Retos para muy inteligentes - James F. Fixx - E-Book

Retos para muy inteligentes E-Book

James F. Fixx

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Beschreibung

¿Pueden los test de inteligencia convertirse en amenos juegos de entretenimiento? ¡Descúbrelo! Inspirado en los cuestionarios de MENSA —la asociación internacional de superdotados fundada en Inglaterra en 1946—, este libro te invita a afilar el lápiz y el ingenio con una serie de acertijos que medirán tu agudeza mental. Una sorprendente variedad de retos que van desde los problemas de lógica hasta los juegos de palabras, pasando por los rompecabezas, los algoritmos y los puzles matemáticos. Con persistencia y creatividad podrás resolverlos, mejorar tu agilidad mental y obtener resultados exitosos en tu día a día. ¿Te atreves con el siguiente cálculo? Sin cambiar el orden de estas cifras hay que intentar que la ecuación sea correcta colocando entre las cifras de la izquierda la menor cantidad posible de símbolos matemáticos: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 = 100

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Título del original en inglés: Games for superintelligents

Copyright © 1972 by James Fixx

Esta traducción se publicó por acuerdo con Alfred A. Knopf, una editorial de

The Knopf Doubleday Group, una división de Penguin Random House, LLC.

Traducción: Daniel R. Yagolkoesky

Diseño de cubierta: Equipo Gedisa

Primera edición, 2022, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano.

© Editorial Gedisa, S. A.

www.gedisa.com

Preimpresión: Editor Service, S.L.

www.editorservice.net

eISBN: 978-84-18914-41-6

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

ÍNDICE

ACERTIJOS

Confesiones de un hombre totalmente atrapado por los acertijos

I. Los placeres de la inteligencia… y algunos peligros incidentales

Ii. Acertijos y juegos para empezar a ir volviéndose loco con tranquilidad

Iii. Palabras para los sabios (y de ellos también)

Iv. Esas maravillosas leyes de la lógica (y cómo pueden engañamos todo el tiempo)

V. El refinado y frustrante arte de la algoritmia

Vi. Las personas superinteligentes. Cómo llegaron a esa condición y cómo permanecen en esa condición

Vii. ¿Así que usted se cree bastante brillante? Bueno, a lo mejor lo es

RESPUESTAS A LOS ACERTIJOS

Capítulo i

Capítulo ii

Capítulo iii

Capítulo iv

Capítulo v

Capítulo vii

Colaboradores de la primera parte

Para mi padre,

que me inició en el deseo de saber y maravillarme.

A Alice,

que es superinteligente

en lo único que tiene auténtica importancia.

ACERTIJOS

CONFESIONES DE UN HOMBRE TOTALMENTE ATRAPADO POR LOS ACERTIJOS

Desde hace tanto como puedo recordar, he experimentado un especial —algunos podrían decir que casi irracional— deleite por los acertijos, juegos y problemas de toda clase. En una época diseñé o, por lo menos, traté de diseñar, fórmulas para algunos cálculos maravillosamente inservibles: para predecir con qué frecuencia el cuentakilómetros de un automóvil exhibiría un número capicúa, como 00100 ó 50505 ó 99999, para hallar la suma de una serie de números consecutivos, para computar la interrelación de la velocidad, del giro, de la dirección y de la profundidad de un revés de media pista en tenis (por alguna razón nunca funcionó muy bien). Y todavía puedo recordar cómo me sentí, mientras seguía un curso de física en la universidad, cuando el profesor escribió en la pizarra una fórmula de formidable complejidad que, no bien se la entendía, resultaba ser absolutamente pasmosa en su elegancia y en su sencillez: supe en ese momento que estaba contemplando la belleza desnuda.

La sensación que experimenté en ese entonces, aun cuando ni siquiera puedo recordar más cuál era la fórmula, nunca me abandonó. Todavía siento temor reverencial y fascinación por cualquier bocado matemático realmente bueno, y confieso aberraciones tan indefendibles como la de, una vez, haberme pasado en mucho del sitio en el que debía apearme del tren, mientras trataba de resolver por qué una docena de máquinas —en apariencia prácticas— de movimiento continuo que se describían enScientific American, no funcionaban (¡maldito seas, Gerard Piel!).1 Éste es, pues, el libro de un hombre totalmente comprometido, de un verdadero creyente cuando de una cierta variedad de travesuras mentales se trata.

¿Cuál es, con exactitud, esa variedad? Bien, como se verá más adelante, todos los acertijos de este libro exigen poco, o nada, de conocimiento experto. Algunos tienen la apariencia de ser torvamente intrincados, pero el lector tiene mi palabra de que no necesita ser físico nuclear para resolver cualquiera de ellos y, en verdad, es muy probable que, si usted resulta ser un físico nuclear, entonces sí algunos de los acertijos le resultarán más dificultosos de lo que le serían si no tuviera que arrastrar la pesada carga de la complejidad matemática.

No, lo que todos estos acertijos tienen es una dificultad de la clase que crea el ilusionista, dificultad mucho más espuria que la que existe en realidad. Y eso es, precisamente, lo que los convierte en los encantadores entretenimientos que son: todos requieren algún salto lógico (o, en ocasiones, ilógico) que, en términos humanos, es el equivalente aproximado del mono que está en una jaula y se da cuenta, repentinamente, de que necesita usar un palo para alcanzar un plátano: sin palo, no hay plátano. Y eso es lo que ocurre aquí: sin salto, no hay solución. Si eso parece abstruso ahora, no pasará mucho para que el lector vea qué se quiere decir.

Un libro habría sido poco menos que imposible de recopilar y escribir si, por casualidad, no me hubiera tropezado con una suerte de veta madre de acertijos y de hacedores de acertijos: una organización llamada Mensa, que reclutó a todos sus miembros de entre el dos por ciento más inteligente de la población norteamericana. Hace varios años, al asistir por primera vez a una reunión de Mensa con el objeto de escribir una nota sobre el grupo para una revista, quedé pasmado cuando, al finalizar la reunión, varios M —como se llaman a sí mismos— se juntaron, cerveza por medio, no para narrar cuentos obscenos o alguna cosa por el estilo sino —mirabile dictu!2— para intercambiarse acertijos. No se me ocurrió, empero, hasta mucho más tarde, que en el fenómeno de los acertijos podía existir el germen de un libro; cuando finalmente caí en la cuenta, los miembros de Mensa —que, entre otras cosas, son el grupo hoy existente del que más se pueda certificar su superinteligencia— fueron de incalculable ayuda. Solicitarles ayuda fue abrir una compuerta de esclusa que me mantuvo leyendo atareadamente cartas y, en más de una ocasión, rascándome la cabeza durante muchos, muchos meses con alegre perplejidad ante las sugerencias que hacían. (El nombre de algunos de los M de los que desvergonzadamente robé ideas aparecen al final de cada parte de este libro.)

Para que no se me acuse de dedicarme a una sola cosa que ni siquiera empiezo a dominar, quizá debería mencionar que jugar con acertijos dista mucho de ser lo único que hago y ni siquiera es la mayor parte de lo que hago. E indudablemente, eso no es una ventaja, a juzgar por la mirada de vidriosa estupefacción que, en ocasiones, se desliza furtivamente por el rostro de la gente cuya paciencia y amable intento empiezan a fallar. (Para algunas personas demasiados acertijos es, pareciera, como ver demasiadas películas en casa.) No, los acertijos son algo que el aficionado hace en momentos maravillosos, singulares, principalmente cuando está solo y, en verdad, es muy afortunado cuando, en su debido momento, se encuentra con un compañero de acertijos tan aficionado como él. Dado que no somos muchos —en comparación con los entusiastas del fútbol o del boxeo—, eso no ocurre a menudo.

Por esta razón les doy una muy especial bienvenida.

James F. Fixx

Riverside, Connecticut

Setiembre de 1971

1. Editor de Scientiflc American (N. del T.).

2. En latín en el original (N. del T.).

ILOS PLACERES DE LA INTELIGENCIA… Y ALGUNOS PELIGROS INCIDENTALES

Prácticamente todos nosotros, seamos brillantes u obtusos, tendemos a dar por descontado que la inteligencia es algo bueno y que la falta de inteligencia es algo malo... punto. Un poco de reflexión demuestra, sin embargo, que ni por asomo es así de simple. Si bien la gente muy brillante rara vez logra mucha benevolencia por su brillantez —un poco de escarnio incidental, tal vez, pero no benevolencia— siempre padecen obstáculos que sus menos dotados cofrades ni soñaron. Tampoco son estos óbices simplemente —como podría suponerse— las cargas impuestas por un conocimiento más elevado de las cosas, un mayor sentido de las complejidades de la vida, un alma más poética y más afinada en lo sensible, etcétera, etcétera, etcétera. Se comprueba que, por el contrario, están angustiados por hechos prosaicos que virtualmente atormentan a todos quienes nunca aprendieron a disimular su C.I.

Los problemas de los superinteligentes asumen varias formas pero, cualesquiera que éstas sean, casi siempre comienzan temprano. La siguiente conversación entre una maestra de segundo grado y un alumno brillante es un ejemplo al caso convincentemente estremecedor:

MAESTRA: Voy a leerles una serie de números: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7. Ahora, ¿cuáles de estos números se pueden dividir exactamente por 2?

ALUMNO: Todos.

MAESTRA: Inténtalo de nuevo. Y esta vez, piensa.

ALUMNO (después de una pausa): Todos.

MAESTRA: Muy bien, ¿cómo divides 5 exactamente por 2?

ALUMNO: Dos y medio, y dos y medio son dos partes exactamente iguales.

MAESTRA: Si te vas a hacer el vivo, puedes salir de clase.

El relato es, lamento decirlo, cierto. Así como el del estudiante de secundaria al que se le pidió, durante un examen, que describiera un método para hallar la altura de un edificio mediante el empleo de un barómetro. El alumno, con brillantez suficiente como para que la obvia respuesta lo aburriera, decidió describir no un método, sino dos alternativos: agarre el barómetro y déjelo caer desde lo alto del edificio, midiendo el tiempo del intervalo que media hasta que se ve el barómetro romperse contra el piso; después, utilizando la fórmula clásica para determinar la aceleración de un objeto que cae, se calcula la altura del edificio. O, prosiguió, se busca al dueño del edificio y se le dice: «Si me informa lo alto que es su edificio, le daré un barómetro». Según las últimas noticias, el estudiante estaba en serios problemas con la jerarquía administrativa de su colegio.

Por supuesto, la inteligencia no es un problema para los jóvenes sólo: un estudio de la Universidad de Michigan reveló que el personal directivo con C.I. elevado tiene tanta probabilidad de crear problemas como de resolverlos: de tropezar con sus propias ideas, como lo expresó un informe. Por otra parte, los hombres de negocios que tienen nada más que C.I. ordinarios, al ser menos aptos para confundirse con multiplicidad de factores, con frecuencia son mejores para resolver problemas.

De modo similar, el psicólogo Max L. Fogel, especialista en inteligencia, informa que sus estudios sobre los miembros de Mensa revelan que las personas con inteligencia fuera de lo común pueden ser un problema inconfundible: «Como grupo —escribe— tienden a cambiar de empleo más a menudo y se topan con más dificultades e insatisfacciones que la población general. Esto es, en parte, función de sus propios problemas de personalidad, pero también proviene, con frecuencia, de la beligerancia y de la hostilidad de empleadores, pares y subalternos. Otro de los factores es el aburrimiento que les produce la rutina establecida y las exigencias insuficientemente creativas que les imponen las responsabilidades ocasionales... Muchos miembros de Mensa aprendieron a adaptarse mediante la represión o el encubrimiento de sus intereses intelectuales».

La inteligencia puede ocasionar también problemas al conducir a la mente a suponer que puede resolver problemas que, de hecho, escapan a cualquier solución. Un hombre brillante, a quien en ciertas oportunidades le gustaba tomar un par de copas, se aplicó a la tarea de perder peso mientras continuaba bebiendo, con los siguientes resultados, según sus propias palabras:

«Naturalmente, perder peso es cuestión de quemar más calorías que las que se ingieren. Como todos saben, la caloría se define como “la cantidad de calor que se precisa para elevar en un grado centígrado la temperatura de un gramo de agua”.

»Tomemos un buen vaso de whisky escocés con soda: puesto que un gramo de agua es bastante próximo a 1 cc (para hacer el cálculo sencillo), ponga al agua mucho hielo hasta llenar el vaso con lo que se alcanzarán alrededor de los 170 ó 198 gramos, digamos 200 cc. Como contiene hielo en fusión, su temperatura tiene que ser de 0° centígrados (si se desprecia el efecto reductor de la temperatura del alcohol, del whisky y del gas).

»Más tarde o más temprano, el cuerpo debe suministrar 7.400 calorías (200 cc x 37° C) para llevar la temperatura del líquido a la del cuerpo. Como los libros que llevan el recuento de calorías muestran que el whisky tiene 100 calorías por dedo y el agua gaseosa, 0, deberíamos poder sentarnos todo el día para beber whisky con soda y así perder peso como