La firma de Dios - Willy M. Olsen - E-Book

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Willy M. Olsen

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Beschreibung

Este libro es resultado de una investigación inédita que presenta conclusiones que, como poco, invitarán a una profunda reflexión. No se trata de un ensayo sobre religión, si bien será necesario referirse a algunos aspectos postulados por algunas religiones. El nombre de Dios es una matriz de números que configuran realidades tan diversas como el ADN, los pilares de las matemáticas y antiguos sistemas de creencias que siguen vigentes hoy en día. No hace falta ser una persona versada en matemáticas para seguir estos desarrollos. El hecho de verificar la firma de un Creador tiene importantes consecuencias para dar un sentido a nuestra existencia. El nombre de Dios, además resulta ser también una poderosa fórmula para transformar nuestra realidad. Su correcta invocación permite que nuestros deseos se cumplan.

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LA FIRMA DE DIOS

La prueba de que

existe un Creador

Willy M. Olsen

Categoría: Espiritualidad | Colección: Grandes revelaciones

Título original: La firma de Dios, la prueba de que existe un Creador

Primera edición: Marzo 2020

© 2020 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

www.firmadedios.info

Autor: Willy M. Olsen

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Sergio Santos Palmero

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón y Lucía Alfonsín Otero

ISBN: 978-84-18263-13-2

Impreso en España

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970 / 932720445).

Prólogo

¡La firma de Dios!

¡Ni más ni menos!

Suena osado, pero este libro es resultado de una investigación inédita que presenta conclusiones que, como poco, invitarán a una profunda reflexión.

¡No! No se trata de un ensayo sobre religión, si bien será necesario referirse a algunos aspectos postulados por algunas religiones ya que, al fin y al cabo, Dios es su principal protagonista y la religión la disciplina que más ha tratado este tema.

El nombre de Dios es una matriz de números que configuran realidades tan diversas como el ADN, los pilares de las matemáticas y antiguos sistemas de creencias que siguen vigentes hoy en día. La propia matriz también nos invita a identificar que se trata del nombre de Dios, y por lo tanto la firma del Creador. Este libro abordará estos aspectos en detalle. Sin embargo no hace falta ser una persona versada en matemáticas para seguir estos desarrollos.

El hecho de verificar la firma de un Creador tiene importantes consecuencias para dar un sentido a nuestra existencia. No voy a entrar en el extenso discurso de posibilidades filosóficas, éticas y espirituales que este hecho entraña. Que cada uno siga el camino que le encaje. Sin embargo, hay un aspecto que sí abordaré.

El nombre de Dios, además de una matriz numérica que configura la Creación, resulta ser también una poderosa fórmula para transformar nuestra realidad. Su correcta invocación permite que nuestros deseos se cumplan. Así que he creído importante explicar también los detalles de esta formulación.

Dedicado al Creador con todo mi agradecimiento

Si hay algo que diferencia nuestra época actual de otros periodos de nuestra Historia es la abundancia de información. Nunca antes ha habido tantos recursos informativos a nuestra disposición: libros, internet, foros, TV... Irónicamente tampoco antes hemos padecido de tanta incertidumbre.

El exceso de información nos empacha pero no nutre las certezas, los pilares de nuestras creencias. Hoy en día hay muchas personas que no tienen claro en lo que creen, simplemente se dejan llevar por esta ola de sobre-estimulación en la que surfea nuestra cultura. Y entonces, cuando llegan esos inevitables momentos en los que la vida nos abofetea, surgen las depresiones y las crisis existenciales.

Uno de los conceptos que ha quedado atrapado en esta red de información ha sido el de un Creador, y lo llamo Creador porque Dios es una palabra tamizada de excesivas connotaciones religiosas y este libro no lo es. Sin embargo la gran pregunta sigue vigente: ¿De dónde hemos venido?, ¿por qué estamos aquí?

La idea de un Creador ha quedado circunscrita a uno de los muchos datos atrapados en esta gigantesca red de información, cuando es precisamente esta idea la que constituye el mismísimo océano en el que se hayan inmersos los demás conceptos.

El Creador es la piedra angular desde la que se edifica la realidad y la clave para dar un sentido a nuestra existencia. Sin embargo, Dios ha tenido la costumbre de transitar discretamente tras las bambalinas, interactuando con los personajes del escenario con la discreción de un apuntador, invisible a los espectadores, quienes, atrapados por la narrativa, intuyen con inseguridad que quizá pudiera haber un guión dirigiendo sus vaivenes emocionales. Sin embargo, el artífice de esta obra nunca se presenta en el escenario, salvo quizá al final cuando tocan los aplausos.

He tenido la fortuna de fijarme en el cartel de esta maravillosa obra de teatro y ahí, entre sus créditos, se encuentra la firma del director. Hay que fijarse, no dejarse deslumbrar por los protagonistas de la película, ni dejarse atrapar por su suculenta narrativa, ni rebuscar entre la continua retahíla de títulos de crédito que contribuyen a su producción. Ahí, en un lugar tan discreto como protagonista, se encuentra la firma del autor de esta obra de arte que conforma nuestra existencia. Así que…

Gracias Creador por haberme permitido transformar en certeza lo que habitualmente se sostiene por la etérea solidez de la fe.

Gracias Creador por haberme inspirado para desarrollar esta investigación y compartir este conocimiento.

Gracias Dios por haber dotado de sentido a tu Creación, y firmar tu obra con bella elegancia.

¡Gracias, gracias, gracias!

Sobre el Autor

No me considero ningún iluminado, ni ningún gurú.

Lo que presento en este libro es resultado de una investigación, de muchos años de pesquisas analizando hechos, estudiando Historia y considerando paradigmas fuera de las rígidas estructuras de lo excesivamente religioso y lo excesivamente cientificista.

Académicamente tengo un doctorado en Comunicación y dos carreras, conozco el rigor que conlleva una buena investigación y la importancia de referenciar adecuadamente las conclusiones, pero también he constatado en demasiadas ocasiones que las tesis son tremendamente aburridas y poco divulgativas. Mi objetivo con este libro no es llevar a cabo un trabajo de erudición, sino explicar de forma amena y asequible, en definitiva: ¡comunicar!

La comunicación es el camino para compartir el conocimiento. Es bien distinta a informar. Informar es ametrallar con datos a una audiencia. La comunicación trata de asegurar que el receptor entiende el mensaje además de recibirlo, y eso requiere mucho más trabajo. Este libro es mi intento de comunicar y compartir con usted un descubrimiento que merece la pena.

El nombre de Dios es una matriz de números: la firma del Creador. El origen de esta matriz y los múltiples enfoques que desarrolla son el objetivo de estas páginas. Yo no me dediqué a encajar números al azar para ver si cuadraban más o menos con una justificación suficiente para escribir un libro así. Esta matriz siempre ha estado ahí, inherente a los números, y siempre lo estará. Yo he tenido la suerte de verla, de intuir que había algo especial tras esa peculiar configuración de cifras, de ir encajando piezas y más piezas hasta constatar que se trataba de la mismísima firma del Creador.

No me considero un escritor de carrera, pero en un cierto punto de mi vida tomé la decisión de que debía compartir muchas de las cosas que había descubierto y por este motivo me lancé a la trabajosa tarea de escribir una novela titulada Los Versos de Pandora, un análisis de todo el conocimiento humano disfrazado de extensa novela histórica y de aventuras. Los Versos de Pandora plantea un viaje de iniciación que culmina en el nombre de Dios. Sin embargo me percaté de que en este mundo, en el que el recurso más escaso es el tiempo, hacía falta otro formato de divulgación más conciso que sintetizara los fascinantes intríngulis de la matriz. Este libro es el resultado.

A título personal me considero una persona afortunada y con éxito, entendiendo el éxito no como la fama, sino como poder contribuir a la felicidad de quienes me rodean y recibir su cariño y compañía. Y afortunada porque he aprendido a vivir con lo que necesito, y a necesitar lo suficiente como para vivir cómodamente, escapando de la incesante trampa del cada vez más, mejor y más nuevo.

Y desde luego la matriz que presento en este libro no es mía. Es la firma de Dios. Yo simplemente actúo como su divulgador. Se la voy a presentar y cuando usted la conozca ya decidirá qué hacer con ello.

Willy M. Olsen

1. Veo, veo… ¿Qué ves?

Tiempos de mucha ciencia

Vivimos en la época de la ciencia. El paradigma científico impregna nuestras creencias y nuestro modo de vida. Culturalmente sentimos que dominamos nuestro entorno y que las respuestas a cualquier pregunta ya no dependen de la metafísica, sino que es cuestión de tiempo que los avances científicos y tecnológicos nos ofrezcan una solución a casi cualquier problema. ¡Craso error!

Nuestra cultura científica quedó anclada en el siglo XIX, en una física newtoniana y mecánica que es absolutamente correcta y además fácil de entender, al menos conceptualmente, en la que las cosas que suben bajan, la materia es sólida, líquida o gaseosa, se toca y se puede trastear con ella. Sin embargo, desde hace más de un siglo, la física newtoniana descubrió que no avanzaba sobre tierra firme sino que patinaba sobre una capa de hielo en la que se ha pegado unos buenos resbalones. ¡Sí! Lo has adivinado. ¡La física cuántica!

Hoy la palabra «cuántica» está de moda, a pesar de que mentes brillantes arremetieron contra ella por considerarla una aberración anti-conceptual. «Dios no juega a los dados» afirmaba incómodo el mismísimo Albert Einstein cuando le preguntaban por el principio de incertidumbre. Pero no, este libro no es un tratado de física cuántica. Por ahí no van los tiros para desvelar la firma de Dios, aunque sus bases forman parte del camino.

El gran problema de la física cuántica es que se escapa de los patrones conceptuales que estructuran nuestro cerebro y con los que la mente interpreta la realidad. Se entiende bien que un electrón orbite dando vueltas alrededor de un núcleo atómico, pero no se visualiza tan bien cuando se explica que en realidad el electrón no orbita, sino que «está» presente en toda la órbita al mismo tiempo y que solo cuando le sacamos una foto se detiene en un punto, como posando para saludar al observador. Los electrones cambian de órbita cuando reciben o pierden energía. ¿Cambian? Realmente dejan de estar en una órbita y aparecen en la siguiente como por arte de magia. ¿Y dónde se meten durante el tránsito de una órbita a otra? Si usted consigue que un electrón le cuente su secreto podrá recibir un premio Nobel.

“Nuestra percepción de la realidad está anclada culturalmente en la ciencia newtoniana del S. XIX”.

La física cuántica desafía nuestra noción de realidad porque juega con reglas que se burlan de nuestra escala de lo conocido. Entonces… ¿cómo sabemos que es cierta? Los primeros que llegaron a vislumbrar algo a través de esa niebla de incertidumbre fueron unos pocos matemáticos. Les habrían tachado de locos si no hubiera sido porque las consecuencias de sus postulados se podían aplicar. Muy pocos entendían sus teorías pero sus afirmaciones revolucionaron la tecnología que nos rodea: la bomba atómica, el microondas, los ordenadores y las telecomunicaciones avanzadas son algunos ejemplos de la aplicación de la física cuántica. Así que mucho ojito con lo que nos parece científico o no.

Hace algunos años, algunos científicos comenzaron a darse cuenta de que los Upanishads –los textos místicos de la India antigua– utilizaban metáforas que encajaban bastante bien en la descripción y comprensión de aspectos de la física cuántica. La religión hindú expone un panteón de dioses con tantos personajes y enrevesadas aventuras que dejan a cualquier culebrón latinoamericano a la altura de un cuento infantil. Lo digo con todos los respetos. Por el contrario, los Upanishads compilan la esencia de toda su sabiduría metafísica, que forma el sustrato común de su amplia variedad de cultos. Cuando sus primeras traducciones llegaron a Occidente en el siglo XVIII, filósofos del calado de Schopenhauer afirmaron que aquellos versos conformaban lo más sublime del conocimiento humano. Todas las corrientes de mística y sanación cuántica, tan populares hoy, se justifican con estos paralelismos.

Volvamos a ese selecto club de matemáticos que comenzaron a desarmar la bonita maquinaria que nos hizo creer a los seres humanos que estábamos por encima de todo. El descubrimiento de América nos alentó a desafiar a Dios, ya que LaBiblia no mencionaba ninguna pista sobre el nuevo continente. ¿Acaso el ser supremo no sabía de su existencia? ¿Por qué no lo dijo entonces? El mundo dejó de ser del Creador y pasó a ser nuestro para explorarlo y poseerlo. La física de Newton nos llevó a creer que el Universo funcionaba como un gigantesco reloj, cuyas piezas acabaríamos dominando con tiempo suficiente. La evolución de Darwin puso la ley del más fuerte a la cabeza de la moral. La revolución industrial empujó el poder de los cetros de los reyes y los obispos a manos de la economía. Las guerras por el reparto del mundo se apoderaron del siglo XIX y XX bajo estas nuevas premisas. Y, para colmo, unos pocos físicos y matemáticos demostraron que con unos pocos kilos de material radiactivo podían desintegrar una ciudad de la faz de la Tierra. La bomba atómica dejó al mundo atónito, depositando de un golpe la responsabilidad de nuestra propia supervivencia en nuestras manos. Dios se había quedado fuera del juego; había perdido su papel protagonista en la ordenación del planeta y en la preservación del ser humano.

Habíamos dejado de ser aquellos niños temerosos del gran padre omnipotente del lejano pasado y nos convertimos en alocados adolescentes, peleándonos por el protagonismo, hasta que constatamos que la muerte ejercía su función de forma tan inexorable como siempre. Nuestro mundo había cambiado demasiado rápido. La nueva física solo se comunicaba con unos pocos escogidos. Todos los demás dejamos de entender las nuevas fuerzas que regían el Universo, así que nos anclamos culturalmente en la física clásica, que era más fácil. Esa ciencia funciona, es afín a nuestra medida de la realidad y nos mantiene libres del yugo moral del Creador de antaño.

Sabemos que existe otra ciencia más compleja, que no se comprende bien y ¡desde hace más de un siglo! ¿Y qué? Al fin y al cabo la ciencia es ciencia. Es lo mismo, ¿no? Lo cierto es que no pero no nos lo planteamos, simplemente nos dejamos seducir por las comodidades que se derivan de su tecnología, poniendo de paso nuestros destinos en manos de quienes nos hacen creer que saben lo que hacen.

El problema de la nueva ciencia es que se expresa solo con números y ecuaciones. ¿Y eso quién lo entiende? Pues claro está, un matemático, y no todos, porque no se trata de ser bueno calculando sino de enterarse de cómo las ecuaciones describen la realidad, realizar predicciones basadas en dichas interpretaciones y diseñar experimentos que las confirmen. Y aquí reside el quid de la cuestión.

La mecánica cuántica y la astrofísica brujulean entre conceptos frecuentemente más afines a la ciencia-ficción y a la metafísica que a los paradigmas del método científico clásico. Ese al que estamos tan acostumbrados y que pinta nuestra realidad de aparente solidez.