Justo Sierra: últimas jornadas de un héroe civil - Fernando Curiel Defossé - E-Book

Justo Sierra: últimas jornadas de un héroe civil E-Book

Fernando Curiel Defossé

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Beschreibung

En 1912, recién instaurado el gobierno revolucionario, el presidente Francisco I. Madero decide nombrar a Justo Sierra, -hombre identificado por la clase política de entonces como representante del antiguo régimen--, Ministro Plenipotenciario de México en España. Entre polémicas en la opinión pública, el desaliento por su infortunio en la administración porfirista y un añejo mal que se le agudiza, el ex ministro de Educación Pública y Bellas Artes parte para España a finales de abril de aquel año, revitalizado su ánimo por las muchas expresiones de reconocimiento en cada puerto que pasa hasta tierras peninsulares. Sin embargo, su viejo mal no lo abandona y muere el 14 de septiembre en Madrid, dejando entre el mundo intelectual una gran expectativa por su anunciada participación como orador en el Centenario de las Cortes de Cádiz. A partir de las huellas de la memoria y de valiosos estudios, este trabajo reconstruye el episodio de la muerte del "Maestro de América".

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Justo SierraÚltimas jornadas de un héroe civil

SEMINARIO DE INVESTIGACIÓN SOBRE HISTORIA Y MEMORIA NACIONALES

Justo SierraÚltimas jornadas de un héroe civil

Fernando Curiel Defossécoordinador

Universidad Nacional Autónoma de México

México, 2020

Catalogación en la publicación UNAM. Dirección General de Bibliotecas Nombres: Curiel, Fernando, 1942- , editor.Título: Justo Sierra : últimas jornadas de un héroe civil / Fernando Curiel Defossé, coordinador. Descripción: Primera edición. | México : Universidad Nacional Autónoma de México, 2020. | Serie: Seminario de Investigación sobre Historia y Memoria Nacionales. Identificadores: LIBRUNAM 2092010 (impreso) | LIBRUNAM 2092837 (libro electrónico) | ISBN : 978-607-30-3860-7. (impreso) | ISBN : 978-607-30-4053-2 (libro electrónico). Temas: Sierra O'Reilly, Justo, 1814-1861. | Políticos – Yucatán – Biografía. Clasificación: LCC F1234.S567.J88 2020 (impreso) | LCC F1234.S567 (libro electrónico) | DDC 928.6—dc23

Los contenidos de la obra fueron analizados con software de similitudes por lo que cumplen plenamente con los estándares científicos de integridad académica, de igual manera fue sometido a un riguroso proceso de dictaminación doble ciego con un resultado positivo, el cual garantiza la calidad académica de la obra, que fue aprobado por el Comité Editorial de la Secretaría de Desarrollo Institucional. Justo Sierra. Últimas jornadas de un héroe civil Primera edición: 31 de diciembre de 2020 D.R. © 2020, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510 Secretaría de Desarrollo Institucional Ciudad Universitaria, 8o. Piso de la Torre de Rectoría Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México ISBN de la obra 978-607-30-4053-2 Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Contenido
Justificación
PRIMERA PARTE Vida a grandes trazos

Fernando Curiel Defossé

SEGUNDA PARTE Cronología

Edwin Alcántara Machuca

TERCERA PARTE Selección documental

Octavio Olvera Hernández

CUARTA PARTE Justo Sierra en España: Últimas imágenes del México moderno

Carlos Ramírez Vuelvas

ADENDA Significado (a la fecha) de Don Justo

Fernando Curiel Defossé

Fuentes consultadas

...espíritus que, como el del ilustre Justo Sierra, supieron aunar a la historia la intuición filosófica; al pensamiento de lo complejo y de lo singular, el de lo universal y lo simple; a la preocupación de definir lo invariable, el conocimiento de lo vario, la búsqueda de lo perenne en lo cambiante; y a la inteligencia pura, sus formas severas y su lógica intrínseca, la intuición, es decir, el amor.

Antonio Caso

Cantaste en los funerales de Francisco Zarco, de tu estirpe, par tuyo; cantaste:

Ese nombre ahí está y aquí su tumba…El poder implacable de la muerteayer arrebato, pero la suerteque se lleva su cadáver, deja un lauroen su luctuosa y fúnebre carrera,como el simún que arroja en el desiertosu semilla, y en su paso inciertose alza altanerainmensa flor de viento, la palmera

¿Por qué, ilustrísimo compatriota, una palmera y no un rosal, o el cempasúchil, flor mortuoria? ¿Pensabas por caso en tu lar natal, Campeche, paisaje y sinfín de palmeras? Así, hombre, aunque del trópico, habitante de la polis y bastión de la avanzada cultura civilizadora, concluimos por verte, Justo Sierra, los participantes de ese proyecto. Una alta palmera, enhiesta y milagrosa, propicia, en el desierto en que amenaza convertirse México.

Justificación

Entre los diversos estudios biográficos dedicados a Justo Sierra, el capítulo sobre los últimos días de su vida y su misión diplomática en España en 1912 no ha sido ampliamente investigado y analizado en sus profundas implicaciones políticas, diplomáticas, culturales, intelectuales y simbólicas. Puede decirse que el resplandor de la de vida y la obra de Sierra ha eclipsado en parte el episodio de su paso a la inmortalidad. Si bien varios de sus biógrafos han tocado este momento como un punto culminante de la trayectoria de Sierra, aún no se le ha dado el peso que merece como un suceso político-cultural que, con la muerte de su protagonista, devino en un ritual público y popular de grandes dimensiones con el que, de alguna manera, se cerraba una era.

Por la relevancia de aquellas últimas jornadas de Justo Sierra, este trabajo de investigación constituye, a la vez, un rescate documental y una reconstrucción narrativa e interpretativa acerca del entramado, los actores y la vida pública, cultural y social de ese capítulo crepuscular del protagonista de este estudio, escrito desde la convergencia de las miradas de los autores de este libro.

El primero y fundamental eje con el que se inició este trabajo fue el ejercicio heurístico de exhumación de documentos en fuentes primarias de archivo, sobre todo de la que, por la naturaleza misma de los sucesos, era obligada: el Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores y, en menor medida, el Archivo Histórico de la unam. La segunda fuente, no menos importante, fue el espectro de la prensa periódica que proporciona el paisaje político, intelectual, social y cultural que rodeó e influyó en la percepción colectiva de la misión diplomática y a la muerte de Sierra. Los documentos y textos periodísticos aquí recuperados, son perlas que acercan al lector a los testimonios escritos de los protagonistas de aquel episodio con la impetuosa narrativa y el calor de las opiniones de la prensa. A esto se suma también la recuperación de varios testimonios en fuentes bibliográficas como memorias y textos autobiográficos que rinden tributo a la memoria de Sierra.

La reconstrucción e interpretación de los sucesos que hacen los autores de este estudio, así como los criterios del rescate y la selección documental en torno a la misión diplomática de Sierra en España en 1912 y el itinerario de sus honras fúnebres, fue guiada por algunas preguntas fundamentales: ¿Cuál fue el papel de Justo Sierra en este peculiar momento de cambios profundos en que convergieron fuerzas históricas confrontadas? ¿Cuál era el estado de la vida política y cultural que permitió a Sierra entrar en el escenario del gobierno maderista a cumplir una misión diplomática como una figura pública altamente prestigiada y como un “héroe civil”? ¿Quiénes integraron el elenco para la puesta en escena del drama: quienes jugaron un papel protagónico, secundario o formaron parte del ambiente? ¿Cuál era, en este momento “bisagra”, el significado de la personalidad de Sierra en las representaciones que de él tenía la clase política e intelectual de aquel momento e incluso para la mentalidad de los sectores populares que abarrotaron las calles por las que pasó su cortejo fúnebre? ¿Qué lugar tuvo la prensa como actor central y como plataforma de la discusión pública, de especulación política y finalmente como escenario narrativo de las ceremonias y rituales públicos luctuosos y su trascendencia en la vida y en la cultura nacional? ¿Qué significado, en fin, tuvo la figura de Sierra como constructor de la modernidad de México en el medio intelectual nacional e hispanoamericano al momento en que realizaba su última misión diplomático-cultural en España?

Las cuatro partes que integran este libro se articularon en orden a la finalidad de llevar al lector del contexto histórico-biográfico del episodio en cuestión hasta las implicaciones políticas, culturales y simbólicas de los funerales de Sierra, no sin antes procurar que la mirada lectora se detenga en los testimonios documentales, periodísticos y literarios que lo aproximen a la experiencia intelectual y emotiva, fresca e inmediata, que esos escritos evocan.

En la “Vida a grandes trazos”, texto con el que se inicia el libro, se ofrece una amplia reconstrucción biográfica de Justo Sierra que permite al lector contextualizar el episodio estudiado y dilucidar con precisión la circunstancia que lo llevó a jugar un papel clave y no poco controvertido dentro del régimen maderista y sus delicados equilibrios. Se trata de un estudio que se ubica en el cruce entre la historia intelectual, literaria, generacional y política, que atraviesa todas las etapas de la trayectoria de Sierra en distintos escenarios históricos, públicos y privados, así como en sus múltiples facetas: poeta, periodista, narrador, político, viajero, historiador, educador, ministro, formador de intelectuales y forjador de instituciones.

La “Cronología” tiene el propósito de ofrecer al lector coordenadas esenciales de los momentos más significativos del episodio reconstruido: desde la discutida designación de Sierra como ministro en España hasta sus monumentales exequias en el país ibérico y en México, pasando por su nada fácil periplo hacia Europa debido no sólo a su frágil estado de salud que aún le permitió presentar cartas credenciales al rey Alfonso xiii, sino por las controversias que produjo la designación de un “porfirista” en tan significativa misión.

La “Selección documental” representa una muestra selecta y rigurosa de materiales hemerográficos, de correspondencia diplomática y personal. Varios de estos testimonios —cartas, crónicas, artículos de opinión, discursos, poemas, memorias, etc.— fueron escritos por algunos intelectuales, amigos y discípulos de Sierra. Entre ellos, Amado Nervo, Carlos González Peña, Balbino Dávalos, Alejandro Quijano, Jesús Urueta, Luis G. Urbina, Rubén M. Campos, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos, así como por los principales actores políticos del episodio estudiado; por ejemplo, el presidente Francisco I. Madero, el rey Alfonso xiii, el canciller Pedro Lascuráin y, por supuesto, el propio Sierra.

El “Anexo gráfico” complementa la selección documental a través una muestra fotográfica de comunicados oficiales y materiales de prensa entre los que se encuentran la designación de Sierra como ministro plenipotenciario en España y su respuesta de aceptación; la misiva del rey Alfonso xiii al presidente Madero sobre la recepción de las cartas credenciales de Sierra, el telegrama de Amando Nervo en que informa sobre la muerte del ministro mexicano en España, así como esquelas, invitaciones y fotografías relativas a las honras fúnebres de Sierra en Madrid.

En “Justo Sierra en España: Últimas imágenes del México moderno”, se abre la perspectiva del momento estudiado al examinarse con amplitud el papel de Sierra en la construcción y proyección de la imagen de la modernidad mexicana, así como en la redefinición de la identidad nacional y latinoamericana a través de su intensa relación con España y sus intelectuales y literatos, cuyo último episodio culmina con su muerte y su significación para los letrados ibéricos.

El libro concluye, a modo de reflexión final y a la vez prospectiva, con un texto que aborda el “Significado (a la fecha) de Don Justo”, el cual tiende un puente entre la Universidad Nacional fundada por Sierra y los retos presentes que enfrenta la unam en medio de los apremiantes retos educativos del país y la crisis nacional agudizada por la pandemia.

Este libro busca, pues, dejar al lector ante la posibilidad de abordar las últimas jornadas de Sierra desde una perspectiva poliédrica, es decir, que admita abordajes desde distintos ángulos: la reconstrucción biográfica, intelectual, literaria, política, cultural e histórica; el tratamiento periodístico y literario de este episodio; la significación de Sierra dentro de la modernidad de cultura y la identidad nacional e iberoamericana. Por supuesto, la muestra documental y grafica aquí recuperada, busca dejar abiertas varias puertas al investigador para la indagación de sucesos específicos de este capítulo que pueden y merecen ser tratados a mayor profundidad.

PRIMERA PARTE

VIDA A GRANDES TRAZOS

Fernando Curiel Defossé

1GLorioso Parnaso

Elenco

Colosales devienen, digámoslo, las figuras que crearon la educación nacional moderna, indisoluble la cultura. Recontemos con los dedos de la mano.

Durante la Restauración de la República que se dilata al Porfiriato: Gabino Barreda, Justo Sierra, Ezequiel A. Chávez. En la Revolución: José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet. Pero mientras Barreda, Sierra y Chávez hacen posible, en juego dialéctico, a Vasconcelos y a Torres Bodet, lo que sigue a don José, ateneísta, y a don Jaime, uno de los Contemporáneos, es –la doctrina en grado cero– el teje y maneje, el interés desnudo de las partes de un todo obliterado.

La veleidad, ora de los constantes acomodos políticos presidenciales –política a la postre de coyuntura–, ya de un férreo sindicalismo de dos cabezas, nulifica la inicial grandeza redentora de una Escuela Nacional Preparatoria en 1868, de un Ministerio de Instrucción Pública en 1905, de una Universidad Nacional de México en 1910, de una Universidad Popular en 1912 y de una Secretaría de Educación Pública en 1921. Obra del Estado: Preparatoria, Ministerio, Universidad y Secretaría; de una iniciativa civil, por parte del Ateneo de la Juventud, la Universidad Popular.

No sorprende ni la paulatina reducción del porcentaje de gasto público destinado a la educación, ni que ni siquiera se intente la imposible comparación de Barreda, de Sierra, de Chávez, de Vasconcelos, de Torres Bodet, con los funcionarios que los sucedieron en tiempos mexicanos que hace mucho mal navegan al pairo. Excepción que no llegaron a fraguar, ambos al frente de la sep, ni Agustín Yáñez, en el gabinete de Gustavo Díaz Ordaz, ni tampoco Fernando Solana, en el de López Portillo, pese a los pronósticos en su favor.

Pues bien: de la gloriosa nómina antes recontada, este trabajo gregario, narrativo y documental se propone rescatar las jornadas postreras de uno de ellos, precisamente Justo Sierra Méndez (1848-1912), a partir de 1910 y hasta el momento de su muerte en Madrid; figura rescatada de su defenestración por el Porfiriato al que había servido ejemplarmente, por el presidente Francisco I. Madero. Maniobra –la defenestración– al par de Díaz y José Ives Limantour, que revela el grado de extravío al que el estallido revolucionario había conducido al régimen de dictadura constitucional. Aunque no sin su ribete vengativo, al conseguir imponer el largo preámbulo, que resultó funesto a Madero, de unas nuevas elecciones. Esto, en vez de una toma fulminante del poder por la victoriosa Revolución, como correspondía.1

No obstante, inexcusable se considera el repaso completo de la biografía, la personal y la social, de nuestro personaje.

Estado del arte

En otro orden de cosas, al citado don Agustín debemos la coordinación de las Obras completas de Justo Sierra, bajo el sello de la unam. Empresa iniciada en 1948 y que conjunta al propio Yáñez, a José Luis Martínez, a Edmundo O’Gorman, a Arturo Arnaiz y Freg, a Catalina Sierra, entre otros. En el libro que le dedicará, Don Justo Sierra. Su vida, sus ideas y su obra, Yáñez reconocerá a su biografiado como “maestro constructor del espíritu nacional”.2

Y décadas atrás, en 1939, Alfonso Reyes –aunque sumamente joven en el primer decenio del pasado siglo, contemporáneo de los afanes de Sierra–, en célebre prólogo, había situado a don Justo en la “tradición hispanoamericana” de Bello, Sarmiento, Montalvo, Hostos, Martí, Rodó; tradición de poetas y pastores, “Nilos benéficos”; considerando que la obra escrita del mexicano había ascendido de la poesía a la prosa, complementando “con certera visión el cuadro de las humanidades modernas”.3

Vuelta completa de tuerca

Con posterioridad al prólogo de Reyes y al libro de don Agustín, el francés Claude Dumas dará a la luz una integral investigación sobre Justo Sierra, obra por igual de inexcusable consulta para el conocimiento exhaustivo de la vida, milagros y hazañas del mexicano que más descuella en el panorama intelectual del último tercio del siglo xix y del fuste del xx.4

Al presentar la investigación de Dumas, Ernesto de la Torre Villar, historiador que la vida universitaria no autorizara frecuentar, coloca en un mismo plano a Lucas Alamán, a José María Luis Mora y a Justo Sierra, y apunta que lo notable del trabajo académico de Dumas, en lo informativo, la descripción y la reflexión, consiste en que

supo captar el desarrollo de toda una época, la del auge del liberalismo y su transformación durante los años del régimen de Porfirio Díaz y también mostrar cómo en la clase dirigente, honesta, inteligente, patriota, surgían diferencias y cómo entre determinados espíritus, en la lucha entre pares, sobresalía el mejor, el más constante, el que sentía que los valores vitales de su pueblo, encauzados por firme decisión, le permitirían alcanzar un futuro mejor.5

Tal, lector, lectora, Justo Sierra, quien –precisa Dumas–, pese a la plena conciencia del valor particular de su vida y obra, por lo que aspiró a escribir su biografía, no tuvo la oportunidad de realizarla, con todo y los “apuntes familiares” que redactara entre 1874 y 1880. Tales, lector, lectora, los afanes del investigador francés:

escribir una nueva biografía de Justo Sierra, evitando cualquier pasión –lo cual nos resultaba fácil– y estudiando al personaje dentro de la perspectiva de su época. Así, hemos tratado de mostrar cómo y hasta qué punto el hombre estaba relacionado con el movimiento de las ideas y las mentalidades, y de qué manera se apartaba de él; en pocas palabras, tratamos de lograr una doble biografía, la del hombre y la de su época, que a menudo se confunden y marchan al unísono, pero que presentan también algunas discordancias.6

Propósito, el de la doble biografía, a nuestro parecer, plenamente logrado, en tanto corren entreveradas vida personal y condiciones y circunstancias mexicanas; además reconoce el autor, en varias ocasiones, las aportaciones de Agustín Yáñez en el tema.

Planos

Como usted puede colegir, la excepcional existencia de Justo Sierra admite dos niveles de “lectura”, para efectos de su reconstrucción. Arqueología.

O el trazo en unas cuantas líneas definitorias, en las que no podrán exceptuarse su origen provinciano, en 1848; su traslado a la Ciudad de México; sus talentos de poeta, cuentista, dramaturgo (género intentado poco, pero de constante presencia en los demás), periodista, abogado, político de avanzada, profesor, orador, historiador, pensador; la cifra de tales dones en el teórico y práctico de instituciones educativas, de la primaria a la superior; su muerte, como diplomático, en Madrid, en 1912, a la edad de sesenta y cuatro años, que hoy juzgaríamos medianamente mayor; su condición, en suma, de autor de una corta lista de títulos publicados en vida, que sin embargo no hacen mérito a la vasta escritura, de imaginación, periodística, epistolar, que póstumamente daría pie a tomos numerosos con los que la Universidad Nacional de México –Autónoma a partir de 1929, proyecto y factura suyos– le ha correspondido.

O el trazo más minucioso y detenido que, basado en el anterior, incorpora líneas ausentes: su linaje; sus cielos e infiernos privados y públicos; los episodios de la vida nacional que, en juego de espejos, lo permean y él permea; sus nexos con figuras eminentes en tiempos en los que literatura, periodismo y política corrían en estrecha conexión; su adhesión legalista; la inflexión que en su pensar y actuar aparejó la irrupción en la escena pública del general Porfirio Díaz; la dirección del periódico La Libertad, en consonancia –no digo obediencia– con los nuevos tiempos gubernamentales; su alianza con la generación modernista y la constelación del Ateneo de la Juventud; sus certezas y dudas positivistas; su consolidación como historiador; su labor modernizadora, primero como subsecretario del ramo y después como ministro de Instrucción Pública; sus reparos a las reelecciones de Díaz; la creación obsesiva de la Universidad Nacional de México; su papel en el Partido Científico; su sacrificio político; la vindicación maderista; su muerte y honras fúnebres en Madrid, en La Habana y en la Ciudad de México.

Aquí nos inclinamos por el segundo trazo mencionado, que funde vida y sociedad, aunque sin perder de vista el carácter introductorio de este texto y, por ende, remitiendo a otras inquisiciones el análisis profundo de ciertos episodios (baste mencionar el rol de Sierra en la “jugada” para una supuesta sucesión de Díaz que involucró al secretario de Hacienda y al gobernador de Nuevo León, o la realidad o ficción del Partido Científico dentro del gobierno de Díaz, temas a los que Dumas rinde especial esfuerzo analítico).

Precisado lo anterior, procedo al somero recuento de vida, circunstancias, épocas, aunque sin soslayar la interrogante final del significado de don Justo en un momento en que a México lo asola, al igual que al planeta, una pandemia cuyos frutos amargos a mediano y a largo plazo apenas columbramos; catástrofe local y mundial que pone a la Universidad Nacional Autónoma de México en grave predicamento en cuanto a sus bases y estructura, beligerancia nacional y futuro posible.

2MULTIFACÉTICO SIERRA

Linaje

Adelanto que en Sierra confluyen básicamente tres caudales que se entrecruzan. Los dos primeros, herencia directa de su padre, Justo Sierra O’Reilly. A saber.

El de la literatura, que se expresa de manera predominante, como se estilaba en el siglo xix, en la prensa; lo que lo conduce a géneros como la poesía, el cuento, la novela, la dramaturgia, el artículo desde luego, y a formatos híbridos entre literarios y periodísticos. El de una vocación de servicio público, la de quien, por las circunstancias del retraso ambiente, la desigualdad, el analfabetismo, adquiere un privilegio y, en consecuencia, una irrevocable responsabilidad social; lo que lo conduce a la política, el ejercicio del poder lo mismo en la Cámara de Diputados que en el gabinete presidencial. Y el que deriva de la contienda ideológica reformista contra la educación confesional, fruto de la revelación; lo que lo conduce al positivismo (aunque no sin los matices que veremos más abajo).

Y está el torrente de la impronta propia. Vida que se autoedifica.

Originalidad

Es en el último de los caudales relacionados, legatario e hijo de sí mismo, donde Justo Sierra alcanza su mayor empaque. El pensador y realizador de instituciones educativas, cuya impronta se advertirá, pensamos, inesperadamente, en el porvenir, un porvenir truncado por una peste universal, Covid-19, que, a nuestro juicio, resignifica su figura. Justo Sierra, referente vivo, no anticuario, de este presente sin fronteras. Uno era el Maestro cuando sus autores emprendimos esta investigación. Otro, el de este momento apocalíptico. Traducido en terror al contagio, muertes masivas, parálisis económica, minados cimientos de la convivencia cotidiana.

Cuadro por demás variado, el de su existencia mexicana entre 1848 y 1912, al que debemos agregar la decidida inclinación al viaje. Rumbo al pasado, a través del estudio de la historia, y en dirección al presente mediante el desplazamiento por los medios de la época: el ferrocarril, la diligencia, el barco y el ferri. Si lo primero insufla al profesor de la disciplina, al autor de artículos, ensayos y libros de historia, y dota al político, al ensayista, al legislador y al pedagogo de una particular sensibilidad y perspectiva, lo segundo empolla al viajero, al autor fecundo de temas trashumantes. Estados Unidos, la Europa latina, Querétaro cuando la aventura legalista, la península yucateca durante sus regresos.

Brillante ejercicio, que funde al periodista y al historiador, será el de reportero desde México de los episodios sobresalientes del Viejo Continente. Lo que llamará “El exterior” y revelará a sus lectores compatriotas.

Especial estudio, pues, para otra ocasión, demandan los viajes realizados por Sierra, desde el que lo trae a la capital de la República hasta el que lo lleva de nueva cuenta a Europa, periplo final. Cartas, evocaciones, libros.

Así, por ejemplo, entre septiembre y noviembre de 1895, con un grupo de amigos, recorre los Estados Unidos, experiencia largo tiempo anhelada, aunque consciente de su limitado manejo del idioma –ese inglés norteamericano, en mucho diverso del original británico–; impresiones que, al regreso, publica primero en las páginas de El Mundo, y más tarde, ya reposadas, en el libro En tierra yankee, bajo el sello de la Oficina Impresora del Timbre, sita en Palacio Nacional.

El doble periplo europeo también destilará cartas, artículos… Queda pendiente su paso al libro.

Pero vayamos por orden.

3LOS CAMINOS

Campeche, Mérida, Ciudad de México

Justo Sierra Méndez nace en San Francisco de Campeche, ciudad de férreas murallas, el 26 de enero de 1848, hijo del ya afamado Justo Sierra O’Reilly y de Concepción Méndez Echazarreta. Momento postrero de la guerra mexicano-norteamericana.

Entre su nacimiento y su traslado a la Ciudad de México, junto a las ternezas del hogar, el niño e incipiente adolescente recibe hondas lecciones políticas. Campeche y Yucatán viven una rivalidad histórica. Yucatán rivaliza con México. Separatista es el papel en la guerra con Estados Unidos: se declara neutral y, en el marco de la Guerra de Castas, busca la intervención auxiliadora, ya de España, ya de Inglaterra, ya de Estados Unidos. Maniobras que comprometen al abuelo materno, Santiago Méndez, gobernador a la sazón de Yucatán, y al padre, comisionado para conseguir el apoyo norteamericano, misión que lo mantiene fuera de Campeche cuando nace su hijo. Capítulo peninsular que merece una ponderación más rica y matizada que la mera acta de traición a la patria.

Y, aún residente en la península, Sierra vive el violento traslado de la familia a Mérida; la destrucción de la portentosa biblioteca campechana del padre, tejida de literatura, derecho, teología y un valioso fondo documental sobre la región; la lucha de su abuelo Méndez y Miguel Barbachano por la gubernatura; la reunificación con México; la amenaza de la no del todo extinta Guerra de Castas; la final separación de Campeche.

No menos determinante, subconscientemente pedagógica, es la vena periodística del progenitor: El Museo Yucateco (1841-1842), El Espíritu del Siglo (1841), Registro Yucateco (1845), El Fénix (1848-1851), La Unión Liberal (1855-1857).

Educación: en Campeche, el Colegio de San Miguel de Estrada. En Mérida: el Liceo Científico y Comercial.

Eventualidad

¿Crecer entre Mérida y Campeche? ¿Asentarse, replicando las vidas públicas del abuelo y del padre? Otros son los designios. A la muerte de Justo Sierra O’Reilly, el hijo emprende el camino –navegante hasta Veracruz, en diligencia el resto– a la Ciudad de México, invitado por el tío y próspero abogado, anfitrión y tutor, Luis Méndez. Año de 1861.

Ciudad de México

Don Luis interna a su sobrino en el Liceo Franco Mexicano, ubicado en la que fuera mansión de los condes de Orizaba, conocida como la “Casa de los Mascarones”, entre la garita de San Cosme y la fuente de la Tlaxpana, que en los años veinte del siguiente siglo servirá de primera sede a la Facultad de Filosofía y Letras.

El adolescente hace convivir las primeras impresiones de la urbe con el sitio y mar de Campeche y la temporada meridana. Una de tales primeras impresiones es la figura y oratoria de Ignacio Manuel Altamirano en la Cámara de Diputados. Recordará el recién llegado la intervención del intelectual y político en sus veintisiete años:

No cumplía catorce años cuando por primera vez vi a Altamirano en la tribuna de la Cámara. Mediaba el año de 61 y, ¡oh!, fortuna singular, pronunciaba su discurso pro corona, digo, contra la ley de amnistía. La pequeña estatura agigantada por el ademán y el acento, la altivez de la frente bajo la negra melena lacia; el crispamiento irónico de la gran boca “suriana”; la inaudita expresión de odio, de desprecio, de soberbia que se condensaba en relámpagos en la mirada y en sonoridades vibrantes, calientes, extrañas en la voz, sin llegar al grito jamás, y, sobre todo, la palabra, la imagen, la idea, todo mesurado en medio de la pasión desbordante, todo artístico, correcto, rítmico, todo eso lo vi, lo oí, lo sentí por instinto; ahora me doy cuenta de ello, pero no lo olvido; semejantes espectáculos no se olvidan jamás.7

Altamirano, al igual que Ignacio Ramírez, se cuenta, en el estrado del aula y de esa aula que es la prensa, entre los hacedores de la educación nacional. Por debajo, es cierto, de quienes asumen funciones directivas o ministeriales en el ramo. El glorioso elenco del siglo xix y las primeras décadas del xx con que inauguramos estas páginas.

Sino

Espectáculo y, al parejo, enseñanza de que hace gala Altamirano para cuando Sierra, en las vueltas de su vida capitalina, adquiera, asimismo, el carácter de orador supremo. Siete años faltaban para que conociera, en persona, al sureño; figura decisiva en su vida capitalina, como lo era ya don Luis Méndez, y lo serían Juárez, Barreda, Luz Mayora –su futura esposa–, Santiago Sierra –su hermano tres años menor, cuando lo alcance en la Ciudad de México–, Iglesias, Díaz, Ives Limantour; y, en otro nivel, las figuras mayores de las letras, el periodismo doctrinal, los personeros del Partido Liberal –jacobino, metafísico–, y, acto seguido, los propugnadores del positivismo.

Lo que nos lleva a hablar de una vena de la personalidad de Sierra, la de su independencia como trofeo de un pugnaz destino que no cede en su construcción. Camino, con sus riesgos, propio: hijo de convicciones y experiencias.

Primero, respecto a su tío y protector, el que lo traslada a la ciudad y le abre las puertas de su casa, al negarse a seguir la carrera exclusivamente jurídica; después con Gabino Barreda, en una polémica que sin embargo no cancelará la reconciliación, al menos por parte del desafecto; más adelante con el propio Altamirano, al sucederlo en su clase preparatoriana de historia y cronología, al modificar enfoques y método expositivos (Altamirano, en la línea del liberalismo jacobino; Sierra, deslumbrado por el positivismo); y, en el derrumbe del Porfiriato, con el otrora poderoso secretario de Hacienda y Crédito Público, su amigo José Ives, al culparlo de su salida del gabinete.

Únicamente con Luz Mayora y Santiago, en lo familiar, y, en lo político, con Porfirio Díaz –no sin matices y retobos–, su lealtad se mantiene inalterable. Tanto que se contará entre los pocos connacionales que visiten, en Europa, al longevo exiliado ipirangueado.8 Y también habrá un reencuentro en el mismo París con Limantour.

Yáñez llama a la experiencia capitalina primera de Sierra “la conquista de México”; capítulo que abre con la ruta Mérida-Veracruz-Ciudad de México y cierra con la derrota de los “decembristas” correligionarios de Iglesias, Justo uno de ellos, y la inminencia de la toma del máximo poder por Porfirio Díaz.

4PRIMEROS VUELOS

Sendas que sólo en apariencia se bifurcan

Digamos que recogida vida de creador literario y vida pública al descampado son las fuerzan que, en primera instancia, pelean el destino del campechano. Extremos que parecen reconciliarse en el terreno de la prensa y de las asociaciones literarias. Si se inicia como redactor en el periódico El Globo (1865), tres años más tarde, en el folletín dominical de El Monitor Republicano, da a las prensas sus “Conversaciones del domingo”, ocasión de cuentos que recogerá en el segundo libro publicado en vida.

El año de 1868 entra en relación con Ignacio Manuel Altamirano, de larga ejecutoria como periodista, político, educador. Prontas la sensibilidad y la vocación literarias de Sierra, el joven encuentra en el intelectual nacido en Tixtla, poblado luego perteneciente al estado de Guerrero, un arquetipo a seguir. Fervor correspondido. No me adelanto.

El bardo…

El debut del campechano es el del poeta. Del Liceo Franco Mexicano se traslada al Colegio de San Ildefonso; atestigua la entrada de las tropas francesas invasoras y, más adelante, la de la pareja imperial de Maximiliano y Carlota; pero, lo más señalado, debuta en una fiesta que los alumnos del colegio ofrecen a su director, Joaquín Eguía y Liz, quien será designado, en 1910, primer rector de la naciente Universidad Nacional de México. Lo consigna Juan de Dios Peza: “Estaba Justo en la plenitud auroral de la vida; tendría unos dieciséis o diecisiete años, y recitó con ardorosa entonación una oda, que si mi memoria no me traiciona, comienza así: Perdonadme si audaz a este recinto…”.9

El fragmento de la oda en cuestión reza:

Perdonad[me] si audaz a este recintodo acabáis de escuchar voces canorasvengo osado las cuerdas insonorasdel laúd a pulsar; cedí a mi anhelo,quise un himno de gloria dedicaros,pedí un destello al luminoso cielo,bajo la inspiración vengo a cantaros.10

Recuento

En su saldo definitivo, la producción literaria, en poesía y en prosa, de Justo Sierra debe estimarse cuantiosa: tres tomos específicos de las Obras completas: el i, el ii y el iii, amén de una sección del xvi, que podría incrementarse bajo el concepto dilatado de la creación literaria que incluye el género discurso en cuanto pieza que compromete junto al concepto la forma artística –tomo v–, cierto filón literario de la práctica misiva –tomo xiv– y, de manera sobresaliente, asimismo, cuando toca la tecla imaginativa, la escritura histórica y aun historiográfica –tomoix–.

Si en poesía, expresión que como recién vimos señala los inicios literarios del campechano, sobresalen, por citar unos cuantos ejemplos, “Playera”, “Dios”, “Marina”, “Jesús en el Tiberíades”, “Al mar”, “Uxmal”, “Fantasía en el mar”, “Criolla”, y poemas funerales como los dedicados a Manuel Acuña, Ignacio Ramírez y Francisco Zarco;11 en prosa de creación, la delantera la lleva el libro Cuentos románticos, en tanto que, por lo que hace a la crítica literaria, dicho sitial corresponde a su famoso prólogo a las poesías de Manuel Gutiérrez Nájera de 1896.

En tanto, para la breve, inconclusa producción novelística –El ángel del porvenir– y dramática –Piedad, por ejemplo–, remito a don Francisco Monterde, a quien yo tuviera el privilegio de tratar –trato social–, responsable de la edición, el ordenamiento y la anotación de Prosa literaria, tomo ii de las Obras completas, México, unam, 1984.

Prosigo.

… Seguido del orador

Pero se cuenta con otro episodio “auroral”, referido al pensador, no de una idea fija, dogmática, sino de un sistema de ideas en proceso. Al restaurarse la República, doble triunfo, frente a la guerra civil, interna –liberales contra conservadores–, y de liberación nacional –signada por el retiro de nuestro suelo de las tropas invasoras francesas y el fusilamiento del desdichado Maximiliano–, la Asociación Alonsiaca del Antiguo Colegio de San Ildefonso lo elige para hablar en el banquete que se ofrece a Benito Juárez, el héroe indisputado del momento.

Estamos a 19 de julio de 1867, un año antes de que Sierra entre en relación con Altamirano. Vale la pena reproducir sus palabras porque apuntan, tantean conceptos esenciales. Cito:

Voy a formular un voto que hallará un eco profundo en esta reunión, y dondequiera que lata un corazón generoso y entusiasta.

Porque es el último que hicieron al morir Sócrates, Cristo, Arteaga y millones de mártires en las épocas que entre estos hombres se encierran.

Porque la idea que contiene va más allá del porvenir de nuestro país: hasta el lejano, pero infalible, de la humanidad.

La obra civilizadora, no tal como la comprende el juglar de las Tullerías, sino tal como la adoramos los republicanos, tiende por la eterna ley del progreso, hacia la democracia, hacia el reinado de todo el mundo.

La América ha tenido la suerte de llegar al umbral del porvenir, después de heroicos sacrificios, de esfuerzos supremos. Desde allí tenderá la mano a los pueblos para ayudarlos a reconocer esa senda de dolor que se llama el progreso; desde allí reunida la gran familia hermana, penetrará al templo augusto en donde Dios le tenderá la escala misteriosa de Jacob. Por ella brindo en nombre de la juventud republicana. Se estremecerán en todos los calvarios los atletas del derecho que ha regado con su sangre la arena de las naciones; porque a él contestará el ciudadano Juárez que hoy es nuestro orgullo y mañana será nuestra enseña: se unirían a él todos los oprimidos, los desterrados contra los que trafican en Jersey y en Siberia, Polonia agonizando, e Italia esgrimiendo el látigo contra los que trafican en el templo de Bruto y de Catón: respondería a él en pie la América entera, de Nueva York a Valparaíso.

Brindo por la República universal.12

Breve brindis, expresión de creencias y convicciones intelectuales (República, Democracia, Progreso); germen de las grandes piezas oratorias del futuro, en ceremonias luctuosas, en sesiones parlamentarias, al fijar los rumbos de una Universidad Nacional de México en sus primeros balbuceos.

Altamirano

A la par que emprende la carrera de abogado –en el mismo San Ildefonso, espacio de leyenda compartido con la inaugurada Escuela Nacional Preparatoria–, sin perder el paso lírico, se inicia en el periodismo, oficio que no hurta, al publicar una de sus iniciales poesías en El Globo, a cuya redacción se incorpora. Y se cruzan su vida y la de Ignacio Manuel Altamirano. Lo consigna, exultante, Sierra:

hablé con él, me sentí otro […]. Mi nombre trajo a su prodigiosa memoria el de mi padre, me habló de él, me entusiasmó, me cautivó, me hizo suyo… lo soy todavía. Al día siguiente me llevó a una “velada literaria” en la casa del señor Payno. ¿Qué hombres había allí? La nobleza, la alta nobleza de las letras patrias: Prieto me llamó su hijo con olímpica ternura; Ramírez me dio un consejo o una broma; Payno brindó conmigo; Riva Palacio me habló del porvenir; Gonzaga Ortiz se informó de mis aficiones literarias en un tono un poco “marqués”, es cierto, y Portilla, nuestro siempre llorado don Anselmo de la Portilla, me comunicó instantáneamente su fervor por el ideal y por el arte. Y Altamirano, que era allí el niño mimado, me tomaba con tanto ardor bajo sus auspicios, que cuando conté todo esto, exagerándolo un poco, a mis compañeros de colegio, les pareció que había yo crecido, y algunos me dijeron “adiós” como si nos fuéramos a separar para siempre […] y huí rumbo a los versos, rumbo a la gloria, me decía confidencialmente a mí mismo; ¡ay!, era yo muy niño. Dos días después leí a Altamirano, por primera vez, unos versos (la Playera). Me dijo lo que sentía, y para animarme me leyó su María y me pidió mi opinión; pasamos juntos muchas horas. Y aquella visita se repitió cuatro o cinco años día por día.13

No andaba, pues, tan errada la impresión causada entre sus condiscípulos. Del ambiente colegial, apadrinado por Altamirano, Sierra es llamado por la nobleza –unos más nobles que otros– literaria; él también, paulatinamente –si bien enorme y cabeza grande–, “niño mimado”. La asistencia a las “veladas” se impone, incontestable. En las casas de Joaquín Alcalde, de Martínez de la Torre, de Ignacio Ramírez, de Vicente Riva Palacio.

Sierra, digámoslo, bien pudo ceñirse a la vía del joven poeta, camino a la madurez, con su inevitable puerta cotidiana de salida, el periodismo, y, ocasional, la retórica de la oratoria. Pero, en la medida en que va postergando la dedicación jurídica –aunque se titula el 26 de agosto de 1871–, avanza en dirección de la prensa, y más adelante se internará en la política y en la edificación de la fábrica educativa del país.

Jorge Hammeken y Mexía traza este retrato:

joven robusto, grande, de frente despejada, melena de león, ojos de águila; un hombre, en fin, modelado por el Júpiter de Falias, menos el rayo, o en el Moisés de Miguel Ángel, menos las barbas. Pues ése es Justo Sierra, el de la voz ruda y potente, como si el trueno habitara en germen en sus pulmones; el de la inspiración grandiosa, como si en su cerebro habitaran en apoteosis las nueve hermanas del consabido coro.14

El periodismo

Al igual que los del aeda y de prometedor tribuno, firmes son los pasos del periodista. En el prestigiado periódico El Monitor Republicano (1846-1890), entre el 5 de abril y el 20 de septiembre de 1868, da a conocer sus “Conversaciones del domingo”, serie miscelánea en la que sobresalen lo mismo la evocación del lar natal (desde las colinas a las que escapa de la ciudad, cree ver “inmóviles las olas de esmeralda de mi Golfo”) que su inicio como narrador, material que luego recogerá en el libro Cuentos románticos, en varios de los cuales pinta la naturaleza campechana. Quehacer que desemboca en una participación en la fundamental revista El Renacimiento, a la que su creador, el infaltable Altamirano, llama a los amantes de las bellas letras de todas las “comuniones políticas”, desterrando divisiones y rencores.15 Aquí, el poeta y ya probado cuentista experimenta con la novela El ángel del porvenir.

A El Renacimiento sigue La Voz de México. Y a La Voz de México,El Domingo,El Siglo XIX,El Federalista.

Paréntesis: bibliografía del campechano

Cabe, creo yo, la mención de los libros que, en seguimiento de su primera publicación –que no será Cuentos románticos, contra lo que podría suponerse–, dará a la luz en vida Justo Sierra; lista magra, si se compara con los millares de páginas que alimentaron sus colaboraciones periodísticas, sus piezas parlamentarias, su epistolario, su magisterio…

Hela aquí: Compendio de historia de la Antigüedad (1879), Elementos de historia general para las escuelas primarias (1888), Elementos de historia patria (1894), Catecismo de historia patria (1894), En tierra yankee (1895), Cuentos románticos (1896), Manual escolar de historia patria (1896), México: su evolución social (en colaboración, 1902), La evolución política del pueblo mexicano (en colaboración, 1900-1902), Juárez, su obra y su tiempo (1905-1906), 24 cuadros de historia patria (1907) y Antología del Centenario (en colaboración, 1910).

Se imponen varias consideraciones. Pese a su promisorio y temprano debut lírico, Sierra no publicará en su existencia poemario alguno, falta que no se resarcirá sino hasta la aparición del primer tomo de sus Obras completas. Precoz es, asimismo, su vocación historiográfica, así, en el tiempo, la impulse fundamentalmente su ingreso en el cuerpo profesoral de la Escuela Nacional Preparatoria; destaca su preocupación por la enseñanza de la disciplina histórica desde la escuela primaria, especulando en su momento las relaciones jerárquicas entre sociología e historia, la balanza inclinada en favor de la última disciplina. Y, a diferencia de lo ocurrido con su fibra lírica, ocasión tendrá de ver en las librerías una investigación del calibre de su Juárez. Y lo distinguirá la coordinación de tres proyectos colectivos esenciales para el conocimiento de su país, el último de ellos en el marco del plan editorial que, dentro del programa general de festejos de 1910, le corresponderá diseñar. Aludo, claro está, a la Antología del Centenario.

Retomo el paso, rogando se tenga en todo momento in mente la lista, contenidos y orientaciones de la anterior bibliografía, que, aunque corta, brinda un rico filón para el examen de tan poliédrica existencia como la de su autor.

5VIDA PÚBLICA

Generalidades

Los pasos en la política, en una primera etapa, van, a su vez, de su vivencia de los avatares de la península yucateca con sus señores padre y abuelo materno de protagonistas, la oposición de Barbachano y una soterrada guerra étnica; de su condición de testigo en la turbulencia capitalina –Reforma, Imperio, Intervención Francesa, Restauración republicana–; de una entrevista con (ni más ni menos) Benito Juárez, pasando por su designación como diputado suplente por un distrito veracruzano y una nueva entrevista con don Benito; a su resuelto apoyo a José María Iglesias ante la pretensión de Lerdo de Tejada de reelegirse, lo que lo lleva a abandonar la capital en seguimiento de la causa.

Todo esto sin ignorar lo que la res pública, predominantemente jacobina, campeaba, dados los antecedentes de sus integrantes –Altamirano, Ramírez, Riva Palacio, por citar algunos–, en las veladas literarias en las que lo inició el sureño.

Una segunda etapa girará alrededor de la figura de Porfirio Díaz, quien advendrá al poder para permanecer, dueño de una voluntad férrea, una visión de desarrollo material del país a toda costa: dictadura cuidando las formas legales, puertas abiertas a la migración y a la colonización, inversión extranjera con predominio del capital estadounidense, y orden y progreso como medios de la paz social.

Una tercera etapa, malograda por una salud a la que minan por igual la enfermedad y el desencanto político, sería la de su recuperación pública por Francisco I. Madero, primer presidente electo dentro del nuevo régimen, el revolucionario.

Etapas políticas las tres, asimismo, del proceso de su pensamiento en marcha (bullente andar).

La rebelión legalista

A la muerte de Juárez –figura prócer ornada por su victoria sobre la escisión doméstica liberal-conservadora y la liberación del sueño imperialista francés, que arrastrara los destinos de un Maximiliano de Habsburgo paradójicamente liberal; artífice de la Restauración republicana y de una legislación, las Leyes de Reforma, que saldaba la vieja deuda de la Independencia en lo que se refería a una sociedad intacta en cuanto a fueros, desigualdad y educación confesional dogmática; propenso, no obstante, a la conservación de poder máximo–, a don Benito lo sucede Sebastián Lerdo de Tejada, quien a su vez pretende reelegirse, lo que, en consecuencia, divide en dos el campo progresista liberal.

Hora de definiciones.

¿Qué camino seguiría Justo Sierra, personalidad la suya sin lugar a dudas ya eminente entre los hombres de letras, el periodismo y la política? ¿Él y sus amigos? El de la legalidad constitucional que apuntaba en dirección de José María Iglesias, presidente de la Suprema Corte, como próximo presidente de la República.

Antes de sumarse a la causa legal representada por Iglesias, Sierra había publicado en El Bien Público un artículo en el que prevenía: “Los pueblos no saben vivir, no pueden vivir sin libertad. La libertad es la esencia de nuestra vida, el alma mater de nuestro progreso. Esperemos. Las sombras del despotismo nos envuelven por el momento; muy pronto la luz de los cañones alumbrará nuestra entrada en el campo fecundo de la Constitución”.16

Existencia plena

Pero no todo es letras –poesía, periodismo– ni todo es política. Entre los sucedidos notables, en otros órdenes, el familiar y el de las ideas, y antes de sumarse a la causa de Iglesias, Sierra contrae matrimonio, viaja de retorno a la península yucateca, donde visita Uxmal, y, atrevido, polemiza con Gabino Barreda.

Nupcias

Luz Mayora no tuvo en ningún momento rival. Hija de una madre pintora y de un padre con talentos arquitectónicos –entre sus obras, el Panteón Español y el Casino Español, pozo y gozo–, destacada normalista, nieta del poeta Manuel Carpio, la joven llena por entero los ojos del talentoso campechano; sus vidas, senderos que confluyen.

Sierra dirá y sostendrá de por vida que Luz semeja un perfume, una idealidad, que su tipo pertenece al de las “vírgenes rafaélicas”, de una instrucción fuera de serie que se reflejaba en sus conversaciones. La pareja contrae matrimonio: religioso, en la capilla del Señor del Claustro –Tacubaya–, y civil, en la casa del pueblo de Popotla, ceremonia esta última apadrinada por Altamirano, Alfredo Bablot, Anselmo de la Portilla y José Valente Baz. Ni más ni menos. Seis de agosto de 1874. Apadrinamiento que, en lo privado, refleja la posición adquirida, en unos cuantos años, en la esfera pública.

Antes de matrimoniarse, Sierra regresa a la península yucateca y visita Uxmal; experiencia que le causa desolación y tristeza, emoción que compara con la que le producen ciertos pasajes bíblicos. Expresión de esta vivencia ante el testimonio de un pasado tan perdido como extraño a su mentalidad moderna es el poema que, aunque lacónicamente bautizado “Uxmal”, se plaga de perplejidades. Reza:

Tu muerte es inmortal, gigante murointerpuesto entre el hombre y el pasado,tumba en que el epitafio se ha borrado,sombra que haces del sol un orbe oscuro.¿Qué mano audace del granito duro,Uxmal, tu mole enorme habrá arrancado?Allí donde la historia ha comenzadoconcluye Uxmal y empieza su futuro.

Cuando la tierra muera y en osariotrueque el hielo las zonas ya desiertas,quizá esquivando su glacial sudario.

El último hombre llamará a tus puertas…y a verlo agonizar, del milenariopolvo, despertarán las razas muertas.17

Ir y venir entre una grandeza de naturaleza ajena y su ruina, la vida y la muerte, abismos históricos, sobrevivencias encriptadas. Vacío. Misterio, por qué no. Preparación, quiero imaginarlo, de la mala nueva que lo espera a su regreso a la Ciudad de México.

Muerte y exequias

¿Qué mala nueva? El suicidio del poeta y entrañable amigo Manuel Acuña, segado, cegado, por sí mismo. Turbado, concurre a la organización del entierro en el panteón de Campo Florido. Entre la casi veintena de oradores, la palabra lírica de Sierra se impone en el recuerdo de esa vida destruida en plena floración. La de la muerte es una compañía intermitente y puntual en la vida de Sierra. Ancestros, hijos, afectos…

Franz Cosmes y Peza consignan el tributo a Acuña. Cosmes: “Sólo los que hayan oído alguna vez esa palabra poderosa, hija de un cerebro de luz y de un corazón de fuego, podrán concebir hasta dónde se remontó esa imaginación audaz, llorando el cadáver de su hermano. No era un dolor común el que expresaba”.18 Peza, quien había antes dado cuenta del debut poético de nuestro personaje en San Ildefonso, remata lo dicho por Cosmes, concluyente: “En efecto, sólo Sierra condensó la vida del poeta en admirables versos, captando la respetuosa admiración del auditorio…”.19

Contamos con dos versiones del poema dedicado a su amigo…

“En los funerales de Manuel Acuña”

Tal es el título del primero, en forma manuscrita; “A Manuel Acuña”, intitúlase el segundo, publicado por la prensa y sometido a correcciones y ampliaciones. Cito momentos del escrito con la emoción viva, ajena la forma. Empieza, clarinada:

¡Palmas, triunfos, laureles, dulce aurorade un porvenir feliz, todo en una horade soledad y hastíocambiaste por el tristederecho de morir, hermano mío!

En vano el hombre inclinará la frentesobre tu tumba; en vano del abismoquerrá arrancar el lúgubre secretode tu heroico egoísmo;el drama de tu vida se encontrabadesde la cuna, en tu interior escrito;era un germen que en tu alma fermentaba,en tu alma que buscando el infinitoen un mundo raquítico se ahogaba

[…]

Buscaste el más allá, nada saciabala aspiración suprema de tu pechoy tu vuelo al ímpetu giganteel rumbo de los astros era estrecho.… Nada encontraste; el ala de la cienciasobre tu espalda se quebró y volvistea posar de la tierra en la indigencia,¡solo, sublime, triste…!Arrojaste, entonces, en El pasadoa nuestra pobre sociedad idiotael guante; te aplaudió sin comprenderte…Después… contaste en tu postrera notatus divinos amores con la muerte…

[…]

Manuel, el poeta soberano,el divino cantor del pensamiento,¿a qué pedir razón de tus despojosde tu postrer aliento?

[…]

Ay, adiós… en nocturna lontananzatu estrella se apagó y el alma heridate deja en su eterna despedidaesta palabra única… Esperanza.20

La otra senda posible

De otra especie en su nombramiento, como secretario interino de la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia, el cual lleva la firma de José María Iglesias, presidente de la Corte, y a cuya causa se sumara ante la reelección de Lerdo de Tejada.

Hijo y sobrino de abogados, su padre un teórico redactor de proyectos de ley –sobre la marinería, sobre el comercio–, su tío Luis un exitoso practicante de la profesión, el derecho, su reflexión, administración o ejercicio, bien pudo ocupar los talentos indudables del hijo y sobrino. Dotarlo de fortuna y, lo más seguro, preeminencia social profesionista. Antes ya lo habían hecho la gloria poética, el periodismo, la curiosidad del “exterior”. Pero no ocurrió de esa forma. Si su amado amigo, Manuel Acuña, labró tenaz, y lo consiguió, el silencio categórico, Justo labraría escenarios públicos imperecederos. Destinos opuestos.

La percepción económica lo anima a pedir a su madre que cambie los aires en ocasiones deletéreos del puerto de Veracruz por los de la Ciudad de México, aún los más transparentes.

En la prosecución de la senda elegida, el impetuoso Sierra mide sus armas con las del maestro venerable Gabino Barreda. Cuestión de interpretaciones, matices, sobreentendidos, malentendidos entre figuras pertenecientes a la misma escuela de pensamiento. Sólo que, en tanto Barreda, que había mexicanizado el saber positivista de su maestro Comte, se mantiene ortodoxo, Sierra revisará los supuestos; tarea de autocrítica en la que desempeñarán papel relevante dos generaciones sucesivas que, en sus propósitos renovadores, contarán con la alianza de Sierra.

Hablo de los modernistas, grupo que encabezan Jesús E. Valenzuela, José Juan Tablada y Amado Nervo, y de los integrantes del Ateneo de la Juventud –Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, entre los principales–, generación a la que cabe mejor la etiqueta de constelación y que en su momento de irrupción arropara el modernismo.21

De cualquier manera, en dos ocasiones, la de las exequias de don Gabino y la de su vindicación pública, Sierra fijará, con lujo de sentimientos de orfandad, su deuda, su lealtad al finado.

6FALSO DILEMA

Precisión

No ardua, sino inútil, me resultaría, de presentarse, la cuestión de si Sierra traicionó al escritor –poeta, cuentista– en aras del intelectual público: periodista, parlamentario, político, funcionario.

En primer término, antes que el sureño Altamirano o el hidrocálido Acuña –magister y compañero, respectivamente–, el campechano tuvo un decisivo modelo: su propio padre. Un Justo Sierra O’Reilly comprometido con la literatura pero, en igual medida, con el destino, en este orden, de su patria chica, la península yucateca, y de la patria grande, la nación mexicana. En segundo, no estamos, lamentablemente lo digo, y toda proporción guardada, ante un Rim- baud o ante un Balzac, en los que la traición a las letras sería un crimen de lesa vida, sino ante un sensible y talentudo compatriota hijo de tiempos desdichados y hondamente desiguales (si república o imperio, ilustración o analfabetismo, élites y masas pobres e ignorantes, liberalismo y conservadurismo guerreando en el cogollo, opción anárquica de revoluciones o mando ejecutivo firme).

¿De qué manera, ante una realidad clasista y expoliada, bajo la amenaza de invasiones extranjeras, políticos sin mayor ambición que la del poder, mantener impoluto el numen lírico o ajena a los destinos de los otros la vena narrativa?

Y, en tercer término, a partir del diario La Libertad, y en la particular coyuntura de “hombre de la situación” que cobra Porfirio Díaz, ni en el político, ni en el intelectual, ni en el cada día más pronunciado historiador, dejan de estar presentes tanto el “numen lírico” como la “vena narrativa”. De no haber sido así, de haberse limitado Justo Sierra al plano de la sola acción, no habría alcanzado la dimensión, conquistada por el viceministro y ministro de Educación Pública, de realizado poeta y cuentista, de gran historiador.

En el Justo Sierra que dobla del cabo de la adolescencia se empieza a hacer añicos cualquier interpretación de compartimentos estancos.

Literatura, historia

Y dejo por ahora a un lado la obvia consideración de que la literatura y la historia son escritura. Para no autocitarme (las veces innúmeras en que me he ocupado de este punto) traigo a cuenta al afamado psicoanalista, pero también novelista, Irvin Yalom. A punto de engolfarse en lo que será su primer campanazo, la novela El día que Nietzsche lloró, topa con una afirmación de Gide en Las aventuras de Lafcadio: “La historia es ficción que sí ocurrió; en tanto la ficción es historia que podría haber ocurrido”.22