La lanza de Izanami - Raquel Pastor - E-Book

La lanza de Izanami E-Book

Raquel Pastor

0,0

Beschreibung

Cuando Mukou Shi despierta, no recuerda su nombre y ni siquiera comprende qué hace en medio de los arrozales de Uenohara. Su cuerpo es translúcido y flota en el aire, ya que carece de pies. Pese a la aplastante evidencia, a Mukou le cuesta asimilar su nueva situación: está muerto y se ha convertido en una entidad de ectoplasma, cuyo reto más acuciante será descubrir quién fue en vida y cómo y por qué terminó en tan fantasmagórico estado. Solo tiene tres días para averiguarlo, antes de desaparecer para siempre convertido en viento. Sin embargo, en esta investigación contrarreloj, Mukou no estará solo, pues como compañeros de viaje contará con la inestimable ayuda de un entrañable anciano y una misteriosa beldad rusa, ambos en su misma situación y con quienes comparte un vínculo que también deberán desvelar.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 194

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



La lanza de Izanami

Raquel Pastor

La lanza de Izanami

Raquel Pastor

 

 

 

 

 

© Raquel Pastor, 2022

© de la ilustración de cubierta: May Aramaki Miró, 2023

© de la presente edición: Chidori Books S. L., 2024

Archiduque Carlos, 64-1-4, 46014 Valencia

http://chidoribooks.com

Corrección: Marga Adobes

Diseño de cubierta: Terelo

Maquetación: Booqlab

ISBN: 978-84-124692-6-4

 

 

Quedan reservados todos los derechos. Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización previa por escrito de los titulares del copyright, cualquier forma de comunicación pública, transformación, reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, y la distribución de ejemplares.

 

 

 

«Las matemáticas son el lenguaje con el que Dios ha escrito el universo».

Galileo Galilei

ÍNDICE

Capítulo 1. El fin

Capítulo 2. El funeral

Capítulo 3. Cenizas

Capítulo 4. Calles de neón

Capítulo 5. Amanecer sombrío

Capítulo 6. Universidad

Capítulo 7. Detective Kumi

Capítulo 8. Familia

Capítulo 9. Izanami

Capítulo 10. Mi investigación

Capítulo 11. Confrontación

Capítulo 12. Nube negra

Capítulo 13. Cuerpo

Capítulo 14. Posesión

Capítulo 15. Conversación

Capítulo 16. Misión

Capítulo 17. Borrar

Capítulo 18. Universo

Capítulo 19. Negro

Capítulo 20. Vínculos

Capítulo 21. Reclutas

Capítulo 22. Tregua

Capítulo 23. Dios

Capítulo 24. El olvido

Agradecimientos

Capítulo 1

El fin

三つ子の魂百迄も。

Genio y figura hasta la sepultura.

«¡Duele! Ah, no, ¡qué extraño! No siento nada. ¿Qué está pasando? ¿Siempre he sido tan transparente? Bueno, translúcido. Tranquilo, ¡tranquilízate! Será un sueño. Sí, eso es, alguna vez he leído que los sueños pueden ser muy vívidos, así que ahora despertaré… ¡Vaya, parece que floto! Si no fuera una ilusión pasajera producto de mi mente, hasta lo disfrutaría, pero tengo que conseguir despertar. A ver… ¿dónde estoy? ¡En medio de la montaña! Y, encima, no se ve un alma, aunque es normal, teniendo en cuenta que esto es un sueño. Respira, tranquilízate… ¡¿Por qué no respiro?! ¿Dónde está el sonido de mi respiración y el del latido de mi corazón? No recuerdo nada y esto no me está gustando un ápice. ¡Ayuda! ¡Que alguien me despierte, por favor!», pensé en aquellos primeros momentos de estar consciente.

Preso del pánico, comencé a correr o, más bien, a deslizarme por el aire como si fuera una mariposa. Gritaba y lloraba, pero nadie me oía en aquel camino forestal inundado de olor a petricor y hojas de arce caídas. En mi desesperación, acerté a seguir una dirección descendente hasta que llegué a una llanura cubierta de campos de arroz que me resultó extrañamente familiar. Continué mi marcha frenética con el oscuro pensamiento de que no sería capaz de despertar. En aquellos cultivos debía haber alguien a quien pedir ayuda, porque tal vez tuviera una enfermedad que me había convertido en un ser translúcido. De pronto, me topé con un anciano, translúcido como yo. Quizás fuera algo generalizado y yo no era el único en aquella situación. Apenas lo veía desdibujado sobre el paisaje, pero sí lo podía oír con claridad.

—¡Más cuidado, hombre! No es bueno ir tan apresurado, puedes llevarte por delante a un pobre viejo como yo…

—¡Discúlpeme! Menos mal que encuentro a alguien, llevo un buen rato desorientado y no sé qué me pasa. ¡Necesito ayuda! —Traté de agarrar sus brazos, pero mis manos neblinosas lo atravesaron—. ¡Y usted también!

—¿Yo? Estoy perfectamente, joven. A ti tampoco veo que te ocurra nada malo.

—¿Cómo que no? Mírenos, nos atraviesa la luz, no respiro, no oigo mi corazón… Dígame que esto es un sueño.

—Que yo sepa, no. Cuando me desperté antes, yo también me asusté… —El anciano se quedó en silencio mientras contemplaba los cultivos con una sonrisa. Me exasperé y resoplé—. Ah, sigues ahí, joven, ¿de qué hablábamos?

—¡De nuestra situación! ¿Qué nos ocurre? ¿Usted lo sabe?

—Pareces un muchacho inteligente. Estoy seguro de que ya lo has deducido por ti mismo.

La tranquilidad del anciano me desesperaba. Suspiré y miré a nuestro alrededor.

—¡Por ahí viene alguien! —Me ilusioné al ver a un agricultor andando por el camino, quizá demasiado porque, al acercarme a él y hablarle, no reaccionó a ninguno de mis movimientos. Grité, manoteé y revoloteé a su alrededor sin éxito. Abatido, volví junto al anciano con una sospecha—. Esto no tiene ninguna gracia. ¿Por qué no pueden vernos?

—Uno más uno son dos, joven. ¿Has intentado despertar?

—Sí, pero no lo consigo. ¡Este es el peor sueño que he tenido nunca!

—¡Ajá! Entonces, tal vez es la realidad.

—Por eso le decía que debemos ir a que nos vea un médico, ¡estamos haciéndonos invisibles! Y, además, no recuerdo nada. No sé quién soy, ni dónde estoy, ni…

—Cálmate, joven, así no conseguirás nada. Ven, sígueme. Te enseñaré lo que sé.

Alterado, me dejé guiar por el anciano a través de los arrozales. No sentía ni el agua estancada ni las plantas rozar mi piel, ni el viento despeinaba mi cabello: otra prueba a favor de que esto no podía ser real. Finalmente, el anciano se detuvo y me señaló un cartel junto a la carretera.

—Uenohara, prefectura de Yamanashi, Japón —leí tratando de rebuscar aquel lugar en mi mermada memoria, sin éxito.

—¡Eso es! Lo descubrí antes mientras paseaba.

—¿Cuánto tiempo lleva usted así?

—Oh, no mucho, no te sabría decir. Tú eres el primer espíritu que me he encontrado.

—¡¿Espíritu?! No puede ser, ojiisan1, no hay nada después de la muerte. Esto debe de ser una alucinación.

—Lo siento, joven, esa es la conclusión más lógica a la que llegar. Y no hay nada que podamos hacer, salvo contemplar este hermoso paisaje.

—No… Tiene que haber alguien en esta ciudad que nos pueda ayudar.

—Sería inútil, joven, pero estaré por aquí si deseas que nos volvamos a ver.

No me quise rendir a la muerte tan fácilmente como el anciano y me desplacé a toda velocidad hasta el núcleo de la población. Se trataba de un área rural y humilde, pero incluso allí debería haber un hospital donde pudieran atendernos, ¡no podía estar muerto! De ser así, lo recordaría.

Se respiraba tranquilidad y silencio entre los habitantes corpóreos de Uenohara, que andaban y conversaban con sosiego. Me acerqué a varias mujeres y ancianos, aunque ninguno pareció darse cuenta de mi existencia, si es que todavía existía. Lo que sí noté en sus conversaciones fue el temor a la muerte. Entre susurros, comentaban los recientes fallecimientos ocurridos en Uenohara. Sin querer creerlos, me alejé más y más del centro y vagué por caminos donde se erigían casas tradicionales de apariencia más regia que las del pueblo. En una de ellas, se podía oler el rastro de la muerte: la policía la había tomado como base. Con un nudo en la garganta, me adentré en la propiedad y, sin saber por qué me inundaba la tristeza, de mis ojos salieron lágrimas brumosas.

Los agentes recogían evidencias con sus manos enguantadas y fotografiaban la sangre esparcida sobre el tatami, arrebatándole a la casa toda su intimidad. Busqué con la mirada la presencia de un cadáver, pero no había ninguno. Me llamó la atención el objeto protagonista de la mirada policial. Allí estaba ella, fría, poderosa, de brillo metálico en su rostro y en su lanza, tiznada de rojo: la diosa Izanami.

Me quedé paralizado observando la estatua cobriza que representaba a una mujer de largo cabello con jūnihitoe2 y gesto fiero, armada con una larga lanza ceremonial con filo de acero que apuntaba al frente. Era espeluznante y peligroso tener algo así en el despacho. Desde la ventana que daba al jardín, me distrajo la conversación entre un policía y un hombre joven trajeado y de semblante contrariado.

—Señor Shi, le repito que debemos llevarnos la estatua —dijo el agente—. Comprendo el gran valor que tiene para su familia, pero es el arma del crimen. Se la devolveremos cuanto antes.

—¿Y no pueden examinarla aquí? —rebatió el hombre del traje—. Insisto en que permanezca donde siempre ha estado, ¿o es que quiere enfadar a los kami3, detective Kaname?

—¡Por supuesto que no! Pero…

—No hay más que hablar. Cojan las pruebas que quieran de ella y váyanse. Queremos celebrar el funeral de mi hermano cuanto antes para que pueda descansar. No es necesario realizarle la autopsia y profanar su cuerpo, es obvio qué lo ha matado. Ustedes deben encontrar a su asesino.

—¡Ichigo! —exclamé de pronto. Acababa de recordar a aquel niño que me pedía ayuda con los deberes de matemáticas, que me instaba a ser menos tímido. Me acordé del joven extrovertido que conseguía todo lo que quería en casa y en la vida, del hombre de éxito en el que se había convertido. Sin embargo, ¿por qué parecía tan atormentado? Si era cierto que el muerto era yo, aquel hombre era mi hermano; aquella, mi casa y aquella estatua, mi verdugo—. ¡Ichigo, soy yo, ayúdame! ¿Me escuchas?

Pero Ichigo solo encendió un cigarrillo con rabia y salió de la propiedad. Dejé atrás el rebaño de agentes y lo seguí. ¡Ya sabía mi apellido y mis orígenes! Menos mal que no me había quedado mirando el campo como el anciano… Revoloteé alrededor de mi hermano pequeño, que a veces parecía mirar en mi dirección, ¡tal vez él sí me percibía! Traté de retenerlo con mis manos de niebla y de llamar su atención con mi voz de ultratumba. Por desgracia, nada funcionó para que reparara en mí y se alejó en su coche deportivo. De nuevo, me había quedado solo, pero, al parecer, tenía una cita con mi propio funeral.

Sin nada más que investigar por el momento, recorrí los arrozales con otra perspectiva. Lo que tenía claro es que me había criado allí, en Uenohara, pero no recordaba mucho acerca de mi familia. Familia Shi… ¿Por qué ese apellido? Con lo supersticiosos que somos en Japón, ¿por qué llamarse Muerte? ¡Qué mal augurio! Con razón, había fallecido.

Me dediqué a buscar al anciano, ya que era el único con el que podía hablar. Me asusté al verlo tumbado en mitad de la carretera y llamé su atención para que se levantara, pero él tan solo se rio de mis advertencias. De pronto, un tractor se incorporó al camino, amenazando con aplastar al anciano. Me apresuré a flotar hasta él y lo agarré del brazo, que tenía una textura extrañamente algodonosa, como si estuviera hecho de nube. Como era de esperar, lo atravesé sin lograr levantarlo. Grité al agricultor, que continuaba la marcha, ajeno a nuestra presencia. Demasiado tarde: el tractor nos alcanzó a ambos. El vehículo pasó a través de nosotros como si fuéramos niebla. El anciano rio de nuevo, al parecer, divertido por su pequeño experimento.

—¡Ojiisan! Eso ha sido muy peligroso, ¿se puede saber qué hace?

—Descansar sobre la tierra que alimenta los campos… ¿No es un bonito día, joven?

—¡No vuelva a darme esos sustos! Aunque parezca que estamos muertos, no sabemos si hay algo que pueda dañarnos…

—Tonterías, esas preocupaciones son propias de la vida, no de la muerte. Cuéntame qué tal te ha ido el paseo. Por lo que veo, ya has asumido nuestra situación.

—He estado en mi casa y he visto a mi hermano.

—¡Qué bien! Ojalá yo encontrase algo de mi vida pasada, no recuerdo…

—Puedo ayudarle a buscar, ojiisan —propuse, conmovido por su situación—. ¿Sabe su nombre?

—¿Sabes tú el tuyo?

—Sé que mi apellido es Shi.

—Shi… ¿Como los de la funeraria? —El anciano se incorporó y pareció dedicarme una expresión pícara.

—¿Funeraria? No lo sé. ¿Usted conoce a mi familia? Mi hermano se llama Ichigo.

—Mmm… ¿Sabes, joven Shi? Tú no tienes que ayudarme a mí, pero yo sí debo ayudarte a ti.

—¿Por qué dice eso?

—Mírate. ¿Cuántos años tenías? ¿Cuarenta? No comprendo por qué seguimos aquí aún, pero tengo la sensación de que debes averiguar lo que te pasó. En cambio, yo morí ya de viejo, seguramente tras una vida plena y tranquila. ¡No hay ningún misterio en eso!

—Ojiisan… Investigaremos juntos, ¿qué le parece acompañarme a mi funeral?

—Es un buen plan, aunque no tan bueno como pasear por el campo.

____________________________

1Ojiisan: anciano, abuelo.

2Jūnihitoe: literalmente, «doce capas de kimono». Compuesto de muchas capas de tela superpuestas, se trata de la elegante y sofisticada indumentaria que tradicionalmente han vestido las damas de la corte japonesa.

3Kami: dios, deidad o espíritu sagrado de la religión sintoísta.

Capítulo 2

El funeral

類は友を呼ぶ。

Dios los cría y ellos se juntan.

El anciano y yo recorrimos Uenohara en busca de pistas sobre nuestras identidades. He de reconocer que aquel viejecito me inspiraba calma y calidez, a pesar de haberme convertido en un ser incorpóreo e insensible a muchos de los estímulos que disfrutaban los vivos. Paseamos por la orilla del río, donde unos padres y sus hijos pescaban.

—¿Qué pasa, joven? ¿Los conoces? —me preguntó.

—Creo que no. Solo pensaba si yo tendré hijos, esposa…

—Estarán llorando tu pérdida.

—Por eso. Yo, aquí, sin sentir dolor alguno, mientras mis seres queridos, de los que no me acuerdo, estarán destrozados. O eso creo. Tal vez fuera una mala persona que merecía morir.

—El que es malo es el que te asesinó, por eso debemos encontrarlo y darle un susto, ¿qué te parece?

Sonreí y las palabras se me quedaron congeladas en la boca. Sobre el río, vimos flotar a una joven muy hermosa y triste que vagaba con la mirada perdida.

—Ojiisan, ¡es otro espíritu! —exclamé alarmado. Me acerqué a ella y me observó con gran desconfianza—. Hola, ¿te encuentras bien? ¡Qué cosas digo! Sabes que somos espíritus, ¿verdad?

El rostro de la mujer se crispó y de su garganta emanó un grito desgarrador, aunque los pescadores continuaron su labor sin inmutarse.

—¡Cuidado! Parece peligrosa —me advirtió el anciano.

—Eh, tranquila, somos amigos, no te vamos a hacer daño. Sé que estás sufriendo. —Alargué mi mano para intentar rozar su piel etérea, pero aquello pareció terminar de asustarla aún más porque salió volando en dirección contraria—. Tch, se ha ido.

—Déjala, está atormentada. —Negó con la cabeza el anciano—. Es hora de tu funeral. No quieres llegar tarde, ¿verdad?

Seguí a la joven con la mirada hasta que desapareció en el horizonte.

Por el camino a la residencia Shi, nos encontramos a algunos vecinos vestidos de luto que escondían sus pulgares al paso del coche fúnebre4, de mi coche fúnebre. Aquella cucaracha funesta representaba la muerte y ellos tan solo pretendían proteger a sus mayores para que no se los llevase antes de tiempo. Siempre había pensado que las supersticiones eran absurdas… ¡Aquello era nuevo! Acababa de recordar uno de mis rasgos característicos desde mi infancia: mi rechazo a las supersticiones. Al parecer, podía ir recuperando mis memorias, aunque ya no contara con mi vida.

Mi casa estaba llena de rostros desconocidos o, más bien, olvidados, a excepción de mi hermano, que organizaba a los asistentes y se aseguraba de que todo estuviera pulcro y decorado con sobriedad. Habían instalado un altar con flores y una fotografía que debía de ser mía, aunque mi aspecto era como el de cualquier otro japonés de mediana edad. El monje musitaba los sutra5 que después recitaría en la ceremonia y encendía el incienso con estudiada parsimonia, llenando el ambiente de olor a espiritualidad vacía. Todos los presentes se giraron y asintieron con pesar cuando vieron entrar a una mujer y a una niña. No pude evitar preguntarme si aquella sería mi familia.

—Den, Kumi, me alegro de que hayáis llegado sin problemas. —Escuché decir a mi hermano. Se agachó para quedar a la altura de la niña y le acarició la cabeza.

—¿Lo han traído ya? —preguntó la mujer. Su rostro era afilado y duro, aunque se esforzaba por retener las lágrimas.

—Van a disponerlo todo ahora. Podéis sentaros… Y tú, pequeña, ¿cómo estás? Sabes que el tío Ichigo y Kumi te vamos a cuidar, ¿verdad?

—Echo de menos a mamá, ¿cuándo va a volver conmigo? —contestó ella con una voz pequeña y aguda.

—Pronto —le aseguró Kumi apretándole la mano. A continuación, ambas se sentaron frente a mi féretro y puedo asegurar que yo estaba más descorazonado que ellas.

—Parece que es tu hija… Pobre criatura, si apenas tiene diez años —susurró el anciano.

—No sé quién nos ha hecho esto, pero debe ser un demonio —afirmé con rabia.

Mi memoria abrió una nueva puerta: el recuerdo de Den. Su nacimiento, nuestros ratos de juegos, sus preguntas cargadas de curiosidad infantil, su carita triste… Pero no recordaba a su madre. Aquella mujer sentada junto a mi hija era alguien importante, lo presentía; sin embargo, estaba confuso. Me sentí aún peor cuando destaparon mi ataúd y pude verme: blanco fantasmagórico, rígido y excesivamente arreglado para estar muerto.

Mi hermano intercambió unas palabras con el monje y se dirigió a los asistentes saltándose el protocolo.

—Gracias a todos por asistir al entierro de… mi hermano. Su muerte ha sido inesperada, sobre todo para la pequeña Den, que, como resultado, se ha quedado sin sus padres.

—¿Cómo que sin sus padres? ¿Y su madre? —pregunté, aunque solo podía oírme el anciano. Me acerqué a mi hija y traté de abrazarla, pero mis manos translúcidas la atravesaron.

—Ha sido posible celebrar su funeral tan rápido gracias a que el negocio es mío —continuó Ichigo permitiéndose una ligera broma, inapropiada, dada mi presencia cadavérica junto a él—. No he escatimado en nada: flores, incienso… Mukou lo merecía todo. Acabemos cuanto antes con este mal trago; ya puede comenzar, monje.

—Así que me llamo Mukou… ¿Ha oído, anciano?

—Ya lo creo. Lo que yo pensaba: eres de la familia Shi, los de la funeraria. Se os tiene bastante respeto en Uenohara, por no decir aprensión.

—¿Usted cree? No recuerdo que me dedicase a ello.

La ceremonia comenzó entre cantos susurrados y lágrimas silenciosas de mi hija. No obstante, un alarido lleno de rabia interrumpió la letanía, aunque solo nosotros lo pudimos oír: la joven del río estaba en mi casa.

—¡Es ella de nuevo! —exclamé cuando la vi aparecer en el salón. Manoteaba sin parar y gritaba frente a los rostros cabizbajos de los asistentes, ajenos a que allí no solo había un cadáver, sino también tres espíritus pululando—. ¿Qué te ocurre? ¿Qué buscas? ¡Detente!

—Mukou… —susurró ella cuando vio mi cuerpo tendido en el féretro, que apuntaba al norte, como indicaba la tradición budista.

—¿Nos conocemos? —insistí. Se giró hacia mí como si me viera por primera vez y pareció sentirse derrotada—. Soy ese de ahí, por lo visto. ¿Tú quién eres?

—No recuerdo mi nombre, solo sé que tengo algo que ver con Mukou Shi…

—¿Y qué intenciones tienes? Porque no me parece de buenos modales ir gritando como una loca —la interrogó el anciano, suspicaz.

—Yo… lo siento. Lamento que te haya pasado esto, Mukou.

—¿Nos conocimos… en vida? Tal vez puedas ayudarme a saber qué ocurrió. Nosotros podemos ayudarte a ti también.

—Eso está por ver, joven Shi —protestó el anciano—. Su conducta es bastante errática, ¡no sé si fiarme!

Mientras los fantasmas debatíamos sobre qué hacer, comenzamos a sentir un frío y una presión que amenazaba con compactar nuestros cuerpos casi invisibles y, lo peor de todo, mi hija Den emitió un grito ahogado y se acurrucó contra aquella mujer llamada Kumi. Incluso mi hermano palideció, aunque continuó rezando. Sobre nuestras cabezas notamos una presencia muy poderosa. Nos giramos despacio para mirarla y lo que vimos nos sobrecogió.

Ante nosotros, había una bola de energía; no lo puedo definir de otra manera. Sus contornos violáceos vibraban y su centro era tan oscuro como un agujero negro. Pero, además, aquel fenómeno hablaba con una voz grave y distorsionada, como si nos llegara desde otra dimensión.

—¡Entidades! —exclamó el orbe, sobresaltándonos—. Soy un alma. Ahora que ya habéis asumido vuestra condición de finados, se os informa de que habéis pasado a ser entidades, fantasmas errantes que se aferran a la vida. Como habréis notado, los vivos no os ven ni os oyen y vosotros no podéis sentir sus placeres.

—¿Qué demonios…? —balbuceó el anciano.

—Silencio —ordenó el alma—. Sabed que el motivo de que seáis entidades es que tenéis un asunto pendiente en el mundo de los vivos, tan acuciante que no os ha dejado descansar. Desde este momento, se os otorgan tres días terrestres para resolverlo.

—¿Cómo…? No sabemos qué asunto es, no recordamos nada de nuestras vidas —intervine angustiado.

—Es lo natural, ninguna entidad recuerda nada tras tomar consciencia de sí misma.

—¿Y si no resolvemos lo que nos une a los vivos? Tres días es muy poco tiempo —protestó la joven.

—Os convertiréis en viento, como la mayoría de los que abandonan la vida.

—¿Vien-to…? —tartamudeó el anciano.

—Es todo. Adiós.

Y, tal como vino, el alma se fue, liberándonos de la presión que sentíamos, pero poniendo una mayor sobre nuestros destinos.

____________________________

4 Esta superstición japonesa se debe a que el dedo pulgar en japonés se llama «dedo padre», por lo que, tradicionalmente, ocultarlo es protegerlo, como signo de defensa para que los progenitores no mueran.

5Sutra: textos religiosos que recogen las enseñanzas de Buda para alcanzar la iluminación.

Capítulo 3

Cenizas

灯台もと暗し。

Lo que se tiene más cerca es lo que menos se ve.

Mi funeral terminó apresuradamente, como si mi hermano quisiera darme descanso lo antes posible. De hecho, despidió a los asistentes en cuanto dejaron sus donativos para costear mi sepelio, tal y como dicta la tradición. La dichosa tradición…

Tras la visita de aquel ser fluido que se presentó como un alma, los fantasmas, o entidades o lo que fuéramos, nos miramos los unos a los otros, sumidos en la más absoluta desesperación. Debíamos resolver aquello que tuviéramos pendiente, ¡como si supiéramos lo que era! Y en un plazo de tres días. De no ser así… desapareceríamos sin más. Saber las circunstancias de mi muerte y por qué mi pobre hija se había quedado sola ya eran mis objetivos, pero además debía darme prisa en completarlos.

El sol se había puesto cuando volvieron a introducir mi cuerpo en el coche fúnebre, engalanado de flores blancas como nubes de verano. Me llevaron hasta una nave en las afueras de la ciudad, donde solo Ichigo, mi hija y aquella mujer me vieron convertirme en ceniza, aparte de nosotros, las entidades. Mientras el fuego me consumía, Den camuflaba su rostro en la blusa de la tal Kumi, mientras la cara de mi hermano refulgía con las llamas del horno. Parecía molesto conmigo por morirme; supongo que cada uno lleva el duelo a su manera. Reconocí de pronto aquel lugar: era nuestro negocio familiar, por desgracia. Como fichas de dominó, me acordé de mi padre y de mi madre. Ella era una buena mujer que siempre me apoyó en secreto, aunque aún no acertaba a vislumbrar con qué me ayudaba. En cambio, mi padre… Todo tipo de sensaciones negativas recorrieron mi cuerpo translúcido, incluso creo que me dio un escalofrío. Ichigo era el niño favorito de padre y yo, el de madre. El punto de desacuerdo era la funeraria.

—¿Te encuentras bien, joven Mukou? —susurró a mi lado el anciano.