Veintiséis problemas - Whitney G. - E-Book

Veintiséis problemas E-Book

Whitney G.

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Beschreibung

Todo empezó con un mensaje de texto. Bueno, en realidad terminó, pero esa es otra historia. Tras divorciarme, decidí pasar una semana en un resort de lujo para solteros. Si lo llego a saber… Al único hombre al que consigo conocer es a mi masajista, que es demasiado joven para mí…, aunque eso no le impide perseguirme por todo el complejo. Él hace que todo sea muy tentador, que sea muy fácil decir que sí. Finalmente consigo marcharme sin ceder. Sin embargo, él aparece en la puerta de mi casa días después para terminar lo que empezamos. El caso es que su edad no es el único problema entre nosotros. También es el hermano pequeño de mi mejor amiga…

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Seitenzahl: 90

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Título original: Twenty-Six Problems

Primera edición: marzo de 2025

Copyright © 2024 by Whitney G.Published by arrangement with Brower Literary & Management

© de la traducción: Silvia Barbeito Pampín, 2025

© de esta edición: 2025, ediciones Pàmies, S. L. C/ Monteverde 28042 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-10070-79-0

BIC: FRD

Arte de cubierta: CalderónSTUDIO®

Fotografías de cubierta: Freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Nota de la autora

1

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Epílogo

Contenido especial

Por diversión. Solo por diversión.

1

Cómo conocí a tu hermano

Harlow

Ay, joder, ajjj…

—Señora, tiene que salir de la tienda. —El gerente de Big Daddy’s Naughty Secrets me señaló la salida—. Por favor, no me obligue a llamar a la policía.

—Debería llamarla. —Me crucé de brazos—. Así podré explicarles que alguien de su personal me ha robado y ustedes no han estado dispuestos a hacer nada al respecto. —Me miró fijamente y nuestro impasse se prolongó hasta el infinito. No era así como quería pasar la tarde del sábado, pero me negaba a marcharme sin una respuesta—. Tengo la declaración que lo demuestra. —Le hice un gesto para que mirara el papel que había firmado en el mostrador hacía unos segundos—. Jamás he comprado uno de sus juguetes, y quiero que me reembolsen el dinero.

Cogió el documento y pasó el dedo por las líneas subrayadas en rojo.

—Al parecer, compra un montón de lencería en Victoria’s Secret.

—Esos cargos son auténticos, por eso están en verde.

—Claro. —Puso los ojos en blanco—. Veamos… —Sabía que iba a hablarme de los trescientos dólares que costaba la colección Compláceme, papi, de los ochenta y cinco dólares de Más que infiel o los cincuenta dólares que costaban las pastillas para mejorar la erección—. Mire, señorita: como le he dicho, este es un asunto entre usted y la empresa de su tarjeta de crédito. —Dejó la hoja y se encogió de hombros.

—Pero la empresa no está de acuerdo —dije, suplicante—. Y la verdad es que no tenía ni idea de que existiera esta tienda antes de ver los cargos en la tarjeta, así que no he podido comprar todo esto, ¿sabe? Puede tratarse de un robo de identidad.

—Comprendo. —Sonrió—. Lo que quiere es que le conceda el beneficio de la duda, acepte que dice la verdad y le devuelva novecientos dólares sin recuperar los productos. Y con eso quedaría zanjado el asunto, ¿no?

—Sí. —Asentí—. Prometo dejar una crítica de cinco estrellas en Yelp en cuanto salga de aquí y también le diré a todo el mundo que no me han hecho pagar por lo que es un caso evidente de robo de identidad.

—Ah, perfecto. —Se cruzó de brazos—. ¡Seguridad!

—¿Qué? —Inspiré hondo—. Pensaba que habíamos llegado a un acuerdo…

—Está mal de la cabeza, señorita. ¡Seguridad! —repitió a gritos.

Un guardia uniformado y muy fornido se dirigió hacia nosotros a través del pasillo de las muñecas hinchables, pero no esperé a que me alcanzara: cogí el extracto bancario y salí pitando hacia el coche; entré, cerré la puerta y golpeé el volante, frustrada.

En la inmensidad del universo, las compras en esta tienda eran una mísera gota de agua en el mar comparadas con los miles de millones que un montón de imbéciles se gastaban en PornHub, OnlyFans y Big Booty Club.

Aun así, me costaba hacerme a la idea de que iba a tener que pagar por algo que no había comprado.

Como no sabía qué hacer a continuación, recordé las cuatro cosas que mi difunta madre siempre me sugería cuando tenía problemas con sus devoluciones:

1. Denuncia una amenaza de bomba y roba la caja antes de que llegue la policía.

2. Llama a la tienda un millón de veces con teléfonos desechables y bloquéales las líneas hasta que cedan a tus exigencias.

3. Envía correos firmes (pero ligeramente amenazadores).

4. Escribe un mensaje mordaz en Facebook.

Consideré seriamente la amenaza de bomba porque era la forma más rápida de recuperar mi dinero, pero no tardé en darme cuenta de que mi viejo coche no me iba a permitir escapar a toda prisa, así que me decidí por entrar en la página de Facebook de American Express, ponerles una estrella y desahogar mis frustraciones en su muro público.

«De: Harlow McGuire

Para: Tarjeta de crédito American Express

Querida American Express:

Dado que todas las personas que me han atendido a través de sus líneas telefónicas se han negado a ayudarme, este es mi último recurso. Por enésima vez, no he comprado un masturbador masculino ni una protección bucal para el sexo oral ni he pagado una suscripción a PornHub. Tampoco entiendo por qué hay un cargo de Netflix en el extracto, porque todos los que conozco usan la cuenta de mi mejor amiga… Pero me voy por las ramas: esos cargos son fraudulentos, y me gustaría recuperar mi dinero lo antes posible.

No querría tener que llevar esto a las redes sociales, pero lo haré si no recibo respuesta. Estoy convencida de que a otros clientes insatisfechos les encantará exponerlos e insultarlos como los imbéciles que son.

Harlow McGuire».

Para mi sorpresa alguien de su personal respondió a mi mensaje en cuestión de minutos.

«De: Tarjeta de crédito American Express

Para: Harlow McGuire

Hola de nuevo, señorita McGuire:

Si al hablar de las personas que se han negado a ayudarla se refiere a que no vamos a anular los cargos, tiene toda la razón.

Según nuestros registros, esas compras han seguido un patrón regular desde febrero de este año, así que consideramos que no hay fraude posible. Ha comprado los productos, los ha recibido y está claro que los está disfrutando, así que no dude en exponernos e insultarnos en las redes sociales tanto como desee. Asegúrese de incluir la parte en la que estafa a Netflix. Estamos seguros de que les encantará saberlo.

Esperamos recibir su pago mensual el día 15.

American Express».

Solté un grito histérico al leer su respuesta. Había estado tan inmersa en mi agobiante período de prácticas y tan enamorada de mi compañero de estudios, Dave, que hacía meses que no abría los extractos de mi tarjeta de crédito. Además, todos los cargos que había hecho eran de fideos ramen, sudaderas y la suscripción a Kindle Unlimited. Bueno, y quizá había comprado de tarde en tarde algún audiolibro erótico, pero nada más.

En resumen: hasta que esa semana me habían rechazado la tarjeta en una tienda, no me había dado cuenta de que algo iba mal.

Derrotada, llamé a Chelsea, mi mejor amiga.

—Hola, mejor amiga del mundo mundial —contestó al primer timbrazo.

—Tienes que dejar de usar esa frase, Chels. No tiene ningún sentido.

—Vale, pues hola a mi mejor amiga, que se ha levantado esta mañana con el pie izquierdo.

—Lo siento. Te llamaba para aplazar lo de la noche de chicas con Farrah y contigo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque ya estoy al límite gracias al cabrón escurridizo que sigue usando mi tarjeta de crédito. Voy a tener que liquidar la deuda hoy y rezar para que no me manden a recobros.

—Lo siento mucho —suspiró—. Espera… Hay un chico en mi clase de Tecnología que a veces piratea a los artistas para divertirse. Si me envías una captura de tu cuenta, puedo enviarle un mensaje con tu número y pedirle que lo investigue.

—Sí, por favor. —Saqué la captura y se la envié—. Muchas gracias.

—De nada. Suele tardar una semana en contestar, así que ten paciencia. Mientras tanto, ¿quieres que te lleve pollo o pasta a la parmesana?

—Pasta.

—Perfecto. —Colgó y arranqué el motor. Antes de que saliera del aparcamiento, apareció en mi pantalla un mensaje de un número desconocido.

555-976-9087: ¿En serio? Es facilísimo. Podrías haber encontrado la dirección de este tío a través de la ip tú solita: 786 University Avenue Wayward Dorm, West Campus. Si me pagas cincuenta dólares, te doy su nombre. Y si me envías una foto de tus tetas, te lo dejo en treinta.

Puse los ojos en blanco. No me hacía falta que me diera más datos porque ya sabía quién vivía en esa dirección: el hermano pequeño de Chelsea, Tyler «No Me Hablo Con Mi Familia».

Pero qué cojones…

2

True crime

Harlow

Al salir del ascensor de la residencia de estudiantes masculina del colegio mayor me asaltó un fuerte olor a pizza y alcohol.

Guiándome por la memoria, fui hacia la habitación a la que había ayudado a Tyler a mudarse hacía un par de años. No dejaba de preguntarme por qué leches seguía siendo un novato mientras pensaba en cómo iba a abordar el tema del fraude.

Tyler era solitario, distante y poco conflictivo —lo que explicaba por qué compraba material de masturbación—, pero, aun así, que me robara era inaceptable. Tenía muy claro cuáles eran las mejores opciones: portarme como una amiga comprensiva que le permitiera admitir sus errores, ser la adulta madura que le ofreciera un plan de pagos… o arrancarle la cabeza y esconder el cadáver.

Tras decidirme por la primera opción, llamé a la puerta y esperé, pero no recibí respuesta, así que volví a llamar un poco más fuerte. Nada. Estaba a punto de marcharme cuando escuché el tema de la serie Friends sonando en el interior de la habitación.

—¡Abre la puñetera puerta, Tyler! —Di unos cuantos golpes muy fuertes—. ¡Sé que estás ahí! ¡Abre ahora mismo!

Escuché el sonido de unos muebles al arrastrarse por el suelo y después se abrió la puerta.

—¿Cuántas veces tengo que…? —La frase murió en mis labios cuando él apareció en la puerta vestido solo con una toalla blanca alrededor de la cintura.

Se me desencajó la mandíbula cuando su mirada se encontró con la mía e inspiré de forma lenta y entrecortada: ese hombre no era el chico al que había ayudado con la mudanza años atrás: o era un impostor o me engañaba la vista, porque ese tío era sexy de cojones.