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Javier Sicilia E-Book

Javier Sicilia

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Beschreibung

La enorme verdad que dice la poesía toda, y la de Sicilia en particular, se resume en una metáfora -el "paisaje sin voz"-, única capaz de evitar el vacío, el infierno, o sea, el "horror de la interpretación" en que tanto insistió Rilke. En todos los planos, es esto último lo que ha causado el gran daño a la humanidad. Su obra conduce al amor de los orígenes, a la ausencia de explicaciones ante el poema y sus imágenes, a no creer que esto "quiere decir" aquello, sino que esto es aquello. No hay que esquivar el mysterium tremendum, el temor religioso; antes bien, experimentarlo en carne propia, para que pueda verse superado por la esperanza. Sí se puede tocar el fondo de estos procelosos mares; allí se halla la ballena, el ars poetica sublime.

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Pura López Colomé (Ciudad de México, 1952). Es poeta, ensayista y traductora. Es autora de trece libros de poemas publicados bajo distintos sellos editoriales y varios libros de ensayos. Este año, el Fondo de Cultura Económica publicó su poemario Borrosa Imago Mundi, y la Universidad Autónoma de Querétaro el volumen de ensayos Cuatro Voces a Fondo. Ha recibido los premios Nacional Alfonso Reyes, Nacional de Traducción Literaria, Xavier Villaurrutia, Linda Gaboriau, la Orden Orange-Nassau y, recientemente, el Premio Nacional Inés Arredondo a la trayectoria literaria. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Contenido
Presencia plenaria
El cetáceo
La Anunciación
Tercera Anunciación. Recordando en ti las “Primeras citas”
Las bodas místicas
Gozo
I
II
III
V
Lucas 24, 5
Juan 21, 7 o los clavadistas
Apocalipsis 1, 12
Época
La estría en el yermo
Dolor
III
Ya no hay más que decir
Aviso legal

Presencia plenaria

Pura López Colomé

 

 

Uno de los poetas que más he admirado por sus alcances y, sobre todo, por su profundidad, me contó hace muchos años que, al regresar de unas vacaciones en Asturias, habiendo padecido tensiones e inconsistencias que no entendía bien, creyó necesitar una plática refrescante con alguien muy cercano, poeta a su vez, además de sacerdote. Caminaron, platicaron largo y tendido, cosa que lo hizo sentir aliviado. Al despedirse, sin embargo, su amigo le dijo: bueno, ahora prométeme que de penitencia traducirás una parte de la “Noche oscura” de San Juan de la Cruz, tú que dices escribir poemas como oraciones. Se quedó perplejo, pero sin chistar, se dirigió de inmediato al escritorio. Tomó muy en serio aquellas palabras, a sabiendas de que la penitencia es un sacramento gracias al cual se otorga el perdón.

¿Cuál habría sido el pecado inconfeso, aunque tácito, entre aquellas frases intercambiadas?, me quedé pensando. ¿Hybris? ¿Vanidad?, ¿soberbia de quien se sabe poseedor de tan importante medio expresivo? Por algo su amigo le aclaró lo de “tú que dices escribir…”. Lo cierto es que su versión al inglés de ese fragmento del “Canto del alma que se huelga de conocer a Dios por fe” fue, a un tiempo, absolución e indulgencia plenaria.

He titulado “Presencia plenaria” esta introducción a una brevísima selección de la poesía de Javier Sicilia (Ciudad de México, 1956) porque, aunque se trate de apenas una muestra de la vasta obra que ha escrito a lo largo de la vida, el lector sentirá que existió un motivo poderoso para ceñirla de este modo y, en su discurso, a una plenitud, un abarcamiento de los puntos esenciales de su imago mundi. La palabra “plenaria” (no plena) es deliberada de mi parte por el matiz religioso que implica, de lo cual no carece ni un solo libro o poema del autor. Él ha decidido encabezar este puñado de poemas como “Indicios de La presencia desierta”, no solamente porque alude a uno de sus títulos, sino porque ahora, tal como reza la amplia crónica en prosa, publicada en 2013, de la mayor pena que ha sufrido en este mundo, quedó deshabitado.

Desde muy joven, Javier Sicilia se ha orientado hacia el desasimiento, el desprendimiento, y aunque parezca contradictorio o un anacoluto, se asume dueño de una falta de afán o interés por la posesión de las cosas. Lo vengo leyendo desde hace mucho tiempo; venimos caminando juntos de muy lejos como poetas más o menos afines: con estilos distintos, oramos al escribir, influidos, compenetrados inevitablemente por la simbología religiosa que nutrió nuestra infancia, que por ende nos ha hecho y hará creer en los milagros, en la certeza de mares que se abren para que cruce por ahí un pueblo entero de carne y hueso. No me cabe la menor duda de que así opera la poesía, por eso hay que tener mucho cuidado con ella, tomarla en serio, tratarla con actitud reverencial, sin permitirse frivolidades, superficialidades, que nos cobraría muy caras con desafinación, con la tortura dantesca de repetirnos y empobrecernos, a sabiendas de que las sílabas se nos desmoronan en la boca, clausurando nuestro Mar Rojo.

Una fuerza de nombre tan impronunciable como el de Yahvé ha impulsado, paradójicamente, su capacidad para nombrar. Desde el primer poemario sabía que debía permanecer en el puerto, en el ámbito propio de los seres humanos, y desde ahí observar lo que va y viene; así ha ido comprobando que la única verdadera presencia lleva el nombre de despoblado permanente. No es casualidad, entonces, que haya venido titulando sus antologías —como lo hace ahora— La presencia desierta desde 1985, simplemente añadiéndoles nuevos capítulos. Su vida, tanto literaria como contingente, hasta el año de 2011, fue un transcurrir desprendiéndose de todo lo no esencial, presintiendo que plenitud y vacío resultarían la misma entidad, una contundencia de su propia ausencia, un desdecir que se dice o viceversa, el resonante no sé qué que queda balbuciendo