Intraterrestre - Claudia Trescher - E-Book

Intraterrestre E-Book

Claudia Trescher

0,0
7,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

A lo largo de la historia, el ser humano se ha preguntado por el origen del universo y de la vida. En búsqueda de respuestas elaboró diferentes y numerosas teorías. Pero, en ocasiones, años de investigación de prestigiosos científicos dedicados al campo de la historia se desmoronan ante la presencia de ciertos sitios y objetos que resurgen de la tierra desconcertando a la humanidad. ¿Qué hay más allá de lo que la ciencia enseña (y a la vez oculta)? El hombre no encuentra explicaciones para algunos de los objetos, lugares o relatos que perturban ese sueño tranquilo de creer que fuimos y somos los únicos poseedores del planeta. Las esferas metálicas de Klerksdorp, la anomalía magnética en el Lago Vostok o el inexplicable misterio de las pirámides sumergidas de Yonaguni evidencian que las explicaciones científicas son, por lo menos, incompletas. En Intraterrestre, Claudia Trescher aborda desde la ficción este deseo innato en el hombre de saber, conocer, entender. Pero a las explicaciones científicas suma relatos míticos ancestrales, mientras reflexiona sobre la ambición y la pretensión de dominio absoluto que enceguecen a la humanidad y la llevan a destruir nuestro planeta.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 186

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



PORTADA

Autor: Claudia Trescher

Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Fernanda Cao

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Trescher, Claudia Denisa

Intraterrestre : el principio del fin / Claudia Denisa Trescher. - 1a ed . - Córdona : Tinta Libre, 2019.

172 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-370-5

1. Ciencia Ficción. 2. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2018. Claudia Trescher

© 2018. Tinta Libre Ediciones

“Toda verdad pasa por tres fases.

Primero, es ridiculizada.

En segundo lugar, se encuentra con una violenta oposición.

Y, en tercer lugar, es aceptada como evidente”.

Arthur Schopenhauer

CAPÍTULO I

EL NIÑO

Toda su vida había anhelado ser reconocido y respetado por sus logros. Amante de la historia antigua, Augusto pasaba las noches en vela tratando de descubrir lo que era incierto y misterioso para muchos.

Prisionero en su afán de conocimiento, años de sacrificio desmesurado y soledad lo llevaron a convertirse en el arqueólogo que tanto soñó. Desde niño fue cimentando su destino y profesión a medida que la curiosidad lo llevaba a explorar cada palmo de aquellas tierras inhóspitas que rodeaban a su humilde hogar.

Al rememorar sus raíces, recordaba con dolor la pobreza extrema en la que había vivido, con una familia numerosa, nueve hermanos y un padre con problemas de alcoholismo. Augusto, con tan solo cinco años de edad, ayudaba a su cansada y abatida madre en la economía del hogar, vendía los panes recién salidos del horno de barro que todas las mañanas preparaban para intentar abastecer a la familia con lo básico del día.

Aunque la realidad que lo rodeaba era muy diferente a sus sueños, observaba los cerros de su tierra con el afán de algún día descubrir y sacar a la luz los secretos de aquellos que antes habían poblado la solitaria y olvidada región en la que vivía; no había electricidad ni agua en los alrededores de aquel lugar perdido de la provincia de Jujuy. La sequía extrema junto con el polvo que levantaban las incesantes ráfagas de viento azotaban su rostro resecándolo al punto de cuartear su piel joven, mientras que el sol inclemente agrietaba sus labios. El niño caminaba horas hasta llegar a la ruta en donde ofrecía los productos del sudor y del hambre; los turistas, apiadados por su vestimenta y aspecto, los compraban sin pensarlo.

La rutinaria vida de pobreza y malas condiciones lo hacían aferrarse cada vez más a su sueño de algún día salir de allí y concretar sus estudios. Sin saber leer ni escribir, a pesar de que ya tenía once años, Augusto imaginaba una vida lejos de su hogar. Cuando cumplió catorce, la falta de medios ya se había llevado a tres de sus hermanos: la mala alimentación sumada a la precaria atención médica, arrastraron a los pequeños a la muerte por desnutrición. La angustia de Augusto se acrecentaba al ver a su padre, quien, lejos de interesarse por mejorar la situación de su familia, gastaba las pocas monedas que conseguían entre todos en bebidas alcohólicas y luego se dedicaba a su deporte favorito, golpear a su mujer e hijos.

A pesar de lo vivido con su padre y su pasado de hambre, luego de muchos años de superación, aquel hombre se dio cuenta de que su sufrimiento se había debido a la falta de opciones que había tenido su familia. Con sacrificio terminó la escuela primaria y luego, con más esfuerzo aún, la secundaria; estudió en escuelas nocturnas, con pocas horas libres de descanso entre trabajo y libros. Pero su sueño era más grande, él quería ser arqueólogo. A los veintidós años, abandonó su hogar y con espíritu de superación se dirigió a las grandes ciudades con el objetivo de estudiar en la universidad. Realizó diversos trabajos, desde ser mozo en un bar hasta limpiar los baños de estaciones de servicio, pero nada de eso le molestó, más bien para él en ese momento era absolutamente perfecto.

Transitó la universidad mientras era conserje en un hotel; aunque el sueldo era mínimo, allí consiguió un lugar donde hospedarse sin pagar renta, lo que le ayudó con los gastos que iban surgiendo entre trasporte y materiales. Aunque a muchos pudiera parecerles algo imposible, aquel hombre de pueblo lo logró, y más grande fue la sorpresa de todos cuando comenzó a recibir menciones honoríficas que lo llevaron a conseguir prestigiosos trabajos en diversas partes del mundo. Su reputación en el mundo académico fue aumentando cada año.

Su obsesión principal fue acumular títulos como trofeos de guerra, uno tras otro. En ese camino, se olvidó de las cosas importantes, más bien olvidó el sentido de la vida, esos detalles que a cualquiera paralizan o movilizan, el sabor de las cosas pequeñas, una reunión con amigos, un cumpleaños, un amor; nada era más importante que la ambición de llegar lejos. Ni siquiera el dinero era suficiente, no saciaba su sed de vacío. Licenciado en Humanidades, en Historia y Arqueología prehistórica, con doctorados en estudios andinos y medievales, maestrías en geografía y arqueología subacuática. En pocos años creció tanto que era evidente que su único propósito desde que abría los ojos en la mañana era entender el pasado hasta apropiarse de él, quizás algo de su antiguo dolor perduraba en su interior, no había cerrado la puerta a sus preguntas y solo se respondía con lo que sus libros y sus investigaciones le mostraban. Unida a su ambición por el saber, la gloria por el reconocimiento público lo obsesionaba, como si quisiera exorcizar sus orígenes anónimos y, a la vez, prolongar su existencia más allá de la vida mortal.

Giraba mensualmente dinero a su familia, pero nunca los visitó. A los cuarenta y tres años Augusto se había convertido en uno de los mejores arqueólogos de Latinoamérica. Numerosos y prestigiosos eran los trabajos emprendía, se convirtió en un especialista en su área de estudio de forma tal que llegó a dictar cátedra en distintas universidades del mundo. Los años pasaron, el éxito había golpeado temprano en su puerta y a los sesenta y dos años aquel hombre ya era una leyenda. Era tan admirado como odiado por sus estudiantes y sus pares, es sabido que el mundillo académico se caracteriza por las envidias más que por los elogios.

A pesar de que a la vista de los demás había concretado sus ideales, la ambición de descubrir algo más grande lo colmaba por completo, todo lo que sabía o conocía eran solo cosas superfluas, su mayor deseo era impactar con algo que maravillara a la humanidad. Hombre culto, reconocido mundialmente y que disfrutaba de lujos nunca imaginados, el arqueólogo no lograba olvidarse de aquella montaña de Jujuy en la que se había criado. Aún podía sentir, cada vez que cerraba los ojos, el aroma de la tierra, las plantas, el sol en su cabeza, ese silencio en la noche que de niño lo acompañó cuando ya no tenía fe en nada. La melancolía de los recuerdos de su tierra se interponía en su mente invadiendo cada sentido, cualquier aroma o imagen serrana potenciaba su memoria. Recordaba aquellos caminos de montaña que de niño recorría cada tarde, cuando la puesta de sol y el canto de las alimañas que colmaban aquellas tierras indicaban que era el momento de regresar al hogar. Había explorado, estudiado y elaborado miles de informes, pudo apreciar diferentes geografías, desde crueles desiertos a llanuras, mesetas, montes empinados, siempre buscando la relación entre el pasado y el medio ambiente. Visitó los sitios más remotos del mundo, pero solo aquella pequeña montaña era la que no se atrevía a desafiar a pesar de conocerla en detalle. Es que aquel hombre solitario portaba un poderoso secreto, algo tan indescriptible e incomprensible para su materia de estudio, que prefirió guardárselo y esconderlo de los ojos del mundo. Pero como era de esperarse, su edad comenzó a atormentarlo, algo en él despertó la necesidad de enfrentar sus viejos fantasmas. Y aquel lluvioso 12 de diciembre del 2018 ni siquiera él fue capaz de presagiar que el destino de la humanidad entera quedaba sellado por su decisión.

CAPÍTULO II

LA PIEDRA

Todos los días Augusto se levantaba muy temprano para dirigirse a su trabajo en la universidad donde desplegaba toda su experiencia y sabiduría ante jóvenes entusiastas. Era un profesor severo pero respetado por sus conocimientos, los numerosos libros eran el claro ejemplo de su saber. Le costaba en ocasiones interactuar humanamente con los grupos, su falta de empatía hacia los demás lo diferenciaba y lo distanciaba de sus colegas, pero, a la vez, en cierta forma, atraía a sus alumnos quienes lo admiraban: la juventud suele considerar a la soberbia como una virtud. Había estado a cargo de numerosas expediciones y proyectos, fue testigo privilegiado en descubrimientos considerados más tarde patrimonio cultural. Conocedor de más de seis idiomas y con contactos en las altas esferas del poder, pero aun así era poco querido en su campo de trabajo. Jamás en sus años de labor interactuó con otros docentes, más bien los espantaba con su amplio campo de conocimiento y su carácter terco, razón que lo convertía en un hombre sumamente solitario.

Aquel día se notó diferente, la noticia de su jubilación lo desconcertó, en tantos años de trabajo ni siquiera notó el paso del tiempo, jamás festejo su cumpleaños, la edad era algo a lo que nunca prestó atención, era tan exigente consigo mismo que no tomó jamás vacaciones, hasta había empezado a evadir las prescripciones médicas que le sugerían. Pero, aunque intentaba escaparle al tiempo, este siempre gana la partida y así sintió cómo su sacrificada vida llegaba a su ocaso. Sin darse cuenta, a lo largo de su recorrido vital se fue convirtiendo en un ser egoísta, nunca pensó en familia, hijos, matrimonio; siempre creyó que eso era para débiles sin propósitos mayores, razón que lo hizo fracasar en sus experiencias amorosas.

A pesar de que su rostro le advertía detenerse, —sus canas habían sido un claro aviso —su cuerpo empezaba a moverse más lentamente y hasta su mente, en ocasiones, dejaba de ser ágil, no quería detenerse. No se conformaba con ninguno de sus logros, sentía que no había concretado nada realmente importante en su vida, aunque cualquiera hubiera deseado lograr la mitad de sus triunfos. De ser un niño que vivía en un sitio desolado, ahora era un hombre famoso, con un gran caudal de experiencias y un pasar económico satisfactorio, pero su interior estaba vacío y no quería dejar aquello que con tanto esmero creyó haber forjado.

Se aproximaban sus últimos días en aquella universidad prestigiosa en la que se había desempeñado en sus mejores años. Pero, aunque su mente se negaba, llegó el momento más temido, su último día de trabajo. Al regresar a su casa, se recostó en la cama y solo pensaba en qué hacer con su destino, ¿cómo sería su vida a partir de ese momento? El trabajo había sido su única compañía todos esos años y ahora ¿cómo podría lidiar con la ausencia de su única gran pasión? El amor en su corazón no existía, la familia, los amigos, nadie a su alrededor presente, no solo porque jamás forjó lazos sino que su soberbia alejaba aún más a las personas, pero eso nunca le importó, ni siquiera en el momento en el que se daba cuenta de que ya no le quedaba nada, ni su amada historia.

Sin llegar a lamentarse por su culpable soledad, en su cabeza fueron desfilando diferentes alternativas de qué podría hacer con su actual inactividad: viajar no era una opción, ya había recorrido demasiado el mundo; los deportes a su edad no serían una distracción ya que jamás habían sido su fuerte, además su última condición de salud era algo que lo limitaba, pero trataba de no pensar demasiado en eso y buscaba un escape a su realidad. En la marea de pensamientos que lo llevaban de acá para allá, la montaña jujeña se proyectaba una y otra vez en su cabeza; aunque el hombre no creía en las señales, de inmediato entendió el mensaje que su inconsciente le trasmitía. El tiempo que llevaba esquivando ese llamado llegó a su fin: entre resignado e ilusionado, se levantó de la cama. Rebuscó en el desorden de su departamento y finalmente encontró lo que buscaba. Cuando abrió la caja, una chispa de vitalidad recorrió todo su cuerpo. Tanto tiempo escondiéndose de sí mismo, tantos recuerdos dolorosos: había llegado el momento de desempolvar el pasado y darle vida. Inmediatamente, como si descubriera que tenía una nueva oportunidad empezó a diseñar un plan de acción.

Sabía que no sería fácil pero la forma en que lo atraía aquel lugar lo hacía sentir que hallaría lo que durante tanto tiempo había buscado por el mundo, aquel descubrimiento que lo llevaría definitivamente a la fama inmortal. Quería pasar a la Historia grande e intuyó que en esa montaña cumpliría su deseo. Rápidamente comenzó con la solicitud de exploración y pensó en quiénes lo podrían acompañar en la aventura y se decidió por dos jóvenes recién salidos de la universidad, aunque no tenían experiencia, su entusiasmo bastaría.

Una semana después los citó en un bar cercano a su casa, Augusto obvió decirles a los jóvenes los rechazos de excavación que había peticionado. A pesar de tener un currículo excelente, siempre fue un mal compañero y, al dejar de pertenecer al sistema, para los demás solo comenzaba a ser un viejo molesto con ideas locas de descubrimientos absurdos.

Los muchachos se sentaron dispuestos a oír su plan y cuál era el argumento viable que lo hacía creer que descubriría algo en aquella desolada montaña.

—Quiero decirle que es un privilegio para nosotros que nos haya elegido, pero aún no entendemos bien qué es lo que lo motiva, ¿acaso ha encontrado algo allí? —preguntó sin muchos rodeos uno de los muchachos.

—No me gusta que me abrumen así y, mucho menos, que me cuestionen. Sé muy bien que sus notas no son las mejores. Tú apenas lograste aprobar mis materias, no quieras jugar al arqueólogo conmigo. Además, deberían considerar esto como un inicio fantástico para su carrera, ustedes aún son semillas ni siquiera tiraron sus primeros brotes, aquí les estoy ofreciendo una excelente oportunidad —respondió Augusto con su típica forma despectiva de contestar.

El otro joven sentado a su derecha lo miró y le dijo:

—Mi nombre es Esteban y mi compañero es Franco, creo que ya lo sabe, ¿no es así? Pero, aunque seamos semillas somos caballeros a la antigua y nos hubiera gustado comenzar con un apretón de manos y un saludo más cordial. Fuimos alumnos suyos por años, lo hemos admirado y temido por su carácter, lo que ambos no entendemos es por qué alguien de su prestigio y calificación contrataría a dos jóvenes arqueólogos de nula experiencia y, como usted antes lo dijo, con tan deficientes calificaciones. No podemos trabajar con usted si no nos da precisiones sobre lo que buscaremos en Jujuy.

—Ese es un espíritu frustrado muchacho, así nunca llegarás a nada, en la arqueología no hace falta tener pruebas, más bien las debes buscar. Pero, por su insistencia, se los explicaré, son muy tenaces y eso me gusta, me recuerdan a mí.

Tomó un sorbo de whisky y continuó.

—La montaña jujeña de la que les hablo se encuentra ubicada el cerro Tuzgle, cuenta con un volcán en actividad y tengo pruebas suficientes sobre una antigua cultura que habitó la zona.

El joven delgado interrumpió.

—Hemos estudiado las antiguas culturas del mundo entero y conocemos muy bien cuáles fueron los diferentes pueblos que vivieron allí, no hay nada fuera de lo común en esos sectores.

—Franco, lo único que te distinguía del resto en cada clase eran tus interrupciones y tu falta de racionalización ante algunas consignas, muchos dirán que es típico de la edad, pero para mí te inclinas más a ser una persona con serios complejos y con pocas perspectivas de superación, por eso te estoy ofreciendo resarcir esa parte de ti que te ha llevado a fracasar muchas veces, como en mis materias, por ejemplo —respondió Augusto silenciando con aspereza al joven.

—¿Y los permisos y aprobaciones? —interrumpió Esteban que quería salir de aquella conversación incómoda.

—Eso es lo de menos —respondió, esquivo, el viejo arqueólogo.

—¿Quiere decir que estamos aquí fantaseando sin siquiera saber si concretaremos la expedición? Me parece absurdo —intervino Franco con cierto rencor por su ego herido.

—Está bien, cuéntenos cuál es su proyecto y nosotros decidiremos si lo acompañaremos —dijo Esteban apoyando sus brazos sobre la pequeña mesa de bar. Intentaba mantener fortaleza y confianza ante los ojos de aquel viejo, pero su personalidad pertenecía a un polo opuesto, aunque tenía la intrepidez típica de su edad, le costaba interactuar con aquel que se mostraba tan áspero. Hijo único de padres docentes y con valores que lo distinguían a la hora de hacer respetar sus ideas y las de los demás, no se precipitaba ni se dejaba llevar por juicios apresurados.

—Aunque casi nadie sabe de dónde provengo, mi hogar era aquella montaña y les puedo asegurar, con firme convicción, que voy a hallar algo en aquel sitio. He estudiado con detalle algunos relatos que han sido dejados de lado por el mundo académico, sé que les parecerá poco serio que nos basemos en ellos, pero cuento con el beneficio de poseer algo que le da la credibilidad suficiente a las meras hipótesis que algunos manejaban. Nadie conoce la ubicación geográfica de ese lugar, debido a que no hay un registro que nos acredite la misma, solo la descripción de su forma de vida. Es un sitio remoto, oculto en el planeta, algunos llegaron hablar de su característica atemporal, es decir, un lugar donde no existe el tiempo. En mis años que llevo investigando y profundizando, he llegado a entender que se lo considera un lugar capaz de poder acceder a cualquier momento de la historia. Aquel nombre siempre estuvo en mi cabeza rebotando como eco en mis recuerdos —hizo una pausa mientras miraba a los ojos a los jóvenes quienes estaban expectantes—. Aquel lugar se llama Agartha.

Se produjo un silencio mientras los oyentes procesaban lo que acababan de escuchar. Impulsivo, Franco fue el primero en reaccionar.

—Solo puedo decirle que me parece absurda su explicación. Agartha no es un secreto para nosotros, es solo un mito, una leyenda con un fundamento teosófico, un pueblo ideal, aquel mundo subterráneo donde la paz era el pilar y bla bla bla, pero usted me está hablando de una montaña jujeña, que no tiene ninguna conexión con aquellas leyendas. Me extraña de un hombre con su sabiduría y experiencia: es imposible encontrar algo allí, ni siquiera hay el más mínimo rastro. Como le dije, es solo un mito; además si fuera así, ya la habrían explorado —respondió Franco, decepcionado.

—Joven, el ignorante es usted. Cuando uno habla de mito en este mundo racionalista del siglo en que nos encontramos, aparece como si fuese algo falso. Sin embargo, le explico que, en su sentido amplio, mito refiere a una acción sagrada en el pasado, algo tan lejano en la historia que se ha sacralizado. La narración mítica es aquella que está más lejana en el tiempo que la leyenda. Eso no significa necesariamente que sea falso —respondió el viejo enfadado por el cuestionamiento del joven.

Y continuó.

—Estamos hablando de un mundo dentro de otro mundo, aquel sitio, descripto con detales en numerosos relatos, un Reyno que gobernaría la tierra desde las profundidades —les explicaba Augusto apasionadamente.

—Disculpe, profesor, pero esto está dejando de ser serio. Somos profesionales, ¿nos quiere dar cátedra sobre mundos fantásticos?

—¿Mundos fantásticos? Pero, ¡qué vergüenza tu incompetencia y límite cerebral! —respondió el enfadado arqueólogo.

La cara de los jóvenes expresaba desilusión, a aquel profesor lo habían admirado durante todos sus años universitarios. Mientras observaban como se tomaba el whisky, no dudaron en considerar que eran solo disparates de un viejo decadente.

—¿Es una broma? —preguntó Franco.

—Para que me comprendan un poco, les aclaro que quizás mi argumento hasta el momento no suene del todo convincente. Pasaré a explicarles: este lugar, mejor dicho, este relato sobre Agartha, se originó por primera vez en el año 1957. Por supuesto que para muchos era una absurda teoría y solo se limitaron a aplicarla en literatura, la llevaron al punto de que la gente solo cree que es un mero relato que salió de la nada, de la cabeza de algún loco, pero yo sé la verdad. Luego de dudar por años de ciertas pruebas con las que me encontraba, mis registros me llevaron a descubrir que en ese preciso año en el que la teoría de Agartha nacía, fue exactamente cuándo se me reveló su secreto.

—Gracias por la invitación —dijo Esteban mientras ponía su mano en el bolsillo para sacar la billetera e irse inmediatamente de aquel lugar.

El arqueólogo, con un gesto de desesperación, tomó fuertemente del brazo al joven y lo sentó de un empujón.

—Está bien, les mostraré las pruebas, pero nadie tiene que saber sobre esto, ¿entendieron? —les dijo Augusto mientras los miraba con sospecha, pero desesperado por concretar su misión.

Tomó su maletín y extrajo de él un paño sedoso de color negro, lo apoyó delicadamente sobre la mesa y deslizó aquella fina tela. Los jóvenes estaban a la espera de lo que se encontraba oculto entre aquellas sedas. Al descubrirla, apareció ante los ojos de los muchachos una esfera de piedra y metal, completamente labrada a lo largo de toda su circunferencia con dibujos desconocidos y en perfecta condición de colores que iban desde el azul intenso a un verde esmeralda con una tonalidad profunda. Era pequeña, ya que entraba en la palma de la mano, pero pesaba aproximadamente un kilogramo. Su brillo era hipnotizador, los jóvenes abrieron sus ojos con asombro y no podían dejar de observar el objeto mientras el viejo lo hacía girar entre sus manos. Cuando la contemplaron al detalle, los atemorizó una característica particular que la diferenciaba de cualquier otro objeto antes contemplado por ellos: el brillo se deslizaba con movimiento propio. Por un momento creyeron que solo era un objeto con algún mecanismo para jugarles una estafa, pero luego de un rato de observar detenidamente confirmaron lo que estaba frente a sus ojos: aquella esfera poseía en sus colores un movimiento constante, en donde sus matices se mezclaban y retomaban su color inicial, por momentos la mezcla de colores en movimientos llegaban al negro, hasta que pequeños destellos comenzaban aparecer como estrellas, mientras poco a poco sus dibujos se ilustraban de nuevo.

—Hace demasiados años que la contemplo, una de sus características es que pierde sus ilustraciones cuando entra en contacto con el tacto, luego de un rato, al estar inerte retoma su aspecto —explicó el viejo, mientras los jóvenes estaban atónitos ante aquella belleza de colores.