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Lo único que quería para Navidad era que un autobús atropellara al compañero de trabajo al que más odio. Por desgracia, Santa Claus decidió darle un ascenso ¡y se convirtió en mi jefe…! No podía permitirme dejar el puesto, así que tuve que aguantar su engreída personalidad y confié en que mi deseo se cumpliera las siguientes Navidades. ¿Santa Claus todavía lee nuestras cartas? Entre una tormenta de nieve digna de pasar a la historia y un arresto por allanamiento de morada, acabo atrapada en su coche en un viaje interminable, y cada vez que creo que la vuelta a casa no puede empeorar, el universo me lanza un nuevo desafío perverso. El juego no ha hecho más que empezar…
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Seitenzahl: 102
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Título original: The Office Games
Primera edición: julio de 2025
Copyright © 2024 by Whitney G.Published by arrangement with Brower Literary & Management
© de la traducción: Silvia Barbeito Pampín, 2025
© de esta edición: 2025, Ediciones Pàmies, S. L. C/ Monteverde 28042 Madrid [email protected]
ISBN: 979-13-87787-03-5
BIC: FRD
Arte de cubierta: CalderónSTUDIO®
Fotografías de cubierta: Freepik
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
Una nota de Whitney G.
Prólogo
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Epílogo I
Epílogo II
Nota de la autora
Página de título
Página de copyright
Prólogo
Contenido inicial
Dedicatoria
Epílogo
Epílogo
Epígrafe
Para ti.
Tenías razón.
Las navidades pasadas
«Queridos y estresados compañeros:
¡Ha llegado el momento de elegir a un nuevo director general!
Como sabéis, esta será la última Navidad en la que tengamos que lidiar con Taylor Adeleman, alias el «Peor jefe de la historia», alias «Por qué no se muere de una vez», y dos candidatos pelean por ocupar su puesto: Taryn Stone y James Calloway.
Personalmente los odio a los dos, pero como también se odian entre sí, creo que estaremos mucho mejor con cualquiera de estos dos villanos al mando.
¿Queréis apostar sobre cuál se lleva el ascenso?
Que empiecen los Juegos de los Directores Generales.
Vuestra secretaria favorita
Sandra Ericson
Magnolia Marketing».
Seattle, Washington
Las navidades pasadas
Taryn
—¡Vamooos! Venga, ¡por favor! —Atrapada en el denso tráfico matutino, toco el claxon.
No te pongas histérica, Taryn. Que no cunda el pánico. Aún es pronto.
—Taryn, la semana pasada hablamos de la agresividad al volante, ¿recuerdas? —dice una voz suave a través de los altavoces, recordándome al instante que no estoy sola.
Desde que tengo uso de razón, mi terapeuta insiste en que en vacaciones tengamos breves sesiones matinales breves, y la mayor parte de las veces me olvido de que me está escuchando.
—Sí, lo siento. —Contengo un suspiro—. ¿Crees que James Calloway se levanta para trabajar tan temprano como yo?
—James Calloway no es mi paciente.
—Es el archienemigo de tu paciente, y…
—Taryn, por enésima vez, no es saludable para que prestes tanta atención a una sola persona.
—Solo te he hecho una simple pregunta. Apuesto a que está despierto ahora mismo, pensando en nuevas formas de sabotearme.
—Te aseguro que obsesionarte así te hace mucho más daño a ti que a él.
Mentira…
—Si alguna vez conocieras a este hombre, te prometo que cambiarías tu diagnóstico.
—Taryn…
—¿Puedo llevármelo a la próxima sesión que tengamos en persona? —pregunto—. Creo que dejarías de darme tan malos consejos si lo vieras en carne y hueso.
—No —replica con tono firme—. No vamos a pasarnos el resto de la mañana hablando de él, ¿vale?
—Vale. —Asiento como si ella pudiera verme.
—¿Por qué no hablamos de otra cosa?
No tengo nada más que decir.
—Mmm.
—¿Tienes ganas de pasar las fiestas con tu familia?
—Sí —admito—. Tengo las maletas hechas desde hace meses. Quedarme en The Grace Estate con ellos es el mejor momento del año.
—¿Alguna vez te has planteado pedirles que te enseñen fotos antiguas de los años que no recuerdas?
—Yo… —Esa pregunta cae sobre mí como una tonelada de ladrillos; es la verdadera razón por la que tengo que ir a una psicóloga, para ver si uno de estos días puedo desbloquear recuerdos desde «el incidente» del que nunca hablo, pero han pasado años y no he hecho ningún progreso.
—Está bien —me interrumpe ella—. ¿Tienes buenas noticias del trabajo?
—Están considerando mi nombre para un gran ascenso.
—¡Guau! ¡Es genial!
—Pero compito contra James Calloway —explico—. Te juro que si me gana en esto, voy a planificar su asesinato. No puedes testificar contra mí en el tribunal, ¿verdad?
—Vale, ya es suficiente…
—Escúchame —protesto, y le suelto la misma perorata que he usado infinidad de veces—. Sé que él no tiene la culpa de que yo haya perdido un montón de años trabajando en empresas que se han hundido o que haya picado y haya entrado en otras con esquemas piramidales, pero después de encontrar mi verdadera vocación en el marketing, no es justo que se interponga en mi camino.
»Ese tío podría venderle a alguien la cura para una enfermedad que no tiene; podría venderle cualquier cosa a un desconocido con un simple gesto de sus labios perfectos o por la sinceridad que transmiten sus ojos de color zafiro. Y lo sabe.
»Pero eso no lo hace mejor que yo, ¿sabes? Y tiene que enterarse de una vez. —Silencio—. ¿Hola? Doctora Foster, ¿sigues ahí?
Antes de que pueda comprobar si me ha colgado, el semáforo se pone en verde, me olvido de la terapia, me concentro en la carretera y repaso mentalmente las cosas en las que he trabajado durante todo el año.
Cuando por fin llego a la sede de la empresa, entro en mi papel de directora creativa y me apresuro hasta llegar a la planta superior.
—¡Buenos días, señorita Stone! —Mi ayudante, Eliza, me tiende una botella de agua.
—¿Le has rajado los neumáticos al señor Calloway, como te pedí?
—Solo he dejado entera la rueda trasera izquierda.
—¿Y su café?
—Me he asegurado de que la camarera usara pimienta de cayena en lugar de la canela de siempre.
—¡Buen trabajo! —La sigo a mi oficina y enciendo la luz.
En el momento en que suelto el bolso, la silla detrás de mi escritorio gira y Satán me sonríe.
—Buenos días, señorita Stone —saluda James Calloway con su voz profunda—. ¿Cómo se encuentra en esta preciosa mañana de lunes?
—Estaría mucho mejor si mi archienemigo no estuviera acomodado en mi asiento favorito.
—Además de rajarme los neumáticos y echarme a perder el café, su ayudante también ha puesto un superpegamento en la cerradura de mi despacho. —Se levanta, sin apartar la vista de mí—. ¿No piensa preguntarle sobre eso? —No me molesto en responder; él se acerca a mí y hago un esfuerzo por no inspirar el sexy aroma de su colonia—. Creía que era mejor que todo eso, señorita Stone —dice con tono de importancia—. Hay mucho en juego, y juraría que habíamos acordado no ponernos la zancadilla el uno al otro.
—¿Eso fue antes o después de que hiciera que yo no pudiera entrar en el edificio durante todo un fin de semana?
—Después. —Saca de su chaqueta una tarjeta rosa con las palabras «Buena suerte» y me la tiende—. Que conste que le deseo toda la suerte del mundo.
—Eso es lo último que quiero de usted.
—¿Y qué es lo primero?
—Su muerte.
Suelta una carcajada y aborrezco a mi cuerpo por encenderse de este modo, como si este tío no fuera la razón por la que me enfurezco un montón de veces por semana.
—Ejem… —carraspea Eliza—. ¿Todavía quiere que le fastidie la ropa de la tintorería al señor Calloway? Como ya está aquí, no creo que merezca la pena.
—Puede hacerlo, Eliza. —James me mira con los ojos entrecerrados—. Esta semana aún no he tenido la oportunidad de decirle a mi personal que se ponga a trabajar en el caso de la señorita Stone.
—¡Bueno, basta ya! —David Waldman, el director financiero, entra en la sala—. ¿Cuántos añitos tenéis?
Respondemos al mismo tiempo.
—Él cree que tiene diecisiete años.
—Ella sigue creyendo que es una adolescente.
—¡Los dos os comportáis como unos críos! —se lamenta—. Y por mucho talento que tengáis, ha llegado la hora de madurar. Ya. A partir de ahora.
—Sí, señor —respondemos a la vez.
—Apartaos el uno del otro. —No nos movemos—. Ahora. —Nos quedamos quietos—. Concentraos en la reunión que tenéis esta tarde con el señor Adeleman. —El señor Waldman agarra a James de la mano y tira de él—. Y que Dios nos asista a todos los demás…
A última hora de la tarde, guardo los archivos en una carpeta e inspiro hondo antes de ir a coger el ascensor.
Este ascenso es mío. Todo mío…
Las puertas se abren y ahí está James. Me planteo dejar que suba solo, pero quizá yo no cause buena impresión si él llega primero, así que entro y me pongo delante de él.
Mientras el ascensor sube, miramos nuestros reflejos en el espejo.
—Solo para que conste —dice—, hoy estás preciosa, Taryn. —Lo ignoro—. Me gusta que te recojas así el pelo.
—No me hables.
—¿El vestido es nuevo? —Sí. Me muerdo el labio y me centro en los números de la parte superior, que indican las plantas que vamos subiendo—. E independientemente de lo que ocurra hoy, creo que eres brillante.
—Tus halagos no van a conseguir que te odie menos —suelto por fin—. Y si crees que cinco segundos de adulación me harán olvidar lo mucho que has intentado sabotearme desde que empecé a trabajar aquí, estás muy equivocado.
—¿Dices que te he saboteado porque soy mejor vendedor que tú?
—Gracias por recordarme por qué te estaba ignorando. —Pulso el botón de la planta una y otra vez, como si eso pudiera hacer que el trayecto fuera más rápido.
—¿Eso que tienes en el cuello es un chupetón? —James se agacha para acercarse más.
—Puede ser.
—¿Desde cuándo estás saliendo con alguien?
Antes de que pueda decirle que se ocupe de sus asuntos, se abren las puertas del ascensor. Si estuviéramos en buenos términos, le habría dicho la verdad: que esta mañana he perdido una pelea con mi rizador del pelo.
—Salgo con alguien muy especial que ha pensado que besarme así me daría buena suerte.
—Ya… —Tensa la mandíbula—. Qué majo.
—Lo es.
Paso primero y siento sus pasos tras de mí.
—¡Buenas tardes! —nos saluda el señor Adeleman cuando llegamos a su despacho—. ¡Pasen y siéntense en mi nuevo sofá! —James y yo cruzamos la mirada. Hace años que el señor Adeleman no decora su oficina. Lo único que hay en toda la estancia es un puf y una nevera, donde guarda su catálogo de helados. También hay una foto de cuerpo entero de su juventud, que contrasta con la imagen del frágil hombre canoso que tenemos ante nosotros—. No todos los días tengo que tomar una decisión sobre quién va a ocupar mi puesto y a ponerse en mis zapatos. —Lo piensa un segundo—. Calzo un cuarenta y cuatro, ¿saben? Ya no hacen buenos zapatos de cuero como antes. —Me fuerzo a sonreír, preparándome para una de sus largas y farragosas historias—. He estado pensando mucho en mi empresa… Se llama Magnolia Marketing. Le puse ese nombre por mi árbol favorito. Mi árbol favorito es el magnolio, ¿saben? —No decimos nada, nos limitamos a mirarlo—. Muy bien, señor Calloway y señorita Stone: estoy convencido de que quieren que vaya al grano, así que no voy a hacerlos esperar más. Estoy muy contento con el trabajo que los dos… —Deja la frase inconclusa en el aire y permanece inmóvil durante varios segundos con la boca abierta—. Estoy orgulloso de los dos y de todo lo que han aportado a mi negocio, y ha sido una decisión muy difícil, pero… —pasea la vista de uno a otro, y de verdad que tengo que contenerme para no agarrarlo del cuello y arrancarle la decisión con una buena sacudida— he optado por la persona que trabaja incansablemente y conoce el marketing como nadie, y ella…, bueno, él es James Calloway.
¿Qué?
—Señor, ¿no querría decir Taryn Stone?