Mal amor - Chiara F. Citterio - E-Book

Mal amor E-Book

Chiara F. Citterio

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Beschreibung

Cuando supe que tendría un hijo con Emma, la chica de mis sueños y mi mejor amiga, el mundo dio un vuelco. Sabía que ser padre a los diecisiete no sería sencillo. Pero no imaginé que lo más difícil sería ver cómo Emma continúa su vida junto al chico que ama. Que no soy yo, claro. Creí que jamás volvería a enamorarme. Y entonces llegó ELLA. Ella, con sus libros, su risa, su torpeza, su espontaneidad sin límites, su luz. Lorelai: la chica más increíble de todo Londres. ¿Pero qué lugar hay para el amor si mi vida transcurre entre pañales, biberones, exámenes y trabajo? Mi hijo, Justin, es mi prioridad. Y enamorarme, un lujo que no puedo darme. Aunque no sé cómo podría evitarlo... Soy Nate, por cierto. Y estoy en problemas.

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Dirección general: Marcela Citterio

Dirección editorial: Verónica Chamorro

Diseño de cubierta e interior: Valeria Miguel Villar

Corrección: Martín Vittón

Ilustración de cubierta: Ana Monticelli

Fotografía de la autora: Luis Zabrana

© Chiara Francia Citterio, 2022

© The Orlando Books, 2022

www.theorlandobooks.com

ISBN 978-987-48545-4-4

Primera edición: julio de 2022

Primera edición digital: julio de 2022

Conversión a formato digital: Libresque

Francia Citterio, Chiara

Mal amor / Chiara Francia Citterio. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : The Orlando Books, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-48545-4-4

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Novelas Románticas. I. Título.

CDD A863.9283

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la empresa.

Para Doble C Farm, mi segunda familia.

«Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de infligir daño y de remediarlo.»

(En Harry Potter y la Piedra Filosofal, de J. K. Rowling.)

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CAPÍTULO 1 La llegada

NATE

 

 

 

 

Abro la puerta y lo que veo me paraliza. Emma está de pie, con las manos en su panza y un charco de sangre alrededor.

—No puede ser… —balbucea. Está pálida.

Theo corre hacia ella y toma su cara entre sus manos, preocupado hasta la médula.

—Ve a buscar el auto —le grito y él reacciona.

Me acerco a Emma y le pregunto si puede caminar hasta la calle, pero ella no responde. La tomo en brazos y la alzo. Nos subimos a la Land Rover de Theo y él acelera.

—Van a estar bien —le digo.

Emma no habla, veo que sus labios tiemblan. Así que tomo su mano y la obligo a mirarme.

—Todo tiene que salir bien —le digo a ella, pero en realidad me lo digo a mí mismo.

Tomo mi celular y llamo a la doctora que estuvimos consultando estos últimos meses. Le explico que está sangrando y que nos dirigimos al hospital.

Theo, en los semáforos, mira hacia atrás, queriéndole hablar a Emma con la mirada. Ella cierra los ojos, sin creer lo que le está pasando.

No los puedo perder. No puedo perder a mi mejor amiga y a mi hijo el mismo día.

—Todo va a estar bien —vuelvo a decir, aunque esta vez es casi inaudible.

Yo también cierro los ojos. Me imagino bailando con Emma, solo nosotros dos, con un Justin ya nacido en nuestros brazos. Estamos juntos los tres, nosotros contra el mundo.

Los bocinazos de Theo me sacan de mi ensoñación. Estamos llegando, él frena en la entrada, donde ya nos están esperando con una camilla. Abro la puerta de Emma y me bajo rápidamente.

—¿Qué le ha pasado? —le pregunto a la doctora.

—Tenemos que apurarnos y llevarla a cirugía —nos informa. No parece nerviosa, pero noto la tensión en su voz—. Necesita una cesárea urgente, la vida de los dos corre peligro. Pero quédense tranquilos, la cuidaremos bien.

—¡Rápido! ¡Apúrense! —grita un enfermero.

De inmediato alguien trae una silla de ruedas, y se la llevan.

—¿Qué pasa? —grita Theo a mi lado. Ya me había olvidado de que él estaba estacionando.

—Tienen que operarla ahora. Corren peligro —logro balbucear.

Siento que voy a desvanecerme, estoy transpirando como nunca en mi vida. Los minutos pasan, y se convierten en horas, y yo sigo ahí, inmóvil. En un momento escucho a Theo llamar a Alison, pero lo siento lejano, como si las voces estuvieran siendo ahogadas.

“Nada que valga la pena es fácil”, me dijo Emma hace exactamente una semana. Pero creo que ni ella se imaginó lo difícil que sería.

Por fin veo a la doctora acercarse. Nos informa que Emma esta fuera de peligro. Respiro.

—¿Y…? —comienzo a decir pero no me salen las palabras.

—¿Y Justin? ¿Cómo esta el niño? —logra preguntar Theo, su voz suena estrangulada.

—Está bajo observación, pero todo parece indicar que va a estar bien. Ustedes todavía no pueden verlos, pero apenas terminen de atenderlos a ellos, los llamaremos.

Abrazo a Theo, que está a mi lado, y él me abraza también. Es corto, apenas unos segundos, pero ambos estamos agradecidos de no estar solos al menos.

Nos quedamos en silencio, yo mirando al piso, él al techo. No hay nada que decir, pero comienzo a reírme. Al principio siento que me mira extrañado, pero luego empieza a reírse también.

—¿Te acuerdas de cuando tiró ese libro por la ventana? —le digo sin poder contener la risa.

—Como si pudiera olvidarlo, le cayó encima a una mujer.

—La denunció a Emma y todo.

—Ella les echó la culpa a las hormonas, pero esa es simplemente ella.

—Simplemente Emma.

Los dos suspiramos, abatidos de emociones.

Una enfermera se nos acerca y nos informa que podemos verlos, pero que Justin está en neonatología.

—Yo iré a ver a Justin —le digo a Theo, que asiente y se dirige hacia la habitación de Emma.

La enfermera camina conmigo hacia una habitación donde hay varias cunas pequeñas. Me señala a un bebé, aunque no hacía falta que lo hiciera, yo lo siento apenas lo veo. Reconozco a mi hijo, a Justin.

Camino a su cama, que está protegida como si fuera una pequeña burbuja, y lo veo. Tiene un color extraño, como un bordó azulado… es difícil de definir.

—No te asustes. Ese color es normal en los recién nacidos. Lo estamos monitoreando, estará bien.

—Tranquilo, muchachito, aquí está tu papá —le susurro.

Tiene los ojos grises como su madre, pero el poco pelo que tiene es rubio. Como el mío.

Marie, la enfermera, lleva a Justin hacia la habitación donde se encuentra Emma. Yo camino a su lado sin despegar los ojos de mi hijo.

Soy papá.

Acabo de caer en la cuenta de que esta es mi nueva realidad. Justin abre y cierra su boca, y una sensación inexplicable me recorre, quiero guardarlo en una caja y que nada le pase, quiero que sea lo más feliz que pueda. Últimamente no me sentía presente en mi propio cuerpo. Estaba pero no estaba. Y no dije nada, ya que a nadie le importaría. Pero ahora me doy cuenta de que pertenezco a un lugar, aquí, que le pertenezco a mi hijo.

Abro la puerta y veo a Emma, que sigue dormida. Theo está a su lado, sosteniendo su mano. Ella abre los ojos lentamente al sentirnos entrar. Me gustaría que alguien me diga cómo me debo sentir, porque no tengo ni la más mínima idea. Solo sé que tengo a mi mejor amiga frente a mí, y a nuestro hijo en mis brazos. Todos nuestros recuerdos juntos, todo lo que nos hace ser quienes somos hoy, todo lo que llena nuestros corazones. Ya no importan nuestros sufrimientos, o lo que casi nos rompe por completo. Importa que estamos aquí, y que hay una gran razón. Justin. Por él deberemos convertirnos en mejores personas.

Nunca hubiese imaginado ser padre a los diecisiete, mucho menos que la madre de mi hijo miraría con amor a otro, como Emma mira a Theo mientras sostiene a nuestro bebé. Pero, por lo visto, nada sale como nosotros queremos.

Me acerco a la cama de Emma y me siento a su lado. Ella se incorpora trabajosamente. Nos hemos dado un susto de muerte, pero todos nos han asegurado que ambos ya están fuera de peligro.

—Nate —me dice Emma, con la voz pastosa—, ¿podrías llamar a mi mamá? Quiero que lo conozca.

Ella toma la diminuta mano de Justin y sonríe. Y aunque comparto su felicidad, no puedo evitar molestarme teniendo a Theo siempre aquí. Ya debería estar acostumbrado, fue igual durante todo el embarazo de Emma. Pensar que mi hijo va a compartir más tiempo con él que conmigo me da dolor de cabeza.

 

Hemos pasado tres noches en la clínica. Ahora le han dado el alta a Emma y ya podemos irnos. La primera noche me he quedado yo, quería estar al lado de Justin todo el tiempo que fuera posible, pero la segunda lo ha hecho Theo, ya que Emma prácticamente me lo suplicó y me es imposible decirle que no a algo.

Mientras ella carga al bebé, yo sostengo el bolso. Apenas traspaso la puerta de la clínica, todo el peso de la responsabilidad se me viene encima. Ya no somos dos adolescentes descolgados en el mundo, ahora tenemos un hijo.

Podría pasar horas mirando a Justin. Pesa tres kilos y doscientos gramos, tiene una pequeña nariz redondita completamente adorable, los ojos grises como la madre y el pelo rubio como el mío, aunque ya me advirtieron que luego podría oscurecerse. Verlo abrir y cerrar la boca es, sinceramente, lo mejor que me pasó en la vida.

La madre de Emma, Alison, nos acompaña hasta su camioneta Mercedes Benz gigante, que, por cierto, ya tiene el asiento para el bebé. Está en todos los detalles, yo ni siquiera había pensado en eso.

Emma se sienta atrás, conmigo y el bebé, miro por la ventana y veo las calles pasar. Londres le da la bienvenida a Justin Davies y yo pienso en cómo todo está por cambiar. O ya ha cambiado.

Pasamos el Hotel Henrietta, en Covent Garden, Theo estira su mano y toma la de Emma. Una punzada de celos me lastima el estómago. ¿Por que está él aquí? ¿Por qué no le confesé a Emma lo que sentía a tiempo? Antes de que se fuera, antes de que lo conociera a él.

Bajamos y entramos con Justin en su hogar. Emma vive en Camden, al igual que yo, al igual que Bella. Desde pequeños estamos todo el tiempo juntos. Pasábamos las tardes en una casa distinta cada día, como si fuéramos una misma familia. Las calles coloridas del barrio están impregnadas de nosotros jugando a las escondidas, o almorzando en el Camden Town Market.

Pintamos la habitación de Justin de amarillo hace un par de meses, cuando Emma comenzó a querer organizar todo para la llegada del bebé con un frenesí imparable. El techo del cuarto es como si fuera un cielo, idea de Theo. Cuando lo propuso, tuve ganas de pegarle, porque era una idea muy buena, y a mí me hubiese gustado tenerla.

Quisiera quedarme. Siento una piedra en el estómago cuando veo a Emma acomodar a Justin en su cuna y empezar a despedirse de mí. Pero está cansada, ella también tiene que adaptarse a la nueva vida… y bueno, fue parte del trato. Yo lo cuidaré los fines de semana, cuando ya no necesite estar veinticuatro horas con su madre, y ella se lo quedará de lunes a viernes. Cuando crezca más, ya veremos la dinámica que más convenga.

Una vez que estoy seguro de que todo está bien, me despido y camino hacia mi casa.

 

No sé qué esperar del futuro. Desde que mi hermano Kyler se fue a viajar por el mundo, todas las responsabilidades cayeron sobre mí. Deberé hacerme cargo de la empresa de tecnología de mi padre, así que tengo que ir a Oxford a estudiar cuando termine el colegio, no hay otra posibilidad. No sé cómo me organizaré con Justin cuando llegue el momento.

Entro a casa y me encuentro con mi madre, asomada por la ventana. Tiene la misma mirada ausente que luce desde que volví de Los Ángeles.

—¿Cómo está Justin? —me pregunta, y noto el esfuerzo en su tono de voz. Mi madre siempre fue una mujer muy conservadora y todo lo que está pasando la tiene fuera de su juego.

—Bien, muy bien. Puedes ir a visitarlo cuando quieras.

Mi mamá asiente sin decir nada, no está preparada aún.

—¿Y papá? —pregunto mientras me sirvo un vaso de agua. Desde que pasó el incidente, siempre pregunto dónde está, con miedo a que vuelva a caer en el juego.

Todavía puedo recordar cómo si fuera ayer la cara de mi madre cuando volví de Los Ángeles, por un momento creímos haberlo perdido todo por su culpa.

—En la oficina, donde tú deberías estar, en vez de estar trabajando en ese lugar turístico. Nate, cuando termines Oxford, irás allí. Debes comenzar desde ahora a aprender cómo funcionan las cosas en el mundo real.

—Voy a ir a descansar, ha sido eterno el día —le digo. Aunque entiendo su decepción, no la tolero.

Aún no le he confesado que me han despedido del London Eye. Demostrarle que he fracasado, otra vez, es algo que me genera claustrofobia.

Camino hacia mi habitación y me quedo parado unos minutos mirando a mi alrededor. Mi cuarto es igual desde que tengo doce años: azul, con la cama en el centro, a la izquierda un escritorio y a la derecha un estante con mis múltiples trofeos de cuando jugaba al fútbol. Dejé de hacerlo, ahora debo trabajar.

Veo la cama con tentación, pero opto por sentarme a escribir mi lista de pendientes:

1. Conseguir trabajo de manera urgente, pues Justin necesita muchas cosas… Es increíble lo pequeño que es y lo que precisa a diario. Y mientras no estudie, no podré hacerme cargo de la compañía… Y mientras no lo haga, no tendré ingresos. Así que toca trabajar, aunque eso me complicará estudiar. En fin, supongo que así es la vida.

2. Convencer a mi madre de que vea a Justin (tal vez sea más fácil resolver el punto uno, que esto).

3. Hablar con Emma sobre el futuro de nuestro hijo (si no está Theo, mejor aún).

4. Estudiar, estudiar, estudiar. Cada día se acercan más los exámenes finales y yo no he abierto un libro.

Los ojos se me empiezan a cerrar y cedo al sueño. Estoy cansado de remar y remar para nada.

Mentira. Sí es por algo: ahora todo es por Justin.

CAPÍTULO 2 Nueva normalidad

NATE

 

 

 

 

El Hotel Chiltern Firehouse es conocido por su energía joven, sus locales y cafés modernos, por eso pensé que allí podrían estar buscando empleados. La entrada con ladrillo a la vista me da la bienvenida y me presento en recepción para mi entrevista. No estoy buscando algún empleo específico, solo deseo trabajar.

Desde mi casa apenas me toma veinticuatro minutos llegar a Marylebone. Sería genial poder trabajar aquí. Me indican que puedo sentarme en un sofá color mostaza. Ojalá me acepten, escuché que pagan bien y podría venir después de mis clases.

Me acomodo el cabello cuando veo un espejo, tengo la mala costumbre de tocarlo demasiado cuando estoy nervioso. Bella me eligió el traje, ya que con mi madre no estamos exactamente en las mejores condiciones. Me siento un poco tonto, ahora que lo veo con otra luz parezco un marinero. Me desajusto un poco la corbata. ¿A quién se le ocurrió poner tanta calefacción en este lugar?

La canción de Friends suena, es el ringtone que le asigné a Emma. Contesto al instante. Es sábado, así que técnicamente yo tendría que estar con Justin, pero aún no puede despegarse de su madre hasta dentro de unos meses.

—Emma, ¿estás bien? —le pregunto preocupado.

—Necesito que me ayudes, no para de vomitar —me pide. Puedo escuchar a Justin llorar del otro lado.

—En veinte minutos estoy ahí.

Corto y me levanto del cómodo sofá.

—¿Nate Davies? Ya puede pasar —me informa la recepcionista, que no debe llevarme más que dos años.

—Voy a tener que irme, mil disculpas.

Camino rápido a la estación Portland Place. Tendría que haber pedido reprogramar la entrevista en vez de irme de esa manera. Me desabrocho el saco al entrar al subterráneo, que se encuentra repleto.

En la segunda parada, una mujer pierde el equilibrio y me ensucia con café el pantalón de vestir. Abre los ojos, con culpa.

—No te preocupes, total ya no me sirve de nada.

Abro el celular y busco “qué hacer cuando tu hijo bebé vomita” y “por qué un bebé puede vomitar”. Por suerte, me aparece que no es algo grave, pero si esto se prolonga en el tiempo, debería llevarlo a un doctor.

Bajo tres paradas después, y al subir las escaleras veo que está lloviendo. No me importa, camino unas cuadras hasta la casa de Emma y toco el timbre.

Mi amiga me abre la puerta con nuestro hijo en brazos, llorando, los dos. Entro y se lo quito de los brazos con delicadeza.

—¡Ya no sé por qué llora! Le di de comer, lo moví como el tutorial de YouTube me dijo que hiciera, le puse su chupete, pero lo escupe todo el tiempo… Por suerte ha dejado de vomitar. Creo que todavía tengo vómito en el pelo.

—Ya, ya. Siéntate, Emma, respira.

Me hace caso y se arroja al sofá. No le digo que efectivamente tiene vómito en el cabello. Intento darle palmadas a Justin en la espalda, mientras me muevo de la manera que me enseñó la madre de Bella.

—Lo mejor que podemos hacer es mantener la calma y transmitir tranquilidad y seguridad a nuestro hijo.

—¿De dónde has sacado eso? —me pregunta Emma.

—De Google.

Ella ríe y yo, por inercia, sonrío. No hay nada como su risa.

—¿Y Theo? —pregunto “inocentemente”.

—Nos peleamos, creo que se ha ido a estudiar a un lugar lejos de mí.

Hago el intento de sentarme a su lado y consolarla, pero Justin llora cuando lo hago. Al parecer, quiere que estemos parados.

Nos quedamos unos minutos en silencio, esperando que Emma retome el ritmo normal de su respiración.

—¿Tú ya has comenzado a estudiar para los exámenes? —me pregunta con voz cansada.

—Sí. ¿Necesitas que te ayude?

—Estoy bien.

Emma nunca ha sido muy buena a la hora de recibir ayuda. Me mira con Justin y se toma la cabeza entra las manos.

—¿Por qué no vas a dormir un rato? —le propongo.

—Debería.

Le da un beso en la frente a Justin y va a su habitación. La veo alejarse casi arrastrándose, y me pregunto por qué se habrá peleado con Theo.

Un olor muy poco agradable me llena. Miro a Justin, que me observa con sus grandes ojos, al igual que su madre.

—¿Ese eres tú?

Definitivamente lo es.

Hasta ahora nunca tuve que cambiarle los pañales, siempre lo ha hecho Emma, o Alison. Voy a la habitación de Justin y comienzo a buscarlos. Cuando lo apoyo para quitarle el pañal sucio, él comienza a mover sus pequeñas patitas para todas partes. Qué suerte que los pañales tienen flechitas que indican cómo se hace; si no, no sabría cómo hacerlo.

Una vez limpio, regresamos al living. Me siento en el sofá a ver la televisión con Justin, que se va quedando dormido.

Apenas toco el botón rojo, la televisión suena a todo volumen y aparece Arnold Schwarzenegger disparando violentamente. Justin llora y yo apago la tele. Me muevo a los costados de manera anormal, intentando que vuelva a su estado anterior.

Alison entra por la puerta hablando por teléfono, pero al verme corta y me sonríe incómodamente. La madre de Emma no descansa ni los fines de semana. Se nota que ha vuelto de su oficina del centro, ya que lleva unos tacos altos y un vestido que no tiene nada que ver con lo que se usa los sábados.

—¿Quieres algo de tomar, Nate?

—No, gracias, Alison.

Se acerca a darle un beso en la frente a Justin y me asombra lo parecida que es a su hija. Luego, desaparece en su oficina.

Miro a Justin en mis brazos, por suerte se ha quedado dormido. Me da miedo moverme y que se despierte. ¿Eso significa que tendré que quedarme así hasta que vuelva Emma?

La puerta se abre violentamente y, antes siquiera de que me dé vuelta, ya sé quién es. Justin comienza a llorar de nuevo.

—Hola, Theo.

CAPÍTULO 3 Café Serendipity(DOS MESES DESPUÉS)

NATE

 

 

 

Subo al auto y paso a buscar a Emma, que hoy retorna al colegio.

Emma… qué confundido me tiene. No sé por qué, creo que ya me confundo solo. Está claro que ama a Theo y a nadie más que a Theo, pero al fin y al cabo soy el padre de su hijo, eso tiene que significar algo.

Estaciono frente a su casa y bajo a ver a Justin. Ese niño es mágico, una sonrisita y ya estás libre de problemas.

La escena que encuentro al entrar no es la más feliz. Alison tiene a mi hijo en sus brazos y Emma llora porque no quiere dejarlo, quiere quedarse con él.

—No —anuncia Alison firme—. ¿Qué clase de futuro le darás si no terminas de estudiar? Estará bien conmigo, ya tengo experiencia en cuidar bebés, ¿recuerdas?

Tomo a Emma de la mano y ella me lanza una mirada que echa llamas: ya no se tiñe el pelo de negro y ahora lo usa con su color natural, castaño, largo por los hombros.

—Vamos a la escuela y volvemos, ni te darás cuenta —le digo.

—Sí me daré cuenta, ya que tengo que ir al baño cada dos horas o de lo contrario tendré mastitis.

Emma nos estudia las caras y se da por vencida, yo no me animo a decir nada más.

Subimos al auto y en la radio suena “Daylight”, de Taylor Swift. Esta canción me gusta, así que la tarareo. Emma no parece muy emocionada con la canción y conecta su celular para poner su playlist de los Beatles.

Después de quince minutos llegamos al colegio. A Emma se le va el enojo y logra pasar el resto de la mañana más tranquila, aunque no deja de aprovechar cada segundo libre para escribirle a su madre. La tranquilidad dura poco: cuando llega la hora del almuerzo, Bella nos dice que el idiota de Mark terminó con ella, o más bien se lo cuenta a Emma, porque yo ya lo sabía.

Emma me mira sin saber qué hacer, nuestra amiga es muy sensible y nos lanza la noticia con tanta naturalidad que nos descoloca.

—Estoy bien, chicos, en serio.

—¿Te dijo por qué? —pregunta Emma.

—No especificó mucho, dijo que era por la distancia o algo así.

Bella deja de hablar y sigue comiendo sus fideos con crema. Yo no digo nada, pues ya sé cuál es la verdadera razón: Emma.

Al día siguiente del nacimiento de Justin, Mark le pidió a Bella si podían hablar. Ella claramente dijo que sí y fue al hotel donde él se quedaba, el Boundary. En vez de salir a caminar por Shoreditch tomados de la mano, el idiota cortó con ella. Dijo que estaba triste, que él quería mucho a Emma, y que estaba celoso de Theo. Mi amiga quedó completamente petrificada.

Pero no concluyó ahí. Mark se largó a llorar mientras le decía que también la amaba a ella, pero que lo mejor iba a ser terminar la relación, que ahora estaba en Columbia y las relaciones a distancia eran demasiado. El ángel de Bella terminó consolándolo a él.

La tarde del día siguiente Bella vino a llorar a mi casa mientras lo insultaba, y claro que yo también lo hice, no hay ser más pusilánime que Mark.

—Sinceramente, no puedo creerlo —me decía mi amiga—. Yo iba a estudiar en Oxford, y cambié todos mis planes para anotarme con él, ¡y ahora me deja! Y encima yo lo consolé a él… es que me licencio de estúpida, eso seguro.

—No, él es el estúpido, tú simplemente eres la persona más buena del mundo y no una desgraciada como él.

Nos quedamos toda la noche viendo películas y tomando helado. Bella solo quiso ver películas con Timothée Chalamet, ya que era el único que podía alegrarla.

Ahora, Emma no sabe lo destrozada que quedó nuestra amiga, cómo Mark le dejó el corazón. Bella no quiere decírselo, le parece innecesario, siente que quedará como una patética y otras cosas sin sentido. De todas maneras, aunque se lo dijera, no creo que Emma supiera escucharla de verdad. Ella está en su propio mundo.

 

El día me ha resultado agotador. Y eso que no debo levantarme durante la noche para atender a mi hijo… no sé cómo hace Emma. Con las chicas caminamos hasta mi auto y entonces veo un café que nunca antes había notado, el Café Serendipity. Y no solo eso, sino que tienen un cartel que dice que buscan empleado.

—Ustedes adelántese, después las sigo —les digo, y les doy las llaves para que puedan esperar adentro.

Al ingresar, escucho una especie de estallido seguido por el ruido de muchos platos que se rompen. Detrás del mostrador veo a una melena roja asomarse. Me acerco y le preguntó si se encuentra bien.

—Sí, sí, totalmente. Estoy acostumbrada —me dice mientras se quita polvo de su blusa rosada.

—¿Segura?

—Segurísima. ¿Quieres la carta?

—No, vine a preguntar por el cartel de la entrada.

—Ah, sí. Yo sola no puedo con todo, deja que vaya a buscar a William, que es el encargado.

La misteriosa chica desaparece y regresa para preguntar mi nombre. Sus ojos verdes me miran curiosos. Hay algo en ella que es casi hipnótico, no puedo parar de mirarla… Es como cuando miras un atardecer, simplemente no puedes dejar de observarlo, de apreciarlo.

—Nate, Nate Davies.

Se va nuevamente y me deja esperando. Regresa al instante con el supuesto William, un hombre más bajo que yo y casi pelado. Me hace una seña para que lo acompañe a su oficina. La chica nos sigue.

—Lorelai, ¡vete a trabajar!

Lorelai… Qué nombre extraño, y que le sienta perfecto.

Ella revolea los ojos y vuelve con los clientes. Me dan ganas de seguirla. Pero no debería. Definitivamente no.

Entonces, ¿por qué quiero pedirle el número? ¿Invitarla a salir? No tengo tiempo para ello. Ya ni siquiera recuerdo la última vez que salí con una chica.

En este momento no soy un buen chico para nadie.