La cueva del mono - Jenny Moix - E-Book

La cueva del mono E-Book

Jenny Moix

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Beschreibung

La cueva del mono es una fábula ilustrada dirigida al gran público para explicar cómo funciona la mente. Es una obra sencilla, límpida y clara. Cuenta la historia de un joven (Rahul) que lo ha perdido todo y está a punto de renunciar a la vida cuando tiene un encuentro con una anciana que le hará pasar una serie de pruebas que desembocarán en un mejor conocimiento de sí mismo, lo que lo llevará a valorar sus posibilidades, verdadera finalidad de la experiencia. Dentro de la cueva aprenderá que la mente es algo que hay que observar mucho y en lo que hay que creer poco, ya que los pensamientos son como un mono que nos aparta de la felicidad del momento.

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La cueva del mono

Las siete piedras de la sabiduría

Jenny Moix

Primera edición en esta colección: marzo de 2022

© Jenny Moix, 2022

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-18927-55-3

Diseño de cubierta e ilustraciones de cubierta e interior: Ariadna Oliver

Fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

1. El bosque prohibido2. El mono saltador y la obsidiana3. El mono circular y el zafiro4. El mono juez y la esmeralda5. El mono culpabilizador y el rubí6. El mono cegador y el cuarzoEl mono hipnotizador y el ojo de tigre8. El mono soñador y el diamante9. La mujer eterna y el guijarroEpílogo. Otros visitantes de la cuevaAgradecimientos

A la memoria de Emiliano Ayala, el padre de mis hijos.

¿Crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?

PLATÓN, EL MITO DE LA CAVERNA

1.El bosque prohibido

«Este tiene que ser el sitio», pensó Rahul después de haber atravesado el barrizal con dificultad. Había llegado a una frontera natural que parecía trazada con un mayúsculo tiralíneas. Donde acababa el camino, empezaba aquel espeso bosque en el que nadie de su aldea osaba aventurarse.

Los ancianos hablaban de serpientes venenosas y de otros seres que acechaban en la espesura, capaces de arrebatarte el alma además de la vida.

Ni siquiera las nubes se atrevían a posarse sobre aquel territorio ignoto donde el suelo estaba sorprendentemente seco.

Decidido a poner fin a su cruel destino, Rahul respiró hondo para armarse de valor. Luego se adentró en el bosque prohibido sin mirar atrás.

En aquella región maldita no había camino alguno, así que empezó a avanzar entre tupidos matorrales y altísimos árboles cuyas copas cerraban el paso al cielo. Los pocos rayos de sol que lograban atravesar el follaje dibujaban en el suelo pedregoso un mapa cambiante de luces y destellos mágicos.

Rahul siguió adelante, convencido de que su incursión temeraria le procuraría la muerte que deseaba. El final podía encontrarlo a cada paso.

A medida que avanzaba por aquel territorio desconocido, la densidad se fue disipando. Hasta que llegó a un lugar donde el bosque daba paso a un claro que precedía a un enorme peñasco de formas redondeadas.

Con todos sus sentidos alerta, Rahul observó con atención aquella formación rocosa. Se asemejaba a la cara de un mono, como si un gigante se hubiera entretenido tallando ese montículo. Y, sin duda, un hueco cavernoso que se hallaba en su base era la boca del monumental chimpancé.

Aquello desafiaba cualquier cosa que el joven hubiera imaginado, así que se detuvo a unos pocos metros de la cueva, dudando de si debía entrar. Con los ojos cerrados para protegerse del sol, que caía implacable en aquel claro, de repente sintió que allí había alguien más.

Y, ciertamente, al abrir los ojos, la vio.

Por el pelo blanco y las arrugas de la cara parecía una anciana. Sin embargo, cuando sonrió, dejó translucir la esencia de un alma atemporal, como si tuviera todas las edades a la vez.

Con un gesto amable, invitó al joven a sentarse junto a la entrada de la cueva, al amparo de la sombra protectora, y le habló con una voz que era grave y melodiosa a la vez:

—Hace tiempo que nadie viene por aquí… ¿Andas perdido?

—Mi vida está perdida —dijo Rahul, haciendo un esfuerzo por no llorar.

—¿Por qué lo dices? Una vida no puede perderse…

—Una tempestad ha acabado conmigo. La tormenta de ayer desbordó el río y mi taller estaba justo en la orilla. Esta mañana, todo estaba destrozado. El techo se ha derrumbado y solo queda una pared en pie. Los telares se los ha llevado el agua.

—Pero tú sigues vivo…

—¡No! —afirmó con rotundidad—. Mi vida era ese taller. Tuve que trabajar desde niño para poder comprar esos telares que eran mi futuro.

—Me imagino cómo te sientes.

—Solo hacía dos meses que poseía mi propio negocio. Según mis cálculos, en un año habría podido juntar suficiente dinero para casarme con Shaila. Pero todos esos planes se han ido río abajo. Y no quiero volver a ser una carga para mis padres, ni pedirle a ella que me espere. Ya me ha aguardado bastante.

Su esfuerzo por contener las lágrimas era inútil. Rahul se cubrió la cara con las manos mientras musitaba:

—No tengo nada.

Entonces, la misteriosa mujer pronunció unas palabras que, aunque Rahul no acabó de comprender, le calaron en lo más hondo:

—Lo único que falta en tu vida… eres tú.

El joven se quedó pensativo, tratando de captar qué había querido decir con eso. Sin embargo, lo que siguió solo aumentó su confusión. La mujer añadió una extraña instrucción que Rahul no comprendería por completo hasta mucho más tarde.

—Entra en la cueva y encuentra las siete piedras. Pero solo las hallarás si te desapegas del mono.

Esas enigmáticas palabras actuaron como un resorte. Se puso en pie y, sin pensarlo, se dirigió a la boca del gigantesco simio.

2.El mono saltador y la obsidiana

Rahul entró por la boca del simio midiendo cada uno de sus pasos. Tras avanzar un poco, tuvo que detenerse. La penumbra no le permitía ver nada. Sus pupilas se fueron dilatando hasta que consiguió vislumbrar dónde se había metido.

Las dimensiones de la cueva eran descomunales, mucho más de lo que había imaginado desde el exterior. Una tenue luz se filtraba a través de dos aberturas laterales. A Rahul se le ocurrió que esos orificios debían coincidir con las orejas del mono.

A un lado de la cueva, crecía de forma insólita una exorbitante higuera. El joven jamás había visto un árbol con un tronco tan grueso. Sus ramas llegaban hasta la cúspide de la gran caverna y se esparcían enredadas hacia todos los rincones. Entre su follaje se desprendían multitud de lianas.

Pero lo que más le sorprendió fueron los higos que, por su volumen, parecían melones. Mientras contemplaba uno de aquellos gigantescos frutos, notó un movimiento entre las ramas.

Un chimpancé.

Nada más reparar en él, sintió como si ese animal fuera un potente imán. Mientras el mono saltaba entre las lianas colgadas del techo, él, poseído, tuvo que seguirlo desde abajo. Los movimientos del simio lo arrastraban de un lado para otro. Era muy veloz, por lo que Rahul corría con todas sus fuerzas.

Cuando el mono se impulsó con una larga liana hacia el otro extremo de la cueva, el muchacho pensó que iba a estrellarse contra la pared, pero, justo entonces, apareció una gruta. Fue como si hubiera tirado de una palanca secreta para abrir una compuerta en la piedra.

Parecía que las paredes de esa recién abierta galería tuvieran ventanas, porque, en algunas partes, la roca oscura se convertía en traslúcida. Eran piedras de cuarzo.

El mono se detuvo ante una de ellas y Rahul se percató de que algo se movía dentro. Al acercarse, vio que, como un mosquito atrapado en ámbar, allí había una escena viva: un niño chapoteando sonriente en la orilla del río.

¡Era él de pequeño!

Rahul se entusiasmó solo durante un instante, porque una terrible nostalgia se apoderó de él. Sentía una dulce pero dolorosa melancolía. Sabía que nunca volvería a ser igual de feliz.

Justo en ese momento, percibió en sí la necesidad de seguir al mono, como si tirara de él con una cuerda invisible.