Jefa a los 17 - Chiara F. Citterio - E-Book

Jefa a los 17 E-Book

Chiara F. Citterio

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Beschreibung

Alicia está en plena fiesta, cuando recibe una noticia devastadora: sus padres acaban de morir en un accidente automovilístico y su hermana menor se ha salvado de milagro. En pocos días, su vida cambia para siempre. Y es que no solo tendrá que lidiar con sus sentimientos frente a la pérdida, sino que también deberá hacerse cargo de "Francesca", el legado de sus padres: una de las mayores cadenas de indumentaria de alta costura de Nueva York. ¿Cómo podrá, con solo diecisiete años, asumir semejante responsabilidad? Sobre todo, teniendo en cuenta que Alicia es un desastre: alcohol, drogas y un novio abusivo no son el mejor currículum. Por suerte, su abuela será el pilar que necesita para encarrilar su vida y la de su hermana, que parece empecinada en autodestruirse. Y también conocerá a Mike y a Toby, y deberá decidir qué clase de amor es el que querrá en su vida. Una historia intensa, en donde el amor, el peligro y el drama encuentran en las pasarelas de Nueva York el mejor escenario.

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Dirección general: Chiara F. Citterio

Dirección editorial: Verónica Chamorro

Diseño de cubierta e interior: Valeria Miguel Villar (Olifant)

Corrección: Martín Vittón

Ilustración de cubierta: Germán Bernales

 

© Chiara F. Citterio, 2023

© The Orlando Books, 2023

www.theorlandobooks.com

 

ISBN 978-987-48992-2-4

Primera edición: febrero 2023

Primera edición digital: febrero 2023

Conversión a formato digital: Libresque

 

Francia Citterio, Chiara

Jefa a los 17 / Chiara Francia Citterio. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : The Orlando Books, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-48992-2-4

1. Narrativa Juvenil. 2. Novelas Románticas. I. Título.

CDD A863

 

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la empresa.

Para mi club de las 12 AM.

«Los tiempos difíciles despiertan un deseo instintivo de autenticidad.»

COCO CHANEL

CAPÍTULO 1 YA NADA SERÁ IGUAL

Penny, con la mano temblorosa, pone una pastilla en la lengua de Alicia, que la traga esperando el momento en que su cuerpo deje de preocuparse y pueda olvidarse de su estúpida vida. La voz de su padre diciéndole lo pésima que es como hija, poco a poco, se va yendo de su mente y deja lugar a la música, que lo ocupa todo.

El ritmo de Brockhampton golpea cada centímetro de su piel, siente los latidos de su corazón amoldándose a la melodía.

Empieza a bailar, como tan bien sabe hacerlo. Sus piernas largas, su cadera y su cintura diminuta combinan perfectamente cada movimiento siguiendo el compás. Se pasa las manos frías por sus brazos desnudos en un gesto que atrapa la mirada de cada hombre del lugar. No hay uno solo que no sueñe con llevársela a la cama esa noche, pero ella ni los registra, solo quiere estar con sus amigas.

Un sujeto alto se pega a ella. Alicia intenta alejarlo pero no tiene fuerzas, siente que su cuerpo está hecho de gelatina y que no responde a las órdenes que le intenta mandar el cerebro. Él insiste una y otra vez, pero ella sube en cámara lenta la rodilla hasta su entrepierna y logra alejarse de él como puede.

Alicia vuelve con sus amigas, las mira con desconfianza, como si supiera lo mal que hablan de ella a sus espaldas por sus actividades extracurriculares.

Los pensamientos empiezan a atormentarla, las ganas de escapar de ellos la hacen bajarse de un trago un vaso de tequila que sigue quemándole la garganta como el primer día.

Sin apartarse de la barra, se sujeta el pelo de mil colores con las manos para dejar su nuca al descubierto. Un par de mechas violetas le caen sobre los ojos. Corre una brisa, o tal vez sea la respiración de la multitud, pero un aire más fresco y con olor a sudor le eriza la piel. ¿Flota? ¿Se vuelve liviana? ¿Invisible? No importa. La sensación es orgásmica.

Alicia escucha el clic de una foto y posa para su amiga Penny con mirada seductora, pero cuando se la muestran, se estremece. La imagen que le devuelve la pantalla no es ni parecida a lo que imaginaba.

Los shorts empiezan a vibrar. Al principio se asusta, le lleva un momento darse cuenta de que en realidad es su celular el que suena.

Abuela Aubrey llamando…

Alicia arruga la frente. Duda en contestar pero lo hace, aunque espera a estar fuera de la pista de baile para poder hablar con su abuela. Le arrebata un vaso de agua a una chica para poder quitarse la voz pastosa, abre la puerta que da hacia la calle y el aire frío la golpea como un tsunami.

—Hola, abuela, ¿cómo estás? —intenta pronunciar lo mejor posible, aunque su mente empieza a marearse.

—Ali… hubo un accidente —le dice su abuela con extraña lentitud—. Tus padres estaban manejando y… —su voz se quiebra con un sonido de vidrios rotos, luego la escucha tomar aire como quien está a punto de zambullirse en el mar—. Chocaron. Ellos… ellos murieron, Alicia.

Aubrey sigue hablando, pero Alicia ya no la escucha, no puede captar sus palabras. Como si alguien hubiera robado todo el sonido del mundo de un manotazo. A su cabeza llegan ecos, retazos… siente los oídos cubiertos con algodones. Su abuela habla de un volantazo. Un animal quizás, o un pozo… todavía no se sabe. No puede ni imaginarlo. No quiere. Logra concentrarse, necesita que su boca le obedezca. Con esfuerzo, las palabras se abren paso desde la garganta.

—¿Y Chloe?

—En el hospital NYC Health, conmigo. Está anestesiada.

Esa información lo único que hace es empeorar su estado actual. Intenta subirse a la limusina, pero sus piernas le fallan y cae contra el asfalto. El mundo empieza a dar vueltas a su alrededor.

El conductor que contrataron sus padres para mantenerla vigilada se baja e intenta ayudarla. Alicia al principio hace un esfuerzo para ponerse de pie por sus propios medios, pero no puede.

Mientras van a toda velocidad hacia el hospital, el chofer la mira desde el espejo. Tiene órdenes de estar a su lado las veinticuatro horas del día y protegerla. Piensa que Alicia es una malcriada, pero que en el fondo no es solo una caprichosa sin sentido. Nadie se destruye a sí misma porque sí. En ese momento, estar bajo su piel es un tormento. Por su cabeza pasan todos los malos momentos que les hizo sufrir a sus padres. En el espejo retrovisor, sin embargo, solamente se ve a una chica tapándose la cara, completamente alcoholizada.

CAPÍTULO 2 BONHOMÍA

Si Alicia tuviese que definir a su hermana con una palabra, esa sería bonhomía: afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento. Por eso, al recibir la llamada de su abuela y escuchar lo sucedido, ella no entiende; a las personas así no les pueden pasar cosas feas.

Cuando entra al hospital, Alicia intenta no parecer tan borracha y drogada, pero le cuesta demasiado. Se tropieza y finge recomponerse cuando es una meta casi imposible. Siente el efecto de la pastilla jugando con su mente y no puede detenerlo. Se tapa los ojos para tratar de evitar la vorágine de recuerdos que se le aparecen como si fuera una película. Si alguien pudiera leer la mente de Alicia en este momento, vería imágenes de su fase de niña rebelde, a sus padres gritando, a ella y a su hermana protegiéndose una a la otra, a su padre besando a una desconocida mientras ella mira con tristeza, a Chloe preocupada al ver a su hermana mayor llegar a altas horas de la noche con un vestido que se le sube hasta la nariz.

Sus pasos la llevan hacia su abuela, que sostiene temblorosamente un café y un vaso de agua. Alicia la mira y piensa en cuán elegante se ve, incluso en esa circunstancia tan deplorable. No se da cuenta de las lágrimas silenciosas que caen por sus mejillas, ni en cómo su rodete gris no está perfecto como siempre, ni ve la mancha de sangre que le dejó su hijo en su saco color caramelo cuando lo abrazó por última vez.

Aubrey se da vuelta y, al ver a su nieta huérfana, casi se le caen las bebidas que compró mecánicamente. Ambas comparten el color de ojos y ahora, también, están enlazadas por un dolor tan distinto y tan igual al mismo tiempo. A Aubrey la ahoga la tristeza; a Alicia, la confusión.

Aubrey se levanta y camina hacia Alicia, le da un abrazo corto, no quiere desmoronarse, no puede hacerlo. Alicia le devuelve una mirada asustada, sin ser consciente de que Aubrey no puede ser la mujer maravilla esta vez. Nadie puede. Pero las abuelas tienen un sexto sentido y le dice las palabras que su nieta favorita necesita oír.

—Vas a estar bien, Alicia.

Alicia se sostiene de su abuela. Le da miedo soltarse. Siempre la consideró un faro en medio de la tormenta, pero esta vez su abuela no puede serlo por más que quiera.

Alicia se sienta y estira sus shorts en un intento desesperado de que se alarguen. Intenta e intenta, hasta que se da cuenta de que no es posible. Se trata de quitar los tacos pero no puede, le fallan las manos, sus dedos se chocan entre sí, la respiración le empieza a fallar. Aubrey se los quita bruscamente. Está cansada pero tiene que preguntar.

—¿Cómo ocurrió?

Aubrey le mira las pupilas dilatadas.

—Venían manejando desde los Hamptons, llovía demasiado, el auto se resbaló, tu madre no llevaba el cinturón y salió despedida. En cambio tu padre, él… tu padre murió aquí, hace unos momentos. Aún no puedo creerlo.

Alicia tiembla inconscientemente y Aubrey se quita el saco para colocarlo sobre sus piernas. Una cámara las enfoca mientras están desprevenidas y les roba una foto. Una chica asiática con sombrero marrón, vestido rosa con hojas verdes y tacos altos apenas logra disimular un gesto de triunfo mientras se imagina el título de su próxima nota: “Francesca y Gerónimo Roberts, dueños de la famosa marca de ropa, fallecen en un accidente automovilístico”. Se muere por ser la primera en contar la historia, se muerde las uñas por la emoción.

Aubrey registra a la periodista y un instinto maternal la hace asustarla con palabras que dirige a su nieta, mientras mantiene su vista fija en la reportera entrometida.

—Tienes que ser fuerte, Alicia. No puedes derrumbarte. La gente va a atacarte sin piedad.

Alicia frunce su ceño, piensa que su abuela perdió la razón.

—¿De qué hablas?

Aubrey niega con la cabeza, nota que se precipitó. Acaricia el pelo grasoso de su nieta y deja que ella se recueste en su falda, manchando con maquillaje sus pantalones de terciopelo.

—Puedes pensar que estoy loca, pero en realidad no lo estoy. Aunque ya hablaremos de esto más adelante, ahora debemos estar atentas a tu hermana.

Alicia la mira asustada, el aire empieza a faltarle, un ataque de pánico se avecina y ella lo sabe muy bien. Se concentra en las botas negras de su abuela, hace fuerza para apagar su mente, que parece un tornado.

Un doctor con aire cansado se acerca y ambas se levantan rápidamente, o al menos Aubrey, ya que cuando Alicia lo intenta se marea y cae en la silla por inercia.

—Su nieta va a estar bien. Pudimos controlar la hemorragia a tiempo.

Aubrey ayuda a levantar a Alicia y la acompaña a la habitación de Chloe. En el camino se cruzan con una camilla que tiene un cuerpo muerto. Aún tapado, saben que es Gerónimo: reconocen esos zapatos italianos tan caros que siempre usaba. A Aubrey le empieza a temblar la mandíbula, Alicia no se mueve, su cuerpo queda atrapado en ese tiempo y espacio, como si todo se hubiera detenido. Pero el resto del hospital sigue en funcionamiento, las enfermeras se ríen mientras hablan del nuevo médico de guardia, alguien hace una pregunta, una ficha tintinea en la máquina de café… Alicia quiere acercarse al personal de la guardia y pedirles que paren, quiere que todo el mundo se detenga, sus padres están muertos, ¿cómo pasó eso? Intenta dar un paso hacia él, destaparlo, decirle que nunca se olvidará de aquella tarde en Central Park, su risa al verla caer, sentir por primera y única vez ese vínculo padre-hija. Sin embargo no lo hace porque aún no lo perdona, ¿alguna vez podrá hacerlo? Pero su hermana sigue viva. Ahora tiene que pensar en ella.

Alicia se desploma apenas la ve recostada en la cama, con tantos monitores y aparatos controlándola. Intenta sostenerse de su abuela, pero Aubrey no está en condiciones de sostener a nadie. Chloe parece dormir mientras los cables cuidan que no deje de respirar. Su pelo rubio, largo, como el de una princesa, le enmarca la cara. El doctor aseguró que iba a estar bien, pero Alicia no lo va a creer hasta que su hermana abra sus ojos color cielo.

Mientras Aubrey llora al lado de su nieta menor, Alicia las mira. No se mueve, no piensa, solo observa todo. Empieza a rascarse el brazo con ansiedad, en un gesto inconsciente. Su abuela le tomaría la mano y le pediría que pare de lastimarse, pero esta vez no lo hace. Alicia está sola. Se acerca lentamente a la abuela, intenta abrazarla, pero se arrepiente y vuelve a un rincón. Se muerde el labio hasta que le sangra.

Ella debería estar ahí, no su hermana pequeña, la que le suplicaba ir al MOMA mientras ella le decía que eso solo lo hacen los turistas, que la dejara en paz y no se olvidara de cerrar la puerta. Chloe, con su cuerpo soñado, su perfecta silueta de reloj de arena, esforzándose en esconderse entre capas de ropas gigantes, por pura timidez.

Una especie de sonrisa aparece en los labios de Alicia al recordar esa fiesta a la que ambas cayeron de sorpresa, y cómo ella vistió a su hermana como una muñeca, con un vestido negro con capa, tacos altos y una cartera Celine. Pero al ver ahora el estado de su hermana, solo puede temblar.

Finalmente cede y se sienta en el sofá marrón claro de la habitación. Aubrey suelta la mano de Chloe y se acomoda a su lado. Ambas se duermen entrelazadas, como si solas no pudieran pero juntas quizás sí.

 

Alicia abre los ojos mientras siente que alguien le está martillando la cabeza. La luz blanca del hospital quema, su boca pastosa pide a gritos un vaso de agua. Se fija en su abuela, que duerme con el ceño fruncido, mira a Chloe, se acerca a acariciarla pero no se anima. De todas maneras se queda unos segundos viendo cómo duerme. No se da cuenta de que en realidad no duerme, que finge para no mirar a su hermana a los ojos.

Alicia sale de la habitación a paso de plomo y camina hasta el baño, se moja un poco la cara, siente cómo su propio reflejo la juzga.

Qué horrible estás, Alicia, tan podrida por fuera como por dentro.

Se aleja de ella misma y camina torpemente hasta la parada de taxi. No sabe adónde ir, tartamudea la dirección de su casa más por costumbre que por decisión o deseo. Por la ventanilla mira las calles abarrotadas de Nueva York. Cuando pasan ante una tienda Bergdorf Goodman, le pide al taxista que pare y se baja sin pagarle. Aunque el conductor le grita y la insulta, ella parece no escucharlo. Entra al lugar con aire perdido, todos la miran, saben quién es, saben qué pasó, o eso creen. Algunos se atreven a criticarla, otros solo ponen cara de lástima, una hasta dice que ya querría heredar toda esa fortuna ella misma.

Alicia no los registra, sus pies se mueven automáticamente hasta el local Francesca. Ve la gigantografía de su madre, vestida con una blusa blanca holgada, jeans, stilettos y una cartera muy original. Su mirada perdida la observa. Se acerca a tocar la imagen, lentamente traza con su dedo índice la figura de su madre.

La vendedora del local abre los ojos y levanta una ceja. Mira con asco a Alicia, se tira el pelo negro alto para atrás y camina hacia la huérfana. La recorre con la mirada. Es el tipo de chica que siempre se siente bien consigo misma, más aún al lado de Alicia, que luce deplorable. La vendedora se acerca meneando la cadera dentro de su conjunto rojo, camina con la elegancia de una gata. Luce como Kim Kardashian y eso le encanta.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le pregunta mientras masca un chicle.

Recién entonces Alicia parece caer en la cuenta de dónde está. Niega con la cabeza y sale. Se mira las manos, sus uñas largas negras, con el anillo en forma de serpiente que rodea el anular. Se pasa las manos por la cara, como intentando comprender si está viva o si es solo una ilusión.

Camina perdida las cuadras restantes hasta su casa, donde la reciben sus empleados. Le preguntan si necesita algo. Ella logra apenas juntar la fuerza necesaria para enfocar la vista y mirarlos.

—Mi mamá está muerta —les dice seria.

Ninguno responde.

—Mi papá también.

CAPÍTULO 3 UN DOLOR INCONMENSURABLE

Alicia Roberts nunca fue una chica maleducada, ni siquiera en sus épocas más rebeldes. Siempre trató bien a todos y nunca fue irrespetuosa. Por eso, cuando la atormentan con preguntas mientras intenta hacer un bolso para su hermana, no se queja, los deja estar ahí. Guarda un top y una pollera blanca, respira el olor a perfume Daisy.

—Señorita, déjenos hacer a nosotros el bolso —le susurra una de las chicas.

—No, yo puedo. Gracias.

Anita, Helena y Cassie, las tres empleadas de la casa, deciden que es mejor dejarla sola. Alicia mira la habitación de su hermana, tan blanca, tan de princesa. Quizás sea la última vez que la vea así. Entra a su baño y abre los cajones en busca de un cepillo de dientes. Tan ordenada siempre, Chloe, con todas sus toallitas femeninas acomodadas perfectamente en el primer cajón, el maquillaje en el segundo y en el tercero todos los productos para el pelo. Pero Alicia no encuentra el cepillo. Aunque está justo frente a sus ojos, no lo ve.

Finalmente se da por vencida y se encamina a la habitación de su madre. Intenta mirar para abajo, esconderse de los espejos, pero no puede, están en todas partes. De pronto ve a su madre, sentada en su sofá estilo francés, rosa viejo, colocándose los aros, con su vestido largo de Prada con un moño en el hombro izquierdo.

Alicia sale de la habitación dando un portazo, se viste rápidamente, o al menos lo intenta, le cuesta encajar la pierna en el jean negro de Macy’s, los botones de la camisa se le escapan de los dedos. Se sienta en la cama y mira su alrededor, se huele a sí misma, el olor es horrible. El reloj le recuerda que ya debería volver, así que simplemente toma su chaqueta de cuero favorita y unos zapatos de charol que nunca usó en su vida y sale de la casa.

El chofer la lleva de regreso al hospital. Apenas baja del auto, se da cuenta de que se olvidó el bolso para Chloe.

Qué más da, ya se sabe que soy un desastre.

Alicia camina hacia la habitación de su hermana y, aunque por momentos se pierde, logra encontrar su camino. Al llegar, la ve. Chloe, al contrario de su sonrisa habitual, ahora mira por la ventana con una expresión de desorientación total.

—Buenos días, chiquita, ¿cómo te sientes? —le pregunta Alicia mientras toma su mano.

—¿Cómo esperas que me sienta? —le responde con una mirada de odio, mientras aparta su mano como si Alicia fuera contagiosa.

Por primera vez, Alicia tiene ganas de llorar. Pero no lo hace, se da vuelta y la ve a Aubrey, que la observa.

—No te has bañado —le comenta, como si ella no lo supiera.

—Voy a comprar café —informa Alicia haciendo caso omiso a su abuela.

Cuando regresa, ve a una enfermera que ayuda a Chloe a levantarse, mientras un doctor le habla a Aubrey, que asiente como un robot a todo lo que se le dice.

Las tres caminan una al lado de la otra, pero parecen tan lejos… Alicia, perdida en sí misma; Aubrey, intentando no caerse; y Chloe, enojada con la vida.

Se suben a su limusina en completo silencio. Alicia decide no enfrentarse a la realidad y mirar por la ventana, se refriega los ojos, ¿acaba de ver a su madre? Pero al mirar de nuevo se da cuenta de que esa mujer tan elegante, contenida en ese enterito blanco y negro y con ese escote tan provocativo, no es su madre. Puede escuchar el repiqueteo de los zapatos justo antes de que el automóvil vuelva a arrancar. El nudo en su garganta se hace insoportable cuando el pensamiento del cuerpo de su madre aparece.

—¿Dónde está Francesca? —le pregunta a su abuela.

—En la morgue, ¿quieres ir a verla?

—No.

El auto se detiene, han llegado a su casa, en el centro de Manhattan. Alicia ayuda a Chloe a bajar del auto, ya que Aubrey parece un fantasma que camina hasta la casa, que está lejos de ser un hogar. Con las paredes altas, blancas, una casa tan grande, tan fría, tan impecable… tan escasa de vida.

—Tú tendrías que haber estado con nosotros —le lanza Chloe a su hermana.

Alicia se queda paralizada. ¿Su hermana le acaba de decir que le gustaría que se hubiese muerto?

Chloe suelta su mano y se aparta. Alicia corre a su habitación en busca de pastillas que ayuden a tranquilizarla. No las encuentra, lanza cosas por el aire, pega un grito, revuelve sin parar hasta hallarlas. Toma tres seguidas.

El espejo le devuelve su imagen, se da asco a sí misma: sus ojos marrones inyectados en sangre, su cabello rubio mezclado con distintos colores como rosa, azul y violeta está descontrolado, su flequillo parece un huracán. Siente la mirada de desaprobación de su madre desde arriba.

Si no te ves bien, nadie te respetará, Alicia. Siempre tienes que estar perfecta. Vestida así eres una vergüenza para la familia.

Alicia corre a su baño, se mete en la ducha rápidamente, empieza a refregar todo su cuerpo con fuerza, quiere sacar toda la suciedad que lleva dentro, pero esta, al parecer, cala en sus huesos.

Al salir de la ducha se tropieza, se queda en el frío piso del baño, sus labios tiemblan. Nunca quiso morirse tanto en su vida. Va a su habitación y se cambia con ropa que su madre aprobaría: una camisa celeste, un jersey blanco y unos jeans sin agujeros.

Se mira al espejo y su primera reacción es una mueca. Esta no es Alicia en el País de las Maravillas, como su exnovio solía llamarla; esta es Alicia Roberts, la hija de Francesca y Gerónimo.

Abre el cajón de su mesita de luz y encuentra sus diseños, lo único que le gustaba a su madre de ella. Siempre le decía que ella podría ser el futuro de la moda si tenía más disciplina e iba a menos fiestas.

Perdón, mamá, nunca te escuché.

Antes de salir de su habitación la mira con detenimiento, como si viera por primera vez su cama blanca con barrotes de madera gris, el sillón crema en la esquina, las luces led… todos muebles excesivamente costosos, cuando Alicia solo quería un póster de Mick Jagger.

Da un portazo rabioso y baja las escaleras con paso enojado, cuando se encuentra con su abuela, que observa por la ventana con aire perdido, mientras Chloe mira la televisión a todo volumen. Alicia se sienta al lado de su hermana, que se corre y le clava los ojos cargados de desprecio.

Alicia quiere que alguien la defienda, que su abuela grite que no tiene la culpa por lo que pasó.

—Chloe, yo solo no quise festejar este cumpleaños… —le ruega a su hermana.

—Estaban discutiendo por ti —le grita ella, en respuesta.

—No hay culpables por más que quieras encontrar uno, Chloe —interviene Aubrey, que las mira fríamente.

—Sí hay, ellos se distrajeron por Alicia.

Unas tímidas lágrimas caen por las mejillas de Alicia, por más que intente evitarlas.

—Tu hermana la está pasando tan mal como tú, las dos han pasado por algo terrible y la única manera de que puedan sobrevivir es si se tienen la una a la otra.

—Por favor, Chloe, no me odies —le pide a su hermana mientras la abraza.

Pero Chloe se despega de ella y escapa a su habitación.

Esta vida que les tocó no es nada fácil.

CAPÍTULO 4 EL ENTIERRO

Meraki: hacer algo con creatividad y amor, poniendo el alma en ello.

Alicia recuerda la palabra al ver la gigantografía de sus padres que la recibe al entrar en la sala. Se los ve en las escaleras de su primer departamento en Nueva York, mirándose enamorados, las manos de Gerónimo en el cabello oscuro de Francesca…

El lugar se va llenando cada vez más de desconocidos. Hay tantas flores que uno podría nadar en ellas. Nadie está vestido de manera ordinaria, todos lucen trajes ajustados y anteojos oscuros.

¿Es como te lo imaginabas, mamá?

Exacto como lo hubiese querido, parece una película.

Cada persona que llega atosiga a Alicia. Se acercan a preguntarle cómo está, si pueden ayudarla en algo.

Sí, yéndose a la mierda.

No seas maleducada, Alicia.

Pero como Alicia no quiere seguir decepcionando a sus padres, aun si la observan desde el más allá, se queda callada, en su lugar de hija perfecta. No lo ocupó mientras vivían, quizás ya sea tiempo de hacerlo, no hay nada más que perder.

Penny, la que decía ser su mejor amiga, no tuvo ni la decencia de presentarse. Ninguna de sus supuestas amigas lo hicieron. Alicia se da cuenta de que ellas solo están ahí cuando se trata de estar drogadas hasta las nubes en una fiesta.

Mientras Alicia da sonrisas falsas y abrazos mecánicos, un chico pelirrojo le clava la mirada en silencio.

Todo transcurre rápido. El cura habla sobre lo buenos que eran como padres —algo muy dudoso pero que Alicia deja pasar—, el lindo matrimonio que hacían —si supieran—. Y que ahora están en un lugar mejor. Aunque la invitan a acercarse a hablar, Alicia prefiere no hacerlo. La idea le parece espantosa. ¿Qué podría decir? ¿Las cosas que no pueden faltarle a una neoyorquina perfecta, que su madre no se cansaba de decirle? Es lo único que su cabeza repite como un mantra en ese momento:

1. Una billetera de viaje, de Tiffany.

2. Tacones Yves Saint Laurent para la noche.

3. Unas chatas de Chanel para el día.

4. Un vestido de gala.

5. Un cuaderno para dibujar.

6. Un diario íntimo para contar lo increíble que es NYC.

7. Un Chanel N.o 5.

8. Un labial rojo para la noche y uno rosa para el día.

9. Un Rolex Datejust 31.

10. Un pañuelo Hermès.

11. Lencería de La Perla.

12. Una cartera Lady Dior.

La que sí se pone de pie es Chloe. A Alicia le parece raro que quiera hacerlo, ya que ha estado muy callada todo el tiempo.

Cuando su hermana camina hacia el cura, resulta evidente que no está del todo sobria…

—Mis padres no eran los mejores, quizás, pero eran mis padres. Yo siempre hice todo por ellos, no como otras… que hacían todo para que sus vidas fueran miserables. Ellos me hicieron entender que Park Avenue era donde pertenecía, que Madison era mi hogar y que si no conoces la Fifth estarías mejor muerto que vivo. Mi madre podía no ir a mis actos escolares, pero los domingos en el Red Door Spa eran tradición. Mi padre me enseñó todo lo que sé, y no cosas como la raíz cuadrada, sino cómo el MET se convirtió en lo que es hoy en día. Yo los amaba, yo…

Alicia se acerca a ella para ayudarla a bajar del estrado, pero al rozarla Chloe se echa hacia atrás, como impulsada por una corriente eléctrica.

—¡Un aplauso a la culpable de todo! Bravo, Alicia… los mataste.

Ambas se miran con odio. Son demasiados secretos, demasiadas cosas no dichas. Ninguna de ellas sabe, en realidad, por lo que la otra pasó. Por lo que ellos las hicieron pasar.