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Con las armas elementales del lenguaje y sus múltiples posibilidades líricas, Javier Sicilia invita al lector a una travesía hacia la luz que tal vez no tenga conclusión ni arribo pleno. Su poesía, minuciosa y reflexiva, va a la búsqueda de la infinitud perdida y de nuestra divinidad polvorienta y arrumbada por las exigencias de la vida material.
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Seitenzahl: 172
Javier Sicilia (ciudad de México, 1956) es poeta, novelista, ensayista y articulista. Realizó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, así como en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma institución. Se ha desempeñado como editor, guionista y coordinador de talleres literarios. En 1990 ganó el Ariel por el mejor argumento original escrito para cine por Goitia. Actualmente dirige la revista Ixtus. El Fondo de Cultura Económica le ha publicado el volumen de poesía La presencia desierta (1985) y las novelas El reflejo de lo oscuro (1997) y Concepción Cabrera de Armida. La amante de Cristo (2001).
Primera edición, 2004Primera edición electrónica, 2015
Diseño de forro: R/4, Pablo Rulfo Viñeta: Aníbal Delgado
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-3244-9 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
SUMARIO
PERMANENCIA EN LOS PUERTOS (1982)
ORO (1990)
TRINIDAD (1992)
VIGILIAS (1994)
RESURRECCIÓN (1995)
PASCUA (2000)
LECTIO (2004)
CUANDO ESCRIBÍPermanencia en los puertos (UNAM, 1982) me propuse reunir bajo el título general de La presencia desierta, la poesía que a lo largo del tiempo escribiría. De alguna forma, con ese primer libro, que expresa el profundo y oscuro misterio que entonces me trabajaba en el alma, y con el título que había concebido para reunir en un futuro mi obra, había encontrado la fuente de mi poesía: el misterio de Dios en el alma. Pues sólo una presencia que en sí misma posee el despojamiento del desierto puede contenernos a todos en su pobreza.
Yo tengo para mí que todo el misterio cristiano de la kenosis de Dios, de la renuncia de la Divinidad a sus privilegios para encarnarse en un hombre que entrega su vida para salvación de todos y que habita personalmente en la intimidad de cada hombre, está contenido en ese extraño oximoron. De hecho, bajo el título de La presencia desierta apareció en 1985, en el Fondo de Cultura Económica, la reunión de Permanencia en los puertos y de un segundo libro llamado Dejamiento.
En 1996, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en su colección Los Cincuenta, volvió a publicar La presencia desierta, agregando a ella los libros que se habían sucedido: Oro, publicado por las Ediciones Toledo en 1990, Trinidad (1992) y Vigilias (1994), publicados por una pequeña editorial marginal subsidiaria de la revista Ixtus, y Resurrección, que hasta entonces no había visto la luz.
Después de ocho años, el FCE me ha invitado de nuevo reunir mi obra poética bajo el título general que hace 22 años concebí. A los libros incluidos en la edición del Fonca se han agregado otros dos: Pascua, publicado en 2000 por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en su colección Babélica, y Lectio que, concluido a principios de 2004, no había sido todavía publicado.
He dejado fuera, tanto de la edición del Fonca como de la edición del FCE, Dejamiento, por considerar que es un poema de tránsito entre Permanencia en los puertos y Oro, un poema que, con algunos aciertos, balbucea a San Juan de la Cruz y no alcanza a encontrar su verdadera expresión.
Confieso que al releer mis libros para esta edición tuve la tentación de sacar otros poemas, sobre todo de Vigilias, en los que he dejado de reconocerme. Decidí dejarlos como un ejercicio de humildad frente a las luces que el hombre que en aquel entonces fui, tuvo. Confieso también que lamenté algunas repeticiones enumerativas que hay en Trinidad y en la primera parte de Resurrección, una autocomplacencia que habría querido enmendar, pero que, de haberlo hecho, habría fracturado alguno de los poemas cuyos aciertos dependen de esas enumeraciones.
Siempre he creído que toda poesía narra un largo viaje hacia la luz. En mi caso, ese viaje es, como el título de mi primer libro, una permanencia. En realidad nunca partí. Desde que decidí viajar para encontrar a Dios, Él ya estaba en mí y me aguardaba. Estos poemas, en su pequeñez, son sólo un atisbo a las confidencias de ese misterio.
J. S.
PERMANENCIA EN LOS PUERTOS(1982)
A María del Socorro
A Federico Angulo, in memoriam
Nada de lo que ha vivido se pierde...La vida es un modo inmutable del Ser.
LANZA DEL VASTO
CORO
1
Desde el Vértice Tuyo, hacia Tu adentro,
la materia palpita con Tu ausencia;
el día generoso
le devuelve la luz de Tu presencia.
Se realiza en la nada de mi centro
la profunda labor de Tu reposo.
2
¡Qué sombras, qué destellos se confunden!
¡Cuánta creación de vida imperceptible
trabaja laboriosa!
¡Qué insistencias de tiempo en Él se funden
bajo este transcurrir indivisible!
Muerte que habita en mí y es prodigiosa.
3
Luz de día y paciencia de serpiente,
ojo infinito y de delicia cima
que a mi esencia desgarras,
¿qué ventura me toca y me reanima,
qué gran amor de Dios ya se presiente
y rompe la estrechez de mis amarras?
Mar sobre las arenas del desvelo
y sobre toda ruta de esta espuma:
el Dios en ti, la cruz
en ti que fue de sueño; ay, alma en vuelo,
muchacha, tus maneras en la bruma
son como tempestad bajo la luz...
...tu vela a la deriva es como un sueño
oculto y demudado en el escándalo
del viento. ¡Vive dada
entre los puertos!, y el aroma a sándalo
y a jazmín sobre todo nuestro ensueño...
¿Qué dios fue más amante de su amada...?
Amor, y en la memoria la bondad
del alba. Hermana, el resplandor sabría
entrar en esta casa,
¿y quién desnudo y simple aún, habría
de estrechar junto al alma sin edad
la simpleza que habita en nuestra raza?
¿Quién, al alba y privado de esperanza,
sabría honrar su cuerpo enfermo, esencia
injusta del agónico...?
¿Quién se pondría a cantar: mira existencia,
mira mi sed, mi fiebre...? La alabanza
a quien ante la muerte vive atónito.
¿Pero quién es aquel que así se quiere,
qué salud vigorosa nos inunda
en ese goce yermo...?
No hay fin sino más fuerza donde funda
el alma sus imperios y se adquiere
la vida más allá del cuerpo enfermo;
pues la vida del hombre está en su muerte,
como el vuelo del cuervo en la presteza
de sus alas. Dolor
y toda nuestra historia en su belleza
y todo el declinar que se hace fuerte
y diluye la pena y su temor.
CORO
4
Centro del día y en mis ojos gema,
mi visión a Tu Luz no se acostumbra;
de Tu Luz inmortal,
Luz en vuelo, insistente Amor deslumbra
mi mirada. Mas mira Dios... y quema,
que un descuido de Luz me hace mortal.
5
Como aquella que mira ante el espejo
el claro envejecer de su materia,
como en terror transmuta
su vanidad, al claro del Reflejo
me aproximo y el alma en cada arteria
ante el rostro de Dios gime y se inmuta.
Nimias cosas y vanas, nimias cosas
y en su deriva, el curso en su aparejo
y nuestra dura quilla
que lentamente pasa bajo el cejo
como el polvo y el tiempo sobre losas;
paciencia de la vida, ay, maravilla
y un asomo de luz en la carena
de nuestra alma. ¿Qué muerte nos agrupa
y destruye el camino?
El Dios que habita en sombras nos ocupa
y como el mar se extiende entre la arena.
Donde está Dios está nuestro destino.
Y
Toda cosa es sagrada y toda vida.
Aquella cuyo grito se parece
al canto del albatros
sobre el mar, y la que en su sexo mece
el dolor y aún sabe que hay cabida
para el goce, sostienen de los astros
el curso en su pasar.
Maravilla, ay, mis nimias cosas, cosas
breves, ¡cómo refluyen en su adiós,
cómo buscan amar
en el curso infinito de su Dios!:
“¡éste es mi cuerpo, el grito en que reposas,
este dolor... el paso de mi Estar!”
Nimias cosas profundas, breves “rosas”
y este fluir, este duro transcurrir
del hombre en su substancia
anima nuestras sombras presurosas.
Pasar, y en este gusto de incurrir,
la profunda ansiedad de nuestra estancia.
¿Y quién habrá pasado sin arder
cien veces por su Dios y habrá traído
escándalo a su sueño?
¿Quién desnudo en su muerte y distraído
ya de sí no querría en su no ser
colmar con Dios la dicha de su empeño?
CORO
6
Desnuda en mí la hechura que me envuelve
Viejo Atiempo que acechas mis terrores:
una mirada excava
el abandono, el tiempo que disuelve,
yo cedo a esta ventura mis temores,
a esta hechura del tiempo que me acaba.
7
Bajo sombras de luz el alma incierta
sobre el tiempo construye su existencia.
No habita su calor,
mas de su sueño vive, en él despierta,
en él discurre a tientas su paciencia
y a su paso la muerte se hace ardor.
Bajo tierra la vida entra en el juego:
su trabajo, en el lodo se diluye
y en la nada que habita
va trenzando un murmullo; allí refluye,
allí crea su polvo: el claro fuego.
La vida ante la luz se hace infinita
y todo bajo tierra se transforma:
el que no tiene casa ni vestidos;
el que obtiene placer
de su cuerpo desnudo y de su forma;
el desterrado que ama sus ejidos
y en recordarlos cifra su quehacer...
...La que siente el amor al desnudarse
frente a un hombre alto y bello, y ha aprendido
a embellecer su pecho
con substancias de hierba; el obsedido
por viajes y mujeres, que en mudarse
encuentra una porción para su lecho;
la que frota su sexo con ungüento
de azahares, y el que siembra su simiente
en la arena y no tiene
oficio entre los hombres; el sirviente
de casa que en las noches narra un cuento
para dormir al niño que entretiene...
...La más hermosa, aquella en la que pienso,
posee de mujer quieta manera,
y la que en su torpeza
ama el vuelo del pájaro y espera
silenciosa; el que gusta del incienso
e inclina su plegaria con pereza,
hombre muy taciturno, y el que a solas
se nutre del amor y de su celo
acceden a la grava
y se confunden con el dulce velo
de los años... ¿Qué movimiento de olas,
qué intensidad de luz en mí se alaba?
CORO
8
Ay sombras de mis muertos, viejos huecos,
torturadas ausencias; ¿qué clamor
se niega a mi memoria
sobre una soledad de huesos secos?
¿Qué vacío se ciñe a nuestro amor?
Entre sombras de muerto soy historia.
9
Aquí la tierra es dulce y alimenta,
nítida sequedad bajo mis huertos.
La vida vuelve, asciende,
de su raíz despega y se reinventa;
la muerte se disuelve entre sus puertos
y todo desde el lodo se distiende.
Y si todo resurge y se distiende,
no se hidrata y diluye, se derrama,
¿dónde el reposo esconde
el inmóvil sopor que el día extiende
cuando sobre la vida algo nos llama
y niega nuestra tregua? ¿Di hacia dónde
el sueño intemporal de mis raíces,
el gusto de la tumba que destierra?
No hay fin para lo extinto,
sino el mañana, el tiempo, los países
que pueblan la materia en la que yerra
el influjo ancestral de lo distinto.
¿Dónde estará el reposo, el que callado
no será sino ausencia, el negador
o el terrible arenal,
la tierra en la que el hombre habrá encontrado
el destierro del mundo y su candor?
¿Dónde estará la abolición fatal,
dónde el hueco y la nada, dónde el mal
de ya no ser el ser, sino carencia?
¿Acaso ese destino
es un impuro sueño de mortal?
No hay fin para las almas y la esencia
es el tiempo de Dios y de su sino.
Mas si todo es un ritmo, una aventura
en el impulso, el tiempo irreversible
de los ríos, el viento,
el mar, ¿quién es aquella, la atadura
antigua que se nutre en lo invisible
y es agua, resplandor, azar violento?
¿Quién es el que Es, el Otro, ay, inasible
entre la muerte quieta, entre el eclipse?
La vasta claridad
en Él reposa: el Dios imperceptible.
Bajo la oscura muerte alguien nos dice
el sentido del nombre eternidad.
CORO
10
Y aún allí el amor toca Tu soma;
incluso ante la nada en que me miro,
mi transcurrir recuerda
a mis ausentes: soy su dulce aroma
que me habita, una luz, el polvo en giro.
Alguien bajo la tierra en mí concuerda.
11
Desnudo, oculto, claro Dios, ¿qué miras?
¿Sabes acaso quién mis dudas templa?
Mis raíces, mi tierra,
mis muertos son el centro en el que giras.
Mas si en ellos te abismas, te contemplas
y nombras, mi transcurso aún te encierra.
Mas todo fluye a tientas por el mundo
y pasar es morir y ser comienzo.
Pues cada coup d’hasard
es un volver al punto de lo inmenso,
un descender abierto hacia el trasmundo,
un caer en la noche y continuar
o un avanzar a tientas hacia el Vértice
donde Dios, ilegible, se articula
en la sintaxis clara
de la muerte. Pasar, ¿y quién recula?
¿Quién vuelto en movimiento como hélice
se detendrá?... El pasar, todo lo encara.
Pasar, aquí estuviste: ay alma y vía,
intensidad de luz en las tinieblas,
el corazón del hombre
es bello sobre el mar, y nuestras nieblas,
bajo la luz hiriente, al mediodía,
descubren en la arena su otro nombre...
Y mi Dios, voz de trueno, está en mi viaje
y en las lejanas cosas del antiguo
olvido que disfrazan
la noche y el desierto; en el ambiguo
nombre de los objetos que el oleaje
oculta al día y nuestros rezos alzan.
Y entonces nuestras vidas toman rumbo
como el nómada viejo que en su marcha,
hacia una tierra virgen,
pródigo, ante la ruina, aún se ensancha
y habla: “el sitio escogido que derrumbo
recuerde del pasado cada origen,
cada principio y ruta que he trazado
con mis plantas...” La vida va a la tierra
y levanta en el alma
el gusto en donde estuvo nuestra guerra
y toda la viudez de lo deseado
y el amor que al final colmó la calma.
CORO
12
El fuego está en la carne que transcurre;
sueños, murmullos en el cuerpo, risas,
las vidas generosas,
el cuerpo que se ciñe a lo que ocurre,
el alma en vuelo al fin cobra divisas
y el goce permanece, no sus cosas.
13
Dios, claro Dios, el alma vuela en sombra,
el cuerpo se distiende en su murmullo,
es luz la nimiedad,
hacia adentro Tu Vértice se nombra,
hacia adentro de este arrullo
donde la permanencia es ansiedad.
14
Todo este mar de luz quema y calcina,
todo desgarra y abre la delicia,
en Ti mi muerte aclara
su transcurso. Tu Vértice avecina
el esplendor que ciega y acaricia
y Emergido ilumina y nos declara:
A mi padre
¡Báñate en la Materia, hijo del Hombre! ¡Sumérgete en ella, allí donde es más impetuosa y más profunda! ¡Lucha en su corriente y bebe sus olas! ¡Ella es quien ha mecido en otro tiempo tu inconsciencia; es ella quien te llevará hasta Dios!
TEILHARD DE CHARDIN
Y Emergido ilumina y nos declara:
I
Allí, en lo más profundo,
bajo un sereno tiempo sin transcurso
se ensancha el mar, su ser, el suave curso
en la calma marina de las cosas:
como un montón de estiércol entre rosas
mira el alma, después de tanto invierno,
la sed insatisfecha de lo eterno.
II
En lo más claro, inmensa,
ahonda el alma el rostro de su acaso,
claridades sin fin tras el ocaso
donde un instante fulge en el albor
de un consumado instante, resplandor
sin fin, oh, sueño eterno, mi saberse
del alma que se aclara y es Hacerse.
III
Así el alma descubre
en esas claridades la confusa
luz de un no percibirse por difusa,
de otro Mar no acabado en su constante
que a solas nos contiene en un instante
y en sí mismo se expande generoso,
único, eterno, sueño presuroso.
IV
Y el alma se contempla y aproxima,
tocando a cada paso que la anima
el sitio de la muerte: su respiro.
Y fluye hacia su suerte en un suspiro
que siempre incorregible se desborda
y se hace eterna paz que a Dios aborda.
V
¡Y qué paz se desborda prodigiosa;
qué conciencia de luz, qué deliciosa
estancia se concibe en este Mar
que apacienta al deseo; qué atracar
de barcas cuando aún sobre el abismo
el tiempo continúa hacia Él mismo!
VI
Y en las rutas marinas la abundancia
reposa permanente su substancia;
¡ah!, qué instantes de vida, tenue agua
en el alma se nutren; ay qué fragua
más dulce, qué querer de hacerse tierra
para gustar la muerte que me encierra.
VII
Más sueña con su muerte
(de sí misma ramera enamorada
que se mira en el Mar y se anonada)
durmiendo las raíces de corales,
perenne en la constancia de sus sales
porque el rostro de Dios, ah, se concentra
en esa larga sed que en Él la adentra.
VIII
Desnuda en su paciencia,
junto a este encanto suave de lo bello,
tal bruñido cristal, hondo destello,
expande inmaculada su presencia
y toma del principio de la unción
la paz que muerto todo es asunción.
IX
Hondo Mar y excavado,
todo vive en el sueño, en Ti reposa.
El alma entre la luz más presurosa
se adentra en la oquedad de su mutismo
y al tiempo va aclarando su eufemismo
idéntica a Ti mismo, pura, lenta,
se expande inmaculada y llega atenta.
Y EL MAR, AY, EL CALLADO MAR SE ENSANCHA
Y EL ALMA EN EL INSTANTE REFULGE ANCHA,
SE EXPANDE HASTA EL REPOSO,
HASTA EL LÍMITE CALMO DE UNA ONDA.
EL ALMA ANTE ESE ROSTRO MIRA, AHONDA,
LA IMAGEN DEL REPOSO.
ES PRESENTIR ANTE EL ESTAR LA VIDA
EN EL AGUA INTERIOR QUE LA CONVIDA
AL GOCE: SU SILENCIO.
DESBORDADA EN SU SER Y SIN CONTORNOS
FLUYE ALEGRE, DESTRUYE SUS ADORNOS
Y EN ELLA ME PRESENCIO.
NOCTURNA SE CONSUME SIGILOSA
EN LA CIMA PROFUNDA Y GENEROSA
QUE LA NUTRE RADIANTE,
COMO A UN NÍTIDO HUECO EN EL OLVIDO,
PARA SENTIR Y RETENER LO IDO
EN UN ETERNO INSTANTE.
¡AY SOLEDAD!, EXACTO MAR Y CLARO,
TU CABIDA ES LA MUERTE: INFINITO ARO
QUE NO APAGA LO AMADO,
LO INCORPORA Y SOMETE EN EL COMPÁS
QUIETO DE SUS ENTRAÑAS, Y ALLÍ EN PAZ
FULGURA EN LO ENTREGADO.
CLARA VISIÓN, LA LUZ ALLÍ SUSPENSA
SIENTE LA FORMA DEL AZUL QUE TENSA
Y AL FILO DE SU RADA,
AL FONDO DE LOS AÑOS SIN PRESENCIA
CELEBRA EL ALMA LA PERENNE AUSENCIA
DE SU NOCTURNA NADA.
X
Y tras ese placer
nada murmura, salvo un jubiloso
temblor de la materia, ay, animoso
que descubre en el tiempo sus trabajos:
¡esto es luz, mimbre, fruta; esto, naranjos...
maravillas tangibles, nombres, hormas;
todo recobra el pasmo de sus formas!
XI
Y la forma transcurre
envejece buscándose en su ruina
y el tiempo en el que fluye no la mina
por el Dios de su sueño, de su duda;
así, suave, más suave, casi muda
nutre ardiente la llama que la crea
y fulge de su nada y se recrea.
XII
Parecida a lo inmóvil,
aunque es tiempo, no niega su pasado,
ni aniquila en su ser lo siempre dado,
a su constante paso lo incorpora,
lo graba y lo hace suyo en cada hora.
Dormida el alma clara en Dios se anega
y crece inmensa y pobre mientras brega.
XIII
Una felicidad nos nombra, un gesto
mortal que nos acoge, desde el cesto
acuoso en que nacemos, en la hondura
donde oculta se crea la figura,
lenta, al suave reposo del ahora.
El cuerpo como un soplo se hace Aurora.
XIV
Oh, cuerpo enamorado, la corriente,
la luz, sus cosas no circundan. ¡Siente!:
rumor de agua, corales, transparencia
salina que amalgama la insistencia
del principio y se adhiere ya a su muerte