La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente - Germán Silva Cuadra - E-Book

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente E-Book

Germán Silva Cuadra

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Beschreibung

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente mezcla hechos reales y ficticios –incorporando diálogos, personajes y situaciones de una parte crucial de la historia política de Chile– con ironía, humor y de una manera amena. El relato transcurre desde los meses previos al estallido social del 18 de octubre, la pandemia, el plebiscito del 25 de octubre hasta las elecciones del 2021. Por sus páginas circulan distintos personajes de la actualidad política, la farándula y, por supuesto, Andrónico Luksic. ¿La realidad de Chile nos permite vaticinar quiénes serán los principales actores políticos de nuestro país? ¿Podría ser Andrónico el próximo presidente? Todo puede suceder en esta novela de política ficción.

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La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidenteAutor: Germán Silva Cuadra. Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: febrero de 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2020-A-253. ISBN: Nº 978-956-338-511-3 eISBN: Nº 978-956-338-512-0

Gracias por tu paciencia, apoyo y amor en esta aventura

Una historia que no es historia

Este libro es una novela de ficción-realidad, es decir, mezcla hechos reales con diálogos y situaciones que no necesariamente ocurrieron. Aunque no son descartables del todo. La mayoría de los personajes los conoces, pese a que ellos a veces conviven con otros que invité a ser protagonistas de una parte muy crucial de la historia de nuestro país.

Debo confesar que este libro tuve que rehacerlo por completo. Lo tenía listo a mediados de octubre de 2019, y bueno, ya saben todo lo que vino después. Así, sin darme cuenta, terminó siendo un relato que va describiendo prácticamente todo el segundo gobierno de Sebastián Piñera, por tanto, el ambiente previo al 18/O, luego el estallido social, la pandemia y el plebiscito que permitirá cambiar la Constitución firmada en su momento por Augusto Pinochet. Sin duda, el oficio de columnista para varios medios, especialmente en El Mostrador, en que llevo cinco años escribiendo ininterrumpidamente y me siento de la casa –también en Chile Today News y Política Comunicada–, y de panelista en algunos programas de radio, como Twitter Café, Hoy en la Radio y Hoy en la Casa, me permitieron seguir la agitada agenda de los años 2019 y 2020, que de seguro marcarán la historia política de Chile.

Por supuesto, esta no es una novela predictiva. La parte más difícil fue ficcionar el 2021, es decir, hablar del futuro que ocurrirá en los próximos trece meses. Pero me basé en los cambios que hemos visto en estos dos años, en el poder que tomó la gente, en la crisis política del gobierno, la irrelevancia de la oposición y en los ¡catorce! precandidatos que suenan hasta hoy, pese a que el presidente(a) que asuma en 2022, deberá enfrentar uno de los gobiernos más difíciles que alguien podría tener, producto de las demandas sociales insatisfechas, los efectos económicos de la pandemia y, por supuesto, la discusión constitucional.

No tengo idea de quién será el próximo(a) presidente(a) de Chile, ni siquiera quiénes serán los candidatos(as) que estarán en la papeleta y menos si los partidos –oficialistas y de oposición– lograrán ponerse de acuerdo para ir en listas comunes, pese a que sospecho que no lo harán. Tampoco sé cuánto nos puede afectar una segunda ola de coronavirus y si el calendario electoral se desarrollará de acuerdo con lo programado. Pero me animé a imaginarlo y opté por alterar la historia con un personaje que nunca ha dicho si le interesaría ser candidato, pero que siempre he pensado que está haciendo, desde hace un tiempo, movimientos que parecerían apuntar hacia allá. Espero no se ofenda porque lo haya proclamado presidente de Chile.

Tampoco esta es la historia de Andrónico, ni siquiera es el protagonista. Este es un relato que va tocando tangencialmente la crisis de la política chilena, agudizada por el caso de las platas ilegales de campaña y que concluyó una etapa el 25 de octubre de 2020. En momentos en que una candidata sube en las encuestas por presentar un proyecto populista y casi vuela por la sala de la Cámara, otro se instala en la pole position gracias a que en su canal de Facebook afirma que él “pronosticó” el 18/O u otros creen que participando en los matinales van a conseguir el apoyo ciudadano que necesitan, aunque jamás hayan presentado ni una sola idea para mejorar el país.

Debo reconocer que incorporé, como actor secundario, a un personaje histórico del mundo del espectáculo, y no porque yo crea deberíamos tener un presidente humorista, sino porque cuando las crisis políticas son profundas en un país, puede ocurrir cualquier cosa. Y ejemplos en el mundo hay muchos.

Germán Silva Cuadra @gsilvacuadraSantiago, diciembre, 2020.

PRIMERA PARTE La gestación

Capítulo 1 Felicitaciones, señor presidente

19 de diciembre, 2021

Avanzó rápido por el pasillo del piso 14 del hotel Hyatt, ubicado en uno de los sectores más exclusivos de la ciudad. Venía con la respiración agitada y su cara de ansiedad era evidente. Traspasó la última barrera antes de llegar a la suite presidencial, y aunque no fue necesario mostrar la credencial que colgaba de su cuello, les sonrió con cierta complicidad a los tres guardias privados y al carabinero vestido de civil que habían acompañado al candidato durante los últimos meses. Golpeó fuerte la puerta, introdujo la tarjeta y entró antes de esperar una respuesta desde el interior.

–Parece que estamos listos, me acaban de mandar los resultados a boca de urna –dijo con una voz algo temblorosa y sin mediar pregunta del candidato que lo observaba con un cierto aire de sorpresa, pese a que en el fondo tenía la convicción de que el resultado estaría de su lado.

Andrés, su jefe de campaña y asesor de confianza, era un hombre racional, inteligente, rápido para hacer deducciones con poca información y de escasas palabras. Lo que le faltaba de lenguaje verbal lo suplía con análisis sorprendentes consultando fuentes abiertas, medios y redes sociales. Solo eso le bastaba para diseñar escenarios con todo tipo de caminos a seguir. Su agudeza era muy valorada por el candidato, quien confiaba a ciegas en él.

–La proyección es muy clara –continuó de inmediato, con un aire más sereno y una leve sonrisa–, señor presidente.

Las otras tres personas que estaban en la habitación, incluidos sus hijos Davor, mano derecha en los negocios en Croacia, y Max, se acercaron al futuro mandatario para abrazarlo; sin embargo, él hizo un gesto que se interpretó como de prudencia, miró fijamente a su hombre de confianza y agregó:

–¿Tan seguro estás...? No sé, yo prefiero tener los resultados del primer recuento y para eso queda más de una hora –dijo con mucha calma mientras prendía la TV y ponía la transmisión del canal del que era dueño.

–Con un 60 % de las mesas, créeme que es irremontable –concluyó con un tono muy seguro–. Me voy a poner a rematar tu discurso, ya lo tengo armado. –Solo alcanzó a levantarle su dedo pulgar derecho como señal de triunfo, antes de abandonar la suite, sin embargo, con una actitud más bien cariñosa le dijo–: Tienes una hora para estar listo, deberíamos dar un punto de prensa en cuanto salga el primer cómputo y proclamarte como nuevo presidente de Chile.

Andrónico se quedó mirando fijamente por el gran ventanal del living de la habitación de 180 metros cuadrados, apenas unos pocos autos corrían a esa hora por avenida Kennedy, el sol seguía siendo intenso esa tarde de domingo. Los primeros que se le vinieron a la mente fueron su padre y su hermano. Eran sus referentes, y los extrañó más que nunca, habría dado lo que fuera por compartir ese momento con ellos. Los sentimientos se volvieron contradictorios, recordó las muchas veces que había conversado con su papá en los atardeceres rojos de la terraza majestuosa del hotel Laguna Azul –en Croacia– acerca del futuro de Chile, de las formas que había para potenciarlo. También recordó aquel día que debieron partir fuera del país luego de que algunas personas, ligadas a la elite aristocrática de los setenta, vincularan a su padre con la Unidad Popular.

La verdad es que cuando empezó esta aventura jamás se le pasó por la cabeza que podía llegar a ese momento, pese a que con el pasar de las semanas comenzó a sentir una cada vez más certera corazonada que le indicaba que estaba rompiendo con muchos paradigmas políticos y que las cosas tomaban un giro insospechado. Pero ahora esto sería en serio. Un breve, pero fuerte temblor interno lo sacudió de pies a cabeza. Tenía plena conciencia también del problema en que se estaba metiendo al hacerse cargo de un país sumido en demandas sociales a partir del estallido del 18/O de 2019, efectos económicos de la pandemia y la crisis política que vivía La Moneda.

A las 20.55 horas, solo cinco minutos antes que el subsecretario del Interior, Francisco Galli, iniciara la lectura del segundo cómputo, el presidente electo recibió una llamada que le confirmó que el resultado ya era definitivo. Era de su principal contrincante, quien reconocía la derrota y le deseaba suerte para el importante desafió que tendría por delante. Por supuesto, la cortesía de Lavín, le hizo decir a este que se ponía a su disposición para lo que el país demandara; sin embargo, y fuera de protocolo, lanzó al final una irónica frase que desconcertó al futuro mandatario:

–Ya sabes, dejarás de ser el millonario que la gente ama y pasarás a ser el presidente, y la diferencia es grande, te deseo suerte, la vas a necesitar, ya sabes el país que te hereda Piñera. –La inoportuna y provocativa sentencia del exalcalde era además innecesaria, el nuevo presidente estaba seguro de que así sería, no necesitaba que se lo recordaran.

Andrés leía lenta y pausadamente el texto de dos carillas que le había preparado. Repasaba cada frase, hacía cambios de tono, impostaba la voz, era como si él fuera a estar delante de las cámaras. En cambio, y aunque estaban frente a frente, la atención del futuro gobernante parecía estar en las dos corbatas que tenía colgando de su mano izquierda y que le mostraba infructuosamente a su asesor con la esperanza de que le ayudara a tomar una decisión. El asesor continuó inalteradamente su lectura hasta llegar a la última palabra.

–Recuerda al final –dijo muy serio– hacer una breve pausa y rematar con “Soy un humano como todos ustedes, pero poderoso…” –lo que desató la risa del presidente electo.

La salida de Andrés logró romper la tensión y retrató el sentido de humor negro con que en los momentos difíciles lograba sacarlo de sus estados de enojo. La polémica frase, expresada algunos años antes por el empresario en el lanzamiento de su canal de YouTube, había servido de base para elaborar el eslogan de campaña con que se convirtió en un inesperado fenómeno político. En una lluvia de ideas de un pequeño grupo de trabajo un sábado de verano, Andrés había dado con el tono que tendría la campaña: “¿Y por qué no reírse de esa imagen del poderoso, del rico que muchos tienen de ti?, baja del pedestal burlándote de ti mismo, qué tal: Soy un chileno como todos ustedes”. Aunque uno de sus hijos reaccionó de inmediato rechazando la propuesta, el empresario andinista se levantó de su asiento y dijo sonriendo: “¡Genial!, te la compro”. Fue suficiente, de ahí en adelante comenzaron a bosquejar la campaña que luego tomaría la agencia publicitaria boutique que convirtió a WOM en una marca novedosa, rupturista, irreverente, atractiva para los jóvenes, y que logró destronar a las dos empresas de telefonía móvil que dominaban el mercado, sin ni siquiera contar con la tecnología necesaria para ser líder.

Por supuesto que Andrónico era un hombre poderoso. Los Luksic eran dueños de una de las principales fortunas familiares en el mundo, estimada en 13.700 millones de USD en 2017, posicionados en Antofagasta como los croatas que transformaron la ciudad. Actores principales de todas las áreas relevantes de Chile, no solo de la economía, sino de los íconos de la sociedad: minas de cobre (“el sueldo de Chile”), Canal 13 –la tradicional exestación de la Universidad Católica–, el Banco Chile (“El Banco de Chile”, asociado a la simbólica Teletón), y viñas, entre muchas inversiones. Era raro que existiera una industria o negocio en el país en que no estuvieran presentes.

Y así como en Chile lograron construir un imperio, en Croacia eran reconocidos y admirados por el aporte hecho al país. El grupo invirtió pese a la guerra y las divisiones territoriales, son dueños de varias cadenas de hoteles lujosos e islas. De hecho, la presidenta de ese país estudió en la prestigiosa Universidad de Harvard gracias a la beca que la familia entrega en Chile y Croacia.

Era obvio entonces que Andrónico y su familia eran poderosos, pero no solo por su fortuna, sino por su influencia y rol en la sociedad chilena. Fueron de a poco rompiendo con el estereotipo del rico chileno. Más liberales, más modernos, incluso más generosos. Alejados de esa aristocracia de comienzos del siglo pasado, que basaba su poder en sus apellidos, en las tradiciones del campo, en el trato de patrón y capataz. Esas familias alejadas de la realidad del país, resistentes a los cambios de la sociedad, católicos de misa diaria y parte de la derecha tradicional. Esa era la imagen de los ricos hasta la irrupción de esta familia de migrantes, con un padre que exploraba el desierto buscando vetas de mineral y que comenzó su fortuna con un golpe de suerte. Andrónico padre negociaba la venta de una mina poco rentable y casi abandonada en medio del desierto de Atacama con un grupo chino, buscaba al menos recuperar algo de la inversión hecha. A la hora de ponerle precio, el patriarca les dijo 500 mil pesos, los orientales entendieron 500.000… dólares. Un empujoncito bien recibido, como los pollitos del Fra Fra.

Pero Andrónico no sería el primer presidente rico en Chile. Su antecesor, Sebastián Piñera, había logrado dar un golpe en el inconsciente colectivo de los chilenos: representar el anhelo, las aspiraciones que veían en su figura el ejemplo perfecto del éxito, del sueño de mejorar su posición social, conseguir un mejor empleo, pero, finalmente, convertirse en una persona rica. El relato de su campaña era simple, pero contundente. La historia de un hombre de clase media que logra llegar a tener una fortuna gracias a su esfuerzo individual. Piñera se convirtió en una aspiración, especialmente para los sectores medios, los que fueron privilegiados en la comunicación de la campaña presidencial.

Sin embargo, ya al comienzo de su mandato las cosas cambiaron. La gente que se había ilusionado con él se desencantó rápido. En menos de un año, el eslogan Tiempos mejores, se convirtió en una carga, llegando incluso a compararse con La alegría ya viene, esa arenga con que el equipo creativo del NO había enfrentado a Pinochet en el plebiscito de 1988. Y, por supuesto, lo que vino después, primero el estallido del 18/O y luego la pandemia, terminó por derrumbar no solo el sueño de pasar a la historia como “el mejor presidente de Chile”, sino, por el contrario, la crisis social se convirtió en un tragedia personal y familiar que ni en la peor de sus pesadillas imaginó Piñera. Para su desgracia, el mandatario se transformó en una suerte de ícono de todos los males de la sociedad, pero particularmente de la desigualdad, los abusos y privilegios de unos pocos en desmedro de la mayoría.

Andrónico se había dado cuenta de algo que nunca entendió el mandatario saliente. Que los chilenos valoraban a los ricos cuando eran generosos, aunque fuera en las formas. Y a pesar de que al empresario le causaba algo de pudor, comenzó a observar con mucha atención los pasos que daba Farkas. Aunque a él jamás se le pasaría por la cabeza lanzar billetes al aire, sí encontraba interesante sus apariciones personales para entregar una donación.

Sebastián Piñera se había vuelto a presentar de candidato con una aspiración simple: ganarse el cariño de la gente. Si había algo que lo irritaba era que Michelle Bachelet fuera querida pese al juicio crítico que él tenía de la gestión de la primera mandataria mujer de la historia de Chile. Pero no lo logró. Sus electores lo siguieron percibiendo de la misma forma que en su primer mandato, o sea, como un hombre frío y calculador, pero especialmente poco generoso. Eso creaba una barrera difícil de sortear. Pese a que sus asesores le habían insistido en que debía dar golpes mediáticos que proyectaran la imagen de un rico desprendido, el mandatario nunca tomó en cuenta esos consejos. De hecho, en una reunión en que alguien se arriesgó a sugerirle la audaz propuesta de donar su sueldo completo a una institución de beneficencia y dejar su salario en $1, tal como lo hizo Trump en su momento, el presidente se había molestado de tal forma que nadie más intentó seguir con esos argumentos. Por el contrario, el jefe de Estado había incorporado al gobierno a varios familiares, incluido el fallido intento de nombrar embajador a uno de sus hermanos. Los focus groups que realizaba el equipo del segundo piso mostraban la molestia de la gente que había votado por él con la esperanza de terminar con ciertas malas prácticas de los gobiernos de la ex Concertación y de la Nueva Mayoría. Eso en el preámbulo de la gran crisis. Lo que vino después fue tan inesperado y radical, que proyectó no solo a un político desconcertado y sin talento para gestionar una crisis, sino además a un mal administrador, incapaz de hacer una buena lectura del país y del movimiento que se inició con un grupo de estudiantes que evadían el pago del Metro en protesta por un alza de treinta pesos. Fue el inicio del fin, de una crisis que luego remataría con una pandemia única en la historia.

Andrónico, en cambio, un par de años antes había elaborado una estrategia, teniendo muy claro que su objetivo estaba puesto en la elección de 2021, con la que logró posicionarse como un millonario generoso, pero que, sobre todo, le permitió sortear –no sin dificultades– la crisis política de 2019. Misión cumplida, el contraste con Piñera era evidente. Y aunque igual terminó reproduciendo algunas conductas de Farkas, como las invitaciones a los asados colectivos, completadas y donaciones a personas con problemas de salud, como el caso del bombero Edgardo Pardo, un voluntario de 38 años de la Quinta Compañía de Rescate de Osorno, que luego de un accidente vascular había adquirido un extraño acento, su hijo se animó a subir un video en Twitter para explicar su enfermedad, etiquetando al empresario. La respuesta de Andrónico fue casi instantánea: “Matías, cuente con mi apoyo en el tratamiento, estoy seguro de que saldrán adelante. Un abrazo y mucha fuerza a su papá”.

Pero también el presidente electo había sorprendido organizando “piscoleos” y “tecitos” con sus seguidores, defendiendo al animador Francisco Saavedra de los ataques de José Antonio Kast, o apoyando al equipo de fútbol de un ídolo como Aturo Vidal. En poco tiempo había logrado que la gente rompiera esa barrera psicológica que distancia al hombre o mujer común del hombre poderoso y rico, con una fortuna estimada en 19.000 millones de dólares y número 688 del exclusivo ranking Forbes.

Andrónico Luksic tenía conciencia de que asumiría el más difícil de los desafíos de su vida, ni siquiera comparable con llegar a la cima del Everest. Sabía que el país que recibía estaba convulsionado, que la gente había adquirido un poder inédito en la historia, arrastrando a la clase política a reformar la Constitución y a permitir retirar parte de sus ahorros previsionales. Sabía que el parlamento ahora actuaba como si el régimen político fuera semipresidencial, que Chile Vamos se había quebrado igual que antes la ex Nueva Mayoría. Sabía también que la oposición era débil, que el Estado no tendría recursos para seguir apoyando a la gente golpeada por la pandemia de manera crónica, y que la economía se demoraría un par de años para recuperarse.

Pero pese a todo estaba entusiasmado. Y aunque no estaba seguro del momento exacto en que el contexto político le había abierto la ventana justa y precisa para irrumpir en la carrera presidencial, sí tenía conciencia de que la estrategia había sido correcta.

Capítulo 2 El asesor

A las 9.00 en punto de una soleada mañana de sábado llegaron a la casa ubicada en el sector de Los Dominicos. Un mayordomo vestido formalmente, y que proyectaba estar algo intranquilo, los recibió de manera amable, los hizo pasar rápidamente a un amplio living. Aunque la curiosidad de saber cómo vivía uno de los hombres más ricos de Chile hubiera supuesto una exhaustiva observación de la decoración interna, la mirada de ambos se fijó, inevitablemente, en la piscina que se podía ver desde todos los ángulos de los ventanales.

–El ramo de rosas que flota en el agua me lo lanzó mi exseñora por la pared. Vive en la casa de al lado –dijo con un fuerte vozarrón Andrónico Luksic mientras entraba a la sala–. No hay caso con las mujeres –agregó, mientras esbozaba una tenue sonrisa, aunque no lucía muy bien de aspecto.

Prosiguió hablando de pie mientras tomaba una taza de café que estaba en la mesa de centro y recién saludó a sus dos invitados que lo observaban algo incómodos por la forma en que había entrado en escena.

–Les ruego me perdonen, pero mi papá no está nada de bien, tuvo ayer un accidente vascular, debo partir a Croacia en un par de horas… por cierto les pido, por favor, no comentar esto, no queremos que sea público.

–No te preocupes, espero que se recupere pronto –respondió el asesor del presidente peruano.

–Les agradezco mucho que hayan venido hasta acá. Como te comenté por teléfono, estamos muy complicados con el caso de la planta. Estamos pensando dar por cerrado el capítulo y asumir las pérdidas –señaló en un tono más serio el hijo mayor del empresario–. A estas alturas el costo económico es secundario, nuestra reputación es lo único que nos importa cuidar –concluyó mientras se paseaba nervioso por el living.

–Para el presidente Toledo esto es complicado, Andrónico. Ya sabes que él fue uno de los que encabezó la caída de Fujimori, pero especialmente el vínculo que ustedes tuvieron con Montesinos lo deja en una posición incómoda –dijo el consejero del mandatario peruano.

–Lo entiendo, nosotros la cagamos. Solo queremos salir lo mejor posible… –dijo el empresario con una voz más baja.

–Bueno, déjame ver cómo podemos ayudarlos, pero no te puedo prometer nada.

Y aunque la reunión fue corta, ambos salieron con la convicción de que el empresario ya había dado por cerrado el caso y no le importaban las pérdidas económicas que significaría dar por terminado el proyecto ubicado en Pantanos de Villa en el distrito de Barranco, Lima. Luksic era un hombre que entendía que en los negocios a veces se ganaba –la mayoría de las veces para él–, pero que también había que saber perder y retirarse a tiempo. En 2018 perdió más de 100 millones de dólares al comprar el 3 % del Banco Popular de España y claramente no significó una tragedia para una de las familias más ricas de Chile

–Bueno, te paso su tarjeta con su número personal, cualquier cosa te va a llamar a ti, yo parto mañana temprano.

La historia no terminó bien para el empresario. La fábrica ubicada en Pantanos de Villa en las cercanías de Chorrillos, en Lima, significó un duro revés, tanto en imagen como económico. El proyecto no solo no se pudo materializar, sino que además tuvo que cargar con el peso del episodio en que el gerente de la época le entregó 213.000 dólares en efectivo a Vladimiro Montesinos, para la campaña que buscaba la tercera reelección de Alberto Fujimori. El siniestro conductor de la inteligencia de Fujimori, que resultó ser un extorsionador y promotor de la corrupción del mandatario aún prisionero, grababa todos sus encuentros, incluido este, los que fueron conocidos como los “vladivideos”. La estrategia de la empresa chilena consideró la no presentación de sus ejecutivos a ninguna instancia judicial, por lo que fueron declarados en rebeldía. Sin embargo, Andrónico Luksic buscó agotar todas las instancias internacionales como el CIADI y la Comisión Internacional de Derechos Humanos para ser indemnizados por las pérdidas, aunque no tuvo éxito.

La idea acordada entre los asesores del presidente Toledo, la embajada chilena y la oficina del empresario fue intentar una negociación que permitiera una salida más o menos honorable para la empresa chilena, pese al costo que ya había tenido la exposición del video comprometedor. Para ello, Luksic viajaría en uno de sus jets, el avión se posaría en un hangar alejado del terminal principal del aeropuerto Jorge Chávez. Un auto de la embajada chilena estaría esperando en las cercanías y saldría, sin que sus pasajeros fueran registrados, directo a un punto en que se encontrarían con el presidente peruano. Como el enviado del presidente había regresado a Lima, le pidió al asesor de comunicaciones chileno presente en la reunión de la casa de Los Dominicos, que concurriera al banco donde el empresario pasaba gran parte del tiempo, para entregarle detalles de la operación.

La oficina era amplia, elegante y de estilo muy tradicional. Abundaban los sillones de felpa y cuero, las mesitas en caoba de patas delgadas y los cuadros ambientados en el siglo pasado. Era fácil transportarse en el tiempo. El contraste con la modernidad que intentan proyectar los bancos en la actualidad era evidente. Se sentía el peso de la historia y la tradición en ese lugar.

De pronto, entró raudo el empresario. Vestía un pantalón café claro, zapatos puntudos y una camisa con el logo del banco. La verdad es que llamaba la atención el detalle, no calzaba con la imagen del presidente de una de las instituciones más tradicionales de Chile.

–Siéntate por favor, y gracias por venir acá, han sido días de loco, llegué recién ayer a Chile –dijo mientras entraba a paso raudo a la gran oficina.

–¿Cómo está tu papá?, acá no ha salido ninguna noticia de su estado –le respondió el consultor.

–Mejor gracias, fue un infarto importante, pero por suerte está controlado, gracias también por la discreción –dijo sin disimular la incomodidad del tema.

Luego se sentaron en el living y el asesor le explicó los detalles elaborados por el primer secretario de la embajada. El empresario anotó sin hacer preguntas, y aunque era de esas personas que jamás proyectan estar nerviosos, se le notaba en el rostro la inquietud de estar preparando un plan que podía significar no solo el riesgo de ser detenido en el país vecino, sino que podría convertirse en un escándalo internacional entre dos países que, aunque habían logrado un importante acercamiento gracias a la relación entre Ricardo Lagos y Alejandro Toledo, arrastraban un conflicto histórico, a lo que se sumaba el rechazo de la opinión pública peruana por el caso del video grabado por Montesinos a los ejecutivos chilenos.

Al finalizar el encuentro, que no duró más de media hora, ambos se despidieron con un cierto aire de complicidad.

–Cuídate –le dijo el asesor.

–Gracias, cualquier cosa te llamaré, Andrés –respondió Luksic.

Y aunque el asesor de comunicaciones había participado del episodio solo por casualidad, nunca supo la forma en que se realizó la operación, ni menos su resultado. Después del encuentro en el banco, no volvió a ver más al empresario. No recibió ni un llamado, ni una nota, pese a que guardó el tarjetón que le entregó la secretaria con todos sus números personales.

Varios años después, en un seminario en que se analizaban los cambios experimentados por el país en la última década, y en que ambos participaban como panelistas, el consultor se acercó a Andrónico y le susurró en voz baja: “¿Y cómo estuvo el viaje a Lima?”. El empresario se desconcertó y lo miró con cara de sorpresa y cierta molestia. Sin duda no lo había reconocido, pero luego de unos segundos cambió su disposición y le sonrió.

–¡Claro!, tú, no lo he olvidado –dijo manteniendo una posición corporal algo tiesa.

–Intenté una vez llamarte, pero no tuve éxito –respondió el asesor con cierta ironía.

–Toma mi tarjeta, esta vez te voy a responder, me gustó tu exposición, creo que tenemos varias cosas que hablar –le cerró el ojo y se despidió rápido mientras recibía el saludo de gente que le estrechaba la mano e intentaba sacarse una selfie con él–. Disculpa, tengo una memoria fatal para los nombres.

–Soy Andrés –respondió.

Una semana después volvían a reunirse en el mismo lugar del último encuentro. Aunque la oficina lucía igual como la recordaba, esta vez Andrónico vestía más formal, de traje azul con una corbata amarilla vistosa y con unos cuantos kilos más de los que recordaba de aquella tarde doce años atrás.

La conversación fue larga y distendida. Hablaron de las variables que permitían entender al Chile actual, de la fragmentación producida por el contraste entre Piñera y Bachelet, de la caída de la confianza en las instituciones, especialmente de la crisis de la Iglesia, Carabineros, el Ejército, el Parlamento y los partidos políticos. De la irrupción e impacto de las redes sociales y del futuro que se proyectaba para Chile. El empresario se veía no solo entusiasmado, sino que manejaba un buen nivel de información, y daba respuestas rápidas y agudas. Se atropellaba incluso con algunas ideas de cómo cambiar el país.

De pronto, se detuvo. Se paró y caminó en círculos por la gran sala. Se acercó a una antigua estantería y sacó una botella de whisky añejado. Tomó dos vasos cortos, les puso hielo y sirvió muy poco en ambos. Caminó hasta dónde estaba el asesor, le pasó el vaso y levantó el suyo como para hacer salud.

–Andrés, tengo en mente un proyecto en el que sé me puedes ayudar, salud por lo que viene –dijo Andrónico, sellando un pacto que sería secreto por mucho tiempo.

Capítulo 3 Cúcuta

Febrero de 2019

El presidente se encontraba caminando por un estrecho sendero, rodeado de grandes ramas que se cruzaban entre sí, y que conducía al lago, cuando se le cruzó un pensamiento que lo hizo detenerse mientras esbozaba una tenue sonrisa. Aunque su intención había sido salir a caminar solo, y se había tenido que resignar a la presencia cercana de uno de sus tres escoltas a corta distancia, en ese momento se sintió como si estuviera en medio del desierto sin nadie que pudiera acercársele y menos comprenderlo. Esa sensación, que había experimentado muchas veces cuando una idea se le aparecía como una especie de alumbramiento y que luego no lo abandonaba hasta concretarla.

Aún con la respiración agitada por el esfuerzo físico, sacó del bolsillo de su cortaviento deportivo –que parecía ser al menos una talla más grande de su tamaño– su teléfono, y marcó. Al no recibir respuesta inmediata insistió tres veces hasta que del otro lado le respondió su ministro del Interior.

–Perdón, presidente, que no le respondí... estaba durmiendo, ¿qué pasó? –dijo con voz de alarma.

–Deberías aprovechar el día, Andrés, las vacaciones también sirven para recargarse de energía –respondió con calma, lo que tranquilizó al ministro.

–Voy a aceptar la invitación de Duque y lo acompañaré el 23 en la entrega de ayuda para Venezuela, me lo recomendó Ampuero, ¿qué opinas tú? –preguntó recobrando el entusiasmo. Su primo guardó unos segundos de silencio, dejando entrever que la idea no le gustaba.

–Presidente, usted vuelve el día anterior de sus vacaciones, no creo que esta sea la actividad para reiniciar sus tareas, además, puede ser muy mal leído que no vaya a Aysén antes –respondió, pese a tener la certeza de que el mandatario ya tenía tomada la decisión.

Aunque el ministro se había autoimpuesto tratarlo siempre de manera protocolar, incluso en los espacios más íntimos y familiares, sin duda era su hombre de confianza. De hecho, los ministros cuando tenían un punto divergente con el mandatario, recurrían a él como última opción. Si Andrés no podía convencerlo de algo, nadie, ni siquiera Cecilia, su señora, lo haría cambiar de opinión, pese a que durante su primer período la primera dama –le cargaba que le dijeran así– había logrado parar sus ímpetus y hacerle ver los riesgos que corría cuando tenía estas visiones súbitas.

–Velo como una tremenda oportunidad, podemos encabezar un momento histórico –concluyó.

Pese a que el olfato político del ministro le indicaba que las probabilidades de éxito eran muy reducidas, le dijo con un aire parecido al de un padre cariñoso que se encargaría de hablar de inmediato con el canciller y distribuir tareas entre sus colaboradores.

–Gracias, pero ahora desconéctate, te queda una semana de vacaciones, Andrés –el comentario le robó una sonrisa al exsenador,

El avión se había posado dos minutos antes en la losa del aeropuerto de Iquique, en pleno desierto de Atacama. Además de la conmoción desatada en la terminal que combina un edificio de pasajeros y una de las bases de las Fuerza Aérea más importantes del país por su posición estratégica, el presidente se levantó molesto de su asiento y avanzó raudo hasta la cabina del Boeing 737–500 y comenzó a increpar con cierta vehemencia a los pilotos que lo observaban incómodos.

–No es posible, comandante, que este avión haya fallado nuevamente, dígame cuánto tiempo necesita para reparar el desperfecto –dijo el mandatario sin disimular su molestia. Intuía que el retraso sería más largo de lo que su paciencia podría tolerar.

–Presidente –respondió el comandante con voz entrecortada–, necesitamos un repuesto que puede demorar al menos dos horas solo en llegar desde Santiago. Por eso sugiero que continúe el viaje en el G-IV, tenemos todo coordinado con mi general y el señor ministro, que ya está en conocimiento.

Quince minutos después, el presidente subía raudamente las escalinatas del Gulfstream G-IV, una aeronave utilizada generalmente para trayectos dentro del país, pero que representaba la única alternativa para cumplir con parte de la agenda que tenía programada en la frontera entre Colombia y Venezuela.

Mientras observaba por la ventana cómo el avión se adentraba en el mar, y el aeropuerto se veía cada vez más chico, dos minutos después de elevarse, el mandatario pensó que lo ocurrido era una mala señal. El canciller, que había llamado a su par colombiano cuando tuvo claridad del itinerario final, trató de darle tranquilidad manifestando que el atraso ocasionado por la falla del avión presidencial no les alteraría mucho la agenda pactada en los días previos.

–El presidente Duque ya está en conocimiento, el doctor Aliaga me indicó que postergarán en una hora la recepción en el aeropuerto –le indicó en voz alta Ampuero desde el asiento de enfrente. Pero el jefe de Estado chileno no respondió, ni siquiera le devolvió la mirada. El canciller giró hacia la ventana y prefirió pensar que no lo había escuchado.

El aterrizaje del G-IV fue más brusco de lo esperado, producto de una turbulencia que se presentó casi al final, pero el presidente parecía estar contento. Se peinó por enésima vez y repasó unos apuntes que había realizado durante el vuelo. Unos minutos después bajaba los ocho escalones de la puerta que se transformaba en escalera, y avanzaba rápido a estrechar la mano del presidente colombiano que lo esperaba vestido con una guayabera blanca, pese a que el mandatario chileno estaba con una chaqueta azul, a pesar del intenso calor reinante.

A las 19.15 horas y luego de revisar las cajas marcadas con una bandera chilena –avaluadas en cien millones de pesos– y realizar un punto de prensa, el presidente se retiró a su hotel a descansar con parte de la pequeña comitiva que lo acompañaba, el resto se había tenido que quedar en Iquique. Su ánimo era muy bueno, atrás habían quedado los nervios que le ocasionó el episodio del desperfecto.

–¿Te parece, Roberto, que comamos en el hotel repasando el programa de mañana? –le indicó al canciller mientras su auto avanzaba a alta velocidad antecedido por cuatro motos policiales y tres jeeps que los escoltaban atrás. Lo cierto es que las autoridades colombianas habían tomado extremadas precauciones considerando la cercanía con la frontera, la presencia de varios mandatarios y los riesgos que existían al momento en que los camiones con ayuda humanitaria intentaran pasar el puente sobre el río Táchira.

En mitad de la cena, el jefe de Estado tomó su teléfono que sonaba insistentemente. Le hizo un gesto que el canciller no entendió, se levantó de la mesa y comenzó a pasearse por la habitación con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro.

–Ok, Andrés, gracias por la llamada, pero hazme un favor y deja esto en manos de la Magda, tú sigues de vacaciones y prefiero que te desconectes, te he dicho que te necesito repuesto en un par de semanas más –dijo el presidente y miró con un aire de complicidad a su ministro de Relaciones Exteriores–. Miguel Bosé se tiró con todo contra ella, jamás me lo hubiera imaginado, para que veas, Roberto, que hasta este tipo que la apoyó en su campaña... –pero no alcanzó a terminar la frase cuando lo interrumpió el canciller, quien dijo dudoso:

–Presidente, creo que eso es bueno para nosotros, aunque ella podría victimizarse y desviar la atención de la entrega de mañana.

El exsenador y mandatario desvió su mirada hacia el gran ventanal que tenía vista a gran parte de la ciudad, aunque le entusiasmaba la misión en que estaba, tenía dudas de la capacidad de conducción de su ministro. Ampuero entendió que lo había incomodado, aunque jamás pensó que su comentario habría de ser tan certero y premonitorio.

Capítulo 4 El mismo de siempre

Mayo 2019

La semana siguiente del controvertido viaje a Colombia las encuestas habían mostrado una fuerte baja en la popularidad y una evaluación bastante negativa del rol que el mandatario había tenido en la frontera. El objetivo de proyectar una imagen de liderazgo regional no funcionó como estaba diseñado. Los presidentes de Argentina y Brasil tomaron la precaución de enviar ayuda, pero se cuidaron de no estar presentes ese día en Cúcuta por el riesgo de que la operación fuera un fracaso. El presidente, en cambio, se había precipitado y el costo fue evidente. Fue un viaje para el olvido.

De ahí en adelante, el gobierno hizo un giro y tomó algo de distancia con el tema de Venezuela. Los focus groups semanales encargados por la Dirección de Comunicaciones de la Secretaría General de Gobierno eran categóricos: la gente de clase media y baja consideraba que la crisis del país que tenía dos presidentes –uno oficial y uno encargado– era lejana y distante, y consideraba que el Ejecutivo debía preocuparse más de las dificultades económicas y el desempleo que comenzaba a golpear con más fuerza a las personas. Además, aunque las personas valoraban que el presidente chileno tuviera un rol protagónico en el continente, no lo consideraban como algo muy importante en comparación con la preocupación que debía tener por los problemas internos.

Y aunque la apuesta del equipo asesor que trabajaba en el llamado segundo piso era que con este giro el presidente podría mover la aguja y concentrarse en lo interno, la calma duró poco. En un giro inesperado, volvió a comportarse de manera muy similar a su primer período en que las críticas hacia la manera personalista con que se conducía, la escasa participación que le otorgaba a los partidos de su coalición –llamada Alianza por Chile– y sus permanentes salidas fuera de libreto, se habían convertido en tema obligado de oficialistas y opositores. Y aunque el mandatario llegó a considerar que las “Piñericosas”, ese invento del diario The Clinic, eran buenas para su imagen, lo cierto es que su propio equipo político pensaba que el costo en su imagen era muy importante. El semanario no solo dedicaba una sección permanente a sus errores, chambonadas, confusión de personajes y frases históricas fuera de lugar, sino que había editado un libro, el cual se había convertido en un éxito de venta.

El jefe de Estado había vuelto a ser el de siempre. Sus propios asesores argumentaban que simplemente era su naturaleza y que frente a eso no se podía hacer nada. Piñera solía escuchar a muy poca gente, sin embargo, eso no era garantía de que tomara sus consejos. De hecho, sus más cercanos muchas veces intentaban hablar con la primera dama esperando que pudiera influir en sus decisiones. Pero lo cierto es que el presidente volvió a hablar a diario de todo tipo de temas. Sin usar filtros, podía referirse a las grandes políticas de Estado, así como a un pequeño hecho ocurrido en un liceo emblemático, lo que dejaba completamente descolocados incluso a los ministros de esas áreas. Además, de a poco, le fue quitando protagonismo a sus colaboradores, lo que incluyó a su propio círculo de hierro. Empezó también a tomar decisiones sin consultar a los partidos de su coalición y le fue dando más visibilidad a su familia, partiendo por su señora.

Incluso, logró descolocar a los ministros de La Moneda cuando anunció en un programa de TV, en directo, que en los días siguientes invitaría a los presidentes de los partidos de oposición a discutir la Reforma Tributaria con el objetivo de buscar acuerdos antes de someter el proyecto a la aprobación de la idea de legislar. Los encuentros, por lo demás, no habían logrado su objetivo, pero sí lo habían dejado muy expuesto, además de quedar asociado al fracaso de las conversaciones. Para eso estaban los secretarios de Estado, precisamente para actuar de fusibles en esas situaciones.

De ahí en adelante, algunos dirigentes de la coalición gobernante empezaron a tomar cierta distancia de la marcha del gobierno. Además, esto coincidió con que la vocera del gobierno se enfermó, dejando un espacio para que el presidente se apropiara en plenitud de ese rol. Pero con el paso de las semanas las cosas se complicarían aún más. Los ministros se llamaban entre ellos, pedían, sin éxito, ser recibidos por el director de comunicaciones del gobierno o intentaban consultar a los asesores del segundo piso, pero la verdad es que nadie estaba para dar consejos.

Solo unos días antes de que el mandatario iniciara una gira a Asia, que incluía a China y Corea del Sur, el presidente del partido más grande de Chile Vamos convocó a su casa a dos ministros que militaban en la tienda de derecha. El encuentro fue organizado con mucho sigilo para evitar que se enterara la prensa. El diputado que dirigía la colectividad, en que antes militaba el presidente, sabía que esa reunión no sería bien vista por sus socios de coalición y que, por supuesto, podría generar molestia en La Moneda.

–Les agradezco mucho que vinieran, preferí que fuera en mi casa –dijo–. ¿Les parece una copa de vino?, me acaban de llegar los vinos del mes, tengo un blend muy bueno –concluyó mientras los invitaba a tomar asiento.

–Era mejor acá, Mario, yo prefiero un café, la verdad, hoy tengo que estar temprano en mi casa, tenemos un compromiso con la Pauli y si me atraso me mata –respondió algo incómodo uno de ellos, dejando claro que esperaba que la conversación fuera corta y precisa. Si bien el presidente del partido no les había adelantado el motivo de la invitación, ambos se habían comunicado por teléfono esa mañana y coincidieron en que debía estar relacionada con las conductas del presidente.

–Yo estoy bien así –dijo casi al mismo tiempo el otro ministro–, también tengo poco tiempo, hoy va a comer a mi casa mi hija mayor, viene llegando de Nueva York.

El diputado entendió claramente el mensaje. Los dos ministros de su partido habían tomado una posición defensiva e intuido el motivo de su convocatoria.

–Voy a ir directo al grano para no hacerles perder mucho tiempo –dijo con ironía el dueño de casa–. Estoy, estamos la verdad, preocupados por la forma en que el presidente se ha estado conduciendo. Tengo la impresión de que hemos vuelto al Piñera del primer mandato y eso puede ser bastante complicado para Chile Vamos, pero especialmente para nuestro partido. Quiero ser súper transparente, necesitamos que alguien pueda hablar con él y le haga ver estos riesgos, mal que mal, somos la base de este gobierno –concluyó secamente y se paró mirando de reojo a los dos secretarios de Estado.

–Mario, tú sabes que él escucha a muy poca gente, para eso está el equipo político, dudo de que si cualquiera de nosotros intenta plantearle el tema vaya a tomarlo bien. En todo caso, Cecilia es quien debería cumplir ese rol –dijo el ministro de Vivienda con un tono cortante.

–Pero, Cristián, el problema es que Cecilia hace rato que entró en una dinámica que parece estar reforzándole ese estilo –respondió el presidente del partido.

La reunión terminó con palabras de buena crianza –“déjanos ver qué hacemos”–, pero Desbordes entendió que la tarea sería difícil. Además, la reacción de los ministros le confirmó lo que él sospechaba desde hacía un tiempo: que el piñerismo tenía capturados a todos sus secretarios de Estado. Pero lo que más le preocupaba era que la ministra Pérez se hubiera desdibujado tanto en los últimos meses. Lo cierto es que se había convertido en una sombra comparada con el rol brillante con que había destacado en el primer mandato. Más irritable, con un lenguaje agresivo y una marcada agenda de defensa de la figura presidencial más que del gobierno, Cecilia Pérez había dejado de ser el puente entre La Moneda y Renovación Nacional. Por eso el diputado había intentado jugar la carta con los dos Monckeberg.

A los pocos minutos que los ministros habían abandonado su departamento, tomó su teléfono y marcó rápidamente un número mientras prendía el televisor de su escritorio y ponía CNN.

–¿Cómo te fue? –sonó al otro lado de la línea.

–No me fue. Estuvieron a la defensiva y sacaron la pelota al corner –respondió distraídamente el dueño de casa mientras hacía zapping por otros canales de noticias.

–Bueno, había que intentarlo igual, juntémonos mañana temprano, tengo un par de ideas para no aparecer desleales con el gobierno, pero cubriéndonos un poco más –señaló su interlocutor.

–Ok, Andrés, pero dame una pista al menos –dijo con curiosidad el diputado.

–Tenemos que apropiarnos del relato, la otra idea te la cuento personalmente –respondió el senador Andrés Allamand. Lo que no le contó es que desde ese momento iniciaba su plan para perfilarse, una vez más, como presidenciable por Renovación Nacional, pese a que el presidente apenas cumplía un año de su segundo mandato.

Por supuesto que nadie se atrevió a hablar con el mandatario. Sus intervenciones seguían siendo diarias lo que complementaba con el Twitter que manejaba él mismo, por tanto, no había posibilidad alguna de que ni sus asesores, ni menos los ministros, se alcanzaran a preparar en caso de que mencionaran sus áreas de competencia. Sin embargo, en la Cancillería sabían que la cuidadosa gira a Asia –que llevaban preparando sigilosamente durante varios meses– se podría convertir en una oportunidad para hacer un giro y que tanto el presidente como La Moneda pudieran capitalizarla a su favor.

Pero poco más de una semana antes de iniciar el largo viaje, había ocurrido un incidente que el propio ministro consideró un mal augurio. El secretario de Estado de EE.UU., un gigantón exdirector de la CIA, que tenía muy poco de diplomático pese al cargo que ocupaba, había sorprendido a todos al lanzar una advertencia que más bien pareció una amenaza. Sin ningún tipo de filtro y a la salida de una reunión con el presidente, señaló que si la delegación chilena visitaba la planta de Huawei, el gobierno norteamericano consideraría que Chile estaba usando sistemas no confiables y que en ese caso tomarían decisiones de dónde poner su información. La críptica frase se interpretó en La Moneda como la obligación de revisar el itinerario de la gira.

Y aunque el gobierno chileno intentó reforzar su independencia frente a EE.UU., la sensación que dejó en el ambiente político fue que la potencia norteamericana estaba volviendo a imponerse en la región. Ampuero entendió ese día que era necesario clarificar la postura de Chile, para evitar que los chinos malinterpretaran la señal dada por el representante de Washington, la que instalaba una duda respecto de cómo se movería la diplomacia chilena a pocos días de iniciar la gira y ya confirmado el itinerario varias semanas antes. Entonces decidió llamar directamente al presidente y recomendarle que el ministro del Interior hiciera un punto de prensa. Al presidente le hizo sentido el consejo y de inmediato llamó a su primo hermano.

La intervención del ministro de Interior, aunque fue bastante ambivalente, bajó un poco la tensión tanto en el frente interno como entre los dos protagonistas de la llamada guerra comercial y puso una nota de cierta ambivalencia que le servía para no quedar del todo mal con los dos protagonistas. Chadwick expresó que nuestro país no necesitaba “advertencias de nadie”, sin embargo, relativizó la visita a la empresa de tecnología reconociendo que se excluiría de la agenda, pero que en su reemplazo el presidente se reuniría con ejecutivos de la firma. Un corte salomónico que no logró atenuar la molestia del embajador chino en Santiago, quien incluso llegó a decir que Pompeo había “perdido la cabeza” y llegado muy lejos. La cancillería del país asiático fue aún más dura calificando a la autoridad norteamericana como cruel, instigadora, irresponsable e irracional.

Un par de horas después que Chadwick diera a conocer la declaración del gobierno chileno, Ampuero volvió a llamar al jefe de Estado. Se le notaba incómodo.

–Presidente, fue muy oportuna la intervención del ministro del Interior, hace unos minutos me llamó el embajador y me señaló que valoraban el gesto, pero me insistió en la invitación a Huawei, ya que estaba considerada en la agenda aprobada por las dos cancillerías.

–Vuelve a llamarlo personalmente e insístele que es mejor para todos que nos reunamos con sus ejecutivos, pero en el marco del encuentro en Shenzhen –respondió el presidente, que estaba sentado en su escritorio frente a dos grandes rumas de carpetas y papeles y observaba casi en forma simultánea las tres pantallas de PC que tenía repartidas a ambos costados.

–Muy bien lo haré ahora mismo… Tengo otro tema que me gustaría consultarle, presidente –dijo con un tono bajo.

–Dale, Roberto –volvió a responder un distraído mandatario al otro lado de la línea.

–Estaba revisando la lista de la delegación oficial y veo que sus hijos Cristóbal y Sebastián están incluidos, no tenía esa información... –nuevamente hizo una pausa–. ¿Es eso correcto?

–Sí, Roberto –respondió con un aire de molestia que el ministro interpretó como una crítica a su llamado–, la verdad es que yo no estaba seguro, pero Cecilia insistió y donde manda capitán no manda marinero. Le pregunté a Larroulet y me dijo que no le veía inconveniente, ¿estás de acuerdo? –señaló con ironía.

Ampuero entendió. Había nombrado al principal asesor del segundo piso, esa era una forma de decirle que ese criterio era suficiente y, por cierto, una manera directa de enrostrarle que eso no era de su competencia.

–Presidente, si me permite, le recomendaría evaluarlo, no porque no me parezca válido que vayan, por el contrario, lo encuentro muy legítimo, pero… –no alcanzó a terminar la frase cuando el presidente lo interrumpió.

–El tema está cerrado, gracias, ministro –concluyó con un tono seco.

El periodista de TVN se acercó a la jefa de prensa de la presidencia y le hizo una pregunta que la pilló por sorpresa.

–Ehh… no… vienen desde Santiago –respondió incómoda ante la consulta que su excompañero de curso de la universidad, mientras compartían un café en la parte posterior del avión.

–Curioso, Francisca, todos pensábamos que se habían subido acá en Madrid. Nadie los vio hasta este momento, ¿los tenían escondidos? –Y lanzó una sonrisa algo forzada.

La joven periodista quedó preocupada. Tuvo la sensación de que la pregunta no era trivial y pensó que tal vez debería haberle devuelto una respuesta más ambigua. Conocía bien a Rodrigo y sabía que era un profesional agudo y detallista. Aunque sintió un vacío en la parte alta del estómago, consideró que tenía que alertar a la jefa de gabinete de la presidencia.

Maida, como la conocían todos, llevaba varios años trabajando con el mandatario. La trabajadora social conocía al presidente desde pequeña y creció diciéndole “tío” desde que jugaba con sus hijos Sebastián y Cristóbal en las orillas del lago Caburga. Sus padres eran grandes amigos, lo que había significado, incluso, que el presidente lo nombrara embajador en su primer mandato. Magdalena tenía el mérito de, en poco tiempo, haberlo llegado a conocer, de tal forma que era de las pocas personas que se atrevía a cuestionarle sus bromas machistas o sugerirle posturas para evitar que se notaran sus múltiples tics. Además, su cercanía con el entorno familiar la ponía en una situación envidiable, incluso para sus ministros cercanos. Después de volver de voluntaria en Haití, se había integrado al gobierno como jefa de gabinete de la primera dama. Era una mujer ordenada, rápida y muy intuitiva.

–Magda, me acaban de preguntar si Cristóbal y Sebastián se subieron en Madrid, me sorprendieron y dije que había sido en Santiago. Andan detrás del tema. Tal vez también debas advertirle a Chadwick, tú sabes que en los reportes que le manda al presidente los lunes siempre pone esos semáforos y este puede ser amarillo.

La primera imagen que despacharon la mayoría de los medios de la llegada de la comitiva a Pekín, fue del presidente, la primera dama y sus dos hijos caminando distendidamente por la losa del aeropuerto con la postal del avión presidencial de fondo. El mayor de los Piñera Morel caminaba apoyado en un bastón americano, vestido de manera muy informal considerando que estaban arribando a una visita de estado. Los cuatro se veían relajados y sonrientes.

La polémica por la presencia de los dos hijos en las actividades oficiales fue escalando de a poco hasta convertirse no solo en tema de conversación obligado y portadas de noticias, sino también en trending topic en las redes sociales. Y aunque en la delegación chilena iban algunos parlamentarios opositores, no fue hasta que los hijos aparecieron sentados en una ronda de negocios con empresas de tecnología chinas que surgieron las primeras críticas desde el mundo político. En tono de broma, el primero en referirse fue el presidente del Senado. De vuelta, el presidente respondió con ironía que Sebastián y Cristóbal no podrían participar en otras actividades oficiales porque estaban “castigados gracias al senador Quintana”. La frase no solo causó algo de risa entre los integrantes del grupo, sino que logró encender el tema y extenderlo a todos los medios nacionales. Hasta ese momento, los periodistas que formaban parte de la comitiva habían despachado fotos y preguntado a sus editores si la presencia de los hijos del mandatario era normal en este tipo de situaciones, pero el tema no pasaba de ser una anécdota. Sin embargo, a partir de ese momento se tomó la agenda de la gira, desplazando a las reuniones de carácter político y comercial. Los medios empezaron a dedicar amplios espacios a las actividades en que ambos hijos participaban, además de investigar la empresa creada por uno de ellos un par de meses antes en el área de robótica. La preocupación se adueñó del equipo de prensa de La Moneda, pero el presidente más que escuchar los consejos de algunos de sus asesores, parecía ir aumentando su molestia frente a las críticas recibidas.

–Presidente, creo que sería conveniente que Cristóbal y Sebastián no participaran de las próximas actividades oficiales, eso solo daría pie para que sigan atacándolos –dijo con convicción el ministro del Interior que por esos días ocupaba el cargo de vicepresidente.

Pero el presidente no escuchó a su primo y consideró que se estaba sobredimensionando el episodio, y como desde China su percepción fue que estaba acotado a un par de medios considerados opositores, decidió no alterar los planes y esa misma noche incluyó a sus dos hijos en la recepción oficial que dio el líder Tan Xo Pen. Sin duda, este fue un punto de inflexión en la evaluación del mandatario. De manera sostenida comenzó a bajar en las encuestas a partir de la polémica del viaje. Lo que se puso en cuestionamiento fue la falta de cuidado y exceso de confianza del presidente en una característica que pareció no causarle daño durante su primer mandato: los conflictos de interés. Por alguna razón difícil de explicar, las personas hacían vista gorda a la hora de juzgar las formas en que Piñera había logrado amasar una de las principales fortunas del país, pese a, como él mismo afirmaba, provenir de la “clase media”, esa categoría amplia que lograba identificar, curiosamente, a ricos y pobres sin distinción. Pero, así como en un momento Michelle Bachelet había perdido toda su credibilidad gracias a su hijo y nuera o se pensaba que Enríquez Ominami era incombustible a sus conductas que rayaban en el límite de lo tolerable como líder político, esta vez parecía que los chilenos no estaban dispuestos a perdonarle los intentos por privilegiar a los integrantes de su familia. De hecho, el paso en falso que significó el nombramiento frustrado de su hermano en la embajada de Argentina había sido una alarma que el presidente no dimensionó en su momento.

A los quince meses de gobierno, Sebastián Piñera mostraba menos de 30 puntos de respaldo ciudadano, muy lejos del 54% obtenido en las elecciones de fines de 2017. El ánimo en La Moneda comenzó a decaer, no tanto por los malos resultados que mostraba el presidente, sino por un cierto nivel de deslealtad que se empezaba a evidenciar en los partidos del conglomerado que sustentaba al gobierno. Aunque el presidente afirmaba en público que las cosas andaban bien, en los pasillos y las reuniones políticas los dirigentes de Chile Vamos expresaban su molestia por los errores no forzados que Piñera proyectaba de manera cada vez más frecuente.

Al episodio de los hijos –que se prolongó más de la cuenta debido a que tanto el mandatario como algunos ministros salieron a justificar el error en varias ocasiones– se sumaron las dificultades económicas debido a un escenario mundial inestable producto de la guerra comercial entre China y Estados Unidos. De a poco, se fueron bajando las expectativas de crecimiento y el gobierno terminó prisionero de su propia promesa –tiempos mejores– y de las críticas que habían hecho durante la campaña al gobierno anterior en el sentido de que los problemas externos no justificaban las bajas cifras internas. Con el mismo efecto de un búmeran, Hacienda terminó desplegando un relato casi idéntico al de las autoridades económicas antecesoras.