, unívocos o poco problemáticos.

Así, para destacar que este libro también participa de la multiplicación de los debates que se vienen dando en torno a la construcción de paz en Colombia, para subrayar la inestabilidad y el carácter polémico de lo que aquí se discute, para hacer valer —en fin— la conflictividad de lo social, desde la estructuración misma del libro hemos querido propiciar un entramado conflictivo y hacer de este un espacio polémico. Por eso hemos acompañado cada contribución de la compilación de un comentario crítico que abre la mirada a frentes de problematización, a preguntas que la contribución comentada suscita, a sinsalidas o puntos ciegos a los que conduce, o a caminos y alternativas que omite, neutraliza o deja sin explorar. Pensando en esto, la compilación reúne las voces de filósofos colombianos de trayectoria, así como las de algunos jóvenes y prometedores investigadores en el área, exponentes de distintas vertientes y escuelas filosóficas (desde visiones normativistas, pasando por enfoques pragmatistas liberales y miradas hermenéuticas, hasta algunas cercanas a las perspectivas posestructuralistas, a la teoría crítica o al marxismo y posmarxismo), y los presenta discutiendo algunas de las preguntas más difíciles y cruciales que han estado en juego en los debates actuales sobre la construcción de paz en el país: ¿cómo repensar la relación entre justicia y política no sólo en el proceso de negociación sino en un proyecto sostenible de construcción de paz? ¿De qué manera tal proyecto puede confrontar, poner fin o por lo menos evitar las formas de violencia más cruentas y sedimentadas que se han dado en el país? ¿En qué medida esto supone transformaciones culturales e institucionales profundas que afecten las formas de vida y la opinión pública establecida? ¿Cuál es el papel de los movimientos sociales y populares en este proceso? ¿Qué tipo de memoria y olvido de las violencias acontecidas requiere un proyecto sostenible de construcción de paz? ¿Cuál es aquí el papel del perdón y cómo entenderlo? Hemos organizado las reflexiones y comentarios críticos alrededor de estas preguntas en tres ejes, que definen las tres partes que estructuran la compilación: (1) “Justicia, política y violencia”; (2) “Acción política, movimientos sociales y transformación cultural”; y (3) “Ética, memoria y perdón”.

El primer eje parte de la discusión sobre la relación entre justicia y paz, que remite al vínculo entre lo jurídico y lo político en un proceso de paz. El problema concreto acerca del tipo de sanciones que deberán imponerse a aquellos actores que hayan cometido crímenes en los años de conflicto, pasa por el debate de si es necesario, por un lado, poner los intereses de la justicia (entendida en un sentido jurídico) por encima de la búsqueda de la paz y, en este sentido, subordinar lo político a lo jurídico o si, por otro lado, se debe priorizar la consecución de la paz por encima de la justicia y así subordinar lo jurídico a lo político. La primera posición, basada en una justicia retribucionista, requiere, como lo muestra Luis Eduardo Hoyos en su artículo, de una argumentación normativista radical de herencia kantiana, en la cual lo que importa no son las consecuencias de la aplicación del derecho, sino el principio de aplicación de la justicia fundamentado en el carácter inviolable de la dignidad humana. Por su parte, la segunda posición, más acorde con las exigencias de la justicia transicional, no descarta el fundamento normativo, pero tampoco permite que frente a las condiciones reales este se convierta en un obstáculo para alcanzar los acuerdos de una paz negociada. Este debate, que ciertamente no se agota en las anteriores posturas y menos en su aparente incompatibilidad, como lo muestran algunos de los artículos de este libro, se conecta a su vez con el problema de la aplicación de la justicia transicional en Colombia, en el marco del derecho penal internacional. La dificultad mayor, en este caso, consiste en determinar el grado de flexibilidad que pueda tener la Corte Penal Internacional —según sus principios jurídicos y morales consignados en el Estatuto de Roma— en referencia al Marco Jurídico para la Paz del 2012 y al acuerdo sobre justicia que finalmente se firme entre las partes.

Una posible solución al problema sobre la relación entre justicia y paz, propuesta en esta compilación por Francisco Cortés, es una amnistía “responsable o condicionada” que se dé en un contexto normativo de “verdad, justicia, reparación y reforma institucional” y que contribuya a una verdadera reconciliación dentro del marco tanto del derecho interno como del derecho internacional. Esta solución podría ser complementada con la que propone Wilson Herrera en su comentario al texto de Cortés, que se centra en el aspecto moral del castigo y enfatiza que los victimarios deben asumir de manera genuina, tanto en su fuero interno como en el debate público, la culpa moral que les corresponde, en el marco del arrepentimiento, así como el reconocimiento del daño ante las víctimas. Otra opción, como la que presenta Hoyos en su escrito, sería una salida “social-pragmática” que recurra a un concepto político de reconciliación y vaya acompañada de cambios institucionales y estructurales. En esta salida pragmática no se abandona el principio de justicia, pero tampoco se lo reduce a su connotación retribucionista. A estas posibilidades puede sumarse la discusión sobre el concepto de delito político, mencionado en el Marco Jurídico para la Paz. Una aproximación pragmática a este concepto, como la que propone Andrea Mejía en su texto, permitiría conectar la progresiva politización de los actores del conflicto con la aplicación de mecanismos alternativos de justicia y con su eventual participación en política. Otra alternativa, que se distancia del recurso al concepto de delito político, consistiría en establecer más bien una separación entre el castigo penal y el repudio político y moral que merezcan las acciones criminales, como lo propone William Duica en su comentario al texto de Mejía.

En todos estos casos se parte de la premisa de que la paz negociada exige evitar posiciones extremas y principios inamovibles que se conviertan en trabas para la solución política del conflicto. Por eso, dentro del marco de la justicia transicional, se exploran diferentes opciones prácticas que, sin sacrificar la justicia, creen las condiciones para que realmente sea posible alcanzar un proyecto viable de construcción de paz. Ahora bien, así como se presentan distintas alternativas, también se presuponen, en cada una de ellas, diferentes comprensiones de la política y de la democracia. Esto se observa, por ejemplo, en el comentario de Laura Quintana, que muestra cómo en el texto de Hoyos lo político coincide con una concepción deliberativa de la democracia, en la cual la política se entiende principalmente a partir de la legitimidad de las instituciones públicas en conexión con un proceso público y racional de deliberación. Esta concepción normativa, compartida por otros autores de esta compilación, se confronta con otra visión de lo político que se refiere a “un conjunto de prácticas que permiten exponer, tramitar y hacer visibles conflictos y desacuerdos en torno a la organización de un espacio común” (Quintana, 37, en esta compilación). La comprensión de la política como conflicto también es asumida por otros autores del libro como Paredes, Fajardo, Manrique, Parra y Fjeld, aunque en algunos casos el conflicto se entienda a partir de prácticas estratégicas de lucha entre dominadores y dominados, en otros se identifique con la lucha de clases, y en otros se considere a partir de la emergencia de un vínculo entre actores que se manifiestan a través de sus actos y palabras.

A este desacuerdo en relación con la definición de la política se suma el disenso frente a la comprensión de la violencia. De un lado, se reconoce que las razones del conflicto han estado estrechamente ligadas a la falta de instituciones políticas, económicas y de justicia, estables e incluyentes, que garanticen el bienestar y el florecimiento social, como puede encontrarse argumentado en el caso de los textos de Hoyos y de Cortés. De otro lado, se encuentran posturas, como la de Andrés Parra, que ponen un énfasis mayor en la violencia relativamente sistémica del Estado, mostrando la conexión entre la violencia y la acumulación del capital en el país, pero sin descuidar el importante papel de la agencia política en el desarrollo de la lucha de clases que ha estado en el centro del conflicto social y armado. Edwin Cruz, por su parte, sostiene que explicaciones conceptuales como la de Parra, amparadas en una cierta comprensión del marxismo, deben ser complejizadas con interpretaciones de índole histórica que analicen de manera concreta el desarrollo de los mecanismos de explotación capitalista en Colombia. Para él, la explicación del conflicto colombiano a partir de la lucha de clases es insuficiente, por lo cual una comprensión más adecuada de aquel requiere complementar la perspectiva marxista con una concepción dialógica entre sujeto y estructura. Esta insistencia en la agencia humana, en relación con las condiciones políticas y socioeconómicas, está relacionada con el planteamiento acerca de la “doble negación de la violencia”, destacado por Diego Paredes, para mostrar que tanto el Estado como la insurgencia han utilizado, desde proyectos distintos, mecanismos de contraviolencia que, en el caso colombiano, se han intensificado hasta ocasionar una interminable espiral de guerra. Frente a esta última explicación Anders Fjeld busca agregar nuevos elementos, enfatizando el desequilibrio estratégico, económico, institucional y territorial entre las contraviolencias de los actores en conflicto. Así, partiendo de la idea de que la violencia no es lo otro de la política, Fjeld quiere dar cuenta de la complejidad del conflicto colombiano recurriendo al enfoque de la “institucionalización de la guerra” que, conceptualmente, permite entender tanto la violencia paramilitar como la cultura de polarización y paranoia en el país frente a las voces críticas y alternativas.

Las diferentes comprensiones de la política y de la violencia, y de las distinciones o los cruces entre ellas, ciertamente condicionan los desacuerdos que también se presentan frente al tipo de cambios que se espera sean generados a partir de la solución política. En efecto, existe un consenso en relación con la oportunidad política que abren los diálogos de paz y la necesidad de hacer transformaciones estructurales e institucionales en el país, pero no con relación a la naturaleza de estas transformaciones. De un lado, encontramos posiciones que si bien sostienen que hay que robustecer y ampliar la democracia colombiana aumentando la participación política, consideran que, bajo el lema de “construir sobre lo construido”, esto se puede lograr a través de ciertas modificaciones a la Constitución del 91 y de políticas públicas de florecimiento social orientadas hacia la prosperidad y el desarrollo de los individuos que componen la sociedad. Esta es la postura de Hoyos, pero también es hasta cierto punto la de Cortés, quien sostiene que Colombia no está en un momento constituyente y que los acuerdos de paz podrían ampliar la idea de participación política consignada en la Constitución del 91, con la introducción de los componentes propios de la democracia popular. La posición de Herrera también se inscribe en esta perspectiva, pero destaca especialmente la necesidad de fomentar una cultura política respetuosa del pluralismo y del disenso. De otro lado, se argumenta que las meras reformas a la democracia liberal existente condicionarían la paz negociada a una lógica de inclusión de los actores hasta ahora excluidos de la vida pública colombiana —no sólo aquellos que han recurrido a la lucha armada, sino también los movimientos populares contestatarios— dentro del marco político ya establecido. En este caso, como lo señala Quintana en su comentario, los cambios políticos se entenderían en el contexto de un consenso social, de la identidad entre la paz y una sociedad bien ordenada, y no a partir de la contingencia y conflictividad de lo social, que permite visibilizar nuevos actores y reconfigurar las fronteras políticas dadas. Es también este reconocimiento de la contingencia de lo social y de lo político lo que, según Paredes, pone de manifiesto una conexión entre la revelación de esta pluralidad de actores y la creación de una esfera pública inédita que implique una ampliación, o incluso una modificación radical, de los marcos institucionales vigentes. La misma apertura de la acción política, a través del proceso de paz, permitiría el inicio de un proceso de democratización o, como lo llama Fjeld, la creación de “un espacio democrático de pluralidad conflictiva” (130, en esta compilación), donde sea posible tratar, desde la raíz, el problema de la injusticia social. Sin embargo, a diferencia de Paredes, Fjeld considera que el surgimiento de este espacio no consiste principalmente en acabar con la contraviolencia de los actores por medio de un cambio de racionalidad política, sino en desinstitucionalizar progresivamente el conflicto armado para construir una cultura de paz donde se incremente de manera paulatina el poder popular crítico, plural y democrático.

El segundo eje de la compilación se ocupa precisamente de abrir el debate sobre lo que estaría en juego con una cultura de paz crítica y democrática. Se trata de discutir aquí el lugar y el papel de la sociedad en las interpretaciones del conflicto y de los procesos de negociación y de construcción de paz; no tanto para cuestionar el carácter cerrado que han tenido las negociaciones (que tiene sus razones en el peligro y la fragilidad del proceso de negociación), ni la falta de participación popular de la mesa en La Habana (que también tiene sus razones logísticas), sino para destacar un problema de mayor envergadura: ¿cómo repensar la sociedad colombiana frente a un proceso más profundo de construcción de paz que busque no sólo lograr un cese de la confrontación armada, sino construir una cultura democrática de solidaridad crítica y con justicia social? En efecto, como lo advertíamos al comienzo de esta introducción, todos los textos de la compilación consideran que la firma de un acuerdo final en la mesa de negociación es un paso muy significativo e importante, pero también totalmente parcial y limitado; pues aunque el Gobierno y las FARC-EP sean actores centrales del conflicto, de ningún modo son los dueños de la construcción de paz en Colombia. Por eso el proceso de paz ha de implicar una transformación profunda de una sociedad, en la cual la guerra es una realidad desde hace más de cincuenta años.

En este sentido, además de las cuestiones de justicia y violencia, de reparación y perdón, de seguridad civil, reestructuración económica y representación política, se encuentra el asunto de la cultura y de cómo interpretar el campo social. Pero, ¿cómo entender más concretamente este tema en relación con el proceso de paz? ¿Se trata de indagar sobre las fracturas que la guerra ha causado en el tejido social, cuestionar las fallas morales de diversos grupos sociales o analizar las mentalidades e ideologías guerreras y pacifistas? ¿Se trata de impulsar expresiones artísticas por su capacidad de explorar y pluralizar otros imaginarios sociales? ¿Se trata de recrear espacios públicos para que sean lugares más abiertos y respetuosos con vistas a propiciar una cultura de paz? ¿Se trata de diversificar las expresiones políticas y culturales con vistas a engendrar solidaridad y entendimientos mutuos a través de las diferencias? ¿Se trata de evaluar el juego mediático para ver cómo se forma una opinión pública en favor o en contra de tal proceso? ¿Se trata de propiciar las condiciones de una ciudadanía activa por parte del Estado?

Se trataría, ciertamente, de procesos transformativos que atraviesan el campo social entero y que no pueden localizarse y reducirse a una única cuestión. En este sentido, Alfredo Gómez-Müller propone un desplazamiento del típico debate sobre la cultura para repensar la relación entre proceso de paz y reconstrucción cultural. En particular, se opone a la idea de una transición de la cultura de la guerra y del narcotráfico a la cultura de la paz, o de la cultura del conflicto a la cultura del posconflicto. En efecto, la guerra, según Gómez-Müller, no es una cultura, sino que tiene que ver más bien con dinámicas que impiden y destruyen toda construcción cultural; más precisamente, el conflicto armado lleva, a su modo de ver, a la reificación y deshumanización del ser humano. La cultura, al contrario, sería un lugar de imaginarios y de diversidad en el que se proyectan mundos alternativos, se exploran nuevas posibilidades y se forma y se incrementa lo humano en términos de un por-venir que también trae consigo una ética preocupada por crear mundos mejores, así como una normatividad crítica interesada en denunciar las estructuras sociales que, como el conflicto armado, bloquean estos procesos. El núcleo de la cultura es entonces lo utópico, que se mata con las armas.

Por su parte, en su comentario al texto de Gómez-Müller, Carlos Manrique se concentra en las transiciones, las contaminaciones y las incertidumbres que se encuentran en los intersticios o en las “zonas más inestables y grises” (163, en esta compilación) de la distinción fuerte entre guerra y cultura, para así abrir nuevas problemáticas. Entre ellas: ¿cómo comprender las diferentes violencias del campo social, y cómo entender más precisamente la relación entre el orden social y las diferentes violencias que lo atraviesan? ¿No habría acaso también violencias insurreccionales que, por su oposición a constelaciones ideológicas imperantes, mantienen abierto el tiempo de la utopía, y que merecen entonces otro estatuto que el de ser meramente opuestas a la cultura de paz? ¿Cómo orientarnos ética y políticamente con los horizontes utópicos en una realidad compleja, en la que se cruzan ideologías y registros simbólicos con técnicas gubernamentales y lógicas capitalistas? Manrique muestra así que la pregunta más general que queda abierta en el texto de Gómez-Müller es la de cómo evaluar la sociedad colombiana en medio del conflicto actual con respecto a este núcleo utópico de la cultura, para inquirir por las dinámicas y las estructuras sociales que siguen bloqueando tal cultura, y con ello también las condiciones que eventualmente pueden favorecer su crecimiento.

En esta misma dirección, la contribución de Christian Fajardo interviene en el debate confrontando un problema especialmente difícil: la formación de la opinión pública. Para quienes piensan que la mesa de negociación es un paso necesario y significativo hacia la reconstrucción de la paz en Colombia y de la cultura, en el sentido de Gómez-Müller, es muy preocupante la falta de apoyo popular, la indiferencia mediática y la oposición política a los diálogos. Teniendo en cuenta que los grandes medios de comunicación son importantes formadores de opinión pública, habría que pensar que el problema en este caso no es meramente asegurar la neutralidad editorial, la responsabilidad ética y el interés democrático de los medios; también está en juego tematizar una serie de cuestiones irreductibles al ejercicio mismo del periodismo, que son muy influyentes con respecto al conocimiento público de las realidades sociales del país, al favorecimiento de los imaginarios culturales alternativos y al apoyo crítico al proceso de paz. Por ejemplo, la manera en que se codifica y se da sentido a palabras centrales como paz, justicia social, libertad y conflicto; las decisiones editoriales frente a lo que se visibiliza y sobre todo a lo que no se visibiliza, aunque esto último sea de interés público; el privilegio dado a ciertos eventos y casos en términos de peso informativo y tiempo o espacio de difusión; la exposición crítica de relaciones causales, responsabilidades, fallas y culpabilidades; las estrategias narrativas que se emplean para exponer y explicar realidades sociales complejas y tensas.

Fajardo indaga sobre la opinión pública en términos de hegemonía y lucha ideológica. Considera que la hegemonía se construye por antagonismos en donde diferentes modos de interpretación y sentidos del mundo común se enfrentan, y que la opinión pública es el campo en el que actores concretos definen estratégicamente su lugar con respecto a los antagonismos hegemónicos. Sin embargo, y de manera similar a cómo Gómez-Müller cambia las coordenadas de la discusión sobre la relación entre guerra y cultura, Fajardo también desplaza el debate: no se trata de evaluar opiniones distintas y elegir cuál sería la mejor con respecto al proceso de paz, sino que se trata de pensar y transformar el espacio mismo en el que circulan estas opiniones distintas, en el que se forma la opinión pública. En este sentido, Fajardo introduce la distinción entre un modo consensual, que busca fijar de manera unívoca una manera específica de interpretar las realidades y posibilidades sociales; y un modo disensual de interpretar lo enunciable y lo posible, que muestra la posibilidad de una pluralidad de perspectivas y modos de interpretación de la realidad para abrir espacios en los que esta pluralidad diversa y conflictiva puede expresarse.

Ahora bien, Emilse Galvis en su comentario al artículo de Fajardo enfatiza la importancia del daño en este modo disensual de interpretación. De esta manera, Galvis construye una relación entre el modo disensual de opinión pública de Fajardo y la normatividad crítica de la cultura de Gómez-Müller, para argumentar que este modo disensual también tiene que exponer el campo social a la visibilización de problemas políticos y sociales, excluidos de entrada en el modo consensual. En este sentido, la reconstrucción de la cultura no implica solamente múltiples aperturas de lo posible y de imaginarios distintos, puesto que el campo social ya está estructurado por marginalizaciones, explotaciones e invisibilizaciones que no se pueden tratar (consensualmente) como problemas a solucionar política y económicamente, sino que tienen que surgir con el modo disensual de opinión pública.

Así, se vuelve crucial una discusión sobre los movimientos en los que estos daños, disensos y construcciones alternativas de lo posible son directamente asumidos, vividos e impulsados, dentro de las condiciones actuales del conflicto armado. Los artículos de Carlos Manrique y Laura Quintana proponen precisamente comprender ciertos movimientos populares —particularmente activos en la actual discusión sobre lo que implica la construcción de paz— como movimientos disensuales. Manrique explora las tensiones entre los movimientos populares y los actores en la mesa de negociación, argumentando que la invisibilización general de estos movimientos en la coyuntura actual tiene que ver con desacuerdos sobre preguntas históricas y filosóficas fundamentales. Un cambio de perspectiva similar a los de Gómez-Müller y Fajardo opera también en el argumento de Manrique: no se trata meramente de agregar más actores que ahora están excluidos de las negociaciones entre el Gobierno y las FARC-EP; más bien, las resistencias de los movimientos populares y sus formas alternativas de vida, de pensamiento y de política, son enfrentamientos directos con poderes que han estructurado la sociedad colombiana y que estos dos actores del conflicto y de la mesa representan: poder de las armas, poder del modelo de buena ciudadanía promovido por el Estado, poder del modelo económico imperante en la gestión gubernamental. De modo que, compartiendo la idea de cultura de Gómez-Müller y la noción de opinión pública disensual de Fajardo, Manrique argumenta que los movimientos populares no son un actor más a incluir en el proceso de paz, sino que plantean otros proyectos de sociedad.

Por su parte, en su comentario al texto de Manrique, Leopoldo Múnera cuestiona la manera estratégica en que los movimientos populares se relacionan, o aún parecerían relacionarse, en un triángulo de relaciones con el Estado y la guerrilla. Según Múnera, hay que tomar en cuenta de manera más cuidadosa las ambigüedades de la acción política de tales movimientos, toda vez que esta oscila inevitablemente entre el acuerdo y el desacuerdo, y que tiene que aliarse parcialmente con quienes no escuchan su voz. Las incomodidades de los movimientos populares son, en este sentido, síntomas de los escenarios estratégicos complejos de las relaciones de fuerza en Colombia. También cuestiona, de la misma manera que Manrique en su comentario al texto de Gómez-Müller, las fronteras y las transiciones entre guerra y política, preguntándose si la valorización de los proyectos alternativos de sociedad no terminan desvalorizando el papel central del conflicto en la política, dado que esta es siempre el lugar de relaciones de fuerza, aunque no necesariamente de conflicto armado.

Mientras que Manrique explora sobre todo los desacuerdos concretos entre ambos actores de la mesa y varios movimientos populares, Quintana indaga más directamente sobre las experimentaciones políticas que se llevan a cabo en los movimientos populares y la manera en que estos crean elementos esenciales para la construcción de paz, redefiniendo los términos en que esta justamente se comprende, desde una reinterpretación del conflicto violento y del conflicto constitutivo del campo social en general. En este sentido, Quintana subraya que las acciones políticas de los movimientos populares no son meramente oposicionales o reactivas, sino propositivas y transformativas desde un antagonismo que se sirve de canales institucionales dados, pero que también propone la creación de otras configuraciones de poder que llaman a resignificar el espacio político y lo que se entiende por democracia. De modo que es la descalificación y la invisibilización de estos movimientos por parte de las visiones hegemónicas de lo social, lo que provoca que no se tomen en cuenta la riqueza de las experimentaciones micropolíticas, existenciales, simbólicas de aquellos, ni de sus apuestas gubernamentales, económicas y críticas, perdiendo de vista o reduciendo lo que podría considerarse, siguiendo la formulación de Gómez-Müller, un núcleo utópico de la cultura.

Por su parte, Santiago Castro-Gómez en su comentario al texto de Quintana destaca el gesto de distancia crítica de su perspectiva frente al universalismo abstracto que estructura gran parte de los discursos sobre el proceso de paz en Colombia que, perdiendo de vista su propia situacionalidad, intentan encajar la realidad colombiana en categorías binarias. Contextualizando las operaciones críticas desplegadas por Quintana en algunos debates cruciales en la filosofía política contemporánea, el comentario de Castro-Gómez deja abiertas las siguientes preguntas: ¿cómo pensar los procesos de institucionalización de la potentia de los movimientos sociales, evitando los universalismos abstractos? ¿Cómo institucionalizar la democracia sin perder la potentia disensual que la caracteriza? Compartiendo las observaciones del comentario de Múnera al texto de Manrique, Castro-Gómez propone reconocer que se encuentran en juego situaciones estratégicas complejas, que no se resuelven ni por una posición autonomista ni por una institucionalista, y que hay que navegar los riesgos de los dos extremos para lograr crear nuevos sentidos comunes. Hay que saber oscilar entre el acuerdo y el desacuerdo, sin perder de vista la potentia de la contestación y de los proyectos alternativos de sociedad.

Estas intervenciones filosóficas permiten repensar y resignificar varios términos que se encuentran ya en circulación alrededor del proceso y la construcción de paz, tales como participación política, ciudadanía crítica, juego mediático, lucha ideológica, cultura de paz, movimientos populares, espacios públicos, pluralidad democrática, opinión pública, proyectos de país, entre otros. De este modo, estas intervenciones no sólo precisan y concretan algunas de las apuestas que están en juego en este proceso y su envergadura, sino que enfatizan también —independientemente de si uno está de acuerdo o no con cada análisis particular— que se trata de un proceso popular y nacional que de ningún modo debería ser, ni podrá ser, monopolizado por los actores de la mesa de negociación.

En esta dirección, el proceso de negociación con miras a la superación del conflicto armado también suscita debates sobre los retos y dilemas éticos a los que se enfrenta nuestra sociedad en relación con su pasado violento: ¿hasta dónde y cómo debemos recordar el trauma de las violencias bélicas acometidas por unos sobre otros, y no olvidarlas? ¿Cómo se deben dar estos ejercicios de memoria del sufrimiento ocasionado por la violencia, de tal manera que estos contribuyan a que la sociedad se abra a otro porvenir posible y a las transformaciones que puedan conducirnos a un mejor lugar (en el que podamos ser quizás más sensibles hacia el dolor de cualquiera, pero también en donde la estructura social en su conjunto pueda ser más equitativa y más próspera para todos)? ¿Qué relación hay entre una memoria de las violencias cometidas o sufridas, como exigencia ética que se plantea en la relación interpersonal entre las víctimas y los victimarios, por un lado; y por el otro, la memoria como un proceso institucional desplegado en marcos jurídico-estatales con miras a propiciar desde las instancias gubernamentales un cierto proyecto de nación? Estas son algunas de las preguntas que, en un proceso de superación de la guerra, le plantean a una sociedad los diversos y posibles entrecruzamientos entre violencia, memoria, ética y perdón, de los que se ocupa la tercera parte de nuestra compilación.

Tres de los textos de esta sección gravitan justamente en torno a las preguntas mencionadas, ofreciéndonos perspectivas distintas para abordarlas y trazando entre estas retadoras resonancias y divergencias. El artículo de Xabier Etxeberria, nutrido por una sopesada y valiosa experiencia en el marco del proceso de reconciliación llevado a cabo en España durante la desmovilización de ETA, habla de la necesaria relación entre los procesos de memoria particulares desplegados entre víctimas y victimarios, y la memoria social, que implica la tarea de construcción de una memoria histórica, en el marco de un proyecto de Estado-nación. Etxeberria comprende los marcos jurídicos de los procesos de justicia transicional como procesos en los que habrían de articularse estos ejercicios de memoria particulares (eminentemente éticos) con los procesos de memoria social (de carácter jurídico-estatal). A su modo de ver, estos últimos deben aspirar a construirse con base en los primeros, en la medida en que en estos se abre la posibilidad de una transformación ética, necesaria en todo proceso de reconciliación, en virtud de la cual las víctimas y los victimarios puedan llegar a un reconocimiento mutuo; un reconocimiento que no implica tanto las exigencias de confesar y perdonar, sino más bien que el victimario, por su parte, reconozca la condición de la víctima y de su daño; y de otra parte, que la víctima reconozca que el victimario es también un ser humano, un prójimo. Esto implica, para Etxeberria, diferenciar entre la dimensión puramente jurídica del hacer memoria de un acto violento (donde prima la cuestión de la verdad empírica del hecho violento); y una dimensión ética de estas prácticas (donde se pone en juego una verdad moral), que siendo irreductible a la primera, habría de ser, no obstante, el fundamento de los procesos de justicia transicional y de la memoria social que en ellos se construye.

Por su parte, la posición del ensayo de Duica también gira en torno a esta distinción entre una dimensión estrictamente ética e interpersonal del hacer memoria de los actos de violencia por parte de las víctimas y de los victimarios, que este autor considera privada; y una dimensión jurídica de estos procesos que caracteriza como pública. Pero, en marcado contraste con la posición de Etxeberria, al trazar esta distinción Duica defiende la necesidad de una tajante disociación entre la dimensión pública y la privada. Ello con la noble mira puesta en una justicia social que, apuntándole a la igualdad, la redistribución y los derechos sociales, pueda superar, en un escenario de posacuerdo, las causas estructurales del conflicto armado. Aunque por razones distintas a las de Duica, en su comentario al texto de Etxeberria, Camila de Gamboa también problematiza la tesis según la cual la memoria social habría de construirse sobre la base de un hacer públicos estos procesos de memoria interpersonal en el cara a cara entre las víctimas y los victimarios. Pero mientras para Duica el problema con este vínculo es en gran parte de corte pragmático, en cuanto que se pondría en juego en este nivel interpersonal una condición a la que no debería estar sujeto el interés público estatal de la transición hacia la paz (el don de un perdón casi imposible, por parte de la víctima; y el improbable arrepentimiento sincero y compungido por parte del victimario); para De Gamboa el problema con este vínculo entre memoria social y memoria interpersonal tiene que ver con que esta última exige la asignación de una responsabilidad individualizada, que impide la toma de conciencia por parte de los diversos actores sociales de las condiciones estructurales y sistémicas que favorecieron los actos de violencia, y las responsabilidades colectivas asociadas a estas.

Ahora bien, para seguir marcando el contraste entre la dimensión pública y la privada, Duica caracteriza el modo como se tiende a pensar en nuestro medio esa dimensión ética privada de la violencia, la memoria y el perdón, como una dominada por un ethos cristiano, señalando así que la necesidad de separar una memoria y un perdón privados, de una memoria y un perdón públicos, está aunada a la necesidad de separar, en el marco de una institucionalidad estatal moderna, lo religioso de lo secular. Por su parte, hay pasajes en el ensayo de Etxeberria donde la transformación ética parece describirse, efectivamente, en términos que evocan un lenguaje religioso (como el de “purificación de la vivencia memorial”). No obstante, las implicaciones de este registro religioso en el texto de Etxeberria no parecen acoplarse tan fácilmente a la versión que tiene Duica del perdón cristiano: la exigencia de arrepentimiento y confesión por el lado del victimario, y la exigencia de perdón caritativo y negador del yo por parte de la víctima, en un movimiento en el que la una y la otra implican una suerte de sacrificio ascético. Más bien ese lenguaje religioso con el que el ensayo de Etxeberria describe, por momentos, la transformación ética a la que apunta el hacer memoria de los actos de violencia por parte de víctimas y de victimarios, alude a una cierta capacidad por parte de unos y otros de tomar distancia de sí mismos, y en ese distanciamiento poder modificar la relación consigo mismos y con los demás.

De esta manera, aquí también resuena la reflexión sobre la cuestión ética de la alteridad (¿cómo dejarse interpelar por el otro? ¿Cómo dejar que esta interpelación modifique, afecte, problematice la relación de cada quien consigo?), que la contribución de Luis Eduardo Gama aborda desde su preocupación por la relación entre lenguaje y política; y que, a su manera, el artículo de Carlos Andrés Ramírez también aborda en su reflexión sobre la víctima, como identidad construida en un dispositivo de poder-saber que tiende a neutralizar y domesticar la potencia ético-política de su sufrimiento. Esta cuestión de la alteridad se deja ver también en el modo como Chaparro, en su comentario del texto de Duica, encuentra otra manera de pensar la primacía de lo ético-religioso sobre lo jurídico (distinta a la de Etxeberria). Una desde la cual se le plantea una potencial crítica al esquema dicotómico en el que opera el texto de Duica, mostrando su posible inestabilidad. Así mismo, el comentario de Chaparro llama la atención sobre los posibles efectos de la comprensión pragmatista de lo político sobre la que se sostiene el argumento de Duica, por su presunta incapacidad de apreciar el calado de las violencias estructurales en la historia del conflicto en Colombia, y la consecuente inatención a la intensidad de la respuesta, y la vigilancia, a la vez ética (porque implica una cierta apertura al dolor del otro y a cómo este nos interpela), y política (porque se asocia a la exigencia y la búsqueda de una transformación social), que esa historia demanda de nuestra parte.

Aunque de manera implícita, estas dos concepciones contrastantes en los textos de Etxeberria y de Duica con respecto a la relación entre violencia, memoria y perdón, se articulan implícitamente en una cierta manera de comprender cómo nuestra experiencia ética y política se configura en el lenguaje. La posición ética humanista de Etxeberria implícitamente concibe el lenguaje como la posibilidad de la reparación o consolidación de un vínculo ético entre unos seres humanos y otros, que implicaría unos dolorosos, difíciles, pero imprescindibles escenarios de diálogo entre víctimas y victimarios. Por su parte, en la comprensión pragmatista de Duica, el lenguaje y las interpretaciones de la realidad social, que en él articulamos, han de ser un medio para poder vivir mejor unos con otros; razón por la cual se puede defender la preponderancia de una interpretación pública de la violencia, la memoria y el perdón, por sobre las interpretaciones de carácter privado de estas. Precisamente, en relación con esta pregunta amplia sobre cómo pensar el papel del lenguaje en la configuración de nuestra experiencia ética y política, intervienen los textos de Gama y Ramírez, aunque lo hacen desde ángulos divergentes y con implicaciones también muy distintas.

La pregunta por los posibles modos de pensar la relación entre lenguaje y política articula explícitamente, como hilo conductor, el texto de Gama. La idea es reivindicar la relevancia ética de una comprensión de esta relación entre lenguaje y política que se tiende a ignorar y a pasar por alto en aquellas formas de comprensión del escenario de negociación de paz en La Habana más difundidas y predominantes en la opinión pública. Bien sea que se piense ese escenario desde la perspectiva de una concepción tecnocrática de la gestión gubernamental, como un medio necesario en una lógica instrumental a través de la cual el Estado le apuntaría a poder desplegar, a mediano y largo plazo, una estrategia de crecimiento económico y fortalecimiento institucional (como parecen concebirlo quienes enfatizan la necesidad de la eficiencia y los plazos expeditos del proceso); bien sea que se piense ese escenario desde la perspectiva normativa de la democracia deliberativa (como parecen hacerlo, según Gama, quienes abogan por una apertura de la mesa de negociación al mayor número de actores y sectores sociales de nuestro país), en ninguno de estos casos se le presta atención al componente irreductiblemente ético del diálogo, que Gama propone pensar de la mano de la concepción gadameriana de este. La comprensión hermenéutica del diálogo como distanciamiento de sí, de apertura al otro y de autotransformación, nos permitiría rescatar, según Gama, este componente ético irreductible que estaría en juego en un escenario como el de las negociaciones de paz.

La contribución de Ramírez a esta discusión introduce aun otra perspectiva para comprender la relación entre lenguaje y política, que se refiere a la propuesta de Foucault de pensar los ejercicios de poder en las sociedades modernas en términos de dispositivos de poder-saber que tienden a promover ciertas formas de ser, de pensar, de actuar, y a deshabilitar o invisibilizar otras. Desde esta perspectiva, Ramírez llama nuestra atención a cómo el gobierno de las víctimas, en el marco del aparato de una justicia transicional, implica el despliegue de un horizonte de sentido en el cual el dolor de las víctimas y su valencia ética y política se hace inteligible de cierto modo, insertándose, en virtud de esta inteligibilidad, en unas estrategias gubernamentales dirigidas a incidir en la conducta de los individuos y en los fenómenos de la población. Esta instrumentalización del dolor de las víctimas y de su estatus ético y jurídico, en el funcionamiento de una tecnología gubernamental humanitaria, se daría en la profusión de aquellos discursos estatales y no estatales que configuran peculiares modos de comprensión de, y de intervención en, la justicia transicional, la reparación y la emergencia humanitaria. Así, argumenta Ramírez, los procedimientos jurídicos, por un lado, y psicosociales, por el otro, para responder al trauma de la violencia sufrida por las víctimas, tienden a despolitizar su condición, neutralizando la fuerza crítica de denuncia del orden social y de las narrativas del progreso y de la reconciliación, que ese sufrimiento arrastra consigo. Una fuerza crítica que, resistiendo a ser integrada en un horizonte de sentido homogéneo y totalizante, debería mantenerse vigente, según Ramírez, como contrapeso de la tendencia consensual del llamado posconflicto. De este modo, el texto de Ramírez asume con cierta radicalidad la pregunta por la relación ética con una instancia de alteridad, al enfatizar la importancia ético-política de la fractura del horizonte de sentido tenido en común, y no su ampliación o reconfiguración. Esta radicalidad también guarda cierta relación con la diferencia que Diana Muñoz traza en su comentario al texto de Gama, entre el problema ético del encuentro con el otro, desde la noción gadameriana de diálogo, donde el distanciamiento de uno mismo que este encuentro reclama implica siempre una recomposición ampliada, renovada, de la propia perspectiva; y el problema ético del encuentro con el otro, como lo piensa Derrida, donde se enfatiza la fractura del horizonte de sentido y la imposibilidad de su recomposición.

Finalmente, en su comentario crítico al texto de Ramírez, Gama hace un llamado de atención sobre la dificultad de hacer la transición del nivel del análisis y la problematización conceptual, al nivel de la experiencia histórica en su densa y matizada complejidad. Gama argumenta que atender a esta última, en el caso de la actual coyuntura en nuestro país, implica reconocer que la realidad vivida por las víctimas del conflicto armado que se acogen a los procedimientos institucionales de reparación no puede simplemente ser considerada, como lo sugiere por momentos el texto de Ramírez, como la de unos sujetos pasivos normalizados y sujetados a un dispositivo gubernamental. Aunque Gama reconoce que el texto de Ramírez está modulado por una ambigüedad en cuanto que enfatiza cómo la identidad de la víctima se constituye en artefactos discursivos y técnicas de poder y, a la vez, cómo resiste a ellos; Gama argumenta que, en todo caso, la resistencia se tiende a pensar allí solamente en términos del heroísmo solitario de quienes afirmarían el carácter irrepresentable e innombrable de su daño y de su herida frente a aquellos procedimientos gubernamentales que buscan integrarlos y darles un sentido. Se trata de una ambigüedad que tal vez hace patente la dificultad que a veces encuentra la reflexión filosófica de hacerle justicia a la contingencia y singularidad de las circunstancias históricas con las que se enfrenta, cuando intenta pensar sobre, desde y reconociendo su arrojamiento en ellas. Una dificultad que también resalta el comentario de Camila de Gamboa sobre el texto de Etxeberria, mostrando algunas posibles limitaciones que surgen al extrapolar sus análisis, basados en la experiencia de violencia en el contexto vasco, al caso colombiano.

Sin duda esa inestabilidad y riesgo, esa dificultad que atraviesa el movimiento que va del análisis teórico-conceptual a la densidad de nuestra experiencia histórica en su contingencia y singularidad es una que confronta, a su manera, a todos los textos de esta compilación. En efecto, como hemos intentado presentarlo en esta introducción, todos los ejercicios de pensamiento recogidos en este libro, al intervenir analítica o críticamente en la actualidad, se confrontan con el reto de pensar y repensar, en algunos casos de manera más directa y en otros de forma más implícita, la relación entre la reflexión filosófica y las circunstancias histórico-políticas de las que esta emerge y en las que espera también, de cierto modo, intervenir. Pero no se trata simplemente de insistir en que los conceptos filosóficos son vacíos si no toman contacto y se alimentan de la realidad, ni de hacer valer mucho menos que la filosofía, lejos de ser un discurso inútil o poco práctico, puede dar las claves sobre el mundo y ofrecer las respuestas generales más esperadas: se trata de algo más, de algo distinto. De hecho, como el lector podrá ya advertirlo, al considerar que las reflexiones que aquí se presentan son intervenciones, buscamos desestabilizar la rígida frontera entre teoría y praxis para sugerir que las interpretaciones sobre lo real afectan nuestro sentido de la realidad y de lo que es válido, viable o pertinente en esta. De ahí también que la actualidad de estas intervenciones filosóficas no tenga que ver solamente, a nuestro parecer, con la manera en que cada una de ellas puede orientarnos en el esfuerzo de pensar nuestro presente, sino también con su capacidad para hacernos reconsiderar lo que es posible o realizable en este presente. Consideramos que esta no es una contribución menor, sobre todo en un presente que nos llama a reinterpretarlo para hacer imaginables y afirmables otras posibilidades de vida; un presente que inquiere por lo que supone la reconstrucción o, más aún, la construcción alternativa de sus horizontes de sentido, como se trata aquí y ahora en Colombia, cuando se debate sobre la construcción de paz. Sin embargo, ya es tarea del lector juzgar el alcance, las posibilidades y limitaciones de unas intervenciones que sólo esperan ser intervenidas y discutidas a la vez por los lectores, para contribuir así con la emergencia de múltiples espacios críticos, plurales y disensuales, como los que tanto necesitamos en el país para ir construyendo aquí una paz capaz de acoger, por fin, el conflicto en su seno.

Anders Fjeld, Carlos Manrique,

Diego Paredes y Laura Quintana

Agosto del 2016

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Notas

1 En estos años no son pocos los libros que se han publicado en el país sobre el conflicto social y armado y la construcción de paz: desde las importantes contribuciones para la comprensión del conflicto consignadas en el Informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (2015) y del valioso informe ¡Basta ya! junto al gran trabajo del Centro de Memoria Histórica; pasando por cartillas informativas e informes sobre la situación actual en el país (entre ellos: International Crisis Group 2012, 2013; ABC Colombia 2013; Agenda común para la paz desde los territorios 2014); y por publicaciones de difusión en las que se presentan y discuten las posibilidades y limitaciones del actual proceso de paz con las FARC-EP (por ejemplo: Lozano 2012; Angoso 2014; Estrada 2014; Medina 2014; todo el trabajo realizado en estos años por Plantea paz); hasta libros académicos, particularmente de historia o ciencia política y sociología, en los que el proceso se dimensiona históricamente, y en perspectiva internacional, desde un debate sobre las causas del conflicto armado interno y los desafíos institucionales de la construcción de paz (por citar algunos relevantes: Borda y Cepeda 2012; Muñoz 2012; Palacios 2012; Rettberg 2012; Ramírez 2013; Vargas 2013; González 2014; Gutiérrez 2014; Hernández 2014; Molano 2015; Múnera & Nanteuil 2015; Vallejo 2015; Estrada et al. 2015; Cruz 2016). Sin embargo lo singular de esta compilación académica, como lo precisaremos ahora, es que participa de la multiplicación de los debates que se vienen dando en torno a la construcción de paz, desde la mirada crítico-analítica de la filosofía, subrayando la inestabilidad y el carácter polémico de lo que aquí se discute y su conflictividad.