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Usted no es para jesús un simple número de una estadística. ¡Usted es una persona! Él se preocupa por usted, por sus sentimientos, por sus sueños, por sus alegrías y por sus tristezas. Él llora por su dolor, y se alegra por su sonrisa. Usted es tan importante que un día él dejó todo y vino a este mundo para salvarlo. Conoce su nombre, sabe dónde vive y conoce sus ansiedades. Conoce su soledad, y sabe que usted lo necesita. Y la gran maravilla, como lo muestra este libro, es que él puede ser suyo hoy mismo.
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Seitenzahl: 69
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Alejandro Bullón
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Jesús, tú eres mi vida
Autor: Alejandro Bullón
Dirección: Aldo D. Orrego
Diseño del interior: Hugo O. Primucci, Nelson Espinoza
Diseño de la tapa: Romina Genski
Ilustración de la tapa: Shutterstock
Segunda edición en formato digital (e-Book)
Florida, Buenos Aires, noviembre de 2011
Asociación Casa Editora Sudamericana
Av. San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina
Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 4) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)
E-mail: [email protected]
Web site: www.aces.com.ar
Es propiedad. © 1993 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Libro de edición argentina – Published in Argentina
ISBN 978-987-567-860-6
Bullón, Alejandro
Jesús, tú eres mi vida / Alejandro Bullón / Dirigido por Aldo D. Orrego - 2ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2011.
E-Book.
ISBN 978-987-567-860-6
1. Vida cristiana. I. Aldo D. Orrego, dir.
CDD 248.5
Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial, la distribución o la transformación de este libro, en ninguna forma o medio, ni el ejercicio de otras facultades reservadas, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes vigentes.
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En la vida de un pastor hay situaciones que le oprimen el corazón. Aquella era una de esas. El hombre que hablaba conmigo, sentado en actitud de fracaso frente de mi escritorio, era un anciano de iglesia.
“Estoy cansado de luchar”, me dijo. “Son treinta años de intentos frustrados. Dios sabe que desde el momento en que conocí la verdad, luché, hice mi parte, me esforcé, pero parece que no conseguí nada. No aguanto más, pastor, y pienso que lo más honesto de mi parte sería abandonar la iglesia antes que vivir la hipocresía de una vida fracasada”.
Después me habló de la sensación de estar perdido, de su inseguridad en cuanto a la salvación, de su miedo de perder la vida eterna, del pavor de la condenación.
¿Dónde estaba la vida abundante que Cristo prometió? ¿Dónde estaban la paz, la felicidad y el descanso que él ofreció?
¿Es posible alcanzar la victoria sobre el pecado? ¿Es posible vivir una vida de obediencia como la que vivió Jesús? ¿Por qué, entonces, cuantas más promesas hacemos y cuanto más nos esforzamos por obedecer por nosotros mismos, sin su ayuda, tanto más parece que nos distanciamos de nuestros objetivos?
¿Qué sucede con nosotros? Este librito fue escrito con el propósito de responder algunas de esas preguntas. El análisis de algunos incidentes, que tuvieron lugar durante el ministerio de Cristo y la observación de la experiencia de algunos hombres bíblicos victoriosos, será de gran ayuda para permitirnos comprender que es posible vivir una vida de victoria completa sobre el pecado. Después de todo, el último libro de la Biblia está lleno de promesas maravillosas “al que venciere”. Si es así, la victoria debe ser un hecho real. Aquí, y ahora. Usted y yo podemos ser vencedores en Jesús. ¿Cómo? Lea las páginas siguientes con oración y lo descubrirá.
El Autor
“Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Lucas 23:39-43.
Había dos caminos que salían de Jerusalén. Uno de ellos descendía a Jericó y el otro subía en dirección al Gólgota. A lo largo del primero, los bandidos y asaltantes vivían su vida corrupta, robando, violentando y aterrorizando a los inocentes viajeros. A lo largo del segundo, estos mismos bandidos pagaban el precio de su vida delictuosa, llevando sobre sus hombros una cruz para ser muertos en la cima de la montaña.
Aquel lugar era llamado el “Lugar de la Calavera”, porque allí se ejecutaba a los delincuentes. En aquel tiempo no había otra manera más cruel y humillante de castigar a una persona. Ni la moderna silla eléctrica, la guillotina o la horca pueden ser comparadas con la desgracia y el miserable sufrimiento que soportaba el malhechor suspendido en la cruz. Eran minutos y horas, muriendo lentamente. De día, el sol quemaba sin piedad sus carnes; y de noche, el viento helado de la montaña castigaba el cuerpo debilitado del moribundo.
La muerte en la cruz era el símbolo de la muerte del pecador que va muriendo lentamente, atormentado por el sol de la culpabilidad, o por el frío helado de la conciencia, afligiéndolo siempre y gritándole interiormente: “Tú no sirves, no puedes, nunca lograrás salir de aquí. Todo lo que mereces es la muerte”.
Había momentos en que el condenado imploraba la muerte. Era preferible morir a vivir muriendo. Usted, ¿se sintió así alguna vez?
Tres cruces se levantaban en esa cima de la montaña, y tres transgresores estaban listos para morir. Los ladrones habían quebrantado la ley de Roma. Jesús, la ley de Jerusalén. Ellos habían quebrantado la ley de Dios. Jesús sólo había violado la tradición. El legalismo nunca se dará cuenta de la diferencia.
En medio de aquellas cruces pendía Jesús, supuestamente el peor de los tres. ¿Pensó alguna vez en el significado de aquella muerte? La misión de Jesús había sido siempre la de salvar a los pecadores. Vivió con ellos, los buscó donde estaban y los encontró, los amó, los perdonó, los transformó, y ahora moría entre ellos. Pasó las últimas horas de su vida en compañía de los pecadores, no con los ciudadanos que se creían buenos y rectos, sino con ladrones, asesinos y asaltantes tan crueles que habían sido amarrados a la cruz para morir como bestias del desierto, exterminados como animales salvajes, porque el mundo había perdido la esperanza de poder reformarlos.
La iglesia tiene que recordar siempre que su gran Maestro, el Señor Jesús, vivió y murió entre los pecadores para poder salvarlos.
La iglesia nunca debe olvidar que su gran Maestro creyó en los peores seres humanos. Gracias a Dios que fue así, y que siempre es así, y que continuará siendo así. Si así no fuera, ¿qué sería de usted y de mí?
Puede haber un momento en la vida en que, cansados de resbalar vez tras vez, nos miramos en el espejo de la vida y clamamos desalentados: “De nada vale seguir, yo nunca lo conseguiré”. Puede ser que por alguna circunstancia estemos a punto de perder la confianza en nosotros mismos. El mundo no cree más en usted. La familia tampoco, ni la iglesia, ni las personas más cercanas, y ni usted mismo; pero, por favor, mire a la cima de la montaña y vea a su amigo Jesús muriendo y gritando: “Hijo, yo creo en ti, para mí no eres un caso perdido; si no fuera así, ¿por qué piensas que estoy aquí colgado entre ladrones?”
La crucifixión reveló lo que hay de peor en el corazón humano, concentrando toda su vileza y odio en la persona de Jesús. Allí, en el Monte Calvario, tres hombres se miraban uno al otro en el momento de la muerte. Parte de la tortura era contemplar la agonía del hombre de al lado.
De repente, uno de ellos miró a Jesús y le dijo: “Señor, si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Ese hombre mantenía su orgullo y justificación propia hasta el final. El dijo “si”, palabra ridiculizante de duda y acusación que los hombres continúan usando hasta hoy. En realidad, lo que él estaba diciendo era: “Tú no eres mejor que yo. Tú necesitas tanta ayuda como yo y todavía más porque estás en el medio. Tú dices que eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Quiero ver si consigues hacer alguna cosa ahora”.