La dulzura del amor - Nina Harrington - E-Book
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La dulzura del amor E-Book

Nina Harrington

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Beschreibung

Brett Cameron, uno de los mejores chefs del mundo, tenía que tomar una difícil decisión: seguir adelante con su sueño de tener un restaurante o volver a sus orígenes para atender una llamada de auxilio.Sienna Rossi se encontraba con el agua al cuello tratando de salvar el bistró de su tía: el lavavajillas se había estropeado, tenía salsa en el pelo y la sartén se acababa de incendiar. De repente, a través del humo, vio a un chef vestido de un blanco inmaculado: ¡Brett, su amor de adolescencia!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Nina Harrington. Todos los derechos reservados. LA DULZURA DEL AMOR, N.º 2364 - noviembre 2010 Título original: Tipping the Waitress with Diamonds Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9265-0 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

RECETA especial para el romance perfecto:

Punto 1: Consigue una italiana soltera.

Punto 2: Añade un cocinero atractivo con falda escocesa.

Punto 3: Pon dos cucharaditas de sorpresa e incertidumbre.

Punto 4: Mezcla todos los ingredientes en un pequeño restaurante con encanto.

Punto 5: Añade un par de decisiones importantes.

Punto 6: Un deseo de San Valentín...

Punto 7: Dos ojos marrones con brillo en la mirada...

Punto 8: Un par de pijamas de color rosa.

Punto 9: Espolvoréalo con flamencos rosas.

Punto 10: Añade flores rosas.

Punto 11: Y una caja de cálidos recuerdos.

Punto 12: Y una bandeja de sueños bonitos.

Punto 13: Y tres tartas de boda...

Punto 14: Ocho pizzas de arco iris...

Punto 15: Y dos copas de vino tinto.

Punto 16: Cúbrelas con salsa de champiñones silvestres.

Punto 17: Mézclalas con tres cucharadas colmadas de lágrimas.

Punto 18: Y con dos magdalenas rosas.

Punto 19: Añade un cocinero norteamericano sin falda escocesa.

Punto 20: Agítalo con fuerza.

Punto 21: Termina con una porción de tiramisú de chocolate.

Punto 22: Mantén la mezcla caliente hasta el Día de San Valentín y pon una rosa roja antes de servirla con un beso.

CAPÍTULO 1

Punto 1: Consigue una italiana soltera

«HUBO una época en la que los restaurantes se llenaban de clientes maravillosos que adoraban la comida y sonreían a los camareros», pensó Sienna Rossi mientras descansaba en una de las sillas del cuarto de empleados. Bostezó antes de agacharse para quitarse los zapatos de tacón y masajearse los pies, suspirando aliviada.

Greystone Manor se había hecho famoso por su fabulosa comida y su maravilloso entorno, y las comidas de negocios se reservaban con mucha antelación. Ella debería estar feliz por tener el restaurante lleno cada día. Pero era su trabajo asegurarse de que cada uno de los sesenta comensales disfrutara de la mejor comida y el mejor vino de Inglaterra, de un servicio excelente, y de que se marcharan con la sensación de haber disfrutado del estilo de vida aristocrático que ofrecía una casa señorial.

Era difícil mantener un nivel de lujo tan alto a diario.

Sienna miró el reloj. Tendría que marcharse en quince minutos. El nuevo equipo de dirección había convocado una reunión para anunciar a quién había elegido para ocupar dos puestos cruciales en el restaurante.

En pocos minutos se sabría el nombre del nuevo cocinero jefe. Y también quién sería el nuevo encargado del restaurante. Esa mágica combinación de exquisita comida y excelente servicio que los llevaría a lo más alto.

Sienna se estremeció al comprobar que el cuarto de empleados seguía vacío. Estaba nerviosa. Pero nadie sabía lo asustada que estaba en realidad.

¿Asustada? ¿A quién pretendía engañar? Estaba aterrorizada.

En apariencia era la señorita Rossi. La camarera jefe que siempre iba impecable y que ofrecía la imagen perfecta que el hotel quería para su refinado restaurante.

Se quedarían horrorizados si se enteraran de que la verdadera Sienna Rossi estaba temblando.

Había necesitado cuatro años de duro trabajo para recuperar la confianza en sí misma, hasta llegar al punto de pensar en la posibilidad de solicitar el puesto de directora del restaurante. Aquél era el trabajo de sus sueños.

Después de tanto sacrificio había llegado el momento de demostrar que era capaz de superar un desengaño amoroso y de forjarse una carrera profesional.

Necesitaba aquel trabajo desesperadamente.

–Hoy has sido una auténtica estrella. ¿No te lo ha dicho nadie? ¡Si yo tuviera un Oscar, te lo habría dado al instante!

Sienna levantó la vista cuando su amiga Carla entró vestida con el elegante traje negro de recepcionista de hotel.

–Gracias. Hoy has apurado mucho –contestó Sienna con una sonrisa–. Pensaba que la reunión era a las cuatro.

–Así es. Dos de los invitados han conseguido perderse en el laberinto del jardín. Ya sé. Ya sé –Carla agitó las manos en el aire–. Se supone que ése es el objetivo de tener un laberinto en el jardín. ¿Pero en febrero? ¡Estoy helada! He tardado veinte minutos y he tenido que emplear un silbato y el teléfono móvil, pero ahora están sentados cómodamente junto al fuego, tomando té y pastas. No como el resto de nosotros.

Carla se estremeció de frío mientras Sienna le servía un café caliente.

–¡Cocineros vestidos con la típica falda escocesa! –exclamó Carla, inclinándose hacia delante para agarrar la revista Hotel Catering–. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Llevo toda la semana esperando esto! ¿A quién han elegido esta vez como el Estupendo del Mes? A lo mejor dentro de unas semanas estaremos trabajando con uno de esos cocineros jóvenes y famosos. ¿No sería estupendo?

«No si yo tengo algo que ver en ello», pensó Sienna. «¡Nunca más! Ya he pasado por ello y no quiero ni acercarme a algo parecido. Y no sería estupendo».

Carla negó con la cabeza antes de devolverle a Sienna su preciada revista.

–Te veré en cinco minutos. Y que tengas mucha suerte con el trabajo, cariño. ¡Confío en ti! –dijo, y se marchó despidiéndose con la mano.

Sienna se rió y comenzó a recoger las tazas de café. Al hacerlo, la revista se abrió y ella se quedó helada al ver la fotografía de un hombre alto y musculoso vestido con una camisa blanca y una falda escocesa.

El Estupendo del Mes: Brett Cameron.

En un instante retrocedió doce años, hasta la atestada cocina de Trattoria Rossi. Y recordó la primera vez que vio al nuevo cocinero en prácticas.

Ella tenía dieciséis años y, al llegar del colegio, entró en la cocina donde su padre y su hermano Frankie estaban preparando la comida para la cena. Las plazas para realizar prácticas en Trattoria Rossi estaban muy cotizadas y sólo las conseguían los mejores estudiantes.

Con ellos había un joven muy delgado que tenía fuego en la mirada y el descaro de discutir con su hermano Frankie acerca de la mejor manera de cortar la albahaca.

Y ella se quedó fascinada.

Sólo una mirada. Eso fue todo lo que hizo falta.

Cerró los ojos y recordó la vívida imagen que había quedado grabada en su memoria todos esos años atrás.

Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta y cubierto con un pañuelo de rayas y estaba concentrado en las hojas de albahaca que tenía delante y que cortaba con sus delicados dedos, mientras que Frankie las cortaba en tiritas con un cuchillo curvo.

Ambos habían puesto sal y un poco de aceite de oliva virgen en su montoncito de albahaca. Después de probarlos, su hermano le dio una palmadita en el hombro, un gesto que ella nunca le había visto hacer hacia otro cocinero, y después se volvieron sonriendo hacia ella.

Durante un instante, el joven delgado miró en su dirección con tanta fuerza e intensidad que parecía que la estuviera fulminando con un par de láseres azules.

Oh, cielos...

Por supuesto, Frankie interrumpió su trabajo para presentarle a su hermana a Brett, su nuevo cocinero en prácticas, pero para entonces ella ya estaba tartamudeando.

Durante las seis semanas que Brett pasó aprendiendo en la cocina del Trattoria Rossi, Sienna encontró montones de excusas para entrar en la cocina.

Desesperada por encontrar la oportunidad de estar con Brett durante unos segundos.

De olerlo.

De sentir la energía que emanaba de su cuerpo mientras trabajaba con entusiasmo. De oír su voz cada vez que su padre le pasaba la orden de preparar una ensalada o entrante.

De preparar la mesa para la cena de los domingos, para poder estar sentada enfrente de Brett durante la cena de familiares y empleados del restaurante.

Ningún otro chico de los que había conocido en el colegio o en su vida se parecía al maravilloso Brett Cameron.

Había pasado los días absorta en sus pensamientos, anticipando aquellos momentos en los que volvería a ver a Brett, por la noche y durante los fines de semana.

Pero por aquel entonces ella era tan tímida que no era capaz de hablar con él.

Brett Cameron había sido su primer amor.

Durante un segundo, Sienna experimentó los mismos miedos y la misma timidez que cuando era adolescente. Trató de no pensar en ello y pestañeó para despejarse la cabeza.

Ambos habían recorrido mucho camino desde entonces.

Sienna sonrió mirando el artículo de la revista y se rió para sí por primera vez en el día. ¡El Estupendo del Mes, sin duda!

Seguía siendo el cocinero más atractivo que había conocido nunca.

En aquella época, Brett era un joven de diecinueve años, con una completa obsesión por la comida. La única ropa que llevaba era el pantalón del uniforme de cocinero y dos camisetas blancas que a medida que pasaba la semana iban cambiando de olor.

Sin embargo, en la foto parecía como si un equipo de estilistas profesionales hubiera invertido mucho tiempo en él.

La última vez que había visto su nombre en la prensa le habían entregado un premio por el restaurante de un hotel en Australia. Desde luego, se había fortalecido. La camisa blanca resaltaba sus anchas espaldas y su cabello corto y rubio remarcaba su mentón prominente.

Dos cosas no habían cambiado.

Sus ojos seguían siendo del color del mar en invierno.

Su mirada, inteligente. Intensa. Centrada.

Su blanca sonrisa destacaba en su rostro bronceado. Desde luego, tenía mucho por lo que sonreír. Había recorrido mucho camino desde el pequeño restaurante de Maria Rossi, al norte de Londres, hasta la cabecera de la lista de los mejores cocineros noveles de Food and Drink Awards.

Y después estaban sus manos. En la fotografía las tenía colocadas en las caderas. Ella se fijó en sus dedos. ¿Cuántas horas había pasado soñando con esas manos?

Se había enamorado de esas manos. No le cabía ninguna duda. El único hombre que tenía unas manos parecidas a aquéllas era Angelo.

«¡Oh, Brett! ¡Si supieras los problemas que me has causado…!».

Las campanadas del reloj interrumpieron los pensamientos de Sienna y ella miró la foto por última vez antes de cerrar la revista.

¡Maldita fuera! ¡Iba a llegar tarde!

¡Una cosa más de la que culpar a Brett Cameron!

¡No tenía que haberse dado tanta prisa! Sienna estuvo esperando con impaciencia junto al resto del equipo del hotel durante casi diez minutos, antes de que Patrick entrara en el comedor seguido de André, el cocinero jefe.

Patrick era un estiloso director de hotel y trabajaba para la empresa propietaria de la casa señorial y de un pequeño grupo de hoteles de lujo situados en los lugares más prestigiosos de Europa. Unos hoteles donde Sienna tenía intención de trabajar como directora del restaurante. Por supuesto, después de haberlos convencido de que le dieran el puesto de directora de restaurante en Greystone Manor.

Deseaba aquel trabajo.

No era de extrañar que tuviera el corazón acelerado.

Patrick miró a su alrededor y sonrió mientras golpeaba suavemente un vaso de agua con un cuchillo. Al momento, todo el mundo se quedó callado.

–Gracias a todos por asistir a pesar de que os hayamos avisado con tan poca antelación. Como sabéis, nuestro excelente cocinero jefe, André Michon, se retirará a finales de mes después de haber trabajado durante treinta y dos años en esta casa. Yo ya estoy preparado para asistir a su fiesta de despedida pero, entretanto, la decisión de André nos ha dado un gran quebradero de cabeza al equipo de dirección. ¿Cómo podremos encontrar a otro cocinero que sienta la misma pasión por un servicio de calidad como el que ha hecho que esta casa sea tan exitosa?

«¡Por favor, dime con quién trabajaré a partir del mes próximo!», pensó Sienna con impaciencia.

–Damas y caballeros, estoy encantado de anunciarles que el nuevo cocinero jefe de Greystone Manor será ¡el famoso cocinero de la televisión Angelo Peruzi! Sé que todos estaréis tan entusiasmados como yo.

Sienna respiró hondo para evitar desmayarse o salir corriendo de la habitación.

«No. No. No. Angelo no».

No. El destino no podía jugarle esa mala pasada. Tenía que haber un error. No podía ser cierto lo que había oído.

Sienna permaneció sentada, paralizada.

¡Angelo! De todos los cocineros del mundo, tenían que haber elegido a su ex prometido. El hombre que la había abandonado un mes antes de la boda.

Aquello no podía suceder. No a ella. No allí. No después de cuatro años.

Sienna tardó unos segundos en percatarse de que Patrick estaba diciendo algo acerca de la nueva directora del restaurante.

–La señorita Sienna Rossi ya nos ha demostrado todo lo que puede conseguir como camarera jefe. Bienvenida al equipo y enhorabuena, señorita Rossi. Sé que será una directora estupenda. ¡El chef Peruzi no puede esperar para empezar a trabajar con usted!

CAPÍTULO 2

Punto 2: Añade un cocinero atractivo con falda escocesa

BRETT Cameron permaneció de pie con las manos en los bolsillos de los pantalones y miró la parcela llena de escombros donde iba a construirse su primer restaurante.

Ya estaba. Después de haberlo planificado durante años por fin iba a conseguirlo. Y de todos los posibles lugares del mundo entre los que podía elegir había una única ciudad a la que quería regresar. Londres.

Londres era la ciudad donde él había pasado los peores años de su vida. Cuando era un adolescente frustrado y enfadado que tenía que asumir lo que la vida tenía que ofrecerle.

Por aquel entonces, Londres sólo era un lugar frío y poco acogedor en el que su madre, soltera, lo había llevado de un apartamento alquilado a otro mientras encontraba dos, o incluso tres, trabajos para poder pagar el alquiler y mantenerse a flote.

Unos trabajos donde no hacía falta saber leer y escribir muy bien para ganarse el sueldo.

El tipo de trabajo que él había llegado a odiar. Sin embargo, había sido lo bastante listo para reconocer que serían los trabajos a los que podría optar cuando fuera lo bastante mayor como para dejar el colegio.

¿Quién iba a querer emplear a un chico que apenas sabía escribir su nombre y dirección en un formulario, y eso suponiendo que supiera leer?

Un chico al que en todos los colegios a los que había asistido le habían dicho que tenía dificultades de comportamiento. Daba igual cuánto se esforzara porque siempre lo llamaban lento o perezoso. Un fracaso académico.

Si quería demostrarle al mundo lo lejos que había llegado y lo que había conseguido desde la última vez que había recorrido aquellas calles, tenía que regresar a Londres.

Brett respiró el aire húmedo de la calle.

No era tan malo. Su vida como cocinero había empezado en aquella ciudad.

¡Le costaba creer que el restaurante de Maria Rossi y su escuela de cocina estaban a tan sólo unos pocos kilómetros de distancia! A veces le parecía que había pasado una vida. Una vida de agotamiento, trabajo intenso y duras experiencias.

Maria Rossi no sabía lo que estaba haciendo todos esos años atrás cuando le dio una oportunidad.

Había corrido el riesgo con un desconocido, sin saber cómo iba a resultar, pero confió en él lo suficiente como para comprometerse de todas maneras.

Igual que él tenía que hacer.

Quizá hubiera bancos dispuestos a respaldar su nuevo restaurante, pero aquello era totalmente personal. Su propio local.

En un mundo donde incluso los restaurantes con mucho éxito trataban de salir adelante, su proyecto le parecía tan emocionante que no podía esperar para ponerlo en marcha.

¡Aquélla era la mayor aventura de su vida!

Incluso el montón de ladrillos y hormigón lo entusiasmaba. Hasta entonces aquel lugar sólo había sido una idea. Un sueño del que había hablado con su amigo Chris durante horas en los dos años que habían pasado como estudiantes en París casi una década atrás.

Un sueño que estaba a punto de convertir en realidad.

Apenas había dormido durante el largo vuelo desde Australia. No había dejado de pensar en los menús y en todas las combinaciones posibles relacionadas con la creación de un negocio.

–¿Dónde has dejado la falda escocesa, viejo amigo? –le preguntó un hombre con buen acento inglés que se acercó a Brett entre los montones de ladrillos–. ¿La dejaste en el reino de Oz?

Brett estrechó la mano de su mejor amigo.

–¡No empieces! –contestó Brett, con un ligero acento australiano–. Es una magnífica publicidad, como siempre, pero ¿sabes que sólo pasé los dos primeros meses de mi vida en Glasgow? ¡Los Cameron nunca me lo perdonarían!

–¡Estoy seguro de que lo harían cuando inaugures este palacio de cocina moderna! ¿Qué te parecen los avances hasta el momento? –Chris miró hacia la zona de obra justo cuando un trozo de madera vieja salió volando por una ventana lateral.

–¡Está bien ver a gente tan entusiasmada con su trabajo! ¡Contestaré a tu pregunta después de que me enseñes la cocina! –Brett se frotó las manos y lanzó una amplia sonrisa–. Llevo mucho tiempo esperando esto.

Chris enderezó los hombros, alzó la cabeza y apretó los dientes.

–Ah. Respecto a la cocina… me temo que hay un pequeño retraso. Todavía no está preparada para la inspección –cuando Brett se volvió para mirarlo, Chris señaló con la cabeza hacia un montón de cosas cubiertas con una lona.

Brett tragó saliva en silencio, respiró hondo y se acercó al lugar donde estaría la zona de recepción. Levantó la lona y miró los embalajes que había debajo.

–¡Dime que no es lo que yo creo! –le espetó Brett, con una mezcla de sorpresa y horror.

–Me temo que sí –contestó Chris–. Los hornos están retenidos en tránsito. Al parecer, a los barcos de carga no les gusta navegar con vientos huracanados. Es invierno. Curioso, ¿verdad?

Brett miró atemorizado el montón de cajas y contenedores y se pasó la mano por el cabello, antes de volverse hacia la única persona que de verdad comprendía los sacrificios que había hecho para llegar a ese momento, en el que el restaurante estaba a punto de convertirse en realidad.

–No podemos hacer nada hasta que los hornos estén instalados. Lo sabes. La cocina de tus sueños estará llena de polvo durante al menos un par de días más. Querías lo mejor y vas a tener lo mejor. Pero no esta semana.

Chris titubeó y levantó las manos en el aire al ver que Brett contestaba con una especie de gruñido y cerraba los ojos.

–Lo sé –dijo Chris–. Ya he agotado todo el margen que nos dimos. Va a ser difícil cumplir con el plazo previsto.

–Muy difícil –contestó Brett–. Sólo quedan un par de semanas para abrir las puertas a los clientes y todavía no tengo los empleados ni los menús. Es necesario terminar el edificio lo antes posible, o tendremos que retrasar el pago de la primera cuota del crédito. Entonces, dejarán de confiar en nosotros –se colocó el pelo detrás de las orejas–. Quizá no haya sido tan buena idea invitar a los periodistas y críticos gastronómicos de Londres a nuestra noche de inauguración cuando todavía no hemos acabado la obra.

–¡Era una gran idea! –contestó Chris–. Por eso he convocado una reunión con los arquitectos, para que podamos informarte de cómo va el proyecto. Eres el único que puede decidir qué compromiso estás dispuesto a hacer para finalizarlo. Nos esperan dentro de una hora.

–¿Una hora? –Brett movió la cabeza–. En ese caso será mejor que empieces a explicarme el proyecto. Empecemos por los... –en ese momento sonó el teléfono móvil de Brett. Él miró la pantalla y se dirigió a Chris–. Lo siento, amigo. Tengo que contestar esta llamada. Estaré contigo enseguida.

–No pasa nada. Deja que vaya a por la lista de problemas.

Brett abrió el teléfono cuando Chris se alejó y sonrió antes de contestar.

–El esclavo de cocina de Maria Rossi al habla. Estoy a su servicio.

Pero en lugar de Maria Rossi, habló un hombre.

–¿Hola? ¿Brett? ¿Brett Cameron?

–Sí. Soy Brett Cameron. ¿Puedo ayudarle?

–Bien. Soy Henry. Ya sabe, el amigo de Maria Ros-si de la clase de baile de salón. Lo llamo desde España. Ella me pidió que lo llamara.

–Hola, Henry. ¿Va todo bien?

–No. Lo siento, pero Maria está en el hospital. No te preocupes. Se pondrá bien. ¿Estás ahí? ¿Brett?

Brett se puso serio y respiró hondo antes de contestar.

–Sí... Sí, sigo aquí. ¿Qué ha pasado? ¿Ha sufrido un accidente?

–No, no, nada de eso. ¿Maria te comentó que iba a ir a Benidorm con el club de baile? Eso es España.

–No me lo mencionó, pero no importa. ¿Qué le ha pasado a Maria, Henry?

–Bueno, en realidad no lo sé. Cuando regresó de la carrera de barcos banana, ayer por la tarde, comenzó a sentir dolor. Al principio pensábamos que había tomado demasiada paella y sangría, pero unas horas más tarde cayó redonda durante la clase de baile. Enseguida la llevaron al hospital.

–¿Y qué tiene?

–Apendicitis. Por eso te llamo. Para decirte que está bien. La operación fue sencilla, pero tendrá que quedarse aquí al menos hasta... Ah, aquí está.

Se oyó un susurro al otro lado de la línea antes de que una voz familiar se pusiera al teléfono.

–Hola, chef Cameron. ¿Ya has regresado?

Brett sonrió.

–Así es, jefa. Pero no te preocupes por mí. ¿Cómo es que estás en el hospital? ¿Coqueteando con los médicos españoles?

–¡Me han secuestrado! ¡Quieren que me quede dos semanas aquí por una pequeña operación! ¡Incluso han intentado confiscarme el teléfono! He tenido que escapar por la salida de emergencia para poder hablar.