Juegos para súper inteligentes - James F. Fixx - E-Book

Juegos para súper inteligentes E-Book

James F. Fixx

0,0

Beschreibung

En el mundo existen dos clases de personas: aquellas a quienes les encantan los acertijos y aquellas que no pueden soportarlos. Y es que los problemas intrincados pueden retar pero también molestar a la inteligencia. Fixx te introduce en ese fascinante y polémico terreno minado explicándote primero qué es la inteligencia en sentido estricto. Te deleitarás con un grupo de acertijos de diversos tipos —matemáticos, verbales, lógicos— que pondrán a prueba tu mente y tu paciencia. Pero Fixx desvelará también algunas técnicas que te ayudarán a sacar el máximo partido a tu talento y te prepararán para la gran prueba final. Un test de inteligencia final te dará indicios acerca de tu aptitud para ingresar en el que quizá sea el club intelectual más exclusivo que el mundo jamás haya conocido: Mensa. ¿Quieres saber entonces si eres un genio? Prueba con esto: Dos hombres juegan al ajedrez. Juegan cinco partidas y cada uno gana la misma cantidad de partidas que el otro. ¿Cómo?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 107

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título del original en inglés: Games for superintelligents

Copyright © 1972 by James Fixx

This translation published by arrangement with Alfred A. Knopf, an imprint of The Knopf Doubleday Group, a division of Penguin Random House, LLC.

Esta traducción se publicó por acuerdo con Alfred A. Knopf, una editorial de The Knopf Doubleday Group, una división de Penguin Random House, LLC.

Traducción: Daniel R. Yagolkoesky

Diseño de cubierta: Equipo Gedisa

Primera edición, junio de 2023, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano.

© Editorial Gedisa, S. A.

www.gedisa.com

Preimpresión: Editor Service, S.L.

www.editorservice.net

eISBN: 978-84-19406-32-3

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

ÍNDICE

Unas pocas palabras de bienvenida... y de advertencia

I En términos estrictos, ¿qué es la inteligencia?

II Sobre la lógica, el metro y cómo avanzar caminando por los lados

III El espacio, la estación central y el hombre que se acercaba demasiado

IV Palabras para los talentosos

V Matemática, sufrimiento y puro júbilo

VI Perturbaciones en la serenidad de los aficionados a los acertijos

VII Cómo resolver acertijos de manera sÚper inteligente

VIII Evalúe su inteligencia

RESPUESTAS A LOS ACERTIJOS

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VIII

COLABORADORES

Para mi padre,

que me inició en el deseo de saber y maravillarme.

A Alice,

que es súper inteligente

en lo único que tiene auténtica importancia.

Unas pocas palabras de bienvenida... y de advertencia

Según he comprobado, en el mundo existen dos clases de personas: aquellas a quienes les encantan los acertijos y aquellas que no pueden soportarlos.1 Este hecho apenas merecería la pena traerse a colación si no fuera porque ambos grupos son tan distintos y, por cierto, inclusive hostiles, que acechan al incauto con riesgos que sobrepasan la medida de lo corriente. Los aficionados a los acertijos, pese a las circunvoluciones y complejidades de sus mentes, tienden a ser gente muy simple, por lo menos en un aspecto. Suponemos con ingenuidad que como a nosotros nos encantan los acertijos y como nos parecen tan placenteros, sin duda alguna todo el mundo tiene que coincidir con nosotros. Sin embargo, esa creencia no está avalada por lo que en realidad sucede. Con gran frecuencia, nos encontramos con personas que si se les propone un acertijo, inclusive uno de incuestionable excelencia, miran el problema —y a nosotros— con un desprecio tal que lo pensaremos muy bien antes de arriesgarnos a plantearle otro. Yo mismo he comprobado cómo los ojos de más de un amigo se cubrían con un velo de fastidio cuando se veían obligados a enfrentar mi fervor por los acertijos. Inclusive estoy enterado de que un matrimonio se disolvió de manera bastante intempestiva a causa, por lo menos en parte, de la excesiva afición de uno de sus integrantes a las recreaciones mentales. Asimismo, conozco el caso de otra pareja: a la esposa le fastidiaba tanto la insistencia con que su marido pretendía que compartiera sus diversiones intelectuales que por fin llegó a declarar con rotundo énfasis: «Si alguna vez vuelves a mostrarme otro de esos acertijos, juro que me iré tan lejos de ti como me sea posible. Quizá me vaya a Pago Pago». (Él insistió y ella cumplió su palabra, aunque no se fue a Pago Pago. Me parece que, pese a esta imperfección de menor importancia, la anécdota conserva todo su vigor).

Tales desventuras son clarísimos indicios de arraigados sentimientos... con los que jugamos sin reparar en los riesgos que corremos. Por lo tanto, sea precavido: el mero hecho de leer este libro no le concede licencia para acosar con su contenido a quienes no comparten sus aficiones. La única actitud segura es admitir que, en lo que atañe al fervor por los acertijos, usted es diferente de los demás. Si así lo desea, regocíjese en privado por esa diferencia pero, en ninguna circunstancia, emprenda ni siquiera la más apacible campaña proselitista. Eso sólo puede terminar en un desastre. Recuerde: usted no es un misionero; es un intelectual que se divierte.

Esta suerte de hostilidad a la que me estoy refiriendo no es nada nuevo. En una época tan remota como el siglo X, un viajero árabe llamado Ibn Fadlan que hizo una visita a los búlgaros del Volga, informó: «Cuando advierten que un individuo sobresale por la agudeza de su ingenio y por sus conocimientos..., se apoderan de él, le ponen una soga alrededor del cuello, lo cuelgan de un árbol y allí lo dejan hasta que se pudra». Por si alguien se pregunta por qué los búlgaros reaccionaban con tanta rudeza ante cualquier despliegue de excesiva inteligencia, Zeki Validi Togan, un erudito conocedor de Ibn Fadlan, nos explica: «No hay nada misterioso en el cruel tratamientoque los búlgaros infligían a los individuos desmesuradamente inteligentes. Se basaba en el razonamiento simple y austero de los ciudadanos corrientes que sólo querían vivir lo que consideraban una existencia normal y evitar cualquier riesgo o aventura a las que pudiera arrastrarlos el “genio”».

Tal como los intelectuales de la época de Ibn Fadlan aprendieron escarmentándolo en carne propia, siempre es grande la tentación de compartir los fervores personales... a veces demasiado grandes. Cuando algo nos proporciona tanto placer como los acertijos y demás entretenimientos mentales, es perfectamente natural que nuestro deseo sea difundir «la palabra». Resista esa tentación. Se lo digo por experiencia. Hace algún tiempo, en una playa cercana a Sarasota (Florida), yo estaba dibujando sobre la arena un acertijo que quería proponerle a un amigo. Era un problema complejo y ya había cubierto una considerable superficie con diagramas, cálculos, cómputos y planos cuando hice una pausa y levanté la mirada... justo a tiempo para ver cómo mi amigo amontonaba el último de susutensilios de playa en el auto y en seguida se alejaba velozmente.

Este tipo de episodios se caracteriza por la muy desagradable manera que tienen de grabarse en la memoria.

¿Qué lección, en caso de que haya alguna, podemos extraer de esta anécdota? Bien, por una parte sugiere, según creo, que tenemos que elegir nuestros camaradas de acertijos con sumo cuidado. No debemos suponer, hasta que no contemos con evidencias irrefutables, la presencia de un fervor que quizá no exista en absoluto. Más bien, quienes compartimos el interés por los acertijos debemos mantenernos apaciblemente unidos; acojamos con amabilidad a los extraños cuando por azar se crucen en nuestro camino, pero jamás demos por descontado que están dispuestos a compartir nuestra devoción. (Habitualmente no lo están). He descubierto, sin duda igual que usted, que andar perdiendo el tiempo con acertijos es, en esencia, un entretenimiento solitario. El destino de los aficionados a los acertijos está signado por la soledad. Casi al instante me vi inundado por una marea de cartas cuyos autores se congratulaban por haber encontrado al fin un alma gemela. Al parecer, la soledad del aficionado a los acertijos es una parte inseparable de su condición.

Este criterio fue apuntalado con suma convicción en el preciso momento en que me disponía a escribir esas palabras. En una carta que me envió desde Oak Park (Illinois), un lector se expresó así:

Su libro me complació muchísimo. Si bien jamás me consideré un genio, el análisis de usted de los problemas que deben enfrentar las personas brillantes despertó en mí resonancias muy familiares. «Me dediqué a analizar todos los problemas de su libro y conseguí solucionar una cantidad bastante considerable. Eso constituyó un extraordinario aliciente para mi espíritu. Nunca fui un buen conversador y jamás me atrajo la sociabilidad. Para decirlo con franqueza, al cabo de poco tiempo la mayor parte de la gente me aburre y siempre me pregunté cuál era el motivo, cuál era mi falla y por qué yo era diferente. Siempre le estaré profundamente agradecido por haberme ayudado a encontrar algunas respuestas a mis interrogantes.

Por supuesto, no todo el mundo ha de hallar respuestas a sus perplejidades fundamentales acerca de la vida en un libro como el que ahora está leyendo. Sin duda, muchos hallarán algo por completo distinto, aunque de algún modo también valioso: un tipo de acertijo que no es fácil encontrar en otros sitios. Es innecesario aclarar que el título de este volumen es hasta cierto punto un cebo destinado a 1) adular al lector y 2) sugerir que él, a su vez, puede comprar el libro para adular a cualquier persona a quien se lo regale. Sin embargo, después de haber confesado este poco grato secretito, todavía queda un aspecto en que el título es muy adecuado: estos acertijos son de un tipo muy peculiar. Todos ejercen una especial y confirmada atracción en la gente sobremanera brillante, entre la que se cuentan, por ejemplo, los miembros de Mensa, la asociación de C.I. muy elevado, cuyos acertijos inspiraron este libro, y los jóvenes profesionales, hombres y mu­jeres, suscriptores de las cuatro revistas para las que mes a mes preparo desde hace algunos años una sección de acertijos.2

Aun más, todos los acertijos son rigurosamente lógicos y, con excepción de los incluidos en el Capítulo VI, están desprovistos de triquiñuelas y de elementos que induzcan a cometer errores. Por añadidura, en esencia son simples y para resolverlos no es necesario apelar a la matemática avanzada o manejar esotéricos principios lógicos. Por último, todos poseen una elegancia sobria y diáfana: no son música de rock sino canto llano.

Si sus gustos son similares a los míos, sin duda disfrutará de estos acertijos. En su mayoría, los libros de acertijos, inclusive los que apuntan a lectores más o menos inteligentes, son penosamente insulsos. Días pasados, mientras intentaba poner un poco de orden en mi biblioteca, de pronto me di cuenta de que estaba tratando dereunir todos los libros de acertijos en un solo sitio. Formaron una pila de regular tamaño pero, y es lamentable tener que confesarlo, no se trataba de una colección demasiado interesante. En su mayoría, tenían el aspecto de que los habían compilado cultores de la mera tozudez, esa especie humana a la que le resulta muy divertido pescar palabras ocultas en confusas y tétricas praderas de palabras amontonadas sin ton ni son. Por supuesto, es posible encontrar las palabras. Pero, ¿con qué objeto? Cuando usted soluciona el acertijo lo único que demuestra es su capacidad de concentrar la mente en un asunto aburridísimo durante mucho tiempo.

Perode gustibus etcétera. Si la gente se divierte con ese tipo de cosas, regocijémonos en nombre de ellos. El placer, cualquier placer, es demasiado raro en este mundo. Sin embargo, no es necesario que tratemos de compartir ese placer en particular. Por el contrario, yo me he esforzado en evitar esa clase de acertijos porque estoy convencido de que una incursión lógica, intrincada y estricta, por breve que sea, resulta más gratificante que pasar una tarde íntegra afanándose a tontas y a locas en resolver un interminable problema adecuado sólo para haraganes. No estoy dispuesto a presentar excusas por haber adoptado este severo y restringido criterio. Hay cualquier cantidad de libros para los haraganes, pero demasiado pocos para usted y para mí.

Por último, unas pocas palabras para explicar cómo organicé el material del presente libro. Puesto que la inteligencia humana es nuestro tema, pienso que primero tenemos que ponernos de acuerdo (o por lo menos intentarlo) acerca de qué es en sentido estricto la inteligencia. Por lo tanto, el primer capítulo nos introduce en ese fascinador y polémico terreno minado. A continuación se incluyen varios grupos de acertijos de diversos tipos —matemáticos, verbales, lógicos y así sucesivamente— ordenados de manera que proporcionen a la mente del lector un régimen de calistenia variado y vigoroso. Como es posible que, cuando hayan llegado a esa altura, algunos lectores acaso se pregunten por qué algunos problemas les resultan más intrincados que los demás, a continuación encontrarán un capítulo en el que se analizan varias técnicas para solucionar acertijos. Entre otras cosas, ese capítulo ofrece una nutrida cantidad de ejemplos que ilustran no sólo la manera en que las personas muy brillantes encaran un acertijo sino también hasta qué punto la mente del individuo talentoso difiere de la que poseen los menos dotados. Por último, en el Capítulo VIII usted encontrará un test de inteligencia que le dará indicios acerca de su aptitud para ingresar en el que quizá sea el club intelectual más exclusivo que el mundo jamás haya conocido: Mensa. Para ser miembro de esta asociación usted no necesita poseer una fortuna, aspecto atractivo o ni siquiera buenos modales. Todo cuanto precisa es un C.I. ubicado en el tope del dos por ciento de la población. Si su C.I. se halla a la altura requerida, usted podrá comprobar que Mensa es exactamente lo adecuado para enterarse de cuáles son los elementos que componen su mente. Si por motivos genéticos o a causa de sus inclinaciones personales la algarabía verbal de Mensa no es el tipo de certamen que usted prefiere, por lo menos quédese y presencie los combates preliminares que se libran desde el principio al fin. Es verosímil que, a pesar suyo, descubra que aquello que usted siempre tuvo por simple materia gris en realidad es algo muchísimo más colorido.

James F. Fixx

Riverside, Connecticut Enero de 1976

1. Por supuesto, en el mundo también existen otras dos clases de personas: quienes creen