¡La escuela me tiene podrido! - Norberto Siciliani - E-Book

¡La escuela me tiene podrido! E-Book

Norberto Siciliani

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Beschreibung

Co­mo en es­te li­bro no se va a ha­blar de la co­rrup­ción in­ter­na­cio­nal, el trá­fi­co de ar­mas, la fal­ta de ho­nes­ti­dad y trans­pa­ren­cia de los po­lí­ti­cos y sus ne­go­cia­dos y tam­po­co se ha­rá un pa­ne­gí­ri­co con­tra el trá­fi­cos de dro­gas, de "blan­cas" o de be­bés… só­lo voy a de­cir­les lo que me tie­ne po­dri­do de la es­cue­la y, en con­se­cuen­cia, las co­sas que me tie­nen po­dri­do de mí y de los de­ta­lles que día a día nos ago­bian. Mis pe­que­ñas mi­se­rias, que jun­to a las de los de­más, cons­tru­yen ma­les­tar. La sen­sa­ción de va­cío, de des­pre­cio y de fra­ca­so que de­be­mos su­pe­rar los do­cen­tes, de la mis­ma ma­ne­ra que de­be­mos su­pe­rar­las los pa­dres. Los di­mi­nu­tos con­flic­tos co­ti­dia­nos que ha­cen de lo que po­dría ser un pa­raí­so, un in­fier­no en pan­tu­flas.  Por­que ¿dón­de apren­de un co­rrup­to a ser­lo? Y el que no lo es, ¿dón­de apren­dió a ser así, ho­nes­to, in­co­rrup­ti­ble, aun en las pe­que­ñas co­sas? "Idea­lis­tas" los lla­má­ba­mos en una épo­ca. Por­que si el "bien" se apren­de en la es­cue­la... ¿dón­de se­rá que se apren­de la co­rrup­ción?

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice
Pró­lo­go
La es­cue­la MTP
“Rea­li­dad es so­lo aque­llo que es ob­ser­va­do”
Es­to no se ha­ce en la es­cue­la
De­fi­ni­cio­nes de es­cue­la
Es­cue­las be­rre­tas pro­du­cen ciu­da­da­nos be­rre­tas
La man­za­na po­dri­da y el exi­lio
Las com­pul­sio­nes y las con­tra­dic­cio­nes
De quién es la es­cue­la
Ru­miar el mun­do es­co­lar
Pa­ra edu­car a un ni­ño se ne­ce­si­ta to­da una tri­bu (di­cho tra­di­cio­nal afri­ca­no)
Du­do de to­dos: do­cen­tes, pa­dres y alum­nos, pe­ro con­fío en la es­cue­la
Me tie­ne po­dri­do el te­ma de la co­mu­ni­ca­ción en la es­cue­la
Pe­da­go­gía del es­fuer­zo. Apren­der a pen­sar
Los pa­dres ma­es­tros y los ma­es­tros pa­dres
Qué ha­go y có­mo pa­ra ser pa­dre (o ma­dre) de mis hi­jos
Soy su pa­dre y sé lo que ha­go
El con­ven­ti­llo es­co­lar
La cla­se y el re­creo
El ma­les­tar do­cen­te
Es­toy po­dri­do de que me ha­gan pre­gun­tas
El gran au­sen­te de la es­cue­la: el sen­ti­do del hu­mor
Las ma­las pa­la­bras
La dis­cri­mi­na­ción
Las tran­sac­cio­nes es­co­la­res. El apren­di­za­je de la in­cen­ti­va­ción y la co­i­ma
Los bui­tres es­co­la­res
La re­pú­bli­ca de los por­te­ros
Coo­pe­ra­do­ras es­co­la­res So­cie­dad Anó­ni­ma (good fe­llows)
La to­rre de Ba­bel
La cra­neo­plas­tia es­co­lar
Edu­can­do al ciu­da­da­no
El Es­ta­tu­to del Do­cen­te y la es­cue­la ide­al
Co­lofón

 

 

¡la escuela me tiene podrido!

Siciliani, Norberto

¡La escuela me tiene podrido! - 1a ed. - 3a reimp. - Buenos Aires : SB, 2022.

ISBN 978-987-1984-44-2

1. Ensayo . I. Título

CDD 370

 

 

A los más necesitados.

(Cuando a uno le pasa de todo, todo da igual)

 

 

PrÓlogo

 

 

Antes de iniciar la lectura de cualquier libro, y este lo es, uno debiera estar prevenido.

Ya no a través de las críticas de los medios, publicaciones especializadas o recomendaciones boca a boca (tan de moda en la era de la liquidez). Ni siquiera por ley. Ninguna opinión personal de ajenos a la obra podrá anticipar con claridad sus pormenores, sus alcances y su utilidad, salvo quien la escribió. Por eso es el mismo autor quien debiera prevenir a sus lectores, que son en definitiva los que usufructuarán el material sin segundas ni terceras intenciones y con total ingenuidad.

Los libros debieran advertir de su contenido, como se hace en los films, pero no calificado por un ente sino por los mismos creadores que son quienes tienen la responsabilidad; o como hacen los laboratorios en las cajas de los medicamentos. Primero y por el lado de afuera, avisar que no debe estar al alcance de los niños y enunciar su composición química y su fórmula. Luego que debe mantenerse en lugar reservado y a no más de 39oC. Adentro, el prospecto anticipa cualquier situación que pudiera provocar la ingestión del elemento en cuestión. Es decir, las contraindicaciones. Su fórmula. Cada cuánto y cómo tomarlo. Precauciones y antidotismos. Acción terapéutica, teléfonos y direcciones a donde recurrir en caso de intoxicación por sobredosis.

Como se espera de cualquiera (y soy cualquiera) que escribe un libro sobre educación, se debe ser coherente entre palabras y hechos, por lo que extenderé las recomendaciones para los lectores.

La lectura de este libro no le servirá para nada si usted así lo decide.

Algunas cosas más actuales se escribieron ahora y otras vienen de antes; todas de largos años de meditación y frustraciones como padre, docente, directivo y funcionario.

No tiene ideas brillantes ni soluciones inteligentes. Son simples comentarios de gente común que tiene como única preocupación que la dejen vivir en paz. Por esto mismo, ustedes se encontrarán reflejados en muchas páginas. Lo que le pasa a uno les pasa a todos, tarde o temprano.

Este libro está contraindicado para niños, púberes, adolescentes, jóvenes y adultos. Sólo podrán disfrutarlo jubilados, especialmente docentes, y padres, que ya han visto todo, vivido todo, sufrido todo y cuya misericordia supera cualquier instinto primario y toda esperanza de futuro.

Bajo exclusiva responsabilidad de quien inicie su lectura, podrá abordarse de a poco, todo junto, por trozos, comenzar y finalizar donde se desee; siempre teniendo en claro que este libro no sirve para nada, si quien lo lee no quiere que le sirva.

Por otra parte, es importante que, a medida que se vaya avanzando en la lectura, no se crea absolutamente en nada de lo que el libro dice; salvo que se cite al autor de esos dichos. Por ejemplo:

«El mundo sólo existe gracias a la respiración de los alumnos.

No podemos interrumpir la educación de los niños ni siquiera para reconstruir el Templo».

Masejet Shabat (Talmud)

¿Podría mejorar yo este comentario maravilloso, católico como soy? ¿Tendría el valor, la coherencia y la autoridad para ponerlo en práctica?

Hechas que fueron las advertencias preliminares, pasamos al meollo de la cuestión.

(Ante cualquier duda, pida ayuda… a la única institución adonde grandes y adultos siguen recurriendo: la escuela).

 

 

La escuela MTP

 

 

Vamos a decir la verdad: vivimos enfrentándonos. Nos criticamos. Unos sufrimos y otros disfrutamos. Nos levantamos temprano o tarde y nos acostamos tarde o temprano. Lidiamos a diario con los hijos propios o ajenos o gozamos con ellos. Unos estamos cansados después de tantos años y otros recién iniciados, repletos de entusiasmo. Frustrados aquellos y estos pletóricos de esperanza. Algunos amando la profesión de padres y educadores y otros odiando a todo ser cuya estatura no supere el metro cincuenta. Pero todos coincidimos en dos cosas: mi madre es intocable y la escuela me tiene podrido.

De mi madre y de la suya no hablaremos en este libro porque no tengo autoridad para ello y ya desde el teatro griego se viene abordando el tema sin mayor eficacia.

En cambio sí hablaremos de la escuela. De esa relación amor-odio que ella suscita. De lo insistente que es para nuestro bienestar. De su permanente sacrificio por nosotros y de nuestra indiferencia por ella. De su celoso actuar, de nuestro descuido por ella y de su cuidado por cada uno de sus segundos hijos… Porque la escuela es la segunda casa; y la maestra, la segunda madre; y sus alumnos: Edipos de cuarta.

Por todo esto, digámoslo de una buena vez:

La escuela me tiene podrido.

Estoy cansado y se ve que muy enfermo de la cabeza porque, sin embargo, no ceso en el intento de repetir hasta el cansancio mío, y especialmente de los demás, que el mejor lugar donde los chicos y los adolescentes pueden estar es la escuela y que la escuela es un juego apasionante de jugar. Y como todo juego tiene sus normas exclusivas. Por eso hay que jugarlo para ir aprendiendo por aproximaciones sucesivas todas las reglas de ese juego que son, después, las de la sociedad.

“Cuando mejor conozco las reglas, más disfruto del juego” me insistió Celso Antunes, viejo maestro brasilero, en su última visita a Buenos Aires. Seguramente se refería al ajedrez o al ejercicio de la abogacía…

Porque las reglas de la escuela fueron variando. Las reglas del barrio fueron variando. Las reglas de los delincuentes fueron variando. Las reglas del mercado fueron variando. Hasta las reglas de la ética parece que hubiesen ido variando. En fin: aún no es un caos, pero cuesta muchísimo moverse en este tablero y entender cómo fueron variando las normas.

Me tiene podrido la escuela cuando los padres me miran con cara de extrañados en el momento que les relato las historias de sus hijos que agreden, insultan, inventan, se lucen, hacen travesuras en el transcurso de su vida escolar. Es como si les estuviésemos hablando del vecino. Con cara de poker nos miran en silencio y se miran entre ellos…

Me tiene podrido la escuela con su repetición, insistencia, doble discurso, la ignorancia del docente y del padre que cree que todo lo sabe y la soberbia del sabelotodo que vive enseñándonos mientras nosotros hacemos el esfuerzo sobrehumano de ir aprendiendo, equivocándonos y corrigiendo.

Estoy podrido de descubrir que quienes más insisten en que los chicos lean son los que no gastan más en libros que en choripanes o cremas antiage. Estoy cansado de las autoridades escolares, las estatales, las jurisdiccionales, las dueñas de las escuelas privadas, comerciantes, iglesias e instituciones educativas con megaproyectos académicos a los que es imposible que accedan los hijos de uno salvo que se tenga la vida asegurada, el BMW y el Mercedes en la cochera de la casa del country. (La vida, no la felicidad).

Estoy podrido del aprendizaje que hay que hacer en la universidad estatal de cómo proceder en el circuito de trámites laberíntico, casi inaccesible y del tiempo que le lleva al estado el simple acto de entregar un título con el consiguiente perjuicio para el profesional recién egresado. No aplican el mismo criterio para recibir a los recién ingresados ya que si no tienen el título completo de nivel medio, no los matriculan y los profesores del secundario se la pasan tomando exámenes en fechas y fechas, armando y desarmando mesas a las que los alumnos que tienen pendientes materias de 5to/6to año no van y no avisan y los alumnos que están cursando pierden horas porque sus profesores están examinando a los que ya se fueron.

Y me tiene podrido también la eterna y estéril discusión entre la escuela privada y la escuela estatal. Yo formé parte de la defensa a ultranza de la escuela pública (llámese escuelas de la provincia de Buenos Aires en zonas bastante desfavorables, para nosotros que vivíamos en Caballito) y llevábamos adelante muchos proyectos. Hacíamos de albañiles, de médicos, de cocineros, de curas, de cartoneros y de amigos… pero además, haciendo uso reglamentario del Estatuto del Docente aprovechábamos todos los recovecos legítimos y legales para ausentarnos con comodidad. Hasta algunos aspectos de mi propia historia me tienen podrido.

Me dan vergüenza ajena los especialistas serios, que hablan en difícil, nunca se ríen y que llaman a los alumnos: “los pibes”. Me consta que muchos de ellos hace años o nunca tuvieron vínculo directo con la escuela, los docentes, las familias… Los hemos visto en altos cargos en la función pública.

Como contrapartida, me tienen podrido los delegados gremiales que hablan en popular comiéndose las eses a propósito y atacando siempre y religiosamente a toda escuela que no sea pública (de gestión privada). Muchos de ellos, la mayoría envían a sus hijos en privado a esas mismas escuelas que denuestan en público. Y lo digo con conocimiento de causa por haber hecho lo inverso: trabajando en escuelas privadas y enviando a cinco de mis seis hijos a la escuela pública siempre.

Me tiene podrido el eufemismo escuela de gestión estatal y de gestión privada, aduciendo que las dos son públicas. ¿A quién quieren engañar?

Me tienen podrido los fotógrafos escolares, la patota de los transportistas, las librerías instaladas en los alrededores de las escuelas y las de las cooperadoras instaladas como en el comedor de sus casas, los artistas mediocres que se dedican a vender sus productos decadentes, en obritas de teatro, conciertitos breves, con caras de desgano, para que nadie mueva un dedo dentro de la escuela y todo venga servido. Y fundamentalmente me tienen podrido las editoriales que nos quieren hacer creer que los materiales bibliográficos se desactualizan cada dos meses… salvo honrosas excepciones.

Y me tienen podrido los cambios de autoridades, de planes, de libros y de la suave pendiente en la que necesitamos caer los docentes recorriendo los senderos de la esperanza a partir de nuevas curriculas, nuevos métodos, nuevas estrategias, nuevos contenidos, nuevas propuestas.

La escuela me tiene podrido porque la obligan a ser la panacea para todo problema y la solución para todas las crisis. Educar a los chicos y enseñarles a sumar, hacer terapia a los padres, escuchar a los inspectores recitar sus libritos o reiterar sus dramas, construir el futuro, asegurar el porvenir, recibir a las abuelas quejándose de la locura de sus hijas y a los ex maridos merodeando en la vereda, estacionar los carritos de los bebés que viven en las guarderías (llamadas con el eufemismo de ¡Maternales!).

Sin embargo me enorgullece ser tan indispensable por todo esto aunque, no puedo evitar que también me dé un poco de asquito sentirme tan soberbio.

Me tiene podrido el discurso de la escuela vocacional, el sacerdocio de la docencia, la entrega total al niño y al aula… Imaginen si nosotros evaluáramos y valoráramos en el médico que nos va a extirpar el tumor sólo el hecho de que tenga una gran vocación, nos trate con cariño, nos acaricie y nos mande a la tumba porque no sabe operar más que de apéndice.

Por todo esto, no crean en el discurso de la calle, del sentido común, de los medios, de los delegados gremiales, de los padres… la escuela no hace bien: la escuela hace daño. Coarta, reprime, doblega, calla, obliga, desprestigia, neurotiza, enferma, obstaculiza, hace esfumar los sueños, mata la creatividad y la curiosidad… de todos: alumnos, docentes y familias. En fin. Por eso la escuela me tiene podrido, a mí, a los chicos, a los docentes, a los padres, a las autoridades, a los dueños… con vocación o sin ella, exitosa económicamente o pública y asistencial… la escuela nos tiene podridos. A los maestros nos tienen podridos los chicos y los padres, los chicos están podridos de los maestros; y a los padres, los directores y los maestros y las suegras, y a las abuelas los tienen podridos las cosas que hoy hace la escuela y que no lo hacían con sus hijas, es decir las madres de los chicos de hoy que están podridas de la escuela. Las porteras están podridas de los directores y de las profesoras de plástica que le dejan todo sucio. Y los profesores están podridos de estar yirando y yirando de escuela en escuela y cada vez que se aprenden un grupo de apellidos, cambian, se les terminó la suplencia, o el año se esfumó.

Y lo que más me tiene podrido es que yo sigo trabajando en la escuela y creyendo que todavía es el mejor lugar para los chicos.

La escuela es un infierno que podemos transformar en paraíso con sólo descubrir nuestras miserias escondidas y un paraíso deviniendo en infierno, si las ocultamos.

«La convivencia en la escuela sin lograr verdaderos vínculos genera insatisfacción, frustración, que los sujetos expresan con agresión».

Lucía A. Suárez. Representaciones docentes y autoridad. Decisiones políticas y cambio. www.hermes.ifdcsanluis.edu.ar

 

 

“Realidad es solo aquello que es observado”

 

 

El cuento sufí que sigue se encuentra en una ponencia de Beatriz Elena García sobre la teoría de la educación de Niklas Luhmann también ubicable en la web (ya no hay secretos, créame).

“Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:-¿Cómo es que nunca se enferma? Eso nos daría ocasión de tener un poco de descanso. Nos liberaríamos de esta prisión que es la escuela para nosotros. Uno de los alumnos propuso:

–Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: “¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara está muy pálida! ¡Sin duda tiene fiebre!” Seguro que estas palabras tendrán su efecto, aunque de momento no quedará convencido. Pero cuando entre en la clase, diréis todos juntos: “¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?” Cuando un tercero, luego un cuarto, después un quinto le haya repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda de que quedará convencido.

A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:

–¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio! Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, uno tras otro, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.

Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda se apodera de él.

El maestro decidió meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer, porque se decía: ¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa por mí. Acaso espera casarse con otro...

Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:

¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?

El maestro replicó:

–¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero a ti te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí.

La mujer le dijo:

–¡Oh, dueño mío! Son imaginaciones. ¡No estás enfermo!

–¡Oh, mujer!, se enfureció el maestro, si estás ciega, no es culpa mía. Estoy enfermo y el dolor me tortura.

Una vez en la cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido esta astuta idea dijo a los demás:

–Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos.

Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:

–Me dais dolor de cabeza. Os autorizo volver a vuestras casas.

Cuando las madres vieron que los niños jugaban en la calle a la hora de la escuela, los reprendieron severamente. Pero los niños respondieron:

–No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo.

Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:

–¡No sabíamos que estuviese enfermo!

El maestro replicó:

–Yo tampoco. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!”

Agrega la ponente: “Cada uno de nosotros capta la realidad a partir de un conjunto de afirmaciones implícitas que configuran nuestra mentalidad, ideología y sensibilidad. Estas ideas pueden sintetizarse en la creencia segura y estable de la existencia de principios externos que crean y gobiernan la realidad en su conjunto: fundamentación externa como criterio de pensamiento y sensibilidad. Esta creencia es muy sólida y está muy arraigada, es inconsciente e invisible a la experiencia y al conocimiento”.

El presidente George W. Bush se sumó esta semana a un creciente debate en EE.UU. al apoyar la enseñanza escolar de una visión sobre el origen de la vida que se basa en creencias religiosas y cuestiona la teoría de la evolución de Charles Darwin.

El presidente venezolano Hugo Chávez amenazó ayer con cerrar o nacionalizar cualquier escuela privada que se niegue a enseñar los lineamientos de su gobierno socialista.

 

 

Esto no se hace en la escuela

 

 

Como dice Ernesto Sábato: el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria.

Esta podría ser una de las claves para repensar la escuela, porque la escuela no está pensada para disfrutar. Y cuando digo disfrutar no me refiero a no hacer nada, a rascarse y reírse… no, me refiero al disfrute que por ejemplo experimentan los chicos que entrenan y practican deportes: se cansan, se les exige y sin embargo, disfrutan. Digo, decimos, dicen que el esfuerzo, el sacrificio, adquiere sentido. Están motivados. Nosotros, los adultos, ¿estamos apasionados por aprender, por ejemplo? Los padres están motivados para enviar a sus hijos a la escuela. ¿Los entusiasman? Es decir: ¿hay motivos para que le encontremos significado a la escuela y a sus acciones?

Me recuerda el comentario que Daniel Pennac hace sobre la lectura y que puede aplicarse en este caso a la escuela que nos tiene podridos: “Un niño no siente gran curiosidad en perfeccionar un instrumento con el cual se lo atormentará”.

¿Qué sentido ofrece hoy la escuela a chicos, padres, docentes, autoridades, dueños…?

Y la otra pregunta es: ¿Por qué se reducen prácticamente al mínimo las dificultades cuando la escuela se convierte en el lugar de disfrute? Claro que, casi diría, también desaparece su razón de ser.

Me tienen podridos los dueños de escuelas que sólo hacen marketing para facturar, aumentar cuotas, permitir pertenecer, y sin embargo… todos los que forman parte de esas comunidades están podridos de la escuela y hacen lo que quieren. He escuchado, me han dicho, se los han dicho: yo pago y por lo tanto exijo, ensucio, rompo, falto el respeto… Y en la “escuela carenciada” también pasa lo mismo, exijo, ensucio, rompo, falto el respeto, total es de todos…

Existe un argumento que es el de que si pago, tengo derecho a exigir y destruir porque lo que pago es mío y si no pago, el derecho que tengo es a exigir y a destruir porque lo gratuito es de todos.

Es verdad que hay espacios al que tienen acceso sólo los que pagan y esa es la prerrogativa de pertenecer (exigir que se haga lo que se pide y que no ingresen los que no pueden pagar), sin embargo, la lógica de ese pensamiento reside en que tiene derecho a exigir sólo el que paga. ¿Y quienes van a la escuela gratuita y estatal, que pagamos entre todos, no tienen derecho a quejarse? Tierra de nadie, territorio desierto, el mercado convence y vence. ¿Quien no tiene dinero no tiene derechos es la regla?

Me tienen podrido esos padres temerosos que les dan a sus hijos indicaciones de las que se retractan al momento. Me tienen podrido esos niños que aprendieron de esos padres a levantar la voz con un llanto fingido, sin lágrimas, para salirse siempre con la suya.

Me tienen podrido los psicólogos que nos quieren convencer de que les hacemos daño, los frustramos a los niños cuando les decimos que no. Y también me tienen podrido los pediatras que se creen que se las saben todas y mantienen una batalla destructiva con los psicólogos de los nenes y las nenas diciéndoles a los padres ignorantes y temerosos que el psicólogo (y la maestra) no sabe nada mientras su secretaria les confecciona la factura de los honorarios.

Me tienen podrido los padres que dicen que no creen en la psicología. Generalmente varones. Estupiditos machistas… Pobres, es como no creer en el podólogo o en el médico veterinario. Típicos lectores del horóscopo.

Me tienen podrido, las personas que tratan con chicos y sostienen posiciones fundamentalistas como: ésta es mi manera de pensar y no pienso modificarla. Así veo yo las cosas y no creo que sean de otra manera. Tus argumentos no me van a ser útiles para cambiar de manera de pensar… o esas otras que, con la aparición de cada argumento, se convierten en otras personas, se tiñen, están a la moda, disimulan y uno nunca se entera de quiénes son, qué piensan, y nos tratan de convencer de que son las mejores del mundo…

Y están esas otras maestras a las que les da lástima retar a los chicos, pobrecitos, cuando cometen alguna falta… Imagínese si fuera un cirujano que no lo opera de apendicitis porque le da lástima cortarlo y coserlo.

Me tienen podrido los padres que hacen “su vida” en un lugar público: supermercado, shopping, autobús, mientras sus hijos hacen lo que se les canta, molestan a otros chicos, gritan, les gritan a ellos, los llaman por su nombre en lugar de decirles papá o mamá, y ellos no les responden, siguen conversando con otras madres que actúan igual que ellos y hablan y comentan acerca de las cosas que los maestros hacen mal en la escuela, entre otras. Mencionan a la maestra de 5to que es una maleducada porque no saluda y entonces no la saludan y dicen que es poco cariñosa porque es muy exigente. Y la maestra de quinto tiene podrida a la directora contándole de las mamás que permanentemente la critican y no la saludan cuando ella llega y, por supuesto, no tiene por qué saludar porque ella es la maestra de sus hijos y merece un poco de respeto y esas madres están ahí en la puerta y no tienen nada qué hacer mientras ella va de una escuela a otra… “Por qué no se dedicarán, dice, a sus hijos, que bastante abandonados los tienen, ya lo comentábamos el otro día en la reunión con los demás maestros…”.

Me tiene podrido pensar que mis hijos puedan estar en boca de todos los maestros sin antes haberme convocado a mí como padre y pedirme e insistirme y exigirme que haga algo por ellos. Aunque me tiene podrido la escuela que me cita, y me cita y me vuelve a citar por la conducta de mi hijo… porque no hacen algo ellos, no se ponen de acuerdo entre ellos y piensan juntos qué se puede hacer con mi hijo dentro de la escuela. Para eso tienen toda la tarde juntos…

Me tienen podrido los chicos que abusan físicamente de sus compañeros, que se ensañan con el más débil, y las chicas que abusan verbalmente de sus amigas, que se hacen amigas de alguna cuando están a solas, y cuando vienen las demás, las desprecian, las menosprecian, las dejan de lado y las hacen sentir abandonadas… esas y esos pequeños inocentes que les dicen a los chicos y a las chicas nuevas que nunca los van a aceptar, que ni siquiera lo intenten, y esos nuevos sufren y a veces ni siquiera lo cuentan en la casa, y hacen de todo para ser aceptados y si no lo logran, se marginan. Eso que ocurre muy a menudo, lo ven en la tele, lo copian de las familias, lo implantan como reacción al abandono. Lo terrible es que la escuela no se dé cuenta, no le preste atención. Es un síntoma que no puede pasar desapercibido. Hay que intervenir.

Y me tiene podrido la escuela cuando no interviene en estas situaciones, que los padres no hagan nada y todos digan que son cosas de chicos y esas cosas de chicos se convierten en cosas de grandes. (Desde ya que me tienen podrido todos los adultos que dicen que estos chicos terminaran siendo unos delincuentes: son chicos, van a la escuela para aprender, y los adultos que convivimos con ellos estamos para ayudarles a que aprendan. Para eso es la escuela).

Una madre vino un día, muy angustiada, a pedirme que su hijo no durmiera en la misma habitación de “la resaca”. Nos íbamos unos días de viaje con un grupo de alumnos. Llamaba así, “resaca”, a aquellos que no fueron elegidos por sus compañeros… entre los que se encontraba su hijo… que tenía en ese viaje, como todos los demás, la oportunidad de acercarse a los otros, actuar de distinta manera de la que actuaron con él y así crecer sabiendo que hay gente que no es buena, que disfruta haciendo sufrir a los otros, pero que cuando esa gente son chicos de su misma edad están en posición privilegiada para aprender, juntos. Para eso existe la escuela, para aprender a convivir, a reconocer los aciertos y los errores propios y de los demás, para poder corregir y modificar actitudes y conductas. Me acuerdo claramente de aquel hombre mayor que le responde a un adolescente que lo había insultado, diciéndole: No hay viejos boludos, hay jóvenes boludos que se vuelven viejos. Y en esta construcción, nuestra responsabilidad, la de los adultos digo, es mayúscula. Oiga, ¡eh! No saquemos las manos del plato. Es nuestra responsabilidad intervenir para resolver todas estas situaciones y si no lo hacemos, es por cómodos ignorantes y no porque no podamos. Sino porque no queremos. Lo que no queremos es intervenir y quedar desubicados si nos equivocamos. Pero ¡qué importa! Por lo menos los alumnos nos ven comprometidos con la situación y no ajenos a todo como comentaristas de programas de TV o kiosquero de la esquina.

Por esto también me tiene podrido la escuela cuando los maestros no quieren, de ninguna manera, bajo ninguna forma, la presencia de los padres adentro. Debemos confiar en los maestros y en los padres. Cada uno agrega información para poder educar al niño. Hace unos años, una maestra le escribió una nota de llamada de atención por indisciplina reiterada a un alumno de primer grado. La madre le respondió que su hijo no hacía nunca ese tipo de cosas. La directora le pregunta a la maestra qué opinaba de la respuesta de la madre. Responde: no le creo. Pareciera haber allí un circuito complejo de vínculo que circula de la siguiente manera: el niño tiene una actitud irrespetuosa. La maestra lo sanciona. La madre lo cubre y le miente a la maestra. La maestra no le cree a la madre. La madre queda convencida de que nadie se da cuenta de las motivaciones de su hijo para el mal comportamiento. Se produce un abismo en las relaciones vinculares.

En definitiva, la escuela informa a las familias la performance de sus hijos en un ambiente que no es la casa. Y es necesario que como padres sepamos que es posible que muchas veces los chicos actúen en los distintos ámbitos de diferentes maneras y entonces, se permitan expresar síntomas de acuerdo con el entorno donde pueden canalizarlos. No siempre es incorrecto que un niño se porte mal en la casa o en la escuela. En todo caso, es incómodo para los adultos y para sus pares, pero siempre es interesante hacerse las preguntas que pocas veces los adultos que interactuamos con niños nos hacemos (padres y docentes) por qué este niño actúa de esta forma y no de otra, en lugar del enunciado: este niño tiene que actuar de la misma forma que los demás. Es verdad que el chico obediente y sumiso es más cómodo para la gestión escolar y familiar, pero puede resultar muy incómodo para los adultos y para los mismos niños, obligarlos, presionar para que sus conductas sean sólo prácticas y descansadas para todos los adultos de su entorno. Por eso, a esas muchas familias que vienen a decir a la escuela que ya no saben qué hacer con su hijo, debiéramos ayudarles a entender que en realidad esos hijos son los que están expresando con sus síntomas que no saben qué hacer con sus familias o con la escuela. En definitiva las respuestas de las personas siempre son las adecuadas en relación con la realidad que los circunda y siempre son las más económicas, es decir las que requieren el menor esfuerzo y el mayor provecho para sí mismos. De manera que siempre es tentador, fácil y más rápido actuar con los niños cortando de raíz las cosas que ponerse a pensar cuáles son las condiciones más adecuadas para que aprovechen cada conflicto y crezcan mejor. Obviamente, estoy convencido de que se puede llegar como adultos a esta instancia en las escuelas. En las casas, es la meta ideal después de haber resuelto las necesidades básicas de cama caliente, comida y amor.

A veces lo pienso como un estado ideal: la escuela como un lugar donde chicos y familias entren y salgan respetando las estructuras pensadas de común acuerdo. Donde padres e hijos avancen en los aprendizajes junto a la figura mediadora del docente que es quien está preparado para decirle a cada uno dónde se encuentran las dificultades y orientarlos para que busquen juntos las respuestas. La escuela como un espacio abierto, donde no exista más autoridad que la que otorga la formación, el conocimiento, la eficiencia, la eficacia y la experiencia puesta en común en la colaboración para la resolución de los problemas de los chicos y de sus familias; y fundamentalmente un trato respetuoso con cada uno. Un lugar y un tiempo donde podamos ser confidentes de las cosas que les pasan a nuestros hijos y a nuestros alumnos. Donde crean en la palabra de uno como padre o ayuden a que uno se encuentre como madre. A confiar en la mirada de los maestros y los profesores.