Jack London - Roberto Rubiano - E-Book

Jack London E-Book

Roberto Rubiano

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Beschreibung

Jack London es, sin lugar a dudas, uno de los grandes escritores de la literatura estadounidense. Escribió desde muy joven y al fallecer, hacia los cuarenta años, dejó un gran legado de obras e historias. Autor de La llamada de lo salvaje, obra que sigue siendo referente de la literatura clásica, London es un autor de culto que trasciende el tiempo.

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Reyes, Carlos José, 1941-

Marguerite Yourcenar / Carlos José Reyes. -- Editor Javier R. Mahecha. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2011.

180 p. ; 21 cm. --

ISBN 978-958-30-2050-6

1. Yourcenar, Marguerite, 1903-1987 2. Autores france-ses - Biografías I. Mahecha López, Javier R., ed. II. Tít. III. Serie.

928.44 cd 21 ed.

A1129673

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Rubiano Vargas, Roberto, 1952-

Jack London : los caminos del agua / Roberto Rubiano. --

Bogotá : Panamericana Editorial, 2018.

280 páginas ; 21 cm.

ISBN 978-958-30-5755-7

1. London, Jack, 1876-1916. 2. Historias de aventuras

3. Autores estadounidenses - Biografías. I. Tít.

928.1 cd 22 ed.

A1608698

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera edición, marzo de 2019

© 2018 Roberto Rubiano Vargas

© 2018 Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30

Tel. (57 601) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá, D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Edición

Javier R. Mahecha López

Diagramación y diseño de carátula

Diego Martínez Celis

ISBN DIGITAL: 978-958-30-6639-9

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 601) 4302110-4300355

Fax: (57 601) 2763008

Bogotá, D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Contenido

La literatura y la aventura.........................................13

En una cabaña del Klondike......................................19

Hijo de las estrellas...................................................27

Entre la naturaleza y los libros..................................37

Los caminos del agua................................................45

De marinero a escritor...............................................55

Vagabundo en los ferrocarriles..................................65

Estudios finales.........................................................75

La fiebre del oro.........................................................83

El Klondike: en busca de su destino...........................89

Conversaciones de invierno.......................................97

El regreso del Yukon................................................105

La literatura en el correo..........................................111

La vida privada y la escritura..................................119

El mundo del hielo..................................................129

Escritor y periodista................................................135

“He desperdiciado cinco meses de mi vida”.............143

El llamado del éxito.................................................155

Entre “la muchedumbre”.........................................165

El lobo de mar cambia de compañera.......................173

El mundo del agua...................................................185

Mujeres...................................................................195

Altas y bajas............................................................203

El oficio y la crítica..................................................213

Elcine.....................................................................221

Explotado por todos.................................................229

Un hogar para el lobo..............................................237

Enfermedad y decadencia emocional.......................247

El último capítulo....................................................255

Herencia literaria....................................................263

Cronología...............................................................267

Bibliografía.............................................................277

Preferiría ser ceniza que polvo. Preferiría que mi chispa se quemara en una llamarada brillante a que se extinguiera por la podredumbre. Preferiría ser un meteorito soberbio, cada uno de mis átomos brillando magníficamente, que un planeta eterno y aletargado. La función propia del hombre es vivir, no existir. No voy a desperdiciar mis días tratando de prolongarlos. Voy a aprovechar mi tiempo.

Jack London (Credo)

Jack London es un escritor ampliamente conocido gra-cias a que algunas de sus novelas se convirtieron en obras fundamentales y continúan editándose. Entre es-tas están: Colmillo blancoo la Llamada de lo salvaje, y un grupo de cuentos que han sido esenciales para la narra-tiva estadounidense moderna. En esas páginas describió el mundo del Klondike y la fiebre del oro en Alaska; tam-bién escribió historias urbanas, habitadas por personajes derrotados, suicidas y gente humilde. Son legendarios sus relatos sobre aventuras extraordinarias en el hielo canadiense y las largas sagas de navegación o en las islas del Pacífico sur.

Durante toda su vida sintió una enorme fascinación por los barcos. A los doce ya era un marino competente que podía navegar sin compañía por la bahía de San Francisco y a los quince era el “Príncipe de los Piratas de Ostras” de la bahía. Fue un lector apasionado de los re-latos de Washington Irving y Herman Melville, así como de los libros de viaje del capitán Cook. Toda la vida vivió rodeado de lobos y tiburones, de luchadores y perde-dores, habitantes del agua y del hielo. Ese fue el mundo que describió.

Jack London probablemente es el primer escritor contemporáneo, un paradigma por su fascinante vida personal; aquel que experimenta primero sus histo-rias antes de narrarlas. Vivió apenas cuarenta años,

La literatura y la aventura

de los cuales la mayoría estuvo viajando, a veces como vagabundo en los trenes, otras corriendo por los senderos del Klondike en trineos tirados por pe-rros huskies, o navegando en pequeños botes de pesca o en enormes veleros en los cuales recorrió la mitadde los mares del mundo y muchos de los grandes ríos de Estados Unidos. Realizó toda clase de trabajos, desde vo-cear periódicos hasta lavar oro por medio de batea; desde escritor de libelos políticos hasta cronista deportivo y corresponsal de guerra. Probablemente su existencia fue equivalente a la vida de tres hombres muy activos. El mismo año de su muerte, después de tres de grave enfer-medad, publicó tres libros, un promedio de tres libros por año entre 1902 y 1916. De manera póstuma aparecieron cuatro más. Esto demuestra su impresionante vitalidad y su poderosa disposición para el trabajo literario.

Durante sus viajes escribía. También lo hacía a bordo de los barcos en los que navegaba; escribía apoyado en las pilas de leña en los bosques cubiertos de nieve de Alaska, donde vivió como minero; escribía en su casa, temprano en la mañana; escribía cuando no estaba es-cuchando historias o viviendo sus propias aventuras. Sobrevivió a tormentas de nieve, a un huracán en las costas de Japón y a la desnutrición en su infancia. De hecho, en su juventud, sufrió por la falta de proteína en su dieta, desde entonces tuvo una obsesión por la carne que se manifestó en muchos de los cuentos que escribió, sobre todo en “Por un bistec”. En las buenas y en las malas vivió siempre con una pluma en la mano y una historia por contar en la cabeza.

Una muestra de su celeridad para escribir es Martin Eden. Comenzó a escribir esta novela, que tiene aproxima-damente cuatrocientas páginas, a bordo de su barco Snark

en Honolulu, en el verano de 1907, digamos hacia agos-to. La concluyó en febrero de 1908; es decir, después de seis meses de trabajo. La publicó por entregas en la re-vista The Pacific Monthly,entre septiembre de 1908 y septiembre de 1909. Poco después apareció en forma de libro. En cuanto al periodismo fue aún más rápido. Es-cribió Gente del abismo, un libro de periodismo literario, a medida que investigaba su contenido. Empleó tres se-manas en la investigación y otras tres para finalizarlo.

Tenía por principio vivir intensamente, leer mucho y ser eficaz a la hora de escribir. Para cumplir este pro-grama de vida dormía apenas cinco horas y media al día y escribía al menos mil palabras cada mañana. Por eso su credo rezaba así:

Preferiría ser cenizas que polvo. Preferiría que mi chispa se quemara en una llamarada brillante a que se extinguiera por la podredumbre. Preferiría ser un meteorito soberbio, cada uno de mis átomos brillan-do magníficamente, que un planeta eterno y aletargado. La función propia del hombre es vivir, no existir. No voy a desperdiciar mis días tratando de prolongarlos. Voy a aprovechar mi tiempo.

Y así lo hizo, de la manera más provechosa posible.

El 27 de enero de 1898, el joven Jack, quien trabajaba como minero y buscador de oro, grabó con un cuchillo la siguiente inscripción a la entrada de su cabaña: “Jack London: minero y autor”y a continuación talló la fecha. Tenía veintitrés años y había publicado unos pocos textos en periódicos y en la revista de su escuela; tam-bién había enviado innumerables cartas del lector a los periódicos de la zona de la bahía de San Francisco. Era conocido como el Chico Socialista por sus ideas políticas. Se había presentado a las elecciones como candidato a la alcaldía y había vagabundeado a bordo de vagones de tren a lo largo y ancho de Estados Unidos.

En ese momento estaba a tres mil quinientos kilóme-tros de su hogar, refugiado en una cabaña construida con gruesos troncos de abeto, en medio de la nieve del Klondike, un territorio canadiense donde hacía un par de años se había encontrado un gran filón de oro. London formaba parte de esa “horda de tontos” —como la calificó el naturalista John Muir— que llegaron a la re-gión en busca de fortuna y levantaron de la nada un pueblo llamado Dawson. Una multitud de hombres y unas pocas mujeres, empujados por la crisis económica de 1895, en Estados Unidos, viajaron en busca de una nueva vida, cargando enormes bultos de comida y herramientas, y enfrentándose al frío ártico no siempre con la ropa ade-cuada. Allá tuvieron que aprender a sobrevivir cazando

En una cabaña del klondike

osos, pescando en ríos congelados, caminando por loda-zales y cruzando bosques de abetos infestados de lobos.

London era consciente de que, más allá de sus cir-cunstancias, era un escritor. Esa inscripción, tallada con una navaja a la entrada de su refugio, confirmaba su vo-cación. Pese a que el motivo principal de su viaje era el deseo de volverse millonario, siempre estuvo seguro de poder escribir algo valioso sobre sus experiencias en la búsqueda de oro. Ese siempre fue su plan “B”.

De hecho, durante el invierno de 1897 y posterior-mente durante su viaje de regreso a San Francisco, que duró varias semanas, tomó muchas notas antes de que se le olvidaran las historias que rondaban en su cabeza. Las escribió a bordo de la pequeña embarcación en la que regresó a su hogar. London fue un viajero de los ca-minos del agua y en ellos creó la mayoría de su obra.

London fue lo que llamaríamos un escritor “en tiempo real”, es decir, alguien que podía escribir sobre las experiencias que había vivido recientemente con la misma facilidad que sobre experiencias meditadas du-rante mucho tiempo. Escribió muchos de los cuentos del Yukon el primer año después de su regreso, a partir de sus apuntes de viaje. Sin embargo también creó obras maestras como Smoke Bellew(publicado en 1912, tam-bién sobre el Yukon) años después con lo que guardaba en su memoria.

Jack London hizo la demarcación de su terreno aurí-fero sobre el arroyo Dawson el 27 de octubre de 1897 y la registró ante las autoridades canadienses en el mes de noviembre. Antes, debido al invierno y en especial al con-gelamiento del río Yukon, había quedado atrapado en un

lugar llamado Upper Island, junto con otras decenas de hombres que tampoco pudieron salir de allí. Esa tempo-rada la pasó en una cabaña de troncos junto con sus com-pañeros de viaje Fred Thompson, Jim Goodman y Merrit Sloper. Esa cabaña fue el epicentro de la vida intelectual de Upper Island durante aquel invierno. Allí se dieron cita algunos de los personajes que habían ido a Canadá en busca de riqueza; entre los que estaban un sacerdote, un juez, algunos abogados y dos o tres escritores más. De ese grupo de personas London escuchó todo lo que había que saber sobre la vida y la muerte en el territorio canadiense. Conoció las costumbres de los esquimales y los cazadores del norte. Escuchó las tragedias de hom-bres citadinos que se congelaron, fueron devorados por los lobos o se ahogaron en los ríos bajo capas de hielo. Supo de la existencia de unos caballeros ingleses que or-ganizaron un hogar londinense, con un esquimal al que adiestraron como sirviente para que les trajera puros y café al despertarse; también la historia de un grupo de exploradores atrapados por el hielo entre los cuales se encontraba un circo completo. Y escuchó a un periodista abrumado en el frío afirmar: “Nunca leeremos grandes noticias acerca de Alaska y el Klondike. Aquí no hay dramas… Esta tierra es demasiado insípida y aburrida”. Pero, sobre todo, conoció los innumerables fracasos em-presariales en los que cayó la “horda de tontos”.

Uno de aquellos reveses, que sería como una pará-bola sobre el fracaso en el Yukon, lo describió en “Las mil docenas”. Es la historia de David Rasmunsen, un hombre al cual se le despierta la ambición al enterarse de que un huevo puede ser vendido en Dawson por cinco dólares, mientras que en Nueva York cuesta solo cinco

centavos. Las cuentas le salen perfectas. Si compra miles de huevos podrá ganar miles de dólares. Pero en su de-lirio empresarial (al que eran dados todos los estadou-nidenses de finales del siglo XIX), no tuvo en cuenta las dificultades que entrañaba transportar cualquier mer-cancía hacia las inhóspitas regiones del Yukon. Conse-guir un bote era casi imposible, encontrar un porteador que le ayudara a ascender por el paso de Chilkoot antes de que llegara el invierno, otro esfuerzo inaudito, y así sucesivamente. Después de varias semanas, Rasmunsen por fin llega a su destino. Al cabo de una breve negocia-ción consigue un comprador que efectivamente le paga cinco dólares por cada huevo. Sin embargo hay un pro-blema: después de tantas semanas de viaje los huevos están podridos. El hombre está en quiebra. En la última escena del cuento Rasmunsen toma medidas drásticas:

Se trepó al catre, pasó una correa de su trineo por la viga cumbre y midió la caída con la vista. No pareció satisfacerle, pues puso el taburete sobre el catre y se paró sobre este. Hizo un nudo corredizo al extremo de la correa y pasó la cabeza a través de él. Aseguró el otro extremo con rapidez. Después pateó el taburete lejos de sí.

La muerte y la capacidad de sobrevivir fueron temas recurrentes en la obra de London, y en el Yukon en-contró el terreno abonado para desarrollarlos. Uno de sus acompañantes en la aventura del oro contó muchos años después que “Encender una hoguera”, uno de sus cuentos más famosos, fue concebido allí mismo. Nació de aquellas notas que tomó durante los inviernos de 1897 y 1898, como resultado de una caminata de casi cincuenta kilómetros a lo largo de su concesión en el arroyo Dawson. Durante aquella expedición en la que estuvo acompañado de un amigo, que más tarde con-

taría la experiencia, estuvo al borde de la congelación. El miedo al frío que siente el personaje es el mismo que vivió London. Él también se sintió como una “gallina sin cabeza” corriendo de un lado para otro para tratar de calentarse. Además realizó la misma acción que el pro-tagonista del cuento: la manera de medir la temperatura mediante un simple escupitajo. Si la saliva chasquea en la nieve, es porque está a unos cincuenta grados Fahren-heit bajo cero, pero si el salivazo chasquea en el aire es porque está mínimo a setenta y cinco grados. Hizo el ex-perimento como un científico que analiza un fenómeno meteorológico. Salía de su refugio cuando sentía que la temperatura bajaba, escupía, volvía adentro, tomaba notas y volvía a salir.

Este fue uno de los cuentos con el que suscitó el in-terés de la crítica, los editores y los lectores. Un cuento en el cual plasmó las aventuras que había vivido, como lo hizo en casi toda su obra. Por eso, puede decirse que la gran narrativa de Jack London comenzó en aquella pe-queña cabaña del Klondike.

Un fragmento tomado de su cuento “Encender una hoguera” puede explicar esta opinión:

Era un recién llegado a esa tierra, un chechaquo, y ese era su primer invierno. Su problema consistía en que carecía de imaginación. Era rápido y alerta en las cosas de la vida, pero solo en las cosas, no en sus significados. Cincuenta grados Fahrenheit bajo cero significan ochenta y dos grados bajo el punto de congelación. El hecho lo impresionaba y lo hacía sentir frío e incomodidad, pero eso era todo. No lo llevaba a meditar sobre su fragilidad como una criatura de sangre caliente, ni sobre la fragilidad del hombre en general, capaz de vivir únicamente dentro de ciertos límites de calor y frío. Tampoco lo llevaba al campo especulativo de la in-mortalidad del hombre y su lugar en el universo. Cincuenta grados

bajo cero significaban una mordida dolorosa del frío y de la cual había que protegerse con guantes, orejeras, mocasines calientes y medias gruesas. Cincuenta grados bajo cero significaban para él exactamente cincuenta grados bajo cero. No se le ocurría que podía significar algo más.

Cuando decidió seguir, escupió especulativamente. Un chasquido explosivo estalló junto a él. Escupió de nuevo. Y de nuevo el es-cupitajo chasqueó en el aire antes de caer en la nieve. Sabía que a cincuenta bajo cero el escupitajo chasqueaba en la nieve, pero este salivazo había chasqueado en el aire. Sin duda estaba por debajo de los cincuenta bajo cero. Cuánto más frío, él no lo sabía. Pero la temperatura no importaba. Iba para la vieja concesión en la orilla izquierda de Henderson Creek, donde los muchachos ya habían llegado. Ellos habían atravesado la divisoria desde la región de Indian Creek, mientras que él había dado un rodeo para ver la posibilidad de talar algunos árboles durante la primavera en las islas del Yukon. Debía estar en el campamento a las seis en punto, un poco después del anochecer, cierto, pero entonces los muchachos estarían allí, con una hoguera encendida y la cena preparada. En cuanto al almuerzo, llevó la mano al bulto que sobresalía de su chaqueta. Estaba bajo la camisa, envuelto en un pañuelo y pegado a la piel desnuda. Era la única forma de evitar que los panes se congelaran. Sonrió contento consigo mismo al pensar en esos panes, cortados por la mitad, empapados en grasa de tocino y, cada uno, con una generosa tajada de tocino frito.

Jack London nació el 12 de enero de 1876 y recibió el nombre de John Griffith Chaney. Hijo de Flora Wellman, una mujer de treinta y tres años de edad, que había llevado una vida más o menos precaria dedicada al es-piritismo; fue médium de sesiones nocturnas y realizó lecturas astrológicas. Su padre fue el “profesor” William H. Chaney, un astrólogo cincuentón que siempre negó su paternidad y se separó de Flora cuando supo que estaba embarazada.

En septiembre de ese mismo año, Flora se casó con John London, un viudo sin propiedades, veterano de la guerra civil y con una salud más bien quebrantada. Un hombre que podía sobrevivir gracias a oficios diversos: granjero, dependiente y vendedor de máquinas de coser. Era una persona amable y gentil que tenía dos hijas y amaba profundamente al hijo de Flora, a quien le dio su apellido.

Flora Wellman provenía de una familia otrora posee-dora de una gran fortuna, lo cual le permitió tener una educación privilegiada. A los catorce años contrajo tifus, enfermedad que afectó su crecimiento (medía un metro con cuarenta) y le hizo perder el cabello, motivo por el cual usó una peluca en su madurez. La enfermedad tam-bién afectó su estabilidad emocional; esto pudo haber influido en su decisión de abandonar el hogar materno, algo inusual en aquel tiempo para una mujer soltera.

Hijo de las estrellas

Vivió con algunas de sus hermanas que ya estaban ca-sadas y sobrevivió dictando clases de piano. Llevaba en la sangre el espíritu emprendedor de su abuela que había atravesado Estados Unidos, desde Nueva York hasta San Francisco, arrastrando a su familia durante un crudo invierno. Tenía la fuerza de su padre, un hombre industrioso que había hecho fortuna con su trabajo, y también portaba los genes que harían tan empecinado y poderoso a su hijo Jack.

Desde el comienzo, la vida de Jack London fue ines-table. Las dificultades comenzaron desde el momento en que estaba en el vientre de su madre, pues casi se frustra su nacimiento. Flora intentó suicidarse cuando el profesor Chaney la abandonó apenas supo que estaba embarazada. La noticia apareció en los periódicos. Un periodista anónimo narró cómo la joven mujer había intentado suicidarse ingiriendo láudano y, como no lo había logrado, se dio un tiro en la sien que apenas le rozó el cráneo. Sin embargo, a juzgar por los resultados, aquel disparo le hizo más daño al profesor Chaney que a ella misma.

El diario San Francisco Chronicleabanderaba una campaña en contra de los espiritistas, a quienes consi-deraba unos charlatanes, y entre los que se encontraba el “profesor” Chaney. De modo que la noticia sobre esa mujer desesperada, embarazada y abandonada que se había pegado un tiro fue aprovechada por este con en-tusiasmo.

La causa de este acto terrible fue la infidelidad —decía el periódico—. Marido y mujer son conocidos desde hace más de un año como el centro de una pequeña panda de espiritistas avezados, de los cuales

la mayoría profesaron, si es que no practicaron, las doctrinas ofen-sivas del amor libre.

La historia continuaba con un retrato de esa abne-gada mujer que cuidaba niños ajenos para ayudar con los gastos de la casa y de cómo, al informarle a su marido que estaba encinta, el despiadado fabricante de horós-copos le pidió que matara a su hijo. Como ella se negó, el profesor Chaney le ordenó que abandonara la casa y, en medio de la desesperación, la mujer intentó suicidarse.

El San Francisco Chroniclecontinuó, con furia y ánimo implacable, la campaña contra Chaney, ese hombre que vendía “natividades baratas” como entonces llamaban a los horóscopos. La noticia fue publicada también en varios periódicos del Este, y por eso Chaney perdió el respeto de su propia familia. Obviamente él negó ser el padre del niño y siempre defendió su posición llegando incluso a declarar que era impotente en la época en que la Wellman quedó embarazada.

Chaney era un personaje con muchas otras facetas que nunca fueron mencionadas por el periódico, y que lo rela-cionaban con el hijo que negó de manera tan categórica. Había nacido en 1821, en una cabaña de troncos (como la que Jack tuvo en Alaska) cerca de Chesterville, Maine. Sus abuelos eran colonos de la región (como los antepa-sados de la madre de Jack) y veteranos de la guerra de Independencia. En alguna época de su vida Chaney quiso ser pirata en los mares del sur (igual que Jack), para vivir las aventuras que había leído en los libros. Se embarcó durante algún tiempo en una goleta de pesca pero aban-donó el oficio porque le pareció muy duro; nunca (a di-ferencia de Jack) fue amigo del trabajo pesado. Durante

un tiempo ejerció la abogacía en Wellsworth, un puerto maderero a orillas del río Unión (Union River). Tenía un estilo muy particular e histriónico que disgustaba a todos, pues insultaba a su oponente y a los miembros del jurado. Por eso alguna vez un juez dijo que se parecía a “un pájaro asqueroso que defeca en su propio nido”.

Durante su permanencia en Wellsworth dirigió The Herald, un periódico desde el cual defendió ideas más o menos racistas y de supremacía blanca; estas diferi-rían de las ideas socialistas que defendió más adelante (Jack también tuvo creencias políticas contradictorias).Escribió varios editoriales contra un sacerdote jesuita. La disputa culminó con una especie de linchamiento (echaron al cura del pueblo, desnudo, cubierto de brea y plumas). Después de este suceso, el pueblo de Ellsworth ganó mala fama en todo el país. Sus avergonzados habi-tantes terminaron por aceptar de regreso al religioso que emergió triunfante. Chaney perdió no solo su cargo en el periódico sino que fue expulsado del pueblo. Por algún tiempo estudió con Luke Broughton, el impulsor de la as-trología en Estados Unidos y quien en 1864 se convirtió en una celebridad nacional al vaticinar el asesinato de Abraham Lincoln un año antes de que ocurriera.

Chaney y su maestro se establecieron en Nueva York y fundaron la Universidad Médica Ecléctica para quienes quisieran cursar estudios en astrología. Los dos entu-siastas de la nueva ciencia se dieron a sí mismos los tí-tulos de profesor y ofrecían medicamentos que podían curar prácticamente cualquier enfermedad.

Los dos hombres volvieron a ser atacados por la prensa a causa de su creencia en las ciencias ocultas. Nueva York

era una ciudad donde abundaban los practicantes de estas ciencias y de la frenología, una teoría pseudocien-tífica que buscaba explicar la personalidad mediante el análisis del cráneo de los pacientes. ElNew York Heralddirigió una campaña contra esa horda de charlatanes, como los definía su director, y particularmente contra la universidad de Chaney a quien describió como “el prin-cipal monstruo de la madriguera”.

A consecuencia de los ataques contra el centro de en-señanza, el dueño del edificio de Broadway donde fun-cionaba el negocio les pidió que entregaran el local. Los dos profesores se negaron a desalojar y en represalia el casero rentó el piso de arriba a un grupo de nacionalistas y alborotadores irlandeses conocidos como los fenianos, que celebraban fiestas ruidosas en las que se emborra-chaban, mientras los profesores trataban de dictar clase. Chaney, siendo abogado, hizo que apresaran a uno de los irlandeses, lo cual fue un gravísimo error, ya que el jefe de la Policía de Nueva York también era irlandés. El feniano fue puesto en libertad de inmediato y Chaney fue encarcelado bajo el cargo de falsa acusación, sin de-recho a fianza, juicio o cualquier apelación. Permaneció seis meses incomunicado en la cárcel hasta que fue libe-rado con la misma informalidad con la que había sido apresado.

Después de esta experiencia se casó de nuevo en Nueva York y dejó la universidad. Se dedicó a escribir fo-lletos y realizar horóscopos hasta que se aburrió de su nuevo matrimonio, abandonó a su mujer y se marchó al oeste, a Oregón, donde vivió hasta 1873. Allá conoció a Flora Wellman.

Otra faceta de su personalidad, que también com-partió con Jack, fue su inclinación por el socialismo. Dice Irving Stone en su vibrante biografía sobre London que el profesor Chaney, aparte de sus conocidos intereses por los horóscopos y otros temas relacionados con lo que hoy se reúne bajo el rótulo de new age, también fue un con-vencido socialista. Como ocurría a menudo con los inte-lectuales de origen irlandés, tendía a ser solidario con los más necesitados. Escribió muchos artícu-los sobre el socialismo y sobre las injusticias que se cometían contra los trabajadores estadounidenses.

El profesor Chaney fue un socialista antes de que naciera Jack —señaló Stone—. Su simpatía por los intereses de los obreros, así como por aquellos que no lo eran, era algo notable en su temperamento. Esto, unido a su cálida humanidad, su sensibilidad por los sufrimientos de los otros, su liberalidad personal y una imaginación suficientemente vívida, proyectaba dentro de sí mismo y lo hacían consciente de los sufrimientos de las viudas y los huérfanos hambrientos. Tuvo todos los atributos que hicieron de él un socialista, atributos que legó a su hijo y que, a su vez, hicieron de él un socialista.

Chaney siempre negó ser el padre de Jack. Quizá el haberlo aceptado hubiera sido para él como admitir que todas las acusaciones que le hicieron en la prensa a lo largo y ancho del país eran ciertas. A Jack siempre lo torturó el hecho de no saber con certeza cuáles fueron sus orígenes. Varias veces le escribió a Chaney tratando de conseguir una aclaración, pero el profesor siempre se negó a aceptar su paternidad. En todo caso hay un gran número de coincidencias entre ellos. Tenían un gran pa-recido físico, compartían el gusto por la controversia, por el uso de la fuerza para zanjar las diferencias con los demás y una gran pasión por las teorías con poco sus-tento científico.

Por todas esas razones y simetrías, puede decirse que London fue un hijo de las estrellas, un hijo de las casua-lidades y de las ciencias esotéricas que practicaron sus padres. Hay otro suceso que también pudo haber mar-cado para siempre su destino de una forma caprichosa. Cuando Flora Wellman iba a dar a luz a Jack, estaba vi-viendo en la casa del matrimonio Slocum, en la calle tercera, número 615. Richard O´Connor lo narró de la siguiente manera en la biografía que le dedicó:

La señora Slocum trabajaba en una compañía editorial y su esposo era reportero del San Francisco Evening Bulletin. Cuando Flora los conoció, los Slocum dirigían Common Sense, periódico dedicado a la reforma social y política, al pensamiento libre, al amor libre, al sufragio femenino y al movimiento obrero. Chaney había colaborado en Common Sensey probablemente fue él quien le presentó a los Slocum. De no haber sido por su amistad, firme y tolerante, el hijo de Flora hubiera nacido en el pabellón de un hospital de caridad.

Si faltaba algún elemento para completar la extraña simetría de acontecimientos que marcaron a Jack London de por vida, tenemos su lugar de nacimiento: la casa de una familia de editores y periodistas con creencias van-guardistas.

La vida de Jack London osciló siempre entre su fascina-ción por la naturaleza, el mar, el campo y el gusto por la ciudad y lo que esta le ofrecía: la lectura, el cine (que más tarde sería una de sus grandes pasiones) y la vida mundana que conoció en los barrios de la clase traba-jadora. Esa doble visión se refleja en su obra. En esta hay intensas descripciones de la vida salvaje así como de las oscuridades de la ciudad. Por un lado siempre quiso vivir la aventura del viaje y, por el otro, deseó recogerse en un lugar tranquilo. Terminó por construirse una hacienda en medio de un terreno cubierto de bosques que él mismo sembró, no muy lejos de la bahía de San Francisco donde creció. Una hacienda en la que recibió a muchos invitados, amigos y conocidos, algunos de los cuales abusaban de