La Casa - Daniel Gallegos - E-Book

La Casa E-Book

Daniel Gallegos

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Beschreibung

La Casa es una obra que recoge el sentido de respeto por la libertad del grupo social -en este caso la familia-. Afirma la debilidad de todo espacio concreto que crezca, salga y regrese a la vida. En la obra el hogar se convierte en sitio que aprisiona a sus habitantes, pues más que un espacio para posibilitar la armonía del vivir, se convierte o transforma en un laberinto o encierro en el cual todos se van dejando llevar. El resultado es la disgregación familiar y la emergencia o aparición de un espacio en el cual ya son imposibles las relaciones de convivencia, pues la estructura termina por separar al grupo familiar.

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Daniel Gallegos

La Casa

El espacio como laberinto en

La Casa de Daniel Gallegos

Jorge Charpentier

Entre las obras del dramaturgo Daniel Gallegos, tres de ellas –La colina, En el séptimo círculo y La Casa– tienen una característica que obliga al espectador a ingresar en el campo escénico: el espacio como laberinto. Desde esta consideración, en la obra La Casa, se revela un arquitecto creador que nos incita a colocarnos en diversas posiciones para descubrir el acto multiplicador de un espacio.

A simple vista, la casa es un universo perfecto, armonioso, habitado por una familia aparentemente feliz que pareciera tener como futuro, solamente el alcanzar la posesión total de un inmueble seguro y respetable. Este engañoso mundo comienza a transparentar su deterioro desde la descripción inicial del espacio: «Interior de la casa de la familia de la señora Isabel de González de Ordúa.» Con estas líneas empiezan a mostrarse algunos de los cuerpos temáticos de la obra: la posesión como castigo y «las casas» que habitan una casa. Esto último permite que sigamos un ritmo ordenador, para afirmar como contenidos de la obra los espacios que a su vez multiplican otros espacios: la casa mítica, la casa como «lo propio», la casa-madre, la casa cárcel y convento, y la casa interior.

Como vemos, la obra nos propone campos fértiles para la realización de diversos análisis, todos ellos polémicos. Sin embargo, nos ajustaremos a las limitaciones y propósitos de un prólogo, que permita al lector regresar una y otra vez, porque hallará siempre habitaciones, puertas, escaleras y rincones, que aunque no dichos, estarán ahí, explícitos.

La casa como centro de un universo y también como universo particular, ha sido profusamente expuesta en la literatura y analizada en el mito como símbolo conducente a otros significados, tales como la casa-vientre materno, o como representación de lo que se funda para que dentro de ella crezca la familia como un árbol. En la obra que nos ocupa, el carácter mítico de la casa se ve traicionado por una voluntad femenina que busca imponer a toda costa una forma de virginidad enfermiza, que a la larga se convierte en castración y castigo.

Al sentido mítico de la casa, como continente de familia que reproduce la vida y confirma un devenir, se opone en esta obra dramática una casa real dominada por cinco mujeres, personajes que al individualizarse, descubren dolorosamente la casa interior que es al fin y al cabo en la que quieren vivir.

Cada personaje de la obra logra –a la manera expresionista– interiorizarse, descubrir ese lugar más oscuro y emerger con una verdad, que al menos haga posible cierto tipo de libertad.

La madre –doña Isabel de González Ordúa– niega, desde su viudez, la capacidad de que sus hijas sean mujeres auténticas, susceptibles de otro tipo de felicidad fuera de «la casa». Este personaje es tratado durante casi todo el Primer Acto dentro de la esfera ausencia-presencia, ámbito que le otorga, sin estar, una estatura privilegiada que contrasta con la pequeñez humana a que es relegada al final de la obra. Mientras las hijas Teresa, Julia, Pilar, y el hijo Rolando, confabulan un viaje para ella, crece su «presencia» junto a la imperiosa necesidad de quedarse solos en la casa, libres por un tiempo de ese poder materno que hasta entonces les ha impedido verse, no sólo unos a otros, sino lo más importante, verse dentro para saber qué son. El tema del viaje de la madre en el Primer Acto no debe ser visto como reiterativo, sino como el movimiento circular de «un deseo de familia»: una «muerte» breve y sin culpas para intentar saber si hay alguna esperanza de salvación antes de su regreso. Necesitan un espacio para conocer la rebeldía.

En La Casa el tema del poder es tratado con una gran fuerza, porque es en realidad el negativo sentido de la posesión lo que hace posible que la casa como «lo propio» y la «casa interior», se derrumben.

Teresa, Julia y Pilar forman en principio un mundo femenino educado para perpetuar la casa como convento. El tema de la virginidad se perfila intensamente, sobre todo cuando la madre –viuda virgen– confía en que sus hijas sean para siempre mujeres cuidadosas de su hermano Rolando. No obstante, dado el tratamiento de los espacios y sus significados, el único hombre de la casa (Rolando) es sacrificado, feminizado y convertido en una hermana más, gracias al papel que como mujeres castradoras, ejercen doña Isabel y Teresa, personajes adversarios que se disputan el papel de madres y consolidan un desigual matriarcado. Es interesante cómo doña Isabel, la madre natural de Rolando, es poco a poco «devorada» por su hija Teresa, quien quiere ser la madre-virgen, lo que la lleva al inquietante mundo del incesto.

El personaje de Pilar es el que representa la claridad y la autenticidad. Es la menor de las hijas, quien llega a la edad del amor y del deseo, no contaminada, ni por el poder de su madre, ni por los prejuicios sociales con que su hermana Teresa disfraza la casa perfecta.

La obra La Casa tiene cualidades estructurales que debemos tomar en cuenta dentro de un análisis. Los tres actos que la conforman y las dos escenas en cada uno de ellos, no obedecen a un diseño que pretenda respetar tradiciones en cuanto a la forma. El lector –en este caso– deberá realizar la doble lectura horizontal-vertical, para descubrir cómo el dramaturgo diosifica las secuencias con propósitos dramáticos que nos llevan al análisis por contraste de todos los personajes. Es así que, excepto la Escena Primera del Primer Acto, constituida por nueve secuencias, en el resto de la obra el equilibrio de dos, tres y cuatro secuencias, permite destacar los enfrentamientos y los momentos culminantes de luchas por decisiones entre dos personajes antagónicos, por ejemplo Pilar y Teresa, Julia y Teresa, doña Isabel y Teresa, y desde luego, el momento más lírico entre Rolando y su madre, donde el lenguaje de los sueños y del soñador pareciera aliviar las tensas paredes de la casa estática.

La Casa es una obra que rescata el sentido del respeto por la libertad dentro del grupo social (en este caso la familia). Afirma la debilidad de todo espacio concreto que crezca, salga y regrese a la vida. Lo contrario es convertir la casa en casa-cárcel y a sus habitantes en víctimas que tardíamente deben huir hacia alguna ciudad desconocida, que si bien les permitirá espacios diversos y mayores, también los cargará de malsana nostalgia y orfandad no buscada.

La Casa es además la denuncia de cómo todo poder fundado en la ignorancia de quiénes son los otros, convierte en condena y soledad la compañía. Por eso, esta casa queda abierta. Dentro de ella, doña Isabel de González Ordúa, será la madre-intrusa, víctima de la casa-cárcel. Dirá doña Isabel: «…¡No puedo vivir en esta casa!», y Teresa responderá: «¡Pero tampoco podés salir de ella!».

La obra La Casa es de estructura abierta. A partir de las últimas palabras de Teresa, es posible reiniciar el texto literario. Incluso, la imperiosa voluntad y casi demente amor, no desdice la certeza del poder sobre el regreso cuando Teresa afirma: «Sí, mamá... Todos volverán y las cosas serán como antes... Por eso yo he comprado esta casa, porque todos la necesitan... Cuestión de tiempo, pero por esa puerta irán entrando uno por uno...»

En La Casa, el espacio como laberinto nos golpea con esa inquietante verdad: la capacidad del ser humano para hacer de su casa interior un lugar que no admita el derrumbe.

A Lilia Ramos con gratitud y afecto.

El autor

La Casa

OBRA EN TRES ACTOS

Personajes:

Pilar

Teresa

Julia

Adela

Rolando

Doña Isabel

ACTO I

Escena Primera

Interior de la casa de la familia de la señora Isabel de González Ordúa. La entrada en el fondo a la izquierda da a una salita cómoda y acogedora. Muebles sencillos, pero cuidadosamente escogidos. Al mismo lado, una ventana con anchas cortinas. Hay en la estancia un comedor pequeño. En el lateral derecho, un aparador y encima un cuadro de la Santa Cena; y un muro en que se ve una parte de la escalera que conduce a las habitaciones superiores.

La escena transcurre en 1925. Ciertos detalles han de cuidarse como el estilo de las lámparas, unas con vidrios y otras con flecos; el teléfono y la ortofónica de la sala son de manubrio y en un cuadro un bordado que dice: «Dios bendiga nuestro hogar». Al levantarse el telón, la escena en penumbra. Se abre la puerta de la calle y apenas se perciben las siluetas y las voces de un hombre y una mujer que se besan tras la puerta medio abierta.

 

ELLA

—Pero... ¡Oh! ¡Por favor, van a llegar!

ÉL

—Vos dijiste que no hay nadie en la casa.

ELLA

—Sí, pero llegarán pronto.

ÉL

—¡Mi vida!

ELLA

—¡Jorge! ¿Qué van a decir los vecinos?

ÉL

—Que nos queremos y que nos cuesta separarnos. (La besa de nuevo.) ¿Cuándo nos veremos de nuevo?

ELLA

—Mañana, a la salida del trabajo. En el mismo lugar… Ahora andate por favor.

ÉL

—Hasta mañana.

ELLA

—Hasta mañana, mi amor… Pórtese bien.

ÉL

—(Saliendo.) Como siempre. (Se oye cerrar la puerta. Segundos más tarde, la joven enciende la luz. Es Pilar González Ordúa, la menor de las hijas de doña Isabel, de unos veinte años y aspecto saludable. Parece turbada. Se mira en un bonito espejo que está cerca de la puerta de la calle y se arregla los cabellos; luego se encamina a su habitación por las escaleras. Momentos después suena el teléfono. Corre a contestar.)

PILAR