Introducción a Bertrand Russell - Francisco Manuel Saurí Mercader - E-Book

Introducción a Bertrand Russell E-Book

Francisco Manuel Saurí Mercader

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Bertrand Russell, Premio Nobel de la literatura en 1950, fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Por un lado, sus ensayos sobre moral, religión, ética y política —en los que reflejó sus ideas progresistas y pacifistas— lo dieron a conocer entre el gran público. Por el otro, y en al ámbito más estrictamente filosófico, fue un destacado lógico y uno de los pioneros de la filosofía analítica y de la filosofía del lenguaje. Siempre teniendo en cuenta estas dos facetas del autor, el presente libro constituye una rigurosa síntesis de las numerosas aportaciones de Russell como ensayista y lógico.

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Fotografías: Bridgeman Images: 32-33, 47, 89, 134-135; Album: 57 (arriba izq.), 80-81, 123; Corbis: 57 (arriba dcha.), 103, 143 (arriba); Archivo RBA: 57 (abajo); Getty Images: 110-111, 143 (abajo). Texto: Francisco Manuel Saurí Mercader. Diseño de la cubierta: Luz de la Mora. Diseño del interior y de las infografías: Tactilestudio.com. Realización: Editec Ediciones.

© RBA Coleccionables, S.A.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2023.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición en esta colección: enero de 2023

REF.: GEBO592

ISBN: 978-84-2499-900-1

REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL • EL TALLER DEL LLIBRE, S. L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO

Bertrand Russell es uno de los pensadores más conocidos del siglo XX, quien, por sus méritos, ganó rápidamente un lugar en la historia de la filosofía. Su popularidad se debió a la publicación de un número muy notable de libros y ensayos sobre temas morales, sociales y políticos, explicados con un estilo ágil y directo, y repletos de notas divertidas y de reflexiones claras y poderosas. Sobre todo, son esas obras las que le convirtieron en un paladín del humanismo liberal. La figura de Bertrand Russell que ha quedado fijada en la memoria colectiva es la de un héroe de los racionalistas, libre de las cargas del dogma religioso y metafísico y dedicado a la causa de la libertad humana y del progreso social y político.

La obra del Russell comprometido con los problemas de interés e importancia generales es todavía lo suficientemente cercana en el tiempo como para resultar no solo familiar al lector contemporáneo, sino actual en un sentido absoluto. En su lectura se encuentra una visión privilegiada del mundo de hoy en sus comienzos, lo que permite una radiografía de claridad meridiana. Las reflexiones del autor son aplicables de manera directa a la inmensa mayoría de problemas a los que se enfrenta la ciudadanía global a día de hoy.

Paradójicamente, muy pocos de los lectores de esta vertiente del pensamiento russelliano puede encontrar accesibles sus contribuciones más técnicas, aquellas que hicieron de él también una figura esencial entre los filósofos. Bertrand Russell fue uno de los lógicos más importantes de su momento. Junto al matemático y filósofo Alfred North Whitehead, que había sido su profesor, escribió una de las obras más importantes de la historia de la lógica: Principia Mathematica. Su filosofía de las matemáticas marcó un hito en la historia de la «reina de las ciencias» y fue el punto de partida que le llevó a desarrollar la filosofía analítica, una disciplina que mantiene su vigor entre sus practicantes y su influencia en general.

Al mismo tiempo en que intervenía en los desarrollos más importantes de la lógica y las matemáticas, su pensamiento daba impulso a diversas corrientes que serían fundamentales en el futuro, como el positivismo lógico. También se le considera uno de los primeros protagonistas del denominado «giro lingüístico» en la jerga filosófica, es decir, un pionero de la filosofía del lenguaje. Usó la lógica para demostrar la capacidad del lenguaje como instrumento para inducir soluciones filosóficas, lo que hacía de este un objetivo filosófico primordial. Esta metodología puso en entredicho los métodos antiguos y las teorías filosóficas que resultaban de ellos.

Desde un principio, la filosofía analítica, inaugurada por el autor, pretendió desarrollar un estilo de pensamiento donde los criterios predominantes en el tratamiento de cualquier tema fuesen la precisión y la profundidad. Desde esa sólida base, Russell aplicó los recientes avances de la lógica de su tiempo para analizar el lenguaje y solucionar problemas filosóficos. Contaba como antecedente con el matemático, lógico y filósofo alemán Gottlob Frege, que había conseguido que la lógica diera grandes pasos en la explicación del mecanismo de los razonamientos del ser humano, después de cientos de años sin que experimentara ningún progreso.

La magna obra russelliana Principia Mathematica constituyó un intento de mostrar que este planteamiento, el logicismo, era factible. Para el logicismo, la distinción entre matemáticas y lógica era puramente aparente. Los números podían explicarse en términos de la lógica, de la misma manera que las reacciones químicas pueden explicarse mediante las teorías que explican las interacciones de los átomos de la física.

Los problemas metafísicos que encontró el filósofo al plasmar sus intenciones logicistas durante la fundación de la filosofía analítica le llevaron a desarrollar su propia interpretación de este campo de pensamiento, que bautizaría con el nombre de «atomismo lógico». Según esta concepción, el mundo está formado por cosas concretas, sus propiedades y sus relaciones, de la misma manera que los átomos de la física están formados de neutrones, protones y electrones. Las propiedades y las relaciones existen como existen las cosas, una noción platónica en pleno siglo XX.

El primer impacto fundamental de Russell en el pensamiento de su siglo se manifestaría en el poderoso trabajo de su reconocido alumno Ludwig Wittgenstein, iniciador de la llamada filosofía del lenguaje ordinario. Sin embargo, la relación entre ambos hombres se plasmaría en forma de una diferencia creciente. Russell nunca estuvo de acuerdo con muchos puntos esenciales de la posición de Wittgenstein, a pesar de que la propuesta del alumno era una evolución de las bases que el filósofo británico había puesto.

Es muy posible que Bertrand Russell no hubiera ocupado un lugar preferente en el imaginario popular si hubiera tratado solo temas de filosofía del lenguaje. A pesar de la importancia de sus hallazgos técnicos, estos hubieran quedado como un capítulo de la historia interior de la filosofía y no hubieran sido demasiado conocidos si su autor no se hubiera convertido también en un referente del pensamiento adelantado y la contestación. Su obra fundamental en este campo fue Principios de reconstrucción social (1916), que puso los cimientos teóricos de sus posturas.

Su relevancia en este campo vino de la mano de sus actividades antibelicistas durante la Primera Guerra Mundial. No solo renunció al liberalismo, sino que militó en su contra, y llegó por ello a ser condenado y encarcelado hasta en dos ocasiones. Sus protestas lo enemistaron con las autoridades británicas, pero también con buena parte de la población de su país. Alertó del control tecnocrático sobre la sociedad moderna, del consumismo o de los excesos del mercado, tanto como de la deriva al autoritarismo del Estado demasiado intervencionista. En el terreno político y económico, exigió siempre al poder estatal el mantenimiento de unos mínimos necesarios para la supervivencia de la población, una disposición contrapesada por el poder de la sociedad civil, organizada en empresas, asociaciones y todo tipo de instituciones civiles.

En la década de 1920, Russell teorizó sobre la educación, pero también decidió pasar a la acción fundando una escuela, Beacon Hill, que estuvo abierta durante casi veinte años gracias a su segunda esposa, Dora Black. En aquella institución creada por propia iniciativa, intentó plasmar los principios que había establecido en Sobre educación (1926), que todavía en la actualidad goza del favor de pedagogos y personas interesadas en el tema.

El filósofo clamaba contra una educación orientada a conseguir seguidores fieles al orden establecido, el dinero y la nación, y demandaba que la pedagogía sirviese a los fines del individuo. El ser humano no es bueno o malo y la educación no debe actuar sobre él con mentalidad fiscalizadora, sino que debe orientar los impulsos de la persona para que esta se realice a sí misma y sus acciones sean una contribución a la comunidad. A juicio de Russell, toda educación debía ser guiada por un ideal.

Contestando a las consideraciones utilitaristas que habían dominado la teoría social de Inglaterra durante décadas, el pensador defendió el conocimiento en general, y la ciencia y la tecnología en particular, como instrumentos útiles de progreso social. Pero también previno contra los males que podía acarrear su manipulación por parte de los poderes establecidos y contra su potencial para la destrucción de la humanidad. Toda actividad del hombre debe estar guiada por el espíritu humano, encarnado en las disciplinas propias de las humanidades: el arte, la literatura, la filosofía…

En su vertiente de pensador sobre los problemas del ser humano, ofreció soluciones «filosóficas» para guiar nuestra vida, como las que aparecen en uno de sus libros más conocidos y celebrados: La conquista de la felicidad. Sus teorías sobre el matrimonio y el sexo fueron polémicas y produjeron un verdadero escándalo, lo mismo que sucedió con sus opiniones acerca de la religión. Se declaraba profundamente ateo y detestaba todas las manifestaciones religiosas organizadas, en las cuales incluía todo tipo de sistemas de pensamiento cerrados, como el capitalismo o el comunismo.

Su larga vida le dio la oportunidad de jugar un papel protagonista como intelectual comprometido en Gran Bretaña y Estados Unidos. Produjo una enorme cantidad de artículos y panfletos sobre activismo, incluyendo la desobediencia civil. Después de la Segunda Guerra Mundial, los grupos pacifistas y contrarios a la proliferación de las armas nucleares reavivaron el compromiso de pensador, de manera que la imagen más permanente que ha quedado de él fue la de un nonagenario que seguía participando en las protestas contra el arsenal nuclear británico. Russell ganó en aquellos años una inmensa relevancia mediática después de lograr que algunas de sus cartas a los dirigentes mundiales en la época de la Guerra Fría fueran contestadas.

Fue en esa época en la que su figura alcanzó su máxima altura y se forjó la imagen que ha quedado en la memoria. La influencia social de su pensamiento como visionario, educador o moralista demostró ser entonces tanto o más poderosa que la que había ejercido su trabajo en la lógica y filosofía de las matemáticas. Bertrand Russell se convirtió en un ejemplo de coherencia, un notabilísimo caso del filósofo cuya vida misma es una puesta en práctica de sus doctrinas.

Esa actitud ejemplar no quedó sin consecuencias. En más de una ocasión durante su vida tuvo que pagar el precio de pensar contra la corriente. Sus oponentes le presentaron a menudo como una suerte de Mefistófeles y, de modo vergonzoso, no faltaron académicos que le atacaron por considerarlo un pensador «peligroso». En ocasiones, los boicots personales le dejaron malparado y solo pudo salir a flote con grandes esfuerzos. Una situación todavía más injusta si se tiene en cuenta que muchas de sus ideas sobre muchas cuestiones sociales y morales se corresponden con la visión que hoy en día está más generalizada.

Sin embargo, su pluma era tan brillante y su verbo tan acerado, tanto en las tablas del mitin tradicional como en la televisión cuando esta se generalizó, que siempre fue capaz de rendir a las audiencias hostiles y de dejar un buen puñado de argumentos veraces sobre la mesa. A diferencia de muchos filósofos de toda la historia, Russell se preocupó de llegar al público más amplio posible, y sin duda lo consiguió. No en vano suyo es el honor de haber publicado el primer libro superventas de filosofía: Historia de la filosofía occidental. Su pensamiento luminoso, cálido, siempre humano, condensado en frases penetrantes extraídas del inmenso cuerpo que forman sus textos, corre hoy en día por la red más vivo y más esclarecedor que nunca.

Quizá por seguir sus propias recomendaciones sobre cómo conseguir la felicidad, Bertrand Russell llegó a los noventa y ocho años, una edad anciana incluso para los estándares actuales. Continuó trabajando hasta el último momento y, en su compromiso con la mejora de la vida humana a través de la filosofía, las ideas que propuso han acabado convirtiéndose en lo que se considera el sentido común del atribulado siglo XX.

OBRA

Obras de lógica: los libros en los que el autor volcó el cuerpo principal de su trabajo propiamente lógico presentan textos muy técnicos.Los principios de las matemáticas (1903)«Sobre la denotación» (1905)Principia Mathematica (tres volúmenes, publicados en 1910, 1912 y 1913)Obras de filosofía analítica: el autor evolucionó su pensamiento lógico para plantearse cuestiones metafísicas, con las que exploró diferentes aspectos de la realidad y la relación del ser humano con ella.Los principios de la filosofía (1912)La filosofía del atomismo lógico (1918)Análisis de la mente (1921)Nuestro conocimiento del mundo externo (1914)Análisis de la materia (1927)El conocimiento humano. Su alcance y sus límites (1948)Obras de filosofía social y política: considerada menor por algunos académicos, esta parte de la filosofía russelliana acabaría resultando la más conocida. En ella, el autor apostó por la filosofía práctica y se alejó de tecnicismos.Principios de reconstrucción social (1916) Sobre educación (1926)Matrimonio y moral (1929)La conquista de la felicidad (1930)La mirada científica (1931)Por qué no soy cristiano (1956)

EN BUSCA DEL FUNDAMENTO DE LAS MATEMÁTICAS

Bertrand Arthur William Russell fue el tercer hijo del matrimonio entre el político y escritor británico John Russell (1842-1876), vizconde de Amberley, y Katharine Louisa Stanley (1844-1874). El matrimonio se celebró en 1864, cuando ambos tenían veintiún años. John era conocido por sus opiniones poco ortodoxas sobre religión y por su activa defensa del control de natalidad y el voto femenino, que contribuyeron a acortar su carrera como miembro del Partido Liberal en el Parlamento. Kate, como solía ser llamada su esposa, era una sufragista y una pionera en la lucha por los derechos de la mujer.

La pareja descendía de dos poderosas familias aristocráticas inglesas al servicio de la corona británica, que se habían distinguido, sin embargo, por sus puntos de vista adelantados. El abuelo materno era el político liberal Edward Stanley (1802-1869), segundo barón Stanley de Alderley, conocido como lord Eddisbury. El abuelo paterno fue lord John Russell (1792-1878), primer conde de Russell y dos veces primer ministro con la reina Victoria (1819-1901), cargo en el que abogó infatigablemente en favor de la ampliación de las libertades.

Cuando se llevó a cabo el enlace Russell-Stanley, la reina Victoria llevaba ya veintisiete años de reinado y llegaría aún a ver el nuevo siglo. El período victoriano había producido una inmensa transformación en Inglaterra, pero no a causa de la oleada revolucionaria de 1848 que acabó con la Europa absolutista posterior a Napoleón, sino por su propio impulso. Las instituciones políticas inglesas habían sido las más avanzadas de Europa durante siglos, por lo que la isla fue el lugar donde menos se notaron las ondas de choque del período revolucionario. El cambio en Inglaterra había sido autónomo, y estuvo ligado a la industrialización.

Durante los primeros años del siglo XIX, se vieron totalmente desmanteladas las antiguas estructuras sociales heredadas y apareció la sociedad que retrató en sus obras el novelista Charles Dickens (1812-1870), el más sobresaliente escritor de aquella era. En aquel mundo que mostraba una producción de riquezas sin igual en la historia, convivían los burgueses inmensamente ricos con los proletarios inmensamente pobres que a menudo iban vestidos con harapos y cuyos hijos debían trabajar jornadas más largas que las que hoy la ley permite a los adultos.

La explosión demográfica de aquellos tiempos sirvió para agitar las ideas de los radicales en favor de la planificación familiar. A causa de la represión gubernamental, el movimiento tardó décadas en tener éxito, impulsado sobre todo por las antiguas colonias americanas en la década de 1870, cuando retomó su influencia en la metrópoli. Fue en ese contexto en el que los padres de Russell desarrollaron su activismo en favor de esas ideas. Pero el vizconde cosechó una estrepitosa derrota que le apartó de la política al presentarse al Parlamento con la bandera de la planificación familiar. Algunos biógrafos consideran que hay indicios de que el propio nacimiento de su tercer hijo, Bertrand, fuera la consecuencia de un fallo en la práctica de los métodos de contracepción de sus comprometidos padres, en una época en la que estos eran considerados escandalosos. De hecho, la pareja tenía ya dos vástagos, John Francis Stanley (Frank) (1865-1931) y Rachel Lucretia (1868-1874).

UN IMPERIO DE VAPOR Y ACERO

El singularmente prolongado reinado de Victoria, de 1837 a 1901, dio su nombre a toda una era de la historia. Los primeros tiempos de la época victoriana se caracterizaron por el crecimiento de las ciudades a costa del campo, debido a la extensión del vapor como fuerza motriz de las incipientes máquinas. Mientras que los grandes propietarios seguían teniendo su casa de campo, donde todavía reinaba el tradicional espíritu inglés, los trabajadores se concentraban en ciudades surgidas casi por ensalmo, alejados de las redes de ayuda en lugares poco adecuados para vivir, sin gobierno, policía, escuelas u otros servicios, ya que estos recursos se concentraban alrededor de los burgueses.

A pesar de ello, los ingleses se las arreglaron para frustrar la predicción marxista que sostenía que esta desigualdad consolidaría la polarización de la sociedad. La clase media británica comenzó a hacerse un lugar entre los muy ricos y los muy pobres, independientemente de las crisis económicas recurrentes, agrupándose alrededor de las ideas de la respetabilidad y la limpieza, entendida esta en sentido literal. El hombre respetable era el que podía exhibir su vida a la vista de los vecinos.

LA NUEVA SUPERPOTENCIA

La época victoriana supuso el momento de la consolidación de la administración estatal que permitiría el florecimiento del Imperio británico. Los llamados «dominios», los territorios autónomos bajo soberanía británica, se extendieron por todo el globo, llegando a abarcar una población de 458 millones de personas y unos 29 millones y medio de kilómetros cuadrados, es decir, el imperio más extenso de la historia. Sostenida por doctrinas utilitaristas, la administración inglesa se puso en marcha bajo el lema de inspeccionar, informar, proponer soluciones y ejecutar. A mediados de siglo, antes de la Revolución de 1848, la metrópoli de este imperio inmenso había comenzado a aplicar medidas laborales, educativas y de salud pública que servirían para borrar las imágenes dickensiana y marxista de su sociedad. No eran las reformas perfectas, pero permitieron grandes avances y la consolidación de la clase media.

Rule Britannia

Gracias a su pujanza como superpotencia tecnológica, la magnífica Britania que gobernaba sobre las olas, según la popular canción patriótica, iba a crear grandes maravillas. La máquina de vapor revolucionó los transportes, y con ello, la concepción del espacio y del tiempo. Los grandes barcos de vapor, la construcción de canales y, sobre todo, la extensión del ferrocarril facilitaron el transporte de personas, bienes y materias primas, promoviendo el auge del comercio y de la industria. A partir de entonces se sucedieron los «milagros» técnicos que cambiaron la vida de las personas. Entre 1859 y 1865 se realizó la obra del sistema de alcantarillado de Londres y se expandió y mejoró la red de suministro de agua. El telégrafo se hizo transcontinental en 1866. En 1880 se puso en servicio una red de gas para iluminación y calefacción. En la década de 1890 las casas de personas acaudaladas poseían ya iluminación eléctrica. Comenzaba el segundo capítulo de la Revolución industrial, capitaneado por una nueva fuente de energía: la electricidad.

La respetabilidad estaba ligada a una cualidad victoriana típica: guardar las apariencias, lo cual tenía como consecuencia la doble moral. Por un lado, la moral oficial era puritana, pero en paralelo a las estrictas costumbres de la época se desarrollaba un mundo subterráneo, un ambiente de bajos fondos y alta criminalidad en el que proliferaban el adulterio, la prostitución, el juego o las drogas. En esa otra Inglaterra fue donde se desarrolló el primer preservativo de látex.

Aquella época de contrastes vivió un cambio en la perspectiva desde la que se veía el propio ser humano. No fue ajeno a ello la publicación en 1859 de El origen de las especies