La invitación del italiano - Cathy Williams - E-Book

La invitación del italiano E-Book

Cathy Williams

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Beschreibung

Bianca 3020 ¿Aceptará la enfermera volar en el jet privado del magnate italiano? Sophie Court había leído suficiente acerca de Alessio Rossi-White y su poderoso atractivo en los periódicos. Pero pronto tendría que enfrentarse a él en persona y contarle los secretos que su jefe, el padre de Alessio, le había ocultado. Aun así, Sophie no esperaba que Alessio buscara en ella la solución a sus problemas familiares… invitándola a Lake Garda como si fuera su novia. Sophie, una mujer que se creía inmune al amor, pensaba que sería tarea fácil. Sin embargo, la situación se estaba volviendo cada vez más arriesgada… ¡porque una conexión tan potente como aquella no podía ser falsa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Cathy Williams

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La invitación del italiano, n.º 3020 - julio 2023

Título original: The Housekeeper’s Invitation to Italy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411800990

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL edificio no era tal y como Sophie esperaba. Aunque una vez fuera del impresionante edificio georgiano tenía que admitir que se había precipitado a asumir lo evidente.

Un billonario arrogante… oficinas por todo lo alto. El tipo de lugar que anunciaba que su ocupante no era un hombre con el que uno podía meterse porque era más grande, más fuerte y más rico.

Azotada por un fuerte viento invernal y reparando en que ya había oscurecido a pesar de que eran poco más de las cinco y media, ella permaneció dubitativa mirando al edificio.

Era una casa de cuatro plantas, con unas escaleras que llevaban hasta la puerta principal. Era idéntica al resto de las otras casas de ese prestigioso barrio situado en el corazón de Londres. Y todos los coches que había aparcados cerca eran Teslas o Bentleys. Algo le indicaba que si permanecía allí demasiado tiempo, preguntándose si había hecho lo correcto, alguien aparecería de la nada y la acompañaría hasta las bulliciosas calles cercanas. Y posiblemente, agarrándola del pescuezo.

Inquieta por la idea, Sophie se apresuró hasta la puerta y se percató de que la aldaba de bronce que tenía estaba de adorno, ya que, a un lado de la puerta había un panel con botones y un altavoz.

Se tomó unos segundos para pensar sobre dónde estaba y por qué.

Había hecho un viaje largo e incómodo desde Yorkshire, un viaje con trampa y con un resultado impredecible. Debía transmitir un mensaje bajo la protección de la oscuridad, porque Leonard-White le había prohibido expresamente que contactara con su hijo, y ¿qué clase de recibimiento le iban a dar? ¿Después de ir en contra de los deseos de su jefe para obedecer a la vocecita que le hablaba en su interior?

No tenía ni idea, porque Alessio Rossi-White, por lo que conocía de él, tenía sus propias normas.

Sophie llamó al telefonillo e, inmediatamente, su corazón comenzó a latir con más fuerza. Respondió una voz de mujer que le dijo que no, que a menos de que hubiera concertado una cita, no había posibilidad alguna de que la dejaran pasar.

–Me temo que el señor Rossi-White solo está en la ciudad por unos días, y que tiene la agenda demasiado ocupada para ver a nadie más, al margen de las circunstancias. Por supuesto, si usted quiere programar una cita…

–He tardado horas para llegar hasta aquí…

–¿Quizá debería haber comprobado primero si el señor Rossi-White estaba disponible? Ahora, si no le importa, tengo llamadas que atender…

–Sí me importa –repuso Sophie. Había ido allí por un motivo, y no pensaba abandonar por culpa de una recepcionista.

En su vida se había enfrentado a retos más grandes que a una recepcionista detrás de una puerta cerrada. No pensaba marcharse hasta que viera a Alessio Rossi-White y le contara lo de su padre.

–¿Disculpe?

–Es un asunto personal –dijo Sophie–. Si de veras quiere negarme la entrada, adelante, pero le aseguró que tendrá que dar explicaciones cuando Alessio se entere de que me ha echado.

Al sentir que la mujer que estaba al otro lado del intercomunicador dudaba un instante, suspiró aliviada. Por supuesto podía haber avisado a Alessio acerca de que iba a ir a verlo a Londres, pero todo había sido tan precipitado… Ella sabía que él estaría en Londres porque su asistente personal siempre informaba de sus movimientos a su padre. Por si acaso. Sin embargo, Leonard nunca había empleado esa información para contactar con su hijo.

Ella trabajaba para Leonard y era consciente de la incertidumbre y el estrés que el hombre había sufrido durante los últimos meses. Por eso, había aceptado adentrarse en ese territorio que le resultaba tan poco familiar.

–Veré lo que puedo hacer. ¿Puede decirme su nombre?

–Sophie Court.

¿Reconocería el nombre?

–Puede decirle que trabajo para su padre.

–Por favor, manténgase a la espera.

 

 

Alessio tardó un instante en registrar su nombre, pero lo reconoció en cuanto le dijeron que era la enfermera-acompañante de su padre.

Su padre había sufrido un ataque dos años atrás. Él lo había planteado como:

–Un problemilla de salud, nada de lo que preocuparse… No hace falta que vengas a Yorkshire… Puede que esté viejo, pero todavía no estoy decrépito… –le había dicho entonces.

¿Y realmente necesitaba que alguien cuidara de él a diario?

La última vez que Alessio le había visitado, unos meses antes, el hombre parecía el mismo de siempre. Con el ceño fruncido… Impaciente y poco dispuesto a hacer o decir nada que fuera más allá de lo básicamente educado. No habían compartido ningún secreto importante, aunque tampoco lo habían hecho nunca. Su relación se limitaba a las visitas trimestrales y algunas llamadas telefónicas.

Pero Alessio no se planteaba si aquella era una relación normal. Era la que era. Si la suya era una vida ruda en la que no existía la nostalgia ni el arrepentimiento era porque había sido moldeado por experiencias amargas, y había crecido creyendo que la rudeza era un símbolo de la fortaleza que lo había convertido en el hombre poderoso que era.

«Sophie Court…», se había olvidado de la existencia de aquella mujer. No había estado presente en ninguna de las ocasiones en las que había visitado a su padre.

Sin embargo, allí estaba, y no podía haber llegado en peor momento porque su agenda estaba llena de asuntos pendientes que debía atender. Tenía varias reuniones al mismo tiempo y, una hora más tarde, una conferencia internacional con los presidentes de tres empresas en tres zonas horarias diferentes.

Lo que tuviera que decir debía ser rápido y sin florituras.

Después de todo, el tiempo era dinero.

En realidad, él no podía ni imaginar para qué podía haber ido a verlo. Se sentó en la silla y esperó a que entrara, preparado para despacharla en cuanto terminara.

 

 

Sophie se sintió aliviada de no tener que esperar. Cuanto menos tiempo tuviera para pensar en lo que tenía que decir, menos posibilidades de que sus nervios la traicionaran.

Lo cierto era que tenía la capacidad de manejar todo lo que la vida le pusiera por delante. Tenía veintinueve años y, desde los quince, cuando su padre falleció, ella se había hecho cargo de la casa y de su hermana cinco años menor. Su madre se había sumido en una depresión y apenas era capaz de cuidar de sí misma.

El presupuesto familiar era escaso y ella había tenido que aprender a gestionarlo con eficiencia. Había estudiado mucho, se había asegurado de que Addy no perdiera el rumbo y había cuidado a su madre durante años. Si algo había aprendido había sido a no depender de una única persona de forma que, si la persona desaparecía, todo tu mundo se desmoronara.

Su madre había amado demasiado. Y eso nunca le ocurriría a ella.

Durante los años de escolarización había combinado los estudios con el trabajo para ganar algunos ingresos. Tenían una hipoteca y facturas que pagar y había tenido que hacer malabares para ocuparse de todo. Eso la había hecho madurar a gran velocidad. No había tenido tiempo de disfrutar de la adolescencia. Habían sucedido demasiadas cosas.

Su sueño de estudiar medicina se había desvanecido, pero ella se había contentado con estudiar enfermería y trabajar para Leonard porque su trabajo era mucho más que el de enfermera. Además, estaba muy bien pagado y, por primera vez en su vida, tenía la capacidad de ahorrar, aparte de ayudar a su madre y a su hermana.

Su vida había sido dura, pero había conseguido manejarla.

Alessio Rossi-White, sin embargo, era alguien que no podía manejar. Había algo en él que provocaba que se le erizara el vello de la nuca y que se le acelerara el corazón. Ella lo había visto en muy pocas ocasiones desde que había comenzado a trabajar con su padre dos años antes y, desde ese momento, había hecho lo posible para que sus días libres coincidieran con sus visitas.

Era un hombre frío, arrogante y distante. Siempre iba poco tiempo y daba la sensación de que tenía cosas mejores que hacer. Se intercambiaban la información desde el otro lado de la mesa y él mostraba tan poca calidez que a ella no le extrañaba que su padre le hubiera prohibido que le contara los problemas a su hijo.

Ella se había encargado de los problemas, pero seguía preguntándose si estaría haciendo lo correcto.

Una vez dentro de la casa, Sophie se fijó en la decoración y en las plantas exóticas que estaban situadas de manera estratégica. La mujer que había tratado de librarse de ella estaba sentada tras un escritorio de madera y Sophie la saludó con una sonrisa mientras se sentaba junto a la ventana.

«Así que este es el aspecto del dinero», pensó. La casa de Leonard era enorme, pero su interior apenas había cambiado con los años y se notaba que no habían invertido en ella. Sin embargo, aquel espacio…

Ella sabía que solo era una de las muchas oficinas que tenía Alessio y que las otras estaban en Roma, Lisboa y Zurich, desde donde se manejaban todos sus negocios.

La guiaron hasta un ascensor de cristal y subió hasta la tercera planta del edificio. Allí, había varios espacios separados con gente trabajando concentrada. Apenas levantaron la vista al verla pasar.

Al final de la sala había algunos despachos privados y en uno de ellos estaba Alessio. Justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta entreabierta, notó un cosquilleo en el vientre que nada tenía que ver con la conversación que estaba a punto de mantener, sino con el hecho de volverlo a ver.

Había pasado algún tiempo. Ella recordó todos los motivos por los que aquel hombre no le gustaba, pero no consiguió quitarse el nudo que se le había formado en el vientre. En ese momento, la secretaria de Alessio le pidió el abrigo y el gorro de lana y ella se los entregó. Respiró hondo, y esperó a que le abriera la puerta. Nada más ver al hombre que estaba esperándola, se le aceleró el corazón.

Alto, de piel bronceada, con barba incipiente y ojos oscuros. Parecía una escultura de mármol. Su pasado italiano estaba reflejado en la perfección de sus rasgos.

Sophie había visto fotos de Isabella Rossi, la madre de Alessio que había fallecido años atrás, y se había impresionado por su belleza. Alessio, su único hijo, había heredado todos sus genes.

Todo lo que había a su alrededor, los muebles, la alfombra de seda sobre el suelo de madera, el sofá de piel color crema que había contra la pared, se desvaneció cuando vio al hombre sentado detrás del enorme escritorio, esperándola con las manos tras la cabeza.

Él la miró con cierta curiosidad, mientras ella permanecía de pie en el centro del gran despacho y la secretaria cerraba la puerta.

 

 

Alessio se fijó en sus pantalones grises, en su jersey a juego y la larga chaqueta oscura que llevaba. Tenía el cabello corto y castaño y los ojos marrones. Al contrario de casi todas las mujeres que conocía, apenas se había maquillado.

Al cabo de unos instantes, Alessio golpeó el escritorio con las palmas de la mano y señaló con la cabeza hacia la silla de cuero negro que tenía delante.

–No hace falta que se quede ahí de pie esperando a la inspiración divina, señorita Court. Siéntese y dígame qué está haciendo aquí. ¿Le apetece un té? ¿Un café? ¿Algo más fuerte?

Él miró el reloj y se puso en pie, dirigiéndose hacia la ventana para mirar al exterior antes de darse la vuelta y sentarse en el borde con las manos en los bolsillos.

–No, gracias –repuso ella, mientras se sentaba y se colocaba un mechón de pelo detrás de las orejas.

–¿Y bien? Podría seguir siendo amable, pero me temo que tengo muchas cosas que hacer…

–Quizá sí que me tomaría un café –añadió Sophie–. He hecho un viaje largo para llegar hasta aquí.

Necesitaba un poco más de amabilidad para poder decir lo que tenía que decir. Miró a su alrededor y comentó:

–No esperaba que trabajara en un lugar como este.

Alessio arqueó las cejas y se acercó de nuevo al escritorio. Se sentó con las piernas estiradas y la miró. Parecía un peligroso depredador.

–¿Qué quiere decir?

Sophie se encogió de hombros y lo miró a los ojos.

–Supongo que esperaba algo más moderno. Acero y cristal.

–Esta parte de mi negocio solo se ocupa de los fondos de cobertura. A mis clientes les gusta la privacidad, y eso es lo que consiguen en este lugar. Me sorprende verla aquí, Sophie, pero supongo que ¿tiene algo que decirme relacionado con mi padre?

Sin dejar de mirarla, presionó un botón y le pidió un café a la secretaria.

–¿O ha venido por otro motivo?

–No.

«¿Qué otro motivo podría tener para venir a visitar a ese hombre?».

–He venido para hablar de su padre… Ojalá pudiera decirle algo diferente, pero Leonard tuvo otro ataque hace un par de semanas.

Ella se fijó en que él se quedaba quieto y entornaba los ojos. Al instante, su expresión era indescifrable, como si se hubiese colocado un escudo protector.

–Eso es imposible.

–¿Qué quiere decir?

–Me habría enterado.

Le llevaron el café, pero Sophie apenas se dio cuenta. Estaba centrada en la mirada de aquellos ojos negros.

Sabía tantas cosas de aquel hombre, gracias a los artículos que su padre había guardado durante años y a las memorias que él le había dictado cada noche, justo antes de la cena. Le gustara o no, ella conocía dónde trabajaba, a qué se dedicaba y la fortuna que había amasado con el tiempo a partir de la herencia que le había dejado su madre.

Sabía que era una especie de genio financiero. Y que era un hombre que jugaba duro. Había visto las fotos que le habían hecho los paparazis, acompañado de diferentes mujeres rubias que sonreían y lo miraban con adoración. Sophie sabía que ninguna de ellas había permanecido a su lado.

Ella se estremeció, preguntándose qué era lo que hacía que las mujeres se sintieran atraídas por él. Sin duda, por muy rico y atractivo que fuera, nadie se sentiría atraído por alguien tan frío como él. El dinero mandaba, pero ¿tanto?

Mirándolo unos instantes, Sophie trató de imaginárselo riendo o llorando, mostrando alguna emoción.

Pensó en Leonard y en los artículos que había guardado sobre su hijo y sintió que se le encogía el corazón, porque Alessio nunca había mostrado ni una pizca de afecto hacia él, nada que ella hubiera podido ver.

–¿Cómo? –preguntó ella–. ¿Cómo iba a saberlo si nunca va a visitarlo?

–¿Disculpe?

–La última vez que fue a ver a su padre fue hace más de cinco meses.

–¿Percibo cierto tono de crítica en su comentario, señorita Court?

–Me parece increíble que le sorprenda lo que he venido a contarle. Y más aún que pretenda estar al día de la vida de su padre cuando apenas va por allí.

–¡No puedo creer que esté escuchando esto!

–Solo estoy siendo sincera.

–¿Y me puede recordar cuándo le he pedido que lo fuera? No recuerdo haberla oído hablar más de dos palabras seguidas y, sin embargo, ha decidido venir aquí sin invitación y darme su opinión.

Sophie se sonrojó y lo miró en silencio.

–Entonces, volviendo al asunto que teníamos entre manos –continuó él–. Mi padre ha tenido otro ataque. ¿Cuándo ha sido exactamente y por qué es la primera vez que tengo noticias de ello?

Él la miró y no apartó la vista de ella ni cuando la secretaria entró para recordarle que tenía una reunión en media hora y para dejar una cafetera sobre el escritorio. Él la despidió con un par de palabras y le informó que no lo molestaran hasta que dijera lo contrario.

Al ver que Sophie no contestaba, chasqueó la lengua.

–Usted tiene el deber de cuidar de mi padre –le recordó–, y parte de ese deber consiste en informarme de todo lo relacionado con su salud.

–Él me prohibió hacer tal cosa –contestó Sophie, sintiéndose terriblemente mal al ver la expresión que ponía Alessio.

Ella se había vuelto una mujer dura con el paso de los años, porque no le había quedado más remedio, pero ¿desde cuándo había perdido la capacidad de empatizar? Alessio podía haberse equivocado y no dedicarle tiempo a su padre, pero ¿quién era ella para juzgarlo? Le había hecho un comentario hiriente y, si hubiera podido, habría retirado sus palabras.

Quizá había necesitado ser fuerte para enfrentarse a todo lo que el destino le había ofrecido, pero también había necesitado paciencia, comprensión y amor, y de eso siempre había tenido en abundancia.

Esas habían sido las cualidades que le habían permitido cuidar de su hermana pequeña, y apoyarla en su carrera como actriz. También lo que la había guiado en los momentos más oscuros, cuando su madre había quedado como un alma en pena tras la muerte de su marido.

–Lo siento –comentó–. No debería haber dicho tal cosa.

–¿Porque no es verdad?

–No he tenido nada de tacto y veo que le ha dolido

 

Alessio se puso tenso. ¿Dolido? Él era incapaz de sentir dolor. Lo había sentido en el pasado, tras la muerte de su madre y por la indiferencia que su padre había mostrado hacia él, después. Librar esas batallas en el pasado lo habían hecho más duro. Miró a la mujer que tenía delante y apretó los labios. Una mujer que se pensaba capaz de herirlo con un comentario.

Tenía la sensación de que era la primera vez que veía a Sophie Court, porque ella siempre se había mostrado callada como un ratón, con la cabeza agachada y respondiendo en voz baja. Nada que ver con la mujer que tenía delante.

Por primera vez en mucho tiempo, estaba descubriendo lo que era estar en presencia de lo inesperado. Quizá fuera vestida como una solterona, pero no se comportaba como tal. Alessio entornó los ojos y la miró… Fijándose en ella de verdad.

Alta, delgada, con la tez pálida como el alabastro y unos ojos marrones que expresaban contención.

¿Por qué se contenía? ¿Y cómo era posible que alguien de veintitantos años quisiera trabajar cuidando a un hombre viejo y cascarrabias?

–No se preocupe por mis sentimientos, señorita Court –dijo él, con exagerada educación–. Siempre he sido capaz de manejarlos solo. Entonces, ¿mi padre no quería que me enterara de que le había dado otro ataque? Es un hombre orgulloso y le gusta pensar que es infalible. Tristemente, no lo es. ¿Qué ha dicho el médico?

Decidió no decirle que ella debería haberlo llamado inmediatamente, sino que además debería haberse asegurado de que él medico le hubiera informado de su evolución.

–¿Y bien? –insistió al ver que ella no contestaba–. ¿Está en una situación crítica? –preguntó, pasándose la mano por el cabello.

–Estuvo dos noches en el hospital. Ya ha vuelto a casa.

Alessio suspiró aliviado.

–Entonces, ¿por qué tanta reticencia? Debe saber que, la última vez que mi padre sufrió un ataque, rechazó mi oferta de ir a Glenn House, así que, como verá su orgullo tiene prioridad sobre todo lo demás.

Mirándolo, Sophie se sorprendió por la amargura que denotaba su tono de voz. ¿Sería consciente de ello?

–El médico dijo que el ataque podría haber sido consecuencia del estrés.

–¿Y por qué podría estar estresado mi padre? –preguntó Alessio, asombrado.

–Ha estado preocupado por la situación financiera.