La justicia del amor - Annie West - E-Book

La justicia del amor E-Book

Annie West

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Beschreibung

Bianca 3043 La había apartado de su vida para protegerla, pero había llegado el momento de volver a buscarla. Cuando Theo Karalis entró en la cárcel injustamente, decidió terminar la relación que tenía con Isla Jacobs para protegerla. Tras demostrarse su inocencia y descubrir que Isla estaba embarazada, Theo decidió que nada le impediría darle a su hijo lo que él no había tenido nunca. Isla había intentado pasar página después de que Theo se negase a tener contacto con ella, pero al ver que este se comprometía con su bebé, se sintió tentada a aceptar su invitación a viajar con él a Grecia… y a volver a caer en la tentación de sus brazos. ¿Sería eso suficiente para convencerla de que Theo también la quería a ella, no solo a su heredero?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Annie West

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La justicia del amor, n.º 3043 - noviembre 2023

Título original: Reunited by the Greek’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804561

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ISLA se sentó muy recta en la dura silla, sin mirar a nadie a los ojos. Había sabido que sería difícil y estaba preparada, pero era un lugar que le encogía el corazón. No se trataba solo de las miradas de curiosidad ni que el ambiente fuese incómodo.

Contuvo una carcajada e intentó no ponerse histérica.

Todas las cárceles eran lugares incómodos.

Era la tercera vez que iba de visita y tendría que haberle resultado más sencillo. Era un lugar frío y serio, con paredes grises y suelos duros, con empleados cuyas miradas eran todavía más duras que estos, donde olía a desinfectante. Todo aquello le hacía recordar otro lugar, otra época. Entonces las paredes habían estado pintadas de verde claro, no de gris, pero el fuerte olor a desinfectante y la sensación de desesperación habían sido los mismos.

Y también la desolación.

Se miró las manos, que tenía cerradas con fuerza sobre el regazo.

Después, levantó la barbilla y miró al guardia que tenía enfrente, junto a la puerta, hasta que este apartó la vista. No era el pasado lo que la ponía nerviosa, sino el hecho de no ser bien recibida allí. A pesar de todo lo que habían compartido, de todo lo que Theo le había dicho y de lo que ella había sentido, él no la quería en esos momentos. No quería su ayuda, su comprensión ni su presencia. Se había negado a verla en dos ocasiones. Aquella sería la tercera.

Tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta y sentía un dolor que la consumía.

Theo tenía cosas más importantes en la cabeza que su relación, como demostrar que era inocente y salir de allí. Dado que ella era extranjera y solo hablaba algunas palabras de griego, no podía serle de mucha ayuda.

Sus amigos y familiares podían ayudarlo más.

Al leer la noticia de su detención en la prensa, Isla había descubierto una cara que no había conocido de él. Se había enterado de que tenía mucho dinero, contactos y poder.

Y le resultaba imposible relacionar al hombre que había aparecido en periódicos de todo el mundo con el amante apasionado y cariñoso que la había hecho sentirse como si estuviese en las nubes.

Los mensajes que él le había mandado después, diciéndole que no quería que fuese a verlo, no habían sido nada cariñosos.

–¿Señorita Jacobs?

Ella levantó la vista. Tenía delante a un hombre delgado, vestido con un traje oscuro.

–¿Sí?

Este se sentó a su lado y bajó la voz.

–Me llamo Petro Skouras. Trabajo para el señor Karalis.

A Isla se le aceleró el corazón y esbozó una sonrisa tensa.

–¿Y?

Miró hacia la pesada puerta de metal junto a la que estaba el guardia. ¿Iba a poder ver a Theo por fin?

–Me ha pedido que le dé esto.

Petro Skouras le ofreció un sobre que no pesaba mucho. Isla lo abrió y leyó la nota en dos segundos, era solo una nota, no una carta.

Su significado estaba claro, pero el señor Skouras no se quería arriesgar. Volvió a hablarle en tono amable, pero firme.

–El señor Karalis le pide que no vuelva a venir ni intente ponerse en contacto con él.

Hizo una pausa, como esperando una respuesta, pero Isla no tenía palabras. Volvió a leer la nota, que tenía la letra de Theo. Y no reconoció el tono frío de la orden. Se sintió como si fuesen dos extraños y ella lo hubiese molestado, no como si tuviesen una relación con ella ni un vínculo especial.

Tal vez, como si fuesen dos completos extraños, después de todo.

Sintió un picor en los ojos, como si fuese a ponerse a llorar, pero estaba demasiado sorprendida como para llorar. Era como si todo lo ocurrido el mes anterior, todas las emociones y la felicidad, hubiesen sido un sueño.

–Y he traído esto para que lo firme.

Isla miró el documento y tardó un segundo en procesarlo.

Había oído hablar de aquellas cosas, pero nunca se había movido en círculos en los que se utilizasen. Era un acuerdo de confidencialidad. Si lo firmaba, no podría contarle a nadie que había conocido a Theo Karalis, ni hablar acerca de él o de su relación.

¿Cómo era posible que Theo pensase que necesitaba un acuerdo de confidencialidad?

El hombre al que había conocido le había mentido por omisión y era evidente que ella se había equivocado, había pensado que eran almas gemelas, pero Theo no la conocía en absoluto si pensaba que podía vender su historia a la prensa.

Isla tomó el bolígrafo con mano firme y puso su nombre donde debía.

Petro Skouras la miró aliviado.

–¿Quiere que la lleve a su hotel?

–No –le respondió ella, poniéndose en pie–. Puedo ir sola.

Había estado sola antes de que Theo irrumpiese en su vida como un rayo de sol.

Theo no la quería. Ella no formaba parte de su vida, solo había sido una diversión para él.

Isla mantuvo la frente bien alta mientras salía por la puerta, ignorando el dolor de su corazón.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ISLA se tapó el cuello con la bufanda y metió las manos en los bolsillos del abrigo mientras caminaba por la calle. El invierno le traspasó la ropa y pensó que no era posible que solo hubiesen pasado cuatro meses desde que…

Sintió dolor en el pecho. Ya no pensaba nunca en aquello.

Respiró hondo e hizo lo que hacía siempre que sentía que se hundía: centrarse en lo positivo y buscar cinco motivos para sentirse bien. Era una diversión que había aprendido de niña y que siempre la ayudaba, aunque algunos días fuese difícil.

Cinco motivos. Para hacerlo más sencillo, no pensaría demasiado en el futuro. Era más sencillo centrarse en el presente.

Uno: el sol brillaba después de toda una semana de lluvia fina. El azul del cielo invitaba al optimismo.

Dos: Rebecca le había prometido que iba a preparar unos brownies de chocolate para el desayuno porque sabía que era su dulce favorito. Se dio cuenta de que tenía el estómago vacío y frunció el ceño.

Tres: Rebecca. Su jefa y amiga era razón suficiente para sentirse agradecida.

Cuatro: tal vez hubiesen llegado ya las nuevas lanas. Siempre era divertido sacar material nuevo, perderse en los colores y en las texturas mientras colocaba las estanterías.

Cinco:…

El humo de un cigarrillo la asaltó al acercarse a un hombre que miraba un escaparate y sintió náuseas. El hombre la miró de reojo, se llevó el teléfono a la oreja y se dio la media vuelta para cruzar la calle.

Ella volvió a respirar, en esa ocasión aspiró el olor a lluvia y a menta del caramelo que se había metido a la boca automáticamente. Por suerte, se le sentó el estómago.

Siguió al hombre con la mirada. ¿Lo conocía? Su rostro, que había visto solo un instante, no le había resultado familiar, pero había algo en el corte de su pelo cano y en su corpulencia que le quisieron sonar. Y eso le hizo sentirse incómoda.

Siguió andando deprisa, pero no logró deshacerse de aquella impresión. Llevaba así toda la semana, con la sensación de que la estaban observando.

Cuando estaba llegando a la tienda, apartó aquello de su mente. Tenía suerte de tener aquel trabajo y pretendía conservarlo.

Le encantaban sus estudios y no había querido dejarlos, pero se había visto obligada a hacerlo. Era más importante tener un salario que intentar alcanzar su sueño de convertirse en historiadora y arqueóloga algún día.

La mañana pasó enseguida mientras atendía a los clientes, comprobaba la mercancía y gestionaba los pedidos en línea. El grupo que se reunía a tejer en la parte trasera los viernes por la mañana terminó su sesión e Isla recogió para preparar la clase que Rebecca daba por la tarde.

Ni a Rebecca ni a ella les había dado tiempo a tomar el té y le rugió el estómago mientras se agachaba debajo de la enorme mesa central para recoger un ovillo de lana.

–¿Isla?

–Estoy aquí. Casi he terminado –le respondió ella antes de incorporarse.

–Ha venido alguien a verte.

Eso la extrañó. Ninguno de sus amigos solía pasar por allí.

Además, había notado algo extraño en el tono de voz de Rebecca. No era desaprobación. ¿Tal vez cautela? Isla frunció el ceño. Su jefa era una persona amable y cariñosa. No era normal que le molestase que alguien fuese a verla.

Isla se puso recta y miró hacia la puerta que daba a la parte delantera de la tienda.

Allí estaba Rebecca con expresión indescifrable.

Isla se acercó.

–¿Ocurre algo?

Entonces vio una figura alta. Con la luz de fondo del escaparate, le pareció más una sombra que alguien de verdad. Isla parpadeó mientras la sombra se convertía en alguien a quien conocía.

«A quien habías creído conocer».

Abrió mucho los ojos y se aferró al ovillo de lana que tenía en la mano como si se tratase de un salvavidas.

Separó los labios, no supo si lo hacía para hablar o para tomar aire, porque lo necesitaba. Sintió calor y, entonces, todo desapareció a su alrededor.

 

 

–Isla. Despierta.

Oyó la voz de Rebecca a lo lejos. Notó algo húmedo en las mejillas y en la frente. Le gustó la sensación.

–Lo siento, Rebecca, yo…

Isla frunció el ceño e intentó recordar lo que había ocurrido.

Abrió los ojos y vio a su jefa, que sonreía y la miraba con preocupación.

–Ya estás bien. Nos has dado un susto.

¿Por qué hablaba en plural?

Entonces recordó y giró la cabeza. No había nadie más en la habitación y la puerta estaba cerrada.

–Está en la tienda. Lo he echado de aquí –le dijo Rebecca–. Aunque no quería salir. He tenido que amenazarlo con llamar a la policía si no nos daba un poco de privacidad, pero no ha sido necesario.

Rebecca le acercó un vaso de agua a los labios.

–Toma, bebe. Tenía que haber insistido en que hicieses un descanso y te tomases un té.

Isla bebió.

–Tonterías. No tienes por qué cuidar de mí –le respondió ella.

Se incorporó y apoyó los pies en el suelo. Por un segundo, se sintió mareada, pero la sensación pasó e Isla suspiró aliviada.

–Ya me siento mucho mejor.

–Me alegra oírlo –dijo una voz profunda desde la puerta.

Isla se puso tensa y se aferró con fuerza al terciopelo del sofá.

Aquella voz le trajo recuerdos mágicos, felices, noches de luna llena junto al mar. Isla pensó que, de haber estado de pie, se le habrían doblado las rodillas.

Rebecca se levantó con expresión beligerante.

–Como no respete la intimidad de Isla, tendré que pedirle que se marche.

A Isla se le encogió el corazón al pensar en lo afortunada que era teniéndola como amiga. No estaba acostumbrada a que la defendiesen. Se había quedado huérfana de niña, nunca la habían adoptado, había estado sola toda la vida.

–No pasa nada –dijo, poniéndose de pie despacio para ver cómo se sentía–. Yo me ocuparé de él.

Rebecca la miró y después volvió a clavar la vista en el hombre.

–Voy poner la tetera en el fuego.

–No será necesario, señorita Burridge. Yo lo haré –se ofreció él.

En ese momento sonó la campana que había en la puerta de la tienda.

–Usted tiene un cliente que atender.

Rebecca lo miró con frialdad. Después, se giró hacia Isla.

–Llámame si me necesitas. No estaré lejos.

Ella asintió y se giró hacia la pequeña cocina que había en un rincón.

–Siéntate, Isla –le dijo él–. Necesitas descansar.

¡Como si le importase!

Ella lo ignoró y puso el agua a calentar.

–Lo que necesito es una taza de té.

Se giró para sacar varias tazas, pero se topó con su rostro firme. Parpadeó al ver que tenía los labios apretados. Unos labios que, cuando sonreían, podían hacer que se le detuviese el corazón.

Isla respiró hondo para intentar tranquilizarse, pero aspiró su olor a pino y a hombre.

Posó la vista en la camisa blanca y en la corbata carmesí, en el abrigo de cachemir que le cubría los hombros. En el pasado lo había visto con pantalones vaqueros y camisas de manga corta.

Aquel hombre irradiaba riqueza y seguridad.

¿Cómo era posible que ella no lo hubiese visto antes?

«Porque estabas ciega».

«Porque nunca dudas de nadie».

«Porque no tenías ningún motivo para pensar que te iba a mentir».

Isla retrocedió de manera brusca, con el corazón acelerado.

–Bien –dijo con voz firme–. Con leche para mí. Y leche y un terrón de azúcar para Rebecca.

Él no se movió. Se quedó allí, esperando.

Y, como era inevitable, Isla levantó la mirada a su rostro.

Se le cortó la respiración. Estaba tan guapo como siempre. Estudió sus facciones simétricas, los bonitos ojos color miel, las cejas oscuras, una pequeña marca en una mejilla que se hacía más profunda y atractiva cuando sonreía. La piel aceitunada. El pelo moreno que en otro tiempo le había caído sobre la frente y que, en esos momentos, llevaba corto.

Todo le resultaba familiar, recordó momentos íntimos y sueños, sueños estúpidos.

Apretó los puños para contener el impulso de alargar las manos y acariciarlo.

–Hola, Isla.

Oyó en su voz algo que, en el pasado, habría asociado con cariño.

Lo miró con el ceño fruncido y vio que tenía una cicatriz cerca del ojo izquierdo, de color rosado, reciente.

Por supuesto que era reciente. Habían pasado cuatro meses desde la última vez que lo había visto. El recuerdo de aquella última mañana antes de su viaje a Atenas, las risas y la ternura, la quebraron.

Porque lo siguiente había sido rechazo, un rechazo inesperado.

Isla fue hasta el sofá para apoyarse en él.

En su lugar, su mano se apoyó en otra mano.

–¡No me toques! –exclamó, apartándose.

Él la miró con sorpresa. Bien. No quería pensar que era la única que estaba sufriendo.

¿Habría esperado que lo recibiese con los brazos abiertos? Tal vez hubiese sido una ingenua en el pasado, pero la realidad le había puesto los pies en la tierra.

Sintió que se le doblaban las rodillas y se dejó caer en el sofá.

–Ya está hirviendo el agua.

Él cambió de expresión, como si fuese a hablar, pero en su lugar se giró y se puso a preparar el té.

Aquello la transportó a Grecia. Aunque el hombre al que había conocido allí no era aquel hombre. Había sido un espejismo fabricado para seducir a una extranjera ingenua.

Lo único real entre ellos había sido la increíble química sexual que había despertado en ella fantasías imposibles. El cariño, la conexión y la compresión habían sido solo fruto de su imaginación.

Isla apretó la mandíbula e intentó pensar con frialdad. No solo era diferente la ropa. Su postura también había cambiado, tenía los hombros rígidos y expresión de cautela.

¿Se sentía incómodo? Se lo merecía.

Lo vio girarse hacia ella y mirarla a los ojos e Isla recordó cómo se había sentido entre sus brazos.

Parpadeó. La mirada de él era indescifrable.

–Hay brownies –comentó, señalando la lata en la que guardaban las galletas.

Él no se movió, pero la miró de un modo que hizo que se sintiese desnuda.

En el pasado, a Isla le había maravillado que se tomase el tiempo necesario para conocerla y comprenderla, para hacer que se sintiese única y apreciada. En esos momentos sabía que había sido solo una técnica de seducción. Seguro que llevaba años haciendo eso con las mujeres. No significaba nada.

Ella no había significado nada. Eso era lo que él le había dicho, e incluso la había amenazado con emprender acciones legales si intentaba contactar de nuevo con él.

A Isla se le encogió el corazón. Llevaba toda la vida sintiéndose como una extraña y el rechazo de Theo la había destrozado en un momento en el que había bajado la guardia. Había creído en él, en ellos.

¿Qué estaba haciendo Theo allí?

Fuesen cuales fuesen sus motivos, iba a causarle problemas. Isla resopló con impaciencia y cambió de postura en el sofá para tomarse el té, pero él se lo impidió.

–No te muevas –le dijo sin levantar la voz, pero en tono autoritario.

Luego, preparó las tazas y los platos, sirvió el té y los brownies. Dejó lo de ella en una mesita que había junto al sofá, después, la miró como advirtiéndole que no se moviese y salió a la tienda con una taza y un plato para Rebecca.

En cuanto lo vio marcharse, Rebecca se recostó en el sofá y cerró los ojos. Tenerlo cerca despertaba en ella demasiadas sensaciones. Le habría gustado fingir que solo sentía sorpresa e ira, pero había mucho más. Sentía calor entre los muslos, como si su cuerpo no hubiese captado el mensaje de que aquel hombre no podía traerle nada bueno.

Se mordió el labio inferior e intentó ser fuerte.

Cuando abrió los ojos, él estaba en la puerta, pero Isla fingió que no lo había visto. En su lugar, le dio un sorbo al té.

Theo cerró la puerta y se acercó.

–Cuando te hayas terminado eso, te llevaré al médico.

–¿Perdón?

–Al médico –repitió él–. Estás muy pálida y has perdido peso. Tienes mal aspecto.

Isla agarró la taza con fuerza, tenía el corazón acelerado. No estaba preparada para aquello. No había pensado que volvería a verlo, mucho menos, que Theo se dignaría a hablar con ella.

–Gracias por darme tu opinión, pero no necesito un médico. Estoy bien.

Él arqueó las cejas.

–Que te hayas mareado sin motivo alguno no es buena señal.

Isla se encogió de hombros.

–Imagino que nadie reaccionaría bien al encontrarse frente a frente con el mayor error de su vida.

Él se puso tenso, se ruborizó, pero en vez de retirarse, se acercó.

–Eso no explica que estés tan pálida, ni la pérdida de peso.

Ella apretó los labios. Podía decírselo. Debía decírselo.

Pero el único intento que había hecho para ponerse en contacto con él desde que había vuelto a Inglaterra había tenido como respuesta una amenaza.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó.

–Simon está preocupado por ti –le respondió Theo en voz baja–. Le ha sorprendido que rechaces su oferta de trabajo y que hayas dejado la universidad.

Isla lo entendió todo.

Simon era el arqueólogo griego que había dirigido la excavación en la que había trabajado unos meses atrás. El equipo, en el que había varios estudiantes de su universidad, había explorado los restos de un antiguo templo descubierto en una pequeña isla del mar Egeo.

En el pasado habría aceptado sin dudarlo la oferta de volver a trabajar allí.

–No se lo podía creer. Me dijo que eras una de las estudiantes más prometedoras que había tenido. Un chico de tu universidad le contó que habías dejado los estudios de repente, sin dar ninguna explicación. Les preocupó que pudieses estar enferma. Y ahora lo comprendo.

Al ver que Isla no respondía, él añadió:

–Simon sabía que yo iba a venir al Reino Unido por trabajo y me pidió…

–¿Que vinieses a ver cómo estaba? –inquirió ella riendo.

Era evidente que Theo no se había preocupado por ella. Estaba allí porque se lo había pedido su amigo.

La sensación fue amarga e Isla dejó su taza de té. Qué ironía. El hombre que la había amenazado con emprender acciones legales si intentaba acercarse a él, yendo a comprobar su bienestar.