La belleza y el arte - José Miguel Ibáñez Langlois - E-Book

La belleza y el arte E-Book

José Miguel Ibáñez Langlois

0,0

Beschreibung

Esta obra es tanto un manual destinado al uso académico, como un ensayo libre de carácter divulgativo, apto para todo lector culto que se interese en el tema. Escrito en un lenguaje a la vez riguroso y claro, su objeto es dar respuesta a estas dos grandes interrogantes: qué es la belleza en sus múltiples formas, y qué es la obra de arte, sea literaria, plástica o musical.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 354

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

LA BELLEZA Y EL ARTE

Estética y filosofía del arte José Miguel Ibáñez Langlois

© Inscripción N° 2023-A-5996 Derechos reservados

Mayo 2023

ISBN 978-956-14-3124-9

ISBN digital 978-956-14-3125-6

Maquetación: versión productora gráfica SpA

CIP – Pontificia Universidad Católica de Chile Ibáñez Langlois, José Miguel, 1936-, autor.

La belleza y el arte : estética y filosofía del arte / José Miguel Ibáñez Langlois. Incluye bibliografía.

1.Estética.

2.Filosofía del arte.

I. Tít.

2023

701.17 + DDC23

RDA

La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

A thing of beauty is a joy for ever.

John Keats

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I.QUÉ ENTENDEMOS POR BELLEZA

1. Los afluentes de la Estética

2. Lo que el término designa

3.Las nociones más universales

4. La belleza es siempre inútil

5. El gozo de la belleza

II.CÓMO SE PERCIBE LA BELLEZA

1. La primera percepción es sensorial

2. La aprehensión intelectiva de la forma

3. Interpretación y contemplación de lo bello

III.SUJETO Y OBJETO ESTÉTICO

1. La belleza es objetiva y subjetiva

2. El debate sobre el gusto estético

3.Los niveles del buen gusto

4. El juicio de la posteridad

IV.METAFÍSICA DE LA BELLEZA

1.Ser y verdad, bondad, belleza

2.Sus respectivas diferencias

3.Cuándo es bello lo verdadero

V.LA APARIENCIA LO ES TODO

1.La posible divergencia

2.La belleza se funda en la apariencia

3.“¿Qué quiso usted decir?”

4.El lenguaje como objeto substantivo

5.Los géneros no canónicos

VI.ARTE Y BELLEZA

1.La mímesis y sus equívocos

2.Belleza natural y belleza del arte

3.Un objeto pletórico de humanidad

4.¿Arte sí, belleza no?

5.La belleza como esencia y fin del arte

VII.LA OBRA: VIVENCIA Y LENGUAJE (1)

1.Vivencia y forma poética

2.Todo elemento es “necesario”

3.Ilustración de algunos casos

4.Necesidad, identidad, invariabilidad

VIII.VIVENCIA Y LENGUAJE (2)

1.Vivencia y forma narrativa

2.Vivencia y forma plástica

3.Vivencia, forma musical y fílmica

4.Lo existencial como forma de un artefacto

IX.EL PROCESO DE LA CREACIÓN

1.Un hacer que inventa su modo de hacer

2.¿Qué es la inspiración?

3.Tradición y originalidad

X.ARTE Y MORAL

1.El arte, el bien y el mal

2.Ni moralismo ni esteticismo

3.Representar no es incitar

4.La catarsis aristotélica

XI.ARTE Y RELIGIÓN

1.Por lo bello a lo sacro

2.En la era cristiana

3.Responsabilidad del artista

4.Necesitamos belleza

XII.POÉTICA: FORMAS SELECTAS

1.El reino de la música

2.El reino de la imagen

3.El reino de las historias

4.El reino de las ideas

XIII.Tres apéndices

1.Guerra y pazcomo obra de arte

2.Bocetos con idea luminosa

3.Filosofía de la música: convergencias

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

AL IMPARTIR EL CURSO DEestética y Filosofía del arte he solido echar de menos, en ciertos manuales y tratados al uso, dos elementos de signo contrario: un abordaje más antropológico y metafísico de la belleza, y una aproximación más empírica y cercana a las obras de arte.

No es fácil mantener el equilibrio entre estos dos niveles de reflexión: el nivel formal de la filosofía, y el nivel material de la experiencia artística y estética. Hay escritos tan exclusivamente filosóficos sobre el tema, que su referencia a las obras maestras de la literatura, la música y la plástica es casi marginal o nula, lo que empobrece su credibilidad. Y a la inversa, abundan las teorías del arte bien fundadas en la experiencia de esas obras, pero que no alzan el vuelo a causa de su déficit especulativo: no alcanzan la dimensión universal del saber filosófico.

A su vez, la historia de las ideas estéticas, así como también la historia de las épocas, obras y estilos artísticos, son muy necesarias en su género, y una especulaciónfilosófica no iría muy lejos sin la una y la otra; pero a ellas no les corresponde abordar la realidad última de la belleza y del arte en sí misma, al menos con una mirada propia y frontal. Es esa la mirada que en forma sintética querrían alcanzar estas páginas. Basadas en aquel doble fundamento histórico, ellas apuntan al saber esencial de la filosofía, que he intentado esbozar en un lenguaje tan claro y directo como me fue posible.

Las obras de arte que los grandes filósofos tuvieron a la vista fueron de preferencia, para Platón y Aristóteles, la poesía épica y la dramática —la tragedia—, la escultura y la arquitectura; para Tomás de Aquino, las iglesias románicas, el incipiente gótico y sus imágenes sagradas; y para los filósofos alemanes del siglo XIX, la literatura, las obras visuales y la música barroca, clásica y romántica de su pasado y su presente.

Nosotros nos situamos hoy, en cambio, ante la íntegra historia de todas las artes, cada vez mejor documentada, y puesta a nuestro alcance por excelentes reproducciones, que años atrás no podíamos imaginar siquiera. Esta sobreabundancia es sin duda favorable, pero es también más desafiante y compleja, porque su enorme variedad enriquece y a la vez dificulta el intento de una síntesis unitaria. No es pequeño el reto que enfrentan en la actualidad la Estética y la Filosofía del arte.

Los términos “arte” y “belleza” no han significado lo mismo desde Platón a Heidegger, desde Aristóteles y Plotino a Croce y Gadamer, porque los términos evolucionan a la par que las ideas y que las obras de arte mismas. Puesto que esas obras son hijas de su tiempo y se inscriben en su Zeitgeist, no es lo mismo filosofar ante el Partenón de Atenas, que ante el Duomo de Brunelleschi, o ante un edificio de Le Corbusier o la pintura de Picasso. Ni es lo mismo hacerlo ante una tragedia de Sófocles, que ante las Confesiones de Agustín, o ante los poemas de Neruda o Vallejo en la América mestiza.

Pero detenerse a explicar los matices propios de ambos conceptos, arte y belleza, en cada época y en cada autor, habría hecho más engorrosa esta exposición, justamente por ser filosófica y no histórica. En aras de la claridad, pues, he tendido a usar esos dos términos de la manera más universal y unitaria que pude, cuidando en lo posible de no traicionar sus etimologías, y de no caer en eclecticismos ni en anacronismos.

En cuanto al fondo del asunto, y como no podía ser menos en tan intrincado tema, las propuestas de los varios autores a lo largo del tiempo —artistas, historiadores o filósofos— no han sido unánimes, y a menudo ni siquiera compatibles entre sí, sino que han alternado convergencias y divergencias. Pero más que centrarme en estas últimas, he querido rescatar aquello que sus conceptos tienen de común entre sí y con mis propias ideas, no por un vano sincretismo, sino para evitar polémicas eruditas e inútiles, y para ofrecer a los lectores un planteamiento unitario y positivo sobre la materia, es decir, una respuestaa estas dos interrogantes: ¿qué es la belleza? y ¿qué es el arte?

Dos motivos explican que una mayoría de los ejemplos e ilustraciones de estas páginas provengan de la literatura. Por una parte, en lo material y gráfico es más fácil traer aquí citas verbales, que reproducciones plásticas y musicales. Por otra parte, mi experiencia personal de la belleza y del arte, como base de esta reflexión filosófica, procede en buena medida de la creación poética y de la crítica literaria.

El orden de las materias y su método para examinarlas será el siguiente. Primero vienen el análisis terminológicoy la fenomenología de lo bello, como indispensables puntos de partida; luego la gnoseología de la contemplación estética y el problema del gusto; y a continuación un esbozo de metafísica de la belleza como propiedad trascendental del ser. En seguida examino con más detalle la relación entre arte y belleza, nudo gordiano de esta materia, y sobre todo la naturaleza específica de la obra de arte y su esencial singularidad, desarrollo que me parece el aporte más personal del presente estudio, además de ser el más extenso. Y, por último, cuestión no menor, trato sobre la vertiente ética y religiosa de la creación artística.

A modo de colofón, quise ilustrar todavía los conceptos anteriores con ejercicios varios de comprensión poética, aplicables —mutatismutandis— a las demás artes, y luego con tres apéndices relativos a la novela, la pintura y la filosofía de la música.

Por último, el lector puede preguntarse si esta obra es lo que suele llamarse un “manual” destinado al uso académico. En realidad, su estructura básica es la que corresponde a ese género, pero al mismo tiempo me he permitido la licencia discursiva, los desarrollos marginales y el toque personal de unensayolibre, sobre todo en lo relativo a las referencias artísticas y a las ilustraciones literarias. Y como ensayo, hasta cierto punto puede considerarsedivulgativo: en la medida que lo tolera —o que lo exige— la densidad de sus temas.

Por esta razón, he omitido el andamiaje técnico de las citas de autores varios, que he incluido en el texto sin notas a pie de página, editorial, ciudad, etc. Al mismo tiempo, para facilitar la fluidez de su lectura, he reducido al máximo los tecnicismos. Y cuando tal cosa no ha sido factible, he intentado explicarlos en ellenguaje llano que todos leemos y hablamos, en pro de aquellos posibles lectores que excedan el círculo de docentes y alumnos de esta disciplina, y que simplemente estén interesados en conocer, con una mayor hondura, la identidad de estos dos fenómenos fascinantes que llamamos arte y belleza.

I.

QUÉ ENTENDEMOS POR BELLEZA

1. LOS AFLUENTES DE LA ESTÉTICA

La Estética como filosofía de la belleza, y la Filosofía de la actividad que llamamos arte, en lo nominal son dos disciplinas distintas, pero en la práctica son inseparables. Porque de la belleza ¿qué quedaría sin el arte? Solo la naturaleza. Y el arte sin la belleza ¿no caería en lo indeterminado? Esta relación recíproca entre arte y belleza no está exenta de polémica en nuestros días, y por eso mismo será un problema central de nuestro desarrollo; por ahora nos basta con aclarar los términos epistemológicos.

El nombre de este saber filosófico, Estética, es impropio. Proviene del griego,aisthesis,que significa sensación, y se lo impuso a mediados del siglo XVIIIun autor situado entre Leibniz y Kant y hoy casi olvidado, Baumgarten, al clasificar las distintas partes de la filosofía. Pero al hacerlo, tuvo el mérito indudable de incluir por primera vez entre las disciplinas filosóficas el estudio de la belleza, con título y estatuto de disciplina propia, condición que nunca antes tuvo, y que en buena medida se ha mantenido hasta hoy.

La inercia ha conservado su nombre de un modo que parece ya irreversible, y que en las redes informáticas lo sitúa en compañía de tratamientos de belleza femenina y de productos cosméticos. Aludiendo a este equívoco, recordaré a un sabio profesor que, obligado a usar el título habitual de la asignatura, solía comenzar su curso con esta invectiva: «¡Estética, cosmética, dietética!: ¡filosofía, por favor!». Sin embargo, no han faltado los autores que, en pro de la misma filosofía, han dedicado abundante espacio de sus obras a la hermosura de la mujer.

Como a Descartes la belleza no le ajustó con una “idea clara y distinta”, desechó su conocimiento filosófico. En contextos diferentes, algo o mucho de esa reserva quedó en una tradición que va de Pascal y Spinoza a Husserl y Russell. Pero entretanto Kant se había ocupado ya con profundidad del juicio estético, y los románticos del sigloXIX, sobre todo Schelling y Hegel, con sus vuelos metafísicos, habían devuelto al kalóny alpulchrumla dignidad epistemológica que tuvieron en la antigüedad y el medioevo, y que hoy —con o sin el nombre de estética— revive en autores como Heidegger y Ortega, Scruton y Steiner.

La disciplina estética habita en ese borde fronterizo de la filosofía con los variados ideales artísticos —de época o de escuela— que hoy llamamos “poéticas”. Por eso ocupa un lugar parecido al que poseen la filosofía del lenguaje, la filosofía del derecho, la filosofía de las ciencias, la filosofía de la religión y otras filosofías “de”, lo cual no es su menor encanto. Si puede llamarse marginalidad a esa situación fronteriza, en compensación vivimos esos tiempos ya anticipados por Hegel, cuando la filosofía del arte (la “ciencia del arte”, dice él) es más necesaria que nunca.

En la actualidad ha proliferado de manera asombrosa la literatura estética, sobre todo la que corresponde a las “poéticas” de las distintas artes. Además, innumerables estudiosos nos aportan hoy, acerca de la belleza y del arte, variadas perspectivas históricas, psicológicas, sociológicas, lingüísticas y aun neurobiológicas. Algunas de ellas son del mayor interés, porque enriquecen el tema con la mirada de su propia ciencia; pero otros muchos estudios de ese género poseen un interés menor, porque tienden a perderse en un problematismo ilimitado, no exento de ribetes relativistas y aun escépticos sobre lo específico de aquellas dos realidades.

Pero ni unas ni otras aportaciones de esa índole superan en profundidad lo dicho por los principales filósofos aplicados a esta materia, desde los griegos a los contemporáneos. Y tampoco superan la lúcida reflexión de ciertos artistas sobre su propio arte, entre ellos algunos poetas que han tomado conciencia de la poesía con singular hondura, como Goethe, Baudelaire, Rilke, Valéry, Eliot, Pound y Benn, o los que han hecho otro tanto con las artes visuales, como Leonardo, Cézanne, Klee, Matisse y Kandinski, o con la música, como Wagner, Debussy y Mahler.

Quienes descreen de la existencia de la belleza y del arte como realidades dotadas de una esencia propia, pero son conscientes de su innegable vigencia histórica a lo largo de los siglos, tienden hoy a expresar su prevención escéptica en la forma de un moderado historicismo. Su intento —a menudo sumamente erudito— consiste en historiar el inespecífico “fenómeno estético”, sin comprometer nunca conclusión alguna sobre el centro y objeto de ese fenómeno, la belleza misma. Ellos no hablan, en efecto, sobre la formidable hermosura de ciertas obras de arte, o de ciertos lugares y momentos de la naturaleza; ellos hablan de lo dicho por otros autores sobre la belleza —literatura “secundaria”—, con una erudición que bien parece ser un movimiento de huida frente a lo realmente hermoso.

Nos entregan así doctas historias de las ideas estéticas, que abarcan desde la remota antigüedad hasta nuestros días, y que pueden ser útiles instrumentos de trabajo, pero que adolecen de la limitación de todo historicismo: anulan la substancia real de su propio objeto. Sin embargo, la diversidad de las innumerables opiniones sucesivas sobre la belleza y el arte no prueba su inexistencia objetiva sino, al contrario, la riqueza desbordante de su propio objeto.

En un sentido diferente, la historia del fenómeno estético nos ofrece diversas contribuciones que se refieren a los ideales artísticos propios de cada época, es decir, a ciertas formas particulares de belleza y de arte, o que se limitan a describir sus sendos atributos canónicos, como la proporción, la armonía, la elegancia, el orden, la disposición, la riqueza, la medida, la claridad, etc.: atributos históricos variables y relativos, o que incluso han estado ausentes de ciertas obras de arte. Pero por encima de las estéticas o, como decimos ahora, por encima de las poéticas y de sus respectivos cánones, nuestra tarea es rescatar aquellas nociones que aspiran a la universalidad, es decir, las que integran el saber propiamente filosófico sobre el arte y la hermosura.

2. LO QUE EL TÉRMINO DESIGNA

Siguiendo una usanza antigua y nueva, partiremos con el término “belleza”: ¿designa él una esencia real? Calificamos como bellos a incontables entes de toda especie, hastarozar el límite de lo indeterminado, por no hablar de la diversidad de opiniones que el término suscita de por sí. En esa multiplicidad de objetos, de imágenes y de obras que reivindican la condición estética, ¿existe alguna constante de sentido y de significación real que la haga digna del saber filosófico, o más bien deberíamos seguir el consejo de Wittgenstein en casos parecidos: guardar silencio?

Ese consejo parece aun más atendible en este caso, si pensamos que solo la belleza puede hablar de sí misma y desde sí misma: que ella puede ser dicha solamente por la obra de arte o por la naturaleza en el esplendor de su aparición, y no por nosotros, que la miramos y admiramos con un respetuoso silencio, y que reconocemos su abrumadora preeminencia sobre cuantas reflexiones podamos dedicar a su esclarecimiento.

Sin embargo, tanto el imperativo del logos como la pasión por la hermosura nos mueven a indagar en ella, y a decir acerca de ella cuanto sea posible, con idéntico respeto, y con el estímulo —¡y el desafío!— de tanta obra bella como la historia nos ha brindado, cuidando por cierto de no refugiarnos en “el misterio de la poesía”, “el misterio de la música”, “lo inefable del arte”, el “no sé qué” de la belleza, etc., dimensiones que pueden ser efectivas, pero que a menudo operan como coartadas de la inercia o de la falta de audacia intelectual.

En no pocos sectores del pensamiento actual, sobre todo en los de signo positivista, reinan numerosas reservas sobre la existencia de una realidad singular y definida llamada belleza, o bien sobre la posibilidad de definirla —de ponerle fines o contornos precisos— y de entregar una noción determinada de ella. Se lo quiera o no, sin embargo, hablar de belleza en nuestra forma habitual de hacerlo —y no a lo Humpty Dumpty— implica saberdequéestamos hablando. Y no vale refugiarse en el adjetivo —“experiencia estética”— para evitar el poderoso substantivo que ha logrado resistir el embate de los siglos: kalón,pulchrum,pulchritudo, Schönheit, beauté, belleza, beauty, belleza o hermosura…

¿De qué estamos hablando, entonces, cuando hablamos de belleza? Comencemos de partida con el término, que de buenas a primeras dice multasednonmultum,demasiadas cosas, pero no demasiado. No obstante, el uso continuo del mismo término “belleza” y del adjetivo “bello”, a lo largo de los siglos y en todas o casi todas las lenguas indoeuropeas, nos sugiere la realidad de una esencia común. Porque si no la hubiera, ¿cómo explicar que sigamos empleando porfiadamente ese mismo vocablo, para calificar con él un conjunto tan heterogéneo de entes naturales y de obras humanas, de tendencias y escuelas y valores y modas y gustos “estéticos”?

Un espejismo del lenguaje no permitiría esas veleidades, en asuntos que son a menudo de la mayor seriedad para la existencia humana. Nuestro lenguaje dista mucho de ser infalible, pero dista aun más de ser in-significante. Del adjetivo “bello” nos valemos a diario para calificar ya sea parajes de la naturaleza, ya artefactos varios, lo mismo las obras de arte que el aspecto físico de las personas que nos rodean, y por igual sus conductas que su discurso, sus casas y muebles que su indumentaria... A quien instala su hogar no le es indiferente su decoración; al varón no le es indiferente la belleza de su posible novia o esposa; a quien oye música no deja de importarle que la canción o la sinfonía sean hermosas o no; a quien sale de excursión no le es indiferente el aspecto del entorno natural…

Y de todas esas cosas decimos que son bellas, o más bellas que otras, o bellísimas, o menos bellas, o feas, o muy feas, u horribles, y aun sin aspirar a la infalibilidad, lo hacemos con la mayor naturalidad e incluso con aplomo, como estando seguros de que el adjetivo en cuestión significa algo, más aun, de que significa lo mismo. La unidad de sentido y significado de lo bello no puede ser, por supuesto, unívoca ni uniforme. En clave de conceptualización lógica y ontológica, existe desde antiguo una categoría que permite hacerse cargo tanto de la unidad como de la diversidad de todo lo que llamamos bello: la analogía.

En la lógica y la metafísica tradicionales se ha llamado “análogos” a aquellos términos, predicados y conceptos que no son “equívocos” —meras coincidencias de palabras—, ni tampoco “unívocos” —nombres de género o especie o grupo natural—, sino que designan un conjunto de entes a la vez diversos y semejantes. Su núcleo de significación es en parte común a todos ellos y en parte distinto. Esa categoría de lo “análogo” se nos mostrará importante a la hora de profundizar en la hondura metafísica —“trascendental”— de la belleza como propiedad del ser.

Digamos por ahora que el concepto de belleza posee la condición de “análogo”. Séanos permitida esta aleatoria enumeración, que podría extenderse sin límite: hermosa es la evolución de las especies vivientes, hermoso el primer fuego que encendió el hombre sobre la tierra, hermosa la Victoria de Samotracia, hermosos los axiomas geométricos de Euclides, hermosos los torneos deportivos y las jugadas maestras, hermoso el vuelo de la golondrina y del cóndor, hermosa la muralla china, hermosas las profundidades del cosmos al telescopio, hermosa la invención del número cero, hermosas las velas de las naves de Colón al viento, hermosa la galería de los Uffizi, hermosa la liturgia de la vigilia pascual, hermosas las ecuaciones de la relatividad de Einstein…

En fin, hay experimentos y ecuaciones bellas de la misma manera que hay montañas o sinfonías bellas; hay acciones hermosas lo mismo que hay hermosos cuadros; hay ritos del culto divino que son hermosos tal como hay hermosos poemas. Casi todos los deportes tienen su estética y crean estilos: el fútbol, el tenis, el atletismo, etc., y lo mismo ocurre con las pruebas ecuestres y con los espectáculos circenses.

Y no es menor el gozo cotidiano que nos espera, si tenemos ojos y oídos y mente y corazón atentos para observar la belleza que nos rodea: la belleza de la vida silvestre y agreste, del canto de las aves, del cielo estrellado, del curso de las estaciones, de los rostros humanos, de la vida familiar y doméstica, de un pedazo de pan o un zapato roto o un color nunca antes visto, de los útiles de uso diario y de las pláticas y las musiquillas de ocasión, y en fin, la belleza de cuantos mínimos espectáculos nos ofrezcan cada día la naturaleza y la cultura y las artesanías y las tecnologías…

No hablamos todavía de las obras de arte, que representan la cumbre de lo hermoso, sino de tantos objetos de experiencia cotidiana que, para abrir el abanico, seguimos mencionando a modo de ejemplo: un jardín bien dispuesto y bien cuidado, una canción de cuna, un texto periodístico bien escrito, un correo —gran arte, el epistolar—, los colores del desierto según las horas del día, la estampa o el galope de un caballo de raza, un chiste o una historieta contada con las palabras justas, un árbol lleno de tordos que dan su concierto al atardecer, la sonrisa y la mirada de un niño alegre, el tañido lejano de unas campanas de bronce antiguo… y así indefinidamente.

Pero una enumeración no es una definición. Tal vez por esa misma variedad, una noción general de la belleza es esquiva y difícil de alcanzar. Lo dice un excelente poema de Pound en solo dos versos:

Even in my dreams you have denied yourself to me And you have sent me only your handmaids.

“Hasta en mis sueños te has negado a mí / y me has enviado solo a tus sirvientas”. O a sus doncellas, si hacemos de la belleza una reina. El título del poema va en griego, Tò Kalón, lo que nos sugiere el alcance general y no solo literario del aserto, que revela bien lo esquivo de la hermosura a una definición propiamente dicha. No es digno de la inteligencia, sin embargo, rendirse de buenas a primeras y parapetarse en adjetivos del tipo “indecible”, “inenarrable”, “indefinible”, etc. Después de todo, estamos ante un fenómeno profundamente humano y natural, que no puede carecer de un cierto concepto.

3. LAS NOCIONES MÁS UNIVERSALES

Dos afirmaciones de Aristóteles nos pueden encaminar hacia el significado del término “bello”. Por una parte, afirma él que todos los hombres desean naturalmente conocer; y por otra, que a toda acción según naturaleza sigue un placer. Hay, pues, el placer de ver, el de oír, el de imaginar, el de recordar, el de entender, el de juzgar…, y ese placer dependerá del contenido de aquello que es visto, imaginado, conocido, en suma.

Pero parece que existiera un placer radical y en cierto sentido anterior al contenido lógico o noético particular del objeto conocido: un placer del solo y simple acto de ver, oír, pensar, percibir… ¿No es un gozo el solo hechode mirar, escuchar, comprender, contemplar? Y ese placer intrínseco a tales actos es el que solemos atribuir a la percepción llamada estética, que nos agrada por sí misma, con exclusión del valor útil y aun del valor cognoscitivo o informativo de la percepción.

Las nociones filosóficas de lo bello van por ese camino, aunque parezcan poco expresivas a primera vista. Aristóteles: bello es lo que place por medio de la vista y el oído, y es valioso por sí mismo, es decir, no aquello que nos agrada por la utilidad que nos presta o por el placer que nos promete, sino por su valor intrínseco. Este último matiz, el axiológico, se relaciona con la fuerte connotación moral que los griegos incluían en el concepto estético: recuérdese esa síntesis que llamaban kalokagathía, kalón y agathón juntos, la belleza-bondad.

Tomás de Aquino, siguiendo su huella pero dando un paso ulterior, formuló una noción que se haría clásica: pulchrum est quod visum placet, bello es lo que nos agrada al servisto(y por el solo hecho de serlo). Bello es aquello cuya sola aprehensión nos agrada de por sí. Y Kant: lo bello es el único objeto que nos produce una satisfacción desinteresada y libre, pues no persigue interés alguno. Y Wittgenstein: es bello lo que produce felicidad.

No es menos profunda la noción de Tomás por andar tan cerca del sentido común. Pues, en efecto, ¿qué nos produce todo lo bello? Nos produceplacero gozo.¿Cómo y cuándo nos lo produce? Cuando espercibidopor los ojos, los oídos y la inteligencia, ya se trate de una obra plástica, o musical, o literaria, o de la propia naturaleza.

Si explayamos el sentido profundo de esta formulación tenemos lo siguiente: hermoso es todo aquello que nos produce gozo por el ipso facto de ser percibido: aquello que nos alegra por su sola y exclusivacontemplación, es decir, desinteresadamente, aunque no sin un apasionado interés por la belleza misma. Comprenderemos mejor esta sintética noción del quodvisumplacet, si la desarrollamos todavía así, en la plenitud de su significado:belloohermoso estodoaquelloquenosproporcionagozoporelsoloymismísimo hecho de ser visto, oído, leído, y en suma, contemplado.

Tomás, como se aprecia, dio un paso adelante respecto a los griegos. Por una parte, distinguió más claramente lo bello de lo bueno, fundando así la relativa autonomía del orden estético. De la belleza-bondad de Platón y Aristóteles pasó a la belleza a secas. Pero no debe entenderse este paso suyo como si dejara él de relacionar el pulchrum con el bonum, ligados como están a sus ojos en virtud de la unidad de los trascendentales.

Por otra parte, y en forma paralela, definió él la finalidad del “arte” —del facere— por la perfección del objeto producido, y no del sujeto que lo produce, como ocurre con el agere. En otras palabras, diferenció con claridad el dominio del hacer y el del actuar humano: el dominio de la técnica y del arte y el dominio de la moral. Con esas distinciones abría el camino de la modernidad en materia de arte y belleza. Así lo han entendido siglos después autores tan diversos como Menéndez Pelayo y James Joyce, como von Hildebrand y Valverde, que, entre tantos otros, celebraron este salto adelante en materia de estética y de filosofía del arte.

En los escritos de Tomás no hay nada semejante a una estética formal, ni una idea de cuanto nosotros llamamos arte. Y su interés por el fenómeno artístico fue más bien marginal. Pero él no careció de sensibilidad en esta materia, como lo prueban los hermosos textos litúrgicos que escribió. Y sus breves fórmulas sobre la estética, ya de índole metafísica ya antropológica, son el germen de un desarrollo capaz de responder hoy a las cuestiones medulares de esa disciplina, y a sus dos preguntas esenciales: qué es la belleza y qué es el arte.

La noción de los quae visa placent, entendida en toda su amplitud y hondura, es quizá la más densa y apretada que encontramos en la historia de la estética. Un indicio de su riqueza es el número y calidad de los filósofos que la han hecho suya y la han glosado, incluso al margen de los seguidores explícitos de Tomás como De Wulf, Gilson, Fabro, De Bruyne o Maritain. Y más allá de la filosofía, algunos teóricos de la escuela literaria anglosajona delnewcriticismse proclamaron tomistas, a causa de la objetividad —objetivismo— del maestro en relación al relativismo circundante.

En la historia y en la actualidad, fuera de esta noción del pulchrum encontramos descripciones de formas particulares de la belleza —de época o de estilo—, o nociones imprecisas, o digresiones y circunloquios sin fin, o bien la negación de toda definición posible de lo bello, o simplemente la negación de la belleza misma como realidad, es decir, como propiedad real de cierto tipo de entes, provengan ellos del arte o de la naturaleza. Por eso mismo vale la pena hacer más explícita la noción —mejor noción que definición— incoada por Tomás de Aquino a partir de la idea aristotélica de lo kalón.

Si recorremos en forma descriptiva el camino que lleva a esta noción, recordaremos en primer lugar que la vista o percepción de muchas cosas nos resulta placentera. Es lo que ocurre con la mayor frecuencia debido al uso, usufructo o utilidad que nos prestan. Así la vista de una comida que anticipamos sabrosa; así la inspección de una casa que nos agradaría habitar (aunque este caso puede incluir un coeficiente estético, al que no nos referimos por ahora); asíla observación de una máquina eficiente, o —siguiendo a Heidegger— la mirada utilitaria sobre un paisaje, al que despojamos de su ser natural para considerar allí la factibilidad de un proyecto económico, hotel o resort.

Bajo otra perspectiva distinta, en el agrado de ver puede jugar un papel no pequeño la atracción sexual. Este factor —eleros— no se reduce en modo alguno a la categoría de lo utilitario, por su relación con valores eminentes del género humano: amor y procreación. Pero la belleza del cuerpo humano, tan exaltada ya por los filósofos y los artistas griegos, tampoco se reduce sin más al rango del exclusivo agrado estético, en virtud de su nexo con lo instintivo e impulsivo, por mucho que su fuerza tenga una presencia tan amplia en la creación y en el contenido de las obras de arte.

Tal vez antes de poder captar la hermosura de la naturaleza o de los utensilios que ellos fabricaban, hombre y mujer prehistóricos debieron percibir la belleza propia, sobre todo aquella de la hembra de la especie. El libro del Génesis dio cuenta, en su lenguaje, del ademán de admiración y gratitud del primer varón, cuando tuvo ante sí por primera vez a su mujer,la mujer: el ¡oh! implícito en su mirada. Y esa mirada de asombro y maravilla se ha perpetuado por los siglos en la prehistoria y en la historia de la humanidad, enlazada o no con el factor erótico del deseo y del amor.

En forma particular, la belleza de la mujer ha movido, en la historia del arte, a una larga exploración del eterno femenino,enunarcodesiglosquevadesdeel Cantar de los cantares bíblico hasta los Veinte poemas de amor de Neruda, desde la Ilíadahasta El ardor de la sangre de Némirovsky, desde las esculturas de las diosas indias hasta las majasespañolas,desdela Venus de Milohastalosdesnudos de Ingres y de Modigliani, desde los cantos de boda griegoshastalos liederalemanes,desdela MariondeDelaHalle hasta la Scherazade de Rymski-Korsakov... En todas esas obras la interacción entre belleza, amor y deseo posee una variedad ilimitada de formas, que potencian en forma recíproca el kalón y el eros.

4. LA BELLEZA ES SIEMPRE INÚTIL

Pero si volvemos a los casos meramente utilitarios que citábamos antes, debemos añadir que incluso ellos suelen contener una dimensión estética, porque nos gusta vivir en una casa hermosa, o adquirir un utensilio que lo sea, o viajar a un lugar grato a la vista. Esa inclusión de la belleza en todos los aspectos de la vida, o en la generalidad de ellos, apunta ya a su carácter “trascendental”, como una propiedad del ser y de todos los entes posibles, cuestión metafísica que nos espera a la vuelta de esta inspección fenomenológica.

En el punto de partida de esta inspección verificamos que los fenómenos de lo bello y lo útil y lo deseable andan, de hecho, sumamente enlazados entre sí. Sin embargo, la constante más ostensible de la belleza, tal como se nos revela en un recorrido histórico por las obras del hacer humano, es —lo diremos con Umberto Eco— el hecho de suinutilidad: el no ser útil para ningún fin distinto de sí misma. Es el contraste de la hermosura con lo funcional o la “servicialidad”; en otras palabras, es su presencia en aquellos objetos que no cumplen de suyo ninguna función práctica, que no son funcionales a ningún interés vital inmediato o primario.

Tal es la primera nota del eidos de su aparecer ante nosotros. Lo bello no es útil —no sirve para nada— porquevale por sí mismo. Son muchos los autores que caracterizan la belleza por esta contraposición, que es el primer dato fenomenológico del problema.

Nos limitaremos a dos o tres referencias más. Soloviov: lo bello es del todo ajeno a cualquier utilidad, más aun, es la inutilidad misma. Burke: el impacto de lo bello sobre nosotros es extraño a toda referencia útil. Heidegger: las artes que se llaman bellas se diferencian de la artesanía o técnica, que confecciona útiles. ¿Para qué sirve una estatua etrusca, o una tragedia griega, una miniatura medieval, un fresco renacentista, una sinfonía romántica, un poema surrealista…? ¿Para quésirve un amanecer en el trópico, o una montaña nevada, o el azul del oceáno? La sola pregunta parece desdecir de su dignidad intrínseca.

Aunque de paso tales espectáculos o tales objetos puedan prestar algún servicio práctico —pragma—, no es esto lo que los define. No “sirven” para nada, obviamente, porque “valen” de suyo y por sí mismos: poseen un valor intrínseco y no subordinado; son fines en sí.

No obstante, la creación de las obras que responden a la categoría de las “bellas artes” (fea denominación) a menudo está asociada de hecho a las obras útiles, que sirven a nuestras necesidades básicas: alimentarse, habitar, dormir y descansar, jugar, entretenerse, por no mencionar las exigencias delerosya referidas, ni otros tantos menesteres superiores del espíritu, como saber y enseñar, rendir homenaje a la patria y a los héroes, y por supuesto rendir culto a Dios y orar y adorar… Todas estas actividades, que de suyo no son la sede propia de la belleza —como lo son la naturaleza y el arte—, poseen de distintas formas un coeficiente estético.

Además, debe añadirse que la frontera entre lo bello y lo útil, entre el objeto funcional y la obra de arte, essumamente movediza. La propia exactitud con que un utensilio cualquiera se ajusta a su función —un cuchillo, un teléfono, un barco— tiene ya algo o mucho de belleza. Y cuando nuestros antepasados más remotos empezaron a construir un hacha o un cuenco o una tumba, una honda o un arco, una piel de abrigo o una caverna, en cuanto pudieron hacerlos más estilizados y más gratos a la vista, así lo hicieron, movidos por un impulso primordial que ya no era utilitario o práctico.

Nos lo muestran en forma inequívoca las excavaciones arqueológicas o paleoantropológicas más profundas. Hay algo conmovedor en esos primeros tientos de hermosura delhomofaber, que proceden del fondo de los siglos. Nuestros museos contienen por igual esculturas que vasos y vasijas, cuchillos, telas, armas, adornos, máscaras, ropajes, etc. Y hace mucho que la construcción de nuestros barcos, vehículos, electrodomésticos, computadores y naves espaciales posee un claro coeficiente estético, hoy cada vez más refinado y de corte minimalista. Notemos en este sentido que para Leonardo da Vinci, artista e ingeniero como era, la invención de máquinas no se diferenciaba de la creación artística.

En todo caso, que lo bello como tal no sirva para nada, que sea inútil, puede dar la impresión de que es innecesario y superfluo en nuestra vida. Y es todo lo contrario: lo dicho más arriba corrobora que no podemos vivir sin belleza. Afirmamos que ella es inútil porque no sirve para otra cosa distinta de sí misma: no es un medio, es un fin en sí mismo, tal como lo son los demás bienes superiores de la humanidad. La belleza es su propia excusa para existir, dice un verso de Emerson. La belleza es algo incondicional, dice Soloviov: existe por sí misma y no para otra cosa, y nos alegra con su simple existencia.

Haciendo un juego de palabras, nada es más útil que las artes de lo inútil (hoy bellas artes), sentenciaba Ovidio en la antigüedad. En relación con el arte, Ionesco habla de la utilidad de lo inútil y de la inutilidad de lo útil. Lo más útil es lo inútil, duplica Heidegger con la misma figura de la paradoja, y de paso constata que al hombre actual le es cada vez más difícil interesarse por cualquier cosa que no implique un uso práctico. El culto de lo útil es enemigo de la belleza, nos recuerda Scruton en el mismo sentido, mientras que, a la inversa, la belleza nos libera de la tiranía de lo útil.

Cuanto más prisionero está el hombre actual de la servidumbre de los bienes útiles, que nos prodiga en forma ingente la tecnología, sobre todo la digital y electrónica, más necesaria es la belleza para preservar en nosotros ese fondo de humanidad irreductible, que solo se puede colmar con la unidad que forman lo sagrado, lo justo, lo verdadero y lo hermoso.

Lo más valioso nunca puede ser llamado útil o utilitario. Como la belleza, también la verdad es inútil, es un fin que vale por sí mismo; no nos sirve, porque más bien somos nosotros los que estamos a su servicio. Y en otro orden de cosas, la persona humana es un fin en sí, no utilizable ni manipulable. Y, más alto todavía, Dios es el bien supremo, el fin de todos los fines del hombre, y usar su nombre como medio —por ejemplo, para hacer creíble la falsedad de un juramento, y no digamos para emprender una guerra de agresión— sería injurioso y torpe en grado sumo.

Hasta ahora, al distinguir lo bello de lo útil, solo hemos despejado el terreno previo a su noción positiva y plena. Apenas hemos sugerido algo sobre el gozo de su contemplación, y sobre esa modalidad de contemplación que produce gozo. Es tiempo de volver, pues, a la noción de labelleza formulada por Tomás de Aquino en la senda de Aristóteles, y replanteada hoy, con nuevos matices, por diversos autores: quod visum placet.

Descartada la percepción placentera de lo útil en cuanto tal, bello será lo que nos produce placeripso facto, por el mero y exclusivo hecho de su percepción. Y para decirlo con mayor precisión, ese placer estético debe ser llamado más propiamente “gozo”, así como la percepción estética se denomina más propiamente “contemplación”. Trataremos de esta última en el siguiente capítulo, y en el apartado que sigue diremos algo todavía sobre ese placer tan singular que nos produce la hermosura.

5. EL GOZO DE LA BELLEZA

Placer: placet, dice Tomás; agrada, dice Aristóteles; gusta, dicen Leibniz y Kant. Lo que ellos querían decir o daban por sobreentendido debe ahora explicitarse. Esos términos (y todos sus sinónimos: lo que satisface, lo que deleita, lo que complace, lo que solaza) o bien son demasiado vagos, o bien, cuando son concretos, suelen poseer una connotación demasiado sensorial, fisiológica o pasional para el caso que ahora nos interesa.

Y aunque lo bello comienza por percibirse a través de los sentidos, el efecto placentero que nos produce su percepción, siendo esta intelectiva, se dice mejor con otro término: gozo,gaudium,incluso dicha,eudaimonia, buenaventura. Sin excluir en modo alguno la primera instancia de lo sensorial, el gozo estético conviene más y mejoralespíritu: el gozo espiritual, en este caso el gozo de la mera contemplación como forma superior del conocimiento.

A ese efecto de lo hermoso, Plotino lo llamó también admiración y estupor, encanto y asombro. Este último, con su componente de extrañeza y de maravilla, es a veces indiscernible del gozo. Cézanne sabía lo que decía cuando confesó su meta: asombrar a París con una manzana. Aunque solemos asociar el asombro al saber especulativo, como raíz del filosofar que es, también suele haberlo en la percepción estética. ¿Cómo iba a faltar tal sentimiento ante esa plenitud del ser que es la hermosura? Con la pregunta más radical del asombro («¿por qué el ser y no más bien la nada?»), delante de tal o cual belleza también nos preguntamos: ¿por qué ella y no más bien el caos, o la fealdad, o la insignificancia, o la nada misma?

Una verdadera obra de arte —un hermoso poema, una sonata fascinante, un estupendo cuadro— son algo tan increíble, y su existencia es tan improbable, tan imprevisible, que su sólida presencia ante nuestros ojos y oídos nos desafía con esta pregunta: ¿cómo es que llegaron a existir tales obras, por qué están allí, por qué son ellas —pues según las leyes de este mundo no deberían haber sido—, por qué existen ellas con todo su esplendor, y no más bien su no ser, por qué su improbable existencia y no el probabilísimo vacío de su ausencia, ¡por qué su ser y no su propia nada!?

Unas pocas ilustraciones vendrán al caso. ¿Cómo es posible que un ser humano haya compuesto el concierto para violín y orquesta de Beethoven, que haya pintado los frescos de ElaltardeNantesde Jan van Eyck, que haya escrito los endecasílabos del Paradiso de Dante? ¿Cómo fue que un homo sapiens compusiera las Pasiones de Bach, que armara el rompecabezas de La piedra lunar de Wilkie Collins, que con mano de fuego ilustrara el salterio de Bonmont, que inventara los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido de Proust…?

¿Por qué, por qué es tan implacable y dulce el diálogo de la doncella y la muerte, que arranca Schubert a su cuarteto? ¿Cómo pueden ser tan creíbles y a la vez tan increíbles los personajes de los cuentos de Isak Dinesen?¿De qué abismo de la condición humana brotó El caso de Charles Dexter Wardde H. P. Lovecraft? ¿Qué manos, quédedossacarondelapiedrala PietàdeMiguelÁngel?¿De dónde el prodigioso hablar castellano incaico infantil de César Vallejo? ¿Cómo pudieron Fellini y Giulietta Masina crear los mil rostros y pasos de la Gelsomina en La strada? ¿De dónde la inexorable melancolía de El café nocturno de van Gogh? Y así hasta donde el lector quiera llegar en el catálogo de sus obras preferidas, de sus asombros selectos…

El gozo estético, situado en la cumbre de la contemplación de la obra de arte o de la naturaleza, puede alcanzar grados superlativos. No en vano se lo ha calificado a veces de cautivador, embelesador, seductor, fascinante. Y aunque por eso mismo Platón sospechó de él, y le puso condiciones y trabas para dejarlo entrar en su República, no ha faltado quien dijera que el efecto más propio de lo bello es entregarnos una promesa de la mismísima felicidad.